The Machinist

“I know who you are.
I know who you are.
I know who you are”

La culpa es un invento muy poco generoso, es destructiva o consuntiva; y puede devorar y roer a una conciencia que se siente... culpable.
Creo que he caído en una reiteración; o en un círculo vicioso.
Pero no solo en el lenguaje, sino en la idea.
¿Porque me siento culpable?
Porque hice algo malo, algo que no he confesado, y que hace que tenga la conciencia... culpable...
¡Caramba, otra vez!
Debería no haberlo hecho, y si lo hice, haberlo confesado, y haber recibido mi castigo por ello.
Tengo miedo a ser castigado por los demás, así que voy a guardar mi error, en el fondo del subconsciente, o en la conciencia, o en un cajón, un armario, dentro de mi cabeza, cerrado con 7 llaves.
Lo malo es que la conciencia culpable es gritona, machacona, incansable, y más fuerte que uno mismo.
Tanto que se apodera de ti, y te impide pensar, descansar o, simplemente, vivir...
Hay miles de formas de paranoia, en las cuales estamos sometidos a ser propenso, siendo infinitas e invendibles, las explicaciones como fueron construyéndose y siendo parte de una realidad alterna en nuestra mente.
Es muy sabio, quien por si mismo encontrara perfectamente, cuál fue la inclinación y el inicio de tal perturbación mental, si logra descifrar, y puede encontrar la respuesta del indicio.
La incapacidad para dormir, por ejemplo, procede de las malas jugadas de nuestra mente, cuando somos incapaces de relajarnos, y bajar el ritmo lo suficiente, como para que el cerebro emita las ondas que induce al sueño.
Tiene que ser verdaderamente desesperante, dar vueltas y vueltas en la cama, durante esas horas nocturnas interminables, a solas con tus pensamientos, y sabiendo que no podrás evadirte.
Y así, noche tras noche, llegando a temer el momento, en que todo queda en silencio, y no tienes más remedio que irte a una cama, que se vuelve hostil.
El insomnio es uno de los trastornos del sueño más comunes, e impide la recuperación que el cuerpo necesita durante el descanso nocturno, pudiendo ocasionar somnolencia diurna, baja concentración, e incapacidad para sentirse activo durante el día.
Varios son los determinantes de este trastorno de sueño.
Factores como el estrés, la elevada activación del organismo, o la depresión, son relevantes.
Algunas de las pautas profilácticas más conocidas son las siguientes, sobre todo para quienes tienen predisposición a las dificultades para conciliar el sueño:
La cafeína es un estimulante del sistema nervioso, y se debe interrumpir su consumo, 4-6 horas antes de acostarse, dentro de ese lapso sigue habiendo, en la sangre, trazas de esta sustancia que, al menos, en algunas personas, aparentemente más susceptibles, siguen provocando insomnio, ansiedad, intranquilidad, nerviosismo.
En dosis estándar, como 100 mg por día, el equivalente a una taza de café, produce dependencia física, y psicológica.
La nicotina, también es un estimulante del sistema nervioso, y no como suele creer, quien fuma consuetudinariamente, un tranquilizante, y debe evitarse cerca de la hora de acostarse, y en los despertares nocturnos.
Además, provoca adicción, dependencia física, y psicológica.
El alcohol es un depresor del sistema nervioso; si bien puede facilitar el inicio del sueño, provoca despertares a lo largo de la noche.
Además, provoca adicción, dependencia física.
Una comida ligera, puede inducir al sueño, pero una comida copiosa, en un momento demasiado cercano al sueño, puede hacer que éste sea menos profundo, si bien es cierto, que no es recomendable irse con hambre a la cama.
En otras palabras, hay que tener una comida ligera.
Minimizar el ruido, la luz, y las temperaturas extremas, no más de 24 °C, ni menos de 12 °C, durante el periodo de sueño, utilizando tapones para los oídos, ruidos tenues de fondo, como un ventilador, persianas en las ventanas, mantas eléctricas, o aire acondicionado.
Hacer lo posible, por no estar al pendiente de la hora, del paso del tiempo.
Cambiar, si es posible, el tipo de reloj, no utilizar por ejemplo, despertadores, cuyas manecillas brillen en la oscuridad, o produzcan sonidos a cada segundo, como el típico “tic-tac”, o incluso, voltear el reloj, de tal modo que no resulte visible desde la cama.
La cama es para dormir, debemos evitar realizar cualquier otra actividad en ella.
Es importante, que asociemos ese espacio con el descanso.
En función de su severidad, se distingue entre el insomnio leve o ligero, con el que existe un mínimo deterioro de la calidad de vida; el moderado, que se da cada noche, y en el que empiezan a surgir, ciertos signos del deterioro de la calidad de vida, con síntomas como irritabilidad, ansiedad, fatiga, y el severo o grave, en el que los síntomas se sufren con mayor intensidad, y por tanto, la calidad de vida se ve algo más afectada, inclusive al grado de adquirir un adelgazamiento, no deseado.
El adelgazamiento, o pérdida de peso, en el contexto de la medicina, salud, o “fitness”, es una reducción de la masa corporal de un individuo o animal, por razón de una pérdida promedio de líquidos, grasa, o de tejidos como el músculo, tendón, o tejido conjuntivo.
El adelgazamiento puede ser generalizado, es decir, afectando a todo el organismo, o bien, localizado como en el caso de una atrofia muscular, por inmovilización.
Entrada la tercera edad, el cuerpo tiende a perder de 1 a 2 kg de peso, cada década.
El insomnio puede tener orígenes diversos, entre ellos está, el trastorno de estrés post-traumático:
Después de algún accidente, de un golpe, de un traumatismo, o de alguna otra situación estresante, generalmente intensa y repentina, es posible que el individuo tenga dificultades leves, o graves, para descansar; de este modo, la falta, o una calidad pobre del mismo, puede traer consecuencias tales como:
Depresión, dificultades de concentración, somnolencia diurna, cansancio constante, accidentes de tráfico y laborales, irritabilidad, dificultades de memorización, desorientación existencial, etc.
Y es que la vida termina siendo un misterio.
El tiempo, uno de los mayores enigmas de la metafísica.
Nuestro cerebro, una caja de sorpresas, todavía inexplorado.
Incluso, los partidarios de Platón, y las derivaciones de la filosofía idealista, nos proponen una realidad, como proyección de los sentidos.
Todo lo que creemos que representa al mundo exterior, termina siendo una ilusión, o más bien, un sueño, como estableció Pedro Calderón de la Barca.
El cine, y su peculiar magia, siempre han sido propicios, para explotar la ilusión.
La posibilidad de representar, y recrear universos paralelos, tan vivos como la misma realidad.
Hay un cuento de Giovanni Papini, donde el espectro de un sueño, pálido, e insomne, vive la inquietud de morir fulminado en el momento preciso, de quién lo está soñando se despierte.
La mente lo puede todo, y la conciencia le pasa factura.
“Trevor, is someone chasing you?”
The Machinist es una película de suspenso, realizada en el año 2004, dirigida por Brad Anderson.
Protagonizada por Christian Bale, Jennifer Jason Leigh, Aitana Sánchez-Gijón, Michael Ironside, John Sharian, entre otros.
Escrita por Scott Kosar, The Machinist representa un subgénero de suspense/thriller, que generalmente tiene como tema central, un enfrentamiento, o juego, entre los personajes, más mental o psicológico, que físico, en el que la inteligencia o los aspectos intelectuales, y/o mentales, juegan una gran importancia.
Es decir, es un tipo de película, en que la mente del espectador, no para de plantearse preguntas, y de elucubrar con lo que estamos seguros que va a pasar.
Para escribirlo, Kosar se inspiró en “Le Locataire” (1976) de Roman Polanski, “The American Friend” (1977) de Wim Wenders, y en la novela “El Doble” (1846) de Fiodor Dostoyevski; del cual no sólo es uno de los escritores más influyentes del XIX, sino que además, las referencias a él, son evidentes en todo el metraje:
Sus libros aparecen en pantalla; agregado a repiques en varios conceptos del proceder de David Fincher, Christopher Nolan, Martin Scorsese, David Lynch, o Alfred Hitchcock.
The Machinist es un asfixiante viaje a los infiernos, de un hombre carcomido por la culpa y el aturdimiento vital, mientras visionamos, nuestra cabeza no parará de trabajar, realizaremos un esfuerzo, no tanto por entender al personaje protagonista, sino más bien, por comprender o analizar aquello que ocurre.
Podría parecer, que The Machinist es un lío continuo, en el que tendremos que estrujarnos el cerebro, para comprender cada ruta que toma el guión.
Por ello, recomiendo encarecidamente, que se vea con la cabeza abierta, dispuesta a tomar cada cosa que salga, o se diga en The Machinist, y se juegue al juego que se nos plantea.
Si nos disponemos a intentar adelantarnos a los acontecimientos, disfrutaremos mucho más.
Es admirable así, que la intención del guionista Scott Alan Kosar, haya sido la de explorar una continua sensación de asfixia, esa sensación de sentirse vigilado, perseguido, y no conocer sus motivos, en hacer creíble, la mortuoria pesadumbre del protagonista.
Según varios críticos de cine, Brad Anderson consigue el mejor filme de la Fantastic Factory, con un drama a modo de thriller, en el que destaca la soberbia interpretación de Christian Bale.
No es extraño, que la novela de Fiodor Dostoyevski “The Idiot” (1869) sea uno de los referentes visuales que aparecen en pantalla, como expiación del protagonista.
The Machinist es entonces, un thriller psicológico, con elementos dramáticos, que escarba en el lado oscuro, y la singularidad de una situación alucinatoria, envolviendo la historia, con una gradación paranoica, sucia, velada, y sombría, y una brillante interpretación de Christian Bale, que logra someterse a la perfección, a la personalidad requerida, en un personaje marcado por la ofuscación, y la angustia en un ambiente de pesadilla.
The Machinist es hipnótica porque deja una sensación de irrealidad y terror sutil, que nos hace esperar en cualquier momento, que se desencadene el horror.
Hay confusión, cambio, y pérdida de la propia identidad; en un vía crucis que no se sabe a dónde llevará, ni cuándo terminará, motivado por la culpa y el dolor.
The Machinist se destapa también, como film de terror obsesivo, un drama en el fondo, que hace pensar que Brad Anderson, está en camino de ser un maestro en ciernes, dado su manejo de un suspense, tan íntegro como despiadado, exento de la intencionalidad comercial de los grandes estudios, demostrando su erudición, a la hora de no caer en lo fácil, y saber prolongar la tensión durante mucho más tiempo, sin caer en el formulismo.
Es por tanto, una consistente historia de culpas y penitencias, adecuadamente encubierta, entre su aparente aspecto de película de género fantástico, pero en realidad, concedida con un plausible realismo de frialdad, y causticidad turbadores.
Como dato, revelar que Brad Anderson se lastimó la espalda durante el rodaje, y dirigió gran parte, acostado en una camilla.
A pesar de su ubicación en la Costa Oeste estadounidense de una ciudad, The Machinist fue filmada en su totalidad, en y cerca de Barcelona, España, precisamente en Sant Adrià del Besòs, El Prat del Llobregat, y una urbanización residencial del Maresme.
La acción se sitúa en algún lugar de Estados Unidos, siendo producida, por el sello Fantastic Factory de Filmax, y Castelao Productions.
The Machinist nos transporta, a la torturada mente de un ciudadano estadounidense de clase obrera.
Constituye una gran propuesta, acerca del poder de las acciones, y el daño psicológico que la culpabilidad, puede causar en nuestra psique.
El solitario Trevor Reznik (Christian Bale) es un trabajador humilde, perteneciente a una fábrica industrial, en donde ha llegado en el peor momento de su vida, por ver y ser perseguido por personas que no reconoce, situaciones, e imágenes que no logra entender, hasta llegar a una postura depresiva, la cual lo ha consumido raquíticamente, hasta llegar a ser irreconocible de manera física.
Reznik es un fresador de una oscura fábrica, que vive sumido en la realidad más asfixiante, y se consume en una enfermiza delgadez, unida a un desmedido insomnio que dura un año entero.
Su existencia, ha pasado a ser una auténtica pesadilla.
A través de él, asistimos a su rutina de trabajo, a su costumbre patológica de lavarse las manos a cada momento, y a la relación que lleva con 2 mujeres:
Una prostituta llamada Stevie (Jennifer Jason Leigh), y una camarera de aeropuerto llamada Marie (Aitana Sánchez-Gijón), que le proporcionan, respectivamente, un consuelo carnal y emocional.
Pero un día, Trevor conoce a Ivan (John Sharian), un misterioso hombre que llega a la fábrica, de envenenado ambiente, por un desafortunado accidente culpa de Trevor.
Sus únicas vías de escape, son la prostituta y la camarera, que pronto se verán afectadas por el extraño mundo que rodea a Reznik.
Por si esto fuera poco, alguien deja una nota en el frigorífico de su casa, con un siniestro juego de “El Ahorcado” para resolverlo.
La fatiga provocada, le ha ocasionado un horrible deterioro de su condición física, y su salud mental; disgustados por su aspecto físico, sus compañeros de trabajo, primero le evitan, y después se vuelven contra él, cuando uno de ellos pierde un brazo, en un incidente en el que Trevor se ve involucrado.
Se ha convertido en una carga para sí mismo y los demás, y quieren echarlo.
Atormentado por la culpa, la pena de Trevor se transforma en sospecha, y después en paranoia, cuando parece que sus compañeros conspiran para conseguir que sea despedido, o algo peor.
Primero, encuentra críticas notas que alguien ha dejado en su apartamento.
Seguidamente, se le dice que el misterioso compañero, también involucrado en el accidente, no existe.
¿Son todos estos misterios, parte de un plan para hacer que Trevor se vuelva loco?
¿O es la fatiga, lo que le está haciendo perder la razón?
Con la firme determinación de encontrar una respuesta, Trevor investiga los extraños sucesos que están convirtiendo su mundo en una pesadilla.
Pero cuanto más descubra, menos querrá saber.
Así, The Machinist se presenta, como una película aparentemente lenta y angustiosa que, mediante su oscuro fondo y desarrollo, se convierte en una desoladora pesadilla.
Es precisamente, ese ritmo agónico, la mayor de las bazas de un filme incómodo, que contagia al espectador, su desequilibrio emocional en un lánguido ambiente, a través de los ojos de su protagonista, que observa atónito, cómo su vida se transforma en una alucinación, en pura paranoia, en un vacío existencial, que lo va anulando poco a poco.
La historia se va desenvolviendo lentamente, revelando la psicosis de Trevor, así como su pasado, como si fueran las capas de una cebolla.
Pero lo importante no es la historia en sí, sino el cómo se va mostrando a nuestros ojos, esa cadencia narrativa que nos mantiene en tensión constante, y nos hace como Trevor, mirar por encima del hombro, y sentir la desesperación de su quizá-no-tan-fortuito insomnio.
Tanto es así, que poco importa el hecho de que, el final te sorprenda o no, no me estoy jactando, pero creo que a partir de la mitad del metraje es bastante obvio, de qué se trata exactamente esta “sorpresa”
Lo esencial no es el final, sino la manera como te han llevado hasta él, en una historia con demasiados tintes a Kafka y Dostoyevski, como para creer en coincidencias.
“You're going straight to Hell on Route 666!”
The Machinist sustenta el interés de su trama, en extraños elementos alegóricos:
Ya sea la reiterada bifurcación, un contexto que se reitera una y otra vez, con caminos metafóricos o reales, que divergen hacia la salvación, hacia la luz de la verdad, y hacia el caos, y donde Trevor siempre elige la oscuridad, como también lo es la duplicidad de caracteres, no sólo en el propio Reznik, o en su mundo dividido en la fantasía y lo terrenal, sino en la opción de protección y redención con los personajes femeninos, uno existente, la prostituta que está enamorada de él; y otro un tanto difuso, la camarera Marie, a medio camino entre el deseo y el recuerdo maternal.
Rasgos que apuntalan, la humanización de un muerto viviente, que asiste intranquilo a su extenuación, por unos motivos que se intuyen, pero se desconocen.
Por eso, el retrato de las alucinaciones, los episodios de “déjà vu”, los recuerdos defectuosos, y un profético viaje en una atracción del terror, van aportando pequeños jeroglíficos, en un filme que sabe ocultar hasta el final, lo sencillo de su misterio.
Aunque tal vez, éste sea el escollo que se le podría achacar a The Machinist:
La utilización de este fácil recurso de “factor sorpresa” en su última parte.
En esta historia, todo se presupone desde su inicio, llevando al espectador, por incógnitas bien encubiertas, para consumar las convenientes explicaciones en una conclusión de inocencia disculpable, donde abunda la trascendencia inocente, e idealismo sin pretensiones
Un aspecto que sublima Brad Anderson, con su portentosa capacidad para la imagen, utilizándola para transportar al espectador, a una atmósfera claustrofóbica, magníficamente diseñada, para proyectar un deficiente estado mental.
El diseño de producción destaca, especialmente si tenemos en cuenta que The Machinist sigue siendo una película realizada con dinero español, a ello contribuye una espléndida fotografía de Xavier Giménez, y la música de ese genio de la partitura, que es Roque Baños, un compositor que ha llevado su talento, a unos extremos jamás explorados por ningún músico nacional, y que en este trabajo, me hace recordar descaradamente, los compases de Bernard Herrmann en “Psycho” (1960) de Sir Alfred Hitchcock.
Esa importancia de la atmósfera, va encontrando su efecto lentamente, jugando, y formulando con un sentido del miedo, que emerge contrapuesto con el resto en un simbólico, y memorable viaje a la pesadilla de un hombre, que ya no sabe distinguir lo real de lo ficticio, utilizando la imagen, y su efecto plástico, para imbuir al espectador de la sensación de angustia, que provocan las reacciones de ese individuo, en perpetuo estado de desconfianza.
Obviamente, en todo este “tour de forcé” climático, estético, y argumental, el poder de la interpretación, es el elemento más destacado, ya que Christian Bale, no sólo ha logrado una de las más asombrosas recreaciones físicas de la historia del cine, al perder 28 kilos de peso, para asemejarse a un desnutrido y esquelético fresador, transfigurado, en escalofriante saco de huesos, que se pasea por cada una de las escenas, sino que la composición del personaje, está fuera de todo calificativo ponderativo, brindando una escalofriante interpretación, llena de matices psíquicos, lo que hace que no se entienda, que la mejor actuación en muchos años no esté nominada ni a los Oscar ni a Los Globos de Oro de ese año.
De hecho, Christian Bale se entregó al hambre, por más de 4 meses antes del rodaje, ya que su personaje tenía que lucir drásticamente delgado.
Al parecer, su alimentación consistía en una taza de café negro, sin azúcar, y una manzana, o una lata de atún, al día.
A raíz de su pérdida de peso para el papel, Christian Bale se sentía tan débil, que en los rodajes, sólo hablaba cuando estaba siendo filmando.
Ver a Bale con las carnes tirantes, y con todos los huesos marcados sobre la piel, hace acordar a alguien escapado de algún documental de los campos de concentración de La Segunda Guerra Mundial, digno de un extra de “Schindler's List” (1993)
De acuerdo con el comentario del DVD, Bale perdió 28 kilos/62 libras, lo que reduce su masa corporal a 50 kilogramos/120 libras.
Se cuenta que Bale quería bajar a 45 kilogramos/99 libras, pero los cineastas no lo dejaron, debido a problemas de salud.
Más tarde, recuperó peso, más un adicional de 30 kilogramos/60 libras, a través de una alimentación adecuada, y el levantamiento de pesas, en preparación para su papel en “Batman Begins” (2005)
Y Anderson tiene que ver en este logro como director, ya que Jennifer Jason Leigh y Aitana Sánchez-Gijón, pese a sus breves papeles, consiguen darle una excelente réplica, a la cadavérica presencia de un admirable Bale.
Brad Anderson se maneja de maravilla, con el material que tiene entre manos, sabiendo dar el toque justo en cada momento.
No hay más que ver, esa ominosa fábrica a la que Trevor transporta todas sus obsesiones, o esa atracción de feria del terror, para darse cuenta, que al director le interesa mucho más, la recreación de una atmósfera, o un universo particular, que el desarrollo de la historia que está contando, aunque en ningún momento descuide su rigor narrativo.
Otra prueba de ello, son las pistas que no pasarán desapercibidas al espectador más atento, hasta tal punto que la resolución final de la historia, con Anderson encajando las piezas del puzle, puede dejar frío a más de uno.
“I'd like to report a hit-and-run”
Los personajes torturados por sus crímenes de los libros de Dostoyevski, el genial recurso del ahorcado, las palabras de Ivan, el contenido del congelador, o la furgoneta de Reznik, circulando una y otra vez por las cercanías del aeropuerto, son algunas de las pistas que Anderson deja al espectador, para ayudarle a descubrir la verdad.
También hay un dato interesante:
Trevor es un hombre perdido, no sólo entre sus ropas, sino especialmente, en los recovecos de su mente, de ahí que tiene varios “déjà vu” en los que las horas en los distintos relojes que ve, coinciden “01:30”; acuciada ésta por las consecuencias de la falta de sueño.
Así, quien podría negar, que una teoría platónica, eso de que ya todo se sabe, y solo se redescubre, de la existencia, todo ya ocurrió, solo que creemos que esta por ocurrir, es en realidad posible.
Este tipo de “déjà vu” es una prueba contundente.
¿Es la nevera, un electrodoméstico que pide a gritos que la laven?
Que va, como la mente, es el alma del hombre que chorrea sangre de una culpa que no ha expirado.
¿Es ese enorme atún que hay en la nevera, un pescado podrido para llevar al contenedor de basura rápidamente?
Ojalá se pudiera, ese atún que muestra en fotos, una y otra vez, el hombre con dedos de los pies en las manos, no es más que el niño muerto, atropellado, que ocupa todo el alma del protagonista, un pez gigante, aunque fuera un niño.
Y no te puedes deshacer de él tan fácilmente; y si no te lo crees, ahí tienes al calvo Ivan, la impía conciencia.
Por supuesto, el culpable no puede quitárselo de encima, por mucho que le corte el cuello, una y otra vez.
De ahí que se diga:
“No des generosas propinas, que así no se logra limpiar el sentimiento de culpa”
Y por tanto, sólo hay una salida:
Confesar.
Como dato, en la novela de Dostoyevski, “The Brothers Karamazov”, el personaje que es visitado por el diablo, se llama Ivan.
En el film de 1969, Ivan y el diablo, son interpretados por el mismo actor, Kirill Lavrov.
Cuando Trevor lee el cartel de la atracción “Route 666”, uno de los falsos carteles de películas, dice “Crime and Punishment”
En la novela de Dostoyevski, el final es igual, con el protagonista admitiendo su culpa, y entregándose ante la policía.
Al principio de The Machinist, Trevor está leyendo la novela de Dostoyevski, “The Idiot” y como dato, el apellido “Reznik” significa en checo, “Butcher” que en español es “carnicero”
En The Machinist, las matrículas de los coches, el rojo y la camioneta blanca, tienen la misma matricula, pero al revés.
Se puede apreciar, cuando Trevor intenta perseguir al que era su antiguo coche, y lee la matrícula, para después ir a la policía, pues en ese momento, cuando sale del túnel, y casi choca con un camión, también se ve la matrícula de la camioneta.
Coinciden a la inversa:
R\N743 CRN y R\NNRC 347
Pero me queda la duda:
¿Si es que existe, de quién era el cadáver que arroja al mar?
¿Era su mente, la culpa?
¿Qué hace realmente, cuando está alucinando, o es soñando?
¿Cómo no descubre, que él mismo tiene su misma escritura?
“Miller”, “Mother”, “Killer”, “Tucker”... bendito idioma, que permite, con 6 letras, componer casi las mismas palabras.
Ese ahorcado en el “post-it” me puso los pelos de punta, y el dubitativo Trevor, sin poder sospechar lo que se le venía encima.
Es muy sorprendente e intrigante, cuando se confirma que Ivan no trabaja en la misma empresa que Trevor, a pesar de que todo indicaba lo contrario.
Un gran giro en el argumento, es también cuando la policía dice a Trevor, que el corvette rojo descapotable que busca, conducido por Ivan, está a nombre del propio Trevor, y declarado siniestro un año atrás.
Y el golpe definitivo de efecto, cuando Trevor recuerda el accidente que provocó, y relaciona en un momento, todo lo que le pasa a lo largo de The Machinist, con los detalles del mismo.
“Who are you?”
The Machinist es un film, que nos muestra como los seres humanos, al no poder superar la culpa por las cosas que hacemos, podemos llegar a desarrollar patologías psicológicas, que reflejan el karma de nuestras acciones.
The Machinist inicia, cuando la transformación ya ha tenido lugar pero, más adelante, veremos imágenes del antiguo Trevor, del sonriente y bien parecido Trevor, del que poco o nada queda, y comprenderemos, aún más, la consternación de quienes los rodean.
La razón, si es que eso puede tranquilizar a alguien, es que nuestro atribulado protagonista, no consigue conciliar el sueño desde hace un año.
Sus reflejos se ven mermados, poco o nada puede hacer por su cuerpo, las noches son largos momentos y, lo más grave, su debilitada mente, intuye que un complot se ha instaurado contra él.
Los misteriosos acontecimientos parecen darle la razón:
¿Pero están realmente ocurriendo, o son productos de su imaginación alterada por la falta de sueño?
Anderson no permite, que el espectador sepa más que el atormentado Trevor y, por el contrario, busca que se sumerja en la atmosfera fría y azulosa, con la que decidió teñir The Machinist, una especie de eterna alba, de la que no se despierta del todo.
A todo esto, se suman los abruptos cortes en las secuencias, que no muestran el final de una acción, y acentúan la sensación de que, tal vez, muchas de las percepciones, son alucinaciones, o pequeños sueños.
The Machinist, en suma, es una película sobre los tormentos interiores, sobre la culpa, el miedo, y la incapacidad que tenemos, muchas veces, de asomarnos a los lados más oscuros de nuestra personalidad.
Porque, a veces, lo más siniestro se esconde justo en nuestro interior.
The Machinist es una película, sobre el poder del subconsciente, un paseo alucinado por la mente de Trevor, el atormentado protagonista de la historia, un operario que lleva según confesión propia, casi un año sin dormir, y al que esa desesperada situación, le ha llevado a un progresivo declive físico y mental, cuyos efectos son perfectamente visibles.
Trevor parece sufrir de alucinaciones, vive en un perpetuo estado, entre la vigilia y el sueño, y sus obsesiones, sus recuerdos, y sus percepciones, parecen estar en continua confusión en una vida, que más parece una pesadilla sin fin.
En este manido juego de disfuncionalidad mental, es donde el riesgo de The Machinist tiene sus mejores atractivos, el experimento de imaginería, ennoblece sus propósitos, al dibujar un drama introspectivo, que brinda un fascinante contraste.
Por un lado, una historia naturalista, ajustada a la realidad, de un drama visible, de un hombre que pierde la capacidad de recordar el pasado y, como consecuencia, de vivir aturdido, y desorientado, sin un presente sosegado, en el que las dudas y el terror, se han apoderado de su día a día.
Por el otro, es una lóbrega alegoría, sobre el recuerdo, su valor, y lo catastrófico que puede llegar a resultar perderlo, terreno donde se inscribe el género fantástico, en esa tendencia genérica, donde no se diferencia la dualidad entre real y lo imaginado.
Por supuesto, es en este ámbito, donde Trevor empezará a cuestionarse, si lo que le rodea es auténtico, o sólo forma parte de una imaginación trastornada por la falta de sueño.
La dignidad con que The Machinist aborda el género se encuentra, posiblemente, en ese análisis especulativo sobre la locura, forjada en el lugar, en el que se unen la verdad y la invención, allí donde nacen las decisiones, en un espacio de la mente, que sirve como escondite a los pecados, allí donde se encuentra la respuesta.
Los síntomas son efectos, ramificaciones, manifestaciones de procesos inconscientes.
El síntoma se forma en sustitución de algo que no ha conseguido manifestarse a la conciencia.
Su existencia tiene por condición, que un proceso psíquico no haya podido llegar a su fin normal, y hacerse, por tanto, consciente.
Un síntoma es como una realización encubierta de deseos.
Entonces en Trevor, sus síntomas:
¿Eran la realización encubierta, de sus deseos inconscientes?
Pienso que sí, solo a través del síntoma, podía matar simbólicamente al padre, ese padre “introyectado” como perseguidor, como castrador, padre que ocupaba el lugar que Trevor deseaba, y del mismo modo, a través del síntoma volcado hacia sí mismo, representaba su ira hacia la madre, tal vez esa madre que lo destetó, que lo “abandona” ante los peligros de la vida.
El neurótico sufre una frustración, al rehusarle a la realidad, la satisfacción de sus deseos inconscientes, recurriendo a la formación de síntomas para verlos realizados.
Un neurótico se sume en la enfermedad, nos dice Freud, los síntomas incluyen, tanto la tendencia a la realización del deseo, como la tendencia a preservar al sujeto contra su realización.
Expresan al mismo tiempo, lo que ha sido reprimido, y lo que ha constituido la causa de tal represión, contribuyendo de esta manera, a su origen.
Veamos un poco, como puede representarse, en la vida de Trevor, desde mi punto de vista, la situación traumática edípica, desde su sintomatología originada por el accidente.
Si determinamos que uno de los personajes de su delirio persecutorio era Ivan, que viene a representar la “introyección” del “Superyó” de los padres, más aún de su “introyección” de un padre perseguidor, que señala su conducta reprobable, con respecto a la madre, madre que, desde mi parecer, también fue simbolizada a través de la imagen de la prostituta, aquí podríamos apreciar la movilización psíquica de Trevor, que había con respecto a la tríada edípica, y tal vez, la escena más representativa de este proceso fue, sin duda alguna, cuando Trevor en su delirio “descubre” la fotografía de Ivan, su perseguidor, en la habitación de su amada, la prostituta, duelo del amor objeto primario, no se ha resuelto hasta ese punto, a Trevor lo lastima, lo hiere la realidad velada, de que su objeto de amor no es para él, es para “el padre”
La parte que salvaguarda la posibilidad de resolver ese duelo de amor objeto primario, es a mi consideración, la presencia de esa otra mujer, madre a final de cuentas, que en la realidad alterna de Trevor, era la imagen de la madre del niño atropellado.
Las palabras que aparecen en The Machinist, si considero que constituyen una cadena asociativa velada encubierta, ya que solo así fue aflorando lo inconsciente, aunque Trevor desvirtuaba el proceso, el inconsciente empujaba para lograr su fin, hacerse consciente.
Ivan era parte de esa conciencia, o sea, Ivan estaba tratando de decirle, que era un asesino, y que todo lo que veía, era su imaginación.
El desfigurado, al que el protagonista empieza a seguir, y a investigar quien es, es realmente, un sentimiento de culpa que lo atormenta, todo esto debido a que él mismo atropelló al niño, pero él decidió escaparse, y “olvidar” su crimen, pero psicológicamente quedo afectado, logro borrar ese recuerdo, pero empezó a sufrir insomnio, debido a que aun, ese sentimiento de culpa, muy en el fondo, lo seguía atormentando, siendo el gordo calvo, un personaje que crea su conciencia, y lo empieza a empujar, para que vuelva a recordar el asesinato, y admita su culpa, por eso, el auto en el que iba Ivan, es el que al final, iba el protagonista.
Resulta magnífica la alegoría de la autopista, al infierno/salvación que representa la distancia existente entre olvido/recuerdo, y cordura/locura.
Ésta se manifiesta como percepción subjetiva, e incentiva al protagonista, a elegir entre proseguir con su búsqueda hacia la verdad/recuerdo, cordura = Salvación; o resignarse al abandono y la paranoia/olvido, locura = Infierno.
Lo que en The Machinist confunde, son las escenas en las que socializa con la madre del niño asesinado, eso se explica al final, todo es producto de la imaginación del protagonista, son cosas al azar, algo bastante complicado de expresar.
Por eso, la dependiente de la cafetería le dice:
“Usted solo se sienta todas las noches, y mira su café sin hablar”
En una de las escenas, el protagonista se queda mirando la taza de café, y luego empieza a imaginar, como hubiera sido conocer a la familia a la que afecto, en otras circunstancias, totalmente distintas.
El niño de lentes y su mamá, eran reales, pero en realidad, no eran sus amigos, sino que Maria era la mamá del niño, que Trevor había atropellado con su auto rojo, un año antes, y él desarrolló un tipo de insomnio después del accidente, y por eso, comenzó a bajar de peso, y también empezó a ver personas imaginarias, y/o reales, en su cabeza, y al final, al confesar su crimen, ya puede dormir.
Trevor tiene grabados a fuego, imágenes, rostros, lugares, fechas, y horas, que siente importantes y dolorosas.
Tal vez, la clave para poder dormir en paz, y dejar de vivir su vida de pesadilla, sospechas, y paranoias.
Pero quizás, presiente también, que conocer la verdad, puede resultar tan insoportable y doloroso, que sea mejor refugiarse en el olvido, o incluso, en la locura.
Sin embargo, la culpa y la necesidad de descargarse de ella, son mucho más fuertes, que hasta lo desfigura físicamente, y sin quererlo.
Aceptar la verdad, reconocer los errores, y asumir los daños cometidos, pagar por ello, y perdonarse a uno mismo, es la única manera de liberarse de la culpa, ese invento, nada generoso, que grita cuando todo está en silencio, y llega el momento de dormir en paz.
Y así debe ser:
El que paga, descansa…
Pero finalmente, todo acaba por encajar, y de manera magistral, dicho sea de paso.
Esa celda del final, que en realidad no es una celda, sino que es “el cielo”; un cielo blanco, brillante, y que por fin, da lugar a la paz del espíritu del protagonista.
Por fin descansa... por fin redención.
No podemos huir de nuestra conciencia, no podemos enterrar, lo que es imposible de enterrar... porque las consecuencias pueden hacerte desear, haberte liberado de tus males, largo tiempo atrás, y es que a veces, una liberación de conciencia, puede ser el mejor camino hacia la libertad de una persona, la libertad del alma.

“If you were any thinner, you wouldn't exist”



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