Faust – Eine Deutsche Volkssage

“Die Stimme der Versucher”
(La voz del tentador)

En palabras de George Eliot:
“El más grande hombre de letras alemán... y el último verdadero hombre universal que caminó sobre La Tierra fue Johann Wolfgang von Goethe”, poeta, novelista, dramaturgo y científico germánico, contribuyente fundamental del Romanticismo, movimiento al que influenció profundamente; cuya mejor obra dramática, es sin duda “Der Fauststoff, die Geschichte des Doktor Johannes Faustus”, o “El Fausto, La Historia del Doctor Johannes Fausto”, que ha pasado a ser una obra clásica de La Literatura Universal; una obra trágica, enteramente dialogada, concebida más para ser leída que para ser representada, siendo publicada en 2 partes:
“Faust: Der Tragödie erster Teil” o “Fausto: Primera Parte de La Tragedia”; y “Faust: Der Tragödie zweiter Teil” o “Fausto: Segunda Parte de La Tragedia”
Los principales personajes son:
Heinrich Faust, un estudioso cuya vida en ocasiones se ha dicho que está basada en la de Johann Georg Faust; Mephistopheles o Mephisto, el diablo; y Gretchen, el amor de Fausto, hipocorístico de Margarete; Goethe usa las 2 formas.
Así como también Martha, vecina de Gretchen; Valentin, hermano de Gretchen; Wagner, alumno de Fausto; y otras figuras como el pueblo, los ángeles Raphael, Gabriel y Michael; coros variados, caminantes de todo tipo, agricultores, fantasmas, brujas, animales, figuras de la noche, etc.
Fausto es el protagonista de la leyenda clásica alemana, un erudito de gran éxito, pero también insatisfecho con su vida, por lo que hace un trato con el diablo, intercambiando su alma por el conocimiento ilimitado, y los placeres mundanos.
La primera versión, el “Urfaust” o “Fausto original”, estaba acabada en 1773.
Pero el autor la siguió retocando hasta 1790; ya en abril de 1806 estaba completo, pero las guerras napoleónicas demoraron 2 años la publicación hasta 1808.
Mientras la segunda parte sólo sería publicada en 1833, un año después del fallecimiento del autor.
La primera parte de esta compleja tragedia, se articula en torno a 2 centros fundamentales:
El primero es la historia de cómo Fausto, fatigado de la vida y decepcionado de la ciencia, hace un pacto con el diablo que le devuelve la juventud a cambio de su alma.
Mefistófeles representa para Fausto, una vuelta a la juventud, y le ofrece demostrarle que aún quedan misterios del mundo que desconoce, pensamiento absolutamente absurdo para Fausto; y le devuelve la pasión que lo movía antes de ser el sabio, que es al inicio de la obra.
Si bien Fausto confía en que podrá dominar a Mefistófeles y manipularlo, la situación termina dándose de manera distinta:
Es Mefistófeles quien conduce a Fausto según su gusto, para que éste confíe plenamente en él, y se entregue a sus juegos.
El segundo centro, es la historia de amor entre Fausto y Gretchen, que Mefistófeles manipula de forma que Fausto llegue al homicidio:
Mata al hermano de su amada, y Gretchen tenga un embarazo indeseado, que le conduce primero al infanticidio, y luego a ser ejecutada por asesinar a su hijo.
Fausto vive su amor por ella, como un amor de iniciación, un amor adolescente.
La pasión que lo embarga, en parte por los trucos de Mefistófeles, lo mueven a acercarse a esta niña que queda cautivada por él, y su arte discursiva.
Aun cuando Fausto intenta protegerla, la magia de Mefistófeles consigue de manera indirecta, quebrantar la paz en la vida de la muchacha, lo que desencadena en una irrefrenable locura.
Luego descubrimos el encarcelamiento de Gretchen, y el motivo de su encierro, que fue asesinar al hijo que nació como fruto de la unión con Fausto, aun cuando Fausto no sabía de su hijo.
A lo largo de la obra, podemos apreciar que Goethe intenta resaltar las características puramente humanas, como son los sentimientos, las emociones y las pasiones.
En la primera parte de la obra, si bien éstas se presentaban como una liberación para el personaje de Fausto, también iban de la mano con las obras de Mefistófeles, que tenían un carácter de maléficas.
Todo aquello que Fausto decidía sin detenerse a meditarlo fríamente, o en las ocasiones en las que respondía a la pasión pura, se entiende que la mano de Mefistófeles estaba detrás, garantizando que Fausto lo haga.
Lo esencialmente humano va, en la obra, de la mano del mal, como si estuvieran incluidos en la misma categoría, como si uno alimentara al otro, y viceversa.
Pareciera que aquellas cosas pasionales que mueven al ser humano, se encuentran en el limbo entre lo bueno y lo malo, que son amorales, neutras, por lo que durante la obra, el mal motiva la mayoría de ellas, sin embargo, al final, son estas mismas acciones, representadas en el amor por Gretchen, las que permiten que Fausto escape al pacto, es decir, son estas mismas pasiones las que terminan de lado del bien.
La historia de Fausto se inspira, como muchas, en leyendas; y se cerraba siempre con los demonios llevándose a Fausto, pero Goethe alteró este argumento, haciendo que se salvara Gretchen al final de la primera parte, anticipando la salvación de Fausto al término de la segunda, cuando los demonios que quieren llevarse su alma, tienen que retirarse ante la llegada de una legión de ángeles.
Además, Goethe cambia el impulso que mueve a Fausto:
El deseo que lo acercaba a la brujería, no es codicia, maldad o vagancia; sino el ansia de saber, el deseo de grandeza, de plenitud, de totalidad.
La moraleja que acaso tenga la obra, será que ese deseo de conocimiento conlleva la miseria moral.
La historia de Fausto ha inspirado también un gran número de obras literarias, musicales, y pictóricas.
Una miríada de interpretaciones diversas, y en ocasiones opuestas, se han realizado de La Segunda parte, junguianas, freudianas, sociológicas, alquímicas, literarias y clásicas, por nombrar solo unas pocas.
Pero en conjunto, la obra constituye una parábola sobre el conocimiento científico, la religión, la pasión, y la seducción, la independencia y el amor, entre otros temas.
En términos poéticos, Goethe sitúa la ciencia y el poder en el contexto de una metafísica moralmente interesada.
Fausto es un científico empírico, que se ve forzado a enfrentarse a cuestiones como el bien y el mal, Dios y el diablo, la sexualidad y la mortalidad.
La obra ha sido interpretada modernamente por Walter Benjamin, por Thomas Mann en su novela “Doktor Faustus. Das Leben des deutschen Tonsetzers Adrian Leverkühn, erzählt von einem Freunde” o “Doctor Fausto. La vida del compositor alemán Adrian Leverkühn contada por un amigo” publicada en 1947; y por el hijo de éste, Klaus Mann en “Mephisto – Roman einer Karriere” publicada en 1936, en la que concibe el pacto con el diablo como una metáfora del pacto de Alemania con Hitler.
“Schlechte Faust, warum suchst du den Tod, wenn Sie noch nicht gelebt haben?”
(Pobre Fausto, ¿Por qué buscáis la muerte cuando todavía no has vivido?)
Faust – Eine Deutsche Volkssage es una película alemana de fantasía, del año 1926, dirigida por F.W. Murnau.
Protagonizada por Emil Jannings, Gösta Ekman, Camilla Horn, William Dieterle, Yvette Guilbert, Frida Richard, Eric Barclay, Hanna Ralph, Werner Fuetterer, Hans Brausewetter, entre otros.
El guión es de Hans Kyser, basado en la novela de Johann Wolfgang von Goethe, bajo la tutela de los productores, interesados en que la película mostrara aspectos del folclore germano.
Por su parte, Murnau se basa en los cuentos tradicionales de la figura de Fausto, recogidos en la obra dramática de Goethe, llamando a la película:
Fausto – Un Cuento Popular Alemán; por lo que reproduce el ritmo teatral clásico de la historia de Goethe; pero su narración es muy personal, ya que se basa en la primera parte del Fausto; en el que el mismo personaje de Fausto representa la eterna insatisfacción vital que le hace prometer a Mefistófeles:
“Si un día le digo al fugaz momento:
¡Detente, eres tan bello!, puedes entonces cargarme de cadenas, entonces consentiré gustoso en morir”
La adaptación de Murnau prescinde de los textos meta-teatrales y estéticos contenidos en la obra de Goethe, como:
“Preludio en el teatro” y “Sueño de la noche de Walpurgis” o “Bodas de Oro de Oberón y Titania”, para centrarse en la relación amorosa entre Fausto y Gretchen/Margarete.
Aunque suele reconocerse que también toma elementos de “The Tragical History of the Life and Death of Doctor Faustus” (1604) de Christopher Marlowe, el cual no tiene apenas relación con esta obra; salvo que Marlowe diseña imágenes arquetípicas del mito, como el que el diablo se le aparece a Fausto en su gabinete de trabajo.
Marlowe y Goethe se habían inspirado en un personaje que había vivido en Alemania en El Renacimiento, con fama de nigromante, Johann Georg Faust, que había dado origen a leyendas y a un libro popular y anónimo alemán publicado en 1587.
Tanto la obra de Goethe desde El Romanticismo, en plena pugna con El Clasicismo, como la de Murnau desde El Expresionismo cinematográfico, representan a la perfección la insatisfacción vital y el espíritu demoniaco, pues “verdaderamente demoníacos son el abismo que no puede ser colmado, la nostalgia que no puede ser apaciguada, la sed que no puede ser saciada…”
Cuidadoso, tranquilo e innovador, Faust – Eine Deutsche Volkssage contiene muchas imágenes memorables, y efectos especiales alarmantes, con una cuidada atención a los claroscuros en una época de cine silente; siendo la producción más costosa de la Universum Film AG (UFA), costando 2 millones de marcos hasta que “Metropolis” (1927) la superó al año siguiente.
Sólo la mitad del coste se recuperó en taquilla, por lo que fue un gran fracaso; sin embargo tuvo una gran influencia en las películas posteriores, sobre todo desde el punto de vista de los efectos especiales; pues la mayoría de las escenas se grabaron más de una vez, por ejemplo, una escena en la que escriben en un pergamino, tomó un día entero de rodaje.
Al ser una película del año 1926, hay muchos montajes diferentes de Faust – Eine Deutsche Volkssage, y algunos de ellos son del propio Murnau; por lo que se conocen al menos 5 montajes antiguos:
Uno con los rótulos en alemán original, otro diferente en francés, otro alemán más tardío, y 2 de Murnau:
Uno para la MGM, y el mercado estadounidense; siendo en definitiva, la última película de Murnau en Alemania, pues directamente al acabarla, se trasladó a EEUU para dirigir la película “Sunrise: A Song Of Two Humans” (1927)
El 14 de octubre de 1926, se estrena Faust – Eine Deutsche Volkssage en el UFA-Palast am Zoo de Berlín, sin la asistencia de Murnau que rueda en Hollywood contratado por la Fox, ni de Emil Jannings.
La historia inicia con una discusión entre un Arcángel (Werner Fuetterer) y Mefistófeles (Emil Jannings), diciéndole éste, que puede corromper el alma de un hombre justo y destruir lo que tiene de divino.
Si tiene éxito, el diablo va a ganar el dominio sobre La Tierra; todo ello termina en una apuesta.
El elegido es Fausto (Gösta Ekman), un sabio, venerable y bondadoso anciano que estipula con Mefisto, para librar al pueblo en que habitaba, de una horrenda peste que diezmaba sin que quedara familia sana.
Con el tiempo, Fausto se corrompe, tentado por la juventud eterna, y gracias a la influencia y promesas de Mefisto, quien termina traicionándolo cruelmente.
Sin embargo, quién sufre el mal de tantas tentaciones y lujurias, no es sólo Fausto, si no también aquello que le rodea y ama.
Y es que aunque Mefisto da todo lo que su amo quiere, éste no sabe administrarlo todo bien; hasta que encuentra una joven llamada Gretchen, bella y cándida, y se enamora de ella.
La historia en sí, es la eterna lucha del bien y del mal, pero enfocada desde un punto de vista puramente cristiano.
Ya en la primera escena vemos a un Ángel y a un Demonio en plena disputa, y Fausto termina siendo en quien se fijan ambos para demostrar quien vence a quien.
Faust – Eine Deutsche Volkssage, al igual que la obra literaria, explora los más recónditos deseos del ser humano por obtener la juventud eterna, la riqueza material, y el gozo por los placeres mundanos, indiferente a una eventual retribución divina.
Principalmente su historia intenta hacernos ver, si hasta el más puro y noble de los hombres se puede corromper.
Otra enorme muestra de la genialidad del director teutón, quien se mueve entre la premisa filosófica y una llamativa y entretenida fantasía, construyendo una puesta en escena tan inquietante como amena, es una fantasmagórica aventura desde la fotografía al diseño artístico, pasando por el montaje, las actuaciones, la manera de plantear la trama, como una apuesta entre un ángel y el diablo; y hasta el propio celuloide en que fue filmada, todos los elementos se unen en un súmmum armónico, que podríamos interpretar como un sueño hecho realidad o, más bien, una realidad hecha fantasía.
Si es posible concebir la visualización de una fantasía más allá de imaginación y la mente del ser humano, esta se vería como el Fausto de Murnau.
“Ihr Leben war nur Staub und Verfall!
Die Lust ist alles!”
(¡Tu vida era sólo polvo y decadencia!
¡El placer es todo!)
F.W. Murnau, que ya había demostrado que la creación de atmósferas truculentas, desalentadoras, y oscuras, era lo suyo, decidió dar un nuevo paso adelante con su Fausto.
Inicialmente, el largometraje con guión de Hans Kyser, iba a ser dirigido por Ludwig Berger, pero Erich Pommer, el productor, acabará confiándoselo a Murnau, que mostró desde un principio un enorme interés por el proyecto.
De hecho, en aquel entonces es un joven director de 38 años, que ya había firmado obras maestras.
Además, contó con el apoyo de un Emil Jannings, protagonista de algunas obras suyas, muy interesado en interpretar el papel de Mefisto.
Sin embargo, la extrema meticulosidad de Murnau, hizo que la preparación de Fausto se alargase durante dos años, a los que se agregaron 9 meses de rodaje.
El hecho de que el realizador pensó en Lillian Gish como protagonista principal, y su imposibilidad para contratarla, le llevaron a una larga búsqueda hasta que encontró a la joven Camilla Horn, a pesar de que el rodaje ya había comenzado.
En cuanto a la adaptación, tenemos que comprender la dificultad que ello aportaba:
Si la obra de Goethe era únicamente diálogo, con mínimas descripciones de escenario y acción para ubicar al lector, Murnau tuvo que aportar a su película la imagen de toda la obra, y restarle muchísimo diálogo, primero porqué la película es muda, obviamente; y segundo porque el libro es diálogo tras diálogo, y una película así, no la acabaría viendo nadie.
Los personajes principales aparecen también sin más modificación que el paso de Marthe, que si en el libro era la vecina de Gretchen, la joven amada de Fausto, en la película pasa a ser la tía de la joven.
Fausto y Mefisto, siguen en la misma línea del libro:
Fausto como un hombre acabado por culpa de la ciencia, que lo sabe todo, pero más allá de ésta, no ha disfrutado de su vida; y Mefisto sigue siendo el diablo atrevido, pícaro y “generoso” que nos mostraba Goethe, con sus maldades y trampas, que un personaje como el suyo tiene que tener.
Por supuesto, a su vez, Faust – Eine Deutsche Volkssage prescinde de muchísimos personajes que aparecían en la obra original, y que acaban de dar forma al descenso de Fausto a los infiernos, permitiendo así centrarse únicamente en lo realmente importante, y en los temas a los que Murnau, y la historia en sí, quería recurrir.
Pero el gran desafío fue la compleja concepción visual de la película, que supuso un amplio despliegue de decorados, maquetas y efectos especiales, para los que el director alemán contó de nuevo con Robert Herith y Walter Röhrig.
La aparición de Mephisto, por ejemplo, es intrigante a la par que teatral, y consigue lo que se propone con bastante facilidad.
Fausto en sus manos, da la impresión de absoluta inocencia, en contraposición a la picaresca del demonio; algo que cuadra muy bien con la época de la película:
La Edad Media.
La segunda parte empieza en el momento en que Fausto vuelve a ser joven; y se nos nuestra la perspectiva más expresionista, tan acorde con lo que imperaba en las películas de los años 20:
Vemos sombras y luces dispuestas de forma que solo destaca un detalle en cada escena.
Aunque no llega a los extremos visuales de “Das Cabinet des Dr. Caligari” (1920)
Fotografiada espléndidamente por Carl Hoffmann, Fausto es, una vez más, un ejemplo de la asombrosa capacidad visual y narrativa de Murnau.
De hecho, hay 2 elementos decisivos que influirán profundamente en el pensamiento artístico del genio alemán:
Es un hombre culto, con un gran conocimiento de la pintura, y que frecuenta los círculos artísticos del Berlín de la época, en los que conoce a Franz Marc, uno de los fundadores del grupo Der Blau Reiter, o al propio Kandinsky, entre otros.
Por otro lado, su extenso bagaje teatral, entre los años 1911 y 1913, en la compañía del que es su maestro, Max Reinhardt, también director de cine e impulsor de la Kammerspiel, concepción de un teatro intimista que, entre otras pautas, da prioridad a la psicología, a la atmósfera, a las luces y las sombras, y a los decorados realistas.
De ahí que las películas de Murnau adquieran el estatus de pinturas en movimiento, a lo que contribuye, si cabe aún más, su deseo por un mínimo uso del rótulo, en beneficio de la expresión de la propia imagen.
Para estructurar sus escenas, no solo recurre a los grandes maestros del arte, por lo que en Fausto hay referencias a:
Caspar David Fiedrich, Rembrandt, Alfred Kubin o Arnold Böcklin, entre otros; sino a las estrategias estéticas de la propia pintura, como:
Las composiciones en diagonal, que a veces recalca con picados y contrapicados, por ejemplo, el encuentro entre El Arcángel y Mefisto; el uso de líneas oblicuas que fugan hacia el horizonte para transmitir una mayor perspectiva a las escenas, la disposición y combinación dentro de un espacio de elementos, o grupos humanos que equilibran el encuadre, a la vez que dan una mayor profundidad; o la utilización de polos opuestos para enfatizar secuencias y personajes, es decir, el blanco y negro, o la luz y la sombra; como la esbelta figura del Arcángel, blanco, luminoso; frente al deforme Diablo, negro y oscuro.
Si con esa apariencia, Mefisto adquiere un tono amenazante, más adelante, con Fausto rejuvenecido, se convertirá en una grotesca y maléfica figura.
De esta guisa, El Diablo intentará cortejar a Marthe (Yvette Guilbert), en la única secuencia con algunos toques de humor.
Asimismo provocará el engaño y la desgracia, con la muerte de la madre y el hermano de la protagonista:
Valentin (Wilhelm Dieterle)
Porque Faust – Eine Deutsche Volkssage refleja la lucha de 2 fuerzas tan antagónicas como el bien y el mal, y su paradójico zigzagueo a lo largo del metraje:
Fausto pacta con el Diablo, por su imposibilidad de encontrar el remedio contra la peste, a pesar de haberle dedicado su vida a la ciencia.
Cuando Mefisto le proporciona el poder curativo, más tarde se descubre su terrible alianza, y sufre el rechazo del pueblo; o esa parte, en la que Fausto rejuvenecido y enamorado de Gretchen, recibe la ayuda del Diablo, para después arrebatarle a la amada, hundiéndola en la desdicha.
Con su sacrificio en la hoguera, Fausto no sólo obtiene la redención, sino que los amantes sellan su unión eterna.
Redención que culminará con un nuevo encuentro entre sombras:
El Arcángel alzando su espada, cierra el paso al Diablo, que aún lleva el pacto en su mano.
El mensajero alado, le dice a Mefisto que hay una palabra que destruye su alianza, esa “que resuena con júbilo en la creación, la que acalla cualquier pena y dolor, la palabra que aplaca toda culpa humana, la palabra eterna…
¿No la conoces?”
Un agónico Mefisto, lanza un grito desesperado por saber cuál es.
En esos momentos, de una luz en el cielo, entre destellos, surge la palabra:
Amor.
Así las cosas, aunado a la paciencia del equipo técnico que resistió interminables sesiones, donde una misma toma se repetía innumerables veces hasta lograr el resultado deseado, y aún más, si ésta iba acompañada de efectos visuales; los cuales son característicos en esta película, como en la escena en que el refinado malévolo Mefisto es presentado como un ser alado “draculiano” gigante, con cuernos, envolviendo a la ciudad con sus alas, y esparciendo una plaga que desencadena los siguientes acontecimientos del rodaje, o una de las iníciales de la película, en la que aparentemente, Los Jinetes del Apocalipsis llegan en carruaje desde El Infierno.
Sin embargo, por su composición y montaje, las mejores escenas son las de vuelo, en las que vemos tomas aéreas de los diferentes lugares por donde van pasando.
O bien las transparencias y sobre posiciones como en el uso del fuego, o las desapariciones…
Es todo un alarde técnico, hecho con miniaturas, espejos y demás, de gran detalle, y eso que son escenas muy cortas.
De igual importancia, la técnica fotográfica y de imagen, la utilización necesaria del blanco y negro, y del contraste fuerte entre las zonas ensombrecidas y las iluminadas, para destacar el dramatismo histriónico, e incluso los cambios climáticos.
Las imágenes muestran influencias del Cine Expresionista alemán y la pintura romántica; y posee además esa cualidad que las películas “viejas” tenían, y era que constantemente jugaban con los términos realidad, y fantasía, lo que es cine y lo que no, los trucos del Séptimo Arte, en lo artesanal, la magia, y el engaño...
La obsesión de Murnau por la perfección, también alcanzó a los actores, planificándoles cada gesto, cada movimiento, provocando no en pocas ocasiones conflictos, sobre todo con caprichosas estrellas cotizadas de la talla de Emil Jannings, que a pesar de su gran amistad con el director, tenía fama de ser profundamente antipático, vanidoso, pretencioso, perezoso, arrogante, y tiránico.
De ahí que el director prefiera trabajar con actores no profesionales en muchas ocasiones.
El resto del reparto es internacional:
Gösta Ekman que encarna a Fausto, papel para el que se pensó en John Barrymore, es un actor sueco, que había trabajado con Sjöström; curiosamente su nieto, del mismo nombre, también actor, sería el ayudante de dirección de Bergman.
Ekman era una de las grandes estrellas del teatro, el cine, e incluso el music-hall europeo del momento.
Apuesto y excelente actor y cantante, era además un adicto al trabajo, tanto que había días en que por la mañana se dedicaba a dirigir obras de teatro, por la tarde actuaba en el teatro, o el music-hall; y por la noche rodaba películas de cine, sin contar los discos que grababa, y la gestión de su propia cadena de teatro y cine, que llevaba.
El trabajo de maquillaje, le hace irreconocible durante los primeros compases de la película, en los que se muestra a un Fausto anciano y decrépito, decepcionado por ser incapaz de ayudar a sus semejantes. Y cuando es tentado por Mefisto, aceptará sellar su pacto con el mal a cambio de la juventud y los placeres de la vida.
Sin embargo, durante el rodaje, Ekman desarrolló una adicción a la cocaína en un intento por soportar su intenso ritmo de trabajo; tal abuso acabaría con su vida, a la temprana edad de 47 años.
La debutante Camilla Horn, es Gretchen, papel pensado en un principio para la gran Lilian Gish, y encarna a la perfección ese símbolo, esa abstracción aureolada que buscaba Murnau.
Pasa de la adolescente virginal, a la penitente Magdalena, y la “Mater Dolorosa” en los impactantes planos en los que Fausto tiene la visión de su gigantesco rostro demacrado, con la boca abierta, en un grito desesperado, que avanza en “travelling” enloquecido por encima de montañas, en busca de su ayuda.
Horn, una joven actriz y bailarina que había compartido protagonismo con Marlene Dietrich, apenas un año antes, en la película “Madame wünscht keine kinder” (1926), de Alexander Korda.
Murnau presenta a Gretchen, como una jovencita inocente enamorada de Fausto.
Nada que ver con la Gretchen de Goethe, la cual no duda en dejar señales para manifestar a su querido, sus intenciones libidinosas.
Wilhelm Dieterle, que encarna a Valentin, el hermano de Gretchen, es el que luego sería director en Hollywood.
Pero la estrella de Faust – Eine Deutsche Volkssage, es sin duda Emil Jannings, cuya imagen de Mefistófeles forma parte del imaginario cinematográfico, dotando al personaje, de un tinte transgresor, e incluso histriónicamente gamberro, que a veces nos hace reír a condición de que no pensemos en quién se esconde debajo de ese disfraz.
Jannings cumple las expectativas con creces, y realiza una interpretación soberbia.
Un año más tarde, se convirtió en el primer actor ganador de un Oscar por su interpretación en la película “The Last Command” (1928), de Josef von Sternberg; y contrastan sus escenas “vaudevillescas” con Yvette Guilbert, que hace de Marthe, la tía de Gretchen.
Guilbert, era la cantante de guantes negros retratada por Toulouse-Lautrec en el “Moulin Rouge”, da vida a la pícara tía de Gretchen.
Su presencia responde a la coproducción de MGM; que a mediados de los años 20, la que había sido considerada por Sigmund Freud como su cantante favorita, ofrecía clases de canto en New York y París.
Curiosamente, ella protagoniza una escena cómica, la única adrede, en la que la mujer mayor quiere seducir nada menos que al mismo Satanás…
¿Por qué Mefisto no usó sus poderes para deshacerse de ella?
No obstante, Faust – Eine Deutsche Volkssage elimina los aspectos que pudieran ensombrecer al personaje de Gretchen, así el hijo nacido de su relación con Fausto, no es ahogado por ésta, sino que muere de frío, en medio de un delirio en el que vaga enloquecida por un paisaje nevado, abandonada por Fausto, y repudiada por todos, pues su relación había llevado a la vergüenza y a la muerte a su madre y a su hermano.
Finalmente, a diferencia de la obra de Goethe, no sólo ella salvará su alma tras perecer en la hoguera, sino que salvará la de Fausto, que muere con ella, porque horrorizado ante su sufrimiento, le pide a Mefistófeles que la lleve a donde se encuentra, aunque no puede hacer nada por impedir su muerte pues, al maldecir su juventud, Mefistófeles le hace recuperar su imagen de anciano.
Es un acierto visual de tradición romántica, el espejo de Mefistófeles en el que se encierra la imagen del Fausto joven o viejo, y podríamos decir que, metafóricamente, se encierra su alma.
En la obra de Goethe, Fausto vivirá para protagonizar la segunda parte, influida por el espíritu clásico, en la que se codea con personajes de la mitología griega, incluso llega a tener un hijo con la mismísima Helena de Troya, y al final de su existencia, salva su alma por su dedicación en beneficio de la humanidad.
En cuanto al argumento en sí, parte de un planteamiento completamente inverosímil:
Un ángel acepta que el demonio se haga con La Tierra, si consigue atraer a un humano a su lado tentándolo...
Absurdo, pues se supone que el demonio es un ser superior al ser humano, por lo que en teoría, no le costaría nada tentar a una persona.
Pero no es culpa de nadie, así es la historia; y es aquí donde entra en escena Fausto, que es la persona elegida por el ángel, para que el demonio intente seducirlo, y al final, tarda un 2x3 en hacerlo, lo que pasa que el demonio se confía, y al final pasa lo que pasa.
El historiador Luciano Berriatúa, responsable de la restauración del montaje pensado por Murnau para ser proyectado en Alemania, sostiene la presencia de una doble lectura en Faust – Eine Deutsche Volkssage.
Comenta que, al igual que sucede en otras de sus películas, oculta una crítica a la homofobia.
El estudioso señala que Murnau, cuya condición sexual era la de homosexual, traslada a la pantalla, la persecución que por aquel entonces sufrían los homosexuales de un modo sutil, camuflada a través del escarmiento que sufre Gretchen tras ser descubierta con Fausto en su alcoba.
Por otro lado, Murnau realiza una inversión de los elementos para jugar con el inconsciente del espectador, y hacer proselitismo de esta causa.
“Al final deja claro, que lo único que importa es el amor”
Todos sabemos la historia:
Un hombre que vende su alma al diablo, a cambio de adquirir conocimientos ilimitados.
En definitiva, un inconformista que no se aviene a los preceptos que rigen su mundo, y que ansía saber más allá de sus humanas limitaciones.
Al interrogarnos sobre el origen del mito, acerca de ese carácter desafiante frente a los poderes divinos, deberíamos remontarnos a La Biblia, en cuyo primer libro, El Génesis, Adán comió el fruto prohibido del Árbol de La Ciencia, contradiciendo la orden expresa de Dios; o incluso a la mitología griega:
Ícaro, soberbio hijo de Dédalo, y sus alas que lo elevaron al Sol.
Prometeo, quien sustrajo el fuego a los dioses para regalárselo a los humanos.
Faetón, que tomó el auriga de Júpiter, y perdió el control.
Todos ellos, como Fausto, trataron de algún modo de desafiar el poder de los dioses, y de afirmar su propia individualidad.
Ese deseo de dinamitar los límites establecidos, es demasiado seductor para que haya pasado desapercibido en el terreno de la literatura y demás artes.
Fausto, símbolo del desafío, del deseo de emancipación del hombre frente a lo incomprensible, es el gran arquetipo occidental.
Es comprensible que donde más repercusión ha tenido la conflictiva y poderosa figura de Fausto, haya sido en la cultura cristiana Europa.
No solo porque sea su cuna geográfica, sino también el fértil campo de abono sobre la que ha germinado fructíferamente.
Los dilemas entre el bien y el mal, el cuerpo y el alma, la salvación y el infierno, el saber y la santidad, o el tiempo y la eternidad, son parte esencial de la idiosincrasia de la occidental cultura, y se integran en nuestro repertorio de dogmas.
Dogmas que por otra parte, además de configurar la mentalidad religiosa, también la minan y la subvierten; ya que ofrecen un componente claramente pagano:
Satanismo, culto a la sabiduría, celebración de la vida terrenal, que entra en conflicto con nuestra propia naturaleza humana, nuestra espiritualidad, y nuestra sensibilidad judeo-cristiana.
Por tanto, esta dialéctica fáustica, que se establece entre el bien y el mal, provoca una inagotable pugna que hoy día sigue pareciéndonos actual, y poderosamente sugestiva.
Así pues, el mito fáustico es una enmienda teológica a la cuestionable expulsión de Adán y Eva del paraíso.
Lo sucedido a Adán y Eva, fue convertido en relato aleccionador, pese a que en el fondo quizá no fue ese el objeto primario del mito, que tal vez lo único que pretendía inicialmente era el plantear una metáfora sobre la adquisición del libre albedrío, y la conciencia moral por parte del hombre, y la subsiguiente salida del ser humano del inocente reino animal, esto es, su “expulsión del paraíso”
Sin embargo, la tradición cristiana convierte el episodio de Adán y Eva en una lección moral, lo cual dejaba algunos importantes cabos por atar.
Es decir, Adán y Eva muerden una fruta prohibida que Dios deja a su alcance, tentados por una serpiente que, necesariamente, es también producto de la mano creadora de ese mismo Dios.
Dicho de otro modo, Dios parece empeñado en que la fruta prohibida sea mordida.
La extraña e innecesaria trampa tendida por Dios a sus hijos, deja tras de sí varios matices inquietantes:
¿Es Dios un engañador, un burlador como el propio Satán?
El mito de Fausto, sin embargo, lo resuelve de otra manera.
En los pactos voluntarios con El Diablo, el firmante acepta de buen grado entregar su alma al Maligno, en la creencia de que la consecución de los máximos conocimientos y placeres, justificará el altísimo precio a pagar, pero también en conocimiento de las consecuencias finales para su alma.
El doctor Fausto quiere trascenderse a sí mismo, y convertirse en otra cosa que no está autorizado a ser, aunque eso es algo que nunca va a ocurrir, pues el engaño de Satán forma parte indisoluble de su conducta, y el contrato constituye siempre una estafa.
Sí, Fausto es engañado en cuanto a la recompensa que obtendrá, pero no se le tiende una trampa, porque conoce la naturaleza del contrato que está firmando.
Por otra parte, también es cierto que Fausto confía de alguna manera en que, acercándose a los secretos del universo, podrá atenuar o incluso evitar el pago final.
Comentar por último, que la versión visualizada aquí, no poseía banda sonora, es decir, totalmente muda, por lo que puse la ópera “Faust” de Gounod para ambientar, y cayó bien.
“Ich biete Ihnen das größte Glück:
Jugend!
Nutzen Sie es!”
(Te ofrezco la mayor felicidad:
¡La juventud!
¡Aprovéchalo!)
Faust – Eine Deutsche Volkssage constituye un temprano acercamiento cinematográfico al eterno tema del bien y del mal, las tentaciones y el engaño, y el triunfo del amor sobre todas las cosas.
La leyenda de las tinieblas, trae consigo el horror con mayúsculas, un sonido que azota, y la bondad del hombre puesta a disposición del bien y del mal, en una película que encuentra la verdad sobre nuestra ficticia libertad para escoger, a lo que enseñar, y a lo que dedicarnos; una apuesta entre el cielo y el infierno para alistarnos en un relato sobre la resistencia a la codicia.
La epidemia como ejemplo, de representación del espíritu de búsqueda del remedio, es un constante alarido sobre la muerte y el dolor, delirios de un pueblo que recurre a la fe y una aniquilación del saber ante el fracaso, la única alternativa para el poder y la gloria, es conversión en renegado, invocar al demonio para venderle su alma ante la seducción del triunfo.
Y la tentación que siempre buscó el humano, la eterna juventud, la supremacía del egoísmo puede con la entrega al mal, no se puede ser inocente cuándo se busca el éxtasis de manera tan interesada, la falta de humildad llega a despreciar la integridad de una familia unida, un segundo capítulo en el que se adentra en el lujo, una historia más terrenal, pero que comparte el mensaje de la incapacidad para ser feliz, pero que no se puede tener piedad del humano, las fuerzas internas por maldecir el dolor, pueden impulsarlo a encontrar otras superiores, las del amor, aquellas que pueden mantenerlo en La Tierra, sin que domine en ella El Diablo.
Sin duda, El Mito de Fausto responde a varios de los temas recurrentes de nuestra civilización:
La tentación, el bien y el mal como un uno persistente en continua lucha, la religión como el todo donde entra, incluso la pérdida de la misma; la redención y la constricción de los pecados, siempre alrededor de una pesada moraleja.
Es Fausto un arquetipo que se construye y se diluye en nuestra cultura.
Y que va más allá de un simple producto literario; pues representa esa faceta ignota, irracional, lóbrega, esa lucha entre el bien y la maldad, entre la moral y la felicidad personal.
Ese oleaje de sentimientos contradictorios que todos albergamos en nuestro océano interior, y que nos incita a pactar con nuestro más terrible y oscuro lado.
Que nos obliga a reconciliarnos con nuestros más íntimos demonios, y a pactar una tregua que nos permita armonizar nuestros polos opuestos.
Así las cosas, Faust – Eine Deutsche Volkssage no sólo refleja a la perfección la obra mitológica y simbólica, sino que supone un adelanto técnico, desde el punto visto de la producción, respecto a cualquier generación que le precedió.
Siendo una maravilla comprobar la capacidad de la película para perturbar al espectador con simples trucos de magia, hoy arcaicos, pero sorprendentemente con un buen nivel de efectividad.
A estas alturas del siglo XXI, cabe preguntarse:
¿Cómo sería Fausto en la actualidad, es decir, cómo es el arquetipo de nuestra época; y quién es, o qué es, Mefistófeles en nuestro tiempo?
Puede deducirse que el Fausto de hoy día, es un ser vacilante, ambiguo, que se balancea entre pesos contrapuestos.
En el lado de la positividad pesaba la flexibilidad, la falta de dogmatismo, la libertad en la toma de posiciones sin un adoctrinamiento previo, ni ideológico, ni religioso, ni político.
En el de la negatividad, por el contrario, pesaba un exceso de pragmatismo, una apatía difícil de superar, un agobiante utilitarismo de las sensaciones.
De hacer caso a estas opiniones, el Fausto de hoy, el Fausto que somos, sería un ser inmerso en la contradicción, notablemente preparado para actuar libremente, pero imbuido de un espíritu apático que le hace desinteresarse por todo aquello que excede a lo inmediato.
¿Y quién, o qué es Mefistófeles, quién o qué excita a poseer las sensaciones mientras aprisiona en la indiferencia pasional?
Sería el capitalismo consumista, o el totalitarismo de las nuevas tecnologías, o el hartazgo de los idealismos utópicos.
Mefistófeles somos nosotros, cuando renunciamos al conocimiento por la comodidad de la posesión.
El mito fáustico ha evolucionado, y se ha diversificado desde entonces; se ha entremezclado con mitologías anteriores y posteriores, ha mutado, y ha vuelto a mutar.
Pero lo relevante es que, cuando uno lo piensa, los pactos fáusticos están siempre a la orden del día, en alguno u otro lugar del mundo; en alguno u otro ámbito de nuestras vidas; ya sea en política, empresa, sociedad, familia… siempre hay alguien vendiendo su alma, y la de otros al Diablo, pagando precios exorbitados por metas inalcanzables a las que se considera con derecho de alcanzar.
Ésa es finalmente la grandeza de este mito:
Mire uno donde mire, Fausto está en todas partes.

“Alle Dinge im Himmel und auf der Erde sind wunderbar!
Aber das größte aller Wunder ist die Freiheit des Menschen zwischen Gut und Böse zu wählen!”
(¡Todas las cosas en el cielo y en la tierra son una maravilla!
¡Pero el milagro más grande de todos es la libertad del hombre para elegir entre el bien y el mal!)



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