Death In Venice

"Aquél que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir"

¿Qué pasaría si tu vida está en declive, y de repente aparece alguien que te mueve el piso?
Te hace soñar, reír, pero también sufrir, una ilusión que te devuelve a la vida pero poco a poco te la va quitando.
Esa ilusión se torna en obsesión, obsesión por lo bello, lo perfecto y lo inalcanzable, eso te altera, te enerva y te conduce poco a poco a la locura y a la desesperación.
Tu final es triste, estás solo, sin eso que tanto amas y deseas morir…
Y si eres afortunado, te llega la muerte, al fin podrás descansar de aquello que nunca pudo consumarse.
Pero…
¿Podrás descansar en paz?
Death In Venice es un buen punto de partida para reflexionar sobre la idea de belleza y el eros platónico.
Ir más allá de la belleza corporal hasta la idea en sí misma es la lección que da Diótima a Sócrates en El Banquete:
“He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de éstas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer, por último, lo que es la belleza en sí”.
La belleza es agresiva y destructiva, porque avanza pisoteando a las personas y a las cosas, y deja tras de sí a lo que no es bello o a lo que es patético porque ha dejado de serlo.
Lo bello es y no permanece: ofende a quien no tiene la suerte de serlo y lo insulta, juega con ello en posición de superioridad, imponiendo sus normas.
Por otro lado, el arte es modificado, esculpido, mejorado y destrozado por el humano.
El artista crea arte a través de la belleza: la percibe y conecta con ella pero, al parecer, nunca podrá alcanzarla.
El arte como principio, fin, fundamento y necesidad.
En el artista casi siempre se supone una disposición especialmente sensible frente al mundo que lo rodea, lo cual lo lleva a producir obras de arte.
El artista es un individuo que ha desarrollado tanto su creatividad como la capacidad de comunicar lo sentido, mediante el buen uso de la técnica.
La aptitud artística es considerada una disposición o capacidad, natural o adquirida, para producir un tipo especial de objetos considerados artísticos.
Como todas las aptitudes, la aptitud artística se educa y se desarrolla a través de una aplicación constante.
Cuando se trata de talento, hablamos de una aptitud poco frecuente, que distingue y singulariza a quien la tiene.
Normalmente el talento se atribuye a los artistas con cierto reconocimiento social que han conseguido un estilo o manera propia de hacer las cosas.
La genialidad se refiere a una aptitud de carácter superior: aquella de la que está dotada una persona con una gran capacidad de invención, de organización, de creación.
El artista genial es aquel cuyas obras llevan un sello tanto personal como universal.
Se considera que sus obras influyen sobre la sociedad y la cultura a la que pertenece.
El artista es también aquel que crea sin poder elegir crear.
Para él, crear y transmitir es algo innato, como para todo el mundo comer no es una decisión, o respirar es una necesidad fundamental.
El artista no solo ve, vive y disfruta de la belleza, sino que la siente y necesita entenderla; esta puede ser de muchas maneras, puede ser la juventud, puede ser lo más etéreo que se imagina, o lo más triste y oscuro, pues el artista es capaz de ver belleza y arte en potencia en todo lo que le rodea.
El artista vive con muchos fines, al igual que cada ser humano, pero su fin superior es crear para transmitir, lo cual se puede hacer escribiendo, pintando, componiendo, interpretando, esculpiendo; pero siempre bajo un concienciado trabajo de observación y empatía.
Tres nombres esenciales se reunieron para la realización, en 1971, de esta película extraordinaria:
El escritor alemán Thomas Mann -nacido en 1875 y Premio Nobel de Literatura en 1929- que en 1912 escribió su novela "Death In Venice"; el músico Gustav Mahler, cuya vida y muerte son evocadas en alguna medida por la novela y la película; finalmente el realizador italiano nacido en 1906, Luchino Visconti, quien no solamente toma algunos fragmentos musicales del compositor austríaco sino que presta al personaje de su película algunos rasgos físicos y el nombre mismo de Mahler: Gustav.
“You cannot reach the spirit with the senses.
You cannot.
It's only by complete domination of the senses that you can ever achieve wisdom, truth, and human dignity”
Death In Venice es una película franco-italiana dirigida por Luchino Visconti y cuenta con la bellísima fotografía de Pasqualino de Santis.
Nadie podía filmar la búsqueda de la belleza absoluta salvo un director con el legado cultural y el genio creador que poseía Visconti Duque de Modrone, obsesionado en la constante búsqueda de la “belleza de lo sublime”, y que baña a Death In Venice de una pátina de melancolía y de un cierto fatalismo de espíritu por un mundo que se derrumba.
Una forma de entender el cine basada en una puesta en escena brillante y barroca, una ambientación perfecta que roza la obsesión y una técnica impecable, hacen del cine del maestro milanés una experiencia vital inigualable. Probablemente uno de los mejores directores de actores de toda la historia del cine.
Death In Venice está protagonizada por un ENORME Dirk Bogarde, la guapa Silvana Mangano, ENORME Björn Andrésen, Marisa Berenson, Mark Burns, Romolo Valli, entre otros.
Cabe señalar 3 cosas importantes en este film, Dirk Bogarde hace jirones su alma y su cuerpo en Death In Venice y jamás una banda sonora había tenido en el montaje un aliado tan eficaz.
Y nunca un actor desconocido, el bello bellísimo y virginal Björn Andrésen, había puesto tanta carne en el asador para componer su complicadísimo personaje, el de objeto del deseo de un viejo para quien es demasiado tarde para todo, un hombre instalado en un universo crepuscular que sólo encontrará resolución en la Muerte.
Su Tadzio suele aparecer en escena con un caminar tímido en ocasiones, decidido en otras, habitualmente vestido de un blanco celestial y, en una determinada escena, aparece cubierto con una toalla blanca dispuesta a modo de túnica divina.
Gran parte de las producciones de Visconti tuvieron como tema en común las complejas relaciones humanas en medio de una convulsa Italia de fines del siglo XIX.
El ocaso y decadencia de una sociedad vista a través de los patrones de conducta de familias aristocráticas, con gran poder económico pero de nulo comportamiento moral.
Death In Venice tiene una connotación particular, es la historia de un gran compositor musical en el ocaso de su carrera, que encuentra su fin a causa de un amor imposible, en medio de un verano azotado por la peste.
Visconti aprovecha este segmento para mostrarnos la enorme división social que siempre existió en su país.
Por un lado los ricos y por el otro los pobres, discriminados y dejados a su suerte.
Un grupo de irreverentes músicos (posiblemente enfermos hasta el hartazgo del virus mortal) invadiendo las instalaciones del gran hotel es el mejor retrato de ese sector:
Incomodan a la fina clientela con sus vulgares y alegres canciones, sus rostros pintados y sus ropas coloridas son lo opuesto a los amplios y modernos vestidos de las señoras y los trajes de los caballeros.
Uno de ellos le confirma a Bogarde la cruel realidad: Venecia parece de peste, también refiriéndose al populacho a los pobres y desafortunados que morirían a consecuencia del cólera.
Visconti adapta la novela corta “Der Tod in Venedig” del escritor alemán Thomas Mann.
El título de la novela plantea una doble lectura: el compositor y su mundo van a morir a Venecia o es la muerte de ese mundo antiguo que se hunde como la ciudad de los canales, la que lo espera?.
Der Tod in Venedig es una obra que, debido a su complejo simbolismo, genera variadas interpretaciones.
Baste referir, a modo de ejemplo, la significación de Venecia, la ciudad de las apariencias y las ilusiones románticas y, al mismo tiempo, una ciudad-despojo que puede considerarse un emblema de la decadencia que afecta al propio Aschenbach.
Además la película Death In Venice es una colección de las más bellas imágenes jamás filmadas y un alegato a la apreciación de la belleza, cabe decir que fue nominada al Oscar al mejor vestuario.
Death In Venice es una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnada en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista Aschenbach.
La trama se desarrolla en Venecia, símbolo del arte y el comercio entre Oriente y Occidente, en el fastuoso y decadente hotel del Lido veneciano, el Grand Hotel des Bains y también el Grand Hotel Excelsior, la estación balnearia que tuvo su mayor popularidad a fines del siglo XIX y principios del XX.
El término Lido, que da nombre a esta isla, se utiliza para referirse a un topónimo de muchas localidades costeras de Italia.
La descripción minuciosa y exacta del entorno aristocrático que logra Visconti es paradigmática, incluso la ropa usada es original y fue planchada y almidonada a la manera de la época.
El personaje está basado vagamente en el compositor Gustav Mahler, el “adagietto” de cuya 5a sinfonía está presente a lo largo de la película, formando una unión indivisible entre imagen y sonido de gran presencia dramática.
De hecho, Visconti es en gran medida responsable de la inmensa popularidad que cobró luego la música de Mahler, quien por cierto perdió una hija en circunstancias similares a las que se ven en Death In Venice, pero no era homosexual.
La popularidad de Death In Venice y la obra de Gustav Mahler inspiraron un ballet al coreógrafo John Neumeier, también ha inspirado una ópera homónima de Benjamin Britten, con libreto de Myfanwy Piper.
El novelista español Luisgé Martín publicó en el año 2000 “La Muerte de Tadzio” en la que el joven Tadzio de la novela de Mann vuelve, ya mayor, a Venecia a morir y recuerda la admiración que su belleza juvenil produjo en el escritor.
Para el papel de Tadzio, Visconti escogió al desconocido Björn Andrésen, que fue elegido tras un largo proceso de audiciones que se registraron en el documental “Alla ricerca di Tadzio” (En Busca de Tadzio).
Los diálogos son escasos y breves, el discurso narrativo se desarrolla con la mente y mediante evocaciones del pasado a través de siete flashbacks.
La ausencia de un narrador se suple con una invitación a activar la capacidad de percepción de lo que se sugiere con gestos sencillos, expresiones corporales contenidas, sobreentendidos y detalles alegóricos o simbólicos.
Nos habla de la proximidad del final del protagonista, de la conclusión de una época, de la extinción de una clase social (la aristocracia) y del alba de un tiempo nuevo, turbulento e incierto.
Así, a principios del siglo XX, el compositor Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde) muy delicado de salud huye a un breve descanso en Venecia.
Aschenbach (Aschenbach puede traducirse por "Río de cenizas") huye de su país (posiblemente Baviera), del dolor de haber perdido a su hija y del fracaso de su matrimonio y su última obra.
Huye de su mujer (Marisa Berenson), de las discusiones con su amigo intelectual (Romolo Valli) y se aleja de la severidad teutona, en resumidas cuenta huye de su vida.
Aquejado de una grave enfermedad, sabe que le queda poco tiempo de vida.
Allí supuestamente encontrará el sosiego y armonía necesarias para replantear su existencia.
A través de continuos travellings observamos la belleza de las playas de Venecia, que son el punto de encuentro de muchos turistas, en su mayoría familias pudientes.
El verano es siempre atractivo y cada día llegan más extranjeros, dispuestos a disfrutar al máximo la belleza natural de la ciudad de los canales.
En la decadente e inspiradora ciudad de los canales, se enamorará de Tadzio (Björn Andrésen), un adolescente polaco de ascendencia noble y sobrecogedora belleza, un adolescente frágil, de belleza ambigua.
Inmediatamente se siente atraído por esa imagen tan delicada y fina, y aunque nunca llega a entablar diálogo alguno con el mozuelo, el cortejo se basa en miradas tímidas pero profundas.
El coqueteo inocente y provocador del chico hace efecto en el maduro hombre.
Por otro lado, su madre está protagonizada por la enormemente bella y talentosa Silvana Mangano.
Sin embargo no todo lo que brilla en Venecia es oro.
Ese amor imposible lo consume día a día y encima, el paradisíaco clima veneciano se ve amenazado por la peste.
Mientras las pudientes familias toman té en los salones, pasean por los balnearios y los niños juegan en la playa, las calles de la ciudad son abandonadas a consecuencia de tan terrible enfermedad.
Aschenbach descubre esa situación al perseguir a su amado Tadzio por una de las avenidas, cuando éste pasea con sus hermanos menores y su nana.
El atormentado maestro no puede caminar más porque su organismo se lo impide y no puede soportar la asfixiante realidad de la ciudad, con mendigos en las esquinas y el hedor que emana de ellas.
Obsesivamente vagará contemplando la inalcanzable belleza de Tadzio y de la propia Venecia, sumergiéndose en la decadencia de una ciudad que no admite estar condenada por una epidemia de cólera y al igual que él trata de huir de su propia decadencia.
Finalmente Aschenbach sufre un ataque al corazón en la playa, y mientras él va a su inexorable encuentro con la muerte, observa como el bello Tadzio se aleja iluminado por el sol.
Tadzio avanza mar adentro y en la orilla queda Gustav, anhelando, deseando aquello que no puede dejar de observar, porque lo ama siendo como es: tan perfecto, tan hermoso y tan opuesto a él.
Gustav von Aschenbach es el artista que ha sido vencido por el tiempo y que ya no es más que un despojo, porque su reloj de arena ha comenzado a vaciar su mitad superior.
Huele mal en Venecia, huele a descomposición y a peste, a una sociedad decadente que continúa, pese a todo, festejando su superioridad y su riqueza... aunque ya no sea hermosa ni artística, aunque sólo sea el reflejo de la muerte, en Venecia.
Tanto la novela original como la película constituyen, aparte de los sucesos acontecidos a Gustav durante su estancia en Venecia, una ilustración, oda, alegato y homenaje a la belleza perfecta, pura y plena de la que habla Platón en El Fedro y El Banquete.
Gustav se encuentra frente a la belleza inalcanzable, bella por sí misma y reflejo de la verdad.
Tadzio, su objeto de obsesión, no intercambia palabra alguna con él ya que el sentido de perfección no posee carácter mundano, va más allá y solo la cámara es capaz de tocar el rostro angelical de Björn Andrésen de modo contemplativo, en su forma de caminar y en su mirada, como si estuviéramos admirando una estatua griega en movimiento o el David de Miguel Ángel.
Este punto es el eje de la historia, existen diversas interpretaciones sobre el tema.
Para muchos, puede ser un amor pedófilo y enfermizo, un hombre maduro que tardíamente descubre su bisexualidad.
Pero la situación es más compleja.
La imagen del chico es para Aschenbach la idealización de lo perfecto, de la belleza, que como artista que es, desea alcanzar a través de la música, pero no puede.
La enorme crisis por la que atraviesa es el gran obstáculo.
Una serie de acertados flashbacks nos permiten formar un retrato del protagonista y entender su lamentable situación, la repentina muerte de su pequeña hija y el devastador recibimiento del público a su última obra…
Todo eso lo conduce a la depresión, por ello su alejamiento del barullo y la opulencia para recaer en la naturaleza pura de Venecia.
Death In Venice también es una serena y profunda reflexión sobre el final del siglo XIX, su música, su arte, sus costumbres, su política y el advenimiento del siglo XX con una forma de vida completamente diferente y dos guerras mundiales en el horizonte.
Es una toma de posición sobre distintos estilos de vida y la propia homosexualidad de Visconti en un mundo de alta sofisticación que se encamina a su fin.
Hay dos de las escenas que quisiera destacar por ser las más estremecedoras que uno recuerda y que, por si solas, valen más que muchas filmografías completas.
La persecución de Gustav von Aschenbach por las calles de una Venecia enferma de peste, tras el joven Tadzio o, lo que es lo mismo, tras el ideal de belleza que ha intentado alcanzar toda su vida, hasta caer agotado, enfermo y riéndose de sí mismo; y la escena final en la playa, con la silueta de Tadzio en el agua recortada en el horizonte, y Aschenbach intentando levantarse de la tumbona para ir hacia él sin conseguirlo, mientras el tinte del cabello le resbala por el rostro y escuchamos esa maravilla que es el “adagietto” de la 5ª sinfonía de Gustav Mahler, demuestran que, a diferencia de Aschenbach, Visconti no sólo conoció la belleza, sino que, además, llegó a alcanzarla.
Y es que Death In Venice es una película sensitiva, intimista que narra lo efímero y etéreo de la belleza humana como arte; de modo conceptual el film es una disertación sobre la capacidad de admiración y éxtasis de un hombre que sufre el síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia que es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en grandes cantidades en un mismo lugar), culminando en un último gozo del artista en un rescoldo final de esa belleza subyugante e inalcanzable que habita en todas partes ... y en ninguna.
Perfecta en todo sentido es la secuencia final, al ver cómo la figura de Tadzio se confunde con el sol.
Recordemos que Platón utiliza en La República la alegoría del sol para ilustrar la naturaleza de la idea suprema, la idea del bien.
De todos modos, es un sol al atardecer y la escena, en lugar de ascensión hacia lo más alto, también puede querer sugerir descenso hacia la nada y el olvido.
Lo que de dionisíaco tiene el arte, en cuanto hace traspasar los límites de lo que se considera moral y estéticamente correcto, nos muestra el necesario final que acontece a todo espíritu artístico.
El artista padece en el más estricto sentido griego del término “pathos” como sufrimiento, al contemplar y verse inmerso dentro de la belleza.
La belleza es el único camino sensible del hombre hacia el espíritu, no así la verdad y la virtud, pero como a causa de ella el hombre es capaz de cometer los actos más atroces, ilícitos, absurdos, erróneos, viciosos y transgresores de los límites de lo moral, irremediablemente se ve conducido al abismo, a la nada.
De ahí el carácter intrínsecamente impulsivo y vital, esencial a toda producción artística y acontecer del espíritu.
Importante aun que pareciera, de modo sugerente, en Death In Venice no hay una relación homosexual como tal, es una relación de todo artista con la belleza absoluta, con su ideal, lo supremo, eso que se instaura en el horizonte y nunca llegamos a alcanzar, porque cuando lo hagamos... estaremos más allá, posiblemente perdidos.
Además, el arte presenta la contraposición y conflicto en su propia estructura entre dos extremos a saber, lo racional y lo irracional, lo moral y lo inmoral, lo clásico y lo barroco, la contemplación de la belleza y el sufrimiento provocado por ella; de este modo, este sufrimiento padecido en grado máximo lleva a la nada.
Así pues, la descripción del mar que se contempla desde Venecia como algo inconmensurable, simple pero a la vez inmenso y casi eterno, no es sino otra representación de la nada.
La banda sonora de Death In Venice suma cortes de la 3ª y 5ª sinfonías de Mahler, de modo especial del “adagietto” de la 5ª sinfonía, que hace las veces de leitmotiv.
Añade fragmentos de la opereta “Die Lustige Witwe”, de Lehar, de una canción popular napolitana “La risata”, de “Canción de cuna” de Mussorgsky y de la composición para piano “Für Elise”, de Beethoven.
La música de Gustav Mahler es un punto a favor, pues se complementa con el triste paisaje, que va de la mano con el aspecto melancólico del protagonista y su confusa situación emocional.
Nunca la tristeza llegó a un clímax como el que se percibe en Death In Venice, si no fuera por la maestría del gran Visconti, convertido en todo un clásico de hoy y siempre.
Visconti establece que el arte es una construcción humana, fruto de la inteligencia, la pasión y las habilidades; que la belleza se halla situada más allá y por encima de la naturaleza; que la perfección, el perfeccionismo, el detallismo, la integridad moral, etc., no tienen relación con la belleza.
Sobretodo quiere comunicar que Gustav, el músico, el maestro, el compositor, el artista, ha dedicado toda la vida al cultivo de los valores estéticos.
Al final del camino alteran su paz interior numerosas dudas y abundantes incertidumbres.
Pese a todo sigue empeñado en la búsqueda de la belleza.
Visconti rinde homenaje a la vejez, la decrepitud, la ancianidad, la fugacidad del tiempo, la brevedad natural de la vida.
Ni la edad avanzada, ni la enfermedad, impiden al ser humano el goce del placer estético, la experiencia más excelsa.
Death In Venice es una experiencia de plenitud que da sentido a la vida y la alienta.
Sólo han gozado plenamente de la vida aquéllos que han incorporado a las suyas la emoción estética y han hecho de ésta la razón de la propia existencia.
Se habla de la dualidad de la vida y de la lucha que se establece con frecuencia, o inevitablemente, entre la razón y la pasión, la moral y el deseo, el arte y lo vulgar, la belleza y la mediocridad, los valores y el egoísmo.
La opción por el arte, la belleza y la experiencia estética, es la más rica y satisfactoria.
Es superior en relación a las demás, la única que ennoblece el espíritu y lo engrandece, la que eleva al ser humano por encima de lo temporal y transitorio para llevarlo a vivencias superiores.
Death In Venice es mucho más que la historia de toda una época, es la historia de un individuo que aborda magistralmente una de las temáticas más complejas de nuestra actualidad: el vacío existencial, la “insoportable levedad del ser” atrapado en múltiples sujeciones, mandatos sociales, y exigencias trascendentales que hacen que “el alma sea la cárcel del cuerpo”.
Death In Venice no es entonces un filme clásico simplemente porque las imágenes predominan sobre las palabras, sino porque las imágenes cuestionan el orden habitual de las palabras, las imágenes y las cosas, haciendo que se haga visible el límite y permitiéndonos vislumbrar lo que hay más allá de ese límite.
El cine, a veces, encarna el verdadero Arte, ese que deja una huella definitiva en el espectador, ese que cambia la forma de mirar el mundo hasta morir, en este caso, en Venecia.

“You must never smile like that.
You must never smile like that at anyone.
I love you”



Comentarios

Entradas populares