City Lights

“A Comedy Romance in Pantomime”

En 1911, se publica un texto, convertido ya en un clásico para todo amante del cine, “El Manifiesto de las Siete Artes” de Ricciotto Canudo, donde señala el proceso evolutivo del hombre, en relación con el resto de las artes consagradas:
La arquitectura, la música, la pintura, la escultura, la danza y la poesía, hasta llegar a la modernidad con el nacimiento del cine, considerado un arte totalizador, donde se fusionaron el resto de las artes.
Para el autor, el cine representaba la conciliación de las formas, de los ritmos, del movimiento, de la expresión articulada de la palabra.
Así, el cinematógrafo fue denominado “El Séptimo Arte”, en relación a las anteriores.
O sea, que desde aquellos primeros tiempos, entre todas las artes, la poesía fue parte de su esencia.
Durante la década del 20, surgen en Europa, distintos movimientos de vanguardia que, a través de la experimentación, y luego expresado en sus postulados teóricos, vuelven a hacer énfasis en las formas más puras del cine, subrayando nuevamente, las características integrales del cine como expresión artística que comulga con el resto de las artes.
Recordemos que, hasta ese momento, el cine era silente, y en blanco y negro, y no parecía necesitar ni el color ni la palabra.
Sin embargo, y en contra de la opinión de varios artistas, al cine lo dotaron de voz.
En 1927 se estrena “The Jazz Singer” de Alan Crosland, y ya nada sería igual.
Entre los grandes opositores, se encontraba Charles Chaplin, quien desarrolló una carrera artística brillante, prescindiendo de la palabra.
Su rechazo, lo llevó a publicar, en 1928, un artículo en el Motion Picture Herald Magazine de Nueva York, titulado:
“El gesto comienza donde acaba la palabra o los talkies!”, como se designaba inicialmente a los films hablados.
Allí, argumenta que:
“La palabra destruye la gran belleza del silencio, y no deja nada a la imaginación…
Lo hablado ataca el arte de la pantomima, y no deja lugar a la poesía del gesto”
Pasaron 85 años, desde aquel debut que dio lugar a la palabra pronunciada, hasta el estreno reciente del film francés “The Artist” de Michel Hazanavicious, en 2012.
Un film que transcurre a fines de los años 20, donde se vivencia, el traspaso tan resistido por Chaplin y otros tantos.
Una apuesta cinematográfica que no sólo fue exitosa, sino que invita a replantearnos, en pleno siglo XXI, ¿por qué no?, cuestiones sobre el carácter ontológico de las imágenes en movimiento; o si se quiere, algo más superficial, preguntarnos el por qué de su éxito.
¿Cómo harías, si fueras director de cine o de teatro, para que una ciega confundiera, a un pobre vagabundo con un rico paseante, en un mundo de silencios?
“Am I driving?”
City Lights es una película de comedia estadounidense, de 1931, musicalizada, escrita, dirigida y producida por Charlie Chaplin.
Protagonizada por Charlie Chaplin, Virginia Cherrill, Florence Lee, Harry Myers, Al Ernest Garcia, Hank Mann, Jack Alexander, Tom Dempsey, Henry Bergman, y Jean Harlow.
City Lights ocupa el puesto #11 en la lista de Las 100 Mejores Películas elaborada por el American Film Institute en el año 2007.
Esta comedia romántica, es una clara muestra de lo que se hace por amor.
Chaplin dirige a través de un guión de él, Harry Clive y Harry Crocker; una obra maestra más, en la que se hace un muy buen retrato social de la época, y vigente hasta nuestra época, donde existe gente que tiene tanto, y gente que tiene tan poco; y además de mostrarnos una muy bella historia de amor incondicional sin rayar en lo ridículo, y conservando los siempre magistrales gags, a los que Charlie nos tiene más que acostumbrados, de principio a fin, en todos sus filmes.
En esta ocasión, Charlot se planta ya en lo visual de la época sonora, pero no en lo sonoro, mostrándose en una mayor calidad en la puesta en escena de City Lights.
Con entrañable ternura y emotiva inocencia, Chaplin nos conmueve con la sencillez de su narrativa, la cual, no debe ser analizada lógicamente, sino que, debemos considerarla como una expresión muy efectiva, de lo que es la diligencia en procurar el bien ajeno, aun a costa del propio.
Las expectativas de la comedia muda no eran fáciles de satisfacer, especialmente para Chaplin.
A diferencia de sus rivales, Buster Keaton y Harold Lloyd, él hacia todo.
Nunca tuvo guionistas que lo ayudarán a describir su forma de ver al humor en sus historias, construía sus rutinas, desde sus pies hasta su cabeza, y las ensayaba incontables veces.
Luego, de toma tras toma, las extendía y las simplificaba a su gusto.
Dirigía a los actores interpretando todos los papeles, de forma que él fue la florista ciega, el millonario, y hasta al niño vendedor de periódicos.
Al contrario que en otras obras del cine mudo, en las que los personajes parece que desean hablar, valga Buster Keaton como ejemplo, el vagabundo de Chaplin es intrínsecamente mudo:
Él es siempre un marginado, un observador, el solitario, no se le dota de hogar, o de amigos, existe inalienable en un plano distinto al resto de personajes, y se relaciona con ellos, sólo a través de sus actos.
Charlot fue creado, por y para el mundo silente, tal vez por ello, cuando Chaplin rueda City Lights en 1931, 3 años después de la introducción del sonido en el cine, lo hace con total ausencia de diálogo, como si se tratase de una película muda.
Su rodaje se inició en 1928, unos meses antes del estreno de “The Jazz Singer”, la primera película sonora, que tuvo una repercusión demoledora en la industria del cine.
Sin embargo, Chaplin sabía que no podía hacer hablar a Charlot, o se rompería la magia.
Aun así, se valió de la sonorización para tener el control de cómo la música debía acompañar a las imágenes, y para incluir algunos efectos de sonido a lo largo del metraje, e incluso, se permitió una broma en la secuencia inicial de City Lights, en la que durante la inauguración de un monumento, se da un discurso del que no se entiende nada de lo que dicen, y a partir de ahí, toda la película transcurre como siempre, con pantomima e inserto de carteles, con los diálogos escritos, no hablados.
Sus movimientos extraños, su inconfundible caminar oscilante, garbo desequilibrado y enorme cadencia musical, no precisa de diálogos que interrumpan el flujo de la acción, porque en City Lights, cada plano habla por sí sólo, claramente, sin necesitar de discurso alguno, construyendo ese lenguaje del cine universal, que desconoce los límites nacionales que estaba incorporando, mediante la palabra, el cine sonoro.
En City Lights podemos encontrar las payasadas, la melancolía, el dramatismo, la parodia de lo cotidiano, la caricatura social, el melodrama, las argucias, la gracia, la fantasía, la ternura y la humanidad que contagian todas sus películas, la maestría al servicio de los detalles y, por supuesto, ese personaje al que dio vida, y que se convirtió en uno de los iconos de la primera mitad del siglo XX.
La acción de City Lights, tiene lugar en una gran ciudad americana en 1930, en los primeros meses de La Gran Depresión, cuando cunden el paro, la miseria, los atracos, los suicidios y la desesperanza.
Charlot, el personaje interpretado por Chaplin, es un pobre vagabundo sin hogar, que conoce, y se enamora, de una florista ciega (Virginia Cherrill)
Poco después, evita el suicidio de un millonario borracho (Harry Myers), quien le hace promesas de amistad eterna por haberle salvado la vida.
Sin embargo, cuando está sobrio, el millonario le rechaza.
El vagabundo, inicia un romance con la florista, quien lo toma por un millonario, y cuando este descubre que van a embargar la casa de la chica, si no reúne dinero suficiente, prueba suerte en diferentes trabajos, entre ellos, barrendero y una competición de boxeo.
Obtiene, finalmente, 1,000 dólares de su amigo millonario, quien se los regala generosamente, cuando se encuentra ebrio.
Una vez sobrio de nuevo, niega conocer a Charlot, y hace que le persiga la policía.
Charlot da el dinero a la florista, quien así, consigue evitar ser desahuciada, y puede someterse a una operación que le devuelve la vista.
El protagonista, en cambio, es capturado por la policía, y es acusado del robo del dinero, y pasa una larga temporada en prisión.
Al salir, vuelve a encontrarse con la florista, que ahora regenta una tienda, en lugar de un puesto callejero, y vive con la esperanza de reencontrar a su supuesto millonario.
City Lights termina con la escena, en que la florista, reconoce a Charlot como su benefactor.
De todas sus películas, City Lights ofrece la caracterización más completa del vagabundo.
Sin familia, sin amigos o un lugar donde vivir, está parado fuera de nuestra realidad, a veces, intentando entrar, y a veces sin importarle la marginalidad.
Como un niño, con un puro e inocente corazón, y con los mejores motivos, se ofrece a la vida, y a sus consecuencias.
El amor no es fácil de reflejar ni de explicar, pues todos tenemos una concepción diferente del mismo, pero en City Lights, se habla más de él, que en muchas investigaciones realizadas sobre el tema.
Emocionalmente, aflora sentimientos del amor más puro.
Ves qué siente por la chica, y qué está dispuesto a hacer por ella.
Si la heroína no puedo verlo, puede sentir ese amor, y eso es lo maravilloso de City Lights, la sencillez y la simpleza, con la que plasma el sentir de los protagonistas, sin necesidad de ninguna palabra.
Como lo expone Chaplin, siempre tuvo el problema de que las intérpretes femeninas de sus films, aparezcan interesadas hacia un vagabundo, hecho que no parecía lógico.
Frente a este dilema, en City Lights, ideó que la florista fuera ciega, y creyera ser ayudada por un caballero elegante, confusión que se aclara dramáticamente al final.
También agrega un dato esencial para ese desenlace, y es el del millonario, que cuando esta ebrio es gentil y amable, y lo considera un igual, pero al abstenerse, lo desprecia y lo aparta.
Sin embargo:
¿Cómo lograr que una ciega confunda a su benefactor con un millonario?
El sonido de la puerta del auto, y el arranque, son los que resuenan a riqueza y hacen el truco.
En esta instancia, la pista de sonido hubiera ayudado, pero él y Cherrill, deben transmitir la confusión de ella, y el entendimiento de él, de lo que sucedió, con un pensamiento mímico.
Fácil de decir, pero difícil de interpretar, ya que City Lights tenía música, y palabras incoherentes, pero era esencialmente un film mudo.
Esta escena era la más importante, y de ella dependía toda la magia de City Lights.
Así pasaron semana tras semana, repitiendo una y otra vez la misma escena, 342 veces para ser exactos; y lograrlo es muy grande.
Para nosotros es muy fácil entender esa escena pues, quien más, quien menos, conoce la letra de la canción “La Violetera”; pero, un inglés, un estadounidense...
¿Cómo asimilan que esos acordes vayan ahí, engarzados cual orfebrería con esas imágenes, y además, cuadren al milímetro durante toda la escena, variando el tempo de la copla, insertando silencios estratégicamente, y coreografiando el movimiento de los 2 protagonistas a la perfección, para que la flor entre en el ojal en el momento justo?
IMPAGABLE
Por otro lado, para poder perfeccionar sus films de comedias, Chaplin incorpora romance, sentimentalismo, a veces en demasía, y algo de tragedia.
Juega con la sensiblería, y hace que te sientas profundamente sentimental.
De esa mezcla se sustenta City Lights, por ejemplo:
La presentación del vagabundo, roncando con indiferencia sobre la estatua, fue una de las mejores entradas cómicas de sus films.
El encuentro con la florista en la puerta de la mansión, y la despedida en las escaleras de su casa, está lleno de ternura, y así a través de toda la historia, vamos desfilando por toda clase de emociones.
Con una delicadeza inigualable, Charlot se inmortalizó como el galán romántico por excelencia, capaz de ganarse el amor de su amada sin poseer belleza física, ni dinero, ni posición social.
Simplemente con la sinceridad de sus sentimientos, con su amabilidad innata, sus tiernos modales, su alegría contagiosa, y la certeza de que, pese a las dificultades, siempre va a ganar la batalla a las miserias cotidianas, remontándose por encima de ellas, porque posee una luz especial que lo eleva.
“Llévelo usted señorito,
que no vale más que un real,
cómpreme usted este ramito
cómpreme usted este ramito
Pa' lucirlo en el ojal”
City Lights es simplemente, disfrutar de cada escena en Nueva York, en una época en la que Estados Unidos está sumido en La Gran Depresión tras el crack del 29.
El mismo año en que el Empire State Building neoyorquino, se elevó a los cielos para la posteridad, época en que la ciudad creció verticalmente de forma espectacular, y la jungla de asfalto, ya comenzaba a colapsar calles y avenidas, con riadas de tráfico y tribus urbanas, dotando a la ciudad de ese pulso característico.
Contemplar aquella época concreta, los modelos de automóviles en boga, las modas en el vestir, y en los peinados, magnates que trataban de salir a flote pese a la depresión, y una economía que comenzaba a recuperarse lentamente.
Contraste entre señores y damas elegantes, y golfillos y vagabundos callejeros, empleados de banca y abogados de firmas importantes, y vendedores ambulantes que recorren las calles, para tratar de obtener unas míseras monedas...
Noches etílicas de periplos por casas elegantes, restaurantes y fiestas, y mañanas de resaca de crudo regreso a la realidad.
En City Lights coexisten algunas de las más grandes secuencias cómicas de Chaplin.
Se burla de la vacuidad de los discursos políticos, la escasa fiabilidad del oído, la chica confunde a Charlot con un millonario, la mala calidad del sonido de los primeros films sonoros, la falsa felicidad que da la riqueza, las limitaciones y la fragilidad de la amistad, los deportes violentos, etc.
Desde la escena inicial, en la que se inaugura una estatua, y cuando retiran el velo se le ve durmiendo en el regazo de un héroe de piedra grecorromano; o el famoso combate de boxeo, en la que hace gala de una ágil coreografía, consiguiendo colocar siempre al árbitro entre él y el contrincante; o la escena en la que trata de hacer desistir al millonario en su intento de suicidio, y termina casi ahogándose en el mar, con la roca colgada de su propio cuello; o la escena en la que se traga el silbato, y comienza a perseguirle una jauría de perros; o la secuencia en la que se enfrenta a los ladrones en la casa del millonario; o la del club nocturno, en la que defiende a la bailarina del chico con el que estaba bailando; o la escena, mi preferida, en la que llega a casa de la chica ciega para entregarle el dinero del alquiler, y de la operación de ojos y, tras besarle la mano, se encoge de hombros, mete la mano en el bolsillo, y le da también su último billete…
Y la última, uno de los momentos más románticos y emocionantes del cine, cuando la florista le reconoce, tocándole sólo las manos, él cabecea, sonríe, ella le acepta y él continúa su camino…
City Lights se titula enigmáticamente la película, a pesar de que una de sus protagonistas es una ciega, que no puede ver esas luces.
Quizá por ser la única que no se ha dejado cegar por las brillantes luces de las grandes ciudades, erigidas por la burbuja económica que reventó en el 29, es también la única que puede aceptar, sin un solo pero, al vagabundo que la mira desde el otro lado del escaparate; o quizá las verdaderas “luces de la ciudad” no son los neones de Broadway, ni el brillo de los dólares de los locos años 20, sino ellos mismos, el vagabundo y la violetera.
En cuanto a las actuaciones, Charles Chaplin nunca decae en su actuación, y City Lights es un ejemplo más.
Virginia Cherrill conmueve, y convence, en su actuación de una mujer invidente. 
Harry Myers, quien tiene al personaje más interesante, sobrelleva muy bien su papel. 
IMPAGABLE, Al Ernest Garcia, como el mayordomo James.
Y una curiosidad, la aparición no acreditada de Jean Harlow como extra.
El resto del “cast” lo hace bien, aunque no son actuaciones notables.
También la música juega un papel esencial en esta fábula de amor.
Si bien, hay quienes dicen que las composiciones musicales de Chaplin son terriblemente cursi, y pasadas de moda, de hecho la mayoría lo eran, se adaptan prodigiosamente a cada historia, realzando en detalle cada escena.
De hecho, de la música se sujeta de por sí, toda la escena final.
En City Lights, la música de “La Violetera” nos va guiando, en cada uno de los encuentros, entre nuestro héroe y su amada, pero es al final, donde la escuchamos más compasada, remarcando el sentido trágico del momento, para enmarcar perfectamente esa hermosa composición de imágenes, como una de las conclusiones más perfectas en la historia del cine.
Ya que ni con todas las palabras del mundo, sea cual fuere el idioma, se puede describir.
La música de éxito “La Violetera” compuesta por José Padilla, popular en París, Londres y Nueva York, es el hilo conductor de City Lights y, como recuerda en sus memorias el director, inspira el film, y fue cantada, igualmente, por Raquel Meller.
Chaplin la conoció cuando triunfaba en una gira por Estados Unidos, e intentó, sin éxito, incluirla en el reparto de City Lights.
En City Lights se incluye la música, sin reflejar la autoría del auténtico compositor, por lo que José Padilla interpone, el correspondiente pleito, que gana en París.
Cuenta el actor español Tony Leblanc que un día, viendo City Lights, se dio cuenta de que la melodía era “La Violetera”, y no se mencionaba al autor, y fue él quien avisó al maestro Padilla, que a partir de ahí, inició los trámites para el pleito que interpuso.
“You can see now?”
En una época cuando las películas de superproducción confunden “más grande” y “más ruidoso” con “mejor”, creo que es necesario volver a esas “silenciosas” que son fuente de gran placer y deleite.
Y si además, vienen con el sello de un genio... se convierten doblemente en indispensables.
En los tiempos actuales, cuando gran parte del cine está al servicio del negocio de unos pocos, y la calidad de las películas se mide, casi exclusivamente, por su recaudación en taquilla, en el que el cine más aceptado, es el entendido, únicamente, como espectáculo de efectos al margen de su calidad narrativa, interpretativa, o estética, conviene revisar, de vez en cuando, alguna de estas cintas que permanecen dormidas, a la espera de enseñarnos:
Qué es el Cine, a quienes queremos aprenderlo, y que, a pesar del paso del tiempo siguen ahí, sobreviven imborrables con su graciosa perfección, y su destreza artística, justificando la mayúscula de la palabra ARTE.
Escribió Charles Chaplin en sus memorias, que acudió al estreno de City Lights con Albert Einstein, a quién vio secarse unas lágrimas contemplando el final.
“Alguien capaz de crear la poesía del gesto para huir de las palabras, de dibujar personajes en el aire, musicalizar la mudez de su cuerpo, y esconder el dolor bajo un sombrero.
De tan libre y rebelde desmaquilló la ciudad a su antojo, expuso sus defectos públicamente, bajo los brillos nocturnos que encandilan a los mismos de siempre, aquellos ricos habitantes de la ciudad, que sólo ebrios de abundancia llenan la soledad de un vagabundo, nada más irreal, nada más cierto.
En la ciudad de la luces, grandes son las sombras.
Él no pertenece a esa ciudad iluminada.
Él colorea las caras de los suburbios, aquel juego de contrastes, de pocas piezas.
Observa y se transforma en los ojos de una florista ciega, otra soledad invisible que captó su amor.
Pero:
¿Quiénes ven la realidad, si el glamur los ciega?
No se mira lo que se teme, se lo ignora, se lo olvida, se lo invisibiliza, como a Chaplin, el vagabundo y a la florista ciega.
Ver sin ser vistos, la cámara como un testigo sigiloso, la suavidad palpable de sus rostros.
Flores naciendo del asfalto"
¡Cuánta luz hay en las sombras!

“Tomorrow the birds will sing”



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