M

“I can't help what I do!
I can't help it, I can't...”

Muchas veces, dar con la tecla acertada en el ámbito político no es fácil.
Cuando las ideas a defender pasan por el púlpito, que sobre el terreno de la lógica ocupa el concepto de verdad, las controversias están a la orden del día.
Desde un punto de vista lógico, es evidente que, nadie dice la verdad, o ad hoc, todos tienen parte de verdad cuando se trata de reivindicar, defender o levantar una teoría del Estado.
Los turbulentos años de la República de Weimar, previos a la llegada de Adolf Hitler al poder, propiciaron en Alemania, una etapa de profunda crisis en la que la agitación política, el desempleo, y la devaluación económica mantenían a la población en un permanente estado de angustia.
Se ha dicho, no sin razón, que esta situación fue el caldo de cultivo del que surgió el expresionismo, corriente que abarca todos los campos de la actividad artística.
La distorsión de las formas, la iluminación en claroscuro, y los abundantes relatos sobre locos, y criminales, son algunos de los aspectos más ostensibles de la estética expresionista, entendida como manifestación de la tortura individual, y del malestar de una época.
“¿Acaso puedo cambiar?
¿Acaso no tengo esa semilla maldita en mí?
¿Ese fuego, esa voz, ese suplicio?
¿Pero quién me va a creer, quién conoce lo que hierve aquí dentro?
Eso que grita y ruge en mi interior que debo hacerlo…”
El temible “Vampiro de Düsseldorf” está considerado como uno de los más sanguinarios asesinos en serie de todos los tiempos, por los expertos criminólogos y psicólogos, que han seguido su caso de cerca.
Peter Kürten (1883- 1931) fue uno de los asesinos en serie más conocidos de Alemania, cometió al menos 9 asesinatos a adultos y niños, y 7 intentos frustrados.
Kürten nació en la localidad de Mülheim, ahora distrito de la ciudad alemana de Colonia, y fue el 3° de 13 hermanos en el seno de una familia extremadamente pobre.
Peter presenció cómo su padre, un alcohólico y violento trabajador en paro, maltrataba a su madre e, incluso, violaba con total impunidad a algunas de sus hermanas menores.
Así fue como a la edad de 8 años, Kürten se escapó de su hogar familiar, y dirigió sus pasos al mundo de la delincuencia en la ciudad de Düsseldorf.
A los 9 años, realiza sus primeros asesinatos cuando ahogó a 2 amigos, mientras se bañaban en el Rin.
A excepción de estos 2 casos aislados, Kürten fue intercalando sus pequeños actos de delincuencia, con breves pasos por la cárcel para pagar sus fechorías.
También, fue contratado como perrero donde experimentó el “placer” de torturar, violar, y matar a perros abandonados.
De su amigo drogadicto aprendió a masturbarse, mientras torturaba animales, pero lo que más le gustaba a Peter, era apuñalar a los animales cuando estaba teniendo relaciones sexuales con ellos.
En una ocasión, se le ocurrió succionar la sangre del animal.
El placer que obtenía con ese acto no era comparable con nada, así que este hecho, se repitió muchas veces, y esa succión de sangre acabó dándole el nombre de “El Vampiro de Düsseldorf” con el tiempo.
Ese no fue el único caso, en la vida de Kürten, donde experimentaría experiencias sexuales y torturas a animales.
Sus violentas tendencias se fueron incrementando a medida que se iba haciendo mayor.
Paralelamente, Kürten necesitaba trasladar esas experiencias sanguinarias de animales a humanos.
El 13 de mayo de 1913, Kürten merodeaba una casa presuntamente vacía para robar, pero en ella se encontraba Khristine Klein, una niña de 13 años que dormía en su habitación.
Peter, tras comprobar que no había nadie en la casa, estranguló a la joven para terminar degollándola.
Kürten agarró a la niña por el cuello, y la dejó inconsciente ahorcándola con las manos, terminó de asfixiarla y la degolló.
Además la violó con los dedos.
“Tenía un pequeño cuchillo de bolsillo con el cual corte su garganta.
Oí los chorros, y el goteo de la sangre en la alfombra al lado de la cama.
Salió a borbotones en un arco.
Aquello duró cerca de 3 minutos.
Entonces salí, cerré la puerta otra vez, y regrese a mi casa en Düsseldorf”, confesó.
Del cadáver de la niña, podía apreciarse que había mordido salvajemente su lengua.
Durante la Primera Guerra Mundial, Kürten fue condenado por sus habituales delitos de hurto, y alguna que otra agresión sexual, pero en 1921, Kürten se trasladó a Altenburgo donde se casó con una mujer de buena reputación, al mismo tiempo que conseguía un trabajo como camionero.
Kürten no la maltrataba; se limitaba a ignorarla, y utilizarla como sirvienta, ni siquiera sostenía relaciones sexuales con ella.
En 1925, Kürten volvía a Düsseldorf para empezar su serie de crímenes.
Una de sus víctimas, Rosa Ohlijer de 8 años de edad, fue apuñalada 13 veces con unas tijeras, y tras beber su sangre, quemó su cuerpo con gasolina.
El cuchillo llegó hasta su vagina, y sin duda, había pruebas de violación porque quedaba semen en su ropa interior.
El violador había intentado quemar su cuerpo con gasolina, pero las pruebas fueron irrefutables para averiguar cómo había fallecido la chiquilla:
Desangrada por la hemorragia por puñaladas, y las lesiones de órganos genitales.
Según contaría más adelante Kürten, él eyaculó a la altura del fuego cuando la niña se estaba quemando.
En 1929, llegó el año más sangriento de Kürten, el 8 de febrero, asesinó a una niña de 8 años.
El 23 de agosto, mató a 2 hermanas de 5 y 14 años.
En septiembre, mató a una mujer con un martillo, y el 7 de noviembre, llegó al punto álgido de su locura, al matar a una niña de 5 años, y enviar a un periódico local el mapa de la tumba de la asesinada.
Estos asesinatos hicieron que la ciudad de Dusseldorf viviera en un continuo estado de histeria.
Nadie se atrevía a caminar solo por las calles de la ciudad.
Las autoridades ofrecían una suculenta recompensa, por quien diera pistas sobre la identidad del asesino, y la policía llegó a recibir hasta 900.000 nombres de posibles asesinos.
Así comenzó el terror en Düsseldorf:
Asesinatos crueles y muestras de vampirismo eran las pistas para cazar a este asesino.
Kürten degollaba, preferente a niñas o mujeres jóvenes, a sus víctimas, las violaba aunque normalmente con los dedos, porque el placer sexual lo obtenía de la sangre, y luego las mutilaba.
Además, solía usar tijeras para degollarlas, aunque también utilizaba cuchillos, o lo que tenía a mano en ese momento.
Lo que le excitaba sexualmente no era la violación, sino la sangre a borbotones, o visitar el lugar donde había cometido los asesinatos.
Y ya no tenía medida, estaba descontrolado.
En mayo de 1930, Kürten cometió el error garrafal que le acabaría condenando.
Kürten engañó a Maria Budlick, una empleada doméstica, para llevarla a Grafenberger Woods, un bosque de las cercanías.
El malhechor estranguló a su víctima para agredirla sexualmente, pero la dejó con vida después de experimentar el orgasmo.
Al marcharse el asesino, Budlick acudió a la policía, donde pudo dar información precisa sobre Kürten.
Poco después, aparecía el retrato robot del hombre más buscado de Alemania.
Víctima de un gran miedo, Kürten ofreció a su esposa la posibilidad de delatarle a cambio de una suculenta suma de dinero.
Así, el 24 de mayo, El Vampiro de Düsseldorf se entregaba sin oposición y Kürten confesó sus delitos.
En las declaraciones, Kürten llegó a nombrar todos sus asesinatos, desde el primero hasta el último, y tales eran las caras de estupefacción de los presentes, que llegaron incluso a no creerle, así que decidió contar con pelos y señales al profesor Berg todos sus crímenes.
No había lugar a dudas, sin embargo, lo que siempre dejó perpleja a la sociedad, así como a los presentes en su juicio, es que Kürten asegurara que había sólo un motivo para cometer aquellos actos, actos que no consideraba “malos”, si no en parte justicia:
Vengarse del sistema penal alemán por el que había sufrido, y que le había reforzado su carácter sádico, asesinando a las gentes de la ciudad.
Después, estaba el motivo por el que se entregaba, procurarle a su mujer una vejez segura, cobrando ésta el dinero de la recompensa.
Según decía, la admiraba por su carácter fino más que amarla, y no quería dejarla en la miseria.
Reconocía que iba a sufrir mucho, y era lo mínimo que merecía.
En el juicio posterior, en abril de 1931, inicialmente se declaró inocente.
Pero a medida que iba transcurriendo el pleito, cambió de idea.
Entre los que asistieron al juicio se encontraba un artista, el cineasta Fritz Lang, quien había escrito el guión de lo que sería su película “M”
De hecho, los psicoanalistas trabajaron duro, para deshacer cualquier tipo de enajenación que le pudieran salvar de la pena de muerte.
Durante el juicio, se dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas, en las que se disculpaba de una manera muy peculiar:
Alegando que él necesitaba beber la sangre, lo mismo que otras personas necesitan beber el alcohol.
Pese a que no disculpe en absoluto sus crímenes, lo cierto es que sí padecía de “hematodipsia”, una patología que consiste en obsesión compulsiva por consumir sangre, bajo implicaciones sexuales.
Sin embargo, el jurado rechazó el alegato.
El psiquiatra Karl Berg lo describió como “el rey de los pervertidos sexuales” y publicó un libro basado en el caso, titulado “Der Sadist”
Durante el juicio, Kürten recibió miles de cartas, la mayoría llenas de insultos, pero otras eran de fervientes admiradores; incluso hubo mujeres que deseaban estar con él.
Otros le enviaban ejemplares del libro sobre su caso para que los firmara.
La sentencia final fue morir guillotinado, por 9 asesinatos, 7 intentos frustrados y no menos de 80 agresiones sexuales.
La pena que se ejecutó en Colonia el 2 de julio de 1931.
La última frase de Kürten, casi coincidente con el estreno de la película de Fritz Lang “M” en 1931, donde demostró el alcance de su obsesión por la sangre y su atracción por la muerte:
“Dígame, cuando me hayan decapitado.
¿Podré oír, siquiera un momento, el ruido de mi propia sangre saliendo del cuello?”, quedo en silencio por un momento y agrego:
“Sería el mayor placer para terminar todos mis placeres”
El caso Kürten es importante en el mundo de la criminología, al dar a la policía de todo el mundo, elementos que son clave en la evolución de cualquier asesino en serie.
Fue la primera vez, que un cuerpo de seguridad nacional, pudo determinar la actividad criminal en miles de sospechosos.
De hecho, muchos asesinos después de Kürten, imitaron su conducta, y muchos otros presuntos delincuentes, fueron absueltos por la policía al no encajar con el “modus operandi” de El Vampiro de Düsseldorf.
Los motivos de la actitud de Kürten todavía son objeto de estudio.
Él arguyó, como la principal razón para cometer los asesinatos, su pasión desenfrenada por beber la sangre de sus víctimas, de ahí su apodo, y su placer sexual en el momento de la ejecución.
Aunque durante el juicio, el asesino también reconoció que su principal motivación consistía en “aleccionar a una sociedad opresiva”
“What do you know about it?
Who are you anyway?
Who are you?
Criminals?
Are you proud of yourselves?
Proud of breaking safes or cheating at cards?
Things you could just as well keep your fingers off.
You wouldn't need to do all that if you'd learn a proper trade or if you'd work.
If you weren't a bunch of lazy bastards.
But I...
I can't help myself!
I have no control over this, this evil thing inside of me, the fire, the voices, the torment!”
M, a menudo titulada “Eine Stadt sucht einen Mörder” (“Una Ciudad está en busca de un Asesino”) es una película alemana dramática de suspense de 1931, dirigida por Fritz Lang.
Protagonizada por Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustaf Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos, Georg John, Ellen Widman, Inge Landgut, entre otros.
Fritz Lang y Thea von Harbou se inspiran en un artículo periodístico de Egon Jacobson, y crean una inteligente, y convincente historia, basada en los casos reales del asesino de niños de Düsseldorf Peter Kürten, quien se dice que bebía la sangre de sus jóvenes víctimas, de ahí el termino de vampiro, la historia además, como siempre, y como característica esencial de un gran director, maneja una muy buena representación a la sociedad contemporánea, tratando temas polémicos y algo tabúes en la época como:
Sexualidad, pedofilia, mucha violencia y una crítica al gobierno.
En este contexto, Lang y Harbou se entrevistaron durante varios meses con miembros de la policía berlinesa, expertos en criminología, psiquiatras y diversos delincuentes comunes para documentar M.
El proyecto inicial pretendía así, trazar un retrato realista en tono documental del perfil psicopático de un asesino en serie, y los diversos mecanismos puestos en marcha por el dispositivo policial para su captura.
Pero M, como todas las películas del genio vienés, es mucho más de lo que aparenta ser.
Su argumento que no se basa en la imaginación, sino en características propias de la sociedad alemana de aquella época, en la cual el fantasma del nazismo avanzaba metiendo miedo; M es un filme con fuerte y solapado trasfondo moral y político.
Si bien, M está inspirado en los hechos ocurridos en los años 20 en Alemania, donde el asesino serial Franz Kürten asoló la ciudad de Dusseldorf, un error común, es indicar que el título es “M, El Vampiro de Dusseldorf”, cuando en realidad la acción del film transcurre en Berlín.
Hay que tener en cuenta que M se estrenó meses antes del juicio del verdadero asesino, en plena conmoción colectiva por la sádica ola de crímenes ocurridos recientemente, por esto, Fritz Lang tuvo libertad absoluta a la hora de interpretar un final alternativo a su gusto.
M es ampliamente considerada como un clásico de la cinematografía mundial y una obra maestra de su director.
A Lang no le interesa demasiado mostrarnos una trama puramente detectivesca, consistente en la búsqueda y captura del asesino, mientras éste va cargándose a unas inocentes niñas, sino que más bien, incide mucho más, en mostrarnos los efectos que tiene la presencia de un asesino, prácticamente invisible para todos, que va dando rienda suelta a sus instintos, ante la impotencia de las autoridades en localizarlo.
De hecho, la pauta principal de M es justamente esa:
No tanto en mostrar el acto en sí, sino sus consecuencias, de ahí que se agradece a Lang no mostrar lo sangriento de los crímenes.
Los hechos más violentos de M tienen lugar fuera de campo, siendo sobretodo, delicado a la hora de mostrar el asesinato de las niñas.
M fue la penúltima película de Lang dirigida en Alemania, y el realizador siempre la consideró su mejor trabajo.
M fue una de las primeras películas en emplear fuertemente un leitmotiv, es decir, una música asociada a un tema, en este caso a un personaje; y fue la primera película hablada de Lang, a un año de que se haya incorporado el sonido al cine.
Fue célebre por la interpretación de Peter Lorre, quien luego de esta participación, quedó tipificado para personajes de villano.
En lo musical, el fragmento de Peer Gynt “I Dovregubbens Hall” o “In The Hall Of The Mountain King” de Edvard Grieg, que silba con gran frecuencia el personaje del asesino, no era silbado por el actor Peter Lorre, sino por Fritz Lang.
Cabe decir que la historia de fantasía escrita en verso, Peer Gynt, cuenta las aventuras del epónimo Peer.
En la escena ilustrada por la música de “En El Salón del Rey de La Montaña”, Peer intenta salir a escondidas del castillo del rey de la montaña.
El fragmento describe el intento de Peer para escapar del Rey, y sus troles después de haber insultado a su hija.
A Lorre le resultaba muy difícil silbar la melodía durante largo rato sin perder aire, por tanto Lang lo hizo por él, ya que tenía gran habilidad para ello.
Aunque el protagonista de M, un oscuro empleado que vive solo en una anodina pensión, responde al nombre de Hans Beckert (en vez de Peter Kürten interpretado por Peter Lorre), lo cierto es que, comúnmente, se le conoce como “M”, inicial del apelativo “morder” (asesino), que un vagabundo le marca con tiza en la espalda para que pueda ser reconocido y perseguido.
De hecho, éste no era el título originalmente previsto, sino “Una Ciudad está en busca de un Asesino”
Un ambiguo enunciado que supuestamente levantó la susceptibilidad del partido nazi, por su posible alusión a su principal dirigente, lo que obligó a cambiarlo.
Sin embargo, y a pesar de que este argumento ha sido repetido con frecuencia, algunos especialistas en la obra del director, sospechan de su exactitud, alegando que la pujante posición del nacionalsocialismo, su absoluta legalidad y el prestigio, entonces intachable, de su líder Adolf Hitler, hacían poco probable tal asociación de ideas.
M es la primera película donde aparece un asesino en serie, y lejos de quedarse en la mera colección morbosa de asesinatos, es una profunda reflexión acerca de una sociedad, la alemana, descompuesta por la guerra, la inestabilidad económica, el paro y la delincuencia, que estaba gestando en ese momento, lo que el mundo conoció como Nazismo.
M es un interesante thriller, que nada tiene que envidiarle a las propuestas actuales que tenemos dentro del género.
Incluso muchos lo consideran como el filme que sentó las bases sobre los thrillers de asesinos seriales.
Sin lugar a dudas, que Fritz Lang logra una película contundente desde el plano del suspenso, mostrando una situación fuera de control, un asesino serial de niñas que tiene enervada a la población, a tal punto, de afectar los intereses de los grupos organizados de criminales del lugar, al haber tanto despliegue policial en pos de la captura, el público en general desconfía de cualquier individuo, “el asesino puede llegar a ser su propio vecino”, el temor colectivo, y la sensación de inseguridad social se respiraba en cada esquina.
En el aspecto visual y narrativo, M sorprende por su audacia y sus innovaciones; más aún, si se tiene en cuenta que, muchos de sus elaborados travellings y movimientos de grúa, se realizaran con medios extremadamente precarios.
La imaginación de Lang parece no tener límites.
La primera secuencia de 8 minutos y 27 planos resulta, todavía hoy, una verdadera lección magistral de concisión y eficacia.
A pesar de tratarse de su primera incursión en el cine sonoro, el director utiliza con sorprendente precisión, los sonidos y los silencios, para incrementar la tensión dramática del relato, al tiempo que utiliza audaces encadenados sonoros para enlazar diferentes escenas.
Así, por ejemplo, cuando un grupo de ciudadanos se apiña para leer un cartel que anuncia la búsqueda del asesino, la voz que se escucha es la de un personaje que está sentado en una cervecería, leyendo el periódico en voz alta ante unos amigos, situación que corresponde a la escena siguiente, y que por tanto, el espectador desconoce.
Por otra parte, M es uno de los pocos films sonoros que carece de banda de sonido propiamente dicha, aparte de los ruidos directamente relacionados con la acción, puertas, motores, pisadas, sirenas.
La única música que se escucha son unos compases de Peer Gynt, de Edvard Grieg, que silba el asesino.
Unas notas alegres, y casi infantiles que, sabiamente utilizadas, se convierten en obsesivas y fatalmente amenazadoras.
M es una de las primeras obras importantes que tratan un tema propio de cine negro, que analiza el comportamiento de un asesino en serie, y que explora el comportamiento de la policía desde una perspectiva moderna:
Estudio de huellas dactilares y análisis caligráficos, de reciente implantación.
Por lo demás, M es una obra pionera en el uso de la voz fuera de campo, en situar los asesinatos fuera de pantalla por medio de símbolos inequívocos.
Juega con la procedencia de la voz que se oye, narrador o cliente de un bar que lee el periódico en voz alta, e incluso con los puntos de vista:
La cámara se mueve por las calles, adoptando distintos puntos de vista, alguno tan sorprendente, como el de una rata.
Así Lang estructuró M en 3 partes:
La primera se encarga de mostrarnos al asesino y sus consecuencias.
En la segunda, el espectador asiste a la competencia desatada entre las fuerzas del orden, criticadas por su falta de resultados, y los bajos fondos, hostigados por la policía en su búsqueda del asesino, para llegar al mismo fin pero con diferentes métodos.
Y en la tercera, la más sobrecogedora, una caza al hombre sin cuartel.
La trama sucede en la ciudad de Berlín, en la década del 30, a lo largo de 8 meses.
Un asesino serial acosa la ciudad, y su blanco son las niñas.
El psicópata ha dado muerte a 8 niñas, y la paranoia urbana cunde, sumiendo a la ciudad en la desesperación.
Todos los intentos por localizar al homicida han sido infructuosos, desde el rastreo de pacientes siquiátricos dados de alta, hasta múltiples redadas en los bajos fondos.
Precisamente, el crimen organizado decide ponerse en marcha, y atrapar al asesino, para poder quitarse a la fuerza policial de encima, ya que arruina todos sus negocios.
Organizando a los mendigos en equipos, y asignando zonas, el mundo del crimen rastrea la ciudad en busca del homicida, pero un ciego, vendedor ambulante de globos, ha creído reconocer a un sospechoso por su tonada, silba constantemente un tema de la obra de Grieg “Peer Gynt”, a quien le ha vendido, el mismo día que asesinaron a la última niña.
Ahora, acompañado por otra menor, el sospechoso es seguido, a sol y sombra, por mendigos y ladrones hasta que termina por quedar en evidencia, e intenta escapar, pero es atrapado, y llevado frente a un tribunal conformado por miembros del bajo mundo, que esperan darle un juicio sumario, y ajusticiarlo con sus propias manos.
La desolación se hace presente en cada una de las tomas:
Desolación económica, desolación de la seguridad, desolación de la moral.
Todas las locaciones son espacios suburbanos, frecuentados por trabajadores proletarios, amas de casa con un puñado de hijos de los que no se pueden responsabilizar, rateros y alcohólicos.
La aparición de Beckert es la excusa perfecta para aleccionarlos, y a la vez alejarlos, de la manera más atroz, de su cruda realidad.
Es la toma de conciencia de una sociedad en crisis, sociedad despojada del halo de la normalidad.
Por escasos momentos, todos los puntos convergen para cuestionarse por lo que sucede, por lo que está mal, y por lo que debería ser.
Fritz Lang se adentra, en cierto momento, en la psique del asesino serial muy particular, mostrando cómo siente, y explicando el por qué de sus acciones de manera precisa y clara.
Vemos al asesino como un verdadero enfermo del crimen, a un ser perturbado que no puede controlarse, y que hasta en ciertos momentos genera compasión por parte del espectador.
Y allí entran a jugar distintas posturas ideológicas sobre el grado de imputabilidad del sujeto.
¿Es un criminal que merece la pena de muerte, o es un sujeto que clama ayuda de los demás?
“There are more police on the street tonight than whores”
M es un temible asesino psicópata, pero también es, en cierta manera, un ser “condenado”, incapaz de reprimir sus instintos.
En M no se dice nada de los motivos de su conducta, por lo que se presencia, se reduce a la de un peligroso criminal anónimo, oculto bajo los rasgos de un hombre cualquiera, de aspecto melifluo, y un tanto aniñado.
Hans Beckert no existe como individuo, hasta su sorprendente y conmovedor discurso, en la secuencia final, ante un auditorio formado de vagabundos y prostitutas, que no están dispuestos en absoluto a escuchar sus argumentos.
Es entonces, cuando se descubre que el “monstruo” no es más que un perturbado mental, cuya conducta responde a una mezcla de timidez, y de ansias de notoriedad, comunica a la prensa sus crímenes, así como su propósito de seguir matando.
La llegada de la policía evita la ejecución inmediata del protagonista.
El hampa pretende imponer justicia, pero lo único que hace es aplicar su instinto de venganza, y garantizar su permanencia en unos barrios que considera suyos.
Como se hace evidente, en su posterior etapa americana, Lang siempre defendió la necesidad de la verdadera justicia, frente a la sed de venganza, la aplicación de la ley a la impulsiva y temible reacción de las masas encolerizadas.
Para Lang, sin embargo, esta sociedad depravada no es la causante de la naturaleza perversa del psicópata sino, más bien, la mano que ha guiado sus pasos hacia el delito.
En una de las secuencias más memorables de M, la cámara acompaña por primera vez al protagonista durante una de sus “cacerías”
En un escaparate descubre la imagen de una niña, en el interior de un espejo, cuyo marco se duplica en la vitrina, dibujando sobre la cabeza del asesino una espiral de objetos punzantes, que parecen brotar directamente de ella.
El aura de una fuerza incontenible, que nace y se expande desde su interior, trazando un movimiento obsesivo, que desembocará en una explosión de violencia criminal.
Lang utiliza esta forma en espiral en distintos momentos del metraje, para delatar el impulso asesino del protagonista, y hacer visible la naturaleza caótica de su mente.
Los primeros planos de Lorre no son muy convincentes, pero el momento dura poco hasta que el actor logra dar con el personaje.
Si bien Peter Beckert es un asesino, es obvio ante los ojos del espectador moderno, que también es un pedófilo.
Cuando Lorre ve a la niña, a través del reflejo del cristal en la juguetería, y se aferra al pasamanos, hay un sutil movimiento que parece un contoneo sexual.
Uno ve a Beckert sudando, con la boca seca, desesperado, incapaz de silbar.
Incluso cuando el asesino va al bar a tomar un coñac, su imagen, tapada por los arbustos que adornan al establecimiento, hace suponer que intenta masturbarse en vano, a mí me parece obvio, un signo cuyo centro señala directamente a la psique, y no a los condicionantes sociales, como origen del mal.
Por eso, el juicio al que finalmente se verá sometido “el vampiro”, ya sea presidido por un honorable tribunal de justicia, o por una deplorable corte de mendigos, delincuentes y prostitutas, acabará siempre abocado a la misma paradoja.
Y de ahí, al inevitable encuentro con la verdad oculta que se escondía bajo “la pregunta secreta”
Una verdad que sólo será revelada en el último y demoledor plano del film:
“Debemos vigilar más a nuestros hijos”… para que no se conviertan en monstruos.
El relato de las causas de su manía asesina es memorable:
El escuchar las 2 voces, el sentir un fuego interior, el no poder frenarse, el intentar huir de sí mismo todo el día...
Fíjense cuántos asesinos seriales del cine han copiado este patrón y este discurso.
Además, Lang nos enseña cómo dar 2 lecturas a una misma historia, cosa que sabían hacer como nadie los directores de aquellos años.
La policía está, pero Lang muestra breves pantallazos de su actividad, en general, lo que muestra es su inoperancia, y los héroes terminan por ser los mismos criminales.
El montaje donde se nos muestran a los 2 grupos de hombres, decidiendo qué van a hacer para atrapar al asesino, resulta de lo más original por la tranquilidad y confianza con que está llevado.
Ambos grupos de hombres de repente se revelan muy parecidos.
Descubierto y atrapado, la mano del policía que cae sobre su hombro mientras dice:
“Está usted detenido, no es en sí la detención, es la sentencia, por eso M termina antes de leer la sentencia el juez”
Uno podría decir que puede haber algún paralelismo, entre esa parte de la historia y la vida real de la Alemania de los años 30, los villanos son más eficientes que las instituciones burocráticas, por alusión a la eficacia de la maquinaria política nazi de aquel entonces.
Recuerdo un par de diálogos muy interesantes, donde verdaderamente nos hacen replantearnos, hasta qué punto es culpable una persona que no está en su sano juicio, y justamente, quienes lo quieren ajusticiar son delincuentes que gozan de tino, y saben muy bien lo que hacen.
Este contraste nos hace reflexionar, dentro del mundillo sórdido del crimen, sobre quiénes son víctimas inocentes, y quiénes en menor o mayor medida, culpables de sus actos:
“Mientras oigamos cantar a los niños, al menos sabemos que están ahí”
Es imposible imaginarse esta escena en una película muda, porque en ellas, no existe lo que el genio de Lang descubre aquí:
El poder del silencio como contrapunto al sonido.
En M presenciamos el asesinato de Elsie Eckmann sin verlo, y oímos su angustia sin escucharla.
“It's there all the time, driving me out to wander the streets, following me, silently, but I can feel it there.
It's me, pursuing myself!
I want to escape, to escape from myself!
But it's impossible.
I can't escape, I have to obey it.
I have to run, run... endless streets.
I want to escape, to get away!
And I'm pursued by ghosts.
Ghosts of mothers and of those children... they never leave me.
They are always there... always, always, always!, except when I do it, when I...
Then I can't remember anything.
And afterwards I see those posters and read what I've done, and read, and read... did I do that?
But I can't remember anything about it!
But who will believe me?
Who knows what it's like to be me?
How I'm forced to act... how I must, must... don't want to, must!
Don't want to, but must!
And then a voice screams!
I can't bear to hear it!
I can't go on!
I can't... I can't...”
El actor eslovaco Peter Lorre de 26 años, realiza una inmejorable interpretación del asesino Peter Beckert, más de un crítico la ha calificado como una de las mejores, y más difíciles interpretaciones de la historia del Séptimo Arte, quien como siempre, maneja una gran actuación, no por nada es uno de los mejores actores de la historia del cine.
También es de destacar la actuación de Otto Wernicke y Gustaf Gründgens, y la buena dirección para el gran número de extras empleados en M.
Me parece genial el travelling mostrando la organización de pobres, parándose en cada sitio importante, e incluso atravesando una ventana.
En pocos segundos, tenemos una perspectiva global de que sucede en cada mesa y rincón del lugar.
Y por último, el tribunal de los criminales, es una escena única.
Se burlan de la ley, pero quieren imponer su justicia, que no es otra, que la de matar a sangre fría al asesino, y así asegurarse que nunca más vuelve a cometer un crimen.
Lo genial de esta escena, es como el personaje interpretado por Peter Lorre, pasa de negarlo todo, a poco a poco, ir explicando que pasaba por su mente cuando decidía asesinar, y los criminales asienten, mientras le escuchan como diciendo, que a ellos les pasa exactamente lo mismo.
“The child murderer, Herr Kommissar!”
Lang se manifiesta a favor del orden constitucional, el imperio de la ley, la inviolabilidad de la libertad humana, el derecho de todo ser humano a un juicio justo y con garantías, etc.
Condena el fanatismo, la búsqueda de víctimas propiciatorias, la ocupación del poder por los violentos e intransigentes, etc.
M trata de un estudio sobre una colectividad, conmovida por un caso de criminalidad patológica.
Se expone la tragedia interior de un obseso sexual y, consecuentemente, se procede a ejercer una corrosiva visión crítica de la sociedad dónde vive.
Es irónico ver, cómo el hampa y la policía tienen los mismos objetivos.
Su ambientación oscura, comúnmente, se interpreta dentro del pesimismo producto de la derrota alemana en La Primera Guerra Mundial.
De hecho así ocurrirá, cuando las masas apelen a los criminales de los bajos fondos, identificados con los nacionalsocialistas por sus vestimentas, y cuyo líder tendrá un registro de voz muy similar al de Goebbels, el encargado de convertir el miedo de los alemanes en odio hacia el enemigo judío y comunista, para capturar a ese asesino.
En cualquier caso, es curioso constatar que las masas de padres atemorizados, apelan a los criminales, en lugar de apelar a las fuerzas de seguridad del Estado, lo cual refleja la gran dispersión de los medios de coerción en la Alemania de Weimar, y la aparición de milicias en todos los partidos políticos, identificadas pues con los criminales.
La gente se apoya más en el Partido que en el Estado, completamente deslegitimado.
El escenario de miseria, corrupción y degradación moral, que asoló Alemania durante los años convulsos de la República de Weimar, podía presumir, mucho antes del ascenso definitivo de Hitler al poder, de haber producido algunos de los monstruos más tristemente célebres de la historia moderna.
Asesinos despiadados como Georg Karl Grossman o Fritz Haarmann, citados expresamente en M, como paradigmas del tipo criminal al que se enfrenta la atemorizada población, a quienes se uniría pocas semanas antes de finalizar el rodaje de M el nombre de Peter Kürten, “El Vampiro de Düsseldorf”
M inaugura el tema del asesino serial en el cine, tomado de hechos verídicos, a pesar de la insistencia del propio Lang acerca de que Kürten no fue su modelo, y de que el guión estaba preparado antes de su detención.
Varios allegados al régimen nacionalsocialista, vieron en el título de esa historia, bautizada originalmente como “Una Ciudad está en busca de un Asesino”, una especie de mala propaganda, y más concretamente una traición y una injuria.
Cuenta George Sadoul en su “Historia del Cine Mundial” que el productor del filme recibió a un emisario del partido nazi, quien tenía asegurados 11 millones de votantes para el Führer.
Le hizo saber que M sería boicoteada, si se presentaba con ese título injurioso para los alemanes, quienes desconocían, por supuesto, el tema de la historia.
Lang y su productor acceden, y M se convierte en un éxito taquillero, tanto que el propio Josef Goebbels, director de propaganda de Hitler, le propone a Lang que se haga cargo de la Dirección de la Industria Fílmica nazi.
El cineasta se rehúsa, y decide emprender el camino del exilio en 1933, primero en Francia, y más tarde en Estados Unidos, hasta su tardío regreso a Alemania en 1958.
El propio Lang relata que, al ser citado por Goebbels, éste le dijo respecto a M:
“Hemos confiscado su película.
No nos gustaba el final.
Que el criminal se vuelva loco no es suficiente castigo, debe ser destruido por el pueblo”
Y también le comentó:
“El Führer ha visto Metrópolis y ha decidido:
Éste es el hombre que nos dará la película nazi”
La historia de Peter Kürten, como la entendió el propio Fritz Lang, se convirtió en una oscura alegoría del ascenso de Hitler y el nazismo.
Serían hombres como Kürten, curtidos en la violencia familiar, y atormentados por los traumas infantiles, los encargados de administrar, en los años venideros, los campos de concentración nazis, esas inmensas fábricas de cadáveres.
Es terrible observar la incapacidad que el humano tiene para aprender de lo acontecido.
M nos recuerda nuestra naturaleza, y cómo esta nos acecha; a excepción de los infantes brutal e injustamente inmolados, nadie es inocente en ese relato oscuro e intenso.
Los miedos de entonces se reflejan en nuevas caras con idénticos resultados.

“This won't bring back our children.
We, too, should keep a closer watch on our children”



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