They Shoot Horses, Don't They?

“People are the ultimate spectacle”

La Gran Depresión tuvo efectos devastadores en muchas personas; siendo deprimente lo que la gente era capaz de hacer, desesperada con tal de llevarse algo a la boca, en una lucha por la supervivencia, la ilusión de alcanzar un sueño, las promesas vanas, y detrás de todo, el engaño y la decepción de la realidad.
Durante esa época, el grado de miseria que se alcanzó fue enorme; millones de personas habían perdido sus empleos, y con ello, vivienda y alimento.
Las fotografías de la época, son un fiel testigo de aquel horror; la gente hacía lo que fuera por poder comer, y así, uno de los espectáculos más bochornosos, crueles e inhumanos que se dieron, fueron las maratones de baile.
El primer maratón de baile del que se tiene noticias, se celebró en 1923 en Inglaterra, y duró 9 horas, una nimiedad en comparación a la evolución que seguirían estas competiciones.
Los concursantes estaban obligados a estar en movimiento 45 minutos de cada hora, las 24 horas del día; en ese cuarto de hora restante de cada hora, tenían que hacer todo:
Asearse, dormir... todo lo demás, a las concursantes que se quedaban dormidas, y no se despertaban pasados 11 minutos, se les daban a oler sales aromáticas, y se las abofeteaba para que se despertasen; mientras que a los hombres se les echaba a una bañera con agua helada.
Si durante el baile, las rodillas de alguno tocaban el suelo, era inmediatamente descalificado.
Las parejas concursantes, debían buscar un promotor local, que a cambio de hacer publicidad de la empresa, les pagaban una pequeña cantidad de dinero.
Los participantes del maratón contaban con servicio médico, pero frecuentemente se veían casos de estados de fatiga parecidos al coma; delirios de persecución, histerias, colapsos...
En los primeros días de un maratón, los concursantes verdaderamente bailaban tango, fox-trot, y vals; y a medida que avanzaba la prueba, ya sólo mantenían los pies en movimiento.
El público, que a veces llegaba a 5,000 personas, pagaba de 25 a 30 centavos de dólar por boleto; llevaban regalos para sus concursantes favoritos, y apostaban.
La concurrencia estaba atenta a todo lo que ocurría con los bailarines, incluido el vendaje de pies ampollados, y tobillos rotos, que se hacía en la zona de “hospital”
Si el interés decaía, “los jueces de piso”, cuya labor era incitar a los concursantes y despertar las emociones del auditorio, aseguraban lleno total para el día siguiente al prometer eliminatorias, carreras, comedias cortas, bodas fingidas, y hasta peleas con barro entre los ya exhaustos participantes.
Pero los jueces torturaban sin piedad a los concursantes más débiles al acelerar el ritmo de la música, o tirarles toallas húmedas a las piernas hinchadas.
Parece ser que el maratón más largo tuvo lugar en Pittsburgh, en 1930, ya que duró 30 semanas, y se caracterizó porque se fue reduciendo de manera progresiva el tiempo de descanso de los participantes:
Empezaron siendo 20 minutos, después 10, después 5, hasta que finalmente bailaron sin descanso alguno.
Los ganadores se llevaron un premio de $2.000.
Debido a su crueldad, y a ser unos certámenes que al fin y al cabo, lo único que hacían era aprovecharse de las necesidades de la época, los maratones de baile fueron prohibidos en el año 1933, aunque continuaron de manera clandestina hasta el final de la década de los 40.
¿Podríamos imaginar un evento así en nuestros días?
“I'm so sick of all sticky things”
They Shoot Horses, Don't They?, es un drama del año 1969, dirigido por Sydney Pollack.
Protagonizado por Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susannah York, Red Buttons, Gig Young, Michael Conrad, Bonnie Bedelia, Bruce Dern, entre otros.
El guión es de James Poe y Robert E. Thompson, basados en la novela homónima de Horace McCoy, publicada en 1935; si bien la obra no es una comedia, sino una historia muy amarga, cruel y pesimista sobre la miseria de todos los tipos que vivían los estadounidenses de entonces, y como muchos de ellos, entraban a los maratones para tener un sitio para habitar, comer y dormir, mientras pasaban meses bailando sin cesar, y eran explotados cruelmente por los promotores de estos eventos; y del otro lado, como mísera subsistencia para unos desarraigados que cruzaban incesantemente el país, mendigando su inadaptación a un sistema que no perdona la independencia, ni la peligrosa libertad que conlleva el individuo no encajado debidamente en el engranaje social.
McCoy, que había escrito numerosas novelas en revistas populares, “pulp”, término que engloba este género de ficción muy popular en las décadas del 20 y del 30 en EEUU, se inspiró para sus novelas, en su propia biografía, que es la de un ciudadano en medio de La Gran Depresión.
Poco apreciado en su país, McCoy fue sin embargo muy bien recibido en Francia, a través de las referencias de Sartre y de Simone de Beauvoir, que resaltaron en sus novelas, y en concreto la mencionada, la actitud existencialista de sus personajes.
Fue a principios de 1950, que Norman Lloyd y Charlie Chaplin estaban buscando un proyecto en el que colaborar, con Lloyd como director, y Chaplin como productor.
Por lo que Lloyd compró los derechos de la novela de Horace McCoy, por $3.000, y planeó lanzar el hijo de Chaplin, Sydney, y la recién llegada Marilyn Monroe en los papeles principales.
Una vez que se completaron los arreglos, en 1952, Chaplin llevó a su familia sobre lo que estaba destinado a ser un breve viaje al Reino Unido, para el estreno en Londres de “Limelight”; pero durante este viaje, en parte debido a que Chaplin fuera acusado de ser partidario comunista durante La Era McCarthy, el director del FBI, J. Edgar Hoover, negoció con El Servicio de Inmigración y Naturalización, de revocar su permiso de reingreso, y el proyecto de la película fue cancelado.
Cuando McCoy murió 16 años más tarde, y los derechos del libro volvió a sus herederos, estos se negaron a renovar el acuerdo con Lloyd, puesto que nada había alcanzado la mayoría de sus planes originales.
Así llegó el proyecto a Sydney Pollack, que consiguió un importante éxito, que le sirvió para lanzar su carrera como realizador.
They Shoot Horses, Don't They?, ganó un Premio Oscar al Mejor Actor de Reparto (Gig Young), obteniendo otras 8 nominaciones más como:
Mejor director, actriz (Jane Fonda), actriz de reparto (Susannah York), dirección artística, guión adaptado, banda sonora, montaje y vestuario.
Hasta el día de hoy, sigue teniendo el dudoso honor de ser la película con más nominaciones al Oscar, con 9, sin haber sido nominada en la categoría de mejor película.
La influencia de los medios de comunicación a la hora de crear héroes, y los patrocinadores comerciales en busca del negocio a base de los sufrimientos ajenos, son temas muy actuales que la novela y la película ya avanzaron hace bastantes décadas.
La acción toma lugar durante la época de La Gran Depresión, en los EEUU, cuando se montaban espectáculos que consistían en hacer bailar a parejas de forma continuada, y sin separarse de su pareja, día y noche, con pausas mínimas y, además, superar algunas pruebas extra, como la de correr a toda velocidad por el exterior de la pista.
Era un maratón que dura más de 40 días bailando, con descansos de sólo 10 minutos cada 2 horas de baile, si eso es posible…
En el concurso participa gente desesperada; sin dinero para lo más básico.
Era una especie de “reality show” asesino de la época, donde un público compuesto en muchos casos por piadosas ancianitas, y por personas bien educadas que se muestran compasivas y simpáticas con los bailarines, sin embargo, con el importe de su entrada, acepta y sostiene ese horror; y ganaba la pareja que resistía bailando más tiempo, recibiendo un premio de $1500.
Así vemos a Gloria (Jane Fonda) una mujer hermosa e impertinente, con un evidente mal humor, a la que la vida no ha tratado bien; y Robert Syverton (Michael Sarrazin), un joven soñador y algo indeciso; que se conocen en uno de esos concursos, y rápidamente deciden formar pareja, pues están desesperados al no tener recursos siquiera para comer.
Mientras bailan al menos reciben comida y, si ganan, podrán sobrevivir con el dinero del premio.
Entre los otros participantes figuran:
Harry Kline (Red Buttons), un marinero; Alice LeBlanc (Susannah York) y Joel Girard (Robert Fields), ambos aspirantes a ser actores; James (Bruce Dern) un granjero y su esposa embaraza, Ruby (Bonnie Bedelia)
La historia es guiada y dinamizada por Master Of Ceremonies (MC) llamado Rocky (Gig Young), que es el que se encarga de animar al público, y de guiar el concurso, pues es el único que sabe que se trata en realidad de un negocio disfrazado de espectáculo.
Poco a poco, el cansancio y el hastío se irán apoderando de los concursantes y del espectador.
Y es que estos concursos tienen doble vertiente:
Por un lado, el promotor lo considera un buen negocio, ya que constituye una especie de circo humano.
Por otro lado, los participantes consiguen gratuitamente los elementos básicos para su supervivencia; por lo que los concursantes fuerzan los límites de su resistencia física y psíquica, mientras una multitud morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.
El público asistente, estaba formado por personas solitarias que para buscar algo de emoción en sus vidas, se identificaban con una pareja de concursantes.
Igual que los gladiadores en El Circo Romano, los concursantes sirven de diversión al pueblo.
Cuanto mayor sean el sufrimiento y la emoción, más disfrutará el público.
Al final, tras todos los eventos, el maratón continúa con sus pocas parejas restantes, incluyendo a James y Ruby; pero los eventuales ganadores no se revelan.
They Shoot Horses, Don't They? es un film coral en los duros tiempos de La Depresión estadounidense, que analiza el comportamiento e interactuación de muy diversos personajes al borde del colapso emocional; y contiene una especie de encomio del suicidio, implausible y poco edificante traslación ideológica que ahonda en los usuales y críticos mensajes culturales estadounidenses de derrota y desamparo colectivo, emanados en la época de finales de los 60, y principios de los 70; años dominados socialmente por el conflicto bélico del Vietnam.
Para ello, retrotrae la acción a una época de penurias pecuniarias que tuvo que convertir sus miserias, en un denigrante espectáculo.
They Shoot Horses, Don’t They?, con su mensaje pesimista y desencantado, no solo mantiene toda su crudeza, sino que lo que nos muestra, tiene incluso más vigencia hoy día, que por entonces.
La imagen de un espectáculo que muestra a gente de la calle exponiendo sus miserias y degradación en público, a cambio de dinero nos es de sobras conocido en estos tiempos infestados de programas televisivos, basados en exactamente ese mismo principio.
Si los años 60 eran el contexto más adecuado para adaptar la novela, nuestra época es quizás la más apropiada para revisionarla.
¿Somos libres?
¿Hasta qué punto podemos ser piadosos, sin temor a ser castigados?
“I may not know a winner when I see one, but I sure as hell can spot a loser”
En la década de los 60, el cine de Hollywood empezó a cambiar, y comenzó a tratar temas que eran tabú en décadas anteriores.
Grandes directores como Sydney Pollack, innovaron no sólo en los temas elegidos, sino también en la forma de rodar y en el montaje.
La visión del mundo se hizo mucho más pesimista, y los finales felices empezaron a escasear; el cine clásico dio paso al cine moderno; y había nacido así el cine de autor, que critica “El Sueño Americano” que había sido construido como forma de vida propia y victoriosa:
“La vida de los ganadores”
La crítica y el desencanto, está muy ligada a la emergencia de la lucha racial, el pacifismo, y la constatación de la desigualdad y marginación que el “modo de vida americano” estaba produciendo por doquier en el interior del país.
Esta generación de cineastas, reivindican la figura de los “perdedores” y de los excluidos de un horizonte de consumo, y de cosificación de amplios estratos de las llamadas “clases medias”
Por ello, They Shoot Horses, Don’t They?, constituya uno de los trabajos más serios y comprometidos de Sydney Pollack, y del nuevo cine de Hollywood surgido tras la abolición del desdichado Código Hays; y describe Pollack, en clave y a través de un impresionante retrato de sus personajes, la amargura y el desencanto que ha producido en la clase media de EEUU, el fracaso del tan celebrado “American Dream”
Toda una obra de culto de ese “enfant terrible”, a su manera que siempre fue Sydney Pollack, innovadora en la forma, destaca el uso atrevido e inusual hasta el momento de los formatos panorámicos; y muy premonitoria en la esencia, ya a nivel general, como profecía de lo bajo que ha caído la televisión, con los cada vez más deleznables “realities”; y a nivel concreto y narrativo, con esos planos intercalados, aparentemente inconexos, que sólo cobran sentido en un terrible desenlace final.
Y entonces, el gélido y a la vez melancólico rostro de Robert, nos espeta la peor de las verdades:
¿A los caballos los matan, o no?
De entrada, resulta muy perspicaz la idea de adaptar la novela de Horace McCoy, en el contexto de finales de los años 60.
La desesperanzada novela, era hija natural de la empobrecida “América de los años 30”, de un marco especialmente inclinado al pesimismo.
Si alguna vez se tenía que nacer una versión cinematográfica de dicha novela, los Estados Unidos de finales de los 60, eran un buen momento para tal propuesta:
Eran los años de Vietnam, de la contracultura y del cuestionamiento de los valores tradicionales; seguramente la época en que Hollywood se atrevió a ser más liberal que nunca, dentro de los cánones de Hollywood, claro está.
La acción se centra en 4 parejas, y en el organizador y presentador del evento; todo ello se desarrolla en la costa oeste de EEUU, en algún lugar cerca de Los Ángeles y de Hollywood, que ha constituido para tantos, la posibilidad de encontrar trabajo.
La situación de miseria y de necesidad de gran parte de la población, genera situaciones de miseria moral y de explotación, más allá de la que se deriva de la utilización de la fuerza de trabajo en los procesos productivos; y tiene como protagonista a Robert Syverton, que vagabundea por los alrededores de una sala de baile donde se va a hacer una competición:
Una maratón, en que la última pareja en mantenerse en pie, ganará $1.500.
Allí es reclutado como pareja de baile para Gloria, al verse ésta sin acompañante.
A lo largo de los siguientes días, los concursantes van agotándose cada vez más, psicológica y físicamente, mientras el público asiste maravillado a ese espectáculo, en que una serie de personas se dejan humillar por un jugoso premio.
Pero dicho premio es un engaño, porque los organizadores descontarán del monto total, el coste de la alimentación, ropa, asistencia sanitaria, y alojamiento, de modo que el importe quedará convertido en nada.
Conducido de forma brillante por un Maestro de Ceremonias, más próximo a un espectáculo circense que a un juego deportivo, las personas que se inscriben en el maratón de baile, con descanso de 10 minutos cada 2 horas de baile ininterrumpido, lo hacen no sólo por conseguir la recompensa anhelada, y naturalmente nunca lograda de $1.500; sino por tener comida y un lugar donde dormir mientras dura el espectáculo.
La descripción de los mecanismos de explotación de esos cuerpos, y de exhibición de su envilecimiento, ocupa un amplio espacio en el metraje, con momentos cumbres como el segundo “Derby”, en el que los participantes emprenden una veloz carrera circular por la pista, que pone a prueba sus ya débiles resistencias físicas.
Más que la simple historia de un concurso de baile eterno, se trata de una muestra dramática de la vida de los que participan en él, de cómo a medida que afloran los días, sus dudas, sus temores y sus conciencias salen a la luz a través de las relaciones.
El paso de los días, provoca un desfallecimiento en las creencias de muchos, en un concurso que muestra el estilo de vida estadounidense, eso que ellos llaman “fuerza y valor hasta el final”; y refleja también el mundo de los negocios, pues no se tiene ningún miramiento a la hora de mostrar a los participantes como míseros ante el público, para que ellos se sientan superiores, y en definitiva, acaben pagando la entrada; y se trata a los bailarines, como mercancía pura y dura.
They Shoot Horses, Don't They? empieza con una galería de personajes prototípica de un film de este estilo:
La mujer de carácter algo insolente, que se propone conseguir el premio a toda costa; el viejo veterano que cuenta con su experiencia; un matrimonio con una mujer embarazada dando la nota de patetismo, etc.
Lo interesante es ver, hasta qué punto todos estos personajes son degradados y humillados, despojándolos de cualquier atisbo de dignidad.
El sufrimiento se organiza como negocio, y los clientes de este espectáculo, pagan y sostienen una organización de la diversión que consiste en ver el desmoronamiento humano de los bailarines.
Es en ese sentido, en que la retórica circense del Maestro de Ceremonias, conecta con una imagen muy poderosa:
Los participantes en la maratón, son reducidos a la condición de animales, pierden su naturaleza humana como seres, con un proyecto vital determinado.
Por eso carece de sentido vivir, y la protagonista no comprende, por qué hay que obstinase en una vida que no ofrece motivo alguno para participar en ella.
Es más coherente quitarse la vida ante un presente y un futuro de sufrimiento sin esperanza.
A fin de cuentas, cuando un caballo se rompe una pierna y sufre, es más piadoso rematarlo.
La escena más llamativa, incide en esa idea, con “El Derby”
Durante una de las carreras que se celebran, al llegar al punto de mayor frenesí, Pollack repentinamente se detiene, y nos muestra la escena en cámara lenta con música de feria de fondo.
El efecto es prodigioso:
La cámara lenta hace que los gestos y expresiones de los personajes sean aún más humillantes y patéticos, y la música remarca la sensación de espectáculo, contrastada con el sufrimiento de sus caras.
They Shoot Horses, Don't They? se sitúa además desde la perspectiva crítica de lo que acompaña al nuevo modo de vida triunfante, tras la crisis económica que ha expulsado del campo a la ciudad, a cientos de miles de personas que vagan desarraigados e inadaptados, sin trabajo ni capacidad de renta por el territorio de los EEUU.
Competitividad e individualismo, intolerancia y hostilidad a cualquier expresión de solidaridad o de fraternidad, son los valores que comparten todos, y especialmente las clases subalternas.
La crisis doblega por tanto las personalidades, corroe el carácter, y ofrecen sólo una salida a quienes no se adapten a esta situación de humillación y de postración.
Ésta consiste en la eliminación de los sujetos “excedentes”, que simbólicamente se produce en They Shoot Horses, Don't They?, a través de la muerte de Gloria a manos de Robert, y la posterior intervención del aparato de justicia, que condenará a muerte al asesino.
A través de este argumento como excusa, Pollack, pone de relieve todos los conceptos básicos del ideario capitalista:
Competitividad salvaje, explotación, marginación, intolerancia… toda una perfecta definición para cualquier época de los principios de la sociedad de consumo.
Respecto al título original en inglés, They Shoot Horses, Don't They?, éste se explica plenamente en la secuencia inicial y final.
Así pues, Gloria, una de las participantes, cansada de buscar trabajo sin éxito, pide a su compañero que la libere de su sufrimiento, pues aunque ella quiere morir, no tiene valor para matarse.
Robert se apiadará de ella, como si de un caballo herido se tratara, rememorando lo que hizo su abuelo, cuando la yegua “Nellie” se rompió una pata:
“Al día siguiente, el abuelo me explicó que él también quería a Nellie, pero que no había tenido más remedio que matarla.
Era lo mejor que podía hacer, dijo, el pobre animal ya no habría podido hacer nada más.
Era la única manera de acabar con sus sufrimientos...”
Así, las imágenes que acompañan a los títulos de crédito, encierran las durísimas instrucciones de cómo debe ser la solución para los inadaptados al sistema.
Simbólicamente, Sydney Pollack consigue reflejar a la perfección, aquella terrible situación en prácticamente un solo escenario.
La crisis que atenaza al País, se concentra en el salón de baile, donde las personas en paro luchan por sobrevivir.
El Maestro de Ceremonias representa al gobierno:
Él dirige la vida de las parejas que danzan sin cesar al son de las canciones que tocan los músicos, es decir, los políticos.
La simbología, tan evidente, es relatada por los propios actores para que no haya ninguna duda.
Así, Jane Fonda, una de las concursantes, compara a sus compañeros con el ganado:
“... la única ventaja que tenemos sobre ellos, los animales, es que nosotros sabemos que vamos al matadero”
Pero casi peor que los mandatarios, es el público que asiste al espectáculo.
Son aquellas personas que han provocado la crisis, o que viven ajenas a ella, o que simplemente “pagan por ver las desgracias de los demás, para sentirse mejor”
Así el aforo permanece medio vacío en los bailes iniciales, y sólo comienza a llenarse cuando la situación se vuelve dramática; porque la situación de los personajes no puede ser peor:
Viven hacinados, y duermen en camastros que parecen improvisados para atender a los supervivientes de un terremoto.
Médicos y enfermeras pululan entre ellos para asistirles en sus últimos instantes de vida.
La enfermedad, la locura y el odio, hacen mella entre los concursantes que ven como su cuerpo y su mente, se van degradando paulatinamente.
No hay consuelo; hasta el sexo se vuelve sucio y desesperado.
Es como si una epidemia, producida por la insalubridad del lugar, se extendiera entre ellos.
Por tanto, el maquillaje y vestuario ayudan mucho, sobre todo al final, al mostrar a la gente demacrada, pálidos, casi sin vida.
Como el marinero, o la actriz…
Técnicamente, They Shoot Horses, Don't They? es impecable.
Sydney Pollack, que tenía una formación teatral muy fuerte, adaptó la novela consiguiendo un film muy basado en el trabajo impecable de un grupo de actores muy notables; y desarrolla una narración encerrada en el espacio claustrofóbico del salón del baile, y las dependencias de éste donde se produce la “maratón”, y en donde pululan los personajes desolados de la historia; sabiendo crear un ambiente cada vez más opresivo, gracias al uso de “travellings”, escenas a cámara lenta, “flashbacks”, etc.
Del reparto, Jane Fonda como Gloria, irónico nombre para una representante de la ruina moral, cansada y amargada; una chica cruel, sin ilusión alguna, y bastante autodestructiva y antipática hacia los demás.
Se cuenta que cuando Sydney Pollack firmó para dirigir They Shoot Horses, Don't They?, se acercó a Jane Fonda para el papel de Gloria; pero ella se negó, porque se sentía que el guión no era muy bueno, pero su marido, Roger Vadim, quien vio similitudes entre el libro, y las obras de los existencialistas franceses, la instó a reconsiderarlo.
Tras una reunión con Pollack para discutir el guión, ella se sorprendió cuando se le pidió su opinión; y con un ojo crítico, hecho notas sobre el personaje, y más tarde, se observa en su autobiografía:
“Fue un momento germinal para mí...
Esta fue la primera vez en mi vida como un actriz, que estaba trabajando en una película sobre grandes problemas de la sociedad, y en lugar de mi trabajo profesional, tenía una sensación periférica a la vida, se sentía relevante”
Preocupada por los problemas en su matrimonio en el momento, cuenta que se basó en su angustia personal, para ayudarla con su caracterización.
Mientras Michael Sarrazin hace el papel del ingenuo y bien intencionado compañero de baile.
En una entrevista que concedió a un periódico de Toronto en 1994, Sarrazin dijo que habría aceptado cobrar $1 por semana, con tal de interpretar el papel principal de They Shoot Horses, Don’t They?, el de Robert, un joven vagabundo marcado por el recuerdo de un caballo muerto, que anhela un brote de esperanza.
Su trauma infantil, da sentido al aparentemente surrealista título original de la película; y es que Pollack nos explica, en un inicio poderoso y dramático, que aquel niño había sido testigo del accidente de un caballo que se había partido el cuello en una caída… y de cómo para evitar el sufrimiento del animal, se le había disparado a quemarropa.
Ese inicio, que dura lo que duran los créditos, y los brevísimos “flashbacks” que nos van desvelando el final de la historia, son las únicas ocasiones en que Pollack traslada They Shoot Horses, Don’t They?, fuera de su hábitat natural:
Una pista deportiva, en la que tiene lugar el mayor maratón de baile del mundo; un recurso nunca antes utilizado en una película.
También vemos a Susannah York, como la chica que cree que gracias al concurso va a ser contratada para el cine; y que muy probablemente quede loca o abocada a la calle.
Gig Young, que ganó un Oscar por su actuación aquí, es el cínico y perverso Maestro de Ceremonias del maratón.
Young, modeló su personaje tras el gran espectáculo del MC y compositor Ben Bernie; y utiliza la famosa frase de Bernie, “Yowza! Yowza! Yowza!”, para su personaje de Rocky.
Así también está Red Buttons, como el marinero pobre y desempleado que acaba como víctima del evento; y Bonnie Bedelia, que estaba realmente embarazada, es la que con su marido, Bruce Dern, esperan ganar para mantener al recién nacido.
Y no podría pasar desapercibido, el abuelo de la familia Munster, Al Lewis, como “el mudo” comedor de puros.
Así las cosas, pocas veces he estado tan en tensión, y me he agobiado tanto viendo una película; pues acabas identificándote con los personajes, y sientes su sufrimiento como propio.
Hay personajes especialmente memorables:
El presentador, la embarazada, el marinero, que logran transmitir una gran carga de patetismo.
La eterna tortura a la que son sometidos, acaba por traspasar la pantalla, y el espectador se agobia sin remedio.
Sin embargo, una de las licencias que se toman respecto a la novela, y que benefician al film, es el desenlace; porque mientras en la novela, el concurso se acaba suspendiendo; en la película los protagonistas hacen precisamente aquello que tienen más prohibido los personajes principales de una obra de Hollywood:
Rendirse.
Éste es uno de esos pocos casos, en que los protagonistas de una película, aun teniendo posibilidades de ganar, deciden echar la toalla, y abandonar.
El héroe, y la heroína típica hollywoodiense, se ha sustentado siempre sobre el valor de nunca rendirse y perseverar en todo momento hasta triunfar o morir en el intento.
En They Shoot Horses, Don't They? en cambio, se nos muestra a 2 protagonistas que sencillamente acaban rindiéndose y, en el caso de ella, suicidándose por estar harta de “esta cosa asquerosa”, llamada vida.
No existe la redención del amor, ni un pequeño rayo de esperanza, ya que según dice ella, “están sentenciados antes de nacer”
La impactante muerte del marinero arrastrado por Jane Fonda, y todavía “bailando” o mejor corriendo ya sin vida, es impactante.
Y es que cuando empiezas a ver They Shoot Horses, Don't They?, piensas:
¿Qué demonios es esto?; y conforme va pasando el tiempo, largo por cierto, desnudas el género humano, e indagas en sus adentros para descubrir hasta dónde somos capaces de llegar.
Se le puede achacar a They Shoot Horses, Don't They?, que en la narración confunde un tanto con los “flash forwards”; pero es debido a la estructura de los  insertos que adelantan el final.
Una vez más, desde el arranque, y coincidiendo con los créditos, el realizador juega con el tiempo, presentando 3 escenas a la vez:
Un “flashback” de la infancia de Robert, otro de los concursantes, donde se ve un caballo cayendo de rodillas, y su sacrificio posterior.
Una secuencia, en tiempo presente, del protagonista paseando por la playa.
Y una voz “en off”, que representa el futuro, relatando las reglas del concurso.
Sydney Pollack, hábilmente hace coincidir la norma del maratón, “el que toque el suelo con las rodillas queda eliminado”, con la citada escena del caballo, siendo todo un resumen de lo que veremos a continuación.
Porque They Shoot Horses, Don't They? es cine social y político, que presenta una crítica que va a la raíz del sistema, y que lleva adelante su relato sin obreros, sin policía, sin revolucionarios, sin manifestaciones reprimidas, sin sindicatos.
Sin utopías, y termina con un suicidio.
Por último, la banda sonora utiliza muchas canciones estándar de la época, como:
“Sweet Sue, Just You”, “Paradise”, “Coquette”, “The Japanese Sandman”, “By the Beautiful Sea”, “Between the Devil and the Deep Blue Sea”, “The Best Things in Life Are Free”, “Brother, Can You Spare a Dime?”, “I Cover the Waterfront”, “I Found a Million Dollar Baby (in a Five and Ten Cent Store)2, “California, Here I Come”; pero la canción de Edward Heyman y Johnny Green, “Easy Come Easy Go”, que se utiliza como tema principal, y que la canta un participante en la maratón de baile, no se estrenó hasta 1934, 2 años después de los hechos narrados, es decir, en 1932.
Por otro lado, la banda de salón consistía en varios músicos de jazz de verdad, pero todos sin acreditar; liderados por Bobby Hutcherson, e incluye a:
Hugh Bell, Ronnie Bright, Teddy Buckner, Hadley Caliman, Teddy Edwards, Thurman Green, Joe Harris, Ike Isaacs, Harold Land, y Les Robertson.
“Maybe it's just the whole world is like central casting.
They got it all rigged before you ever show up”
A día de hoy, los esclavistas de antaño se han convertido en banqueros, su látigo es la usura y su coartada, un sistema democrático que permite descargar responsabilidades político-sociales sobre un populacho que, por aburrimiento y resignación, ya ni sale a la calle a reclamar derechos constitucionales como una vivienda digna.
No me estoy yendo por las ramas; simplemente demuestro cómo una película que pronto cumplirá 50 años, mantiene su vigencia y su mensaje, cambiando las circunstancias.
Porque hoy en día, muchas de las personas que no somos aficionadas a ciertos programas de televisión, nos preguntamos:
¿Cómo puede haber ciertas personas que se humillen y que pierdan su dignidad por un poco de dinero?
Pues ni siquiera eso lo hemos inventado nosotros, porque mucha gente tiene un precio desde hace mucho tiempo.
Y un ejemplo, podrían ser los maratones de baile, que alguna vez hemos visto reflejados en el cine o la televisión, y en los que se juntaban 2 factores:
Unos participantes dispuestos a todo por dinero, y unos empresarios sin escrúpulos.
Cualquier cosa es posible, con tal de que el espectáculo y las ganancias se multipliquen, mientras que por el camino van quedando muchas almas descorazonadas, que más allá de estar viviendo una oportunidad, lo que están haciendo es acelerar su final.
They Shoot Horses, Don't They? es un film por tanto pesimista y amargo, pero de mayor actualidad de la que su ambientación de época permitiría suponer.
Y que en consecuencia, enlaza bien con una reflexión sobre las consecuencias de la crisis en términos no sólo de degradación del bienestar social o de las condiciones de existencia de amplias capas de la población, sino de su traducción en términos de ciudadanía.
La desaparición de esa condición ciudadana, como sinónimo de una posición de dignidad y de goce de derechos, es posiblemente el elemento más llamativo del relato cinematográfico.
La violencia ambiental y específica que se ejerce sobre las personas como “ambiente”, y como destino personal, es decir como parte integrante de una normalidad social que desfigura y cosifica la personalidad, al arrancarle cualquier posibilidad de proyecto colectivo e individual que no sea su propia y progresiva aniquilación.
No hay por tanto referentes colectivos o espacios públicos en esta narración de las vidas individuales de unos “perdedores” sociales.
No hay trabajo, ni se da el contexto organizativo derivado de la producción que acompaña a la actividad laboral, pero sí explotación.
Es una pura condición subjetiva, aislada en sus distintas peripecias personales, expuesta al espectáculo mercantil de la demolición de los cuerpos expuestos a la contemplación sádica del público consumidor de tal exhibición.
En resumen, el estilo de vida estadounidense, donde los concursantes son vistos como héroes, a medida que se desfallecen en la pista; mientras otros pagan para verlos, y se hacen ricos a costa suya; y en definitiva, la manipulación y el adoctrinamiento de los medios, alumbrarían un sistema de dominación muchísimo más eficaz que el viejo aparato penal encaminado a perseguir la miseria, y criminalizar a los pobres con el fin de someter a los sectores insubordinados.
Porque “el ser humano” es morboso, adora ver la miseria y el sufrimiento de los más desfavorecidos; solo hay que poner la TV un rato…
Encontramos decenas de programas que tienen como objetivo entretener denigrando a otros.
Los días en que los romanos abarrotaban los anfiteatros para ver gladiadores luchar a muerte, no han quedado tan atrás.

“Here they are again, folks!
These wonderful, wonderful kids!
Still struggling!
Still hoping!
As the clock of fate ticks away, the dance of destiny continues!
The marathon goes on, and on, and on!
How long can they last?”



Comentarios

Entradas populares