The Accidental Tourist

“The business traveler should bring only what fits in a carry-on bag.
Checking your luggage is asking for trouble.

Un encuentro con el pasado y el encuentro con el futuro...
¿Puede un hombre tan centrado ya en una línea fija, inmutable, encontrar una esperanza?
Que un hombre, en este caso un escritor de guías de viajes, tenga ante sí una vida sin rumbo y no sepa encauzar el viaje de su existencia.
Un hombre que tiene miedo a relacionarse con el resto de la gente después de un grave incidente en su familia, por culpa del cual sólo ve la faceta negativa de los demás; ha dejado de confiar en la bondad innata de la gente.
En donde su trabajo es escribir guías turísticas que permitan a la gente sentirse como en su casa en cualquier parte del mundo, es decir, evitar el cambio, el contacto con otras culturas y otras gentes, lo que él mismo ha aprendido a hacer desde joven, y desde ese incidente todavía más.
Primeramente, viajar tiene un prestigio desproporcionado, siempre lo tuvo, de manera que la mayoría de la gente viaja porque esa actividad constituye, junto al BMW y los rayos UVA, la evidencia de que uno ha alcanzado ese nivel económico o cultural que le hace acreedor de una analítica baja en colesterol y de un álbum de fotos donde aparece con el Partenón a la espalda, o con un grupo de niños africanos corriendo tras el jeep en el que ha salido a cazar leones con la Nikon.
Es muy difícil encontrar en la literatura antigua o contemporánea testimonios en contra del viaje, aunque alguno hay, desde luego.
Madame de Stäel, que entre salón y salón se movió lo suyo, afirmaba que cruzar países desconocidos, donde se escuchan lenguas que no se entienden y se contemplan rostros que nada tienen que ver con nuestro pasado ni con nuestro porvenir, constituye una pérdida de dignidad que desemboca en el aislamiento. “Viajar es uno de los placeres más tristes de la vida”, concluía.
Y el ensayista norteamericano del siglo pasado Ralph Waldo Emerson, que tampoco paró, afirmaba que viajar es el paraíso de los necios.
En cuanto a William Hazlit, que pasó a la historia como el biógrafo inglés de Napoleón, merecería haber sobrevivido de todos modos por esta frase:
“Me gustaría emplear toda la vida en viajar, si alguien pudiera prestarme después otra vida para quedarme en casa”.
Pero hay un sujeto curioso, también decimonónico e inglés, un tal Sydney Smith, publicista y canónigo de la catedral anglicana de Londres, del que suele citarse, incomprensiblemente, una frase enigmática que logra echar por tierra todas las invectivas anteriores:
“Yo estimo que cada esposa tiene perfecto derecho a insistir en visitar París”.
Pero viajar no fue siempre una estupidez.
Hubo épocas en las que el viaje estaba asociado al mito, sin cuya existencia los hombres no habrían sido capaces de entender lo que les pasaba.
De viajes como el de Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro, del de Ulises regresando a su patria tras la guerra de Troya, o del de Edipo huyendo de un destino al que más se acercaba cuanto más lejos creía que se encontraba de él, aprendieron generaciones enteras, incluida la mía, el sentido profundo de la vida.
El viaje es, pues, quizá como el sentimiento religioso, una condición mental, una dimensión de alma que se joroba cuando lo codifican.
Así, han codificado la religiosidad, con los resultados catastróficos que todos conocemos, las oficinas de turismo han trivializado el sentimiento viajero, despojándolo de todo significado trascendente.
El viaje, convertido ya en una institución eclesial, y, por tanto, en una industria, aparece a mediados del siglo pasado en Francia, con la creación de unos clubes de alpinismo, cuyo modelo se extendería rápidamente por el resto de Europa.
A partir de ese instante se dejó de viajar por viajar y se comenzó a “viajar por haber viajado”, según la frase feliz de Alfonso Karr.
El turismo, en fin, es la falsificación del viaje, su sucedáneo, y está tan desprestigiado que la clase más barata de los aviones se llama así, turista.
La alternativa a esta clase no es mucho mejor, la verdad: se llama preferente u hombre de negocios.
Sólo que el hombre de negocios no viaja: va de un sitio a otro, pero siempre está con la cabeza en el mismo lugar.
Hay aún una tercera posibilidad: la gran clase, en la que toman caviar iraní y leen estudios de mercado los jefes de los hombres de negocios, pero estos seres sólo saben el país en el que están si les dices el día de la semana en que se encuentran, aunque primero tienen que consultar la agenda.
Así que el viajero de verdad ha desaparecido del mapa, sustituido por el turista, del mismo modo que la margarina ha logrado suplantar a la mantequilla.
No obstante, y a pesar del desprestigio señalado, el turismo es, como la hamburguesa, una industria floreciente: hay países enteros que viven de él, porque el hombre necesita ir de un sitio a otro para tener la sensación de que se recorre a sí mismo.
Por otra parte, del mismo modo que la margarina ha logrado guardar alguna semejanza con el producto al que suplantó, también en la textura del turista podemos hallar hebras de un tejido procedente del antiguo viajero.
Es más, si tuviéramos que señalar el modelo al que más se acerca el turista actual, diríamos que no es otro que el del héroe mítico que viaja al más allá y logra regresar de él para contarlo.
Se parecen en las penalidades que tienen que pasar.
Esto lo sabe cualquiera que haya tenido que sufrir un viaje de ocho o diez horas en la clase turista de cualquier compañía, encajado en el interior de una rendija llamada asiento, a la que le arrojan todo el rato, desde arriba, auriculares, almuerzos, desayunos y meriendas de placito con el único objeto de impedir que se duerma y sueñe que está volviendo a casa.
Pero se diferencian en que al turista, al contrario de al héroe mítico, lo único que le espera en el más allá, en lugar de una verdad fundamental, es un escaparate de platos combinados en los que acecha la salmonella o un hotel con dos estrellas menos del que contrató en origen.
Por otra parte, el viajero mítico regresaba del más allá fortalecido moralmente, mientras que el turista actual suele regresar más cansado y mezquino que cuando partió, sobre todo si piensa en la factura que le pasará dentro de un mes la tarjeta de crédito.
El turismo, por no curar, no cura ni el nacionalismo, que era una de las cosas que primero se te quitaban antes cuando viajabas un poco.
O sea, que el turista tiene que pasar tantas pruebas como un héroe de leyenda, pero al final, en lugar del vellocino de oro, sólo logra conquistar, si le son favorables los dioses, una tumbona en un campo de concentración llamado playa.
Viajar es triste, sí, cuando uno no sabe adónde va, a pesar de la guía ilustrada que lleva en el bolsillo.
El viaje, en su sentido más profundo, exige una estrategia de aproximación que sólo se encuentra en el mapa moral que uno sea capaz de confeccionarse antes de partir.
Lo que ocurre es que esos mapas están ausentes del pensamiento contemporáneo.
Ocasionalmente, se puede encontrar con alguien que todavía cree viajar.
No le quite la ilusión si se siente que por esa persona algún aprecio, pero no le creáis.
Recordad vuestro último viaje y veréis que en vuestra conciencia aparece antes la inscripción de la gorra del turista que tenías delante que la expresión del monumento que teóricamente habías ido a ver.
A lo mejor, incluso, el de la gorra eras tú mismo, o era yo.
Y tú y yo éramos también los que regateábamos, en plan turista, el precio de unos cinturones artesanales a unas pobres mujeres africanas.
Y esa señora horrible, con gafas, que se pelea con las ratas aéreas, llamadas palomas, de la plaza de San Marcos, en lugar de echarse a llorar por la belleza del lugar, también somos tú y yo.
No tenemos arreglo.
No hay salvación, en fin, en el turismo, pero fuera de él no es posible el viaje.
Y viajar es necesario, no ya por no perder esa sensación esencial de ir de un lado a otro de uno mismo, sino porque tiene prestigio, y sin prestigio hoy no vas a ningún sitio.
Hay que seguir moviéndose, por tanto, y para ello nada mejor que aquella recomendación de Paul Morand, que, sin embargo, parece una frase extraída de la película The Accidental Tourist:
“Cuando compréis una maleta, no olvidéis que en el curso de una largo viaje se presentará un momento en que os veréis obligados a llevarla vosotros mismos”.
The Accidental Tourist es un excelente retrato de la soledad, el amor y el desamor.
La historia se centra en la vida interior del protagonista, los problemas personales que le afectan, el progresivo desmoronamiento moral que padece, la apatía y la falta de capacidad de tomar decisiones que le caracterizan, sus deseos de soledad, la renuncia a la felicidad y su insano aislamiento.
Cuenta sólo con la compañía de un perro, una máquina de escribir (ya existían PC con tratamiento de textos), el trabajo y sus viajes.
El drama de Macon (William Hurt) suma tres factores: la muerte del hijo, el abandono de la mujer (Kathleen Turner) y la debilidad personal para afrontar el desánimo y el dolor.
La irrupción en su mundo de Muriel Pritchett (Geena Davis), muchacha separada, de escasos recursos económicos, adiestradora de perros, madre de un niño de 7 años, espontánea, comunicativa, sensata y discreta, produce en él un impacto inesperado y no deseado, que da lugar a temores e inseguridades.
La propuesta que se le plantea es la de aceptar la desgracia, sin olvidarla, asumiendo que, pese a todo, su felicidad es todavía posible.
Su esposa Sarah, rehecha del estrés, trata abiertamente de recuperar su afecto.
Inseguro por naturaleza y poco dado a tomar decisiones, Macon se enfrenta a un dilema, cuya resolución puede superarle.
The Accidental Tourist es un film de 1988 dirigido por Lawrence Kasdan y escrito por Frank Galati y Lawrence Kasdan en una muy lograda adaptación de la novela homónima de Anne Tyler.
Producida para Warner Bros. por Lawrence Kasdan, Charles Okun y Michael Grillo, con Phyllis Carlyle y John Malkovich como productores ejecutivos, John Bailey como director de fotografía, con música de John Williams, montaje de Carol Littleton y diseño de producción de Bo Welch.
Protagonizada por un siempre ENORME William Hurt, Geena Davis, Kathleen Turner, Bill Pullman, Amy Wright, Robert Gorman, David Ogden Stiers y Ed Begley Jr., entre otros.
The Accidental Tourist fue nominada a cuatro premios Oscar, incluyendo mejor película, guión adaptado, banda sonora, y mejor actriz secundaria, aunque no consiguió ninguna de las primeras 3 estatuillas fue Geena Davis, por aquel entonces prácticamente desconocida, quien recibió el Oscar por uno de sus más sencillos pero sinceros trabajos.
The Accidental Tourist es visualmente lenta, sumida en la estética de los 80, pero sin duda una adaptación acertada.
La dirección explora el mundo interior de una persona desolada con aptitudes limitadas de reacción, la opción que se le plantea es aceptar la desgracia, asumiendo que, pese a todo, su felicidad es todavía posible.
Me encantó el detalle de la familia que nunca contesta al teléfono como símbolo perfecto de la incomunicación elegida.
Me identifico completamente con ellos.
The Accidental Tourist tiene un título perfecto, Hurt es una especie de ser de otro mundo, un turista accidental en la vida, embrollado en sí mismo.
También es digno destacar los personajes de las dos mujeres, ambas muy distintas y muy reales.
En ellas se describe muy bien el tema de las mujeres, están muy bien caracterizadas, sus reacciones...
Describen perfectamente a la mujer.
Concretamente, William Hurt es un hombre aburrido que escribe guías de viaje para hombres de negocios, para aquellas personas que realmente odian viajar, pero que por motivos laborales no les queda otro remedio.
Para esos turistas, Hurt pasa su vida visitando ciudades, recomendando lugares para que la gente se sienta como en casa.
Todo lo que un turista accidental necesita, está en la guías de este personaje.
Por otra parte, Kathleen Turner es también aburrida, porque no es capaz de levantar un matrimonio que día tras día se va sumergiendo en un abismo que la separa de su marido, porque no es capaz de afrontar el hecho de que su hijo ha fallecido, de que le queda una vida que debe conseguir sobrellevar.
Sin intentar averiguar cómo está llevando su esposo este duro trauma, le anuncia que ha decidido separarse de él.
Es a partir de este momento, cuando empieza una historia, conmovedora, donde los sentimientos de los personajes ocupan el papel protagonista, pues cobran una profundidad casi real, plasmando las sensaciones de tristeza y melancolía en el espectador.
La apatía, la soledad, la renuncia a la búsqueda de la felicidad... ese pequeño mundo en el que Hurt pretende vivir el resto de su vida, se verá invadido por la presencia de una entrometida adiestradora de perros.
Geena Davis encarna a este encantador personaje, una chica totalmente opuesta a todo lo que rodea a Hurt: optimista, dulce, habladora... con un carácter incompatible al de Hurt, una persona sencilla y humilde que despertará en él esas ganas por seguir viviendo, el demostrarse a sí mismo, que no es necesario olvidar los malos recuerdos para seguir adelante, sino que es posible vivir con ellos y ser feliz de nuevo.
Los singulares personajes secundarios que aparecen en The Accidental Tourist, realizan un trabajo estupendo: los hermanos de Hurt, que no saben vivir sin la presencia de la hermana, unos niños atrapados en el cuerpo de personas adultas con un nulo o escaso sentido de la orientación, puesto que al estar acostumbrados a vivir encerrados durante años en una casa de la que nunca salen, no conocen los encantos de la gran ciudad.
Bill Pullman, editor de Hurt, es el tímido joven que se enamora de la hermana de éste.
También cabe hacer mención al perro Edward, este pequeño animal que será el desencadenante de que las vidas de los protagonistas se unan.
Hurt se verá inmerso en una difícil duda.
Él no es un hombre que sepa tomar decisiones y se le plantea un importante reto, del que dependerá su destino: volver con su esposa e intentar afrontar sus miedos y preocupaciones, procurando ser los dos más comprensivos y comunicativos, o por otra parte, adentrarse en este nuevo mundo que hasta ahora desconocía, y que una pobre chica de los barrios bajos, le ha mostrado.
The Accidental Tourist nos muestra pequeños detalles, voces rotas, cuerpos que se desarman porque la mente tiene miedo y el cuerpo pide ayuda…
Nos muestra la oscura dimensión del dolor, hasta que se comprende que los íntimos placeres vienen a resucitar el corazón que se creía muerto.
Las pérdidas nos arrastran a lugares de extraordinaria soledad: la turbamulta va y viene a nuestro alrededor, indiferente, hasta que comprendemos que lleno está el mundo de nuestros seres perdidos, esperando que los reconozcamos.
The Accidental Tourist es un film sobre la soledad, sobre la compañía, sobre el redescubrimiento de las cosas cotidianas.
The Accidental Tourist habla del matrimonio, de un matrimonio frustrado, de una separación, de un renacimiento... y todo ello lo hace sin sentimentalismos, y donde el espectador no logra identificarse con ninguno de los personajes.
The Accidental Tourist transmite cierta angustia existencial, y en la que quizá estén todas las claves del existencialismo, una clave que gravita sobre el personaje de Hurt: un misántropo solitario, hierático y ensimismado, de extrañamente conservadoras costumbres familiares.
Kasdan nos ofrece un itinerario irresoluble, continuas idas y vueltas, giros y demás que impiden extraer conclusión absoluta alguna, de un “asentimental” por el mundo de los sentimientos, además de ser una demostración de que por muy apartado y apático que uno quiera estar, siempre, todo día, nos rodea algo, alguien, que nos obliga a una constante toma de decisiones.
…y no lo olvide, pues, sobre todo si además de arrastrar la maleta tienes que empujar al mismo tiempo la silla de un paralítico imaginario que allá donde vayas se encargará de recordarte que en el fondo no eres más que carne y huesos.
Y buen viaje a ninguna parte.

“And most importantly, never take along anything on your journey so valuable or dear that its loss would devastate you”


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