Il Casanova di Federico Fellini

“Comincio dichiarando il lettore che in tutto quello che ho fatto nel corso della mia vita, bene o male, sono sicuro che meritava lode e biasimo, e quindi credo gratis”
(Comienzo declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre)

Despilfarrador, viajero y, por encima de todo, libertino.
Pero también gran escritor, erudito y filósofo.
Así fue Giacomo Girolamo Casanova, famoso aventurero, diplomático, bibliotecario y agente secreto italiano.
Entre cortes y salones, Casanova mencionó, casi sin darse cuenta, un momento crucial de la historia de Occidente.
Se hallaba entre los personajes más destacados de su tiempo, y dejó la reseña de tales encuentros.
Son así dignas de mención las páginas que tratan de Rousseau, Voltaire, Madame de Pompadour, Mozart, Catalina II de Rusia, Federico II de Prusia, etc.
Y se le conoce sobre todo, como un hombre famoso por sus conquistas amorosas, que en toda su vida fueron 132, según su más importante obra autobiográfica llamada inicialmente “Mémoires de J. Casanova de Seingalt, écrits par lui-même” (1725–1786), siendo lo mejor de Casanova en lo citado, y en la más célebre de todas sus obras; en la que el autor describe con máxima precisión y franqueza sus aventuras, sus viajes, y sus innumerables encuentros galantes.
Hizo un relato de estilo realista sobre su vida, donde las aventuras con diversas mujeres son mostradas con elegancia, lo que hizo de él, popularmente y a través del tiempo, el ideal de amante y aventurero.
Su apellido, posteriormente se convirtió en arquetipo del amante; y queda de él una producción literaria muy vasta.
La autobiografía fue escrita en francés, y por tal motivo debería formar parte de la literatura de esa lengua, pero la elección de idioma fue dictada por motivos que sobre todo tenían en cuenta la difusión de la obra una vez editada, en consideración a que en esa época, pues el francés era el idioma más conocido y hablado en Europa, como acontece en el siglo XX con el inglés.
Es el mismo Casanova, quien en el prefacio de sus memorias escribió, haciendo referencia a la anotada mayor difusión de la lengua francesa:
“He escrito en francés, y no en italiano porque la lengua francesa está más extendida que la mía”
Casanova escribió usando el idioma más difundido; mientras otras obras menores las escribió, en cambio, en italiano.
Fue en su etapa final, ya sexagenario, retirado, y olvidado por todos, cuando Casanova se propuso escribir una obra que diese cuenta de sus esplendores idos.
Se puso manos a la obra en el castillo de Dux, Chequia; al que fue a parar gracias a la caridad del Conde de Waldstein, su último protector, quien le dio el puesto de bibliotecario.
Ya convertido en un viejo estrafalario y de extraordinaria memoria que acabó sus días convertido en objeto de mofa y vejación, los criados del castillo de Dux se reían de él, y llegaron a propinarle una paliza; se propuso recuperar el pasado con un propósito muy claro:
“Al acordarme de los placeres que he experimentado, los revivo y gozo con ellos por segunda vez, y me río de las penas que ya he sufrido, y que ya no siento...”
Ahí empieza el recuento de una vida, cuya ocupación principal fue siempre “cultivar el goce de los sentidos”
Las aventuras amorosas, que se iniciaron en la adolescencia, van serpenteando un camino en el que acontece de todo:
Encarcelamientos por líos económicos o de faldas, persecuciones por parte de La Inquisición por sus prácticas cabalísticas, cambios de actividad que lo conducen del Derecho a la carrera eclesiástica y militar en nombre de La República, etc.
La autobiografía de Casanova, aparte de su intrínseco valor literario, es un importante documento para la historia de las costumbres; acaso sea una de las obras literarias más importantes para conocer la vida cotidiana del siglo XVIII.
Se trata de una “muestra” que, en virtud del mundo frecuentado por el autor y por la limitación prevista de los posibles lectores, se refiere de modo primordial a las clases dominantes de la época:
Nobleza y burguesía.
Aunque esto no es un obstáculo para mantener vivo el interés en lo concerniente a personajes menos encumbrados del entorno, sean de la extracción que fueren.
Todos son representados de manera vivísima.
Así pues, el escrito en francés fue vendido en 1820 al editor alemán Brockhaus.
Éste encargó su edición a Jean Laforgue, quien además de corregir el estilo, plagado de italianismos, lo adaptó al gusto prerromántico de la época, censurando pasajes que consideraba subidos de tono.
No fue hasta 1960, cuando la editorial Brockhaus, en colaboración con la francesa Plon, decidió desempolvar el manuscrito original para publicarlo finalmente de forma fiel y completa.
Como dato, en 1834, la obra se había incluido en El Índice de Libros Prohibidos, con todas las obras de Casanova; y finalmente se publicó una nueva edición, fiel al manuscrito original, conservada ahora en La Biblioteca Nacional de Francia, reemplazándose el título original por el de “Histoire de ma vie” o “Historia de mi vida”
Casanova no alcanzó a vislumbrar el espíritu de renovación que se avecinaba, y que haría desviar la marcha de la historia en direcciones antes insospechadas.
Así permaneció como anclado hasta su muerte al Antiguo Régimen, y a la adherencia a esa clase de la cual, por su nacimiento, estaba excluido, aun cuando siempre buscó desesperadamente formar parte de ella, incluso en su tiempo concreto, cuando la nobleza caminaba irremediablemente hacia su estrepitoso ocaso.
La imagen que el cine y el teatro han dado de Casanova, ha sido la de una marioneta del amor, pero eso es reducir su verdadera dimensión, ya que fue uno de los grandes escritores de su tiempo, un hombre cultivado, erudito, seductor y divertido; un filósofo en acción.
El cine ha sido siempre maestro en mostrar decadencias, y al espectador le gustan, al fin y al cabo, al espectador le gusta aquello con lo que se identifica, y es fácil identificarse con este Casanova humano, débil, ridículo, y por eso mismo inmortal y divino.
“Un uomo che non parla mai male di donne non li ama”
(Un hombre que nunca habla mal de las mujeres, no las ama)
Il Casanova di Federico Fellini es un drama de aventuras italiano, del año 1976, dirigido por Federico Fellini.
Protagonizado por Donald Sutherland, Tina Aumont, Cicely Brown, Carme Scarpita, entre otros.
El guión es de Bernardino Zapponi, basado en la autobiografía del escritor y aventurero del siglo XVIII, Giacomo Casanova: “Histoire de ma vie” que presenta a Giacomo Casanova como viejo bibliotecario del castillo del Dux, en Bohemia, recuerda su vida, repleta de historias de amor y de aventuras.
Anciano, solo y desesperado, rememora sus apasionantes viajes de juventud por todas las capitales de Europa.
Fellini se sirve de una estética y un estilo narrativo alejado del realismo, para él poco eficaz; y se apoya en la fantasía, el manierismo y en un delirante subjetivismo.
Realizada por entero en los estudios Cinecittà, en Roma, cuando se terminó de rodar, Federico Fellini pensó que era su mejor película, y se decepcionó inevitablemente, cuando no fue bien recibida por la crítica en Estados Unidos.
Il Casanova di Federico Fellini ganó un premio Oscar al Mejor Vestuario, que había sido diseñado por Danilo Donati; y obtuvo una nominación al mejor guión basado en material previamente publicado.
La acción sigue a Giacomo Casanova (Donald Sutherland), más viejo de lo que desearía, está más solo de lo que querría, y los recuerdos de su juventud hieren más de lo que nunca imaginó.
Este viejo bibliotecario, ha vivido una vida intensa, y ahora en el castillo del Dux donde trabaja, rememora sus múltiples amores y aventuras del pasado.
En un ambiente italiano dieciochesco, Casanova consigue abrir una ventana con los recuerdos, y escapar de la frustración que siente.
Antiguas amantes como fueron la costurera o Anna Maria (Clarissa Mary Roll), entre otras, vuelven por un momento a ser realidad en la mente del polifacético hombre.
Así empieza todo durante El Carnaval de Venecia, cuando Giacomo Casanova acepta mostrar su valentía amorosa con sor Maddalena (Margareth Clementi), y complacer de esta manera, al amante mirón de la mujer, El Embajador de Francia, del que Casanova espera sacar partido.
Pero lo arresta La Inquisición con la acusación de practicar magia negra; y huye de la cárcel de Piombi, y en París es huésped de La Marquesa D’Urfé (Cicely Browne), que quiere que le revele el secreto de la inmortalidad.
Luego, Casanova abandona París, y retoma su frenética actividad de seductor…
Entre sus aventuras, se incluye el amor infeliz por Henriette (Tina Aumont), que lo hace desesperar, y lo abandona.
En Roma, participa en una competición de amateur con un cochero, y la gana; allí también encuentra al Papa (Luigi Zerbinati) y a su madre, que ya no se interesa por la vida de su hijo.
Finalmente, la vejez, el trabajo como bibliotecario, su encanto difuminado, el oblío de las cortes, la soledad de un baile con una muñeca mecánica (Leda Lojodice), el recuerdo de un pasado cada vez más lejano.
Todo termina.
Con este film, Federico Fellini nos aporta un billete de ida y regreso dudoso a su imaginería interna con un estilo muy personal; y consigue llenar de realismo una creación libre y ficticia, resultado de su enorme universo interno, retratando la vida de Casanova como un viaje extravagante en el abandono sexual.
Cualquier emoción significativa o la sensualidad, es eclipsado por situaciones cada vez más extrañas.
Así, la narración presenta las aventuras de Casanova de manera independiente, metódica, como el respeto que anhela constantemente el socavar los impulsos más básicos.
“Per capire loro e ad amarli si deve soffrire per mano loro”
(Para comprenderlas y amarlas, hay que sufrir en sus manos)
La biografía trepidante de este digno hijo de La Ilustración, despilfarrador, timador, jugador empedernido, duelista, viajero, masón, pero también cultísimo autor de libretos de ópera y de ensayos, fue inmortalizada cinematográficamente por Federico Fellini en su célebre Il Casanova di Federico Fellini, con el actor Donald Sutherland en la piel de quien ha pasado a la historia por convertir la seducción, en un arte.
Fantasiosa, original, desmesurada y brillantísima adaptación libre de las memorias de Giacomo Casanova, constituye una de las cimas creativas de la filmografía del realizador italiano, y del cine de los años 70 en general; siendo esta, la primera y única vez que Fellini se ocupó de relatar la vida de un personaje histórico, de carne y hueso, con nombre y apellido, que ha pasado a la historia, más por sus supuestas conquistas amorosas, que por sus cuestionables méritos en campos como la literatura.
De entrada, llama la atención el título de la película, que indica claramente que no se trata de un Casanova cualquiera, sino del Casanova “di Federico Fellini”, cuyo nombre aparece colocado en el rótulo del genérico, en el centro de la pantalla, emergiendo poco a poco de entre las aguas que bañan la ciudad de Venecia, justo por debajo de la palabra “Casanova”, mientras vamos escuchando de lejos el sonido de las campanas, motivo sonoro habitual en las producciones de Fellini.
Y nos invita a adentrarnos en un mundo extraño e irreal, sometido a las leyes de la ficción, y en la que Fellini ha vuelto a trabajar sus temas predilectos:
El amor, el sexo, la representación artística, el paso del tiempo, y la muerte.
Ahora bien, conviene destacar ya desde el principio, que esta no es una película histórica propiamente dicha, ni tampoco una biografía al uso, aunque en ella se perciban elementos históricos y biográficos.
Uno de los rótulos que figuran en el genérico, indica que se trata de un film “liberamente tratto da Storia della mia vita di Giacomo Casanova”
Por paradójico que pueda parecer, estamos ante una película centrada en las correrías de un personaje que solo reunía para Fellini las cualidades más negativas, y del que llegó a decir, que era la imagen de un veneciano petulante, fascista y adolescente; un Pinocho que nunca se hace humano.
“Mi Casanova no es más que un maniquí electrificado, o un fantasma sorprendido en la niebla por una cámara, que deja escapar retazos de respuestas a las inconvenientes preguntas que le hace un entrevistador indiscreto” según dijo Fellini.
Filmada íntegramente en decorados construidos para la ocasión en el interior de los míticos estudios Cinecittà de Roma, tuvo un rodaje largo y complicado, con un coste final que se disparó hasta los 29 mil millones de liras; y lejos de presentarnos a Casanova rodeado de su tradicional aura de conquistador triunfante, Fellini opta por ofrecer una visión más amarga y patética del personaje:
“Según mi humilde parecer, su perpetua huida, su necesidad enfermiza de acumular hechos y gestos, su incapacidad para construir unas relaciones auténticas y verdaderas, prueban más bien que nunca ha salido del vientre de su madre”
Federico Fellini pensó, que Casanova era un personaje malvado porque “no quería”
El guión original fue muy brutal en la figura histórica.
No fue hasta que Fellini rodara la escena de Casanova y la monja, que comenzó a simpatizar con la incapacidad de amar de Casanova, dándole el carácter de la muñeca mecánica, y el final de un sueño.
Casanova, tal y como era, nunca le ha interesado, de ninguna manera, a Fellini.
Lo que él ha visto, es otro de sus fantasmas, de las proyecciones oníricas que desbordan, normalmente, de su fantasía.
Monstruo entre monstruos, larva inquietante entre las tantas que pueblan sus fantasías de artista, crecido entre condicionamientos religiosos de una pequeña ciudad del Mar Adriático, y desembarcado en Roma.
Una ciudad que siempre le ha hablado de manera especial como la sede privilegiada de una sociedad, y de hábitos eclesiásticos.
Cabría entonces preguntarse, qué llevó a Fellini a dirigir una película sobre un personaje que tanto le disgustaba, y cuyas memorias le resultaban tediosas e indigestas, hasta el punto de arrancar las páginas del libro cada vez que pasaba de una a otra.
Si podemos fiarnos de sus propias declaraciones, y dejando a un lado el problema de las relaciones contractuales, y los compromisos adquiridos con productores y demás profesionales del cine, debemos advertir que en esta ocasión, Fellini se lanzó a realizar una película sobre el vacío, un retrato del vacío sin intención histórica, una película mortuoria, puede decirse que fría, que gravita alrededor de una vida inexistente, en la que no hay personajes, ni situaciones, solo un ballet mecánico.
No cabe duda de que estamos ante un proyecto desafiante, fuera de lo común, que solo podría ser asumido, afrontado por un cineasta dotado de un talento especial, liberado ya de las múltiples ataduras que suelen bloquear la creatividad artística, y decidido a experimentar y arriesgar, a no repetir los esquemas de las biografías ilustradas con todo el esmero y dedicación que exigen las producciones convencionales, donde a veces tiene más peso la estrella de turno, que la reconstrucción de la verdad histórica, o los valores propiamente estéticos.
“Me he aferrado a ese vértigo del vacío como al único punto de referencia para narrar a Casanova, y su inexistente vida”, decía Fellini.
Y es que el realizador es ante todo un provocador, y en Casanova por encima de todo, juega a provocar, a jugar con el mito, a desmontarlo, humanizarlo, acercarlo a nuestra realidad, que es por otra parte, la realidad de siempre, la única realidad posible, la existencia con todas sus grandezas y miserias, sus heroicidades y situaciones ridículas.
Fellini desmonta a Casanova mediante el ridículo, pero es a través del ridículo como nos muestra su grandeza, es decir, su humanidad, contradictoria humanidad, víctima de las circunstancias, ególatra empedernido.
Riqueza ornamental, fantasía, escenarios grandiosos, recreación de una época, nadie como los directores italianos han sabido recrear épocas pasadas en un retrato de toda una época, El Rococó, que no es sino la corrupción del Barroco, la exageración de un Barroco de por sí ya exagerado que no es a su vez sino la corrupción del Clasicismo.
Todo se corrompe sucesivamente, y degenera, entra en decadencia, se agota el arte, las ideas, los pensamientos, todo va decayendo, y en contrapartida surge algo nuevo edificado sobre las ruinas de lo anterior, Casanova sucumbe, toda una época sucumbe, y es en esos momentos finales, en ese canto del cisne último, cuando muestra todo su esplendor, parece así querer dejar una huella imborrable en el recuerdo al decirnos adiós.
Fellini plantea una compleja reflexión sobre la vanidad de la lujuria, el vacío que acompaña a la lascivia y el sinsentido de la cópula carnal sin amor y sin moral.
Al servicio de su objetivo, fuerza la definición del personaje y el contenido de sus aventuras/desventuras; y convierte el relato original, saturado de un fresco sentido amoral; en una discutible fábula moral, acorde con sus convicciones ideológicas.
El barroquismo visual, se da acompañado de una ingente acumulación de temas tratados:
Voyerismo, masturbación solitaria, masturbación en público, homosexualidad, sadismo, masoquismo, sexo en grupo, exhibicionismo, lujuria, gula, culto fálico, frenesí sexual, etc.
Combina ironía, sátira, burla y farsa, en un conjunto que resulta sobrecargado, largo y retórico, y que no está exento de incómodos anacronismos.
Un dato que frustró sobremanera a Federico Fellini, fue que tuvo que volver a filmar partes del metraje, incluyendo la elaborada escena del Carnaval de Venecia, debido a que varios rollos de película fueron robados en los laboratorios del tecnicolor de Roma, el 17 de agosto de 1975.
Los ladrones, aparentemente también estaban interesados en “Salò o le 120 giornate di Sodoma” (1975) de Pier Paolo Pasolini, pues algunos rollos de esta película también fueron robados; junto con la mitad de la película de Damiano Damiani, el spaghetti western “Un genio, due compari, un pollo” (1975)
Aparte de volverlas a filmar, este robo también obligó a Fellini a abandonar una secuencia con Barbara Steele.
Nunca se encontraron los negativos robados.
En el fondo, El Casanova de Fellini es un tipo irrealizado, que compensa su vacío existencial con una frenética actividad fornicadora.
Siendo un hombre ducho en diversas materias, literatura, oratoria, economía, política… sólo es reconocido y valorado como amante en las diferentes cortes europeas por las que viaja:
París, Londres, Parma, Roma, Berna, Bohemia…
Desde la biblioteca del Conde de Waldstein, donde un Casanova ya anciano pasa los últimos años de su vida, rememora no sin cierta melancolía sus aventuras amorosas a lo largo y ancho del viejo continente.
A su alrededor, un buen puñado de personajes grotescos y pintorescos sirven al particular director, para retratar la decadencia moral y conductista de la aristocracia y la burguesía del “Siglo de Las Luces”
Valiéndose para ello de una puesta en escena extremadamente imaginativa, barroca, singular, artificiosa, colorista y hasta carnavalesca.
Fellini ha recreado la ciudad y el resto de escenarios en los estudios de Cinecittà, sin temor a desvelar el carácter artificial de los decorados, como ocurre con el mar de plástico negro sobre el que vemos navegar a Casanova,
El mar fue creado a partir de cortar bolsas negras de basura; pues Federico Fellini quería poner gran énfasis en la plasticidad de la vida y el camino de Casanova.
Así también vemos edificios de cartón piedra, o los pocos espacios naturales que aparecen, lo cual subraya el carácter teatral de la representación.
Y algo similar podríamos decir con respecto a los personajes, que en más de una ocasión parecen salidos de un cuadro antiguo, o una extraña pesadilla, ya se trate de respetables hombres de iglesia, saltimbanquis, damas de la aristocracia o niñas prodigio con capacidad para refutar los argumentos de San Agustín sobre la concepción virginal de María.
El espectador, es invitado así a contemplar como un retablo de curiosos personajes que van acompañando la deriva de Casanova, el cual parece dejarse llevar por los acontecimientos sin un plan establecido, desplazándose de un lugar a otro, y dejando entrever, no obstante, como un acusado sentimiento de soledad que va aumentando con el paso del tiempo.
Casanova es, quizás, la mejor película de Fellini en cuanto a la refinación estética.
A lo mejor, es la más desvinculada del “fellinismo”
Por cierto, la más unitaria y compacta, y no tiene mucho sentido polemizar si era o no necesario rozar las 2 horas y 43 minutos de duración; por su riqueza y genialidad de invenciones figurativas, por su solidez narrativa, por su sapiencia en aunar lo horrible con lo tierno, lo fabuloso con lo irónico.
Por su capacidad de pasar de lo caricaturesco a lo visionario.
Esta ha sido siempre una de las peculiaridades del talento de Fellini, pero aquí, aun con alguna repetición, se mantiene en un nivel de homogeneidad, en un tejido fónico que, en su mistilingüismo refinado, es admirable.
Tal y como la hermosa paleta cromática de la fotografía de Giuseppe Rotunno.
Como dato, la sexualidad aparece representada como un juego de salón, como una acrobacia, como algo que se repite, incluso con la frialdad y rigidez de un mecanismo bloqueado, sometido a un movimiento de vaivén.
Ese carácter repetitivo y mecánico que Fellini atribuye a los actos de Casanova, y que está muy bien representado por el pájaro automático que se pone en funcionamiento cuando se dispone a mantener relaciones sexuales; lo hallamos también en aquella otra escena en la que el seductor se acostaba en un camastro de reducidas dimensiones, con 3 prostitutas a las que ponía fuera de sí, las cuales volvían después a iniciar los mismos movimientos espasmódicos, tras un breve intervalo de descanso.
Fellini, no ha retratado a Casanova como un amante apasionado, sino más bien como un atleta capaz de realizar todo tipo de piruetas musculares.
Y no faltan, por supuesto, algunas situaciones que apuntan en otra dirección, y nos descubren a un Casanova enamoradizo, pendiente de celebrar los encantos de la mujer, aunque siempre desde una perspectiva, y con una entonación que nos invita a sospechar acerca de sus verdaderas intenciones.
La representación de lo femenino, oscila en Il Casanova di Federico Fellini entre lo fascinante y lo siniestro.
Así lo demuestran escenas como la recién citada, y como aquella otra en la que Fellini nos invitaba a contemplar una proyección de imágenes pintadas que aludían al sexo femenino bajo la forma de una espiral sin fondo, y una boca mordedora, y que remiten a su vez a la ballena que se tragó a Jonás, La Gran Mouna; y a la mítica Escila:
Aquella figura de cuento, que tenía 6 perros rabiosos entre las piernas…
Desde esta perspectiva, cabe especular con la posibilidad de que dicha representación esté condicionada por la percepción de la figura materna, que adquiere aquí el aspecto más inquietante de todo el cine de Fellini:
Una madre que es imaginada como una figura fantasmagórica, de halo espectral, a quien vemos en el palco de un teatro, al final una representación operística, como si estuviera en el interior de un nicho, en una posición de absoluto dominio con respecto a su hijo, el cual tendrá que tomarla a su cargo, y echársela a la espalda para salir del teatro.
Estamos ante la representación literal de un hijo obligado a soportar el peso de una madre que parece dispuesta a comérselo, como si fuera una suerte de mantis religiosa.
Al final ya de sus días, cuando trabajaba como bibliotecario, soportando la burla y el desprecio de quienes le rodean, Casanova se pone a recordar su relación con una extraña muñeca de tamaño natural con la que jugaba como si fuera otra más de sus amantes, y que venía a funcionar como una condensación de los diferentes papeles de la mujer.
Una muñeca que, por momentos, parece estar tan viva como Casanova.
Entonces, en un momento de la secuencia, mientras soñaba despierto con una Venecia poblada de figuras que aparecen y desaparecen, Casanova se ve a sí mismo en sueños, bailando con la muñeca como si fuera también un muñeco, dando vueltas en círculo, al son de una música tenebrosa.
Los últimos planos nos muestran a la pareja dando vueltas y más vueltas en un escenario iluminado en claroscuro, hasta que terminan desapareciendo bajo las sombras del fundido a negro, como si ambos se hubieran quedado apresados en el interior de una caja de música, en un tiempo que jamás volverá.
Todo invita a suponer que se trata de una imagen de gran peso, que resume la tendencia dominante de una vida consagrada al amor carnal; una vida que nos lleva finalmente a los umbrales de la muerte.
Toda una vida de seducciones, amoríos y por ende desengaños, que se verá coronada por una vejez solitaria aún más decadente que la vida llevada en su juventud, indisoluble de su vigor sicalíptico.
Una tercera edad de solitud, atormentada por el escarnio de quienes le reconocen como lo que fue, y ya no es.
Lastimero resto de lo que fue una vida disoluta y de éxtasis, un crepúsculo de deshonra y burla al que solamente le quedan los desamores, los sueños de sus amatorias hazañas de épocas mozas.
Del reparto, los distribuidores consideraron a Marlon Brando, Michael Caine, Paul Newman, Al Pacino, y Robert Redford para el papel de Casanova.
Federico Fellini se negó a cualquiera de ellos, y dijo después:
“Al principio, había pensado confiar el papel de Casanova a Gian Maria Volonté.
Habría sido muy positivo para el actor italiano, después de tantas figuras atormentadas que habían hecho, pegar un salto adelante a la humanidad, interpretar un personaje destinado, al contrario, a hacerle pegar un salto atrás.
Pero los continuos retrasos nos llevaron a interrumpir el contrato.
Así decidí dar el papel de Casanova a Donald Sutherland, una enorme candela espermática con el ojo de quien se masturba; lo más lejano que se podría imaginar de un aventurero y don juan como Casanova.
Pero un actor serio, preparado y profesional”
Donald Sutherland encarna a Casanova de modo melancólico, caracterizado de modo caricaturesco, alejándolo de una imagen preciosista, es el anti glamur, realiza un trabajo magnífico, lo dota de un alma de perdedor, emite hastío, amoralidad, es un ser mezquino, patético, ridículo, estos rasgos lo humanizan, lo cual despierta en nosotros las simpatías, y es que esta una obra desmitificadora en la que asistimos al ocaso por el que sus mejores años ya pasaron, dejando traslucir tras de sí la amargura.
De hecho, se pretende ser también el fresco de una época decadente, donde todos se maquillaban como payasos, vestían ropas incomodas, se rodeaban de hipocresía, todo era fatuo, vacío de contenido y ahí “El Rey” era Casanova, un maestro de los sentimientos huecos, usado por los demás como una atracción de feria, y que como premio, obtuvo una vejez solitaria.
Como curiosidad, Donald Sutherland llevaba una prótesis de nariz y la barbilla, se afeitó la parte frontal de su cabello, y dijo:
“Cuando Fellini dice, cortarse el pelo, se obtiene un corte de pelo”
De entre las innumerables e imborrables secuencias que salpican esta obra maestra, me quedo con la extraña danza que el protagonista mantiene con una muñeca mecánica, antes de convertirla en otra más de sus amantes; y cualquier encuadre o plano general, que demuestra la estética de los escenarios.
Realmente, y colocándose uno en la época, seguramente sería muy difícil de exhibir tal cantidad de desmesuras y orgías, tanto artísticas como algunas secuencias de alto contenido sexual, pero al final ha quedado todo muy frío; porque Il Casanova di Federico Fellini, no es una novela cinematográfica, no tiene una progresión lógica, ni reales nexos en el relato.
Las conexiones entre capítulos, son rápidas y precarias; como viñetas.
El gran circo de Federico Fellini, pertenece a la vanguardia, tal y como bien han comprendido los cineastas del “underground”
Mención aparte merece la memorable partitura del gran Nino Rota, que envuelve al relato en una onírica atmósfera musical, con las canciones; en una sobresaliente composición lírica, enigmática y descriptiva, como en adecuación al desarrollo de la acción.
“Allora e solo allora si può trovare la felicità alle labbra del vostro amato”
(Entonces, y sólo entonces se puede encontrar la felicidad en los labios de su amada)
Las certeras tipologías establecidas por el escritor Robert Greene en su libro “El Arte de La Seducción”, sitúan a Casanova en cabeza de la categoría de “amante ideal”
Del método de quien fuera “el seductor con más éxito de la Historia”, dice Greene que era de una gran simplicidad:
“Al conocer a una mujer, la estudiaba, descubría lo que faltaba en su vida, y se lo proporcionaba.
En definitiva, hacía realidad las fantasías femeninas”
En nuestro mundo moderno, este tipo de amante ideal es “rara avis”, porque son pocos los que están dispuestos a tan grande esfuerzo por conseguir su objeto de deseo.
“El papel, requiere esfuerzo.
Hay que centrarse intensamente en la otra persona, adivinar qué echa de menos, qué la tiene frustrada.
Las personas suelen revelarlo de forma sutil:
Mediante un gesto, el tono de voz, una mirada”, dijo Green.
La falta de tiempo y los cambios en la moral y usos sexuales, han acabado con el prototipo, ya que ser un amante exige tiempo, paciencia y atención al detalle.
Tan concienzudo era Casanova a la hora de seducir a una mujer, como certero cuando llegaba el momento de abandonarla.
La técnica que utilizaba era deshacer el hechizo.
¿Cómo?
Mediante una calculada decepción.
Creaba situaciones desagradables para sus amantes, que de repente, le veían convertido en un ser de carne y hueso, sin demasiado interés, o bien encontraba una buena excusa para abandonar rápidamente la escena.
En cualquier caso, lo que está claro es que Casanova controló siempre sus seducciones.
Excepto una vez.
En las Memorias, sólo hay un caso donde él es la víctima, y no el verdugo:
La historia de Mathilde, una joven monja que hizo de él un auténtico esclavo.
Era tan buena seductora como él.
La horma de su zapato.
No llegando a terminar sus Memorias, Giacomo Casanova murió en 1798, con 73 años de edad, y le quedaron 27 años por contar de sus aventuras amorosas y demás avatares.

“La più grande sofferenza è l'assenza di amore”
(El mayor de los sufrimientos es la ausencia de amor)



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