The Boy In The Striped Pyjamas

“Dad's a good man”

Cuando La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, había 6 millones de judíos europeos muertos; los habían matado en El Holocausto; de esos, más de un millón de las víctimas, eran niños.
El niño judío, conoció la crueldad de los nazis, desde el primer día en que éstos asumieron el poder, primero en Alemania, y luego en todos los países aliados, o conquistados por aquella.
Sus progenitores y familiares, no siempre pudieron otorgarle la defensa y seguridad, que cada padre pretende dar a sus hijos.
Fueron separados de sus compañeros, no judíos, y expulsado de la escuela estatal.
Vio a su padre perder el derecho de proveer las necesidades de su familia, y no pocas veces, fue testigo de la caída del núcleo familiar, al abismo de la desesperación.
Los niños fueron especialmente vulnerables durante la época del Holocausto.
Al comenzar las deportaciones a los campos de exterminio, los niños se encontraron frente al abismo.
A lo largo y ancho de Europa, niños judíos huyeron, se escondieron, separándose de sus padres, y conocidos.
Algunos encontraron refugio en los hogares de gente generosa e íntegra, o fueron adoptados.
Hubo quienes se ocultaron en conventos, internados, y también, en bosques y aldeas, o que deambularon como fieras salvajes perseguidas.
Hubo quienes recibieron ayuda de gente misericordiosa, y otros que debieron confiar en su propia iniciativa, e inventiva.
Muchos tuvieron que vivir bajo identidades asumidas, añorando, y a la espera del regreso de sus padres.
A veces, eran tan pequeños cuando se separaron de sus padres, que olvidaron sus verdaderos nombres, y su identidad judía.
Muchos tuvieron que habituarse a vivir en el silencio más absoluto, sin permiso de moverse, de llorar, o reír, y a veces sin derecho a hablar.
Pero no todos los niños encontraron refugio y salvación.
Los nazis propugnaron el infanticidio de los niños pertenecientes a grupos llamados “indeseables” o tachados de “peligrosos” de acuerdo a su ideología, ya fuera parte de su programa de “limpieza étnica” o como medida de seguridad preventiva.
Decenas de miles de niños fueron capturados, y deportados a los campos de exterminio.
Por su tierna edad, muchos fueron las primeras presas de esa maquinaria.
Los alemanes y sus aliados, asesinaron a niños amparados en dichas razones ideológicas, y como represalia para castigar supuestos ataques por parte de los miembros de la resistencia.
Impulsados por una ideología racista, que consideraba a los judíos “indeseables parásitos” dignos solo de erradicación, los nazis implementaron el genocidio en una escala sin precedentes.
Todos los judíos de Europa, fueron elegidos para la destrucción:
Los enfermos y los sanos, los ricos y los pobres, los ortodoxos religiosos y los convertidos al cristianismo, los ancianos y los jóvenes, incluso los niños.
No obstante, miles de niños judíos sobrevivieron a esta cruel matanza, muchos de ellos porque estaban ocultos.
Con identidades cambiadas, y a menudo, ocultos físicamente del mundo exterior, estos jóvenes enfrentaron temor, dilemas, y peligro constante.
Su vida estaba en las sombras, donde cualquier comentario descuidado, denuncia, o los murmullos de vecinos inquisitivos, podía llevar al descubrimiento, y la muerte.
La crueldad del gobierno nazi, y las barbaridades de la guerra, obligaron a algunos niños a madurar más de lo normal para su edad.
Un niño sobreviviente, describía a estos niños como “gente mayor con cara de niños, sin rastros de alegría, felicidad, ni inocencia infantil”
Los niños y las niñas judíos ocultos, debieron adaptarse a sus circunstancias anormales.
Para ello, improvisaban juegos, aprovechaban las escasas oportunidades educativas disponibles, y se ganaban con su propio trabajo, la precaria existencia que tenían.
Las experiencias cotidianas de los niños ocultos, variaban dependiendo de si podían vivir abiertamente, y asistir a la escuela, y relacionarse con otras personas de su edad, o si tenían que estar ocultos físicamente.
Para los que no podían salir, la vida oculta estaba a menudo llena de dolor, tormento, y aburrimiento.
La lectura, el juego, y la expresión creativa, podían ayudar a llenar las interminables horas, y desviar temporalmente, la atención de los niños de su situación desesperada.
En los campos, a los niños, los ancianos, y las mujeres embarazadas, se los enviaba rutinariamente a las cámaras de gas, inmediatamente después de su llegada.
Muy pocos niños judíos sobrevivieron.
En los centros de exterminio, y los campos de concentración de Europa, los experimentos médicos, las enfermedades, el maltrato, y el asesinato sistemático, se cobraron muchas vidas.
“They smell worse when they burn, don't they?”
Se estima que los alemanes y sus aliados, asesinaron un total de un millón y medio de niños, entre los que se incluyen cerca de un millón de niños judíos, y decenas de miles de niños de etnia gitana, niños alemanes con discapacidades físicas, o psíquicas, residentes en diversas instituciones, niños polacos, y niños de las zonas ocupadas de la antigua Unión Soviética.
Las posibilidades de supervivencia de los adolescentes, entre 13 y 18 años, judíos y otros no pertenecientes al pueblo judío, eran mayores, ya que podían ser empleados como mano de obra.
Durante El Holocausto, también se asesinaron miles de niños pertenecientes a otros grupos perseguidos por las autoridades nazis.
Entre ellos estaban, los niños de etnia gitana que murieron en el campo de concentración de Auschwitz.
Se calcula que murieron entre 5 mil y 7 mil niños como víctimas del “programa de eutanasia”
De los millones de niños que sufrieron la persecución de los nazis y sus socios del Eje, solo unos pocos escribieron diarios que sobrevivieron.
En estos relatos, los jóvenes escritores, registraron sus vivencias, expusieron sus sentimientos, y delinearon el trauma que sobrellevaron durante la pesadilla de aquellos años.
En cualquier lugar en que estuvieron, el gueto, el escondite, e incluso el campo, los niños no renunciaron a momentos de vivacidad infantil.
En cualquier tregua del hambre y la ansiedad, ya se escuchaban las risas, se iniciaba una riña, y piernas pequeñas corrían detrás de una pelota de trapo.
En los rincones de los cuartos hacinados, y también en el más lúgubre de los escondites, niños y niñas acariciaban sus muñecas, y sus peluches, a menudo el único tesoro que restaba de un mundo perdido para siempre.
Con ellos, podían soñar por un mundo mejor, por el regreso a la familia, y la niñez extraviada, y a ellos podían confiar sus emociones más recónditas.
En el período posterior al Holocausto, los refugiados buscaron por toda Europa, los niños que se habían perdido.
Miles de huérfanos estaban en campos de refugiados.
Muchos niños se fueron de Europa oriental, como parte del éxodo masivo “Brihah” hacia las zonas aliadas, en camino al Yishuv, el asentamiento judío en Palestina.
A través de la Aliyah de jóvenes, o la inmigración de jóvenes, miles emigraron al Yishuv, y luego al estado de Israel, cuando fue establecido en 1948.
Al finalizar la guerra, comenzó un capítulo nuevo y esperanzado, pero también lleno de dolor por la niñez perdida, y la familia desaparecida.
Entonces se inició para muchos, el regreso a la identidad personal y judía, un proceso plagado de dificultades y penurias.
¿Quedan judíos en el mundo?
¿Quién soy?
Esas eran estas algunas de las preguntas que se hacían muchos niños, que la guerra separó con crueldad de sus familias y comunidades.
Poco a poco, salieron de los escondites, los bosques, y los campos, y comenzaron un largo y doloroso proceso de rehabilitación.
A pesar de las cicatrices, trataron de reconstruir sus vidas.
Hubo también quienes no regresaron al seno del judaísmo, y tampoco lograron reunirse de nuevo con sus familias.
El corto episodio de vida de un millón y medio de niños judíos, hace mucho que llegó a su trágico fin.
De muchos, no queda ni siquiera un recuerdo, ni nadie que llore su muerte.
Son innumerables las películas, que se han hecho sobre las atrocidades que los nazis cometieron durante La Segunda Guerra Mundial y, aunque sigamos leyendo, oyendo, o viendo cualquier cosa relacionada con esta cuestión, es imposible que no nos sobrecojamos por los actos genocidas que se llevaron a cabo, hace relativamente, escasos años, si a ello le sumamos las barbaries de soviéticos, y japoneses, todavía mayores, es como para deprimirse.
“I'm a solider.
Soldiers fight a war”
The Boy In The Striped Pyjamas es una película dramática, dirigida y escrita por Mark Herman, en 2008.
Protagonizada por Asa Butterfield, David Thewlis, Vera Farmiga, Rupert Friend, Cara Horgan, David Hayman, Amber Beattie, Sheila Hancock, Richard Johnson, Jack Scanlon, entre otros.
El argumento, está basado en la novela homónima de John Boyne, que se publicó en el 2006, y ha vendido más de 4 millones de copias, llegando a convertirse en un Best-Seller.
El autor, escribió las 217 páginas de la novela de un tirón, a lo largo de 2 días y medio, y para hacerlo, adoptó la voz infantil que caracteriza la historia, y le da unidad:
“Tuve la sensación, de que la voz de ese niño me decía lo que tenía que escribir.
Esa voz habitó en mí durante la escritura”, ha declarado el autor.
Como dato, señalar que el título The Boy In The Striped Pyjamas difiere en la palabra “Pyjamas” en su concepción británica original a “Pajamas” en su versión comercial para EEUU.
Presenta además, la ideologización del pueblo, para lograr la lealtad total hacia Hitler, aun cuando su gobierno realizaba grandes injusticias y delitos a su paso, de diferente índole.
The Boy In The Striped Pyjamas muestra una gran enseñanza, generada en los niños que poseen una inocencia que trasciende el odio y desprecio de los adultos, y gracias a esto, la tragedia llega a un hogar, y a un hombre que se sentía superior por los demás, pero la vida le da un vuelco, cuando su hijo es víctima del horror e injusticia que se cometió para con la sociedad judía.
En The Boy In The Striped Pyjamas, se muestran bastantes cambios como por ejemplo, el final de ésta, que recrea El Holocausto, durante La Segunda Guerra Mundial.
Aunque, lo que realmente le da un sentido completo, es la terrible moraleja final, un duro y seco final.
Como dato curioso, The Boy In The Striped Pyjamas tiene similitudes con “The Sound Of Music” (1965), en lo que respecta nombres y algunas situaciones.
Está claro que The Boy In The Striped Pyjamas, renuncia al aspaviento y al discurso histórico, e ideológico, que busca la perspectiva humana y poética en un canto a la amistad, y en una tragedia de Saturno, que devora a sus hijos.
El rodaje de The Boy In The Striped Pyjamas tuvo lugar en Budapest, Hungría.
Todo el equipo creativo, incluido el director de fotografía Benoit Delhomme, el diseñador de producción Martin Childs, y la diseñadora de vestuario Natalie Ward, estaba decidido a aportar autenticidad, respeto, y atención al detalle, para recrear los periodos más oscuros de la historia.
Hay que mencionar, las emociones y el impacto que produjo el rodaje, sobre todo en los miembros húngaros del equipo.
“El equipo siempre fue consciente, de que Hungría había apoyado a Alemania durante las 2 Guerras Mundiales, y comprendía que la historia se ceñía a los años 40”, afirma el productor David Heyman.
“Han pasado por regímenes muy autoritarios, y creo que se identificaban con lo que ocurrió en aquella época”, concluye.
Todos los miembros del equipo de producción, que hay detrás de The Boy In The Striped Pyjamas, tenían muy claro, que estaban rodando una historia de ficción y no un documental.
Sin embargo, como el guión es histórico, todos fueron muy meticulosos a la hora de respetar el contexto en el que se desarrolla.
The Boy In The Striped Pyjamas es una fábula, cuya intención es proporcionar una perspectiva única, sobre las consecuencias de los prejuicios, el odio, y la violencia infligida a personas inocentes, particularmente en niños, en tiempos de guerra; y narra la historia de una inverosímil amistad entre 2 chicos, que viven a ambos lado de la alambrada de un campo de concentración.
Situada en Berlín, en 1942, Bruno (Asa Butterfield) tiene 8 años, y desconoce totalmente el significado de La Solución Final y del Holocausto.
No es consciente de las pavorosas crueldades, que su país está infligiendo a los pueblos de Europa.
Todo lo que sabe es que Ralph (David Thewlis) su padre, ha ascendido en su trabajo, y que ha pasado de vivir en una confortable casa de Berlín, a una zona aislada, en la que no hay mucho que hacer, y sobre todo, nadie con quien jugar.
Pero todo cambia, cuando conoce a Shmuel (Jack Scanlon), un chico que vive una extraña existencia, paralela al otro lado de la alambrada, y que como todos los que habitan allí, viste un uniforme similar a un pijama de rayas.
La amistad de Bruno con Shmuel, marcará el fin de su inocencia infantil.
Sus encuentros secretos, desembocan en una amistad, cuyas consecuencias, serán asombrosas y devastadoras.
“I'm Bruno”
The Boy In The Striped Pyjamas cuenta una historia, que si bien es muy distinta a las otras que hemos visto de la Alemania Nazi y el Holocausto, por su narración tan simple, y sin mucha violencia, que no nos aburre en ningún momento.
Todo lo contrario, es precisamente, esa sencillez la que nos amarra, y de a poco, nos va enseñando el contraste entre la vida de los niños, y la de los adultos.
Sus 2 personajes principales, Bruno y Samuel, viven una vida paralela, pero con experiencias muy diferentes.
Shmuel es judío, y Bruno es hijo de un oficial nazi.
Vaya que si sus vidas son diferentes.
Aún así, la vida de estos 2 pequeñines, se ve unida por algo que los adultos han perdido por completo, la inocencia.
Lo interesante de The Boy In The Striped Pyjamas, es el planteamiento que nos hace:
Primero la desgracia que viven los más pequeños, y luego como la desgracia toca a una familia Nazi.
The Boy In The Striped Pyjamas es un duro cuento sobre la inocencia, y la barbarie de uno de los episodios más vergonzosos de la historia del ser humano.
Definitivamente es una muy buena película, para probar algo más allá de Hollywood, aunque tiene un final fuerte, en verdad que vale la pena sacarse su tiempito, verla y reflexionar.
“Nos preocupaba muchísimo la autenticidad", afirma Mark Herman.
“Cuando estábamos realizando la adaptación, descubrí que los comandantes del campo de concentración, juraban confidencialidad bajo amenaza de muerte, para que sus actividades fueran del máximo secreto.
Tenían prohibido contar a nadie, incluidas sus propias familias, en qué consistía su “trabajo”
Esto fue de gran ayuda a la hora de escribir el guión, especialmente para explicar, por qué el comandante no le había contado nada a su mujer, sobre el programa de exterminio:
Ella cree que se trata de un campo de trabajo, y descubre la verdad por casualidad.
Hoy en día, el público tiene la ventaja de saber lo que pasó en realidad, por lo que algunas cosas les resultarán obvias.
Puede que los espectadores no comprendan, que la mujer no lo supiese; estaba viviendo junto a un campo de concentración, así que tenía que saberlo.
Pero algunas personas no sabían nada.
En Auschwitz, por ejemplo, la mujer del comandante, vivió prácticamente encima del campo, durante 2 años, sin tener ni idea de que aquello era un campo de exterminio.
Lo increíble de esta historia, es que estos 2 chicos, cada uno a un lado de la alambrada, no saben lo qué está pasando” concluye Herman.
También, en The Boy In The Striped Pyjamas, el director añadió una película de propaganda nazi, que descubrió durante el trabajo de documentación.
Se trata de un repulsivo cortometraje de 14 minutos, cuyo objetivo era mostrar, cómo era la vida en los campos de concentración:
Actividades recreativas, comidas cordiales, caras sonrientes.
Mark decidió rodar una versión de la película, para que Bruno pudiera hacerse una idea de lo que era.
De esa forma creía, que sabía lo que pasaba en el campo, ya que había visto el cortometraje.
Esto hace que recupere, por un momento, la fe que tenía en su padre.
No importa que el espectador conozca la historia de una amistad imposible amenazada por la tragedia.
Lo interesante es, entrar en el universo infantil, de quien no entiende, por qué unos hombres con pijama, son considerados basura, y por qué su padre y su madre discuten acaloradamente, o su abuela no les visita.
Lo más sugestivo es, asistir a esos descubrimientos, desde la inocencia de Bruno, a ese momento en que el hombre que pela patatas le cura la herida, o el niño traicionado, le ofrece su perdón tras la alambrada:
Son instantes de humanidad, tratados con sentimiento y dulzura, pero donde no se abusa de lo lacrimógeno, ni del artificio tramposo.
El guión cuida y evita el exceso melodramático, avanza con equilibrio, y no se pierde en las subtramas; sabe construir cada personaje con mimo, y atendiendo a lo esencial, sin que ninguno de los secundarios, quede mal esbozado, o caricaturizado, ni tampoco haga sombra al protagonista.
Sin embargo, en 1944, en Auschwitz en particular, sobrevivieron algunos niños, y hay casos aislados de niños, a los que se mantenía con vida, tanto para realizar experimentos médicos con ellos, como para trabajos específicos, como en el caso documentado de 2 niños, a los que se mantuvo con vida en Treblinka, para dar de comer a los patos del estanque.
Hay fotografías muy conocidas, de niños supervivientes, al llegar la liberación de los campos, pero es cierto que, por lo general, solían pasar directamente del transporte en el que llegaban, a las cámaras de gas.
Por eso, la historia de Shmuel puede resultar algo inverosímil; y cabe preguntarse inclusive:
¿Será ese niño, un amigo imaginado por Bruno, para enfrentar su soledad, dándole vestidura acorde a lo que veía?
“I'm Shmuel”
El sentimiento e inocencia que quedan retratados en el rostro de Asa Butterfield, un acierto pleno de casting, para un niño que con sus grandes ojos azules, y su frágil cuerpo, encierra la misma esencia de la historia.
Tiene la mezcla perfecta de inocencia y curiosidad que exige el papel, además de unos ojos penetrantes, y observadores.
La ceguera y gradual evolución de su personaje de 8 años se hace creíble, mejor que en la novela, donde cuesta creer su ingenuidad, porque la cámara logra recoger la confusión y perplejidad de su alma, que pasa de no entender a un idolatrado padre, que no sale en defensa del doctor, al creer lo que muestra el documental visto a escondidas, y que disipa sus dudas y tormentos interiores.
El otro niño, Jack Scanlon, de 8 años, debuta en la gran pantalla, en el papel de Shmuel, puede emocionar sin ser demasiado sentimental; tiene cierta dignidad natural.
El personaje de Elsa (Vera Farmiga), con su indiferencia, apatía, e ignorancia iniciales, es crucial a la hora de saber, cómo se pudo asesinar a tantas personas ante los ojos de todo el mundo, sin que nadie lo supiera.
Porque esto está sucediendo en todo el mundo.
Esta historia, podría haberse basado en Irak, Afganistán, Kosovo, o Darfur.
Ese odio racial, sigue existiendo
David Thewlis como Ralph, es bastante directo; luego está el de la esposa, que acepta la idea de un campo de concentración, pero que poco a poco empieza a darse cuenta, de que él está implicado en el genocidio, y se aprecia el efecto que eso tiene en el matrimonio.
También está la hija, Gretel (Amber Beattie), que se siente atraída por la retórica, la política, la patria.
Su flirteo con el joven soldado Kurt Kotler (Rupert Friend), es casi una seducción ideológica.
Su padre apoya totalmente al Reich, pero su madre odia todo lo que significa el fascismo, y lo dice abiertamente.
Así que dentro de una misma familia, tenemos 5 o 6 puntos de vista diferentes, que van evolucionando a lo largo de The Boy In The Striped Pyjamas.
Kurt es escalofriante, y peligrosamente seductor.
Comprendemos perfectamente, que una niña de la edad de Gretel, pueda sentirse atraída por él, y por lo que representa.
Al mismo tiempo, Rupert pone al descubierto la gran vulnerabilidad del teniente Kotler en el “interrogatorio” de su padre, que se desarrolla durante la cena.
De hecho, El Teniente Kotler, es el catalizador del romance de Gretel, con la ideología nazi, descrito memorablemente, por Sir Hugh Trevor-Roper como “una gigantesca aberración nórdica”, así como de la destrucción del matrimonio del comandante del campo de concentración.
Friend describe su personaje, como un miembro del “círculo íntimo” de la familia:
“Es Kotler quien cuenta a la madre, que lo que están haciendo, es quemar los cuerpos de los judíos”, comenta.
“Por tanto, el padre culpa a Kotler de la desintegración de su familia.
Por supuesto, el padre es el que supervisa las atrocidades, pero culpa a Kotler de que su mujer se entere de lo que ocurre.
Es el fin de la carrera de Kotler, porque el padre lo envía a la primera línea de fuego, lo que es prácticamente una sentencia de muerte”
Curiosamente, The Boy In The Striped Pyjamas es también un ejemplo de lo que pudo ser el manual de adiestramiento de la cultura nazi en los niños, y cómo estos reaccionaban ante los eventos.
The Boy In The Striped Pyjamas es un cuento moral, que prefiere dejar fuera de campo la muerte, y los aspectos más desagradables, reducidos a una humareda maloliente, a una ausencia para siempre, o a un grito desgarrador que se apaga con un plano final en negro.
De The Boy In The Striped Pyjamas podríamos sacar la conclusión, de que la inocencia se muere en el momento en el que un ser, en general, se transforma en adulto.
Bruno adora lo que es, y lo que representa su padre.
Juega fascinado, corriendo emulando bombarderos, y le maravilla el aspecto del uniforme alemán.
Esas sensaciones se quedan en la nada, cuando su ignorancia de niño le dice que, el que tiene en frente, es un muchacho en pijamas.
Lejos de odiar a quien se supone rival, Bruno abre los brazos ofreciendo su amor.
Porque los niños no conocen el odio, porque no nacen con ello, es la ideología y la religión la que corrompe, inclusive, no es la adultez la que se trae abajo la inocencia y la bondad.
También, la fotografía busca retratar esa inocencia angelical, en un rostro encantador, bañado por una luz blanca, que suaviza cualquier gesto de dureza o crispación.
Probablemente muchos de los lectores de la novela, no se sentirán defraudados, y disfrutarán de una triste historia, tratada con una pátina de humanidad, y de sentimiento.
Pero lo mejor de The Boy In The Striped Pyjamas es la moraleja que nos deja, y es la siguiente:
¿Se han puesto a pensar, que al terminar The Boy In The Striped Pyjamas nos sentimos conmovidos, indignados, y hasta impotentes, por el hecho de que Bruno fuera asesinado, sin importarnos lo más mínimo, que muchos hombres y mujeres más, y hasta el amigo de Bruno, fueran asesinados de la misma forma?
Es triste que nosotros, o por lo menos dejamos de lado, la verdadera tragedia que estaba ocurriendo tras Bruno, otras personas.
En otras palabras, a tono cruel de la historia:
¿Por qué no conmovemos por la muerte de Bruno?
¿Y los que no conocimos su historia, y murieron igual o peor?
¿Qué hay de ellos?
“Why do you wear pajamas all day?”
Se supone que The Boy In The Striped Pyjamas es un libro para niños, sin embargo, no creo que ellos lo disfruten, sin llenarse de dudas, acerca de los detalles incompletos dentro de la trama, si tienen la suerte de que alguien les pregunte, acerca de qué va esto, es de razonar un poco la respuesta, para no dejar ir un balde de agua fría, aunque depende de que niño se los pregunte…
En la película Bruno y María (Cara Horgan), la criada, apenas se hablan, el personaje de María pasa prácticamente desapercibido.
En el libro María es la persona, con la que Bruno se encara al principio, realmente lo piensa, pero no lo hace, ya que sus padres lo desaprobarían, pero es ella la que está recogiendo sus cosas del armario, y por medio de quien queda patente, que va en serio eso de irse a vivir fuera de Berlín.
Gretel en una ocasión, llega a levantar la voz, dando órdenes a la criada, saliendo Bruno en defensa de ella; nunca se había fijado antes, pero veía a María guapa, y nunca se lo había planteado con anterioridad, pero María también tendría familia, y una historia personal, y toda una vida de la que no sabía nada.
Y sin embargo, siempre estaba ella allí, siempre cuidándolo:
¿Le gustaría su trabajo?
¿No tiene familia?
María, a pesar de su condición de criada, reprocha a Bruno en alguna ocasión, que piense mal de su padre, ella lo defiende, y está agradecida al comandante por el trato para con ella.
Físicamente, Shmuel es muy distinto en el libro, como queda representado en la película.
En el libro está descrito como un niño, prácticamente desnutrido, y se recalca varias veces, su extrema delgadez, ojos hundidos, y una palidez desagradable, hasta el punto de que Bruno ve las manos y los dedos de su amigo, como los huesecillos de un esqueleto de mentira, y le pregunta que qué le ha pasado en ellas, para que estén así.
En la película, las manos de Shmuel son tan rechonchas, como las del propio Bruno si no más.
También, Shmuel está descalzo en el libro.
En la película, podemos ver cómo los encuentros de Shmuel y Bruno, se realizan con gente del campo de concentración al fondo.
En el libro queda patente, que Bruno tan solo ve a Shmuel, a nadie más al otro lado de la valla, durante sus encuentros, es una zona no vigilada por los soldados, de lo lejos que está.
También la valla, en ese preciso sitio, está suelta por la parte de abajo, no es necesaria una pala, ni ningún tipo de herramienta, para pasar de un lado a otro.
Bruno ofrece comida a Shmuel, cuando este viene obligado a casa de Bruno a limpiar unas copas.
En la película, le ofrece lo que parece un bollo, un pastel... en el libro, se dirige a la nevera, y corta 3 trozos de pollo relleno para su amigo.
En la película, puede verse una hermana, Gretel, más cariñosa y comprensiva con su hermano pequeño, de lo que es en el libro.
En el libro, están siempre a la greña, y tan solo se ve en una ocasión, que Gretel se comportase cariñosamente con su hermano, aunque bien pudiera considerarse condescendencia, si así se quiere pensar.
En el libro se narra cómo Gretel grita asustada, por encontrar huevos de piojo en su pelo.
Al revisarse a Bruno, le encuentran piojos, y su padre le obliga, a que Bruno se rape el pelo.
Es tras raparse el pelo, cuando Bruno se ve en un espejo, y se ve los ojos desproporcionados, con respecto a su cabeza.
Esta visión, hace que comience a reflexionar entre otras cosas, acerca de que él no es tan distinto de Shmuel, y que Shmuel y los otros chicos de la alambrada, son también chicos normales como él.
Esto no ocurre en la película, de hecho, Bruno se ve obligado a taparse la cabeza con una gorra, para no levantar sospechas a su entrada al campo.
Muchos de los días descritos en el libro son lluviosos, la acción se desarrolla en aproximadamente un año de encuentros con Shmuel, el camino a la alambrada en ocasiones está lleno de barro, y Bruno ha de inventar todo tipo de excusas, para librarse de que lo descubran.
Incluso, el último día de su estancia en Auschwitz, va con botas al encuentro de Shmuel, por culpa de la lluvia, que paró poco después de la clase con Herr Liszt (Jim Norton) se le salió una bota de camino, por culpa del barro.
En la película, la mayoría de los días son soleados, y la lluvia aparece tímidamente, en contadas ocasiones.
En la película, antes de un encuentro con Shmuel, Bruno ve en una sala, una falsa película sobre los campos de concentración, mientras que en el libro no es así.
En la película, el tiempo transcurrido como amigos entre Bruno y Shmuel es menor que en el libro.
Los sucesos de la película, ocurren un año antes en comparación a los del libro.
En la película, la edad de Bruno es de 8 años, mientras que en el libro tiene 9 años, al igual que Gretel, y Shmuel, son un año más jóvenes.
La diferencia central entre la película y la novela, es el punto de vista elegido, porque mientras en el libro, el narrador es el pequeño Bruno, la película se cuenta desde una mirada omnisciente.
Así, lo que en la novela se relata desde la inocencia, en la película se abandona por completo, con la burda idea de que, el sólo hecho de tener 2 niños como protagonistas, basta para dar la imagen “inocente” necesaria.
En consecuencia, Herman propone una relación especular, ver sino el póster de la película, entre Bruno y Shmuel, una idea siniestra:
Bruno es el hijo del jerarca nazi, encargado del campo, y Shmuel es el niño preso en ese campo; de ninguna manera están en un pie de igualdad.
Asemejándolos, hasta en la noción de encierro, lo que se logra, además de radiar la sensación de asco, es que el personaje de Bruno quede en un lugar incómodo, mal parado a los ojos de cualquier espectador, y abandonado al absurdo en el universo de The Boy In The Striped Pyjamas, como si su ingenuidad no fuese válida, o fuese menos legítima, que la de Shmuel.
Herman además, cree que es necesario, a través de distintos sucesos y diálogos ilustrativos, plagar de contexto, y sobre-explicación a la historia, pero sin ningún rigor histórico.
Al mismo tiempo, plantea un juego de contrapuestos lineales y groseros, entre los personajes secundarios:
Padre nazi muy malo, madre que está de acuerdo con la causa pero “ignora” lo que ocurre, aunque tiene de sirviente a un preso, abuelo a favor, abuela en contra.
Todo bien simplificado, y elucidado.
Explicarle a un niño de 8 años, qué es un campo de concentración, y los fines que se llevan a cabo, supone una dificultad paralela, a que un adulto entienda las razones que llevan a una guerra, explicar lo inexplicable, es estar inmerso en la obligación de mentir necesariamente, no sólo a la persona que nos escucha, sino principalmente, a nosotros mismos, con la esperanza de que la mentira que sale de nuestros labios, también nos invada como obligada realidad.
Pero un niño de 8 años, dentro de su inocencia, y bendita ignorancia, no deja de tener un instinto, y una curiosidad gigantesca, ante todo lo que le regalan sus ojos, más si estos “regalos” son “granjeros con pijamas de rayas” a los que, cuando tiene presentes, son regañados, vilipendiados, y humillados porque sí.
Un niño no entiende de razas, colores de la piel, ideologías, culturas...
¿Acaso, quién entiende de eso?
Sólo lee libros de aventuras de piratas, que buscan sus islas, aunque el primer libro que la realidad le va a imponer leer, no tiene páginas, es el libro del horror, del desasosiego, de la desigualdad, y de la crueldad, capitaneadas por la persona que colaboró en traerle a esta mierda de mundo, su padre.
La amistad no entiende de diferencias instauradas, impuestas, e imaginadas por impresentables, por eso es tan sabia, y no hará una excepción, cuando Bruno por primera vez en mucho tiempo, sienta que tiene un amigo de verdad, de su misma edad, pero con unos peldaños de inocencia, arrancados a la fuerza, aunque con la suficiente fuerza e ilusión de estrecharle la mano a través de una asquerosa alambrada, o de seguir prometiéndole amistad eterna, pese a muchas cosas... demostrando que, una simple conversación entre ambos, es lo único que de verdad importa, en medio de un infierno.
Al contrario de lo que le decía sarcásticamente su tutor, Bruno se convirtió en “El Mejor Explorador Del Mundo”
Con toda certeza, siempre hay más exploradores, es muy simple, se les reconoce por la limpieza de sus miradas, y la autenticidad de sus almas, es fácil diferenciarlos, porque suelen estar rodeados de cabrones.
Respecto a la filmación de la última escena; “fue completamente una pesadilla” según palabras de Heyman.
“Probablemente, hubieses necesitado mas abogados que cineastas.
Había que cumplir con todo tipo de requisitos legales, para tener niños entre adultos desnudos”, concluye.
El final, de matiz aleccionador y moraleja tardía, no hace más que dar un cierre acorde a su desarrollo, a una de las películas que quedará, como una más entre las más abominables de la historia del cine.
Las sutiles miradas y gestos de los actores, contribuyen a que algunas escenas de The Boy In The Striped Pyjamas adquieran un encanto especial, desde el instante en el que la madre de Bruno le da las gracias a un sirviente judío, por haber curado una herida de su hijo, hasta la sonrisa del pequeño, al comprobar cómo devora su nuevo amigo, la escasa comida que éste le lleva.
Sin embargo, The Boy In The Striped Pyjamas está llena de incoherencias, y situaciones ilógicas:
Ver una fiesta de nazis, en la que la se ameniza la velada con música Jazz, absolutamente denostada por los nacional-socialistas, que la consideraban “música decadente de negros”, ya es bastante alucinante, y no exigía una labor de documentación excesiva.
Es evidente además, que si un sólo campo de concentración, hubiese tenido algún ángulo sin vigilancia, y sólo con una valla electrificada, no pocos prisioneros habrían conseguido escapar.
Confieso que es difícil, que la familia prevea en diferentes escenas, que el niño está en la cámara de gas, a excepción del padre que ve las pistas, pero la madre no se percata de que murió, llora porque está al otro lado, es decir, ninguno sabía de la relación entre los niños.
Al final, da una lección karmica, cabalística, para el sensible de espíritu; además que vende la idea de educar sin abusar de la barbarie.
La música de The Boy In The Striped Pyjamas, es una combinación entre la música opresiva y oscura, que James Horner asocia a los personajes de los nazis, y los campos de concentración, y las texturas etéreas y ambientales, asociadas a la infancia e inocencia de Bruno, a la que Horner suma un bello tema central, que ya arranca en los créditos de inicio.
Lo malo es que Horner, aun no se exorciza de sus trabajos anteriores, y en este caso, se escuchan muchas reminiscencias de “A Beautiful Mind” (2001)
“I think, Bruno, if you ever found a nice Jew, you would be the best explorer in the world”
¿Y qué sabemos de los civiles alemanes, no seguidores del nazismo?
¿Qué pensaban?
¿Sabían algo del holocausto, lo imaginaban?
¿Dónde iban a parar todos esos judíos, que sus soldados secuestraban en Berlín, Munich, y tantas otras ciudades?
La mayoría del pueblo alemán, miró a otro lado, o aplaudió, sólo una parte se fue de ese nauseabundo lugar, o se atrevió a alzar la voz.
The Boy In The Striped Pyjamas es la historia de una familia normal, de gente normal que, a través de la ignorancia, la inocencia, o una inquebrantable obediencia a la autoridad, independientemente de la crueldad de esa autoridad, encarna a la perfección la “banalidad de la maldad”
¿Qué sucede en este lugar?, se pregunta Bruno.
¿Por qué hay tanta gente al otro lado de la alambrada?
Puede que sean preguntas sencillas, pero básicamente:
¿No son estas, las preguntas que seguimos planteándonos hoy en día?
Y puede que ese sea el trabajo de los escritores, o de los artistas, seguir buscando respuestas, asegurarnos de que la gente sigue haciéndose preguntas, para que nadie olvide nunca, por qué tuvieron que formularse, una primera vez.
Si intentas explicarle a un niño, lo que ocurrió en una época no tan lejana, las cifras son demasiado elevadas para que lo entienda.
Creo que John Boyne, ha encontrado una manera increíblemente emotiva y efectiva, de abordar el tema centrando su historia en 2 niños y una familia.
Con todos los conflictos que vivimos hoy en día, tanto en Ruanda, Somalia, Palestina, Israel, Darfur, Zimbabwe, o Irak, me parece que The Boy In The Striped Pyjamas es tan relevante ahora, como en cualquier otro momento de la Historia.
Nos ha tocado muy profundamente, tanto a mí como a miles de lectores/ espectadores de todo el mundo.
Esos niños tienen el potencial, y la capacidad de superar las diferencias culturales, e identitarias, y de esta forma, demuestran que los seres humanos pueden llevarse bien, si nadie les anima a odiarse; que los gobiernos, las instituciones, y los medios de comunicación, pueden cultivar y cultivan el conflicto, y la desconfianza.
Son ideas muy actuales, con una relevancia universal, y creo que The Boy In The Striped Pyjamas las hace accesibles para todo el mundo.
Suave en apariencia, y muy duro por dentro, sutil y nada frívolo, al mostrar la cruda realidad del campo de concentración nazi, pero sin olvidar, que lo hace desde la mirada inocente de un niño, que juega a ser explorador, y para quien la guerra es una aventura sin malicia.
Se trata de un mundo real, bajo el prisma candoroso de quien no ha descubierto lo que la historia enseña a los hombres, y a lo que estos pueden llegar en su barbarie.
Por eso, la adaptación de la novela The Boy In The Striped Pyjamas, no podía hacerse en clave realista, ni obviar el lado emocional que rodea al Holocausto.
Hay quien ha criticado, que se banalice el horror con esa imagen falsa, y edulcorada del exterminio judío, pero aquí, a Boyne y Herman, les interesa la mirada del niño, y eso está bien plasmado.
La historia suele repetirse, y creo que es muy importante que se hable de todos estos temas, como sea, y por quien sea, siempre y cuando el contenido emocional sea real y verdadero.

“I don't understand.
One man caused all this trouble?”



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