La Grande Bellezza

“La domanda era:
“Che cosa ti piace di più veramente nella vita?”
Ero destinato alla sensibilità.
Ero destinato a diventare uno scrittore.
Ero destinato a diventare Jep Gambardella”
(La pregunta era:
“¿Qué te gusta más en la vida de verdad?”
Yo estaba destinado a la sensibilidad.
Estaba destinado a convertirme en escritor.
Estaba destinado a convertirme en Jep Gambardella)

“Viajar es útil, ejercita la imaginación.
Todo lo demás es desilusión y fatiga.
Nuestro viaje es enteramente imaginario, ahí reside su fuerza.
Va de la vida y la muerte.
Personas, animales, ciudades y cosas es todo inventado.
Es una novela, nada más que una historia ficticia.
Lo dice Littre, él no se equivoca nunca; y además, cualquiera puede hacer otro tanto.
Basta cerrar los ojos.
Está en la otra parte de la vida” eso decía la novela “Voyage au bout de la nuit” de Louis-Ferdinand Céline.
Pues el artista, siempre busca la belleza.
No lo lindo, sino lo bello, que no es lo mismo.
¿Alguna vez te has parado a pensar, en todo aquello que estás perdiendo por el simple hecho de pertenecer a una sociedad que no mira atrás, ni para coger impulso?
Trabajamos concienzudamente en buscar lo que nos hace sentir bien.
La inspiración que nutre nuestros deseos.
Pero ponemos demasiado empeño en ello, y obviamos el ahora.
Nadamos en una corriente que impide alcanzar la meta, porque de eso se trata.
Una vez alcanzado el logro, éste de disipa por arte de magia, y arranca una nueva pantalla.
Queramos o no, estamos sometidos a esa sociedad, que juega con nosotros sin delicadeza, y de poco sirve la nostalgia, pues las modas imperantes despejan cualquier acercamiento a la melancolía, y ahí es donde camuflamos nuestra verdad.
Lo artificial, el cinismo y la hipocresía, en un aquelarre que no deja ver la luz al verdadero yo.
Que encanto tienen los lugares en estado de semi-abandono, con marcas del paso del tiempo, de los años... invitan a soñar sobre personas y situaciones, sobre otras épocas y otras vidas... sobre sueños y proyectos, sobre risas y alegrías, pero también sobre misterio y nostalgia...
Con la posmodernidad, a estas alturas históricas, a nuestras espaldas, en nuestro presente, y poseedora del futuro, es innegable que la vacuidad, se ha vuelto moneda corriente en nuestras vidas, que la falsa democratización de las voces, y la venerada multiplicación de las verdades, nos han legado la estúpida creencia de que todos podemos hablar de todo, como profundos conocedores, sin ser más que repetidores y sostenedores del lugar más común, y que a pesar de la proliferación de formas y medios de relacionarse, estamos menos comunicados que nunca, y más solos que el uno.
Italia, que siempre se ha visto como un decorado a cielo abierto, por sus monumentos que afloran en cada esquina de sus calles, un país donde los “mass-media” se impusieron como verdad revelada, y se apropiaron del poder, como Berlusconi y su RAI, sus azafatas de programas berretas, sus orgías con menores de edad, sus negociados.
Todos buscamos la belleza…
Y en Italia, el esteticismo sustituye la belleza por el arte, la contemplación por el placer estético, y la vida por la pose extravagante.
En este contexto, por ejemplo, la mujer queda reducida a “objeto artístico”, y su belleza, a las cualidades plásticas de su cuerpo.
Entonces, podemos definir el esteticismo, como una actitud egocéntrica, respecto a la belleza, que reduce la contemplación a puro disfrute subjetivo, y convierte su objeto, en simple instrumento para alcanzar el placer estético.
Muy extendido en elite artística actual, el esteticismo cosifica la belleza, y conduce al menosprecio sexista de la mujer, hoy comúnmente aceptado por razones presuntamente artísticas.
Junto al naturalismo, el esteticismo es también herencia de la modernidad ilustrada, es decir, de la cultura forjada en torno al siglo XVIII, que aún persiste en gran medida, en el ámbito artístico.
La idea “moderna” de arte, si bien representó un gran progreso del espíritu humano, pues suponía tomar conciencia del carácter específico de la obra de arte, y de su estatuto metafísico peculiar, sin embargo, llevaba consigo prejuicios intelectuales propios de la época, que han perdurado anacrónicamente hasta la actualidad.
“Quando sono arrivato a Roma, a 26 anni, sono precipitato abbastanza presto, quasi senza rendermene conto, in quello che potrebbe essere definito “il vortice della mondanità”
Ma Io non volevo essere semplicemente un mondano.
Volevo diventare il re dei mondani.
Io non volevo solo partecipare alle feste.
Volevo avere il potere di farle fallirle”
(Cuando llegué a Roma, de 26 años, me precipité, casi sin darme cuenta, en lo que podría llamarse “el vórtice de lo mundano”
Pero yo no quiero ser sólo un mundano.
Yo quería ser el rey de lo mundano.
Yo simplemente, no quiero participar en las festividades.
Yo quería tener el poder, de hacer que fallen)
La Grande Bellezza es una película italiana de comedia y drama, del año 2013, dirigida por Paolo Sorrentino.
Protagonizada por Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio, entre otros.
El guión es de Paolo Sorrentino, y Umberto Contarello.
Se estrenó en El Festival Internacional de Cine de Cannes de 2013, donde se proyectó en competición por La Palme D’Or.
La Grande Bellezza, fue seleccionada como la entrada italiana a La Mejor Película Extranjera en los Premios de la Academia, y ganó.
El rodaje tuvo lugar en Roma, Italia, a partir del 9 de agosto de 2012.
En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas, e intelectuales, tejen una trama de relaciones inconsistentes, que se desarrollan en fastuosos palacios y villas.
El centro de todas las reuniones, es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años, que escribió un solo libro “El Aparato Humano” y practica el periodismo.
Dominado por la indolencia y el hastío, asiste a este desfile de personajes poderosos, pero insustanciales, huecos, y deprimentes.
Las fiestas en la terraza de su apartamento en Roma, con vistas al Coliseo, son apoteósicas, el grito de desenfreno que tan bien representa a esa fiesta de cumpleaños en una terraza, con un gran cartel de “Martini” que gobierna la noche romana.
Es el cumpleaños número 65 de nuestro personaje, Jep al son de un remixed de Raffaella Carrà que nos dice:
“En el amor todo es empezar”, pero a su alrededor, se desarrolla “la gran comedia de la nada”
Cansado de su estilo de vida, Jep sueña con volver a escribir, aferrándose a las memorias de un joven amor en el que sigue anclado.
¿Lo conseguirá?
¿Será capaz de sobrevivir a esta profunda repulsión que siente hacia sí mismo, y hacia los demás, en una ciudad cuya belleza, a veces, lleva a la parálisis?
Después, el silencio creativo; es decir, el ruido vital.
Mujeres, drogas, fama, dinero, vacío.
Hoy Jep, que vive de noche, se asoma al espejo de la vejez, y descubre que su reflejo es grotesco, que su alma es oscura, y su lucidez fúnebre, y que sólo la nostalgia de un momento delicado, el momento de “La Grande Bellezza”, lo mantiene en pie ante la insolvencia de su existencia.
Asiste a “performances” de artistas estúpidas, malgasta su dinero en inyecciones de colágeno, y observa sin estupor, cómo sus amigos de juventud, han descubierto la heroína cuando deberían estar cuidando a sus nietos.
De modo que Jep se derrumba, aunque lo hace con la pulcritud de un dandi:
Educada, exquisita, y elegantemente callado.
Desde entonces, este dandi, que no exterioriza sus emociones, o cree que estas ya solo forman parte de su juventud, ejerce de cronista mundano, rodeado de frikis millonarios, observando el mundo con gesto elegante, desde una terraza enfrente de un Coliseo Romano fantasmal, visitando, acompañado de velas, los palacios más antiguos y hermosos de Roma, de fiesta en fiesta, soltando vitriolo, o irónica comprensión por esa boca, a la que siempre acompaña una copa y un cigarro, descubriendo en paseos solitarios, al filo del amanecer, rincones y momentos dotados de una extraña belleza, y de un lirismo transmisible.
Claro que La Grande Bellezza no sólo es esto.
Hay mucho más.
Hay tertulias de artistas contemporáneos, niños prodigio que agigantan las billeteras de los padres, niños que quieren ser niños, mujeres gordas que se escaparon de una obra de Fellini, y mujeres bellas, como la legendaria Fanny Ardant, en una escena breve, y llena de ternura y respeto.
Y sorpresa tras sorpresa, grandilocuencia, reflexión tras reflexión.
Y nunca una ciudad filmada, me pareció tan bella.
Sorrentino dirige La Grande Bellezza, desde la perspectiva de Gambardella, dotada de una capacidad hipnótica pasmosa, con una realización estimulante, e inquieta, encadenando “travellings” como si de la mirada del propio Jep, en busca de la belleza se tratara.
Somos así, testigos de algunos de los rincones más sobrecogedores de Roma, incluso de la mano de quien posee las llaves de los lugares más hermosos.
Pero también, presenciamos la Roma más mezquina y despreciable; todo en una historia conmovedora, sobre la decadencia de unos personajes en el crepúsculo de sus vidas, y con ellos, el de una ciudad, que se resisten a desaparecer.
Con unos movimientos de cámara magistrales, que nos invitan a disfrutar de Roma, a través de unos seres indolentes y hueros, que siguen anhelando la belleza, como sinónimo de inocencia, o pureza.
En definitiva, La Grande Bellezza propone un gran drama sobre la existencia humana, y el vacío de la vida, cuando nada logra atravesarla, o interpelarla; o bien, cuando la pose y las formas, importan más que el contenido mismo de la persona.
Creativa y mordazmente, Sorrentino apela a la crítica de la intelectualidad esnobista, sobre todo dentro de las artes escénicas y literarias, y donde la hipocresía, es la condición de pertenencia.
Lo hermoso de La Grande Bellezza, más allá de la sensibilidad y emotividad genuina, que invita a la reflexión general, y permite un bello y maravilloso final, es el deleite visual, que desde el minuto cero vemos; ya que los planos, la dirección de fotografía, y la estética que sugieren las imágenes, son de una calidad extraordinaria.
Profundamente nostálgica, La Grande Bellezza es un cine diferente, de alto valor artístico.
Es un bellísimo espectáculo, lleno de simbolismos, original, muy sensual; con diálogos que dan ganas de apuntar, para recordar, una y otra vez.
Si el arranque es visualmente impactante, el final no lo es menos, mientras progresan los títulos de crédito, un paseo en barco, que no vemos, por Roma, atravesando puentes y escenas cotidianas, hasta llegar al refugio vaticano del Castello, todo fluye con armonía y delicadeza, la belleza, puede ser algo parecido.
“Dunque è regola fondamentale, ad un funerale non bisogna mai piangere, perché non bisogna rubare la scena al dolore dei parenti.
Questo non è consentito.
Perché immorale”
(Es una regla fundamental que, en un funeral no debe llorar, porque no hay que robar el show del dolor a los familiares.
Esto no está permitido porque es inmoral)
La historia de La Grande Bellezza es sensacional, habla de todo y de nada, de la mediocridad y de la exuberancia, de la decadencia y de lo grandioso.
Es poesía pura.
El reflejo de una alta sociedad romana decrépita, que se reúne en fiestas en las que corren el alcohol, las drogas, “el arte contemporáneo” y la libertad sexual.
El dibujo de una Roma, falta de belleza.
Por otro lado, el insoportable peso de la vejez, decrépita como años de antigüedad tiene la ciudad, junto a la corrupta pátina que otorga el tiempo, la vida resistiéndose a sucumbir ante la llegada de la decadencia, como “Peter Pans” refugiados en temas de Raffaella Carrà, e inyecciones de botox, desertores del reino de las sombras, fingiendo felicidad en decrépitos banquetes, el cinismo, la muerte...
La Grande Bellezza no es sólo un brillante ejercicio formal y de estilo, por parte de su director, el napolitano Paolo Sorrentino, también es un retrato, a veces mordaz, a veces henchido de belleza, de una ciudad y sus gentes, de una Roma que niega su agonía, buscando en la gloria de su pasado, un antídoto a lo efímero del presente, la Roma del Panteón de Agripa, y de La Capilla Sixtina, pero también, la Roma de las tetas operadas, y de Berlusconi, esa Roma entre 2 mundos que se mezclan en la figura de Jep Gambardella, cronista, bebedor, atesorador de recuerdos, “re dei mondani”, con su terraza de fiesta perpetua, colgada sobre El Coliseo Romano como “Imperatore de la notte”, toda una metáfora de lo que pretende La Grande Bellezza.
Es un hecho que con La Grande Bellezza, se deja más que sentado, su homenaje a Federico Fellini, y a 2 de sus obras maestras concretamente:
“La Dolce Vita” (1960) y “Roma” (1972) La Ciudad Eterna.
Ya que La Grande Bellezza, es un desfile constante de personajes y situaciones fellinianas, empezando por Jep Gambardella, interpretado por un inmenso Toni Servillo, un personaje que podría ser perfectamente un Marcello Rubini (Marcelo Mastronianni) en edad de jubilarse, que sigue siendo un observador de la vida romana, de sus miserias, y de sus grandezas.
EL director, nos vuelve a ofrecer una visión sardónica, de una sociedad decadente, poblada por personajes extremos:
Capitalistas corruptos, cardenales gastrónomos, monjas vírgenes y centenarias, enanos, prostitutas, demás mujeres provocativas, y un protagonista que también puede calificarse de cínico, abstraído, y contemplativo.
Sus conversaciones con los demás seres de su entorno, a menudo no tienen pausa, y tratan sobre temas entre triviales y existenciales, cuestiones que él toca, arrastrando constantemente las palabras, con tanta confianza, como desapego.
Y es que Sorrentino quiso hacer un filme acerca de Roma.
Su idea era, dar vida a un personaje como Virgilio de “La Divina Comedia”, encarnado en un periodista y escritor.
Luego, leyó a Flaubert, y su idea de escribir un libro acerca de nada.
Flaubert, en “La Educación Sentimental” nos presenta a Frédéric Moreau, un personaje, cuyas aspiraciones, se alzan por encima del mundo que le toca vivir.
Por eso es que el autor francés, con este escrito, nos legó lo que Georg Lukács llamó la “novela psicológica de la desilusión”
Es por eso que Jep Gambardella, tiene ese aire “flaubertiano”
Su queja es por una civilización hueca, por el vacío estridente que contiene, y asfixia al ser humano:
“Estamos todos bajo el umbral de la desesperación”, lo oímos decir.
Lo bello y lo grotesco, se entremezclan en este viaje sin retorno por La Ciudad Eterna, sazonado con perversas metáforas, y encuentros fortuitos, como el que tiene lugar en la noche romana entre Gambardella y Fanny Ardant, inolvidable musa que fue de François Truffaut.
La Grande Bellezza incluye asimismo, como dato más que curioso al estilo “felliniano” del monstruo de “La Dolce Vita” (1960), una trágica visión del trasatlántico Costa Concordia, embarrancado frente a la isla toscana de Giglio, con lo cual, Sorrentino dibuja con brío, los contornos de una estética de la decadencia.
Las fiestas pasadas de tono, de una alta sociedad que es la pura expresión de la decadencia y lo grotesco, strippers que pasan de los 50, mujeres a las que el botox ha deformado el rostro, hasta convertirlas en caricaturas; cardenales obsesionados con la gastronomía, artistas conceptuales, cuyas “performances” consisten en estrellar la cabeza contra un muro o rabietas de niñas malcriadas que son pagadas por ricos para crear arte, nobles reconvertidos en viejos verdes desfasados, políticos corruptos que miran callados desde un segundo piso, o monjas centenarias que duermen en el suelo...
Todo eso es la gran comedia de la nada, y todo eso es La Grande Bellezza.
En la búsqueda de esa “gran belleza” vamos a ver lo mejor y lo peor del ser humano, desde las creaciones artísticas más deslumbrantes de una ciudad como Roma, hasta las mujeres y hombres más estéticamente deseables de la noche romana, pero también, lo falso de la belleza, y el castigo de intentar permanecer siempre bello, aun a costa de cirugías y dinero.
El reparto reunido por Sorrentino, que a sus 43 años tiene mucho que hacernos disfrutar aún, lo completan otros grandes del celuloide italiano, como:
Carlo Verdone, Sabrina Ferilloi, Isabella Ferrari, Iaia Forte, Serena Grande, Dario Cantarelli, Roberto Herlitzka o Guilio Brogi.
Toni Servillo, se mete en su carne, y La Grande Bellezza sigue sus paseos y encuentros con varios personajes, al tiempo que discurre por las distintas facetas que pueden satisfacer el objetivo de ese personaje:
La belleza física, principalmente a través del cuerpo femenino; la mundana, a través de la diversión nocturna; la artística, a través de estatuas, cuadros, u otras obras de arte; o la espiritual, a través del mundo religioso...
Gambardella, quien no escribió otro libro porque “estaba buscando la gran belleza”, es un tipo de artista opuesto, a los que “mantienen al país andando”
No encaja en esa vida, ni en esa ciudad, dice.
Es un espíritu defraudado:
“Todo alrededor mío está muriendo”
Su conciencia es como la de un “beat” afectado por insatisfacción cultural y emocional:
“Quería convertirme en el rey de los mundanos, y lo conseguí.
No sólo quería participar en las fiestas.
Quería tener el poder de hacerlas fracasar”
Jep Gambardella es, sobra decirlo, un hombre de vuelta de todo.
A su edad, ya no le queda nada por ver, ni experimentar.
Ya nadie le engaña fácilmente y, llegado a este extremo de su vida, se siente con el derecho a no hacer nada que no le apetezca hacer.
Jep ha decidido que, frente a tanta mundanidad, lo mejor es no oponerse, no tratar de cambiar las reglas, sino adaptarse a ellas, dejarse llevar.
Jep conoce perfectamente el mundo en el que se mueve.
En él, exhibe su desvergüenza pero, sobre todo, no trata de engañar a nadie.
A él, por su reputación como crítico de arte, se acercan todo tipo de personajes, a la caza de la publicidad, y el prestigio que pueden otorgarles sus crónicas:
Artistas de medio pelo, estafadores, ricos aristócratas, cuya falsa modestia oculta su mezquino apetito; su ambición por el reconocimiento público, y la fama.
Y como en El Circo Romano del Coliseo, abundan los excéntricos:
Andrea (Luca Marinelli), que lee a Proust, se suicida porque sabe que la muerte aguarda en una esquina, y esa angustia es más insoportable que cualquier certeza.
Ramona (Sabrina Ferilli), que conoce que va a morir, se desnuda para nadie, pues aunque es hermosa como una joya de alabastro, es ya vieja en los mercados de la carne; pues su biología jura que tiene 42 años, pura ancianidad.
Y qué decir del Cardinal Bellucci (Roberto Herlitzka), El Mayor Exorcista de Europa en su juventud, que ante las cuitas espirituales de sus fieles, desgrana recetas del conejo tal, y como se prepara en Liguria…
O de la niña pintora que emula a Pollock, o del hombre que atesora las llaves de las mejores propiedades de Roma, o de la exhausta Condesa Colonna (Sonia Gessner), que alquila su apellido en cenas de gala, para al volver a su triste apartamento, en una escena conmovedora hasta el llanto, acudir al palacio en que nació, hoy convertido en museo, y admirar la cuna en la que durmió de bebé.
Los monstruos abundan, y su catastro es infinito.
Todos están ahí, tras las máscaras que ocultan cuanto son.
Porque su nombre, a la postre, es nadie, como nada.
Jep tiene que enfrentarse al inminente ocaso, y pérdida de su atractivo, en el camino, empiezan a morir las personas de su vida, y para ello, dará una serie de consejos de comportamiento, para emocionar a los asistentes, y al mismo tiempo, convertirse en el centro del espectáculo, la vida como una representación, lo que no podrá, sin embargo, es evitar terminar llorando de verdad, ante las verdaderas pérdidas, pues envuelto en una dosis de inmunidad, ésta se revela falsa, pues las emociones fluyen por dentro, Jep:
¿Quién te va a cuidar ahora?
Con la ayuda de una banda sonora, que es casi un personaje más, y en la que podemos escuchar desde la Carrà a Preisner, o Bizet, pasando por el “Mueve la colita” de El Gato DJ, su gran protagonista es la misma Ciudad de Roma...
“la ciudad maravillosa, reconfortante, y al mismo tiempo, llena de peligros escondidos”, advierte Sorrentino.
La “caput mundi”, ciudad de ciudades, epítome de la gloria y la ruina, Roma nunca sucede en vano.
Si Italia es infinita, Roma es inagotable.
Vivir en ella es aprender que La Loba sobrevive a sus pobladores, a todo logro, a cualquier triunfo.
La estatura de una ciudad, se mide por su indiferencia ante lo que en ella acontece.
Roma es, en ese sentido, profundamente cruel, una especie de naturaleza salvaje, convertida en cultura domesticada, aunque en realidad, indomeñable.
Enorme aparato digestivo de museos, monumentos, y capas de tiempo, Roma devora a sus criaturas, las metaboliza en excremento, las expulsa sin torcer el gesto.
Como un apartamento sobre El Coliseo, que puede parecer al “parvenu” un lugar de privilegio en La Tierra, pero es sólo un palco de lujo, en la antesala del Infierno.
Porque si el desencanto es terrible en los suburbios del mundo, qué decir de esa misma experiencia cuando tiene su asiento en el onfalos primordial…
A esta Roma no le faltan fariseos, estafadores, pretenciosos, pedantes, celebridades de medio pelo, decepcionantes, meapilas, impotentes, promesas rotas, como la de una gran carrera literaria que conduce la vida del propio héroe.
Es una Roma decididamente fea, pero cuanta exuberancia, e inexplicable hermosura quiere su director que veamos en ella…
A esta Roma, poblada de una noche eterna de bailarines espectrales, y zombificados, hay que venir preparado para los voluptuosos “travellings” de Paolo Sorrentino, y la hermosura cromática que provee la gracia y el talento de Luca Bigazzi.
La música, incluyendo composiciones de Lele Marchitelli, hacen el resto.
Así pues, no se pierdan la Roma de los créditos finales, que nos regala el director en un bello, y eterno, plano secuencia.
En segundas lecturas:
El primer nivel y, como es lógico, el mundo de Jep, funciona como metáfora, o esencia de la Roma de hoy.
Un mundo en total decadencia que, como él mismo describirá, da vueltas sobre sí mismo, sin ir a ninguna parte.
Jep recuerda su llegada a Roma, en su juventud, lleno de esperanzas y proyectos, y cómo esa Roma, apática, autocomplaciente, le fue engullendo poco a poco, hasta que no quedó nada de todo ello.
Roma es un estado de ánimo, que se apodera de todo aquel que, imbuido con la falsa esperanza de gobernarla, llega hasta sus calles, llenas de monumentos.
No por casualidad, Jep afirmará, que los verdaderos habitantes de Roma, no son los romanos, sino los turistas.
Quizá sean ellos, quienes vivan realmente en la ciudad.
El resto son espejismos, fantasmas, reflejos.
La Roma que describe Sorrentino, es una ciudad que nos recordaría a la Roma imperial en su ocaso.
Una urbe que se siente lustrosa, brillante, pero de la que ya sólo quedan las ruinas, un débil destello de lo que pudo ser.
Una Roma que se cae a pedazos, aunque no lo parezca, pues la fiesta no ha terminado ni, probablemente, acabe nunca.
Es el tema de la nostalgia, algo recurrente en La Grande Bellezza, en el que se llega a decir la siguiente frase:
“Lo antiguo es bueno, lo nuevo es malo”
Nostalgia que se refleja en las fiestas, que estos maduros ociosos celebran, queriendo perpetuar una juventud, que hace tiempo que dejaron atrás, y que llega a su mayor expresión, cuando se nos muestra la decadencia de la aristocracia venida a menos, con  sus palacios, repletos de maravillosas obras de arte, cerrados, o convertidos en museos para los turistas.
La vida, la fragilidad de la misma, y las diferentes maneras de usar el poco tiempo que nos da la misma, es otro de los temas principales de La Grande Bellezza.
Mundanidad.
La palabra resonará con toda su fuerza descriptiva y fonética, de boca del propio Jep, en los oídos del espectador a lo largo de todo el metraje.
Sorrentino quiere enseñarnos un mundo enfermo de esa de mundanidad.
Un mundo, a ratos, grotesco, necio, mezquino, hipócrita, frívolo y, por qué no, entrañable.
Este es el mundo de Jep Gambardella, y toda la fauna de personajes que le rodean.
La magnífica secuencia que se desarrolla en la terraza de la casa de Jep Gambardella, que celebra su cumpleaños; en esa lujosa terraza, en pleno centro de Roma, junto al Coliseo, se reúne la gente VIP de la ciudad:
Empresarios, estrellas del cine y televisión, aspirantes a dramaturgos, artistas en el sentido más amplio y banal del término, cineastas, y hasta algunos miembros de la nobleza.
Ahí están todos, la gente guapa, lo que no hace mucho tiempo se conocía por aquí como “jet set”, comiendo, bebiendo, poniéndose de coca hasta las cejas, y bailando desesperadamente, uno de los viejos éxitos de la inmortal y bella Raffaella Carrà, pues no creo que haya mejor metáfora de Italia, que la música y la figura de La Carrà, en ella, se reúne todo lo divo y lo festivo que puede albergar la cultura de ese país; y lo más increíble de todo, es que sigue vigente...
La escena es divertida y, al mismo tiempo, profundamente perturbadora, decadente.
Porque, vamos a ver:
¿Qué hace toda esa gente, algunos de edad bien avanzada, agitándose desesperada, ridículamente, incluso, persiguiéndose unos a otros como animales en celo, en busca de una pareja con la que, si hay suerte, y se da bien la noche, terminarán en la cama?
En una sola escena, Sorrentino no sólo nos pone en antecedentes, sino que es capaz de condensar, todo lo que va a contarnos a continuación.
Es lo que le propio Jep Gambardella llamará “la fiesta de la mundanidad”
Y Jep es el rey absoluto de esa fiesta.
El secreto de la magia, por otra parte, estriba en que no hay secreto.
En un fragmento antológico, Jep se encuentra una jirafa Las Termas de Caracalla, en una especie de decorado etrusco.
Un mago, antiguo amigo, le explica que el número estrella de su función, consiste en hacer desaparecer a la bestia.
Y Jep le pide entonces, que le haga desaparecer a él, al fin y al cabo, un animal mucho más pequeño y dócil.
Pero el mago, que dejó la juventud atrás hace tiempo, le responde que no sea ingenuo.
¿Acaso piensa que si él poseyera el secreto, para hacer desaparecer a las personas, aún se arrastraría por Roma, volatilizando jirafas?
Porque la jirafa no desaparece.
Ahí está el truco.
Todo es ilusión, como la belleza misma.
Incluida la vida, ese viaje que, como en la cita de Céline que abre la trama, es siempre un viaje al fin de la noche.
En la fuerza de sus imágenes, La Grande Bellezza reside en su concepción, en su sentido tanto narrativo como estético, en su toma de postura ideológica.
Poderosa por lo que enseña, y la manera en que lo enseña.
Los recorridos de Jep por la noche romana, sus fiestas, y obras teatrales, muestran su falta de optimismo hacia la vida en general, pero no sólo la suya, sino hacia la vida contemporánea, mientras lo vemos asistiendo a reuniones y cenas, donde los diálogos aunque superfluos, también pueden tornarse discusiones sobre dialéctica y filosofía, a la hora de analizar el vacío mundano al que todos estamos expuestos.
La Grande Bellezza es melancólica, dura, triste incluso, pero también encierra luces que deberíamos atrevernos a encender.
La Iglesia Católica, como era lo usual en Fellini, es criticada desde la ironía y el cinismo de manera magistral.
“Son importantes las raíces”, dice la monja-santa que nos enseña como la pobreza no se cuenta, sino que se vive.
La que medio momia sube con dificultad los escalones que no sabemos a dónde la llevan.
Los escalones de la vida, tal vez, que sólo conducen a la muerte.
Aunque también, en su mirada, el vuelo de las aves que una noche invaden mágicamente la terraza de Jep.
Las que van buscando tierras más cálidas.
El vuelo, la metáfora, la belleza.
Una vez tocado el fondo de la devastación, ya sólo queda resucitar, o emigrar.
Por último, mencionar la crítica feroz que hay hacia el arte contemporáneo con rabietas de niños para adinerados imbéciles.
La ironía de La Grande Bellezza alcanza a todos los estratos, a los corruptos con la detención de un vecino del inmueble de Jep, que grita ser uno de los motores de la economía italiana, y se encuentra entre los 10 criminales más buscados; a la Iglesia permanentemente retratada, o como un circo, o como un negocio, que no duda en aparecer como jerarquía en locales de moda, o someterse a tratamientos de estética; al periodismo que ha decidido hacer noticia de lo barato, a todos los niveles, y no de lo importante, del mundo del arte moderno, espléndida la escena de la niña pintora, con el colofón del paseo nocturno por el interior de varios palacios romanos, que guardan multitud de tesoros clásicos, la belleza preservada para el disfrute de unos pocos que, ni siquiera, son capaces de deleitarse con ello.
Para finalizar, las selecciones musicales y el score a cargo de Lele Marchitelli, entre música sacra, obras italianas populares, y hasta canciones en inglés; desde la música serena de Kronos Quartet, John Tavener, Zbigniew Preisner, Georges Bizet y Henryk Gorecki, en alternancia con melodías electrónicas de Gui Boratto, la pegajosa “Far L'Amore” de Bob Sinclair y La Raffaella Carrà, o la jocosa “Mueve la colita (El Gato remix)” de Los Locos... la enriquecen enormemente, y la convierten en todo un espectáculo, con la sucesión de muy cuidados planos secuencia, y tomas bellísimas de Roma, sus palacios, fuentes, ríos, puentes, monumentos, y jardines.
“Finisce sempre così.
Con la morte.
Prima, però, c'è stata la vita, nascosta sotto il bla bla bla bla bla.
È tutto sedimentato sotto il chiacchiericcio e il rumore.
Il silenzio e il sentimento.
L'emozione e la paura.
Gli sparuti incostanti sprazzi di bellezza.
E poi lo squallore disgraziato e l'uomo miserabile.
Tutto sepolto dalla coperta dell'imbarazzo dello stare al mondo.
Bla. Bla. Bla. Bla.
Altrove, c'è l'altrove.
Io non mi occupo dell'altrove.
Dunque, che questo romanzo abbia inizio.
In fondo, è solo un trucco.
Sì, è solo un trucco”
(Termina siempre así, con la muerte.
Pero antes, hubo vida.
Escondido debajo del bla, bla, bla, bla.
Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido.
El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo.
Los demacrados, caprichosos destellos de belleza.
Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo.
Bla, bla, bla, bla.
Más allá, está el más allá.
Yo no me ocupo del más allá.
Por tanto, que esta novela dé comienzo.
En el fondo, es sólo un truco.
Sí, es sólo un truco)
La comprensión de la belleza, se opera siempre cuando la belleza ya se ha retirado.
¿Qué perdemos al escoger un camino u otro en la vida?
¿Qué se siente cuando uno ha comprendido hace mucho, que escogió una opción equivocada?
¿Qué nos queda cuando se esperaba alcanzar la gran belleza, y dejamos perder la que ya habíamos conseguido?
Nostalgia, melancolía, sufrimiento, hedonismo, ausencia, vacío, ironía, soledad… tantas cosas, y muchas más.
La Gran Belleza es a ratos, una película sin optimismo y sin fe, pero no por ello, deja de ser un gran filme.
Entre sus estilizadas vistas, sus pasajes oníricos, su poesía existencial, hay lugar para sentimientos y emociones que nos estimulan.
Hay un llamado por lo esencial y duradero.
Pero pasa que insiste en recordarnos, que nos abruma un colosal mundo de pasiones, anhelos y propósitos huecos, sobre los que se fundan programas y promesas, héroes y gobiernos, tendencias y gustos.
Es la moderna nada de poca lucidez y belleza.
La moderna nada que nos invade.
¿Hasta qué punto, Jep Gambardella es un triunfador?
¿No se trata de conseguir mantenerse haciendo lo que a uno le gusta?
Quizá esté ahí la cuestión.
Él ya se mantiene con las ganancias obtenidas en su primera obra.
Un trabajo como periodista, en la revista de una buena amiga suya, fantástica enana de un David Lynch, le mantiene en activo, por disimular ante la galería que lo que realmente es, un vago con muy buena capacidad de análisis, un observador de primera, un psicólogo con tintes de charlatán:
Un genio.
Por su parte, el agotamiento creativo, es el mayor miedo de aquel que tiene talento para algo.
Sobre todo si no ha conseguido el reconocimiento general del público, y con ello el dinero, o al menos poder vivir de su arte.
Son muchos los que han tratado el tema de la imposibilidad de continuar creando, o de comenzar a hacerlo, teniendo el talento, aun siéndoles innegable el título de artista.
Kerouac, Bukowski, Van Gogh, Ed Wood… Piensen en cualquier artista maldito que conozcan.
¿Son capaces de imaginarles no escribiendo/pintando/fotografiando/rodando?
NO.
Aquel que alcanza su reconocimiento, y no continua siendo prolífico, es porque no lo necesita.
Tiene el talento, pero no la vocación.
El resto necesitan escupir sus pensamientos, deshacerse de ellos al materializarlos, porque si no, se vuelven locos.

“La più consistente scoperta che ho fatto pochi giorni dopo aver compiuto 65 anni è che non posso più perdere tempo a fare cose che non mi va di fare”
(El descubrimiento más importante que hice un par de días después de cumplir los 65 años, es que no puedo perder el tiempo, haciendo cosas que no quiero hacer)



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