El Olivo

“Ese árbol es mi vida, y vosotros queréis quitarme mi vida”

Decía el escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti:
“El olvido no es victoria sobre el mal ni sobre nada, y si es la forma velada de burlarse de la historia, para eso está la memoria que se abre de par en par, en busca de algún lugar que devuelva lo perdido; no olvida el que finge olvido, sino el que puede olvidar”
Olvido obligado y ahogado en el silencio más absoluto por el paso de los años, pero que sin más remedio, queda aún vivo en nuestra memoria.
Aferrarse a un recuerdo de la infancia, como si te fuera la vida en ello, buscar un sentido a una vida que carece de él, sentir que estás haciendo algo positivo, creer en el amor, sea romántico o fraternal, luchar contra molinos, y ver que hay gente que, a sabiendas de la locura de esa pelea, te apoya.
¿Seguiremos perdiendo nuestra historia, nuestras costumbres, y dejaremos que las multinacionales nos digan lo que tenemos que comer, vestir y consumir los próximos 2 mil años?
El Olea europaea, olivera, olivo, o aceituno, es un árbol perennifolio, longevo, que puede alcanzar hasta 15m de altura, con copa ancha y tronco grueso, retorcido y a menudo muy corto; y la forma que estos árboles poseen son realmente de una belleza sin parangón.
Del fruto, la aceituna, se obtiene un aceite muy apreciado en gastronomía; y simbólicamente representa la paz y la plenitud en numerosas culturas:
Para los antiguos hebreos, el aceite de oliva era símbolo de prosperidad, bendición divina y alegría.
Su carencia, significaba catástrofe o castigo.
Los cristianos ven en el olivo, el símbolo de la paz y la alianza, como recuerdo de la tregua de Dios con el hombre tras El Diluvio Universal, cuando una paloma volvió a Noé con una rama de olivo en el pico; pero sin duda, los islámicos son para quienes el olivo reviste una mayor importancia mística.
Era asimismo el atributo de los guerreros triunfadores, y el premio de los vencedores en Los Juegos Olímpicos.
De hecho, en el pabellón de La ONU, la corona de ramas de olivo en todo el mundo, simboliza la paz universal.
El ramo de olivo que se daba en España, y se ve en muchas de sus medallas y otros monumentos, indica que esta región producía y era abundante en aceite.
Y es que el olivo se cultiva ahora en muchas regiones del mundo; y está muy arraigado en la región mediterránea desde hace más o menos unos 3 mil años, y con él, su principal producto:
El aceite.
Sin embargo, cientos de olivos centenarios del sur de Europa, que se agrupan en verdaderos bosques, algunos ejemplares con más de mil años de edad, son cada año arrancados de cuajo, y vendidos como adornos para jardines, urbanizaciones, rotondas, y campos de golf, en países tan lejanos como Estados Unidos o los Emiratos Árabes.
Un alto porcentaje, no soporta el trasplante y muere por el camino, pero el elevado margen comercial logrado, asume con alegría las pérdidas.
Arrancar y trasplantar un árbol tan milenario como el olivo, es como llevarse la memoria del su entorno y aniquilarla.
“Esto lo plantaron, dicen los romanos, que este árbol tiene al menos 2 mil años”
El Olivo es un drama español, del año 2016, dirigido por Icíar Bollaín.
Protagonizado por Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén, entre otros.
El guión es de Paul Laverty; un escritor con un agudo sentido de la justicia social, que ha escrito varios dramas sociales de Ken Loach.
En algunas de ellas, el énfasis estaba demasiado en el aspecto social, pero en El Olivo, la mezcla entre la interacción de los personajes, el comentario social, y la emoción humana, es la correcta, en una clara metonimia de la España del “boom” económico, la del derroche y el desarrollismo mal fundamentado por el que muchas familias de entornos rurales vendieron tierras para hacerse ricos, y lo perdieron todo al llegar la crisis.
“Supongo que me interesan las historias que hablan de nosotros, de cómo somos, de cómo tratamos de ser felices, y de cómo resolvemos nuestros problemas”, dice la directora.
Su pareja, el guionista Paul Laverty, tuvo la idea de El Olivo, después de leer un artículo de periódico sobre la venta de árboles antiguos españoles a Europa o Asia, por motivos decorativos.
Reflexionó sobre ello durante una década, antes de que realmente escribir el guión.
“Esos árboles milenarios forman parte de la cultura y paisaje español, aunque no seamos conscientes”, dijo.
De ahí la importancia dada al pasado, a las raíces de una familia a pesar de las crudezas que ese pasado revela; se nos muestra una fábula de resistencia, de fracasos, de lucha, de amor de pocas palabras, de impulsos…
El olivo tiene, como los clásicos, tantas lecturas como espectadores, por lo que resulta increíble, cómo la pareja, directora y guionista, han conseguido reflejar de forma natural y frágil a la vez, los lazos que nos unen a las personas de diferentes generaciones.
El Olivo se rodó en varias poblaciones de las comarcas del Baix y del Alt Maestrat, principalmente en Sant Mateu, una localidad del interior de la provincia de Castellón, España; y en Düsseldorf, Alemania; como dato, el olivar que se muestra en la película, pertenece el Maestrazgo, provincia de Castellón, en la Comunidad Autónoma de Valencia.
La historia gira entorno a Alma (Anna Castillo), una joven que tiene 20 años, y trabaja en una granja de pollos, en un pueblo del interior de Castellón.
Ramón (Manuel Cucala), es su “yayo” o abuelo, que para extraña sorpresa de su familia, dejó de hablar hace años, siendo la persona que más le importa en este mundo; pero el resto de su familia considera, que su querido abuelo estará mejor en una residencia donde se hagan cargo de él, una persona con Alzheimer, que ya no recuerda nada, ni tiene ganas de nada, ni siquiera de comer.
Por lo que Alma se obsesiona con que lo único que puede hacer “volver” a su abuelo a su estado natural, y es recuperar el olivo milenario que la familia vendió contra su voluntad, hace 12 años.
Porque el abuelo, cada día deja una pequeña piedra en el lugar donde se plantó el árbol de oliva; y desde entonces, lleva “luto”, que implicaría que la cantidad de piedras pequeñas acumuladas, oscilan entre 4.400 y 4.800.
Sin decir la verdad, sin un plan, y sin apenas dinero, Alma sabe que traer el olivo de regreso, hará mejorar al abuelo, y embarca a su tío, al que llaman “Alcachofa” (Javier Gutierrez), de 45 años, que está arruinado por la crisis; a su compañero de trabajo y amigo, Rafa (Pep Ambrós), de 30 años; con la ayuda de sus amigas:
Wiki (María Romero) y Adelle (Paula Usero), y a todo su pueblo, en una empresa imposible:
Recuperar el monumental olivo, replantado en algún lugar de Europa, y traerlo de vuelta a la masía familiar.
Y es que el árbol ha echado raíces en Alemania y, cual bien inmueble, no resultará nada fácil traerlo de nuevo a casa, antes que su abuelo fallezca, y replantarlo.
Sin embargo, y contra todo pronóstico, el previsible fracaso no mella en absoluto sus intenciones:
El camino, la lucha por “recuperar lo que es nuestro”, es suficiente motivo para alzar la voz, indiferentemente de cuál sea el resultado.
La realidad de alrededor con la crisis económica de un país que se pensó invencible, y que ahora sufre las consecuencias de tanto expolio, corrupción y despilfarro, quedará perfectamente reflejada a través de ese olivo arrebatado de fértiles tierras, y ahora convertido en el símbolo de una multinacional energética alemana.
Así nos muestra a gente en paro con la crisis, arruinada, teniendo que volver a la casa de los padres… pero hay cosas que el dinero nunca comprara.
El Olivo tiene reflexiones sobre las raíces de la familia, la transmisión intergeneracional, y el choque entre los bienes materiales y los sentimentales, entre otros temas no carentes de interés, como un discurso reivindicativo de la necesidad de la rehumanización y de la regulación de unos mercados que se han tomado la libertad de hacer suya la tierra de los demás.
Con El olivo, Laverty y Bollaín, dejan sola a toda una generación de ciudadanos atrapados por las consecuencias de la crisis económica, a los que señalan sin rubor y escatiman explicaciones, estableciendo una extraña pinza de responsabilidades y culpabilidad entre el ostracismo de sus padres y el rencor de sus hijos.
Hijos que parecen querer vengarse de ellos, escarmentarlos, en lugar de buscarles justicia, o intentar comprenderlos.
Una generación a la que ellos pertenecen, por cierto.
El Olivo es una sencilla película, sin grandes pretensiones, pero bien realizada; es entretenida, y con el poso de reflexión sobre lo que realmente es importante en la vida.
“No podía sentarme a ver cómo mi abuelo se muere de pena”
El Olivo es una historia conmovedora, con mensaje ecologista profundo, sobre un árbol milenario que se erige en protagonista del largometraje de la cineasta Icíar Bollaín, que no rehúye la alegoría en los nombres de los protagonistas y las situaciones que enfrentan, como en lo declarativo, la inverosimilitud, y sin embargo logra atrapar al espectador por un manejó de la cámara significativo, una fotografía y color ajustados a cada escena.
Junto a un sentimentalismo evidente, los toques de humor provocan una ruptura que aminora la ingenuidad de la historia, aderezado con la excelente interpretación de los actores, contribuye a superar los defectos.
Basculando entre el drama, la comedia, el costumbrismo, y la picaresca busca con dulzura, y mucha educación, El Olivo toca la fibra sensible; y para ello echa mano de lo que a todos nos une de una u otra manera:
Los recuerdos de nuestra infancia.
Da igual si entiendes o no a su protagonista, que cuando uno adquiere consciencia de sí mismo, prácticamente, también adquiere la certeza de que no hay nada como la infancia para dar forma a los mitos y las leyendas de nuestras vidas.
Así, El Olivo comienza con una broma:
Alma llama a su tío, pretendiendo ser un empleado del banco cobrador de la deuda pendiente.
Eso es una buena broma, pero con un mensaje claro, de que unos están recibiendo beneficios a expensas de otros.
Y el tema adicional de lo difícil que es mantener un sentido tradicional de honor, bajo las presiones económicas del siglo XXI.
Porque Alma es lo que se llama una “chica salvaje”
Ella ha afeitado parte de su cabello con un patrón decorativo, se acuesta con chicos que apenas conoce, y lanza huevos a los coches de la gente que no le agrada, aun cuando sean sus patrones; pero ella tiene un punto débil:
Su “yayo”
No sólo es muy aficionada a él, sino también se solidariza con su protesta silenciosa contra la venta del árbol más antiguo del olivar de la familia.
En esa presentación de personajes, con elipsis incluidas, se nos muestra el cariño de una niña hacia su abuelo, y el distanciamiento y egoísmo del resto de la familia, que parece únicamente preocupada de obtener beneficios económicos a toda costa.
Alma, desde su temprana edad se erige en juez y parte de todo lo sucedido en la familia, y por extensión, de toda una generación, la de sus padres, sobre la que pretende restablecer cierto orden y valores perdidos con la simbólica recuperación del árbol de su abuelo, para emplazarlo nuevamente en su sitio original.
Y con ese gesto, reprochar en un diálogo bastante vergonzoso, nada menos que 2.000 años de historia, a una generación que no supo ver el espejismo de una situación económica.
Así pues, dado que el árbol se vendió, el abuelo se niega a hablar, y marca el lugar donde el árbol se puso de pie con pequeñas piedras.
Alma, sintiendo que la muerte de su abuelo está llegando cerca, comienza una búsqueda para el árbol vendido.
A través de la empresa que organizó la venta, descubre que el árbol está de pie en el vestíbulo de una gran compañía de energía, en Alemania.
En un capricho, convence a su tío y un amigo para recuperar el árbol, con el fin de permitir a su abuelo morir en paz.
En la parte central la historia, El Olivo se transforma en un “road movie” que sigue manteniendo el mismo tono en cada uno de los diálogos, y que abandona los “flashbacks” para centrarse en el futuro, ya no en el pasado.
Así vemos la legitimidad de Alma, que le permite incluso patear a un policía mientras está encaramada sobre el árbol que quiere recuperar.
Una violencia que contrasta con la comprensión que muestra con ella su entorno, respecto a su aventura descabellada para recuperar el olivo.
Además, la aventura la lleva engañar y a conseguir la pérdida del empleo y el dinero a las personas implicadas, lo que suponemos que para los autores son simples daños colaterales frente a las altas miras de su cometido.
Debe ser que aquí “hay motivo”, pero no en la aspiración de su padre a mejorar...
Sólo maldad, error y codicia.
No podemos argumentar que este sesgo tan marcado entre las actitudes de los personajes, se deba al carácter de fábula de El Olivo, ya que hay demasiadas referencias concretas a la actualidad, que desacreditan su carácter fabulador.
Sin embargo, Laverty y Bollaín, parecen alinearse a un sector político y social que enarbola cierta legitimidad para juzgar y condenar a una generación completa, y al modelo capitalista que la sostuvo por las consecuencias de una crisis económica de la que esa generación fue víctima, más que protagonista.
Un sector que, al igual que Alma, rechaza sin contemplaciones cualquier argumento para justificarse.
Ahí se concentran esos “2.000 años de errores”, que Alma espeta sin rubor desde su veinte pocos años, para abofetear a su familia.
Así las cosas, por el camino se integran otros muchos elementos:
Desde una muestra de los efectos de la crisis en España, o la doble moral de algunos a la hora de decir una cosa, y luego hacer otra; un mal muy extendido en todos los ámbitos de la vida; hasta una lectura política de mayor alcance, con la decisión de haber elegido Alemania como lugar de destino del árbol.
La locura en la que se empeña Alma, para devolver la alegría de la vida a su abuelo, quien en su momento se vio obligado a deshacerse del olivo milenario de la familia, para posteriormente ir marchitándose poco a poco; impide que el resto de la familia entienda eso, aunque es debatible que sea el caso y no la consecuencia del deseo de Alma por verle mejorar, y lo que añade una interesante variedad al viaje en camión hasta allí:
Ella es el corazón del olivo, el peso de la aventura, recae sobre Alma, que encarna la actriz protagonista, Anna Castillo, prácticamente nueva en cine, pero que llena su personaje con una increíble naturalidad, dando vida a una chica que ha encontrado en la naturaleza y en el amor de su abuelo, sus señas de identidad.
El abuelo y la tierra, el olivo y los amigos, son los elementos que le abrazan y le dan calor a la historia.
El abuelo y el olivo, representan lo que se pierde en un mundo de prisas y especulación, que construye piscinas absurdas con estatuas de La Libertad; y la protagonista no deja de ser una radical, de querer tener raíces.
Como reconoce Bollaín:
“El abuelo y el olivo son lo mismo.
El olivo es su raíz, su infancia, su tierra”
Y no quiere que se lo arranquen.
“Lucha frente a esa pérdida, porque es luchar frente a la falta de valores.
Y la crisis tiene desde luego una dimensión económica dramática, pero también una parte de que nos arrancan valores y señas de identidad”, señala.
Y muestra de forma efectiva, la idea del bien material, enfrentado al bien sentimental.
Es como “robar el alma a los viejos olivos”
Esa es la realidad que rodea toda la zona mediterránea en la actualidad, especialmente en España, con la única realidad que conocen jóvenes como Alma:
La de un país que no tiene nada que ofrecerles, y que les ha arrebatado sin más, tanto presente como futuro.
Algo que esos jóvenes, cansados de las promesas electorales de siempre, llegan dispuestos a cambiar y reivindicar, luchando por hacerse escuchar por encima de las políticas impuestas desde la troika europea.
Por tanto, Alma logrará hacerse escuchar en una Alemania que los ve como los eternos vagos que siempre están de cachondeo, pero:
¿Cuántas “Almas” harán falta para que cambien por fin las cosas?
Todo ello en un contexto, donde lo colectivo juega un papel importante.
La comunidad rural que se junta en el bar, y la comunidad virtual que se junta en red, y que toma un papel de cambio radical en esta sociedad.
De lo local a lo global; por lo que no podemos evitar reconocer la trascendencia de las redes sociales en los movimientos civiles.
Otro de los personajes en esta aventura, es el tío Alcachofa, que funciona al mismo tiempo como alivio cómico y elemento más cerebral; y dentro de su familia, también representa un punto intermedio; dejando al personaje de Rafa como el punto de apoyo, una constante “inalterable” e imprescindible.
Y es que todos los personajes tienen problemas secundarios, que por sí solos no es indispensable trazar, solo sirven para humanizar la película, e inspirar empatía con la relación de Alma y su abuelo, y conseguir el objetivo propuesto.
No dejando por fuera, que El Olivo es una obra muy política, puesto que muestra a una España después de la crisis financiera:
El tío de Alma, es un hombre arruinado, que ha utilizado los fondos del árbol para sobornar al Alcalde de la localidad, con el fin de obtener un permiso para un restaurante frente al mar, que desde entonces ha ido a la quiebra.
Y para hacerlo más “light”, Bollaín articula el discurso en la forma más académica, “de película de carretera”, de modo que al viaje físico, le acompañe un periplo emocional y espiritual, que incluye una búsqueda interior de cada personaje, pero también a un nivel superior:
Un examen moral de esa pequeña familia que se traspone a toda una sociedad que ha olvidado, al crecer, los valores que le transmitieron sus mayores.
Una sociedad que ha vendido su dignidad, transmutada en ese robusto árbol milenario, por un plato de lentejas, y ni siquiera al diablo de la codicia, la corrupción y el dinero fácil.
La metáfora la completa Alma, a través de su propio nombre, que se empeña en encontrar ese magnífico olivo del que poder injertar un hálito de esperanza a la que aferrarse, para recuperar el rumbo perdido.
Por ello, El Olivo es una clara advertencia contra los excesos del capitalismo.
El tema central, es que hay cosas que no se pueden expresar en valor monetario.
Cuando se le dice que “el árbol es inútil, porque nadie compra el aceite de oliva porque está caro” más el abuelo responde que “el árbol le pertenece, que pertenece a la historia”
Y claro está, el otro protagonista es el olivo mismo, el arrancado de su tierra que acaba malviviendo en una jaula arquitectónica acristalada, donde decora un edificio frío de oficinas en Alemania.
Dicho sea de paso, el olivo que se arranca en la película, en realidad es una réplica de uno real que se construyó en 6 semanas, por aquello…
En definitiva, El Olivo es el alegato de un viejo agricultor frente a sus hijos, y un acto de lucha para que reflexionen tras la venta de un olivo milenario de la familia, para tapar agujeros de sus maltrechas economías.
Es el contrapunto en el pan para hoy, y el hambre para mañana; una reflexión sobre los constantes servicios de la naturaleza, frente a la urgencia inmediata de la ambición humana.
Al escoger el territorio de la franja mediterránea valentina, Icíar Bollaín ha retratado ese otro paisaje en segunda línea de costa, preparado para la burbuja inmobiliaria, las prisas, y la corrupción.
Y no se libra del tinte español, exponiendo en parte, unos seres quijotescos que inician un viaje a ninguna parte, en medio de un mundo que ni conocen, ni entienden bien, que sea en Alemania donde tienen el árbol, es muy importante; porque lo quijotesco, es una exageración en los idealismos y en los sentimientos que muestra una persona; que cree en cosas imaginarias, o el intento de una persona de hacer cosas imposibles para defender sus creencias, en un lugar que ni conoce o es hostil, como en este caso; por ello el término define el comportamiento de una persona que obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo, o a un comportamiento de un idealista, que no toma en cuenta consideraciones prácticas, que no diferencia la realidad de la fantasía.
Así, Icíar Bollaín y Paul Laverty le rinden un evidente homenaje con una quijotesca peripecia, en donde seguimos peleando con molinos de viento, y nos siguen humillando los poderosos con falsas promesas de ínsulas.
No está Rocinante, pero sí un camión.
Y El Hidalgo soñador, ese antihéroe que arrastra a la aventura y a los caminos, la carretera, a sus compañeros es en este caso una chica, a ratos igual de complicada, neurótica, y soñadora que El Caballero de la triste figura descrito por Miguel de Cervantes.
Ella es verborreica, obsesionada, insegura, quijotesca en suma, la protagonista femenina de El Olivo, vive con la idea de un mundo lamentablemente ideal, la infancia, los buenos y bellos momentos vividos junto a su abuelo, este mismo otra suerte de Alonso Quijano, ya silente, ya fuera de la realidad, atrapado en la melancolía; de un tiempo de fantasía, ese tronco del olivo que asemeja un ser extraño, un monstruo, un molino que no existe.
Y junto a ella tenemos a 2 Sancho Panza:
Uno de ellos de manual, el personaje que borda el siempre eficaz y capaz de hacer emotivo y próximo cualquier papel, Javier Gutiérrez; y el otro, un silente testigo de los hechos, un fiel escudero enamorado en secreto, Pep Ambrós, toda una revelación en cómo sabe expresarlo todo con sus silencios y miradas.
Y como dato, una de las mejores amigas de Alma, nunca revela su nombre de nacimiento, siendo conocido como “Wiki”, abreviatura de Wikipedia; además, el nombre de nacimiento del personaje de Javier Gutiérrez, nunca se revela, y solo se conoce por su apodo, “Alcachofa”
Si algo se le puede achacar a El Olivo, son algunas situaciones inverosímiles, y algún exceso interpretativo de Anna Castillo, en momentos puntuales.
Lo que no me convence, es el momento en que los ecologistas llegan a la puerta de la empresa energética para ayudar a Alma a conseguir su objetivo, y consiguen entrar en el interior del edificio, para que la joven se suba al árbol que fue propiedad de su abuelo...
Demasiado fácil e irreal.
Por último, la banda sonora es buena, compuesta por Pascal Gaigne, que da fuerza a las escenas dramáticas.
“A veces te tienes que lanzar de cabeza, y la gente te ayuda por el camino”
Vivimos inmersos en una vorágine de estímulos inmediatos, sin pararnos a disfrutar de las cosas realmente importantes de la vida.
Conseguir más dinero, es el principal y único objetivo para la mayoría de la gente, aun cuando ello involucre un bien heredado; por ello, El Olivo no hace sino retratar la suerte que han corrido muchos de los olivos centenarios, cuando no milenarios de los paisajes españoles, y que han sido exportados por todo el planeta.
Y se habla de la impersonalización burocrática, de la pérdida de las raíces, del dinero como única verdad universal capaz de comprarlo y venderlo todo; porque el desgaste del keynesianismo en la segunda mitad del siglo XX, y como consecuencia, la expansión de un neoliberalismo precoz, aceptado universalmente como “salvador” por su defensa de la globalización económica en un sistema donde los derechos humanos no son, ni mucho menos, globales; se ha cobrado numerosas víctimas a lo largo de su breve pero imparable trayectoria histórica.
El sistema capitalista, que ha llegado a la cima destruyendo todo rastro orgánico que encontraba a su paso, se mantiene aún imperante en un mundo “liberal” en el peor de los sentidos de la palabra.
Así, El Olivo recoge el drama que sufren muchos olivares abandonados, que al no ofrecer una alta rentabilidad a corto plazo, por las ansias de especulación, o simplemente por desidia, van siendo invadidos por la vegetación silvestre, y por falta de recursos económicos, son arrancados y vendidos.
Actualmente, en España hay varios centenares de miles de olivos abandonados, y muchos de ellos son árboles centenarios, que suponen un atractivo para ser arrancados y comercializados como objetos ornamentales.
En la comunidad valenciana, está prohibida desde 2006, la extracción de olivos centenarios, pero no en Andalucía o Aragón, donde se sigue permitiendo.
Algunos olivos centenarios, se han subastado por más de 50 mil euros.
Ahora, afortunadamente ya se están tomando medidas de protección.
La paradoja está, que en otros países europeos como Francia e Italia, está prohibido el arranque, pero no la compra de ejemplares de otros países como España, Portugal, Grecia, o Marruecos.
Por ello hay que apoyar iniciativas que ofrecen productos oleicos de estos árboles centenarios, con el sello de aceite de olivos milenarios, como en la comarca de la Sénia, donde hay unos 4 mil olivos milenarios protegidos; el lugar del mundo donde más hay; y cuyo aceite se comercializa a través de unas 8 marcas que envasan el aceite procedente de estos olivos.
Otras, son iniciativas de sensibilización, como los proyectos de Apadrina Un Olivo.
Apoyar estas iniciativas, es dar posibilidad a la conservación de un paisaje tradicional, histórico y patrimonial de la herencia mediterránea.
De hecho, hay una petición al Parlamento Europeo, para que apruebe una declaración donde invite a todos los países, a proteger los viejos árboles, y prohíba tanto el arranque, como su comercio.

“Es que este árbol no es nuestro.
No nos pertenece.
Es de la historia, de la vida, de la tierra, de nuestros abuelos y bisabuelos y tatarabuelos.
No es nuestro”



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