The Ghost And Mrs. Muir

“Confound it, madam, my language is most controlled.
And as for me morals, I lived a man's life and I'm not ashamed of it; and, I can assure you no woman's ever been the worse for knowing me, and I'd like to know how many mealy, mouthed bluenoses can say the same”

A mediados de los años 40, en los estertores de La Segunda Guerra Mundial, las mujeres habían sufrido la pérdida de familiares de distinto parentesco, alimentando una sensación de vacío en los hogares, que serviría de caldo de cultivo para la confección de toda suerte de “ghost stories” con acento romántico.
Los problemas de los soldados que regresaban y su integración, la cantidad ingente de heridos y minusválidos, que se debían asimilar, o los derivados de la inevitable recesión industrial, marcaron unos tiempos difíciles y delicados; pero enfocando la situación en otras de las víctimas del conflicto; las mujeres que perdieron a sus maridos e hijos, y que instauraron sus vidas, influenciadas por su educación y su conservadurismo, en un estado mental de anhelo continuo por sus seres queridos, llevándolas en ocasiones, a mundos completamente irreales y habitados por fantasmas.
El filósofo español Julián Marías, escribió en 1984, un pequeño opúsculo, que es quizás, uno de sus libros más deliciosos llamado: “Breve Tratado de La Ilusión”, partía Marías de la idea, de que en castellano, al concepto “ilusión”, se le añade un sentido del que carece en las otras lenguas, ya que en ellas, domina el significado de quimera, de sueño, y de desvarío, mientras que en el castellano, señala el ensayista, posee “un sentido completamente distinto, positivo, valioso, que alcanza la más alta estimación”
Es el que tiene en expresiones como “tener ilusión” por algo o alguien, o hacer una cosa “con ilusión”
No olvidemos, que en nada se parece “ser un iluso” a “estar ilusionado”
Los seres humanos vivimos en la esfera del tiempo; los espíritus, en la eternidad.
¿Es posible el amor entre ellos, dado que la muerte separa sus respectivos mundos?
“It's no crime to be alive!”
The Ghost And Mrs. Muir es una película de fantasía romántica, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, en el año de 1947.
Protagonizada por Gene Tierney, Rex Harrison, George Sanders, Edna Best, Vanessa Brown, Anna Lee, Robert Coote, Natalie Wood, entre otros.
Dentro de la amplia variedad de filmes, dedicados a narrar historias de espectros y todo tipo de emisarios de ultratumba, The Ghost And Mrs. Muir es probablemente, una de las que mejor han glosado en imágenes, la tradición de la “ghost story” anglosajón.
The Ghost And Mrs. Muir es una historia romántica y fantástica, que se mueve a medio camino, entre la vida y la muerte, entre la imaginación y la realidad, sin cruzar nunca la estrecha, imperceptible frontera que separa, una de otra.
De alto contenido poético, The Ghost And Mrs. Muir constituye una de las obras maestras de su director, Joseph L. Mankiewicz; y el guionista, Philip Dunne, que adaptó una novela de R.A. Dick, cuyo verdadero nombre era, Josephine Aimee Campbell Leslie, la cual fue publicada como obra literaria, en 1945.
Como dato, la palabra “Muir” significa “mar” en gaélico.
The Ghost And Mrs. Muir se rodó en Carmel-by-the-Sea, y Palos Verdes, California; y en estudio; y originó una serie televisiva clásica, “The Ghost And Mrs. Muir”, entre 1968 y 1970, con 50 episodios de media hora, con Edward Mulhare como el fantasma, y Hope Lange como la señora Muir; en la que Albert Lewin, escribió algunos de los guiones.
De hecho, en 1947, ya había sido adaptada para la radio, en el Lux Radio Theatre, con Charles Boyer y Madeleine Carroll.
Curiosamente, la mayoría de los capítulos de The Ghost And Mrs. Muir, fueron dirigidos por Albert Lewin, un misterioso director de corta obra fílmica, siempre en las fronteras del más allá, e insuflado del más profundo romanticismo.
Pero esa es otra historia…
La música de The Ghost And Mrs. Muir, justamente alabada, corrió a cuenta del famoso Bernard Herrmann, destacando el pasaje previo a la aparición por vez primera del fantasma; de la cual, él la consideraba, su mejor partitura.
Como dato, la fanfarria de la 20th Century Fox, no suena durante la aparición del logo de la productora, sino que directamente hace su entrada, la bellísima música que Bernard Herrmann compuso.
La fotografía de Charles Lang Jr., fue nominada para un Oscar de la academia, la cual, sabe plasmarse con una gran belleza, a la hora de ofrecer los exteriores de la casa que centra la acción, y lo suficientemente siniestra, e inquietante, en sus sombras amenazadoras, cuando las secuencias se plasman mediante la iconografía del cine de terror, y en la excelente manera que se tiene de ir mostrando la presencia del fantasma, mediante un magnífico juego de envolventes panorámicas.
The Ghost And Mrs. Muir está cuajada de simbolismos, y posee una estructura en 3 partes, que responden a 3 géneros diferentes:
Desde el típico filme de terror, a la comedia melodramática, y la fantasía romántica.
Joseph L. Mankiewicz dijo sobre The Ghost And Mrs. Muir:
“La aventura de la señora Muir, era un puro romance, y el recuerdo más señalado que guardo, es el de Rex Harrison despidiéndose de la viuda interpretada por Gene Tierney; en la que él expresa el lamento de la vida maravillosa que hubieran podido conocer juntos.
Posee viento, posee mar, posee deseo de algo más... y las decepciones con que se encuentran.
He ahí los sentimientos que siempre he querido transmitir, y creo que de ello hay huella en casi todas mis películas, comedias, o dramas”
La acción tiene lugar en los primeros años del siglo XX, en Londres, y en el chalé “La Gaviota”, situado frente al mar, en el término de Whitecliff, en la costa sur de Inglaterra.
Lucy Muir (Gene Tierney) decide abandonar, un año después de quedar viuda, el hogar de su familia política, y decidirá vivir su vida junto a su pequeña hija Anne (Natalie Wood), y su fiel sirvienta Martha Huggins (Edna Best)
De recursos limitados, Lucy logrará sin embargo, prendarse de una vieja casa “La Gaviota” que está ubicada junto al mar, en la que pronto descubrirá la presencia de un fantasma; el del Capitán Daniel Gregg (Rex Harrison), diseñador, y primer morador del edificio.
Este se mostrará sorprendido, y muy pronto admirado, de la sensibilidad y capacidad de decisión de la viuda.
De forma sutil, se establecerá entre ambos una estrecha vinculación, que en ella se manifiesta al encontrar en el espectro, a esa personalidad vital y atractiva que no fue su difunto marido.
Por su parte, para el Capitán Gregg, el contacto con Lucy supondrá una forma de revitalizar una existencia en el pasado, llena de sentido de la aventura.
Por supuesto, que la relación entre ambos no será fácil; se trata de 2 personas completamente opuestas.
Mientras que Lucy es una mujer educada, que ha vivido gran parte de su vida dependiendo de los demás; Gregg es un marino rudo, y algo misógino, que durante el transcurso de su vida, evadió cualquier tipo de relación seria, debido a que eso podría haber coartado su vida llena de aventuras y emociones.
Esta armonía entre ambos, llevará a Gregg a ayudar a Lucy, cuando los recursos económicos de la joven, prácticamente desaparezcan.
Para ello, le dictará la escritura de un libro, que relata sus memorias como hombre de mar, que lograrán ser publicadas, y alcanzar la estabilidad financiera de la viuda.
Pero esa aventura editorial, es la que llevará a la protagonista a conocer a Miles Fairley (George Sanders), un irónico y atildado escritor de relatos infantiles, sucumbiendo ante la indudable habilidad seductora de este.
Lucy debe elegir entre el amor físico y tangible de Miles, y el amor intangible y espiritual de Daniel.
En el primero encontrará satisfacción carnal, y en el segundo, un amor lleno de pasión emocional y plenitud espiritual.
El fantasma de Gregg se mostrará incluso celoso, pero muy pronto comprenderá, que lo mejor para su amada, es dejarla que se relaciones con los mortales, una posibilidad que él no puede ofrecerle jamás.
Por ello, decide desaparecer de su vida, e incluso, hacer olvidar su presencia en los recuerdos de Lucy.
Pese a esta noble actitud, muy pronto Lucy descubrirá la verdadera catadura de Miles, decidiendo por ello, vivir una vida tranquila y en soledad.
Cuando su hija crezca, y llegue a independizarse, en un encuentro con su madre, logrará devolverle el recuerdo de Gregg.
Pasarán los años, y la vejez de Lucy se hará palpable.
Se encuentra vieja y cansada, y reposa en su butaca.
La leche que porta en la mano se cae, y su mano quedará inmóvil.
Será el momento del retorno con el gran amor de su vida...
Lucy abandonará su cuerpo, para ser recibida por el hombre de su vida, y abandonar juntos las limitaciones de un amor, que hasta entonces, no podía ser pleno.
Con ello, el cine norteamericano logró, una de las más hermosas historias románticas de la década de los 40, y una película sencillamente maravillosa, a la que el paso de los años, no ha hecho más que consolidar, el estar envuelta en un auténtico estado de gracia.
“You'll... you'll forgive me if I... if I take a moment to get accustomed to you”
The Ghost And Mrs. Muir forma parte de esos filmes milagrosos, en los que todo funciona a la perfección.
El diálogo, ingenioso hasta en sus fragmentos más oscuros, rebosa poesía, y una sugerente nitidez.
Posee esa mezcla sutil, de espontaneidad y de insana discreción, de la gozan las películas, donde lo gótico y el misterio, seducen desde el principio y a partes iguales.
Y lo hace inicialmente, con un planteamiento de comedia irónica, la separación de Lucy de su familia política, y poco después, aplicando de forma experta, las convenciones del cine de terror, con la presencia amenazadora de las tormentas, la oscuridad que se cierne en la casa, las voces del fantasma, ese retrato de Gregg que tiene amenazadoramente iluminado sus rostro, en un habitación totalmente oscura.
Pero ya antes de ello, hemos podido admirar, la ligereza de ese vestido de luto de la protagonista, con ese velo trasero, cuyo vuelo parece revelarse en la vitalidad de quien lo ocupa.
El amor desinteresado y poderoso de una madre, el amor falso, el primero, el verdadero, el platónico, el que nada podrá destruir.
La trágica agonía de la soledad y el olvido, se entremezclan en una sugerente armonía cinematográfica, que no tiene parangón en la historia del cine.
La forma de narrar de Joseph Leo Mankiewicz, se conjuga con la sutileza de una fotografía genial, en un blanco y negro que categóricamente, se va comiendo nuestra imaginación, para susurrarnos al oído, lo mucho que la ilusión puede afectar al ser humano.
Esto es cine… cada representación, cada diálogo, cada acción.
La trama queda en un segundo plano, oculta por un guión inteligente y audaz, acreditado, y un submundo interior, donde los personajes se mueven con total mimetismo.
La actuación de Rex Harrison como el Capitán Gregg; un capitán gruñón, celoso, picajoso, mordaz, y malhablado, pero a la vez, tierno, sabio, entrañable, encantador y, sobre todo, un romántico sin remedio.
Es importante destacar, la gran actuación de Rex Harrison, y su conmovedor discurso final:
“Ya nunca volverás a sentirte cansada, ven, Lucy…”
Rex Harrison se luce como fantasma, con algunas réplicas hilarantes, como la conversación en torno al catalejo, o broche, es pura comedia; y un comportamiento que va, del típico cascarrabias, al diplomático contemporizador, y finalmente, al rendido enamorado que vive sus emociones con la fatalidad y la amargura, del que sabe, que nunca van a tener correspondencia.
El Capitán siempre añorará todo lo que no podrá contemplar junto a ella, y deseará no estar muerto.
Por su parte, Gene Tierney jamás tuvo el rostro tan bello y radiante, ni las playas inglesas, resultaron tan sugerentes.
Tierney abandona sus complejos y sombríos personajes femeninos, fríos, manipuladores, y calculadores, y configura a la perfección, una Lucy tierna, afable, sensible, aunque también, tenaz y consecuente, por momentos, ingenua e infeliz.
Aquí, las raíces teatrales de Mankiewicz, Tierney y, sobre todo, Harrison, les permiten sostener con actuación, tono de voces e inflexión, escenas largas que hoy en día serían insoportables.
Pero, aún hoy, a casi 60 años de filmada, The Ghost And Mrs. Muir transcurre con buen ritmo.
Gene Tierney es pura hermosura exótica, y más que sobresaliente, en el papel de una mujer testaruda e independiente, que encuentra al hombre de su vida de una manera muy peculiar; o tal vez soñó que lo encontraba... como podría soñarlo cualquiera.
Por su parte, Mankiewicz añade algunos toques dramáticos, reflejados en las incursiones de un George Sanders, metido en su papel por excelencia, ese golfo de las altas esferas del Londres victoriano, que ya forma parte del arquetipo del actor.
Además, resalta la importancia del mar, como representante de la eternidad, de la cual proviene el fantasma del Capitán.
También, resulta interesante, como se utiliza un poste de madera, erosionándose junto al mar, para representar la influencia del paso del tiempo, sobre la vida de la protagonista.
De hecho, el mar aparece hasta en la partitura, a 2 tiempos, que recuerda a una ola:
Primero enfurecida, y luego suave y melancólica, como la película en sí, una historia de misterio y terror, que termina convirtiéndose en una historia romántica.
Muy recomendable ver la versión original, ya que el doblaje moderno, masacra la música original.
La casa en la que viven, “La Gaviota”, recuerda a un barco, de hecho, la habitación principal es como el camarote de un capitán.
Otro elemento de la retórica clásica de Hollywood en The Ghost And Mrs. Muir, son los marcadores del paso del tiempo.
En lugar del calendario que se deshoja, Mankiewicz recurre al fuerte oleaje del mar, para comunicar la idea del paso de los años.
Hay 2 secuencias autónomas, hacia el final, que lo marcan, junto con la destrucción del muelle de madera, que tiene grabado el nombre de la hija, “Anne Muir”
Pero el milagro de The Ghost And Mrs. Muir, reside en su logradísima combinación de sutileza y romanticismo, en la espléndida identificación que establece con sus actores protagonistas, de los que logra una intensidad y química, realmente admirable, en la movilidad de una cámara, que sabe permanecer o desplazarse en todo momento, al lugar adecuado, o la manera que tiene de expresarnos el paso del tiempo, esa madera clavada en la playa, en la que Anne deja que inscriban su nombre, que va deteriorándose al transcurrir los años.
Y con esa misma sutileza, se establece el contacto, y la posterior vinculación entre Lucy y el fantasma del Capitán Gregg.
Agudos diálogos, las lágrimas de la viuda, y su notable valentía ante su nuevo compañero, desarmarán a este.
Serán por ello, inseparables compañeros, en una de las más singulares y hermosas historias de amor, que ha mostrado jamás la pantalla.
Y esta se manifestará especialmente, en ese espléndido uso del espacio escénico, y el juego de ausencias y presencias del espectro, en su perfecta compenetración en la pantalla, para que sus movimientos adquieran la suficiente espontaneidad de los correspondientes de Lucy, y en el que el retrato y el catalejo de este, ejercerán en muchos momentos, como sustitutos, y para unos diálogos en los que, en ocasiones, una simple palabra o una mirada furtiva, hablan de forma más relevante, sobre la realidad de los sentimientos que afloran en ambos.
Evidentemente la relación entre los protagonistas, es el elemento clave de la historia.
En cierta forma, el fantasma del Capitán Gregg, no es más que la materialización de los deseos de independencia de nuestra protagonista.
En algunos momentos del relato, da la impresión de que él solo aparece, cuando Lucy desea que lo haga, como si se tratara de una extensión de su propia personalidad.
Como es de esperarse, no pasará mucho tiempo, antes de que entre ambos se establezca una relación de amor platónico.
La relación amorosa entre ambos es intensa, pero carente de contacto físico, lo que la convierte en una relación especial, que escapa a toda lógica.
Se trata de un amor que va más allá de todo tiempo y espacio, y que está situado en una dimensión inalcanzable.
De una forma u otra, ambos personajes se terminan influenciando para mejor; en el caso de Lucy, el Capitán Gregg la ayuda a descubrir la templanza necesaria para afrontar la vida, y salir adelante.
Gregg por su parte, comenzará a mostrar su lado más “femenino”, dejando de lado, el papel de hombre rudo, para transformarse en una figura casi paternal para la aproblemada Lucy, o “Lucía” como él gusta llamarla.
“Women named Lucy are always being imposed upon but, Lucia, there's a name for a amazon, for a queen”
¿Es el fantasma, un ser “real” o simplemente, una manifestación de sus deseos más íntimos, y del verdadero amor que nunca tuvo?
¿De esas ganas de romper con las convenciones, de soñar con lugares lejanos, y pronunciar palabras que una dama nunca debería decir en voz alta?
Mankiewicz sabe jugar durante todo el metraje, con esta incertidumbre, de forma que se podrían encontrar múltiples interpretaciones y significados a la historia.
Muy sutil en este caso, en el que la complicidad de mujer mortal, y el ectoplasma inmaterial, tiene lugar entre las cuatro paredes del dormitorio, en el que ella, así se deja entender, se desnuda cada día ante él, antes de acostarse.
O ese mar agitado, que recuerda los golpes marinos como éxtasis, u orgasmo sexual, mostrados en el film “Vertigo” de Sir Alfred Hitchcock en 1958.
Para Lucy Muir, esa pintura es la metáfora del cambio de su vida:
“Yo tengo que vivir mi vida.
Nunca he tenido vida propia.
Siempre he querido vivir a la orilla del mar”
Y en su determinación por un cambio, que afecta hasta su nombre:
“Lucy no te sienta bien, mujer débil, sin carácter.
Lucía es nombre de Amazona, de reina” asegura el fantasma, y escribe la historia del Capitán.
Con su lenguaje exaltado, incluso con palabras que no quiere pronunciar, transfiere a la realidad, su mundo ansiado:
El poder estar junto a un hombre audaz y sin reglas.
Distinto y distante de su marido, el aburrido arquitecto Edgard Muir:
“¿Por qué se casó?”, pregunta el fantasma.
“La verdad, no lo sé”, responde Lucy, y cual Emma Bovary se responde a sí misma:
“Me besó, como besaba el protagonista del libro que yo leía en aquel momento”
Y confundió la literatura con la vida, y, en su viudedad, confunde la vida con la literatura.
Ahora con su fantasma, es ella misma, y es más feliz.
Un año después de su encuentro, terminado el libro, se muestra temerosa:
“El futuro negro y confuso, como si estuviera envuelto en niebla”
Despide al fantasma, retira el cuadro, y vuelve a lo real.
Su encuentro con otro hombre, un escritor:
“Es un deber tomar el timón de tu propia vida entre los vivos” le ancla de nuevo en la tierra.
“No es perfecto, pero es real.
Necesito compañía, risas…amor”
La sombra del Capitán, mientras espía a la señora Muir durmiendo, la cara del cuadro, o la aparición del fantasma a la luz de la vela, son todos detalles mágicos, que contribuyen a construir la atmosfera de ensoñación, por la que transcurre la historia.
A lo mejor El Capitán Gregg es el espejismo de ese amor que esperamos encontrar.
Aquí, tenemos también, un trasfondo de soledad.
Ese océano vasto, que subraya lo desconocido y lo peligroso, portador de un aura romántica y temible, pero que también, es la bandera de los solitarios.
La escena, en la que El Capitán Gregg habla con la Sra. Muir mientras duerme, posee una belleza, y un diálogo inolvidable.
Ese monólogo de Rex Harrison, donde se asoma el actor que a futuro se consagrará, y que nosotros admiramos por sus obras de los años 60, ocurre cuando Lucy está dormida, y Gregg le induce la idea, de que todo ha sido un sueño, que nunca lo conoció.
En cualquier caso, el personaje del Capitán Gregg, sirve como catalizador de esos deseos de vivir de la señora Muir, y es la que le impulsa a conocer las emociones y los sinsabores de la vida, e incluso, el vestuario de la señora Muir, se vuelve más alegre y atrevido, según el personaje de la señora Muir va evolucionando, y debe escoger, entre el ideal de amor platónico, o enfrentarse al amor de la vida real, un lugar donde su fantasma, ya no tiene sitio.
Al final, Lucy ya anciana, muere de un paro cardíaco, y deja caer un vaso de leche.
Gregg aparece, y la levanta del sillón.
Pero, al encontrarse ambos rostros, en un único movimiento, ella es la misma joven atractiva, que cuando se conocieron.
El paso del tiempo queda eliminado y abolido por el amor que cruza el umbral de la muerte.
¿A quién no le viene a la mente, lo romántico de una novela de aventuras, mientras observa las vistas a través de los ventanales del hermoso dormitorio de Lucy, con el telescopio y la orilla del mar, rompiendo las olas del tiempo?
El mérito mayor, el verdadero encanto de esta pequeña maravilla, reside en una historia que combina magia y romance, humor y fantasía, drama y traición, que reflexiona acerca de conceptos eternos, sobre los que demasiado a menudo descansan frustraciones, fracasos, desesperanzas, e infelicidades, lo efímero de los pequeños placeres, la imposibilidad de atraparlos, de gozarlos sin límite, de elementos de la vida tan variables, como el fino hilo sobre el que ésta se construye, pero también, como el amor, la fugacidad del tiempo, la muerte, y el recuerdo.
Una vez vista The Ghost And Mrs. Muir, sigue quedando la duda, de si todo surge de la imaginación de la Señora Muir, aunque yo creo que la escena con la hija, en la que ella desvela que también hablaba con el fantasma, está puesta precisamente, para disipar esa duda.
Lo más triste es, que esta excepcional mujer, que es la Señora Muir, se murió sin conocer el amor, al menos entre los vivos.
La historia del fantasma no es más que un delicioso cuento, que acompaña a la Señora Muir durante toda su vida, y que la hace ser un poco más feliz, la necesidad de creer en lo que queremos creer.
“I don't know anything about the sea, except that it is romantic”
Quisiera hacer un inciso aparte, para la banda sonora de Bernard Herrmann, que rompe los esquemas, con una sublime obra maestra, donde el misterio y lo romántico, se mueven a sus anchas, con la armonía de una melodía inolvidable.
El reto que presentaba The Ghost And Mrs. Muir no era poco:
La historia de amor entre una mortal y un fantasma, no es tratada aquí, dentro de los cánones grandilocuentes y trágicos del “Sturm und Drang” o del “goticismo exacerbado”, sino que está más cerca de la tradicional “ghost story inglesa”, con su mezcla de costumbrismo doméstico, y elementos fantásticos.
La presencia del fantasma, no se cuestiona en ningún momento:
“Oh, ¿está encantada?”, dice con toda sencillez la Señora Muir cuando alguien le informa de la presencia del fantasma del capitán Gregg en la casa.
The Ghost And Mrs. Muir se mueve constantemente, entre lo cotidiano y lo fantástico, y las apariciones del fantasma, nunca son anunciadas por los clichés típicos del peor cine fantástico, con sonidos misteriosos, efectos especiales de algún tipo, sino que éste entra en el cuadro, con toda naturalidad, merced a un simple movimiento de cámara, o a un contraplano que sigue el plano de la mirada de la Señora Muir.
Por ello, el elemento que une ambos planos, es la música, creando un ambiente, una forma de presentar lo cotidiano, como la casa, y el mar, que indique siempre la omnipresencia de otra dimensión, de un aura inaprehensible, no atada a lo terrenal.
Compuesta entre “Anna And The King Of Siam” (1946) y “The Day The Earth Stood Still” (1951), The Ghost And Mrs. Muir era la banda sonora favorita del maestro Bernard Herrmann.
Como explica su biógrafo, Steven C. Smith, en “A Heart At Fire's Center. The Film Music Of Bernard Herrmann”:
“Se trata de una partitura poética, única, y muy personal.
Contiene la esencia de su ideología Romántica, en particular, su fascinación por la muerte, el éxtasis romántico, y la belleza de la soledad más melancólica”
Cuando veía The Ghost And Mrs. Muir, había momentos, en que me parecía oír el “Adagio For Strings” de Samuel Barber, conocido por la película “Platoon” (1986)
Busqué información, pero no encontré ninguna mención a Samuel Barber en la banda sonora original.
¿Será el fantasma?
The Ghost And Mrs. Muir respira las influencias de “La Mer” de Claude Debussy, y “Peter Grimes” de Benjamin Britten.
Temas como “Prologue”, “Poetry”, “The Spring Sea” o “Forever” son fiel reflejo de la pasión de un artista, que siempre dio lo mejor de sí mismo, en especial en aquellas películas que recreaban la temática amorosa sin tapujos.
El tema principal, es expuesto escuetamente, en el preludio de la obra, y desarrollado a lo largo de las 32 pistas posteriores.
Algunas de estas pistas, son una combinación entre la música de ensueño, y el tenebrismo “herrmaniano” matizado con la inclusión de onomatopeyas musicales.
Un claro ejemplo, es “Local Train” que disimula a la perfección, el sonido de un tren avanzando hacia algún lugar...
La verdadera función de la música de Herrmann, va más allá, pues de ser mera bisagra para permitir la “suspensión del descreimiento” del espectador, aunque es cierto que realiza tal función a la perfección, como en la primera escena de la aparición del fantasma.
Pero los tres temas básicos:
Una figura en el viento para describir el mar como símbolo de lo eterno, lo inamovible.
Un tema marcado por hermosísimos arpegios de las arpas que representan el aura “sobrenatural” de la casa.
Y un hermoso tema para cuerda, que describe al personaje de la Señora Muir, y su sentido del “amour fou” amor cortés, no terrenal, son las armas con las que Herrmann crea una especie de poema sinfónico, sobre lo irreversible del paso del tiempo, las angustias del deseo carnal y terrenal, y la necesidad de la trascendencia del sentimiento amoroso, hacia cotas más elevadas, hacia la fusión en un solo ser, por encima de la vida.
Frente a éstos, otros temas relacionados con lo real, lo cotidiano, como el “scherzo” que acompaña el primer viaje a la casa, el “galop” en la llegada de la Señora Muir a Londres, o el gentil “Tema de Miles Farley” no hacen sino actuar como intrascendente contraste a la “sublimidad” que rodea a la Señora Muir y El Capitán Gregg.
En un momento hermosísimo, El Capitán se despide de la Señora Muir, cuando comprende que ésta va a entregarse al amor terrenal que le ofrece Miles:
El hermoso pasaje que recita Rex Harrison, es acompañado musicalmente por Herrmann, no como mero fondo neutro, sino reforzando dramáticamente las palabras del personaje, como sí se tratara de un fondo musical, al recitado de un poema.
Este sentimiento, sólo puede encontrar su culminación al final, cuando la Señora Muir muere, y los amantes pueden encontrarse en otra dimensión.
La escena resulta creíble, gracias a la delicada puesta en escena del director Joseph L. Mankiewicz, y al tratamiento musical de Bernard Herrmann.
Mankiewicz y Herrmann optan por un tratamiento “sotto voce”, con una serena y luminosa versión del “Tema de Lucy” mientras ella lanza una última mirada a lo cotidiano, lo terrenal; los amantes bajan por la escalera de la casa, y se cruzan con la criada, pero ella no puede verlos, ni oírlos.
No hay grandilocuencia, ni efectos de cámara especiales, ni trucos musicales, ni coros que busquen subrayar el tono fantástico de la escena:
Todo transcurre con la misma soltura, con que se ha desarrollado el resto de la acción del filme, pero la transparencia de la música de Herrmann, su cualidad ya “líquida” y evanescente, nos está transportando, sin que seamos conscientes de ello, a un nueva dimensión, de nuevo, la música de Herrmann obra el milagro de conseguir la respuesta emotiva del espectador, no a través de su análisis lógico, sino conectando con sentimientos irracionales mucho más ocultos, con el arquetípico deseo humano de buscar un “más allá”
“Perhaps, he did come back and talk to us?
Wouldn't it be wonderful if he had?
Then you'd have something, you know what I mean, to look back on with happiness”
The Ghost And Mrs. Muir y su historia de amor, no se rigen por los cánones clásicos de cualquier historia de esta índole.
The Ghost And Mrs. Muir se realizó en 1947, 2 años después del final de La Segunda Guerra Mundial, y se ve claramente, como es una película enfocada a todas esas mujeres que quedaron viudas, o se quedaron sin novios por su muerte, en esta trágica guerra.
Se vislumbra un anhelo a la muerte, como objetivo deseado para poder cumplir el sueño, el de estar con esa persona, que no se puede tener en cuerpo y en alma.
No es una película de romances solamente, The Ghost And Mrs. Muir es también una película fantástica, nos recrea de gran manera, esa lucha que tuvo Lucy en un principio por separarse de esa fantasía, cuando encontró a un hombre real, del que poder enamorarse, pero ese fracaso que supuso esa relación, la ve obligada a vivir en un sueño y deseo permanente, el de poder morir para vivir su sueño.
The Ghost And Mrs. Muir, lleva mucho más lejos que otras películas suyas, la reflexión de Mankiewicz, sobre la presencia obsesiva del pasado en el presente, y sobre el transcurso del tiempo, sólo que en este caso, dicha reflexión se encuentra felizmente contaminada, por la fuerza arrolladora del deseo y de la ilusión.
El arrastre de ambos, el empuje sutilmente humorístico, y apasionantemente romántico del relato, la melancólica añoranza de una felicidad, que no pueden alcanzar a riesgo de borrar los difusos límites entre la vida y la muerte, generan una bellísima reivindicación del deseo, que por su fuerza transgresora, más allá de la realidad, no hubiera desdeñado firmar ningún surrealista.
Las largas conversaciones entre estos 2 seres solitarios, necesitados de compañía, dan pie a Mankiewicz, para registrar con fina sensibilidad, un proceso de enamoramiento que es una pura delicia, en el que vuelca hondura y sentimiento a partes iguales, y a través del cual, vemos transfigurarse a 2 personajes, que gracias al amor, pueden encontrarse vivos, incluso después de muertos.
The Ghost And Mrs. Muir resulta ser una combinación de estados de ánimo y emociones.
Es un drama, una comedia, una película fantástica, una historia de amor, y una historia de fantasmas, pero por sobre todo, es una cinta acerca de las diferentes formas, en que una persona puede vivir su vida, y los distintos caminos que nos llevan a encontrar la felicidad.

“You must make your own life amongst the living and, whether you meet fair winds or foul, find your own way to harbor in the end”



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