Café Society

“Socrates said:
“The unexamined life is not worth living”
But the examined one is no bargain.

“Café Society” era el término empleado para describir de manera colectiva a la llamada “Beautiful People” o bien “Bright Young People” que se reunía en los cafés y restaurantes de moda de New York, París, Londres, Viena, o Estambul, a partir de finales del siglo XIX.
Lucius Beebe, destacado escritor, periodista y gourmet, además de entusiasta de los ferrocarriles, es reconocido como el creador del término, sobre el que se centraba la reseña semanal de su columna, “This New York”, para el New York Herald Tribune durante los años 1920 y 1930.
Aunque los miembros del Café Society no eran necesariamente parte del “establishment” o de otros grupos de la clase dirigente, eran personas que asistían a las cenas privadas y bailes de los demás, tomaban vacaciones en lugares exóticos o en elegantes resorts, y cuyos hijos acostumbraban a casarse con los hijos de otros miembros del grupo.
En los Estados Unidos, el término salió a la luz con el fin de La Prohibición en diciembre de 1933, y el surgimiento del periodismo fotográfico, para describir al conjunto de personas que gustaban del entretenimiento semipúblico en restaurantes y clubes nocturnos, entre los que se incluían estrellas de cine, y deportistas famosos.
Entre los clubes nocturnos y restaurantes neoyorquinos más frecuentados por los miembros de este grupo estaban:
El Morocco, el Stork Club, y el 21 Club.
El Café Society, fue también un club nocturno de New York, abierto en 1938 por Barney Josephson, y que se convirtió en un icono de la época.
A él acudían famosas figuras del mundo del espectáculo, como:
John Coltrane, Miles Davis, Henry James “Red” Allen, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Pete Johnson, y Bessie Smith, entre otros.
También, por “Café Society” se conoce a la película de 1939, de Edward H. Griffith, con Madeleine Carroll, Fred MacMurray, Shirley Ross, Jessie Ralph, entre otros; así como a otro filme del año 1995, dirigido por Raymond de Felitta, con Frank Whaley, Peter Gallagher, Lara Flynn Boyle, y John Spencer entre otros.
A finales de 1950, el término “Jet Set”, comenzó a tomar el lugar de “Café Society”, pero todavía se utiliza de manera informal en algunos países, para describir a las personas que son habituales de los cafés, y prefieren dar fiestas en restaurantes, y no en casa.
“Anyone who is anyone will be seen at Café Society”
Café Society es una comedia del año 2016, escrita y dirigida por Woody Allen.
Protagonizada por Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey, Corey Stoll, Jeannie Berlin, Ken Stott, Anna Camp, Gregg Binkley, Paul Schneider, Sari Lennick, Stephen Kunken, entre otros.
El director Woody Allen, parece estar en forma a pesar de sus 80 años, y sin descuidar su jazz de fondo y sus ironías a la religión judía, nos regala una historia de una sencillez insultante, cohesionada con un guión y una estructura de una fortaleza impecable, que te acaban seduciendo sin contemplaciones.
Con Café Society, Woody Allen graba en digital por primera vez, usando una cámara Sony F65 CineAlta para su 47ª película, con una fotografía principal hecha en los alrededores de Los Angeles, ciudad en la que Allen no rodaba desde “Annie Hall” (1977); luego el rodaje se trasladó a la ciudad de New York, y Brooklyn; siendo el primer trabajo en 29 años que narra el propio Woody Allen, sin que además haga un cameo en pantalla.
Café Society, se estrenó inaugurando fuera de concurso, La 69ª Edición del Festival Internacional de Cine de Cannes; y es el 3° film de Allen que abre dicho festival, después “Hollywood Ending” (2002) y “Midnight in Paris” (2011)
En total, Woody Allen ha presentado 14 de sus películas en Cannes, pero con ninguna de ellas ha competido por La Palme d’Or; y a pesar de toda su parafernalia de situaciones equívocas, traiciones y confesiones, Café Society resulta una triste historia de amor no correspondida; dominada por la melancolía; y con una apariencia frágil y belleza serena, discretamente cifrada en la eterna búsqueda de su autor, por comprender la anatomía emocional del ser humano.
Estamos en New York de los años 30, cuando “la crème de la crème”, personas adineradas y famosas, se reunían en los bares a comer y beber, y celebraban fiestas hasta altas horas de la noche, mientras ostentaban sus casas con piscina; allí, “Café Society” era el término que se le adjudicó a esos grupos de aristócratas y celebridades de aquellos tiempos.
Mientras en La Meca del Cine, el joven recién llegado, Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) llega desde New York con la intención de trabajar en la industria del cine, aprovechando los contactos de su tío Phil (Steve Carell), un agente de estrellas.
Pero Bobby se enamora de Veronica/Vonnie (Kristen Stewart), la joven ayudante y también amante secreta de su tío.
Phil duda sobre la posibilidad de abandonar a su esposa por Vonnie, mientras la joven empieza a intimar con el inocente Bobby.
Así, un triángulo amoroso de incierto resultado, tomará lugar.
Café Society gira en torno al amor, ese amor que sólo aparece una vez en la vida, y que a pesar del tiempo o la distancia, sigue presente en el cerebro del que lo sufre.
Una sensación tan especial, que la mínima aparición de la persona amada, consigue que todo vuelva a empezar, como si no hubieses pasado un día sin verse, y se esfuma cualquier trauma que hubiese generado la separación de los amantes.
Aquí destaca su inusitada belleza, que sutiliza su mordacidad, tenue e inteligente para hablar sobre los efectos imperceptibles e inesperados que produce el tiempo, las secuelas de pertenencia a uno u otro estamento social, y el desgaste de los sueños de la juventud.
Temas que por otro lado suelen ser recurrentes en la filmografía del director, asentado en la comodidad del que explora tierras más que conocidas.
Una comedia sobre Hollywood, romántica, sobre la finitud de la vida, sobre las oportunidades, diferencias de clase y de religiones; y también sobre la imposibilidad, sobre el arte y su relación con el espectáculo y la moda; que llena de inseguridades y también de sabiduría, para poner en escena dudas, decisiones, errores, y aprendizajes.
Así, Woody nos habla del amor y de las relaciones, pero sobre todo de las elecciones que marcan el destino, y que nos hacen elucubrar sobre lo que pudo haber sido.
“Unrequited love kills more people in the year than tuberculosis”
El desencanto es un sentimiento familiar en el cine de Woody Allen.
Los grandes sentimientos tienden a empequeñecerse, a perder su épica bajo la mirada descreída y pesimista del neoyorquino, sobre todo en sus trabajos cómicos; y con más de medio siglo a sus espaldas, nos cuenta las dobleces, traumas y satisfacciones de las relaciones de pareja, y aún sigue ideando buenas historias desde el encanto y la ligereza, revelando sentimientos profundos y complejos.
Y es que todas las películas de Allen, son variaciones de los mismos temas:
El sinsentido de la vida, la inútil búsqueda de orden en el caos, la locura del amor, etc.; y logra capturar aquellos momentos idealizados por la mayoría de los mortales entendidos, como el amor auténtico que trasciende, aunque el río de la vida te lleve por caminos opuestos; y lo hace con una libertad sin miedo al fracaso, o los consejos de las productoras.
Estamos ante un creador que consigue mostrar la esencia, sin descuidar en ningún momento lo que la complementa.
Es esa forma de ver la vida, que roza el cinismo, la que empuja a escribir esos guiones enrevesados que casi siempre gustan al público.
Café Society es ante todo una historia de amor a 3 bandas, dentro de una misma familia judía, ambientada en el “metacine”, el cine que cuenta historias del mundo del cine, en el Hollywood de los años 30; aunque no es la primera vez que Woody Allen ironiza con la errónea creencia de que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí la vez que le imprime mayor realismo; y lo hace regalando unos cuantos homenajes cinéfilos de La Era Dorada de los estudios de Hollywood, riéndose de sus raíces judías, y consigue de paso, notables actuaciones.
Delineada con elegantes planos secuencia y delicados primeros planos, iluminada con poderosos focos y discretas velas, Café Society es por tanto, un producto 100% Allen.
Se trata de una historia de un amor no correspondido, y del fuego que quedó de lo que pudo haber sido y no fue; a caballo entre New York y Hollywood, y con un abanico de personajes disparatados.
Allen sitúa la mitad su nuevo periodo fílmico en el Hollywood de los años 30, muy probablemente, la década del cine que más ama, que más le ha influido; y la otra mitad en su amado New York; con una estructura de novela, con el propio Woody Allen adoptando la voz del autor/narrador, Café Society sigue las desventuras de los distintos personajes de una familia judía del Bronx.
La historia transcurre tanto en Los Angeles de los grandes estudios, con un poderoso agente de la industria; como en New York, donde vive un mafioso de alta espuela que regentea el popular club nocturno del título.
Entre esos 2 mundos, aparecen los protagonistas:
Bobby, alter-ego del director, hermano del mafioso Ben (Corey Stoll) y sobrino de Phil; y Vonnie, como la secretaria de la agencia que lidera su tío.
Durante toda la primera mitad, además, la narración nos mantiene al día con la vida del resto de la familia Dorfman en New York.
Así, somos testigos del ascenso criminal del hermano de Bobby, Ben; de los problemas de la vida cotidiana de su hermana Evelyn (Sari Lennick) y su esposo, sumadas a las graciosas intervenciones de los padres del protagonista:
Una madre judía que no hace otra cosa que preocuparse por sus hijos y regañar a su esposo, un joyero con pocas ambiciones.
Las intervenciones de estos 2 son impagables.
Pero al principio, el recurso de presentar tantos personajes, y plasmarlos a través de 2 ciudades en costas opuestas del país, resulta un tanto confuso, pero Allen sabe lo que hace:
Por un lado, la dicotomía entre ambas urbes, le permite una vez más expresar su desdén por la vida en Los Angeles; y su amor por New York.
Y respecto de la narración, ésta termina por mostrarse precisa y aguda, conduciéndonos a uno de esos deliciosos giros cargados de ironía a los que el cineasta nos tiene acostumbrados.
Así conocemos a Bobby, el principiante que entra a un mundo cuyas reglas desconoce, que tiene que surfear las diferencias de clase y de costa dentro de la misma familia.
Películas y personajes anteriores de Allen, se nos aparecen como estructuras familiares, como obsesiones, casi como retazos de sueños.
La relación entre el arte y la mafia; la promesa de felicidad del amor que puede escurrirse; la vivacidad de una hermosa mujer; y las diferencias entre Los Angeles y New York, y la eterna elección de Allen por una de las costas.
Allí están las marcas del cine de Allen, afortunadamente no está el desdén moral y cinematográfico del período londinense, pero si están los diálogos, el humor; están las dudas, y está el gris de los motivos para hacer, para decir, para tomar decisiones, como en sus películas más grandes.
Aquí todos tienen sus razones:
El joven que llega para hacer carrera en Hollywood y se enamora; su tío, el gran agente; su hermano el mafioso, la propia Vonnie… pero también hay ocultamientos que no suenan forzados, en cuyos personajes creemos, incluso en aquellos más cercanos a la caricatura, como el cuñado intelectual de izquierda, los mafiosos, porque manejan deseos, inseguridades, y tienen personalidades.
Así, las múltiples y masivas escenas de fiestas y bailes a lo “The Great Gatsby”, que hay bastante de F. Scott Fitzgerald en Café Society tienen una belleza y elegancia notables, sostenidas también en el excelente diseño de producción, y reconstrucción de época; rescatando el complejo universo de Fitzgerald, adoptando la romántica desolación de los protagonistas en el carnaval que se termina convirtiendo una comunidad de valores tan vacíos como la fama, el dinero, el prestigio o la ambición, superponiéndolos a las más elementales emociones humanas; en uno de los films más disfrutables del Woody reciente; y también uno de los más sofisticados y cuidados en términos narrativos y visuales, porque Café Society es una comedia adulta, para gente con cierta edad, y que disfruta de una historia madura y amable.
Amable, a pesar de retratar a lo peorcito de la alta sociedad estadounidense de finales de los 30, en personajes variopintos, excéntricos y deslumbrantes a pesar de su oscuro fondo y forma; grandes estrellas de Hollywood rodeadas de glamour y de apariencia; gánsteres de corbata, ejecutivos de dudosa moral, y la sociedad que no para de aparentar.
Allen nos cuenta la historia a través de un homenaje al Hollywood clásico, con sus fiestas lujosas, sus cines tipo Palacio, sus estrellas, sus orquestas de jazz, y su cine, basado en historias y personajes, no en efectos especiales de última generación.
Una comedia sofisticada tan popular en los años 30, tras La Gran Depresión, es el principal género de Café Society, pero Allen no se olvida de otro de los grandes géneros de esa década, como fue el cine de gánsteres; y para ello usa el personaje de Ben, hermano mayor de Bobby, que se dedica a los negocios ilegales en New York, usando métodos poco sutiles.
Sin embargo, la gran homenajeada en la película es la preferida del Hollywood clásico:
Barbara Stanwyck, la cual no sólo aparece en la pantalla  cuando Bobby y Vonnie van a ver al cine una película suya “Woman In Red” (1935), si no que su presencia está presente en el personaje de Vonnie.
En efecto, la actriz nos la recuerda permanentemente con su voz ronca, su mirada tremendamente profunda, su personalidad muy por encima de la de su partenaire masculino, y su atrevido vestuario, muy similar al usado por la Stanwyck en sus películas.
Respecto al apartado técnico, esta es la primera vez que Woody Allen trabaja con el conocido director de fotografía, Vittorio Storaro; siendo filmada como si “el tiempo se hubiera detenido en el atardecer anaranjado”, en un concepto alrededor del crepúsculo y la nostalgia, con los primeros planos en una luz magistral; y en la soleada Meca del Cine de Woody Allen y Storaro, los potentes haces de luz generan una danza paralela de sombras.
Luces y sombras que perfilan uno de los temas centrales:
La naturaleza esquiva del deseo, y la vida sentimental como un claroscuro irresoluble; pero aunque suene antológico, Woody Allen bien pudo haberla realizado en blanco y negro, siendo en recuerdo de algún cine de Hollywood en los años 30, y haber cumplido su mágico cometido, sin desentonar en absoluto con la cartelera de la época.
Por supuesto, en la historia existe también la hilaridad propia del cine de Allen, centrada en la peculiar familia judía, cómo no de su protagonista, las situaciones cotidianamente especiales a las que sus integrantes se enfrentan, así como un personaje protagonista que parece un joven Allen:
Torpe, enamoradizo, simplón y entrañable, la escena de la prostituta, es posiblemente, el mejor ejemplo de esto; junto a una inagotable galería de personajes relacionados con el mundo del cine:
Poderosos productores, ambiciosos agentes artísticos, gánsteres, intelectuales nihilistas, y hasta joyeros judíos.
Dentro de ese divertidísimo envoltorio, el director compone un retrato asombroso de 2 personajes, que en su brillante interpretación, son capaces de exteriorizar diferentes estados de ánimo con asombrosa naturalidad:
Jesse Eisenberg, nos regala lo mejor de sí mismo.
Esa actuación imitando al propio Woody con esos diálogos satíricos sobre el comunismo, los judíos y la política, no tienen desperdicio.
Y para Kristen Stewart, Café Society es la primera vez, desde la primera entrega de la saga “Twilight” que ha tenido que hacer una audición para ganar el papel protagonista; y aquí brilla y demuestra que es una actriz descomunal, que puede combinar malicia, seducción, y frescura.
De hecho, el personaje de Vonnie parece escrito para Stewart, que vuelve a encarnar a una chica enigmática, volátil a nivel emocional, y tocada por un palpable poso de amargura.
Puede que el registro interpretativo de Stewart sea bastante limitado, pero la actriz sabe sacar provecho de sus virtudes.
Como dato del tercero en discordia, inicialmente, Bruce Willis iba a interpretar el papel del feroz magnate de la industria del cine, Phil Stern.
A pesar de que ya había rodado alguna escena, Bruce Willis tuvo que dejar la película por problemas de agenda; y debido a un conflicto en la programación, no pudo compaginar el rodaje de la película con el debut de su obra teatral en Broadway, “Misery” de Stephen King.
Y finalmente, el papel lo interpretó Steve Carell.
Su Phil lleva un parecido con el legendario agente Charles Feldman, que fue el primer agente en Hollywood de Allen, y de su película “What’s New Pussycat?” (1965), el cual no podía pronunciar una frase sin decir el nombre de una de las estrellas que representa, y de momentos, se siente el dueño de la industria, un exquisito ego.
Pero Phil tiene un talón de Aquiles, él está casado, y está locamente enamorado de otra mujer.
Y por fuera de este trío clave en la historia, esta otro:
El mafioso instalado en New York, con su café del título, dedicado a negocios muy turbios, que pueden incluso rebotarle y terminar francamente muy mal, aunque Allen lo observe con cinismo.
Corey Stoll construye su Ben Dorfman, con un talento muy para tener en cuenta.
Y claro está, Jeannie Berlin y Ken Stott, son destacados cómicos como los padres que se quejan de sus muy diferentes hijos; que Bobby podía casarse y tener un bebé con una “shiksa” es una cosa; pero lo que les angustia existencialmente, es que el otro hijo es un Rey de los bajos fondos.
El humor que domina Café Society, y el que verdaderamente roba carcajadas, es el de la familia, sobretodo el padre de Bobby, no tiene desperdicio.
“Yo escribo sobre lo que sé.
Nací en una familia de judíos, y en Café Society, el padre y la madre parecen de mi vida.
Yo crecí entre padres que discutían todo el tiempo, y ocasionalmente también hablaban en yiddish.
Y por eso es tan fácil de escribirlo, me resulta simple, puedo ser auténtico porque lo viví”, explicó el director.
Pero también vemos al cuñado comunista y filósofo…
Esta familia se merece definitivamente una película aparte.
Mientras que la actriz Blake Lively, que completa el triángulo amoroso principal, interpreta un papel soso y desaprovechado; junto a la siempre efectiva Parker Posey, que demuestra estar a la altura de las expectativas, incluso a pesar de que su papel padece igualmente la debilidad de un guión demasiado escaso de escenas y diálogos, no ya ingeniosos y chispeantes, sino ni tan siquiera interesantes por su falta de desarrollo.
Por ello podríamos decir, que Café Society trata excepcionalmente el conformismo y el desencanto en las relaciones, principalmente donde más evidente se hace, es en las relaciones sentimentales, imposibles de ser plenamente satisfactorias.
Pero esa crítica a la irracionalidad humana tan recurrente en el director, se puede ver también, en este caso, en las relaciones familiares e incluso en las vecinales.
Finalmente, como un dios que lo ve todo, la voz de Allen “en off” nos orienta por el elíptico relato.
De todos modos, no hay nada nuevo en el enfoque de Allen aquí; como de costumbre, sus personajes están envueltos en sus propias neurosis, deseos momentáneos y la indecisión, y estos aman verbalizarlo todo.
Se pone sobre la mesa el hecho de elegir entre el amor o la estabilidad, y la escena final con los rostros de la pareja protagonista separados, y pensando el uno en el otro, es para recordar:
Bobby ya no es el chico inocente que era.
Ahora es un hombre de contactos, un vanidoso, un atrevido, alguien a quien no le importa meterse en chanchullos...
Vonnie tampoco es la que era, ahora es otra zalamera repelente y superficial, otro paladín de su opulencia, otra cotilla como aquellas que abundan en Hollywood.
Pero Bobby ha sido transformado por la sociedad neoyorquina, mientras Vonnie ha sido transformada por la sociedad hollywoodiense.
En general, no podían faltan los guiños y los homenajes a películas específicas como “Casablanca” (1942) y “The Apartment” (1960)
Para achacarle algo, se le puede recriminar a Woody Allen que se ha quedado en su zona de confort:
Alta sociedad, crimen, relación jovencita-hombre mayor, el mundo del cine y el jazz, New York y Los Angeles, las familias judías, los triángulos afectivos, las infidelidades, los desengaños amorosos, etc.; y se empieza a hacer algo repetitivo.
Porque si algo demuestra Café Society, es una nueva ensoñación de un hombre en perpetua crisis, con sus méritos e inconvenientes que cada una de ellas puede gozar de interés, hasta con tintes autobiográficos muy curiosos; pero hay más problemas.
Allen solía ser un maestro con los diálogos, pero los que escribe ahora son de una tosquedad alarmante.
Los actores no interactúan realmente, sino que se limitan a estar de pie, recitando posiciones morales sobre Hollywood como ilusoria fábrica de sueños, sobre la inútil búsqueda de orden en el caos, sobre el sinsentido de la vida, y puntos de la trama aparentemente no aptos para ser dramatizados como Dios manda.
Hay personajes que solo existen para escupir citas de filósofos famosos, y a otros se les otorga una importancia repentina, fugaz e injustificada.
Otros protagonizan tramas del todo innecesarias; es el caso del hermano mayor de Bobby, un gánster cuya historia no pega ni con cola con el resto de la película, pero que en todo caso funciona a modo de bálsamo.
Eso sí, la manera de rodar excelsa de Allen, su perfecta dirección de actores, y su narración, hace que sus películas sean únicas e intransferibles; pero bueno, queda que “eran otros tiempos”, y Café Society puede verse como una crítica del mundo del glamur, de las exitosas relaciones basadas en la duradera y avasalladora mentira de su importancia.
Como el protagonista ingresando en el mundo hollywoodiense, pero no acaba de encajar en él; y la joven pretendida tampoco.
Enfrente está su tío, hombre relamido por la abrumadora constatación de sus deslumbrantes contactos, etc.
Pero, Café Society, contradictoriamente para construirse, se apoya en las luces de ese mundo teóricamente despreciable:
El sentimiento anti-Hollywood más fuerte de Allen, que pone como excusa que Hollywood es realmente una especie de industria donde “el perro sí come perro”, es realmente desagradable, donde los acaudalados clientes se exhiben cuales pavos reales para disimular las miserias de sus vidas privadas, de las que todo el mundo parece estar al corriente, aunque duela, nada más alejado de la realidad.
Por último, la música que acompaña a Café Society, no podía ser otra que jazz, que embriaga todo lo que toca, y que esta época le viene como anillo al dedo.
La banda sonora está compuesta casi al completo por Vince Giordano And The Nighthawks, y refleja la música que sonaba en los años 30, siendo un homenaje al jazz de los clubs nocturnos de la época.
Muy puntual como es debido.
“Life is a comedy written by a sadistic comedy writer”
A pesar de que normalmente se suele entender una cinta, como la obra de un director, lo cierto es que detrás hay todo un cúmulo de decisiones, sobre todo por parte de los productores, que pueden poner en duda la autoridad de la película.
Desde el guionista hasta quien lleva los cafés en el rodaje, el realizador tiene que controlar todo ese caos, y conseguir superponer su visión de lo que debe ser el estar por encima, y que todos trabajen con ese objetivo en mente.
Pero a veces, la realidad es que todo puede fallar de mil y una formas diferentes.
Quizás, el estudio no dio el dinero previsto, o la estrella quiso tener más voz y reescribir el guión a su medida…
O que el propio director yerre estrepitosamente.
Hay muchísimas variantes para que un realizador acabe odiando inclusive a su propia película; incluidas algunas que se consideran clásicos indiscutibles, y obras maestras; estos realizadores, de Spielberg a Woody Allen, no ven la cinta con los ojos de la audiencia, sino tal vez como un infierno de meses de rodaje o duros enfrentamientos por el montaje con los productores, etc.
El debate sobre la puesta en escena en la última etapa del cine de Woody Allen, parece infinito.
Entrega tras entrega, siempre se colocan sobre la mesa los aciertos, y especialmente los fallos, más numerosos y notorios de su manera de rodar.
Un estilo comandado por el descuido, las prisas y el caos en el rodaje, en el que resuelve el entuerto a la primera o a la segunda toma.
Hablar de la puesta en escena en el cine de Woody Allen, se ha convertido en un lugar común dentro de la crítica cinematográfica, que cada año es desempolvado para darle una nueva capa de reafirmación.
Con la llegada del nuevo siglo, y especialmente gracias a las bondades del cine digital, su filmografía ha sufrido una nueva transformación.
Hacer cine es desde entonces más fácil que nunca, lo que ha aligerado más todavía sus sets de rodaje.
A su vez, el cine digital también ha facilitado la obtención de una fotografía resultona y llamativa.
Es una victoria de la forma sobre el fondo; pero también es la victoria de Storaro frente a Allen, específicamente en Café Society, hasta el punto de que casi podría decirse que ésta es más una película del primero, que del segundo.
Desde una perspectiva incansablemente provista de necesario sentido del humor, las luces y las sombras de la condición humana, quedan plasmadas en el cine de este fabuloso retratista de la alta sociedad.
Porque sus películas son modernos cuentos urbanos que nos hablan de la existencia y del amor a través de retazos de vidas dispares, narradas con aromas y sabores propios del particularísimo e inimitable estilo del cineasta neoyorquino, convertidos en deliciosas degustaciones de las que, afortunadamente, siempre nos queda huella en el paladar.
Aun sabiendo lo brillante y prolífico que es el autor, no es de extrañar que este insustancial libreto haya coincidido en el tiempo con la elaboración de “Crisis In Six Scenes”, la serie de televisión que acaba de escribir y dirigir para Amazon Studios, y que precisamente tiene previsto su estreno a finales de este mes de septiembre.
Digámoslo sin tapujos, Café Society es un estreno de relleno para acudir fiel a su cita anual en los cines.
Nada que reprochar, suficiente mérito tiene que haya sido capaz de rodar un largometraje en este 2016, en el que ha debido multiplicar sus esfuerzos creativos, más aun teniendo en cuenta que ya suma 80 años, edad a la cual la mayoría de mortales están medio acabados, o directamente retirados.
Pero dice el mismo Allen, que plantea sus películas ahora más que nunca “como un desafío a la muerte”, que cada vez presiente más cercana.
Y nos cuenta sus inquietudes y afanes al acometer este proyecto; hablando en un tono jocoso:
“Siempre me he visto como un romántico, aunque no sé si las mujeres con las que he estado dirían lo mismo.
A los que me tachan de ingenuo por idealizar New York, o las relaciones amorosas, sólo puedo decirles que crecí con los clásicos de Hollywood, y por eso tiendo a hacerlo.
Si hubiera tenido la edad de Jessie, yo habría sido el protagonista.
Claro, menos mal que me ha pillado viejo.
Yo soy un cómico, no un actor, y Jesse aporta al personaje una complejidad de la que yo habría sido incapaz.
Tengo 80 años…
¡No puedo creerlo!
Me siento joven, como bien, hago ejercicio.
Es una suerte, mis padres vivieron mucho, es algo genético.
Un día me levantare por la mañana, me dará un ictus, y seré una de esas personas en silla de ruedas, pero hasta que eso suceda, seguiré haciendo películas.
Además no creo en la competición para las películas, aunque es fantástica para los deportes; por lo que no puedes determinar si un Rembrandt es mejor que un Greco, o si un Matisse es mejor que un Picasso, en todo caso, solo puedes decir cuál es tu favorito.
Juzgar el trabajo de otra persona, es algo que nunca haría”
Así seguimos enganchados al cine de Woody Allen, a visitar su fascinante universo para disfrutar con su tragicómica manera de contarnos lo frágil, voluble y circunstancial que es la vida.
Para sobrellevarla mejor, nos podemos aferrar a sus películas con aroma a clásico y, sobre todo, al amor, con aquello que su alter ego recita muy bien:
“Vive cada día como si fuera el último, y un día acertarás”

“Love is not rational.
You fall in love, you lose control”



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