The Truman Show

“How's it going to end?”

Enorme, vil y siniestra.
¿Qué pasaría si alguien nos dijera que nuestra vida es una farsa, que no es real, que la realidad es otra?
The Truman Show fue la película que mejor retrató el cambio que se estaba dando en el mundo, no se trata de que se llevara más la aventura o el arte en la sociedad, la cosa iba más allá.
Se estaba cambiando la forma de ver la televisión, de hacerla, y con ello, pese a que sea triste, se estaba cambiando la forma de vivir.
De repente nos interesó todo lo que suponía conocer la vida de otras personas, un fenómeno alucinante.
Luego todo ha ido dando asco progresivamente.
The Truman Show se plantea de manera escalofriantemente cercana cual puede ser el siguiente paso de esta escala de degradación.
Hace un par de años surgió una modificación de los “reality shows” en la cual se reunía un grupo de jóvenes y se les seguía televisivamente por un tiempo determinado.
Estos espectáculos se regían por la supervivencia del psicológicamente más fuerte y eran aupados por el morbo natural de los televidentes.
Sus sentimientos y pensamientos más íntimos quedan al descubierto para la diversión circense del público.
Los dueños de los medios desean convertirse en los constructores de una nueva sociedad, robando el papel de “Dios” o de deidades.
Esos valores propuestos por la maquinaria productiva del espectáculo van en contra de la libertad intrínseca de cada persona, por lo que el hombre verdadero se revela y lucha por alcanzar aquello que le construirá plenamente:
El amor sincero que vence al temor.
¿Qué clase de sociedad es esta que produce seres humanos interesados en conocer todos los entresijos de las vidas ajenas, unas vidas por otro lado tan rutinarias y troqueladas por la sociedad como la propia?
¿Hasta qué punto es importante la audiencia?
¿Hacemos lo que hacemos porque queremos o porque debemos según lo socialmente establecido?
¿De qué lugares -dentro de nosotros mismos- estamos midiendo nuestros anhelos, éxitos y fracasos?
¿Lo estás haciendo comparándote con otros que a su vez se comparan con otros y así sucesivamente?
¿Será que el director de The Truman Show, Peter Weir, desea reflejarnos en el protagonista y hacernos ver como sujetos que hemos pasado a ser objetos manipulados por las necesidades de la sociedad postmoderna?
Son muchas las interrogantes que levanta The Truman Show si la ves desde otra perspectiva en donde tú y mas nadie que tú puede controlar tú realidad, o al menos lo que te afecta de ella.
Todo llega en su debido tiempo.
Eficaz, brillante, portentosa, The Truman Show es un regalo para todos los sentidos y una película que debería ser eternamente glorificada por original y resuelta, y convertirse en un modelo a seguir por el resto de producciones americanas.
El protagonista Truman Burbank (Jim Carrey) es un hombre corriente y algo inocente que vive en una idílica población donde todo es perfecto.
Lleva toda la vida allí, y nunca ha salido más allá de los límites del pueblo.
En su vida no hay problemas pero, a lo largo de los últimos días, extraños sucesos le hacen sospechar que algo extraño ocurre…
“The whole world is watching.
We can't just let him die in front of a live audience!”
The Truman Show es una película estadounidense dirigida por Peter Weir y protagonizada por un ENORME Jim Carrey, Laura Linney, Noah Emmerich, Natascha McElhone, Ed Harris, Holland Taylor, Paul Giamatti, entre otros.
Estrenada en 1998, The Truman Show obtuvo tres nominaciones a los Oscar, al mejor director, al mejor actor de reparto (Ed Harris), y al mejor guion original.
El resultado de esta realización del australiano Peter Weir es muy inquietante, su forma de alegoría tiene gracia y fuerza y lo acompaña una apreciable belleza plástica.
Creer que sólo trata sobre la sociedad contemporánea sometida por los medios de comunicación sería minimizar el humanismo romántico de un héroe múltiple en contenidos.
El argumento de The Truman Show esconde un trasfondo de desconfianza, un reflejo del clásico miedo a ser observado.
La manipulación de la vida, las implicaciones morales que esto conlleva, la creación de un universo con lógica propia, la novedad argumental y, bueno, el éxito, tanto con el público como con la crítica, algo que nunca está de más para la buena salud del cine.
El guión de The Truman Show es espectacular, atrevido y muy original, uno de mis guiones favoritos.
Me gusta mucho la idea de que su vida sea un “Reality Show”, además, lo que intentan hacer es una crítica hacia la sociedad intentando decir que el hombre llega a unos extremos con tal de entretenerse a los que no debería llegar y la hacen muy bien.
La realidad de Truman es vista desde los objetivos de cinco mil cámaras estratégicamente colocadas.
El artificio sirve para instalar la acción en un punto de vista variable, casi siempre ajeno a la mirada natural del cine y habitualmente forzado.
La enunciación se multiplica de ese modo en un discurso deliberadamente impertinente.
El comienzo es fragmentario y unos títulos extravagantes -en realidad, los del programa: “The Truman Show"- reemplazan a los de la película: los fragmentos no le impiden al espectador atar cabos de a poco y llegar algo antes que Truman a la conciencia de la construcción, una telenovela eterna, en la que ha sido alojado.
Mientras allí los personajes se sumergían en la niebla mágica de lo desconocido para gozarlo, en The Truman Show el protagonista quiere retornar de la voluntad enajenada al propio arbitrio.
La realidad figurada le ofrece finalmente una puerta de salida, pero Truman sabe ya que si la escoge irá a parar a un mundo que carece de salidas, aunque el film no lo diga literalmente.
Muestra el mundo de Truman como una especie de “Big Brother” bestial en el que absolutamente todo, incluso la propia familia del protagonista, es falso, planeado; todas las experiencias de su vida son creadas intencionadamente para condicionar su forma de ser.
Truman no es más que el objeto de un cruel experimento en el que no se deja nada al azar.
Los protagonistas condicionan a Truman mediante los miedos: al agua, a los perros, a los riesgos de viajar en general; y la culpa: la muerte de su padre, el abandono de su madre.
Más allá de su extensión, la primera etapa del film alcanza singulares climas, mucho antes de conocer las claves de lo que acontece, el espectador es invitado a contemplar a Truman como si se tratase de un ciudadano corriente. Simultáneamente aflora una inquietante sensación de irrealidad, casi de magia.
En parte gracias a los encuadres, muchos de los cuales, se sabrá después, corresponden a las cámaras de TV, en parte por los chivos publicitarios que se cuelan en el show, en parte por la escenografía excesivamente impecable, que es la de la falsificación.
“You were real.
That's what made you so good to watch”
ENORME Jim Carrey, considero una injusticia que no fuera nominado al Oscar, le da vida en forma majestuosa a Truman, aportando toda su capacidad histriónica y sus dotes de histerismo, logrando generar un personaje auténtico.
Éste es su mejor papel y sin hacer el payaso de mala manera como en otras películas.
La interpretación de Carrey es una odisea a su propia vida y un reclamo de libertad, que, obviamente, nunca será reconocido.
Truman, con su lugar real y su lugar interior, o sea el espacio manipulado -el show- y el espacio del alma, que demarca la progresiva conciencia que se despierta en recuerdos: flashbacks culpables sobre la presunta muerte del padre, con cierta textura naturalista que los diferencia de la realidad sólo aparente del show; los recuerdos son, por fin, la memoria del personaje, es decir su inserción en la Historia, que es la evidencia del ser humano y su transcurrir.
Lo que Truman ignora es... TODO.
En el Show, lo único real es Truman.
Y lo real, en Truman, es que vive inmerso desde hace 30 años en la más grande construcción argumental.
Sus circunstancias reproducen cualquier cosa menos la experiencia cotidiana de la "gente común", esto es, del público.
Semejante impostura ni siquiera podría justificarse en nombre del morbo de la tele platea, que es lo que eleva los ratings de los todavía vigentes “reality shows”.
Truman vive en un mundo perfecto, sin males, sin delitos, un mundo de aviso televisivo de los años cincuenta, donde, por mencionar un detalle llamativo, todas las mujeres usan falda.
Todos los vecinos son maravillosos.
El tránsito es ordenado, el tiempo habitualmente óptimo.
Por su parte, Ed Harris (Christof) aporta lo suyo, como dueño y señor de la vida de Truman, es un desensibilizado que vende como un espectáculo sus desgracias y miserias, utilizándolo como instrumento de poder.
The Truman Show también merece otro nivel de lectura: el más superficial, entretiene.
El productor-creador del Show, Christof nombre más que elocuente, con la felicidad frankensteiniana de su criatura lleva treinta años de farsa, Christof dice que “su creación” no quiere abandonar el idilio, pero se lo impide: el acoso al que lo somete entre el tráfico y la desconsoladora agencia de viajes, donde podemos ver un cartel con un avión accidentándose bajo el lema: “It could happen to you”, por todos los medios y de las formas más ominosas.
El público es otro personaje, el más vil porque son los receptores dentro del film, espectadores del Show en cafés, bares, hasta tinas y casas de familia.
Los espectadores palpitan las vicisitudes de Truman como si fueran propias.
Viven más por, en y de él.
Estos se alimentan de lo anormal, brutal, conflictuado, extremo, de las almas reales que exponen, mientras que la esencia del show pasa por la normalidad, caricaturesca, pero normalidad al fin, que le fabrican al protagonista.
¿Serán los espectadores del futuro, prolongación de los de hoy, lisos y llanos imbéciles?
Hay que decirlo todo…
El personaje de Natascha McElhone, la única que se escandaliza, no altera este panorama.
Antes bien, es la heroína individual, esclarecida, que certifica la estolidez de todos los restantes.
Pero ahora tenemos otro personaje, igual de vil, voyerista, el público exterior a la película, nosotros, que vemos a Christof acariciar a su criatura (Truman) sobre el vidrio de la pantalla, y que simultáneamente sorprendemos a la víctima en su andar y que detectamos los mecanismos de la trampa.
En lugar de combatir al “stablishment”, The Truman Show se apropia de su excusa más añeja, esa que reza que:
"Al público hay que darle lo que quiere ver".
No por nada el film de Weir ocupa cerca de dos horas dándole a su público un show que virtualmente coincide con el de Christof.
Y vuelven las preguntas:
¿Es eso lo que quiere ver el público de Weir?
Es de creer que, cuanto menos, el público no quiere ver tanto de eso.
No lo necesita, ni siquiera para seguir el hilo argumental.
Para Weir, en el fondo, su público no difiere del de Christof.
El show, pues, es lo que Peter Weir quiere que sus espectadores vean.
El hecho de que su impresionante despliegue de producción sea el mismo que el del Show constituye el primer indicio de que The Truman Show lleva el germen de los males que denuncia.
No es para nada aventurado ver en Christof a un alter ego de Weir.
Y en este punto hay que preguntarse:
¿Cuál es el lugar del espectador real?
¿Se supone que The Truman Show sólo debería ser vista por esa masa de idiotas cómplices, a la que agrede subliminalmente?
En cualquier caso, y si es verdad que todo film nos mira, yo lo creo afirmativamente, The Truman Show nos mira como… imbéciles.
The Truman show supone una reflexión sobre las maneras en que la sociedad se deshumaniza y priva de vida propia al individuo, pues no sólo la víctima en esta película es Truman Burbank, sino todos esos espectadores que carecen de existencia particular y que pasan sus vidas sufriendo y riéndose ante el televisor, controlados, de esa manera, por el sistema, siendo un títere de una deidad que los maneja.
La vertiente moral de la cinta también podría tomar forma de interrogación:
¿Hasta dónde tiene derecho la industria del espectáculo a manipular la vida de una persona para convertirla en un show?
Y eventualmente:
¿Hasta dónde son cómplices los espectadores?
La progresión de The Truman Show, signada por la inocencia, toma de conciencia, asfixia y rebelión de Truman, transparenta la "postura" del director.
Peter Weir debe sentirse por lo menos indignado ante semejante estado de las cosas.
El problema es el color de aquella indignación, sus matices y sus destinatarios.
Espectacular la escena en que la mujer hace publicidad de los productos, y en la que Truman la amenaza y ella grita:
¡Ayudadme, esto no es profesional!
“I am The Creator - of a television show that gives hope and joy and inspiration to millions”
En The Truman Show tenemos de entrada un serio dilema ético y moral:
La vida y el destino de un hombre manejados al antojo de un productor de televisión y obedeciendo a los intereses y gustos emocionales de esa masa tonta que constituye el rating.
En este sentido The Truman Show resulta ser una gran metáfora, un poco torpe por su dimensión, pero por eso mismo, por su dimensión, considerablemente aterradora y directa.
Además, ya es un tema recurrente en el cine de los últimos años.
Entonces tenemos al gran poder mediático como el dios de nuestros días, un dios que puede crear hombres como Truman y puede determinar su destino.
The Truman Show da una elementalidad a los nombres de los personajes, cuando bautiza como “Christof” al productor del programa de televisión, a la encarnación humana de ese gran dios mediático, al hombre que está observándolo todo desde la luna de utilería y que tiene el poder de hacer salir el sol en medio de la noche o de provocar una repentina tormenta con sólo oprimir un botón.
Claro que este es sólo uno de los tantos aspectos de fondo que toca el filme, porque también hay, entre líneas, una crítica en tono de parodia a la clase media, odiosamente alienada y uniformada, marcada por la rutina, por el inconsciente desprecio a su trabajo y por la frustrante resignación a su estabilidad económica y emocional; también le da un estrujón a la televisión y su gran poder, a sus vicios y al peso que tiene sobre los espectadores; pero sobre todo, The Truman Show resulta especialmente reveladora con el contraste que hace entre la vida perfecta y armoniosa, pero artificial, que le han fabricado Truman.
La vida real y verdadera, incierta y riesgosa que este hombre en algún momento intuye que existe.
El dolor es la mejor prueba de que estamos vivos, dicen por ahí, y a Truman le faltaba ese dolor.
Por eso deja de lado ese miedo a navegar que le implantaron desde su infancia, para hacerse al mar, caricaturescamente temerario, en busca de la verdad, y navega para encontrarse, en una de las imágenes más sugestivas e impactantes de la historia del cine, con que su realidad-real es un horizonte de tablas y pintura.
Todo esto en cuanto al fondo, porque la forma no deja de ser menos acertada y virtuosa.
Toda la película está armada efectiva y hábilmente, pues su narración va proporcionado los elementos en el momento y la medida justa, de manera que el espectador vaya construyendo la historia y entendiendo las cosas a su debido tiempo.
Además, todo está bien dispuesto para mantener siempre en ascenso, el interés, el dramatismo y la intensidad de la trama, hasta llegar a un final lleno de posibilidades, que se quedó en el punto justo, no dio ni un paso más, ni un paso menos.
Claro que, como lo mencionaba antes, justamente el final es lo más convencional de The Truman Show, no tanto los acontecimientos que marcan el desenlace, sino más bien el tono en que este desenlace nos es presentado, pues con la actitud de Sylvia, la mujer de los sueños de Truman, al salir a un supuesto encuentro con él, y con la emotiva celebración de los espectadores, con aplausos y todo, como es costumbre en las películas de Hollywood, se insinúa un odioso “happy end” que da al traste con el planteamiento y el buen manejo que hasta ese momento se le había dado al tono de la historia.
Sin embargo, éste y otros casi imperceptibles cabos sueltos, no alcanzan a atenuar las sobradas cualidades que posee The Truman Show.
¿Significado filosófico?
El Solipsismo o "ego solus ipsus" es traducido de forma aproximada a "solamente existo yo".
Básicamente sin meternos en berenjenales, es tener consciencia de que lo único que podemos asegurar es la existencia de nuestra propia mente y que todo lo que nos rodea puede ser producto de nuestra mente.
Puede ser falso, una ensoñación, puede no significar nada o todo.
Ser solipsista es muy cansado si te lo tomas en serio.
Ideológicamente The Truman Show supone el análisis de las maneras en que la sociedad se deshumaniza y priva de vida propia al individuo.
La alienación del mismo, los efectos devastadores de los medios cuando son utilizados en fines poco éticos y la lucha por la libertad y la vida privada son los ejes que Peter Weir intenta adaptar audiovisualmente en The Truman Show.
Lo hace de manera bien explícita, sin muchos giros y de la forma más directa y concisa posible.
Además nos propone la imagen del espectador que pasa largas horas frente al TV consumiendo cualquier producto, manejados como si fueran simples marionetas de este gran negocio.
La metáfora de creador y creado, sus implicancias y la posterior sublevación del mismo para tener privacidad, para ya no ser un objeto de distracción sino una persona con necesidades y voluntad propia.
Se podría decir que The Truman Show es una adaptación de La Alegoría de la Caverna de Platón, donde Truman es el prisionero de por vida que no conoce otro mundo más que la proyección del mundo real, el escenario que se ha puesto frente a él.
Podemos encontrar relación con el escepticismo local que inaugura la filosofía de Descartes el cual señala la imposibilidad de conocer algo con absoluta certeza ante la posibilidad de la existencia de un genio maligno, Hipótesis del genio maligno, o dios engañador que controla y engaña todos nuestros razonamientos, tal relación se puede encontrar de manera similar en la película The Matrix.
También podemos encontrar en The Truman Show una semejanza con la doctrina moral del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que suponía que el alma humana debía pasar por tres estados diferentes en su búsqueda de la superación de las debilidades en que el hombre había caído tras la desvalorización del mundo real llevada a cabo por Sócrates y Platón, y concluida por la religión.
El protagonista se encuentra a gusto en el mundo que otros han creado para él y no quiere salir de él, pero al descubrir la verdad de su condición abandona su estado de "último hombre" para transformarse en un "león", un ser que cae en el más puro sinsentido y se rebela contra todo aquello que lo ha estado oprimiendo.
Finalmente, tras superar sus miedos, el protagonista llega a la última etapa de su alma, el "superhombre", que es capaz ya de abandonar el mundo que le han fijado y crearse su propio mundo, se convierte en un “Hombre Verdadero”.
The Truman Show es, en última instancia, una metáfora sobre creador y creado, y la sublevación de éste contra aquél, algo también presente en la literatura.
Pues aquí el personaje de Christof no es otra cosa que Dios, un Dios cruel y despiadado, como siempre se le ha reflejado, sin ir más lejos, en la Biblia, que maneja los hilos de la existencia de un personaje llevándolo hasta el paroxismo y, una vez ahí, ese personaje Truman, pero que pudiéramos ser cualquiera de nosotros, se rebela contra ese control y buscará que su vida sea controlada por su propios actos, por su propio albedrío.
The Truman Show presenta, en segundo plano o disimuladamente, varios elementos simbólicos que tienen un significado acorde con el mensaje en general:
- El nombre Truman es homófono en inglés a “True Man”, que se traduce como "Hombre verdadero", en alusión a que es lo único real en un mundo ficticio.
- La ciudad en la que está ambientada la acción se llama Seaheaven, que en inglés significa "Paraíso en el mar".
- El lema de la ciudad, como se puede ver en el arco de entrada, es "Omnis pro uno" que en latín se traduce como "Todos para uno", en referencia a que todo el mundo ha sido construido para uno solo, Truman.
- El director y creador del show es conocido como Christof, este es una abreviación de Christopher que significa "El que lleva al mesías (Cristo)", en alusión a que es él el que dirige y manipula la vida del héroe, como se refiere varias veces a Truman. Esto lo hacen desde la Luna, que representa la sensibilidad en el ser humano, símbolo de control de las sensaciones y emociones.
- Para terminar con el tema de los nombres cuidadosamente elegidos, el velero en el cual Truman navega hasta el fin del... estudio, donde descubre finalmente el gran engaño, se llama "Santa Marí¬a", en evidente alusión al barco de Colón y que curiosamente choca contra el cielo.
- Podríamos fijarnos en muchos detalles que nos recuerdan pasajes bíblicos como el papel de las aguas, las escaleras en el cielo, la voz de Christof como voz de un ser supremo...
En fin todos estos detalles apuntan a recordarnos que el ser humano ha sido creado para asumir su vida con responsabilidad, dejando de ser títeres manejados al antojo y para la diversión de otros.
El carácter simbólico del ser humano debe ser tomado siempre en cuenta como la medida de todas las cosas.
Cuando esto no es así, devienen formas de degradación de la especie.
El respeto por la singularidad traza un camino más lento pero también más sólido para desmontar ambas formas de autoritarismo: el de la fuerza y el de la demagogia, no por mucho nombrar la vida se está más cerca de alcanzar su sentido.
Lo real de la pulsión, la singularidad del objeto de goce, es el núcleo de la singularidad del sujeto, esto abre un campo de impredecibilidad.
El YO no es propietario del deseo, pero sí diremos que el sujeto es responsable de su puesta en acto.
¿Es esto una gran ironí¬a del engaño mediático, una burla a los “reality shows” o una blasfemia contra el mundo y su creador, un ser que serí¬a el gran engañador del hombre verdadero, Truman?
The Truman show es un grito de atención hacia donde se encamina una sociedad desensibilizada que asiste como a un espectáculo a las desgracias y miserias de su convecino, donde la libertad del individuo se vulnera por parte de un Estado que sólo precisa de la persona como un instrumento para el poder, película que, en definitiva, nos insta a pensar por nosotros mismos.
Puede que todo ello no sea más que, por desgracia, un grito en el desierto, en un mundo que ha sido entrenado para dejar de oír.
Pero igual que nos ocurre a nosotros.
Nos hablan de los nuevos límites del hombre, del desarrollo de sus posibilidades y la realidad, lejos de ayudarnos a ser lo que somos, nos va igualando en un mínimo monótono y sin propuestas.
Las cosas, en fin, son como se nos dice y todo cada vez es más complejo para cambiarlo.
Las diferencias persisten y aumentan, y empresas de ropa deportiva fabrican con el trabajo de niños lo que luego venden con el aire de lo sofisticado.
Tenemos anulada la capacidad para detectar contradicciones.
En The Truman Show, a partir de la intuición de Sylvia, Truman va cuestionando el mundo que le rodea: las repeticiones y las coincidencias.
Para que no trate de escaparse, Christof, el ideólogo de ese mundo, tiene dispuestas una serie de advertencias.
La principal es la del agua.
Truman le tiene pánico al agua y la única forma de salir es cruzando un único puente.
Sólo venciendo su miedo, Truman puede saber qué es lo que le espera más allá.
Y el reconocimiento de nuestros propios miedos es lo que, de nuevo, nos convierte en una versión real de Truman.
Mil veces hemos paseado por las playas de nuestras limitaciones, pensando la forma de cruzarlos para llegar a las formas personales de los deseos.
Llegamos a construir el puente pero siempre hay algo que falla.
Por mucho que se nos repita que vivimos en el mejor de los mundos, siempre existe la sospecha de que hay algo mejor.
Una sospecha que hace pensar en Platón y esas ideas de las que éste mundo es sólo una representación imperfecta.
La ideología es la que crea nuestra representación del mundo.
Todos estamos inmersos en ella.
Todas tratan de convencernos a través de la cabeza, pero su intento se queda siempre corto.
No logran abarcar esas intuiciones de algo más real que sucede en determinados momentos.
Una extraña sensación que se relaciona con la belleza y su fugaz manifestación.
Si yo hubiera sido uno de esos mil filósofos obligaría a mil alumnos a ver The Truman Show.
Es una forma contundente de explicar qué es la filosofía y para qué sirve.
De cómo es la vida sin ella y en qué se convierte si se opta por cuestionar lo que nos rodea.
La solución de Andrew Niccol es sincera: el cambio en la vida de Truman va a ser brutal y, sospechamos, va a ser para peor.
Christof se lo advierte.
Ha jugado a demiurgo, de entidad que sin ser necesariamente creadora es impulsora del universo, en un mundo perfecto, pero el destinatario de su obra se revela y lo abandona.
Y la fidelidad del público, pendiente durante treinta años, desaparece con el fin.
“¿Qué más ponen?”, pregunta uno de ellos.
Las cosas sólo duran mientras existen en televisión.
La máxima de Truman es una máxima que se hace asequible para cualquier ser humano corriente: la de la realización plena de los sueños y el rechazo al conformismo.
He ahí la significación del hombre que se rebela contra lo establecido para encontrar el verdadero sentido a su existencia.
¿Es tu vida ''real''?
Lo que más queda de The Truman Show es lo que no se ve, es decir, lo que te hace pensar sobre la vida, el sentido de la misma, la cantidad de cosas que podemos controlar y las que no.
Niego que una cosa tan inútil como el sufrimiento pueda dar derechos a lo que sea, al que sea, sobre lo que sea.

“Good morning, and in case I don't see ya: Good afternoon, good evening, and good night!”


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