La Strada

“Maybe he loves you?”

La posguerra es el periodo que transcurre tras un conflicto armado, o una guerra lo suficientemente intensa, como para desencadenar una situación de penuria, crisis económica y social, que no finaliza hasta que se alcance una recuperación económica, y una superación de un conjunto de problemas sociales, como pueden ser la democracia, el reabastecimiento normal similar al periodo de preguerra, y a otros muchos factores relacionados indirectamente que afectan a la superación de la crisis social.
La posguerra afecta a todo un conjunto de consecuencias que abarcan, prácticamente, todos los ámbitos de una sociedad: económico, social, demográfico...
Dependiendo de los recursos de cada país, algunos países suelen tardar más o menos tiempo en recuperarse de una situación de crisis.
Aunque todos los países implicados, beligerantes o no, sufren las consecuencias de una guerra, obviamente, tardará más el país, o los países, vencidos que los vencedores.
Lo mismo acontece en el cine.
Hay películas que sobrevivirán más de un siglo, a pesar de los avances tecnológicos, de los cambios sociales, y de la muerte misma de la película.
Porque la muerte de la inocencia, la justicia y el amor de este mundo, está presente en la película.
Todo ello en que creemos, y nos sostienen, ante esta realidad aplastante y hostil, termina derrotada por la misma realidad.
Corría el año 1954, el neorrealismo italiano por ejemplo, había cobrado gran fuerza en la última década, tras La Segunda Guerra Mundial, los directores italianos más representativos, crearon un movimiento, cuyas particularidades, eran el reflejo de los problemas sociales, y los estragos que esta horrible guerra había ocasionado. 
“I am ignorant, but I read books.
You won't believe it, everything is useful...”
La Strada es una película dramática con tintes de comedia italiana de 1954, producida por Dino De Laurentiis y Carlo Ponti, dirigida por Federico Fellini.
Protagonizada por Giulietta Masina, Anthony Quinn, Richard Basehart, Aldo Silvani, Marcella Rovere, entre otros.
La Strada es un ejemplo clásico del período neorrealista del director, y es la que le otorgaría un sólido prestigio internacional.
La Strada fue candidata al Oscar en 1957 en la categoría de mejor guion para Federico Fellini y Tullio Pinelli, y ganó el premio a La Mejor Película de Habla No Inglesa.
Su director, Federico Fellini, es considerado por “vox populi” uno de los mejores directores de la historia del cine.
Y se esté de acuerdo o no, la cosa tiene gran, gran, mérito viniendo de un cineasta tan abiertamente poco amable con sus personajes e historias.
Un autor, en definitiva, con una visión realmente personal, oscura y tremendista del género humano, que de forma comúnmente errónea, se ubica en el neorrealismo, contribuyó como guionista, eso sí, pero no como director, al que llegara un lustro tarde, cuando “el invento” daba ya los últimos coletazos.
De forma mayoritaria, además, Fellini ha conseguido colarse en la memoria colectiva, como el director italiano más universal y reseñable, por crítica y público, se reseña e insiste, en que lo suyo “productos comerciales al uso” no serían precisamente, viniendo de un país que amamantó a gente como Luchino Visconti, Roberto Rosselini o Vittorio De Sica, entre otros.
Puedo decir que Fellini era una especie de artista abstracto, La Strada expresa su sentimiento artístico obsesivo, con muchos de los temas bizarros, que directamente formaban parte de su mundo visual; es decir:
Se puede apreciar una compañía de circo ambulante, los actos frente al público espectador, el maquillaje de payaso, la melancolía de una situación inestable, y muchos otros elementos visuales que lo acompañaron toda su vida como director.
A pesar que Fellini grabó La Strada en lugares reales, por la falta de presupuesto para crear un escenario ficticio, el resultado es aún más íntegro y convincente para el espectador.
La Strada (La Calle), realmente se vive en la calle, carreteras, en el mundo que está “afuera”
La pareja viaja por muchas partes del país europeo, y nos muestra un escenario totalmente exterior.
En términos cinematográficos, los recursos que se utilizan mediante la música, a cargo del ÚNICO Nino Rota, y su fotografía en blanco y negro, realizada por Otello Martelli, son elementos indispensables para completar la actuación y contenido de La Strada.
La Strada tiene un estilo único, donde la cámara de Fellini refleja el pensamiento italiano de la época, junto a las condiciones de vida de la clase trabajadora, marginada por la difícil situación económica del periodo, lo que significa que dado a la configuración de su trama, y de sus personajes, se podría decir que La Strada se hunde en la tragedia.
La Strada, como su propio título indica, habla de la carretera, del camino, del viaje como metáfora vital para transformar el destino, de cartas marcadas, que le toca a los más desafortunados.
El arte del circo, como arte máximo, “el mayor espectáculo del mundo” regalando sonrisas a un país en ruinas.
En un sentido temático, el machismo es uno de los aspectos principales que se desarrolla.
La Strada es una película de la corriente del neorrealismo italiano, ya que sus personajes, no sólo representan el contexto machista que se vivía a mediados del siglo pasado, sino el tema de cómo superar la desoladora situación en la que se encontraban, con un tono esperanzador.
Esta decadencia y desprotección se liga con una denuncia a la realidad de Italia de aquellos tiempos.
La Strada, con este escenario, se convierte verdaderamente en una historia de amor imposible, más que en la denuncia social, que como fondo, se desenvuelven los personajes, en uno de los mejores trabajos en la carrera de ambos protagonistas, es tan intenso, que solo puede conducir a la locura.
Este vínculo nace de la extrema necesidad de la familia de la chica, mostrándonos cómo la miseria puede hacer cometer actos tan alejados de la sensibilidad, y del sentido común de una madre, que vende a su hija a un vagabundo al morir su marido, su único sustento económico.
Este acto tan desgarrador da comienzo a una retahíla de situaciones, donde la violencia física y verbal, el machismo más encarnizado, y la sumisión entran en juego.
El amor dulce y abnegado de la enternecedora muchacha, choca, una y otra vez, con el amor orgulloso y egoísta de Zampanò (ENORME Anthony Quinn), ciego y temeroso de sus propios sentimientos, aunque acabará, finalmente, tomando conciencia de su ya inevitable y amarga soledad.
La Strada es una lección espléndida sobre la incomunicación, el egoísmo, y finalmente el desamparo, frente a la bondad, la inocencia y el infinito corazón que posee la ¿disminuida? Gelsomina (ENORME Giulietta Masina)
Gelsomina es el prototipo de la candidez, no contaminada por la maliciosa universidad de la calle, ni viciada por maestros y libros, es un ángel que equivocó su destino, y que vaga por la tierra, con una sonrisa un poco triste, un poco boba y demasiado grande y redonda para ser humana.
Gelsomina se niega a crecer, quiere ser siempre niña, y aunque a veces pilla una pataleta, de inmediato perdona al bruto de Zampanò.
El duelo Quinn-Masina es IMPAGABLE.
Ambos comparten una profunda soledad, y una vida de marginación, desarraigo y miseria, que se enmarca en la visualización de la pobreza de Italia tras La Segunda Guerra Mundial.
La tragedia de los protagonistas, y de quienes les rodean, es narrada con un lirismo sorprendente, y con toques de humor.
La asociación de poesía y tragedia, constituye el rasgo más sobresaliente de La Strada.
La playa, por ejemplo, es el lugar de encuentro, recreo, refugio y despedida, en el que los personajes buscan ayuda, reposo, trabajo y amor.
Fellini no sólo ejerce una radiografía de una sociedad con La Strada, sino que realiza una introspección hacia el alma humana y sus complejidades:
El miedo a la soledad, el vacío existencial, la necesidad de ser amado, y la pérdida del mismo, para reconocer su valor y un sentido profundo que hace que la vida merezca la pena ser vivida, a pesar de todas las fatigas y sinsabores.
Con La Strada, Fellini creó algo más que un film, creó un relato auténtico, una obra maestra imperecedera.
“Here we have a piece of chain that is a quarter of an inch thick.
It is made of crude iron, stronger than steel.
With the simple expansion of my pectoral muscles, or chest, that is, I'll break the hook”
En La Strada, estamos ante Gelsomina di Constanzo, quien es vendida a un forastero por tan sólo 10,000 liras.
Por supuesto, el tipo de cambio vigente en ese entonces no importa.
Se trata de la posguerra italiana, y cualquier dinero resulta imprescindible, sobre todo, si también está la posibilidad de deshacerse de una boca más que alimentar.
No es que no haya una suerte de cariño por parte de la madre, pero es que los billetes ya están bien sujetos en el hueco de su mano; y además, están todos esos hijos, acaso más rescatables que la propia Gelsomina, de por sí tan extraña, tan próxima a los terrenos de la idiotez…
¿Qué más da, que sea la segunda hija que se vende al mismo forastero?
¿Qué más da, que la anterior haya muerto en circunstancias oscuras, sin más explicaciones, y sin un gran interés por parte de la madre?
Pero:
¿Con quién habrá de comenzar esa nueva vida?
¿Quién es Zampanò?
Nadie sabe de dónde viene, ni cuál es su nombre verdadero.
A lo largo de La Strada, lo único que se nos revela es que tiene un acento extraño, distinto al de los italianos comunes.
Zampanò es un tipo sin pasado, que consigue su sustento diario representando el papel de “hombre fuerte”, capaz de romper cadenas con sólo la expansión del pecho, en su miserable circo ambulante.
No parece nunca estar interesado en razonar sobre ningún tema, y su sentido de la ética se basa sobre todo en la amoralidad; es mujeriego y violento, en fin, una representación perfecta de la vieja masculinidad.
Durante sus viajes, Gelsomina y Zampanò llegan a un circo en el que conocen a Il Matto (Richard Basehart)
Il Matto es un saltimbanqui joven, equilibrista superdotado, y se le ve arrojando una risa muy peculiar en todo momento.
Tiene además, una debilidad que será su perdición:
No puede dejar de burlarse de Zampanò cada vez que lo ve, socavando con ello, si bien involuntariamente, la autoridad tradicional que suele pertenecer a quien se vale del poderío físico.
En definitiva, es algo más fuerte que él.
También trata de que Gelsomina escape de su amo, y busque su destino, por más ínfimo que parezca, y le da ánimos cuando ella decide permanecer con Zampanò, confiando en que el amor lo hará cambiar, tarde o temprano.
Más tarde, gracias a una más de sus burlas, Il Matto debe huir de Zampanò, quien daría lo que fuera por propinarle una buena paliza.
Después de un tiempo, en el que siguen sus viajes por distintas regiones, se encuentran por casualidad con Il Matto, mientras intenta cambiar un neumático.
A pesar de su aire amistoso, en su rostro se refleja una sutil inquietud, pues sabe que por fin ha sido atrapado por Zampanò.
Sin más, éste le da la consabida paliza esperando que le sirva de lección, y se sorprende, angustiosamente, cuando se da cuenta que se ha excedido con el castigo, y que ha matado a Il Matto.
Entonces, un enloquecido Zampanò, hace parecer que la muerte de Il Matto fue producto de un accidente:
Arroja el cadáver junto con el auto a la orilla de un riachuelo, en medio de una inexplicable escena bucólica.
Evidentemente, después de eso, nada puede ser igual.
Gelsomina, rota definitivamente la inocencia, se deja arrastrar por la locura.
Y Zampanò, aterrado por esa misma locura, decide abandonarla a su suerte, olvidarse de ella.
Mas el tiempo, lo mismo que el riachuelo de la escena bucólica, no deja de correr, y ya al final de La Strada, nos encontramos con un Zampanò envejecido, que aún sigue ejerciendo su conocido número circense.
No hay indicios de grandes cambios en su vida, salvo las canas, y un visible fastidio; sin embargo, por casualidad se entera del destino final de Gelsomina, y eso basta para desmoronarse al fin, basta para sacar, a lo mejor por vez primera, todo el cúmulo de emociones reprimidas, basta para dejarse invadir por el desamparo, para conseguir, acaso demasiado tarde, alguna esperanza de redención, todo eso mientras yace arrodillado en la arena de una playa desierta.
“What a funny face!
Are you a woman, really?
Or an artichoke?”
La Strada es una película cruda, que tiene por base, la particular relación amorosa entre un artista ambulante y violento, Zampanò (Quinn) y su pareja Gelsomina (Masina)
Anthony Quinn encarna magistralmente a un tosco trabajador de la calle, dominado por sus impulsos y por la agresividad constante.
Zampanò es el típico artista impulsivo, se irrita por cualquier hecho, y abusa emocionalmente de la inocencia de Gelsomina, a pesar de eso, ella se siente muy atraída por ese estilo de vida en la strada (la calle)
A medida que avanza, acto tras acto, Zampanò le enseña a Gelsomina a tocar la caja y la trompeta, así como de vestirse de payaso para entretener; de cierto modo, ella se siente orgullosa de sus logros a lo largo de la trama, y a pesar de los maltratos que Zampanò le propicia, ella le demuestra una lealtad inquebrantable hasta el final.
Anthony Quinn hace un papel apoteósico, brutal y en su deshumanización muy humano, pues es esta la naturaleza de muchos seres, refleja a la perfección a determinado tipo de personas, que en la necesidad, en la lucha por sobrevivir, no ven más allá de sí mismos, y ni tan siquiera, atienden a sus sentimientos, sólo tienen pensamiento para subsistir en la cuasi-animalidad, para salir adelante como sea.
Curiosamente, Anthony Quinn contó en su autobiografía, que el personaje de Zampanò se acercaba mucho a su propio carácter.
En La Strada, termina por parecer Zampanò, con su número circense repetido hasta la saciedad en los más ínfimos detalles, un animal enjaulado que repite, sistemáticamente, el mismo movimiento, una y otra vez en la jaula, teniendo una única pulsión, seguir viviendo.
El final lo dotará de un atisbo de conciencia, que humanizará definitivamente el personaje.
A Zampanò lo mueve básicamente su espíritu de supervivencia, y carece de cualquier capacidad de mostrar afecto, o relacionarse con otras personas.
En cambio, Gelsomina es sencilla e infantil, pero con ganas de salir adelante, tarea sumamente complicada al lado de su bruto compañero, en un mundo lleno de miseria y sin oportunidades.
Probablemente, nadie podría haberla interpretado mejor que Giulietta Masina.
Con su mirada inocente y mágica, a la vez, compone un personaje mítico.
Gelsomina es un ángel que asiste al alma cruel y atormentada de su dueño, en esta cruda historia de seres antagónicos, de vidas nómadas.
Giulietta me parece una actriz singularmente dotada para expresar con inmediatez, los estupores, los sustos, los frenéticos regocijos, y los cómicos oscurecimientos de un payaso, es un icono de bondad y lealtad.
Un trapecista, Il Matto, con el que entabla amistad, viendo lo pequeña que se siente, le hace ver que todo tiene su sentido, incluso cada piedra, porque en esta vida todo sirve para algo, todo tiene un propósito.
Es una enamorada incorregible, despidiéndose siempre de las personas que se cruzan en su camino.
Su sino es vagar y curar, haciendo feliz a la gente mientras, para su desgracia, su propia felicidad, aparentemente tan cercana, es toda una utopía, maldición para la que regala risas, y no ha de poseerla nunca para sí.
Como complemento vemos a Giulietta Masina, como una mansa y resignada ayudante de Zampanò, nada bella físicamente, se ve atada a su “señor” en una relación muy contradictoria, pues a pesar de ser maltratada y vejada, extrañamente necesita de él.
Dos nómadas que se deben ganar la vida, en una Italia en difícil situación social y económica de la post-guerra, dos personajes antagónicos que no encuentran el sentido a la vida pero que se atraen mutuamente.
En medio de tanta marginalidad y miseria, se tienen el uno al otro, aunque no se llevan bien, se complementan perfectamente.
Giulietta Masina, insisto, es maravillosa, podría hacer La Strada entera sin hablar, y decirlo todo con sus gestos, que si bien a veces son excesivos, nunca pierden su encanto, seducción y significado.
Masina no tiene atractivos de mujer si lo que buscamos es voluptuosidad, erotismo o carnosidad, pero tiene una mirada, unos ojos, fascinantes y expresivos como pocos, un alma que le rebosa por ellos, y una gestualidad que crea complicidad y ternura.
Lo que realmente me llamo la atención en La Strada es su poderosa interpretación como Gelsomina; es tan inocente, tan melancólica, tan ingenua; que uno se siente profundamente atraído por las horrendas circunstancias que rodean su tormentosa vida; ella además de parecer una payasa pintada con cara de “Chaplin Femenina”, es lo que yo llamaría un “alma bondadosa purificada”, porque uno siente que no se merece ese tipo de vida, al ser espiritualmente especial, y eso es lo que Fellini nos quiere transmitir con la inocencia de este personaje.
Los personajes de Zampanò y Il Matto, los veo solo como herramientas para el desarrollo emocional de Gelsomina, ya sean positivo o negativo; aunque si se podría alabar que Anthony Quinn interpreta a Zampanò con un carácter único, en donde uno puede sentir su sadismo, y su volcánica personalidad, pero solo para mostrar dentro de la trama, que su descontrol emocional será parte de su caída.
Párrafo aparte para la emotiva e intensa música de Nino Rota, con una preciosa melodía tocada con trompeta, que terminará adquiriendo vital importancia en el argumento de La Strada, que hará las delicias de más de uno, gracias a su dramática historia, tan bien planteada y transmitida al espectador, como un mensaje de soledad y miseria, representado por sus desventurados protagonistas, va sembrando dramatismo a lo largo de este relato, lleno de crudeza por la tiranía y el despotismo de Zampanò, pero que está perfectamente equilibrada con el contrapeso de ternura y mansedumbre de la entrañable Gelsomina, ambos constituyen una de las parejas más disparejas de la historia del cine.
Curiosamente, Fellini hace una mezcla entre “road movie” neorrealista, y serenata nostálgica circense que trasciende cualquier intento de comprensión.
Se adelanta a su tiempo, porque desde el principio, asistimos a una lección de cine en cada escena, en cada plano, en cada gesto.
Todo además, aderezado con poesía desbordante, melancolía latente todo el tiempo, amor imposible.
El cine de Fellini es desgarro, suciedad, lágrimas, hambre, aspereza, soledad y poesía en una Italia deshecha y famélica, la de la posguerra.
Gelsomina di Constanzo no es una chica moldeada para este mundo tan sórdido.
Ella es apenas un soplo delicado y pequeño, puro corazón de ojos enormes, a punto de desvanecerse en cuanto brame un ventarrón helado y seco.
Ser frágil, lastimoso y ajeno a la fealdad reinante porque ella, poca cosa, diminuta y con escasas aptitudes para hacer algo de utilidad, es ligera como una pluma, y su alma sencilla, aunque se lastima hasta puntos irreparables, no se mancha jamás.
Mil veces herida y mal curada, Gelsomina es la víctima de una Italia que vende a sus hijos por un plato en la mesa, por unas liras en la faltriquera.
Vendida por una madre plañidera, que no vaciló en sacrificar a la primogénita, Rosa, y que ahora tampoco guarda grandes reparos en sacrificar a la segunda.
La medida de lo mal que está un país, le da el número de padres que cambian a la carne de su carne por dinero, por una lavadora, por un tiesto que les engaña con la mentira de que vivirán mejor.
El alma, la conciencia, el corazón, la decencia ofrecida a cambio de cieno.
Qué triste, qué penoso.
La soñadora, leve, tierna y poco útil Gelsomina es arrancada de su pequeño mundo de fantasía, y puesta bajo el rudo yugo de Zampanò, un artista ambulante, sustituyendo a su fallecida hermana mayor Rosa, en el puesto de ayudante del farandulero vagabundo.
En este nuevo, y errante género de vida, encuentra la muchacha, una única satisfacción, la de disfrazarse de payaso, y aprender a realizar números cómicos, o tocar con la trompeta una melodía sin nombre.
Le gusta exhibir esas habilidades ante un público risueño, al que hace feliz durante unos minutos, mientras ella remonta sus problemas, y se divierte haciendo lo poco que sabe.
Pero ahí acaban sus satisfacciones, porque convivir con Zampanò no es una fuente de alegrías.
Hay que viajar a diario en su incómodo motocarro, en el que llevan su precaria vivienda móvil, hay que montar el espectáculo de pueblo en pueblo, pero el cansancio de tanto andar, de acá para allá, sería menos ingrato, si el carácter de su compañero fuese más afable y menos agrio, lacónico e inclinado a la brutalidad.
Desplazándose por la Italia empobrecida, Gelsomina es toda miradas expresivas bebiendo la miseria ajena y propia, pero por algún extraño efecto, el polvo que pisa pasa a su alrededor sin tocarla, porque ella es incontaminable.
Como un ánima descendida a la Tierra por error, ella no está destinada a durar en la vulgaridad.
La Strada muestra un retrato de penalidades, dolor y miserias, dotadas de ese duende especial de Fellini, y personificadas por la ingenua indefensión del personaje de Masina, quien reúne en su silueta menuda de ojos como ventanas, todos los reflejos de un espíritu limpio, y alienado por su sensible voz interior, que busca a tientas un rinconcito de bienestar, que tal vez, no se ha hecho para alguien como ella.
Una última curiosidad:
Después de La Strada, Fellini se casó con Giulietta, vivieron felices muchos años.
Cuando ella se murió, al mes él le sucedió.
Qué grande es el amor verdadero.
Cada uno de nosotros tiene un corazón, algunos lo muestran, otros lo esconden y suelen sufrir.
A veces no somos capaces de apreciar lo que tenemos, ni de mostrar nuestro amor, hasta que lo que amamos desaparece.

“Il Matto è ferito”



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