Mourning Becomes Electra

“...Mother and daughter in love with the same man... rivals in ruthlessness even to murder!”

“Ēlektra” es una tragedia de Sófocles, de fecha incierta, pero muy probablemente representada entre el 418 y el 410 a.C.
Se discute si seguía o precedía a la “Electra” de Eurípides, que tal vez sea del año 417.
En definitiva, el personaje de Electra, tiene una gran importancia en la literatura y el teatro europeos; tanto que existen varias tragedias clásicas, cuyos argumentos están basados en este mito:
“Electra” de Sófocles, “Las Coéforas” de Esquilo, única que se conserva de este autor, y que trata de la historia mítica de Orestes, hijo de Agamenón, vencedor de Troya; y “Electra” de Eurípides.
El mito de Electra gira en torno al plan que urdió junto a su hermano Orestes, para vengar el asesinato de su padre, dando muerte a quienes lo habían perpetrado:
Su propia madre Clitemnestra, y el amante de ésta, Egisto.
Después que Clitemnestra asesinase a su marido, Agamenón, entrega a su hija Electra, a un campesino para evitar que tenga descendencia noble, pues si esto llegase a suceder, seguramente reclamaría su derecho al trono.
Por tanto, Electra vive en el campo, casada con el campesino, pero no mantiene relaciones con él.
Esto se debe a que él es un hombre honrado, y no cree tener el derecho de desvirgar a una mujer de noble cuna.
Orestes, hermano de Electra, llega a casa de Electra acompañado de Pílades.
Electra no lo reconoce, y Orestes, sin darse a conocer, trata de averiguar si su hermana estaría dispuesta a vengar la muerte de su padre.
Cuando al fin los hermanos se reconocen, planean la venganza sobre su madre, y el nuevo marido de ésta:
Egisto.
Una vez, ambos hermanos dan muerte a su madre, Clitemnestra, y ambos tienen remordimientos por haber acabado con la vida de quien era su propia progenitora.
Al final, Electra es obligada a casarse con Pílades.
Mientras Orestes es desterrado, y se lo somete a un juicio por su pecado.
Eurípides trata de dar lógica a un tema ya desarrollado por Esquilo, y por Sófocles; y en este intento de hacer lógica la tragedia, se lleva a cabo mediante la no aparición de los dioses.
Electra mata ella misma a su madre, Clitemnestra, en un episodio de gran fuerza y dramatismo.
Pero más tarde, Orestes y Electra se dan cuenta de la magnitud de su crimen, y pesa sobre ellos el sentimiento de culpa, aunque no llegan a arrepentirse.
Se nos anuncia al final, la expiación del crimen.
Esta es una tragedia de dolor y sufrimiento, y de importante conflicto moral:
Es justo que Clitemnestra expíe su crimen con la muerte, pero aun así, eso no explica el matricidio.
Friedrich Engels se refiere a este mito, en “El Origen de La Familia, La Propiedad Privada y El Estado” (1884)
En él, afirma que en este mito quedó fosilizado el paso de una sociedad matriarcal, común a todos los pueblos pre-estatales, a una patriarcal.
Así, las erinias, defensoras del derecho matrilineal, que persiguen a Orestes por asesinar a su madre, justifican no haber perseguido a Clitemnestra cuando asesinó a Agamenón, porque ella no asesinó a un pariente.
El Tribunal de dioses, en cambio, decide perdonarlos.
De esta manera, de ser la madre, el único pariente cierto, es decir, de encontrarnos ante una sociedad que traza su linaje a través de la mujer, pasamos a una en la que se imponen los derechos patriarcales.
Por otra parte, el sufrimiento humano, es el tema principal en El Teatro Esquileo, un sufrimiento que lleva al personaje al conocimiento, recordar la máxima del “pathei mathos”, el conocimiento a través del sufrimiento; y que no está reñido con una fuerte creencia en la justicia final de los dioses.
En su producción, el sufrimiento humano tiene siempre causa directa o indirecta en una acción malvada o insensata que conduce a la desgracia de los protagonistas, pero que puede haber sido heredada por los mismos.
Es fundamental, a este respecto, la fuerza del “genos”, de la herencia de la culpa y de los lazos de sangre, que provoca que las faltas de los antepasados sean heredadas por los protagonistas míticos actuales, como ocurre con el enfrentamiento entre Atreo y Tiestes, que empaña las existencias de Agamenón, Egisto y, más tarde, de Orestes.
Por tanto, en ocasiones, se trata de víctimas indirectas que, a veces, incurren ellas mismas, en una culpa mayor o menor, pero de las que muchas son completamente inocentes.
En el mundo de la ópera, como una de las artes más completas, el tema de Electra fue tratado en varias ocasiones, siendo la más conocida, “Elektra” de Richard Strauss, que está basada en la pieza teatral del mismo nombre de Hugo von Hofmannsthal.
Pero la historia de Electra sirve de inspiración a múltiples obras de autores diversos, como:
“Les Mouches” (1943) de Jean Paul Sartre, “Électre ou la chute des masques” (1954) de Marguerite Yourcenar o, en este caso:
“Mourning Becomes Electra” (1931) de Eugene O'Neill; dramaturgo estadounidense, Premio Nobel de Literatura, y 4 veces, una de ellas de modo póstumo, ganador del Premio Pulitzer; más que cualquier otro dramaturgo, introdujo un realismo dramático que ya habían iniciado Antón Chéjov, Henrik Ibsen, y August Strindberg en el teatro estadounidense.
En general, sus obras cuentan con personajes que viven en los márgenes de la sociedad, y que luchan por mantener sus esperanzas y aspiraciones, aunque suelen acabar desilusionados, y cayendo en la desesperación; explorando al tiempo, las partes más sórdidas de la condición humana.
“Mourning Becomes Electra”, fue estrenada en 1931, en el Guild Theatre de New York; siendo llevada posteriormente al cine, y sirviendo de base a la ópera de Marvin Levy de 1967; y se trata de una trilogía ambientada en la Nueva Inglaterra de 1865, después de La Guerra de Secesión de Estados Unidos, en la que los personajes de una familia, emulando a los héroes de las tragedias griegas, tienen que hacer frente a su turbulento destino en medio de una sociedad puritana.
Se compone de 3 partes denominadas:
“Homecoming”, “The Hunted” y “The Haunted”
En ellas se narra la vuelta de la guerra del patriarca Ezra, a la enorme mansión de La Familia Mannon, para encontrar un mundo totalmente diferente del que dejó al marchar al conflicto.
Considerada una de sus obras más ambiciosas, O’Neill toma como base una trilogía de Esquilo llamada “La Orestíada”, compuesta a su vez por 3 partes:
“Agamenón”, “Las Coéforas” y “Las Euménides”
En “Agamenón” se relata el regreso de Agamenón, Rey de Argos, de La Guerra de Troya para encontrar la muerte.
En su hogar se encuentra su esposa, Clitemnestra, que ha planeado su muerte como venganza por el sacrificio de su hija, Ifigenia.
Más aún, dado que la ausencia de su esposo ha durado 10 años, Clitemnestra ha sucumbido a una relación adúltera con Egisto, primo de Agamenón, y el descendiente de una rama desheredada de la familia, que está determinado por recuperar el trono que cree que en justicia le pertenece.
En “Las Coéforas”, se cuenta el proceso de venganza planeado por Electra.
Trata de la reunión de los 2 hijos de Agamenón, Electra y Orestes; y su venganza.
Electra reconoce a Orestes por una marca en la cara durante los funerales de Agamenón; y acto seguido, Orestes mata a Egisto y a su madre Clitemnestra.
Ésta convoca a las furias, que perseguirán a Orestes...
Y en “Las Euménides”, se muestra cómo Orestes es llevado a juicio ante El Tribunal divino.
Las Euménides narra cómo Orestes, Apolo y Las Furias, comparecen ante un jurado de atenienses conocido como Areópago, una colina rocosa plana junto al ágora ateniense, donde El Tribunal de Homicidios de Atenas celebraba sus sesiones; para decidir si el asesinato de Clitemnestra por parte de su hijo, Orestes, le hace merecedor del tormento que le infligen.
Al final, Orestes es encontrado inocente gracias a la ayuda de Apolo y Atenea.
La trilogía de “La Orestíada” comienza pues presentando una sociedad en la que una matanza suscita otra matanza, y una venganza familiar se prosigue aparentemente sin fin.
La ejecución de la justicia, incumbe a la familia y a Las Furias primitivas que la ayudan.
Todas ellas rondan en torno a los conceptos de justicia y venganza; y avanza por fuertes personajes femeninos, como Electra y Atenea.
Todo ello está en la obra de O’Neill, que usa un equivalente para cada personaje de “La Orestíada” según este esquema:
Para El Brigadier General Ezra Mannon (Agamenón); Christine Mannon, la esposa (Clitemnestra); Lavinia Mannon, la hija (Electra); El Capitán del barco “Flying Trades”, Adam Brant (Egisto); El Primer Teniente de Infantería, Orin Mannon, el hijo (Orestes), etc.
En un diario, O’Neill dejó clara su intención de introducir elementos de la Psicología de Freud y Jung, para ilustrar la tendencia de la mujer a enamorarse inconscientemente del padre, y eliminar simbólicamente a la madre, considerada como rival.
La presencia del mal, entonces inmoralidad y amoralidad en el mundo creado por la intemperancia de los dioses, se halla por supuesto presente en los audaces razonamientos de cuantos hombres y mujeres tratan, por vez primera, esta ambiciosa estructura ética que propone el drama:
Un toque de atención a la conciencia humana.
Nada más real.
“Murdering doesn’t improve one’s manners!”
Mourning Becomes Electra es un drama del año 1947, escrito y dirigido por Dudley Nichols.
Protagonizado por Rosalind Russell, Michael Redgrave, Raymond Massey, Kirk Douglas, Katina Paxinou, Leo Genn, Nancy Coleman, Henry Hull, Sara Allgood, Thurston Hall, entre otros.
El guión está basado en la obra de teatro homónima de 1931, de Eugene O’Neill, sobre una familia atormentada por los complejos, el amor, los celos, la manipulación, y la locura.
Sus dramas abogan por un nuevo orden social y moral, donde los personajes son capaces de desmantelar, aunque finjan exaltarlas, no tan sólo las tendencias de una ética desorbitada, sino también las de una religiosidad nutrida por una exacerbada psicología colectiva de la “mojigatería”, y conste que nos estamos refiriendo a la Grecia Clásica; no menos inspirada por la superstición de la intolerancia, corroborada a menudo por el acervo reprobador del público, de cuantos auditores santurrones fueron destinados, por aquel entonces y aun recientemente, a tranquilizar la censura en todas y cada una de las muestras de su absurdidad.
La adaptación del drama de Electra, es trasladada a la Nueva Inglaterra estadounidense, justo acabada La Guerra Civil, por lo que posee una gran fuerza y excesos tremendistas y trágicos.
Mourning Becomes Electra estuvo nominada a 2 Premios Oscar:
Mejor actor (Michael Redgrave) y actriz (Rosalind Russell)
Para esa noche de premios, todos habían dado por sentado, que Rosalind Russell ganaría por su interpretación de Lavinia, hasta el punto de que Russell en realidad comenzó a levantarse de su asiento, justo antes de que el nombre del ganador se revelara; sin embargo, fue Loretta Young , y no Russell, quien fue nombrada Mejor Actriz por su actuación en “The Farmer's Daughter”
Tras el estreno, la película registró una pérdida de $2.310.000, lo que la convirtió en uno de los mayores desastres financieros de la RKO.
Como dato, Mourning Becomes Electra originalmente tenía una duración de casi 3 horas, y finalmente se editó hasta 105 minutos, perdiendo más de una hora para el estreno, por lo que puede considerarse culpable del desastre registrado en la taquilla.
Desde entonces, se ha restaurado en toda su longitud.
La acción dividida en 3 partes, inicia con Ezra Mannon (Raymond Massey), cuando regresa a casa tras La Guerra Civil, pero su hogar se ha convertido en un auténtico campo de batalla entre su mujer Christine (Katina Paxinou), y su hija Lavinia (Rosalind Russell), que compiten por el amor del mismo hombre, el apuesto Capitán, Adam Brant (Leo Genn); y por si fuera poco, Ezra es víctima de un envenenamiento por parte de los amantes, que acaba con su vida.
Por tanto, Lavinia recurre a su hermano Orin (Michael Redgrave), para llevar ante los tribunales a los culpables, pero cuando estos salen indemnes, el propio Orin se suicida, desesperado, dejando una nota para su hermana Lavinia, y su nuevo pretendiente, Peter Niles (Kirk Douglas), hermano de la prometida de Orin, Hazel (Nancy Coleman)
De todos los hechos del relato, el único testigo silencioso será el jardinero, Seth Beckwith (Henry Hull)
Sentir la fascinación químicamente pura de los más trágicos amores, no es en los hombres innovación que convertirnos pueda ya en profetas y visionarios.
Somos y seremos eternos hijos de esa descomunal tragedia lírica.
Espectadores y actores del grandilocuente “yo amo”, cuyos influyentes impulsos románticos, han insistido y asistido incansablemente a su más macabra y melodramática de las vueltas de la vida.
“Don't cry.
The damned don't cry”
Dudley Nichols, director y ante todo guionista de indiscutible talento, consigue su primer Oscar de 4 nominaciones en total, por su guión en el filme “The Informer” (1935) de John Ford, el cual no aceptó hasta 1938.
Pero su consumada maestría queda reflejada en unos 60 guiones inolvidables que enriquecieron películas sobresalientes.
Como prolongación de su amplitud de registros, y su dedicación a la expresión cinematográfica; Nichols escribiría, produciría y dirigiría 3 impetuosos, conflictivos y dialécticos films en la década de los 40:
“Goverment Girl” (1943), “Sister Kenny” (1946), y la minuciosa visualización de la tragedia clásica, adaptación indiscutible y controvertida para muchos críticos, bien que no menos modélica, de la obra de Eugene O'Neill:
Mourning Becomes Electra.
Un drama intenso, con caracterizaciones psicológicas muy poderosas; es la revisitación del mito de Electra y Edipo, trasladada a EEUU tras La Guerra Civil,  llenándola de frases realistas, dichas por actores muy teatrales.
Así tenemos a la madre, Christine Mannon, que se explora a sí misma.
Ahonda obcecadamente en los matices subjetivos que impulsan su moral, enfocándolos como una obsesa desde el punto de vista que ella considera más humano:
¡Amar!
Amar a Adam Brant.
En realidad, ella fermenta su ponzoña en otra capacidad igualmente sensitiva:
El odio hacia su esposo, Ezra Mannon.
Y en ese nuevo trastorno de sus emociones, trata de rehabilitarse como “ser humano”
Pero Christine se inocula a sí misma su veneno; deja de ser humana, ya que quien vive dedicado por entero al ego, se sitúa entre el impudor ético y su ilegitimidad por parte de otras voluntades, y su calidad de auténtico ser humano desaparece.
Mientras la hija, Lavinia Mannon, como la Electra del título, halla su oración fúnebre en el oculto secreto de su atracción no menos funesta por Brant, ahora amante de su propia madre.
Lavinia, no obstante, resolverá no alentar ese humillante sentimiento que una vez llegó a sentir por Adam Brant; y el resultado de esta apasionada introspección, la demoniza.
El vínculo afectivo, madre e hija, se tiende ahora como un cadáver a lo largo de su corazón.
Christine, aún se complace en la hermosura de la mujer que se cree amada.
La avidez acusatoria de Lavinia, remueve de nuevo la lanza del odio, después de haber sentido su terebrante ferocidad, hacia el esposo que regresa, y la hija que la condena.
Entonces Lavinia inicia denodadamente su ataque; mientras Ezra, enfermo, vive su último fracaso.
Christine y Brant, hijo despreciado de una antigua sirvienta de La Mansión Mannon, despedida por Ezra; se condenan a perseguir ese doloroso recuerdo a través de la venganza.
Pero alimentar la memoria, es sentirse poseído del probable espíritu trágico que la infecta.
Y he aquí el terrible presagio:
El resentimiento de Ezra es tan lúcido, como la maldad de Christine.
Pero al marido despechado, le traiciona el dolor de su fracaso amoroso.
Sólo puede tratar de hacerse perdonar, y esa es su tragedia.
La mujer que no ama, cubre la piedad con una lápida; administra su veneno en connivencia con el nuevo objeto de su amor.
La sombra de Lavinia, tras la muerte por envenenamiento de su padre, caerá sobre los amantes como un águila torva y rígida.
Hermética en su virtud, su conciencia reclama razones al espanto.
Será, a partir de entonces, la hija enlutada que contribuirá a aumentar el sentimiento de inseguridad en su abyecta madre.
Lavinia, ahora guardiana de su hermano Orin, que regresa del Frente y asiste al funeral paterno, deberá poner fin a las sonrisas de ternura que prodiga la adúltera al hijo huido.
Orin, no obstante, se complace, incestuoso, en ese gozo sin remordimiento que desnuda al hombre de sí mismo, convirtiéndolo de nuevo en niño, en claro Complejo de Edipo freudiano.
Y, dudando de las significaciones adversas expuestas por su hermana, y que han desencadenado aquella tragedia, se complace en recobrar, como un ahogo apasionado, el amor umbilical de esa madre que se finge huérfana de soledad, y desborda paradójicamente, sombría y vehemente, sus mieles, sobre el fondo ingenuo del ser a quien dio vida.
Pero Lavinia despertará a Orin de ese sueño incestuoso hacia la madre infiel.
La angustia voluptuosa que acomete al joven, le impide creer en esa tela de araña hecha de infidelidades por parte de Christine.
El amor de la adúltera por Adam Brant, sigue palpitando en la rigidez sofocante de una resolución:
La huida definitiva de ambos.
Lavinia invoca ante Orin, el elemento dominante de la sensualidad de Christine.
Su falsa ternura materna, vive enmascarada por la pasión más insensata.
El vínculo negro de su oculta proeza amorosa por Brant, la serena premeditación del asesinato consumado por ambos amantes en la persona de Ezra, progenitor de los 2 jóvenes, el incestuoso amor materno codiciado por Orin, y sin el cual, su voluntad de vivir se ve minada; es maraña atormentadora exhumada al fin ante los ojos incrédulos del joven, merced a las pruebas abrumadoras que Lavinia interpondrá a las fantasías engañosas que acosan a Orin.
No hay posibilidad de error.
De nuevo, la venganza se consumará a través del asesinato de Adam Brant a manos de Orin.
Christine, Orin, y Lavinia, expresan todos los matices del amor-pasión-odio.
Todos los deseos alimentados, irán gastándose como la mecha de una lámpara, en el suicidio de Christine.
La búsqueda de un nuevo equilibrio vivencial, la huida desesperada de ambos hermanos de su trágica realidad.
Pero a su regreso, los demonios familiares siguen vivos:
Los celos de Orin por el amor de Lavinia hacia Peter Niles, su antiguo pretendiente.
Los reproches hacia la falsa figura mítica y vengadora de la hermana.
El prisma envenenado del recuerdo, frente a frente con esa verdad desnuda que, no obstante, encubriera las naturalezas incestuosas de Lavinia hacia el amor paterno, y de Orin hacia el amor materno.
Y como respuesta a todo ello, de nuevo la memoria del horror, avaramente aferrada a esa trágica amargura que con tanta facilidad se adhiere a los mortales.
Orin, hallará su consuelo en el suicidio, y Lavinia en su soledad final.
La antigua Mansión de Ezra Mannon, encierra ya la sombra violácea, y fatídica del tiempo.
Siendo el jardinero, el único testigo fiel de una araña destinada a la negrura de su conciencia.
Mourning Becomes Electra, es ante todo una película de actores, todos ellos en grandes momentos de lucimiento, digno de aplausos, desenvueltos en una atmosfera malsana, opresora, llena de culpa.
Viviendo en una casa más parecida a un Panteón de cementerio, llena de misterios ocultos; y una muy buena dirección, teatral, pero con escenarios bien logrados, con esas pinturas que simbolizan el pasado, de cosas que nunca se dijeron.
Este es un film muy cercano a la realidad, sobre las pasiones más humanas, su conducta y consecuencias, que vale la pena ser revalorado.
Los perfiles míticos de Electra, jalonan aquí decisivamente una estudiada potenciación trágica, concediendo a la interpretación de esta eximia actriz, como lo es Rosalind Russell, un simbolismo intelectual de veracidad clásica que mantiene a todo lo largo del extenso metraje, con un estremecedor, para sus detractores, sobreactuado “crescendo” dramático.
La Russell, en contraste con sus actuaciones en inolvidables comedias de las décadas 30 y 40, ilustra ejemplarmente el conceptual dramatismo propuesto por el personaje de O'Neill:
Sus ademanes concienciadores de la preconizada tragedia en La Familia Mannon, se desbordan con exquisita minuciosidad en impetuosos conflictos dialécticos.
Y, magistralmente visualizados, arriban, además, por medio de su imponente elemento físico.
Imagen implacable la de Russell, que materializa el artificio teatralizante de su Lavinia/Electra, a través de una soberbia fusión visual, en el arte en la pantalla cinematográfica, con la concepción determinista de las mitologías panteístas del clasicismo griego.
Basta su encuadre para ver tragedia y teatro puro.
Mientras a la hora del balance, siempre importan los resultados.
El ingenio creador de este gran actor teatral llamado Michael Redgrave, se incorpora pues perfectamente a la tragedia coral impuesto por el drama familiar de O'Neill.
El patriarca de los actores del Clan Redgrave, implicándose de forma irreprochable en ese esquema determinista que ilustra la deshumanización infausta de la tragedia clásica, espolea con gran esplendidez su inquietante y exánime imagen, a través del horror íntimo que el pathos impone a su acomplejado Orestes.
Encaja con magnitud mítica y extraordinaria profundidad psicológica, su inequívoca dimensión incestuosa, que lo arrastrará a la ruina física y moral, desencadenante de su suicidio.
La aceptada impureza de la debilidad de Orin, surge a través de Redgrave como un sollozo, agilizado por diálogos terebrantes, que inaugura su presencia en la pantalla por entre los más convincentes derroteros.
Su presencia aquí, fue una de las más fieles y completas incorporaciones interpretativas al testimonial mundo de la tragedia moderna creado por Eugene O'Neill, y eso hay que aplaudirlo.
Katina Paxinou, en su alegato trágico, se encierra la desaforada sintaxis visual y necesaria que dé vida, utilizando sistemáticamente, a través de la dureza de su rostro, todos los recursos privativos que encubrir puede la más elemental de las alevosías; a una Clitemnestra capaz en consecuencia de desmenuzar todos los detalles expresivos que requiere la maldad.
La Paxinou, se convierte ante nuestros ojos, en una estremecedora advertencia a la tosquedad de los símbolos pervertidores de la contención interpretativa.
Katina Paxinou, fue un auténtico ariete mitificador de la teatralidad, necesario y eficaz, frente a las exigencias narrativamente retóricas que dieran lugar a su reputación de gran figurante, incluso refrendada con un Oscar, en cuantas películas intervino; pero es también capaz de evocar un fatalismo necesario que describa, mediante la culminación emocional que conlleva la acción, una sordidez con evidente carga folletinesca, pero imprescindible que la cámara pueda transportar desde el proscenio al repertorio cinematográfico, creando así, lo que tantas veces se designaría como “lenguaje de ilimitada intención dramática”, imperioso en los clichés que textualizan las grandes letras de la tragedia.
Muy curiosamente, la actriz griega, hizo su debut en Estados Unidos en 1931, interpretando precisamente a Clitemnestra, en una producción de Broadway de la tragedia de Esquilo, “Electra”
Por su parte, Raymond Massey es poseedor de un patrimonio de un clasicismo cinematográfico hollywoodense, basado en una sobriedad interpretativa, capaz de componer con apabullante convicción, las más elogiables sutilezas de los conflictos psicológicos.
Pasiones y sentimientos, recorrieron sus trayectorias vivenciales a través de tan ponderada capacidad asimilativa como las que enmarcaron los ingratos caracteres de cuantos personajes interpretó, revalidados por su alta silueta cenceña, de porte contundente y rígido, aristocrático hasta más no poder, y su rostro inquietante y atractivo.
Emociones sutilmente abordadas, como si se erigieran en espías de un controvertido y sugerente intimismo intolerante, trágico, desesperado, en infinidad de ocasiones atormentados por una búsqueda imposible de la felicidad en el amor, como su Ezra/Agamenón, brillantemente mostrado en Mourning Becomes Electra.
Un dato del reparto, aunque catalogado 9º en los créditos, la actriz Sara Allgood, sólo aparece en una escena, como la casera de Adam Brant en la ciudad de New York, y no tiene una sola línea de diálogo; de hecho, a ella sólo se le ve subir las escaleras en una sola toma que dura menos de 10 segundos.
¿Cuánto habrá cobrado?
En definitiva, Mourning Becomes Electra analiza los sentimientos cuando éstos se fundan en relaciones ambiguamente comprometidas por preferencias y repulsiones familiares, llámese esposos, hijos, hermanos; que parecen atenazadas al mismo tiempo por vertiginosas incertidumbres a las que siempre atribuimos esa trama emocional conocida por “amor”
Un amor derivado de impulsos un tanto ajenos a la naturaleza auténtica que los seres humanos le adjudicamos, es como penetrar en atardeceres moribundos y sofocantes, en los que nos sentimos devorados por cuantos fragmentarios agravios forman las siempre inexplicables servidumbres que nos ofrendan los desnudos latidos de esas mismas angustias afectivas.
Y es que a la anómala congoja de la afección, no parece importarle demasiado andar quejumbrosa de sí misma, desarrollándose en una herida que jamás cicatrizará, y que únicamente sanará en la palidez siniestra del luto.
“You said they had found the secret of happiness because they had never heard that love can be a sin”
En psicología, “el complejo” es un conjunto de sentimientos inconscientes, adquiridos por experiencias vividas en la infancia, que influyen sobre la personalidad.
Sigmund Freud pensaba que dependiendo de cómo controlemos nuestros impulsos sexuales en la infancia, cuán reprimidos se vean, podemos tener o no problemas psicológicos en la etapa adulta.
Así, para el psicoanálisis inicial, El Complejo de Electra no solamente existiría, sino que sería la primera causa de muchos males aparentemente inexplicables de la etapa adulta.
Cuando el psicólogo Carl Gustav Jung se centró en El Complejo de Edipo para descubrir su variante hacia hija/padre, tuvo que trasladarse a la mitología griega para buscar respuestas, y darle un nombre que fuese fiel a su definición.
Haciéndolo, descubrió la historia de Electra.
El Complejo de Electra, propuesto por Jung en 1912, designa la contrapartida femenina del Complejo de Edipo; y consiste en una atracción afectiva de la niña en la figura del padre; y es un concepto psicológico, que procura explicar la maduración de la mujer.
¿Cuál es la mayor diferencia entre El Complejo de Electra y el de Edipo?
Que los niños que sufren El Complejo de Edipo, temen al padre, pues lo ven como alguien superior a ellos.
Por eso, intentarían esconder el deseo que sienten hacia su madre, ya que no quieren ser descubiertos.
No ocurre lo mismo con las niñas, que rivalizarían claramente con sus madres, y no temerían enfrentarse a ellas.
Según Jung, El Complejo de Electra es algo muy común a todas las niñas en algún momento de la infancia, aunque en algunas ocasiones va más allá.
La fijación afectiva o enamoramiento hacia el padre, puede generar una situación de rivalidad con la madre.
Se supone que es una dinámica normal en el desarrollo de las pequeñas, que puede observarse a partir de los 3 años, y que en un plazo de 2 años, suele resolverse de forma natural.
Al contrario que en los niños, esta circunstancia es menos clara, y pasa más inadvertida, puesto que las niñas tienen un vínculo muy estrecho con las madres, lo que les dificulta mantener la competitividad con esta.
En las manifestaciones mejor resueltas, se produce una predilección de la niña hacia su progenitor.
Sin embargo, en los casos patológicos, se puede producir lo contrario:
Que la niña rechace al padre, al sentirse defraudada por haberla rechazado.
Este complejo, pertenece al origen del psicoanálisis, y actualmente tiene una relevancia clínica insuficiente para entenderlo con la importancia que ha tenido en la teoría psicoanalítica inicial.
No obstante, forma parte de esa revolución que propuso el psicoanálisis, resaltando la importancia de la sexualidad infantil y, lo que es más importante, la trascendencia de los vínculos de apego que se forman a edades tempranas.
Todos estamos condenados a amar.

“He made me feel for the first time in my life that everything about love could be sweet and natural...
I have a right to love!”



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