The Man Who Laughs

“A king made me a clown!
A queen made me a Peer!
But first, God made me a man!”

Pese a que muchos críticos de cine, parecen convencidos de que en la actualidad se ruedan obras maestras a diestro y siniestro, basta con echar una mirada a cualquier cuadro de puntuaciones, de esos que acompañan a la mayor parte de revistas del gremio, lo cierto es que los logros de la cinematografía mundial contemporánea, se encuentran en su conjunto, considerablemente por debajo de lo alcanzado por este arte en, por ejemplo, la década de madurez del cine mudo, los gloriosos años 20.
Decía Jacques Tourneur, director de cine franco-estadounidense, que no había visión más terrorífica, que aquella que permitiera contemplar de sorpresa, el rostro de un payaso bajo la luz de la luna.
En su producción, lo aplicó en cuantas ocasiones pudo.
Pero es que ya, durante el cine mudo, y los inicios del sonoro, títulos protagonizados por Lon Chaney y/o dirigidos por Tod Browning, incidieron en el horror de la máscara, o una apariencia monstruosa que albergaba un alma sensible.
“By our grace he is still alive, and quite well, I believe.
A Comprachico surgeon carved a grin upon his face so he might laugh forever at his fool of a father”
The Man Who Laughs es una película dramática del cine mudo, dirigida por el cineasta expresionista alemán, Paul Leni, en 1928.
Protagonizada por Conrad Veidt, Mary Philbin, Olga Baklanova, Cesare Gravina, Julius Molnar Jr., Brandon Hurst, Stuart Holmes, Sam De Grasse, George Siegmann, Josephine Crowell, entre otros.
El guión corre a cargo de J. Grubb Alexander y Walter Anthony; y es una adaptación al cine mudo, de la novela “L'Homme qui rit” de Victor Hugo; el cual es un drama, escrito en prosa, en el año 1869, por el autor francés, líder del Romanticismo de Francia.
“L'Homme qui rit” fue poco apreciado en su época, a pesar de que Victor Hugo lo consideraba lo mejor que había escrito.
Era demasiado barroco.
“He querido abusar de la novela”, escribió.
“He querido crear una epopeya.
He querido forzar al lector a pensar en cada línea.
De aquí una especie de cólera del público contra mí”
“L'Homme qui rit”, es un poema visionario, donde se unen todas las ideas que aparecían en sus obras anteriores.
Como escribió el poeta y crítico de arte francés Charles Baudelaire:
“Lo excesivo, lo inmenso, son el dominio natural de Victor Hugo, se mueve en ellos como en su atmósfera natal”
“L'Homme qui rit” es una novela sobrecogedora de principio a fin, en todas sus páginas, se pueden encontrar frases antológicas.
Lo que escribió Victor Hugo, acerca del libro “L'Homme qui rit” fue lo siguiente:
“Hay 2 tipos de drama:
El drama que se puede representar, y el drama que no se puede representar.
Este último participa de la epopeya.
A los personajes humanos mezcla, como la naturaleza misma, otros personajes:
Las fuerzas, los elementos, lo infinito, lo desconocido.
Siendo más grande, es más libre.
Si se pregunta al autor de este libro, por qué ha escrito “L'Homme qui rit”, responderá que, como filósofo, ha querido afirmar el alma y la conciencia; como historiador, ha querido revelar hechos monárquicos poco conocidos, e informar a la democracia, y que, como poeta, ha querido escribir un drama.
En la intención del autor, este libro es un drama.
El Drama del Alma”
Sobre el título de la obra, resume “L'Homme qui rit” en su totalidad, puesto que Gwynplaine, bautizado como “El Hombre que ríe”, es uno de los personajes principales.
De otro lado, este título encabezando un drama, da el sentido a la ironía presente en la trama:
Gwynplaine ríe con una risa forzada; es un miserable, pero en su desgracia, es el ser más feliz, su risa es la imprecación de los oprimidos a los opulentos.
Gwynplaine, llamado realmente Fernando Clancharlie, fue el único hijo legítimo de Lord Lineus Clancharlie, nacido en el exilio.
Su madre, Ann Bradshaw, era hija de un regicida.
“Fue vendido a la edad de 2 años por 10 libras esterlinas, que dieron al Rey por su compra”, bajo el reinado de James II de Inglaterra.
Lo compró el doctor Gerhardus Geestemunde, de la banda de Comprachicos.
Lo desfiguró el Dr. Hardquanonne, un flamenco poseedor de los secretos del doctor Conquest, que le practicó la operación “Bucca fissa” que le deformó el rostro para siempre, marcándolo con una sonrisa.
Muy parecido al “Glasgow smile” es una expresión del slang británico, que designa una herida que se le inflige a alguien, desde las comisura de los labios, hasta la orejas, y que deja una cicatriz semejante a una sonrisa.
El agresor, realiza pequeños tajos alrededor de la comisura de los labios de la víctima, a quien luego golpea o acuchilla, hasta que se le tensen los músculos de la cara.
La intención de este corte, reside en posteriormente, agredir a la víctima provocando el grito, y de este modo, desfigurando su rostro.
La mutilación de este tipo, se suele infligir con un cúter, o un pedazo de vidrio roto.
Si no recibe atención médica, la víctima puede morir desangrada.
Se cree que esta práctica es originaria de la ciudad escocesa de Glasgow, de ahí su nombre.
Gwynplaine podía suprimir su sonrisa, con una concentración y un dolor inmensos, pero cuando lo hacía, en vez de ser cómico era temible.
Los Comprachicos le dieron su nombre, le deformaron las articulaciones, le tiñeron el cabello para siempre, y lo educaron para ser saltimbanqui, pero tuvieron que abandonarlo a sus 10 años por las persecuciones de la justicia.
Gwynplaine suele cuestionar el orden de la sociedad, es reflexivo, introvertido, y temeroso, ama a Dea por sobre todas las cosas.
De “L'Homme qui rit”, tan solo se ha rodado, hasta el momento, la versión silente de Paul Leni, que falleció prematuramente a los 44 años, parece ser, que a causa de una infección dental que se le extendió a la sangre, y a causa de esta fatalidad, toda su breve filmografía, quedó completamente enmarcada en el fructífero período silente.
Si por algo sorprende el dato, es porque a tenor de los extraordinarios resultados artísticos que arroja The Man Who Laughs, uno puede deducir, con escaso margen de error, que la obra original de Hugo, que desconozco, pero que espero leer algún día, es una de las más grandes, y conmovedoras tragedias humanas que legó para la posteridad, la literatura europea del siglo XIX.
La pena es, que su película más madura y lograda, esta adaptación de la trágica novela escrita por Victor Hugo, llega en 1928, apenas un año antes de su muerte, y era de esperar, debido a su juventud, que en su futuro inmediato, el cineasta sorprendiera con alguna obra más, de la misma envergadura.
The Man Who Laughs se encuadra en su época americana y, sin embargo, los tipos, la temática, destilan el ambiente decadente y opresivo del movimiento alemán.
Los personajes son sórdidos, los comportamientos mezquinos, y los “buenos” no son perfectos físicamente.
El éxito de The Man Who Laughs fue tal, que las fotografías del personaje de Gwynplaine, entregadas por el guionista Bill Finger al equipo creativo de “Batman” en 1940, inspiraron a los dibujantes de comics, Jerry Robinson y Bob Kane, para crear la apariencia física del “Joker” el súper villano de “Batman”
Su estilo, apegado a los cánones del cine expresionista alemán, fue corto pero brillante, y sin dudas, The Man Who Laughs es la obra cumbre de su filmografía, por constituir una pieza monumental, en cuanto a su delicada puesta en escena, llena de decorados maravillosos, y actuaciones notables, que nos pasean por una infinidad de géneros, que se complementan a la perfección, en un relato de dolor, amor, y redención…
Es interesante esa mezcolanza de géneros, entre el drama, aventura, acción, y están en su justa medida; además, esta amalgama de drama, comedia, horror, y misterio, golpea muy fuerte… encima, el complemento musical, es una verdadera navaja, que nos va hiriendo más y más, hasta fundirnos con los personajes principales, y sus padecimientos…
El gran director de cine que fue Paul Leni, al que muchos han determinado, que solo una prematura desaparición en 1929, le impidió desarrollar una obra suficiente, para ser considerado uno de los grandes de El Séptimo Arte, incidió en esa vertiente, en la que sería su tercera película en Hollywood.
Una incorporación que se produjo, tras aceptar la llamada del astuto Carl Laemmle, quien supo atraer, a la recién nacida Universal Studios, a talentos destacados de la escena y la cinematografía europea, en cuya confluencia, se fue gestando una determinada forma de abordar el cine fantástico, que entremezclaba una fuerte influencia europea, especialmente el expresionismo alemán, con los condicionamientos, tanto a nivel de género, como de planificación, que ya iba generando el propio cine de Hollywood.
The Man Who Laughs se enmarca en el año de 1660, cuando termina el periodo de Cromwell, Lord Lineus sigue fiel a La República, y se autoexilia en Suiza, donde entrado en vejez, se casa y logra tener un hijo legítimo.
Durante el reinado de James II Stuart (Samuel de Grasse) durante los años 1685 y 1688, muere Lord Lineus, y El Rey se apropia de sus bienes, desapareciendo al pequeño Lord Fernando (Julius Molnar Jr.), a fin de que no haya herederos, aparte de Lord David, para ese tiempo, gentil-hombre de la corte.
Y establece, como condición para recibir los bienes de los Clancharlie, el matrimonio con Josiana (Olga Vladimirovna Baklanova), hecha duquesa en la cuna.
Para 1690, Los Comprachicos, asustados por las persecuciones de la justicia, abandonan a Gwynplaine (Julius Molnar Jr./Conrad Veidt) de 10 años en la bahía de Portland, al sur de Inglaterra.
En otro plano, un noble orgulloso, se niega a besar la mano del despótico Rey James II de Inglaterra, quien ordena a su bufón Barkilphedro (Brandon Hurst) deshacerse de él, por lo que será cruelmente ejecutado, y su hijo quirúrgicamente desfigurado, Gwynplaine.
La historia de The Man Who Laughs tiene su origen en la época de Inglaterra del Siglo XVII, en donde los enemigos del Rey Jaime II, eran eliminados por la cruel cámara de tortura, conocida como “La Dama de Hierro”, uno de los enemigos del Rey, era Lord Clancharlie, que no sólo padeció el sufrimiento por “La Dama de Hierro”, sino también, conociendo que su hijo Gwynplaine, ha sido desfigurado, y entregado a Los Comprachicos para que trabaje en un circo.
La escena del barco que zarpa en la nieve, es impresionante, contiene una gran belleza, y seguida por los muertos de la horca, transmiten la desolación y soledad del desafortunado Gwynplaine, que camina sin rumbo, con una niña recién nacida, que la encontró en los brazos de su madre muerta.
Ambos son acogidos por Ursus (Cesare Gravina), que los tratara como sus hijos.
La niña se llamara Dea (Mary Philbin), que es ciega, y que será el amor de Gwynplaine, un amor que es correspondido.
The Man Who Laughs transcurre entre las tribulaciones del protagonista, de no sentirse merecedor del amor de Dea, por la deformidad en su rostro que padece, considerándose en payaso, en un fenómeno de circo, con las intrigas de la corte inglesa, de que querer reponerlo nuevamente como noble, con el único fin de que se case con una noble lasciva Josiana, para que esta no pierda su rango.
Así, The Man Who Laughs cuenta la historia de Gwynplaine, hijo de un noble caído en desgracia.
Gwynplaine, de niño, había sido secuestrado, y vendido a Los Comprachicos, una especie de maleantes gitanos, que deforman niños para venderlos más tarde como monstruos, pajes, y bufones.
Nuestro protagonista escapará de sus garras, cuando lo abandonen durante una tormenta.
Gwynplaine a su vez, es la atracción del espectáculo de Ursus, conocido con el nombre artístico de “The Man Who Laughs”, pero tiene miedo a casarse con Dea.
No cree que sea digno, ni siquiera de amarla, ya que se considera poco más que un payaso.
Para mayor complicación, sus raíces y su pasado, salen a la luz, y aquellos que consiguieron acabar con su padre, pretenderán hacer lo mismo con él.
Entrará en escena, Olga Baklanova, como la duquesa Josiana, amparada por la Reina Anna Stuart de Inglaterra.
Esta mujer fatal, tratará de interponerse en la historia de amor, de Gwynplaine y Dea, para sus propios fines.
¿Lo conseguirá?
Según como se mire, y a tenor de ciertas imágenes de The Man Who Laughs, la obra original de Victor Hugo, acaso hubiera podido titularse, de forma igualmente acertada:
“Los hombres que ríen” o “La Sonrisa de Los Hombres”, pues a lo largo del relato, Gwynplaine no será, pese a su deformidad física, el único personaje con una sonrisa característica, y perfectamente reconocible por el espectador.
A lo largo del metraje, se va desarrollando progresivamente, y de forma particularmente manifiesta, cuando aparecen los antes mencionados “Hombres que ríen”, en un discurso en torno a la falsedad de las apariencias humanas.
Y efectivamente, y entrando ya en materia, la primera sonrisa que muestra Leni en The Man Who Laughs, es la del siniestro Barkilphedro (Brandon Hurst), bufón del Rey James II de Inglaterra y VII de Escocia, de quien un intertítulo advierte a los espectadores, que “todas sus bromas eran crueles, y todas sus sonrisas falsas”
Si la de Barkilphedro es una “sonrisa falsa”, la de Gwynplaine puede ser considerada una “sonrisa forzada”, pues devendrá tal, como consecuencia de la cruel cirugía practicada en el rostro del pequeño, por el perverso Dr. Hardquanonne, quien pretende luego sacar provecho económico de tales acciones, exhibiendo a sus víctimas, en las ferias de diversos pueblos, saciando con sus “monstruos” la inagotable curiosidad morbosa del populacho.
Barkilphedro y Gwynplaine devienen en The Man Who Laughs, debido a las diferentes naturalezas de sus respectivas sonrisas, 2 personajes contrapuestos, pero que inevitablemente, compartirán un mismo destino aciago, cuyos imparables engranajes, serán puestos en marcha, al inicio del relato, precisamente por el bufón, al ser este, el principal instigador de la venta de Gwynplaine a Los Comprachicos, cuyo jefe no es otro que el mismísimo Dr. Hardquanonne.
Un tercer personaje del relato, conocido como Lord Dirry-Moir (Stuart Holmes) y prometido de la duquesa Josiana, aportará un tercer matiz, al concepto de “sonrisa humana”:
Si existen “sonrisas falsas” y “sonrisas forzadas”, también existen las “sonrisas estúpidas”, que son aquellas que delatan el reducido grado de inteligencia de su poseedor.
Gwynplaine y Lord Dirry-Moir, se convertirán, merced a la puesta en escena de Leni, y a determinados acontecimientos dramáticos del relato, en las 2 caras de una misma moneda:
Mientras que el deforme Gwynplaine, llegará a provocar auténtica turbación sexual a la duquesa Josiana, el teóricamente más apuesto y engalanado, pero infinitamente más bobo, Lord Dirry-Moir, que es además su prometido, no despierta en lo más mínimo, la sexualidad de su futura esposa.
Si, por un lado, cuando a Josiana le sea revelada la identidad real, e inesperada para ella, de Gwynplaine, esta inicialmente reaccionará con una risa nerviosa y compulsiva, que finalmente cederá paso a las lágrimas, en la que quizás sea, la única muestra de compasión humana del personaje en todo el relato; por otro lado, en cambio, la constante sonrisilla en el rostro de Lord Dirry-Moir, y su consiguiente expresión de estúpido, no logran de Josiana, más que la inevitable alegría femenina, de poder tratar a un representante del autoproclamado “sexo fuerte” como a un pelele.
Me parece conveniente dejar claro, que la versión cinematográfica de The Man Who Laughs, que tantas veces se ha asociado al cine fantástico y de terror, tiene más bien, poca relación con ambos géneros:
Es cierto que al inicio, la secuencia en la que Leni sugiere la muerte del padre de Gwynplaine, al ser introducido el cuerpo de este, en el interior del terrible mecanismo de tortura, conocido como “La Dama de Hierro” puede ser considerada, como indudablemente terrorífica; no menos cierto es, que el clímax dramático, que esquiva descaradamente el de la novela, en el que la ciega Dea fallecía de debilidad, y a consecuencia de esto, Gwynplaine se suicidaba ahogándose en el mar; tiene no poco de fantástico, y parece oficiado por un “deus ex machina” es decir, por la intervención divina en los asuntos humanos:
Gwynplaine y Dea consiguen eludir, por obra y gracia de Leni, y de su equipo de guionistas, el trágico destino planeado para ellos, por la pluma de Victor Hugo:
En el nuevo final, los personajes, simplemente se reencuentran y se abrazan, en lo que puede ser considerada, una completa victoria de la pureza virginal, y la inocencia de ambos, sobre las miserias de la vida humana, dejando intuir al espectador con este final, un porvenir sin duda, más esperanzador para ambos personajes, que probablemente conseguirán definitivamente sublimar su amor.
En todo caso, la versión silente de la obra de Hugo, llega en un momento, el año 1928, en que este tipo de cine, había alcanzado su madurez plena, y The Man Who Laughs muestra un acabado general, en el que la excelente labor de construcción de decorados, de maquillaje, y vestuario, la fabulosa iluminación a cargo de Gilbert Warrenton, la por lo general, muy sutil interpretación gestual del elenco interpretativo, con cierta tendencia controlada al trazo grueso, para definir a personajes como Barkilphedro y Lord Dirry-Moir, y la excelente planificación de Paul Leni, que aglutina todos los elementos antes citados, en un todo compacto, dan como resultado, una obra que poco tiene que envidiar a otros grandes films de la época, y que conviene dejarlo claro, se encuentra muy cerca, en el fondo y en la forma, de los intereses artísticos del gran David Wark Griffith.
“I came back to find my little son.
What have you done with him?”
The Man Who Laughs es “muda”, pero nos encontramos, justo en la frontera de cine mudo/cine sonoro, y aunque el director, proveniente del expresionismo alemán, la rodó como muda, se le añadieron efectos de sonido a posteriori, por ejemplo, en escenas con mucha gente, se incluye un griterío, o todo tipo de sonidos como cadenas, o lo que conviniera en la escena, incluso música, que chocan con los típicos carteles de intertítulos, tan típicos del cine mudo.
Ya desde sus planos iniciales, aparece la siniestra visión de estatuas, de las que emerge la repulsiva figura del bufón, que urdirá buena parte de las incidencias de The Man Who Laughs.
Poco después, contemplaremos la aparición de una “La Dama de Hierro”, una escenografía costera nocturna, siniestra, y abigarrada, y un paraje nevado y fantasmal, en la que nuestro protagonista de niño, tendrá que discurrir sorteando literalmente, horcas y cadáveres.
A partir de esos momentos, y variaciones tonales, The Man Who Laughs destacará por su soltura narrativa, el dinamismo de la utilización de sus decorados, la participación de extras, una excelente ambientación, el destello de ocasionales detalles de avanzado erotismo, como la primera aparición de Josiana, vista por el ojo de la cerradura, o la vitalidad y el asombroso montaje, que nos muestra la feria de Southwark.
Quizás, en las intenciones de Leni, estuviera como premisa, acentuar el contraste entre la “autenticidad” que destilan las secuencias que se desarrollan entre ambientes de clases bajas, con el apergaminamiento, hipocresía, y severidad de aquellas que acontecen entre los aristocráticos.
Ciertamente, es un rasgo que impregna el devenir de una película, que atesora constantes muestras de inventiva, utilización expresionista de la luz, caracterización de personajes y, tengo que reiterarlo, libertad formal, unida a una enorme fuerza melodramática que, unido a ese carácter bizarro que ofrece el personaje de Gwynplaine, otorga a The Man Who Laughs su permanente vigencia, entre las grandes obras de los últimos exponentes del cine mudo.
Serían muchos los detalles a destacar de este magnífico film, del que tuve ocasión de visionar la copia que se sonorizó en su día, en las secuencias en las que participan numerosos extras, pero es evidente que, no se podría concluir, sin hacer hincapié en el rasgo determinante, que le ofrece la sencillamente extraordinaria composición que Conrad Veidt ofrece del Gwynplaine protagonista.
Una vez más, nos encontramos con un personaje, de no muy dilatada presencia en pantalla.
Sin embargo, su memorable e intenso trabajo, que busca expresarlo todo en la mirada, y que en la intensidad de los primeros planos que aplica Leni, marca el contraste entre un alma sensible, y la aparente monstruosidad que le adorna, da como resultado, fragmentos memorables, que quizá tienen el cenit en el instante en el que dentro de la cámara de los lores, manifiesta su oposición a ser casado con Josiana.
Unos momentos que son planificados con contrapicados, que contribuyen a enaltecer la actuación marcada por la sinceridad, y la inadecuación, a un entorno que le podría conferir comodidad, pero en el que jamás dejaría de ser considerado un monstruo.
La interpretación de Mary Philbin como la pobre ciega Dea, recuerda de manera evidente, sin dejar por ello de resultar excelente, a las de Lillian Gish en los films de Griffith, no solo esto, sino que hasta la forma, en que tiene el operador Gilbert Warrenton, de iluminar a Philbin, creando alrededor del pelo de la actriz, una aureola dorada, que magnifique su pureza femenina, y su bondad, recuerdan claramente, al trabajo del director de fotografía G. W. Bitzer en los films de Griffith.
En contraposición, Olga Baklanova, en su papel de condesa Josiana, con un personaje muy, muy sensual para la época, con una lograda escena de un desnudo, mientras es espiada por la cerradura de su habitación, cuando toma un baño, y que fue censurada en su momento, o el viejo Ursus, muy expresivo para la época.
Pero lo mejor de The Man Who Laughs, es sin lugar a dudas, la interpretación de Conrad Veidt, que mientras ríe, tiene que expresar otras emociones con el resto de la cara.
¿Cómo se logró la sonrisa de Conrad Veidt?
Con una dentadura postiza, que tenía unos ganchos que se agarraban a las comisuras de la boca del actor alemán.
Como dato, Gwynplaine, junto a Dea, se une a Ursus como actor ambulante, y éste organiza un espectáculo, del que dice que es “Como Shakespeare, pero mejor”
Lo curioso del espectáculo que dan, es que pese a que Gwynplaine trabaja también con un payaso, mientras la sonrisa de éste puede quitarse, Gwynplaine no tiene más remedio que conservarla; esto da pie a las burlas continuas de la gente.
Es decir, que existe una diferencia entre él y un payaso, puesto que el payaso se maquilla para hacer reír, pero Gwynplaine tiene una deficiencia, que le hace asemejarse al payaso.
Creo que esto ocurre también en la actualidad:
Podemos ver a alguien con características extrañas que nos hagan reír, o burlarnos de él, ya sean físicas, o en cuanto a su actitud, mientras que si alguien imita tener ese tipo de características, haciendo una comedia, consideramos que es un humorista, que no merece burla.
Obviamente, en la actualidad, hay más sensibilidad hacia esas características, y no nos solemos burlar; pero esto son matices de la época.
En el contexto de The Man Who Laughs, nos asombramos al ver, que la Duquesa no se ríe, sino que se da cuenta, de que no está bien burlarse de él, quizás es solo amor, pero que sea capaz de enamorarse de él, abre una puerta hacia esa comprensión.
El tema principal, en el que sitúo The Man Who Laughs, es el de la insumisión hacia el poder instituido, no quiero llamarlo “desobediencia civil”, pues estoy un poco cansado de ese término, y además sería anacrónico.
Gwynplaine es un marginado social, un paria, un ser detestable, por algo que el Rey le ha marcado en la cara:
Una sonrisa permanente, fruto de la insumisión de su padre, Lord Clancharlie.
Cuando a Gwynplaine lo nombran Lord Clancharlie, muestra su sonrisa en La Cámara de Lores, y todos se alarman cuando ven que se ríe; mientras mira a todas partes, gritan:
“Se ríe del mandato de la Reina”
“Se ríe de La Cámara de Lores”
Hasta que se dan cuenta, de que no puede evitarlo, y entonces, son ellos los que se ríen de él.
La respuesta de Gwynplaine es contundente.
Esta referencia, a ser un hombre, se entiende mejor, en el contexto de The Man Who Laughs, al tener en cuenta, que el lobo/perro de Ursus tiene por nombre “Homo”
A lo largo del metraje, vemos cómo este lobo/perro, al que se le presenta en los créditos como “lobo” representa la insumisión hacia el poder instituido, y una actitud libre, propia de lo que se entiende en esa escena, por ser un hombre.
Por otro lado, el técnico, los movimientos accidentados de la cámara, el maquillaje exagerado, el decorado lúgubre, los personajes amorales, el escenario que evoca una ciudad perdida en el tiempo, y los clásicos planos cercanos, eternamente expresivos, que erizan al espectador para contrariarlo, por el puro placer de infringirle una incisión de emociones sin escafandras, son los aspectos que podrían considerarse, como herramientas clave para la mención honrosa de The Man Who Laughs, que cerraría el corto legado de Paul Leni, dejándonos con las ganas de algo más.
“My name is Gwynplaine and I am cold and hungry”
The Man Who Laughs en su totalidad, define aquello que escapa del individualismo, y determina así, la perspectiva de quien no goza de la libertad de expresarse, lo que quizá incurra en una especie de abstracción, y represente las barreras que nos impiden ser valiosos, a un nivel personal, para quienes nos imponen un dedo burlón.
No hace falta ver mucho, para darse cuenta, que nos encontramos ante una obra basada en una novela de Victor Hugo, uno de los escritores y literatos franceses, más famosos de la historia, así como talentosos, pero a la vez, con una gran cantidad de lugares y temas comunes, que se repiten a lo largo de su carrera, como son las historias de ciertas épocas históricas, así como la habilidad de retratar a personajes, siempre “miserables” hasta el punto de escribir una novela llamada “Les Misèrables”, caídos en desgracia, por elementos ajenos a ellos mismos, siendo finalmente, utilizados por personas más hábiles, y que se encuentran en ese momento, con un poder superior, cayendo aún más y más profundamente en la miseria que los envuelve.
The Man Who Laughs es tanto, un contundente drama, como un relato de horror, cuyos acontecimientos describen continuamente, la crueldad de la que son capaces los seres humanos, y también, la tendencia en estos, a los abusos de poder:
Bien sea de los más fuertes hacia los más débiles, o de los más ricos hacia los más pobres.
Aunque la naturaleza de las atrocidades que tienen lugar durante el relato, puede ser calificada de pesadilla, Leni parece más preocupado en todo momento, antes que por dotar a The Man Who Laughs, de un atmósfera visualmente onírica, por lograr una cierta verosimilitud realista, y no son pocos los momentos del relato, que tienden hacia lo que puede considerarse, un realismo sucio, como demuestran instantes, como aquel en el que la Duquesa Josiana, se excita abiertamente con el manoseo al que es sometida por un grupo de andrajosos y desdentados, o la secuencia que muestra al público, asistiendo fascinado a la exhibición de atrocidades humanas y animales “propiedad privada” del Dr. Hardquanonne y de otros que se comportan como él.

“I'm not laughing!”



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