La Môme

“Quand il me prend dans ses bras, il me parle tout bas, je vois la vie en rose”

La vida no deja nunca de maravillarnos, tal vez eso sea una de las cosas que la hacen tan fascinante y, pese a muchos pesares, digna de ser vivida.
Uno transita entre asombro y asombro.
¿Hasta que el asombro deja de asombrarnos?
No lo creo, más bien pienso que lo maravilloso siempre nos asombrará y traspasará todo tipo de fronteras, incluso las del tiempo, y alguien que logra quebrantar y doblegar al tiempo, pasa a ser inmortal.
El "alguien" al que nos referimos ahora nació en plena calle debajo de una farola frente al número 72 de la Rue de Belleville en París.
¿De qué está hecha una leyenda?
¿Qué es lo que marca la diferencia entre ser una cantante popular y la voz de una nación entera?
¿Qué es lo que le permite a una joven, cuyos primeros años están marcados por el sufrimiento y la pobreza, sortear las calles sórdidas del París de la posguerra para proyectarse a los grandes escenarios internacionales?
Matthias Henke arriesga una comparación interesante.
Según el musicólogo alemán, la vida del pequeño gorrión, Édith Piaf podría confrontarse con las voces superpuestas de los compositores polifónicos del Renacimiento.
Si la investigación psicológica de la música estaba en lo cierto en cuanto a que el más ejercitado oyente sólo puede percibir en toda su intensidad dos o tres voces entre muchas que suenan simultáneamente, y si la vida de la cantante era por esa época comparable en verdad con una composición polifónica de los siglos XV o XVI, el observador debe deshilachar en cierta medida el tejido contrapuntístico para poder apreciar debidamente los hilos de la urdimbre y de la trama.
Deberá justipreciar una y otra vez las voces secundarias aisladas, sin perder de vista la voz conductora.
Del arrabal parisino al mundo, Édith Piaf emergió como la voz conductora de la vida musical francesa comprendida entre comienzos de los 30 y el año de su muerte, 1963.
A su alrededor revolotearon algunos grandes nombres de la canción y el teatro franceses: letristas y poetas, compositores y directores, gente de música y gente de teatro, algún que otro cineasta.
Pero ella fue la “primma donna absoluta” del arrabal, según la ingeniosa definición de su más reciente biógrafo.
Mientras tanto, ignotos acordeonistas tramaban desde los barrios proletarios la saga popular del vals musette, el tango apache y la canción realista.
No eran mundos enfrentados, pero sí diferentes.
La Piaf no sólo vino del campo popular menos favorecido, sino que pronto se convirtió en la voz emblemática de esa realidad.
Por eso le cantó a la soldadesca olvidada (Mon Légionnaire), a los malvados del mundo (Il n'est pas distingué, en clara alusión a Hitler), a los alienados (La Foule), a los que se aferran a una ilusión (La vie en rose), a los que no se lamentan de nada, ni de lo malo ni de los bueno (je ne regrette rien).
Su temario reveló su notable olfato para seleccionar y potenciar lo que se componía en su época, si bien también incursionó -y con éxito- en la creación.
Su voz, finalmente, se adueñó de todo lo que cantó, desalentando descendencias (su pasión fue irrepetible) y poniendo en un brete a los críticos que intentaron precisar un origen, una genealogía.
Aunque la conclusión suene un tanto literaria, hay que coincidir con Henke en que el canto de Piaf nació de la calle y a la calle volvió, sobre los valores de la compasión y la caridad.
No es fácil escribir sobre una artista/cantante cuya vida fue tan azarosa, al extremo de que pareciera haber salido de la pluma de un escritor dotado de una mente de imaginación superlativa.
Evocar Francia y escuchar a La Môme es la misma cosa.
Pocos artistas consiguieron que se les identificase con el espíritu de una ciudad y un estado emocional con tanta precisión como ocurre con ella.
Es universal pensar en Édith e instantáneamente trasladarse a París.
Édith Piaf (1915 - 1963), cuyo verdadero nombre era Édith Giovanna Gassion, fue una de las cantantes francesas más célebres del siglo XX.
Su deceso se produce el 10 de octubre de 1963 en Grasse, Francia; y sus restos fueron llevados a París, lugar en que se anunció oficialmente su muerte el 11 de octubre de 1963.
A "La Môme Piaf”, así llamada en sus inicios, se le deben numerosas canciones del repertorio francófono como La vie en rose, Non, je ne regrette rien, Hymne à l'amour, Mon légionnaire, La Foule o Milord, conocidas mundialmente.
Personalidad destacada, Piaf inspiró a numerosos compositores, siendo la mentora de jóvenes artistas que tuvieron fama internacional.
Édith Piaf también se destacó como actriz de cine y teatro participando de numerosos films y obras de teatro a lo largo de su carrera artística.
Murió a los 48 años de cáncer, pero todo parece indicar que su percepción del tiempo fue diferente a la que tiene la mayoría de las personas.
La biografía de su voz nos muestra que murió antes de padecer una verdadera decadencia, aunque los estragos del cuerpo eran visibles.
Como en otros mitos populares, en ella se impuso la imagen de una juventud vertiginosa y muy potente, completamente entregada al canto y a los otros.
Édith no se prostituyó, no vendió su cuerpo ni su alma, echó mano de su voz como arma contra la degradación, contra la violencia y la dominación masculinas.
Édith luchó, pero no porque fuese Santa, sino porque necesitaba cantar, porque la avidez de cantar era su medio de supervivencia.
Por otra parte, la imagen masculina de sus canciones era bien tradicional: ella siempre buscó héroes, y a veces los encontró.
Personalidad indómita, impetuosa, libre como un pájaro, una vez en los cuarteles no pensó tanto en su carrera como en los guapos militares:
¡Los legionarios de las tropas coloniales!
¡Los marineros!
En el corazón de la cantante hubo lugar para todos porque los uniformes le traían reminiscencias de la época protegida que había vivido en Bernay, del calor de nido que recibió en la maison close.
Ciertamente, para Édith el soldado constituía el prototipo del varón.
Personificaba para ella confianza, atractivo, romanticismo, aventura, pero también una paradoja, la añoranza por el amor y la libertad.
De extraordinaria personalidad, Édith Piaf sigue siendo una de las cantantes francesas más conocidas en el mundo.
Además, dio a conocer con gran éxito a muchos cantantes franceses, entre ellos Yves Montand, Charles Aznavour y Georges Moustaki.
Su imagen está asociada a su inseparable vestido negro que la hacía fácilmente identificable.
Su canto y, por ende, sus canciones se sobreponen a su conducta contradictoria.
Sus melodías son la expresión material para recordarla.
Por eso, hay una idealización romántica de su vida: los espejos nos heredan rostros diferentes de ella.
La Môme: El gorrión dulce con vibrato seductor.
Édith Piaf para iniciados y no iniciados, para nostálgicos y recién llegados, en un apasionado tributo a la voz y al legado irrepetible del icono y, sobre todo, de la voz torturada de La Môme.
Una pregunta:
¿A quién se le ocurriría la brillante idea de traducir el título original internacional, es decir: “La Vie En Rose”, que no es sino el título de la más célebre de las canciones de la monumental artista?
Un misterio.
“Peu m'importe les problèmes, mon amour puisque tu m'aimes”
La Môme es una película francesa del 2007 dirigida por Olivier Dahan con guión del mismo director.
Protagonizada por una E N O R M E Marion Cotillard como Édith (a los cinco años por Manon Chevallier y a los ocho años por Pauline Burlet), como Anetta: Clotilde Courau, Louis Gassion: Jean-Paul Rouve, Aicha: Farida Amrouche, Momone: Sylvie Testud, Leplée: Gérard Depardieu, Louis Barrier: Pascal Gregory, Marcel Cerdan: Jean-Pierre Martins, Titine: Emmanuelle Seigner, Louise: Catherine Allegret, entre otros.
La música original es de Christopher Gunni y el maravilloso vestuario es de Marit Allen
La Môme fue ganadora de 2 Oscar a la Mejor actriz (Marion Cotillard) y mejor maquillaje, de 3 nominaciones incluyendo mejor diseño de vestuario.
Se titula "La Môme", "la niña" porque a Piaf se la conocía como la "Môme Piaf", la "niña gorrión".
La Môme es lección de cine, con matrícula de honor, E N O R M E desde todas las perspectivas, el retrato de una artista, a través de su arte, crea la esencia del concepto tan indescriptible, tan subjetivo que encuentra sinónimo en Marion Cotillard bajo toda la dirección de Oliver Dahan.
Cuenta el realizador francés que fue por el encuentro casual con una fotografía de una joven Édith Piaf de 18 años tomada en la época en que se abría camino en cabarets de mala nota de París, la que le prendó de tal manera que al poco supo que debía hacer todo lo posible para trasladar la tortuosa vida de la genial cantante a la gran pantalla.
Y desde luego, Dahan metería mano a esta truculenta biografía de uno de los más grandes iconos de la canción popular francesa del siglo XX.
El biopic es un género de importantes logros en el sétimo arte.
Hablamos de películas cuya trama es la vida de alguien y, desde ahí, se hace un estudio no solo del personaje, sino también de la época que lo resuelve en sus contradicciones.
Desde luego, La Môme trata de un biopic atípico, pues se omiten conscientemente muchísimos datos que pudieran parecer relevantes para aquel que pretenda conocer los avatares estrictamente biográficos de la reina de la chanson francesa.
La Môme es un tipo de cine cercano al llamado subjetivismo romántico propio de la literatura.
Un retrato impresionista del icono de la música francesa, cuya vida trágica parece tomada de una novela del siglo XIX.
La Môme recorre su trayectoria, la cual se inició en los barrios bajos del distrito Belleville de París hasta alcanzar el éxito en New York.
El de Édith Piaf fue un viaje hacia la oscuridad frenética del ocaso, salpicado por esplendorosos filtros de luz, desde su voz, el alma de París, de donde brotaba el milagro musical de un timbre prodigioso.
Olivier Dahan no ha dibujado el mito con la pluma rigurosa de un biógrafo convencional.
Bien al contrario, y aunque la cinta cubre el legado del gorrión parisino desde su infancia a su prematura ancianidad, en un pozo de muerte y abandono contra natura, el retrato es intencionadamente fragmentario, en tanto que recolector de estampas, o collage no cronológico de la vida y muerte de la inolvidable Édith.
Es decir, que Dahan desprecia, menos mal, las leyes monolíticas del biopic hagiográfico y modélicamente convencional, para arrojar una luz expresionista, si se quiere, sobre la dimensión del mito.
Más aún, el que nada sepa de esta que fuera musa de los existencialistas, poco servido va a salir de la sala más allá del conocimiento de su miserable infancia entre enfermedades, padres irresponsables y prostitutas, de sus correrías por el lumpen parisino manejada por proxenetas, de su adicción al alcohol y a la morfina, de sus desengaños amorosos y, sobre todo, de su inmensa soledad.
Todo lo contrario, Dahan intenta eludir la fría información sobre hechos para penetrar en ella, todo más personal e íntimo, de un personaje cuya vida estuvo marcada indefectiblemente por una infancia desgraciada que se sucedería aviesamente por continuos infortunios, apenas mitigados por el éxito.
Así tenemos un retrato bien documentado pero marcadamente subjetivo que insiste en el lado más melodramático, subrayando con terquedad y obstinación desmedida el lado más oscuro y tortuoso de la “niña Gorrión”.
La estructura narrativa con continuos flashback desconcierta una y otra vez, obligando al espectador a efectuar una continua y no siempre fácil reubicación cronológica, lo que sumado a la densidad ocasionada por un afán obsesivo por querer contar demasiadas cosas, provoca una saturación tal que muchos extremos de la historia quedan cuando menos difusos y farragosos.
Entre tanta confusión temporal y baile de personajes cuesta atar algún cabo que otro, por ejemplo:
El episodio donde se relata la pérdida de su única hija Marcelle a los 2 años a causa de una meningitis.
La narrativa en flashback temporales desordenados, a los que no se les encuentra sentido hasta el final del filme, en dónde entendemos que todo aquello no es una biografía lineal, sino los últimos pensamientos de una moribunda.
Todas las imágenes sentimentales de una vida pasando por delante de los ojos, como ella propia dice:
“Estoy recordando cosas que no quiero recordar, fantasmas que hace tiempo me persiguen”
Es ahí donde el rompecabezas temporario se foca y se percibe con realismo, que esa noche, su última noche en Grasse, en la cama, casi sin poder respirar, la introspectiva que hizo sobre su vida y su balance final fueron positivos y partió en paz.
Original y bella forma de narrar una vida, desde su final, en diapositivas aleatorias de momentos emocionales.
Hay personas, al menos así lo creo, que no entendieron que el pasar de un año a otro en "forma desordenada" en la película (sin aparente conexión), está explicado por la misma Édith cerca del final, que estando en su cama la última noche con vida, comenta que tiene miedo, pues le estaba fallando la memoria, y se le aparecían recuerdos en forma totalmente desordenada e incluso, sin que ella lo quisiera recordar.
En cierta manera, nos mete en la memoria de la protagonista y la memoria siempre es confusa y pocas veces lineal.
Frente a ese manejo salteado del tiempo, surgen dos sensaciones.
Primero, que en el orden de aparición de los fragmentos elegidos no hay una lógica clara, sino más bien una cierta dinámica de “asociación libre”, que al espectador puede parecerle confusa.
Segundo, que –pese a lo anterior- esa asociación abierta le permite escapar a la pretensión de establecer causas y efectos, de justificar en las dificultades infantiles las obsesiones de la vida adulta.
Esa claridad respecto a la historia, también viaja en lo visual, donde destaca la atmósfera pesada, fría, aterciopelada, que logran reflejar colores, espacios y objetos.
El uso reiterado del plano-secuencia (que alcanza su mejor momento en la escena donde le informan a la protagonista la muerte de su gran amor), reitera cierto placer en lo plástico de la imagen, y complementa dicha atmósfera.
La Môme es la historia de una mujer que creció en medio de la pobreza, rodeada de espectáculos callejeros, prostitutas y padrotes, quien, gracias a su apasionada lucha por sobrevivir y amar, y amistades con los grandes nombres de la época: Yves Montand, Jean Cocteau, Charles Aznavour, Marlene Dietrich, Marcel Cerdan, entre otros, hicieron de ella una estrella mundial.
Lo más sobresaliente, lo inolvidable, lo fascinante de La Môme es la actuación de la laureada Marion Cotillard como Édith Piaf.
Cotillard es la película, con el dominio absoluto de los signos histriónicos: el drama pasa por cada uno de esos signos.
Realmente hace mucho tiempo que no veía una interpretación femenina tan contundente como la de Marion interpretando a Édith Piaf.
¿Cómo hacer a partir de esta película para no identificar a esta actriz con ese personaje si ambos se han fundido hasta convertirse en una sola entidad?
Sin dudas que es el punto más alto del filme, sus registros dramáticos y su voz nos sacuden estremeciéndonos.
No es sólo la caracterización impecable de vestuario y maquillaje lo que sorprende en su actuación, es toda la emoción y toda la monstruosa capacidad para defender este papel y convencernos de que ella es Édith.
Su forma de caminar, de posicionar las manos cuando cantaba, de encogerse cuando hablaba, ver a Cotillard en este filme es ver a Édith resucitada, como si fuese el reflejo de una imagen en un espejo.
Pero sería injusto negar que esa fuerza se contagia a las pequeñas actrices que la incorporan en su infancia, probablemente el segmento más emotivo de la película: El rostro de la pequeña Manon Chevallier cuando está junto a la aquí extraordinaria Emmanuelle Seigner, o de la Pauline Burlet que interpreta en plena calle y a pleno pulmón La Marsellesa (¿por qué el himno francés tiene siempre esa fuerza en pantalla?) marcan una continuidad que hace creíble la encarnación última de la Cotillard.
Todo un monumento se merece esta parisina que nos contagia todas sus ganas y su ímpetu en la composición de un personaje al que la vida ha tratado bastante mal, donde la tragedia tiñe de negro sembrando dolor e infelicidad, y donde el canto es la única forma de canalización y de desahogo de penas.
Obvio que hay una magnífica dirección de actores, evidente en otros personajes bien encarnados.
En La Môme, vemos como la joven cantante de las calles de París se lanza a la conquista de América.
Su temperamento de mujer apasionada, de una sensibilidad siempre a flor de piel, la llevará a vivir una encendida historia de amor loco con Marcel Cerdán, campeón del mundo de boxeo en la categoría medianos, y además un hombre casado.
La trágica muerte de Cerdán en un accidente aéreo sumirá a la Piaf en un angustioso declive anímico, con los consecuentes problemas de salud y de dinero.
Sin embargo, su espíritu de gran artista hará que pueda sobreponerse, retomando así el camino de la escena, con un incesante repertorio de nuevos éxitos.
Esta fuerza vital y anímica, como un impulso de la naturaleza que le dio aliento y afán de trascendencia más allá de la adversidad, sigue hoy en día encarnada en el símbolo vivo que es “La Môme Piaf”, esa mujer conmovedoramente frágil y de la voz de oro; una voz rabiosa, desesperada, intensamente lírica que supo cantarle como nadie, como nunca, a la vida y al amor.
Por lo demás, La Môme resulta innecesariamente solemne y casi hierático ante su personaje, pero no se le niega –por contradictorio que parezca– el ejemplar ejercicio fotográfico, esencial en la ambientación o construcción de la atmósfera correspondiente.
Dominio absoluto dentro de la película en la fotografía, creando ambientes con unos claros/oscuros dignos de mencionar.
La penumbra envuelve casi todas las escenas identificando la propia personalidad de Édith en ellas, dotando al filme de riqueza visual estrepitosa.
Un contraste grandioso de luz, encaja sutilmente en cada plano, desde una calle bulliciosa parisina, pasando por la iluminación hiriente de los focos cegadores de un palco hasta la opacidad de un café nebuloso.
El cambio de luz, marca todos los estados posibles de ánimo de la protagonista y acompaña fielmente las partes dramáticas.
Cabe destacar que en la realidad hay muchas cosas importantes en la vida de La Môme, como por ejemplo prestar auxilio a los artistas judíos en la segunda guerra mundial y posteriormente atreverse a ayudarlos a escapar.
Su postura y posición política fue algo que ella siempre proclamó a los cuatro vientos sin importarle las consecuencias que esto le podría traer.
Tenía temperamento, sí, es cierto, su persona era difícil de contrariar, pero no era una persona inflexible, entregaba todo lo que tenía a los que la rodeaban y le eran fieles.
Ella sola salvó uno de sus teatros preferidos El Olympia, dando una serie de conciertos dos años antes de su muerte.
Ganó fortunas aunque muriese en la miseria, precisamente por dar, no por extravagancia.
Se impuso desde siempre que cantar era lo más importante y lo fue, toda su vida.
Cantaba y respetaba a su público más que el público a ella.
Prácticamente anestesiada por la adicción a la morfina subía al escenario y cantaba, dos veces se desplomó en el palco por su débil salud, y contrariamente a lo que era de esperar, pidió para volver a cantar.
Se entregó por entero a su voz.
En el film La Môme, también suavizaron significativamente sus relaciones lésbicas, Marlene Dietrich mantuvo con ella una relación sentimental, aunque en el filme esto quede enmascarado bajo el esbozo de una amistad.
Su vida también tuvo períodos muy felices, tranquilos, sin excesos.
Disfrutando de la intimidad de su casa, sus amigos y las mieles del éxito.
Amigos en los que se incluían muchos intelectuales de la época.
Impulsó las carreras musicales de todos sus amantes, les ayudó a triunfar.
Todo esto serviría para que dentro del argumento su vida fuese menos dramática, y darnos la otra parte que nos negaron.
Algo curioso sin embargo, el que los dos grandes amores de su vida (su hija y el boxeador) hayan tenido prácticamente el mismo nombre, Marcelle y Marcel.
“Allez, venez, Milord!
Vous asseoir à ma table; Il fait si froid, dehors, Ici c`est confortable”
Cuando suena la voz de Édith Piaf, con ese vibrato sostenido, triste y canalla, observas que todo el mundo a quien toma de improviso se detiene un microsegundo, pero la pausa se queda ahí, como una coma insertada al inicio de un espacio indeterminado que se impone a la tiranía del tiempo.
La música propiamente dicha de La Môme resulta interesante, al igual que el maquillaje, vestuario y la recreación de época... pero todo, absolutamente todo queda eclipsado ante una de las mejores actuaciones femeninas de los últimos tiempos.
Igual es magnífica la banda sonora (¡no podía ser de otra manera!), pero es que –además– manifiesta un atinado concepto de la oportunidad: se oye cuando debe oírse.
Banda sonora de principio a fin Édith Piaf 100%.
Con una particularidad sorprendente, explicar con las imágenes sucesivas el porqué de cada canción, saber en cada caso como ella las encuadraba dentro de su vida.
Un ejemplo claro de esto es un travelling, plano-secuencia bastante complejo, en donde ella se despierta con los besos de Marcel (El boxeador francés que fue el amor de su vida) le va a preparar un café y cuando vuelve a la habitación ella empieza a buscar un reloj por toda la casa y ahí le notifican su muerte, entre el dolor y los gritos ella corre por la casa y esta escena acaba encima de un palco cantando Hymne à l’Amour en un montaje brillante, la canción con la que ella siempre recordaba a Marcel, cantada con una voz trémula y una sonoridad que ultrapasaban todos los límites de su cuerpo, en unas dosis de emotividad como pocos artistas consiguieron.
Ocurre lo mismo con el resto de la banda sonora, “Milord”, “Non, Je Ne Regrette Rien”, “Padam, Padam”…
El resto del tiempo todo gira en torno a un ensayo muy personal dentro de un arreglo musical, (compuesto para el filme) de su gran “La vie en rose”.
Su canción más famosa y reconocida en todo el mundo.
Absolutamente fantástica, esta manera de abordar una banda sonora.
Édith Piaf interpretó por primera vez “La vie en rose” en 1946, escrita y compuesta por dos amigos de la cantante: Louiguy (la música) y Marguerite Monnot (letra) que fue la primera en interpretarla pero que finalmente por razones desconocidas no la firmó y fue La Môme (sobrenombre que se dio a Piaf) quien la popularizó en Francia y en poco tiempo en el mundo entero.
Cantantes como Diana Krall, Madeleine Peyroux, Céline Dion, Ella Fitzgerald han hecho sus propias versiones.
Específicamente, la versión de Marlene Dietrich que a pesar de ser una cantante alemana ha mantenido la letra y el idioma original, y la verdad es que no lo hace nada mal… aunque el acento que tiene le aporta un sex appeal exótico.
Por ejemplo, le ha añadido (y no le ha quedado mal) decir la letra casi leído con la música detrás.
Por otro lado Grace Jones, cantante y actriz jamaiquina rompe totalmente con la estética de la canción y le da otro aire, otro estilo, algo más que exótico casi erótico.
Como Piaf decía:
“Si no canto, muero”
Amor fue una palabra que ninguno de sus progenitores ni cuidadores supieron dar en su infancia.
Puede ser violento, pero es la realidad.
La Môme muestra todo el recorrido que tuvo que enfrentar Édith para llegar a ser el mito que es hoy: su infancia miserable y traumática; su adolescencia como cantante en los bajos fondos parisinos; su ascenso a la fama, la consagración mundial y finalmente, su decadencia.
La Môme logra despertar la compasión y la ternura hacía aquella mujer frágil y atormentada que cuando se subía al escenario embrujaba a todos con sus mágicas canciones y su presencia misteriosa.
Y tal vez aquello nos hace comprender cuando finaliza la película por qué Édith Piaf cantó al final de sus días las siguientes líneas de la que es su más legendaria canción:

“Non! rien de rien…
Non! Je ne regrette rien
Ni le bien qu’on m’a fait, ni le mal, tout ça m’est bien égal!”

Comentario dedicado a mi amiga Maite Hidalgo Deveautour quien me presentó a Charles Aznavour, Yves Montand, y como no a Eartha Kitt y Grace Jones, pero por sobre todo por Édith Piaf, me hizo amarla y querer la música francesa, para La Môme Hidalgo (hermosa voz) le dedico esta nota.

Pour Maite, mes meilleurs vœux


Comentarios

  1. Gracias Alvaro , buena informaciòn y acertados comentarios de la pelìcula; con respecto a los saltos en el tiempo, un poco desconcertantes para mì. Sentì que en general el tinte de la pelìcula es de tragedia, aunque asì fue .su fugaz existencia, no muestra màs de sus momentos gloriosos que la convirtieron en la emblèmatica voz de la època , como bien lo decìs. Saludos

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  2. Con todo gusto amigos, Alba y Rodrigo, por ver la película y leer esta nota.
    Créame que con un segundo visionado, uno llega a comprender, ese inmenso y tormentoso cerebro que fue el "gorrión" francés.
    Esos saltos en el tiempo, justifican una mente atribulada por un pasado canalla, y un futuro desdichado.
    Su legado, se reafirma con una película a la altura de la leyenda, con ominoso respeto y gran estilo.
    Una voz que perdura, y que en la película, da color a la Piaf, para que la aprecie una nueva generación.
    Saludos y gracias por tomar el tiempo de leer la nota, y dejar su comentario.

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