バケモノの子 (The Boy and The Beast)

“あなたが何かをしたい場合は、遠慮しないでください”
(Si quieres algo, no te contengas)

El camino del conocimiento, tanto de cada individuo como del mundo que lo rodea, es un tema común en el cine, que apunta al público familiar; y abundan las películas de corte fantástico, donde un niño descubre un mundo irreal que transcurre en un plano paralelo al nuestro, y al que puede accederse por el camino más inesperado.
Y se usa como causa a la orfandad, o cuando menos la ausencia de los padres, como tema recurrente en estos relatos; porque el desamparo que experimentan los personajes, es una buena manera de hacernos empatizar con ellos y también, en no pocas ocasiones, de interceptar nuestras facultades críticas como la preocupación natural por un niño en estado de casi total indefensión, es una excelente coartada para desviar la atención de los aspectos menos desarrollados de la trama.
En Hollywood, Steven Spielberg es un experto en esto último.
Y pocas veces en la animación se arrojan tantos temas, y de basta complejidad, como se hace en las apuestas japonesas; agregando que enseñan a admirar la tierra en su totalidad; le dan una especie de aura divina y mística a la fauna y flora, mediante la creación de animales bellísimos, con algunos rasgos humanos, y el dibujo de unos paisajes espectaculares.
No viene mal recordar de vez en cuando, que no todo lo bueno en el cine de animación japonés proviene del Studio Ghibli.
Aunque varias de las películas que llevaban el sello de la factoría fundada por Miyazaki y Takahata, seguramente hayan sido de lo mejor que ha dado el país nipón, tal hecho no tiene que nublar la presencia de unos cuantos directores que han crecido más allá de esta compañía.
“力とは何ですか?”
(¿Qué es la fuerza?)
バケモノの子 (The Boy and The Beast) es una película de animación japonesa, del año 2015, escrita y dirigida por Mamoru Hosoda.
Protagonizada por Kōji Yakusho, Aoi Miyazaki, Shōta Sometani, Suzu Hirose, Kumiko Asô, Rirî Furankî, Haru Kuroki, Mamoru Miyano, Sumire Morohoshi, Keishi Nagatsuka, Momoka Ohno, Masahiko Tsugawa, Kappei Yamaguchi, Kazuhiro Yamaji, Yô Ôizumi, entre otros.
Hablar de Mamoru Hosoda actualmente es hablar de uno de los mejores directores de animación japonesa.
Y es que a edad temprana, y con sus estudios universitarios terminados, Hosoda presentó su candidatura para unirse al equipo de Studio Ghibli, pero fue rechazado.
Aun así, la carta de rechazo de Studio Ghibli era alentadora, y le animaba a perseverar.
Fue con “デジモンアドベンチャー” (Digimon Adventure - 1999) como atrajo la atención del estudio, que le llamó, ofreciéndole la realización de un largometraje en preparación:
“ハウルの動く城”(Howl's Moving Castle - 2005)
Aunque Hosoda comenzó a trabajar en el guión de la película, hubo muchas complicaciones, y finalmente no participó; y desde su propio estudio, Chizu, acierta a tejer personajes convincentes, en una historia llena de acción, pero también de muchos toques humorísticos, y la medida justa de emotividad, como contraposición a los posibles excesos de Pixar; en una línea muy pareja a forma de contar historias de los fundadores de Ghibli, pero quizás incluso con mayor comercialidad.
バケモノの子 (The Boy and The Beast) es la primera incursión de la productora francesa Gaumont, en el dibujo japonés; en este encantador cuento con énfasis masculino en su trama, sobre 2 individuos imperfectos que encuentran el amor y la disciplina necesarias para ocupar su lugar en sus respectivos mundos.
Es una historia de hijos en busca de padres, y de maestros enseñados por sus aprendices; y que también trata de la amistad y de compartir para poder crecer, de saber controlar los sentimientos negativos, y no dejar que se apoderen de uno; de la lucha contra nuestros miedos, y del nacimiento del amor como parte importante del aprendizaje y del crecimiento personal.
Así como una película de aventuras, donde resuenan con estruendo unas espectaculares secuencias de combate, en las que no solo se enfrentan el bien y el mal, sino en última instancia, el odio humano frente a una olvidada nobleza.
Basándose en leyendas japonesas y chinas, el director y guionista, Mamoru Hosoda, cuenta en este film la historia de 蓮/Ren (Aoi Miyazaki/Shōta Sometani), un chico que se queda solo tras la muerte de su madre, y la ausencia de su padre.
Ren no quiere quedarse con los adultos que tienen su custodia, y se escapa por las calles de Shibuya, una bulliciosa ciudad japonesa de la actualidad.
Al esconderse en un pasadizo muy angosto, Ren descubre la entrada a 渋天街/Jūtengai, “La Ciudad de Las Bestias”, que tienen su mundo aparte lejos de los humanos.
Ahí es donde conoce a 熊徹/Kumatetsu (Kōji Yakusho), una bestia muy fuerte, que es muy buen luchador, pero desordenado, malhumorado, e incapaz de conseguir un discípulo que lo soporte.
A pesar de que se llevan muy mal, el chico y la bestia logran establecer una relación de mentor y alumno, de la que ambos salen fortalecidos y mejorados.
Kumatetsu bautiza a Ren como Kyû, que significa 9 en japonés, la edad en que inició su entrenamiento.
Y es que en este otro mundo paralelo al de los humanos, residen los dioses, espíritus y seres mitológicos que pueblan las leyendas humanas.
Todos son seres aparentemente con formas de bestias humanizadas; y un ejemplo de ello es el mismo Kumatetsu, un tipo de oso pardo humanizado, un gigantón de pelo marrón.
Aunque las bestias visitan el mundo de los humanos, de manera más o menos habitual, ocultas tras sus ropajes y con cuidado de no ser descubiertas; los humanos al contrario, tienen prohibido visitar el otro mundo, ya que existe la posibilidad de que se transformen en monstruos descontrolados de gran poder, en el caso de que sentimientos como la rabia o el odio se apoderen de su corazón.
Así, este encuentro entre niño y bestia, les llevará a vivir multitud de aventuras.
El cruce entre estos 2 solitarios seres, es la definición no solo de lo que nos compone como seres humanos, sino que también lo que verdaderamente representa la familia.
Los trazos básicos de la historia de バケモノの子 (The Boy and The Beast) no salen de lo común, pero lo que la distingue son los detalles que le dan una dimensión espiritual.
Lo central, más allá de la aventura y las escenas de entrenamiento, es la transformación interna profunda de ambos protagonistas, y de los otros personajes que los rodean.
Esa evolución, se da siempre gracias al intercambio con otro, por compartir lo que cada uno sabe, borrando la verticalidad en la relación entre maestro y discípulo.
La lucha de los humanos contra la propia oscuridad interna, es otro de los grandes temas, y se completa con una referencia a “Moby Dick”, a la que se le debe una de las secuencias más impactantes en lo que se refiere a la estética.
Todas estas enseñanzas, no están presentadas de forma sutil y, sin embargo, eso no resulta molesto, en una fábula que habla de la superación, los sentimientos y el corazón, un mundo de color y brillo, unos ideales e ideas que no por ser antiguas tienen que dejar de tener valor, y todo rematado con una singular mezcla de trazados discontinuos, sutiles y detallados, metáforas y realidades que crecen en cada plano.
Las claves son claras para un niño con destino incierto tras la muerte de su madre, en colisión entre 2 universos antagónicos, y supremacía de la fantasía sobre la sórdida realidad mundana, todo ello adornado con algunas disquisiciones sobre terrenalidad y espiritualidad, según el ideario del animé japonés.
En バケモノの子 (The Boy and The Beast), la dialéctica entre modernidad y tradición, realismo y fantasía, cultura y fuerza, incluso entre dibujo artesanal y tecnología, dualidades recurrentes del cine japonés, se resuelve en favor de la confluencia, y no de la oposición.
¿Será que el reinado de Miyazaki ha terminado, y la animación japonesa ha encontrado a su nuevo Señor?
“どんなに強い、あなたが打つことができないものはありません”
(No importa qué tan fuerte sea, hay cosas que no puedo vencer)
El informe filial y juguetón de los grandes mamíferos, y de los adolescentes, se encuentra en el corazón de esta poliglota y polisémica obra de arte, que mezcla humor y drama, realismo y fantasía, a través de fluidez y elegancia.
Mamoru Hosoda, responsable de varios filmes de “Digimon”, y pieza básica durante años del estudio de anime Madhouse, propone con バケモノの子 (The Boy and The Beast) el relato entre adulto y juvenil, entre aventurero, épico y fantástico, de la relación entre un niño solitario y desarraigado, y una criatura sobrenatural que habita una suerte de mundo paralelo, que en nada se parece al Tokio sombrío mostrado por el director.
Los 2 mundos no chocan, sino que conviven y se enriquecen mutuamente.
El director, una vez más se arma con temas recurrentes en su filmografía, para ofrecer un título fresco, ágil y con personajes entrañables.
Ahí está el reconocimiento y la pérdida del temor frente a lo diferente; el crear y asumir una personalidad en el desarrollo de un individuo; el valor del trabajo colectivo para alcanzar metas; y el reconocimiento de una familia en una amplia variedad de formas; sólo por dar algunos ejemplos.
A lo que se puede sumar la exploración de conceptos más comunes como el amor, el odio, el esfuerzo y las capacidades; la propuesta busca invitar a reflexionar, sobre todo acerca de cuestiones quizás tan particulares, como el hecho de que la educación puede ser un acto de relaciones simbióticas entre maestros y estudiantes, con beneficios mutuos, más que un proceso de transmisión de conocimiento unilateral.
El guión, escrito por el mismo Hosoda, narra la historia de amistad entre un chico solitario llamado Ren/Kyūta, que acaba de perder a su madre, y desconoce el paradero de su padre; y una criatura sobrenatural, perteneciente al reino de las bestias, con forma de oso y conocida como Kumatetsu, de la que se convierte en discípulo tras seguirle a su reino, cuyos habitantes antropomórficos están pendientes de elegir a un nuevo líder tras un combate singular que ha de celebrarse al cabo de un tiempo, dando inicio a una serie de aventuras repletas de acción, en las que acaban estableciendo una conexión única, que les llevará a conocerse el uno al otro, y a sí mismos; todo ello bajo el conocido formato de las relaciones aprendiz-maestro,
En este camino, contará con el apoyo de varios amigos, que bien podrían considerarse sus “hadas madrinas”:
El monje-cerdo 百秋坊/Hyakushūbō (Lily Franky); el mono 多々良/Tatara (Yô Ôizumi), El Maestro 宗師/Sōshi (Masahiko Tsugawa), y la humana 楓/Kaede (Suzu Hirose); por lo que Ren tendrá que enfrentarse a su propia inseguridad/oscuridad y hasta a una ballena, generada por la oscuridad del alma su contrincante:
一郎彦/Ichirōhiko (Haru Kuroki/ Mamoru Miyano), otro humano que es también una referencia a los demonios a los que se enfrenta El Capitán Ahab en la novela “Moby Dick”; antes de convertirse en una persona plena, en un final inesperado, que constituye una de las mejores sorpresas de la película.
En todo caso, no es sólo Kyūta quien aprende de los demás, sino cada uno de los personajes, y especialmente Kumatetsu, que hasta el momento de conocer a Kyūta, era un ser completamente irresponsable y con mal carácter, en el que pocos confiaban, hasta que finalmente, gracias a lo que le hace ver Kyūta, llega a ser suficientemente sabio para conocer el sacrificio que deberá hacer, para darle a su discípulo/hijo el alma que necesita.
バケモノの子 (The Boy and The Beast) es una obra maestra por donde se la mire.
De principio a fin, todo calza:
Su guión está lleno de pequeñas implantaciones de profundo significado, que logran abrochar una historia que no solo comprende a su público objetivo, sino que también se convierte en uno; y jamás lo subestima, pues entrega cada mensaje gracias a una poesía y un ritmo muy propio de la cultura japonesa; y aunque está marcada por el folklore oriental, su temática es absolutamente universal, y se hace notar en el viaje por los confines del mundo, en los diálogos de los diferentes maestros:
“De vez en cuando, una ilusión es más real que la propia realidad”, dice el babuino especialista en ilusiones.
“No importa qué tan fuerte sea, hay cosas que no puedo vencer”, cuenta el gato que practica la telequinesis.
“Sea bajo la lluvia o contra el viento, yo solo me quedo aquí como una piedra…
Para olvidar el tiempo, el mundo, incluso a mí misma, y trascender de esta realidad”, narra la anciana que habita en un gran árbol.
“Aquel que logra probar todo en este mundo, es el ganador.
Si quieres algo, no te contengas.
Eso es… ¡una oportunidad!”, dice el lobo marino mientras pesca su comida.
Todos estos personajes, intentan contestar la pregunta fundamental que les hace el niño:
¿Qué es la fuerza?
Como dato, Kyūta, es criado no solo por Kumatetsu, sino que también por otros 2 maestros que le ayudarán a comprender el mundo que le rodea:
El monje, un cerdo precavido pero lúcido en su mirada, un hombre que sabe balancear los horrores de la vida y su profundo amor por ella; y por supuesto, el mono, el amigo de tragos de Kumatetsu, y quien siempre ve con malos ojos al niño, pero que termina mostrándole el camino de la perseverancia y la astucia.
En el caso de Kyūta, es maravilloso como puede hacernos empatizar su crisis de identidad en plena adolescencia.
No recuerdo una película de animación, donde este tema se abordase de una forma tan natural, sin avergonzarse con el público.
El niño debe enfrentar a su propia bestia, para lograr traspasar el umbral de la infancia; con ello, debe hacerse cargo de sus temores, y encontrar el equilibrio/fuerza necesaria para transitar entre lo imaginario y lo real.
Kumatetsu, es la figura paterna ausente, y también el lado rebelde e incomprendido de Kyūta; sin embargo, su némesis real es Ichirōhiko, otro humano criado en el mundo de las bestias, quien se pregunta constantemente por su identidad y procedencia.
Intenta en vano hacer suya la imagen de quien cree es su progenitor, el fuerte y querido jabalí, 猪王山/Iōzen (Kazuhiro Yamaji), pero no logra apropiarse de un referente que le ayude a comprender, qué es en realidad.
Esta lucha entre aprendiz vs maestro, es igual a la que se produce entre hijo vs padre, en ese momento, donde los niños dejan de imitar, y buscan forjar su propio rumbo.
El entrenamiento para el torneo es terriblemente divertido y entrañable, porque ambos protagonistas se llevan a rabiar, y no paran de pelearse, pero a la vez, empiezan a forjar una relación fuerte y estrecha.
Quizás, en la parte media de バケモノの子 (The Boy and The Beast), cuando Hosoda quiere explorar otros derroteros complementarios a los iniciados al principio, y mucho más dramáticos, donde vemos ya a un Ren adolescente, y con dudas existenciales sobre cuál es su lugar en el mundo; es ahí donde la propuesta se resiente más, para acabar dando paso a un último tercio muy emotivo y espectacular, cuando ambas tramas se juntan.
Pero todo eso se alcanza por el aprendizaje mutuo, un proceso de intercambio, y el papel de esos seres significativos, que en la sombra ayudan a consolidar los valores en la infancia, forjando pilares sólidos donde transitar en el paso hacia la edad adulta, y la construcción de nuestro propio yo.
El mundo gobernado de las bestias, tiene sus propias reglas que nos demuestran que los humanos siempre somos los que desequilibramos la balanza hacia la oscuridad.
Y es clave cuando se observa a sí mismo en el reflejo de una tienda; se ve de una forma extraña, con partes de su cuerpo negras, como si estuvieran podridas.
Es seguramente la representación de una característica de los seres humanos:
Somos la especie que arrasa con todo; mientras, los animales viven, sobreviven y dejan vivir.
Sólo matan por supervivencia; mientras los humanos lo queremos todo, y como sea, a como dé lugar, cueste lo cueste.
El combate entre Kumatetsu y Iōzen, es sin desenfundar la espada, luchan con el instrumento como si fuera un palo de bambú, o madera.
Un combate noble; y sólo rompe las reglas el hijo adoptivo de Iōzen , precisamente humano, cuando desenvaina una espada, y le da de pleno a Kumatetsu.
Me viene en mente el término crueldad animal...
Cuando las figuras de los humanos infiltrados se oscurecen, vemos una manera de mostrar la corruptibilidad del ser humano, y esa áurea de poseedor del mundo.
La figura femenina es fundamental en バケモノの子 (The Boy and The Beast) y está presente desde un inicio:
Kyūta se siente perdido sin su madre, quien lo cuidaba luego del divorcio, y en ausencia del padre.
Sin embargo, ella no desaparece por completo, pues cuida del niño a través de la forma de Chiko, una pequeña bola peluda blanca, quien lo guía en los momentos de crisis.
Y el personaje de Kaede, aunque aparece bastante avanzada la película, nos muestra la mirada de Hosoda sobre una feminidad fecunda, no solo en lo físico, sino que también intelectual y emocionalmente.
Existe una clara contraposición entre la impulsividad del hombre, y el lado prudente de la mujer, mucho más racional.
Un dato interesante, es que no hay besos entre el chico y la chica, es como más emocionante, siempre sabes que hay amor, pero es mejor dejarlo a la imaginación de cada uno.
Y es que esta es una de las tramas que maneja este metraje:
La eterna búsqueda de pertenencia que tenemos los seres humanos.
Esa necesidad de conectar con otros seres, de formar parte de su vida, y ellos parte de la tuya, compartir y crecer juntos.
Esto se puede ver no sólo en la relación entre Kyūta y Kumatetsu, sino en la posterior relación del niño con Kaede, una joven con la que se encuentra tras años de vivir en el mundo de las bestias.
Los 3 personajes se sienten aislados, incomprendidos y solos, sin nadie que les apoye, y es a través del aprendizaje mutuo que desarrollan todo su potencial, y aprenden a sentirse parte de algo más; pese a la pátina de relato juvenil que tiene el filme en algunos momentos, que comienza a gestarse la complicada relación entre maestro y alumno, así como entre padre adoptivo e hijo, siendo este el hilo central del filme.
De los personajes, Kumatetsu es desordenado, tosco, arisco y de poca paciencia.
Todas ellas malas aptitudes para que un maestro consiga transmitir sus conocimientos a su joven aprendiz.
Por su parte Ren, bautizado por su maestro como Kyūta, parece un calco de éste:
Poco paciente, arisco, muy cabezón, y nunca da su brazo a torcer.
Ambos son una bomba de relojería que estalla cada 2x3, logrando arrancar más de una carcajada al espectador.
A partir de ese momento, comienza a gestarse la entrañable pero complicada relación entre maestro y alumno.
Gráficamente la película es espectacular, labor que ha recaído en los hombros de Daisuke Iga y Takaaki Yamashita, mostrándonos escenas de acción muy bien ejecutadas, y un clímax final fantástico, en plenas calles de Japón, que son ilustradas con mucho detalle y credibilidad, como otras tantas secuencias a lo largo de toda la película.
Mamoru Hosoda, presenta así un mundo colorido, con una animación plagada de detalle, y una estética que varía entre el feudalismo japonés que se puede encontrar en el mundo de las bestias; con el modo de vestir y la iluminación que se encuentra actualmente en Tokio, plasmado sobre todo en el famoso cruce de Shibuya; así como otras localizaciones de Tokio, donde se desarrolla parte de la historia.
Pero sin duda, el populoso barrio es perfectamente reconocible gracias a detalles como su popular cruce peatonal, y neones que lo alumbran de noche; una ciudad de caras ausentes, cuya primera cara que por fin Ren se atreve mirar, es la de unos bestiales ojos rojos y unas fauces que dan forma a un hocico.
Seguir a esa figura misteriosa no es tanto una misión como un impulso, a un callejón misterioso y etéreo, donde pronto se verá rodeado de figuras animales antropomórficas, en Jūtengai, “El Reino de Las Bestias”, esas criaturas no son extrañas, y viviendo perfectamente en sociedad, compiten por llegar a ser algún día “Señor de Las Bestias”
El trazo animado, el movimiento, caracterización de los gestos, y elaboración de los fondos, no guarda estricta relación con el cine de Takahata, Miyazaki, Otomo, Kon, o Rintaro.
Hosoda tiene un perfil distinto, quizá menos sorprendente, estilizado o barroco que algunos de los autores citados, más franco y directo, tanto en la elaboración de la historia, como en la relación gráfica entre espacios, personajes y colores.
Hay varios aspectos que hacen de バケモノの子 (The Boy and The Beast) una cinta muy agradable, pese a que su trama no sea excesivamente original.
Uno  de ellos es la relativamente simple calidad de la animación; mientras los técnicos de Pixar, por ejemplo, se preocupan por desarrollar software que lleve texturas como el cabello, o el agua a nuevos niveles de realismo; Hosoda ofrece una técnica de animación tradicional, que por momentos llega a ser muy sencilla, con el personaje principal moviéndose sobre un paisaje estático.
Es decir, la forma nunca se impone al fondo, algo que no siempre puede decirse de la animación computarizada.
Una de las técnicas favoritas de Hosoda para sorprender al espectador, y mantenerlo en suspenso, es mover el encuadre de forma horizontal de modo que los personajes aparezcan cuando uno menos lo espera.
Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando Kyūta somete a un grupillo de adolescentes abusivos, y la violencia no es gráfica, sino fuera de campo, elegantemente.
Y ya sea que los personajes visiten los otros reinos mágicos que colindan con Jūtengai, o recorran las calles de Shibuya, el dibujo siempre es vistoso, alcanzando sus cuotas más altas en la secuencia final, inspirada en “Moby Dick”
Vale la pena mencionar este aspecto, porque en ocasiones al hablar del cine de esas latitudes se hace demasiado hincapié en lo “exótico” de estas cintas, olvidando que los japoneses nunca han sido tímidos al manifestar su aprecio por la cultura occidental.
Eso lo hace un anime diferente, maduro, pese a la capa de aparente infantilización argumental y visual, como la expresión gesticulante del niño, se diría que heredada de la franquicia “Digimon” que puede otearse entre las costuras de este relato de amistad e iniciación.
Así, バケモノの子 (The Boy and The Beast) contiene la dosis justa de sentimentalismo, a diferencia de los productos de Pixar, que empiezan con los 2 pies plantados en la lloriquearía, y a partir de ahí, deciden ponerse cursis.
バケモノの子 (The Boy and The Beast), sólo se deja llevar por los sentimientos en las escenas más indicadas.
De todo esto se vale Hosoda para desarrollar temas como el despertar al amor, el sacrificio y la filiación, a través de una película que tiene 2 horas de duración, pero que nunca se vuelve pesada, porque combina a la perfección las escenas de combate, con los momentos de humor.
Se le puede achacar el trazado del dibujo, demasiado infantil, los toques sensibleros, el extenso metraje; y en el fondo nada origina, tiene una historia con varios tópicos:
Un maestro solitario que no sabe enseñar, el alumno falto de figura paterna, etc.
Algo muy común que podemos encontrar en los shōnen, los manga dirigidos a un público adolescente.
No obstante, como hemos dicho, esto no lastra en absoluto su disfrute.
Como película infantil, es perfecta, entretiene a la vez que ofrece un cautivador retablo sobre algunas virtudes en las que se debiera instruir a todo aprendiz de ciudadano:
El compromiso, la lealtad, el amor, la honradez, la enseñanza como epicentro de nuestra cultura, el perdón, y la templanza como un rasgo de las personas sabias.
Para un adulto, resulta grato vislumbrar ecos del pasado, donde los confines entre realidad y ficción estaban muy diluidos, o tenían fronteras permeables y mutantes.
La sencillez y previsibilidad del relato, nos recuerdan a las historias inventadas o leídas a nuestros pequeños en la somnolencia nocturna previa al sueño.
Esta ensoñación mágica, está presente con ecos de un Dickens nipón, y sagas nórdicas travestidas, inclusive.
Pero esos aspectos se encuentran en muchos animes y mangas, como la gestión del tiempo nada elíptico, es recurrente en la narración audiovisual o gráfica japonesa; y conforman, aunque a veces nos cueste asimilarlo y aprehenderlo, la génesis de un estilo propio y singular.
Por último, la banda sonora es buena, contando con Takagi Masakatsu como compositor principal.
“誰のために私は私を保存するものであるヒット?”
(¿Por qué quien me golpea es quien me salva?)
Históricamente, los monjes japoneses viajaban con frecuencia a China para recibir la transmisión de nuevas enseñanzas de los maestros chinos.
De vuelta a su tierra, y con esa herencia de autoridad, extendían las prolongaciones de las escuelas y enseñanzas que habían conocido en el continente; y con el tiempo, adquirían su propia personalidad japonesa.
Esto, en realidad, es buena parte del patrón cultural del Japón, en donde la influencia China es totalmente central para entender su cultura y religión.
Por ello, la experiencia Zen puede ser pasada de Maestro a discípulo, y ha sido, de hecho, transmitido por muchos siglos por métodos especiales propios de Zen.
En un resumen clásico de 4 líneas, Zen es descrito como:
Una transmisión especial externa a las escrituras; no sostenida por palabras ni letras; apuntando directamente a la mente humana; y mirando directamente a la naturaleza propia, alcanzando el estado de Buda.
Esta técnica de “apuntar directamente”, constituye el sabor especial de la filosofía Zen; y es típico de la mente japonesa, que es más intuitiva que intelectual, y que le gusta entregar los hechos como hechos, sin comentario alguno.
Los maestros Zen, no son adeptos a la palabrería, y aborrecen todo tipo de teorización y especulación.
De esta manera desarrollaron métodos que apuntan directamente a la verdad, con acciones y palabras repentinas y espontáneas, que exponen paradojas del pensamiento conceptual y, como los koans, están orientados a parar el proceso mental del pensamiento, preparando así al estudiante a la experiencia mística.
Ya que Zen asegura que la iluminación se manifiesta en las actividades diarias, ha tenido enorme influencia en todos los aspectos de la forma tradicional de vida japonesa.
Estas no sólo incluyen las artes de la pintura, caligrafía, diseño de jardines, etc., y las variadas artesanías, sino también en actividades ceremoniales como servir el té o el arreglo de flores, y las artes marciales como el tiro con arco, la espada, el judo, el karate-do, etc.
Cada una de estas actividades, es conocida en Japón como un do, esto es, un tao, o una vía hacia la iluminación.
Todas exploran varias características de la experiencia Zen, y pueden ser usadas para entrenar la mente, y llevarla en contacto con la realidad última.
Lo que me recuerdo el pequeño libro de Eugen Herrigel, “Zen en el arte del Tiro con Arco”; en el que Herrigel utilizó más de 5 años con un renombrado maestro japonés para aprender su arte místico, y nos da en su libro una descripción de cómo experimentó Zen, a través del tiro con arco.
Nos describe como el tiro con arco le fue presentado como un ritual religioso que es bailado en movimientos espontáneos, libres de esfuerzo y propósito.
Le tomó muchos años de práctica dura, lo que transformó todo su ser, como aprender a estirar el arco “espiritualmente”, con un tipo de fuerza no esforzada, y como liberar la cuerda “sin intención”, dejando que el tiro “caiga del tirador como una fruta madura”
Cuando llegó al clímax de perfección, el arco, flecha, objetivo, y arquero, todos se fundían los unos en el otro, y él no disparaba, sino que “esto” lo hacía por él.
La descripción de Herrigel del tiro con arco, es una de las más puras recolecciones de Zen, pues no habla en ningún momento de Zen.
Apartándose del conocimiento teórico o intelectual, el zen busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional.
¿Acaso バケモノの子 (The Boy and The Beast) no nos habla de Zen?

“時折、幻想は現実そのものよりも本物です”
(De vez en cuando, una ilusión es más real que la propia realidad)



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