The Candidate
“Too Handsome.
Too Young.
Too Liberal.
Doesn't have a chance.
He's Perfect!”
Decía Adolf Hitler en su libro “Mein Kampf” (1925):
“Toda la propaganda, ha de ser popular, y tiene que acomodarse a la comprensión de los individuos menos inteligentes, entre aquellos a quienes se intenta alcanzar”
La política moderna, se reduce a eslóganes simplones, colorines, luces y gestos.
Es puro espectáculo, simple “marketing”
Las ideas vienen después, si es que vienen, porque lo más normal, es que ni haya “ideas”, pues hay más improvisación que planificación.
Lo ideal es que prime, ante todo, El Programa; es decir el proyecto, el planteamiento de soluciones a los conflictos y problemas sociales de toda índole, que es lo que importa.
Pero lo ideal, no siempre se plasma en la realidad.
1972, fue un año dramático para la política estadounidense:
Richard Nixon rechazó enviar a La Guerra de Vietnam a nuevos reclutas, y optó por la estrategia de que los militares ya posicionados en el país, entrenaran y armaran a los soldados del bando del sur, siendo así la primera guerra subsidiaria emprendida por el gobierno de EEUU; la última conocida, es la denominada “Primavera Árabe”, cuyas consecuencias seguimos sufriendo.
La opinión pública, era consciente de los efectos trágicos que esta guerra había provocado en tanto militar como humanitariamente, por lo que la credibilidad gubernamental estaba por los suelos.
Por otra parte, El Congreso votó a favor de que La Enmienda de Igualdad de Derechos, que mejoraría la situación legal de la mujer, fuese incluida en La Constitución, lo que provocó un esperado y sonoro berrinche entre los grupos conservadores, gracias a cuyo empeño, la propuesta nunca ha llegado a ratificarse.
En cuanto al sempiterno problema racial, seguía en liza la persecución de las fuerzas de seguridad del estado hacia los grupos de reivindicación afroamericana, con Los Panteras Negras y Angela Davis a la cabeza.
Así, cada elección presidencial en los Estados Unidos, mantiene en vilo a gran parte del mundo.
No es que seamos fanáticos de la política internacional, sino que sabemos que sus decisiones, no solo repercutirán en las 50 estrellitas de su bandera.
Ya lo sabemos, dependiendo de quién sea el ganador en EEUU, las medidas económicas y sociales, repercutirán en gran parte del mundo.
El reflejo de las campañas electorales, en general, siempre ha tenido un hueco a lo largo de la historia del cine de Hollywood.
La mecánica de las elecciones, las corruptelas del sistema democrático, la ambición personal de los líderes, y sobre todo, la pérdida de la inocencia de los ideales que mueven a la participación en el mundo de la política, se hacen patentes en obras de muy diferente significado.
¿Cuántos candidatos hoy tienen vocación política, y cuántos impone el “establishment”?
“Nothing matters more than winning.
Not even what you believe in”
The Candidate es un drama del año 1972, dirigido por Michael Ritchie.
Protagonizado por Robert Redford, Peter Boyle, Melvyn Douglas, Don Porter, Allen Garfield, Karen Carlson, Quinn Redeker, Morgan Upton, Michael Lerner, Kenneth Tobey, Natalie Wood, Chris Prey, Joe Miksak, Jenny Sullivan, Tom Dahlgren, Gerald Hiken, Leslie Allen, Mike Barnicle, Broderick Crawford, entre otros.
El guión es de Jeremy Larner.
Un guión velocísimo y elíptico que, con muy breves y certeros trazos, nos informa de las estrategias de la campaña política en EEUU, de la relación del protagonista con su mujer, su padre, sus colaboradores, sus antiguos colegas…
Como dato, Jeremy Larner, solía escribir discursos políticos para el candidato presidencial de 1968, Eugene Joseph “Gene” McCarthy.
Después, Larner escribió un libro, “Nobody Knows”, sobre sus viajes con la Campaña McCarthy, y la mayor parte de ella, fue serializada en Harpers Magazine, en abril y mayo de 1969.
Este libro tuvo buenas críticas, y fue ampliamente leído por muchos de los que participaron en la campaña, y se preguntaron:
¿Qué pasó con McCarthy después del asesinato de Robert Kennedy?
Algunos políticos, como Dan Quayle, no parecían darse cuenta de que la película era irónica...
Quayle, habló frecuentemente de, cómo la película lo había inspirado, provocando que Larner, durante las elecciones de 1988, escribiera una nota para The New York Times, diciendo:
“Sr. Quayle, esta es una película de vigilancia.
Y usted es quien debe ser vigilando”
Durante este tiempo, Larner ocasionalmente escribió discursos para políticos, como Bill Bradley, cuando dio su posición básica sobre Israel, o estrellas como Robert Redford, cuando habló en nombre del ambientalismo.
De hecho, The Candidate está considerada una iniciativa personal de Robert Redford, actor durante toda su vida que se ha involucrado en diferentes causas políticas, y ha apoyado diversas candidaturas de ambos bandos del estrecho espectro político estadounidense; y partía de la idea de construir una trama alrededor de un hombre honesto, que se vende al circo de la política.
Su primer contacto fue con Michael Ritchie, quien ya le había dirigido en su ópera prima, “Downhill Racer” (1969)
Entre los 2, convencieron al escritor Jeremy Larner, para que les escribiese el guión.
Estos contactos, no eran cuestiones de casualidad o amistad, puesto que el director había colaborado en la campaña del Senador John V. Tunney, en 1970, y el guionista había sido secretario de prensa del candidato presidencial, Eugene McCarthy.
Basándose en sus experiencias respectivas, y fijando como objetivo, el deseo inicial de Redford, que además cofinanció la cinta, el trío escribió el guión definitivo en 1971, año en el que también se comenzó el rodaje.
Según Larner:
“Warner Bros., no habría financiado la película, no estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de Redford, y aunque no quería el crédito, fue un productor muy concienzudo de principio a fin, y la película sin duda refleja su personalidad”
Nominada a mejor sonido, The Candidate ganó un Premio Oscar al Mejor Guión Original, arrebatándoselo a “The Godfather”, nada menos.
Rodada en 41 días, el marco histórico de referencia inicia cuando Richard Nixon, en el año 1972, está en camino de ser reelegido; mientras otro candidato está empezando a aprender la verdad sobre el mundo de la política, cuando los temas del aborto, la guerra, la contaminación, la seguridad y las oportunidades de empleo, ocupan la agenda nacional.
Bill McKay (Robert Redford), es un hombre joven, guapo, abogado e idealista, que se permite decir lo que piensa, ya que sabe que no tiene ninguna oportunidad de ser elegido.
Destacado como abogado defensor de los derechos laborales y ecológicos, Bill McKay y su forma de hacer política, es la que denominan “a pie de calle”
El jefe de campaña demócrata, Marvin Lucas (Peter Boyle), quiere aprovecharse de la juventud y reputación de McKay, para derrotar de una vez al Senador Republicano, Crocker Jarmon (Don Porter), por lo que le ofrece presentarse como candidato por su partido.
McKay, ve en la proposición de Lucas, una oportunidad para publicitar sus ideales, y acepta bajo la premisa de que perderá las elecciones…
A partir de aquí, la trama hace un seguimiento interno de la evolución de su campaña electoral, durante la cual, el protagonista y los espectadores, comprobamos que la política institucionalizada, poco tiene que ver con la política en sí.
A la vez que Bill aprende a ver que, en política, todo está permitido.
Así, The Candidate trata de mostrar las maquinaciones y las numerosas manipulaciones de las campañas políticas, sin descuidar ningún detalle, desde el punto de vista del joven carismático e idealista, Bill; quien en su camino a la cima de la popularidad, tendrá que emplear diversos métodos, no todos ellos correctos éticamente, ya que persiguen una meta muy clara.
Al fin y al cabo, nada importa:
Sólo el poder, es lo que cuenta.
Además, vemos todos los trasfondos partidarios, y los continuos cambios de discursos, con tal de convencer a los votantes.
The Candidate nos da una visión pesimista de la política, donde queda patente que el mayor valor para garantizar el triunfo político, reside en el despliegue electoral basado en la maquinaria de los partidos, aparato interno, como asesores de campaña, financiación, relaciones y pactos con agentes influyentes; y el juego con la imagen, en los medios de comunicación, “marketing”, etc.
Y es también una veraz radiografía sobre la campaña política de un joven candidato demócrata al Senado de los EEUU, por el estado de California, en la que se muestra sin componendas, la trastienda electoral, los preparativos y las artimañas que ponen en marcha los responsables de comunicación de los partidos para captar votantes.
“I don't think we have shit in common”
The Candidate, pertenece a la política previa al Caso Watergate; pues se estrenaría el 26 de junio de 1972; 3 días antes que estallara el escándalo.
La política, jamás volvería a ser vista con los mismos ojos por la ciudadanía estadounidense; por tanto, los mensajes políticos también cambiaron.
No obstante, The Candidate fue capaz de sobrevivir al golpe, porque, aunque caricaturiza el contexto de La Era pre-Watergate, que quedó obsoleto en el mismo estreno del filme, los mecanismos comunicativos que retrata, no han cambiado hasta el día de hoy.
Aunque el nombre de Michael Ritchie no suele asociarse a la denominada generación de la televisión, concepto en el que se encuadra a la serie de realizadores que, procedentes del mundo de la pequeña pantalla dieron el salto al cine, como Lumet, Penn, Frankenheimer, etc., su perfil coincide con ese retrato generacional.
Con The Candidate, tiene la virtud de recoger la actualidad del mundo de las campañas en los años 70, cuando la influencia de la televisión y la publicidad, el “marketing” político, ya es uno de los principales elementos para alcanzar el triunfo en esta clase de contiendas; por ello, el filme tiene su origen en “vísperas de las elecciones presidenciales de 1968”
Entonces, Robert Redford estaba viendo la televisión.
Los 2 candidatos, Richard Nixon y Hubert Humphrey, utilizaban mensajes en el último minuto, para dar a sus candidaturas, el impulso definitivo.
A medida que Redford iba cambiando los canales, se sentía más aterrado:
“Lo que vi me asustó.
Era asombroso.
Resultaba todo muy falso, y sin embargo, la gente se lo estaba tragando”, recuerda.
Por lo que Redford propuso el proyecto a diferentes estudios, que no mostraron excesivo interés, hasta que Dick Zanuck, hijo de Darryl F. Zanuck, el fundador de la 20th Century Fox, que en esos momentos se encontraba trabajando en Warner Bros., aceptó hacerse cargo de la producción.
Desde el principio, se quiso que el filme reflejara fielmente el desarrollo de las campañas, y por ello se contrató como guionista a Jeremy Larner, que tenía experiencia en la elaboración de discursos para El Senador Eugene McCarthy.
El guión de Larner, y la realización de Ritchie, en un deseo de aproximarse fielmente a la realidad, implican un planteamiento que empapa todo el filme de un aire documental.
La cámara, sigue muy de cerca al candidato en su trayectoria política, desde el comienzo “virginal”, en la búsqueda de mensajes, preparación de su imagen, adaptación a los formatos publicitarios, etc., pasando por todas las dificultades, como la desproporción entre ambos candidatos, la inexperiencia, la rebeldía de McKay… hasta llegar al afianzamiento de la candidatura, con la “pérdida de la inocencia”, conocimiento de las cloacas del sistema, cesión de los planteamientos iniciales, etc.
El formato del filme, se adapta a este postulado a través de la fotografía, y el uso de los recursos cinematográficos que se fusionan con el lenguaje televisivo, por ejemplo:
El teleobjetivo, zoom, movimientos de cámara, etc., para conferir una apariencia documental, que se acrecienta con la inserción de las imágenes de las campañas publicitarias de los candidatos, con filmaciones, spots, las entrevistas y los debates en televisión.
La presencia de elementos reales en la ficción, como son el diálogo entre el candidato y la actriz Natalie Wood, o algunos planos filmados ante el público en la calle, como si Redford fuera un candidato real, remarcan la tesis del filme.
Esta miscelánea, entre ficción y realidad, hay que enmarcarla en el contexto político de EEUU, pues The Candidate se estrenó unos meses antes de las elecciones presidenciales del año 1972, en la que resultaría elegido Richard Nixon, en un momento en que, además del conflicto de Vietnam, el país se debatía entre el modelo gubernamental que debía afrontar los retos de la nueva década tras los cambios sociales vividos a finales de los 60.
Así las cosas, The Candidate comienza con el reconocimiento de un fracaso.
El candidato demócrata, se presenta en la noche electoral ante sus seguidores, para anunciar la derrota en las urnas frente a su opositor, El Senador Crocker Jarmon.
A pesar de la multitud que le rodea, sentimos la soledad del perdedor, y el abandono de su equipo de campaña que, sabedor de la decepción sufrida, emprende la huida.
El candidato republicano, Crocker Jarmon, es un hombre conservador, de estilos y formas muy políticas, que goza de los beneficios de ser el candidato del sistema:
Muchos apoyos y recursos por parte del gobierno... y una actitud de indestructible ante su rival.
A diferencia de Bill McKay, quien viste chamarra de cuero, pantalones de mezclilla acampanados, largas y tupidas patillas, y un cabello desaliñado.
Estos profesionales del “marketing” político, encarnados en el director de campaña, Melvin Lucas, y sus ayudantes, comienzan la búsqueda de un posible candidato, que sea capaz de hacer frente a ese Senador mayor y experimentado en el mundo de la política, que derrota elección tras elección a sus rivales.
Esta búsqueda recae en el abogado Bill McKay, hijo de un antiguo senador demócrata, sin experiencia en la política, pero con toda su inocencia e idealismo listo para ser modelado en aras de una futura carrera en El Senado.
Atractivo, con una imagen limpia, alejada del profesionalismo político, y partidario de decir lo que piensa, se convierte en el candidato ideal, pues las expectativas iniciales de ganar son mínimas, por lo que parten sin ningún tipo de presión.
Ahora bien, este acercamiento a la realidad que se desprende del análisis formal del filme, queda matizado por el tono irónico que preside el relato.
Este tono irónico, se muestra en los diversos carteles o pósteres del filme, donde se juega con la imagen satírica de Robert Redford, la más difundida, muestra al candidato haciendo una bola de chicle, con la bandera estadounidense de fondo.
Bill acepta el reto, con la condición de actuar con independencia, y no deja de parecer una representación satírica de las bondades de un sistema que considera que, cualquiera puede llegar y triunfar si se lo propone.
Lanzado bajo la etiqueta de “perdedor” conforme, el candidato se va afianzando, y se produce un efecto contradictorio, pues el camino hacia el triunfo, supone la pérdida de los ideales.
La moraleja es que, para conseguir el éxito, es necesario dejar en el camino los valores morales que guiaban su actuación inicial.
Cuanto más independiente parece mostrarse Bill McKay, más se va enfangando en todo aquello que rechazaba.
Bajo una campaña fresca, y con apariencia de renovación, el candidato tendrá que aceptar la ayuda de su padre, con el objetivo de reforzar su imagen frente a las críticas; la libertad para poner sobre la mesa los temas que le interesan, como la protección del medio ambiente, la política sanitaria o la educación, va desapareciendo en aras de conseguir arañar unas décimas favorables en los sondeos; y finalmente, su candidatura independiente, necesitará contar con el apoyo del sindicato mayoritario, en un forzado pacto.
La cesión, afectará tanto a la parte como profesional como la personal, con el obligado reencuentro con su padre, o el engaño a su mujer, sutilmente indicado en la escena en que la joven seguidora abandona la habitación del candidato, y avanza por el pasillo del hotel…
Esta deriva en la que entra la carrera de Bill, conduce a situaciones cómicas, como la escena en la que repite su discurso de una manera impostada en la parte posterior del asiento del coche, o la imposibilidad de realizar la grabación televisiva, por su ataque de risa ante la hilaridad que le producen sus propias palabras.
Comicidad que se extiende a la descripción minuciosa de toda la parafernalia que rodea un proceso de este tipo:
Las animadoras que presiden sus actos, los discursos cada vez más repetitivos frente a cualquier clase de público, los consejos y dictados de los asesores que intentan minimizar el riesgo, y no abandonar el sendero trazado; o los pactos y compromisos asumidos para afianzar la campaña, etc.
El tramo final, destila un tono más amargo, conforme asumimos que la vorágine electoral ha engullido al protagonista.
El triunfo electoral de Bill McKay, inesperado cuando comenzó su carrera política, supone para él, una derrota.
Frente a la alegría de sus seguidores que celebran con toda la parafernalia festiva, el éxito de su candidato, éste se encierra en el cuarto del hotel, con su asesor, para preguntarle:
¿Qué van a hacer ahora?
La visita del padre que le felicita por su triunfo, y le indica que ya es un político, no hace más que empeorar la situación, pues certifica su adscripción a la clase política de la que renegaba al principio.
La película concluye mostrando el vacío personal al que se enfrentan los políticos en ciertos momentos de su carrera; al tiempo que evidencia que todo ha sido fruto de una campaña mediática, en la que ha abandonado gran parte de lo que él era y defendía; y funciona con una estructura circular:
Se abre con la jornada electoral que supone la derrota del candidato demócrata, y se cierra con otra jornada, que esta vez supone un éxito para el partido, para los asesores, para los seguidores, pero que deja sumido al ganador en un mar de dudas, reproduciendo casi el mismo lenguaje corporal del derrotado que habíamos visto al principio.
The Candidate, es todo un clásico del cine político, puesto que narra varios aspectos dramáticos, como:
El candidato progresista, que poco a poco va perdiendo su identidad hasta volverse una marioneta del sistema.
El modelo electoral estadounidense, donde las campañas, con su estricto control sobre lo que hay que decir, terminan por separar lo que se dice, con lo que se hace, la imagen con la realidad, lo que terminará por generar un masivo descontento del electorado, que estallará tarde que temprano, como sucedió en las últimas elecciones estadounidense.
La hipocresía y la excesiva mercantilización de la política, a un punto tal, que el discurso político se limita al mercadeo, por lo que elegir un candidato es como lo dice el filme:
“Escoger entre las diferentes marcas de champú”
Además de mostrar esa paulatina transformación de un joven con ideales, que hace campaña convencido que perderá, lo que le da libertad para decir lo que quiera, en un político buscador de votos, y con un lenguaje aséptico, que le permite ganar elecciones.
También refleja la incesante velocidad y estrés de una campaña…
El director supo expresar con todo lujo, incluso con la música y el sonido incidentales, muy bien esos ambientes incesantes y frenéticos de una campaña, que hoy día será algo peor con los celulares y la tecnología.
Entonces, estamos ante una cinta de inigualable valor para un foro de filosofía política, pues con base en ella, se puede extraer importantes conclusiones sobre el valor de la democracia estadounidense, o cualquiera, marcado por su individualismo-historicismo; el sistema electoral, con sus excesivas campañas que se exportan a América Latina; las relaciones entre la moral pública y la ética privada, la disociación entre lo que se dice y lo que se hace, el gobierno de los “mass media” en las elecciones, y la lucha sin reglas entre campañas, en una atmósfera darwiniana.
El proceso electoral al que asistimos aquí, es un concurso de popularidad:
Jarmon, senador titular, es la estrella del espectáculo.
Su discurso de marcada ideología liberal, asoma a cuentagotas entre eslóganes genéricos, exageraciones.
Para él, un estado intervencionista, es comparable al “Gran Hermano” de Orwell; y ataques a la juventud de McKay.
¿Alguien dijo Donald Trump?
Cuando posteriormente, McKay le gana terreno en las encuestas, echa mano a las falacias clásicas, y acusa a su contrincante, de colaborar con los delincuentes.
Pero, aún tornándose violento su discurso, nunca se aleja de lo superficial.
Las elecciones, son una competición, y Estados Unidos es un país que rinde culto a la victoria, y más concretamente, a la figura del héroe vencedor.
Por ello, el equipo de McKay, que debe conseguir la victoria sobre Jarmon, rebaja paulatinamente el alegato social de su aspirante, y lo sustituye por propaganda.
La consecuencia es que su discurso acaba por ser indiferenciable del de Jarmon.
La deriva lleva a un punto donde ya no nos encontramos ante 2 ideologías, ni siquiera ante 2 personas, sino ante 2 productos de consumo de masas.
The Candidate, primero critica la propaganda como activo deshumanizador:
No se puede emprender la propaganda, sin destruir los propios principios.
Después, como antítesis de la comunicación:
Los mensajes emitidos por los equipos de los candidatos, son engaños conscientes y libres de réplica, pero el votante los prefiere a los que mantienen una ideología y ni siquiera los replica.
Por último, la ataca como elemento antidemocrático:
La propaganda oculta al votante, las intenciones de los candidatos y las gestiones de los gobernantes.
El idealismo de los, por entonces recientes años 60, aquí es agredido salvajemente.
Las buenas intenciones, y los actos y mensajes concienciados, no sirven para nada.
Lo que hacen llegar al ciudadano, no es política, y la política real, es una cuestión más próxima a manejar un tráfico de influencias, que a mejorar la vida del ciudadano.
La sensación final, es que la política queda reducida a un gran juego, nunca mejor dicho, del que participan los ciudadanos, pero de una manera secundaria, movidos como peones.
En cierto modo, es como el candidato, protagonista de las elecciones, pero siempre secundado por Melvin.
En mítines, encuentros y reuniones, Melvin va tejiendo la estrategia que guía a McKay hacia el triunfo; siempre en segundo plano, oculto tras su barba y sus gafas; es en realidad, el elemento tractor para posicionar a su hombre en el mundo de la política.
The Candidate, muestra la corrupción de un sistema capaz de regenerarse para perpetuarse.
El republicano conservador, pierde su elección tras muchos años de victoria, en aras de un recambio joven con nuevas ideas y propuestas, aunque en el fondo sabemos que ese nuevo personaje, pronto tendrá los defectos de esa nobleza política que se mueve por los despachos de los gobiernos.
En el fondo se desprende, que el joven triunfador que en la soledad de la habitación de su hotel pregunta:
“¿Qué hacemos ahora?”, después de unos años, se convertirá en todo aquello contra lo que pretendía luchar.
Bill McKay, será una continuación de su padre, un padre al que no quería taxativamente en su campaña, porque pretendía distinguirse de una clase política enquistada, y de la que él parece ya formar parte.
The Candidate destaca la relevancia de la imagen y, más concretamente, de los medios de comunicación en el proceso propagandístico.
McKay, no tiene ningún consultor diplomático, pero va siempre rodeado por una jauría de asesores que controlan cada movimiento, y cada palabra que sale de su boca.
El más inquietante, es Howard Klein (Allen Garfield), obsesivo responsable de cada anuncio y cada aparición televisiva de McKay.
Klein, es un embaucador audiovisual, que representa como nadie, estos mecanismos que se critican:
En los anuncios que edita para McKay, elimina todo rastro ideológico, y lo sustituye por imágenes y afirmaciones genéricas.
La televisión aparece como la meca de la propaganda política.
En una secuencia paradigmática, el séquito cancela los planes de un día de campaña, porque se ha declarado un incendio:
“Hay fuego en Malibú…
¡Es perfecto!”
Y allá que van para comparecer brevemente ante las cámaras y, una vez habiendo figurado, dejar de lado la catástrofe, y seguir la ruta.
Poco después, el equipo proporciona a McKay, un ridículo bocadillo que será su menú de mediodía...
Esta desatención obvia, indica que McKay es para su séquito, un mero peón, una máscara a través de la cual, organizar una campaña política a conveniencia del partido.
Más allá del poder cultural de la propaganda, de The Candidate se destilan otras observaciones sobre la política estadounidense, como:
El patente disgusto por el culto a la fama.
McKay se rodea de militantes “groupies”, a falta de mejor apelativo, con las que acaba engañando a su esposa.
Ésta, interpretada por Karen Carlson, tiene asumido que su matrimonio está secretamente destrozado, pero lo acepta como un peaje de la fama.
Al fin y al cabo, junto con Lucas, fue la que más insistió a su marido, para que aceptase emprender una carrera política.
Sobre el tema racial, se pasa de puntillas...
En la única escena que se le dedica, más allá de dejar claro el poco entendimiento entre blancos y negros, que los niños negros abandonen la cancha de baloncesto al ver las cámaras, es algo más que un “gag”, se pretende crear una separación entre la población negra que confía en la política, y la que desconfía.
El problema de esta narrativa, es que viene acompañada de una caracterización de personajes que raya el racismo.
El hombre negro que parece burlarse de McKay, es un individuo de actitud excéntrica, con el único interés de incordiar.
Por el contrario, el adepto al candidato, refleja una pose sobria y noble, y una mirada de reproche a su vecino.
Es una visión condescendiente, cuando no despectiva, de la comunidad negra que, con razón, recela de una clase política casi absolutamente blanca.
De todas formas, hay que reiterar que The Candidate trata con indulgencia al electorado en su globalidad.
La disertación accidental, es que el votante no busca la política, no quiere escuchar medidas concretas que solucionen problemas.
Lo que decantará su voto, es la buena imagen, y un discurso populista, es decir, la propaganda.
Incluso ni se nos hace saber, por qué hay personajes aislados que increpan a McKay por él, al parecer, ominoso gobierno de su padre.
Sin dar a conocer las razones tras esos ataques, estos personajes, más que parecer ciudadanos corrientes, quedan como violentos desclasados.
Como si desconfiar de la política y, en este caso, del político “bueno”, fuese propio de lunáticos...
Por si fuera poco, la radiografía del proceso electoral que pretende el trío Redford–Ritchie–Larner queda tibia.
La injerencia de los lobbies, por desgracia, capital en cada emprendimiento político, queda poco menos que sugerida en una reunión con un turbio sindicalista.
Las grandes empresas, los bancos, las instituciones religiosas, los intereses geopolíticos, y ese largo etcétera que afectan las directrices de un partido, así como las decisiones de un gobierno, quedan fuera del retrato.
McKay, acaba siendo un senador electo, libre de compromisos corporativos, lo que destroza la narrativa de “hombre honesto que vende su alma”, que mantiene la película.
Los medios de comunicación, que en la vida real son empresas con intereses editoriales y partidistas, aparecen como meros y objetivos analistas.
Algo que además, es incoherente con el ataque frontal a la propaganda, cuyo canal de distribución son estos mismos medios.
Quizás habría que destacar, que Redford es, aparentemente, un defensor firme de la supuesta independencia de la prensa, a la que contribuyó a elogiar en la posterior “All The President's Men” (1976)
O que, en algunos casos, es incluso partícipe de la misma propaganda que critica, ya que Jimmy Carter aseguró, que el intérprete le instruyó en cómo actuar en los debates televisivos de la campaña que le hizo presidente en 1976.
En definitiva, el ataque a la propaganda, va en una dirección que desemboca directamente sobre el votante que acaba creyendo en un semidiós creado en los despachos por una serie de marionetistas.
De lo que viene antes de eso, de la intrusión del gran poder económico, no hay ni una palabra.
Del reparto, Robert Redford realiza aquí, una de sus mejores interpretaciones, y el hecho de que se encuentre en el zénit de su belleza física, beneficia a la película, en cuanto también nos habla del poder de la imagen en la política.
Le acompaña el siempre perfecto Peter Boyle que, en su papel caricaturesco de jefe de campaña es, como un vampiro, el gran demiurgo que mueve todos los hilos.
Como dato, los títulos de crédito, nos informan de muchos personajes y actores conocidos, básicamente periodistas, interpretándose a sí mismos, como Natalie Wood, en un cameo, después de haberse retirado del cine en 1970.
Groucho Marx, tiene un cameo sin acreditar, en lo que sería su última aparición en la pantalla.
Broderick Crawford, ganador del Oscar al Mejor Actor por “All The King's Men” (1949), hace de narrador, como Jarmon, sin acreditar.
El fotógrafo, Stanley Tretick, más conocido por sus fotos icónicas de John F. Kennedy con sus hijos en La Oficina Oval, aparece en las escenas caóticas, cuando McKay llega a su victoria, como parte de la multitud, aplastándolo a su alrededor.
Tretick, hizo fotografías promocionales para esta y otras películas de Robert Redford.
Como dato, el personaje de McKay, se basa en el senador estadounidense, John V. Tunney.
El director Michael Ritchie, trabajó para la campaña de Tunney, en las elecciones de senado de 1970.
En la campaña, el consejero de los medios de Tunney, había dado en el blanco, en el contraste con el opositor, George Lloyd Murphy.
Murphy, era bailarín, actor y político, que fue elegido 2 veces Presidente del Screen Actors Guild (SAG), entre 1944 y 1946.
También, fue vicepresidente de Desilu Studios, y de Technicolor Corporation; y además, fue director de entretenimiento en las tomas presidenciales de 1952, 1956, y 1960.
Murphy entró en política en 1953, como Presidente del Comité Central Estatal Californiano del Partido Republicano de los Estados Unidos.
En 1964, fue elegido para El Senado, derrotando a Pierre Salinger, anterior Secretario de Prensa de La Casa Blanca de John F. Kennedy.
El mandato de Murphy, abarcó desde el 1° de enero de 1965, al 3 de enero de 1971.
Tras presidir el National Republican Senatorial Committee, en 1968, el año en que Richard Nixon fue elegido Presidente, Murphy se presentó a la reelección, sin éxito, en 1970, siendo derrotado por El Congresista demócrata, John V. Tunney.
La campaña de Murphy, sufrió el revés, cuando se sometió a cirugía para el cáncer de garganta, debilitando su voz a un susurro.
Por lo que la campaña de Tunney utilizó su apariencia juvenil y su energía, para contrastar con el envejecimiento de Murphy.
Y se comparó descaradamente con Robert F. Kennedy, en gran parte a través de cortes de pelo y las poses, algo se repite en Bill McKay en The Candidate.
En última instancia, los californianos dividieron su voto en las elecciones de mediano plazo de 1970, con la reelección del gobernador republicano, Ronald Reagan, y la elección del demócrata Tunney, al Senado.
En The Candidate, la escena donde McKay es reprendido en un baño de hombres, se basa en un incidente que le sucedió al candidato presidencial, Eugene McCarthy.
Otro dato curioso, es que resultó grato ver una película realizada “a la antigua”, con esa edición de sonido que para nosotros nos suena tan pobre; sin los motivos efectistas e impactantes de los efectos especiales, con algunos rayones por aquí y por allá en la cinta, que el transfer a DVD no pudo ocultar.
Donde uno de los recursos más importantes era el manejo de los planos, los espacios, las dimensiones, etc.
Aún con 44 años a sus espaldas, las técnicas presentadas en The Candidate continúan vigentes hoy en día, y continuarán por muchos años más.
Siendo una pequeña obra de referencia del mejor cine del “Know How” político, en donde “nadie gobierna sin haber ganado las elecciones, por tanto, el primer paso es ganarlas”
Aquí veremos cómo.
“This thing you call politics?
Politics is bullshit”
La vida política, es compleja.
Es una red de intereses demasiado vasta, que no se puede analizar en términos taxativamente dicotómicos.
Pero es, comoquiera, un mundo sucio.
Abrir la veda a las iniquidades de baja estofa, puede dar pie a que las más grandes vayan entrando poco a poco.
Es una corrupción paulatina y gradual.
Lo de “cambiar el sistema desde dentro”, debe de ser una de las frases más viejas y menos cumplidas de cuantas existen.
Y siempre queda la pregunta:
¿Cómo debe ser el candidato político perfecto?
Esta es la pregunta que todavía deben estar formulándose en las sedes de aquellos partidos que aún no han designado a sus candidatos en cualquiera de las diferentes citas electorales con que nos encontramos en cada periodo.
A la búsqueda del candidato ideal, hay que sumar diversos factores:
Las diferencias de cada elección, la mala imagen que tiene la sociedad de los partidos, y los políticos mismos, acrecentada por los numerosos casos de corrupción política, institucional, financiera... diga usted…
O el contexto creado por la entrada de nuevas formaciones que amenazan el “statu quo”, son algunos de los factores que crean una ecuación de difícil solución.
Además, este último punto provoca un curioso fenómeno:
Por un lado, existe un hartazgo hacia una “vieja” forma de hacer política, y desideologización partidista; mientras por otro, se produce una repolitización de la sociedad.
Aunque no existe una fórmula mágica extrapolable a todas las contiendas electorales, sí que podemos trazar una serie de cualidades y aptitudes que no deben faltar en la construcción simbólica del candidato perfecto.
Superado el debate de si el buen político nace o se hace, ambas cosas, pues aunque un candidato posea una serie de cualidades innatas, necesita modelarlas con técnicas y destrezas, las investigaciones sobre las cualidades que los ciudadanos consideran más importantes desde hace medio siglo, coinciden en el siguiente perfil:
Honestidad, competencia, integridad, capacidad de liderazgo y energía.
Comunicar esas cualidades, significa demostrar carácter, credibilidad, basada en la honradez y la experiencia; y dinamismo, percepción del candidato como activo y positivo.
Pero también nos encontramos con otras actitudes para conectar con la gente, que son bien valoradas como:
La cercanía, la humildad, el sentido del humor, oratoria, hablar el lenguaje de los ciudadanos; la inteligencia emocional, y la capacidad de emocionar y empatizar, talento para ilusionar, motivar, saber escuchar, etcétera.
Igual que hay atributos racionales y emocionales, el candidato es la suma de sus cualidades profesionales, que afectan a su capacidad para ejercer un cargo:
¿Está preparado?
¿Tiene experiencia?
¿Cómo es su capacidad analítica?
¿Es buen gestor?
Como personales, que infieren su idoneidad para el mismo:
¿Puedo confiar en él?
Junto a estos atributos, hay otros que son propios de cada candidato, un valor que le diferencia del resto de adversarios:
Hombre/mujer hecho a sí mismo, empresario de éxito, amplia trayectoria en el activismo social...
Y construye su relato personal.
Luego está la cuestión de la imagen:
Un candidato, puede ganar votos gracias a su imagen o, al menos, intentar no perderlos, pero no se puede pretender aparentar lo que no se es.
La imagen, tiene que ser el reflejo de una persona, mantener coherencia con lo que decimos y hacemos, no un disfraz de “marketing” político.
Para rizar el rizo, el candidato no lo es todo.
También es fundamental su equipo, las personas de las que se rodea, que deben compartir los mismos atributos para que no se conviertan en el punto débil donde atacarle.
Como decíamos al principio, hay que saber leer el contexto electoral, y tener en cuenta los factores externos.
Podemos cumplir casi todos los requisitos, pero eso no nos garantiza tener el mejor candidato, ya que depende de la oferta electoral existente, según cómo sean el resto de oponentes, se valora más un perfil que otro; y del momento:
¿Es tiempo de cambio?
¿Se busca un gobernante con talante negociador, o la situación es propicia para un liderazgo fuerte?
Así, es fundamental que contemos con lo que parece una obviedad, pero no lo es tanto, puesto que hay que demostrarlo:
Las ganas de ganar, espíritu de conquista; y una estrategia que defina el escenario electoral, que dibuje la hoja de ruta que inclinará la balanza a su favor.
Por último, no debemos olvidar, que los candidatos no son dueños de cómo les perciben los ciudadanos y, en comunicación política, percepción es realidad, por lo que los esfuerzos deben ir encaminados a transmitir una imagen de la manera más fiel y coherente posible.
“What do we do now?”
Too Young.
Too Liberal.
Doesn't have a chance.
He's Perfect!”
Decía Adolf Hitler en su libro “Mein Kampf” (1925):
“Toda la propaganda, ha de ser popular, y tiene que acomodarse a la comprensión de los individuos menos inteligentes, entre aquellos a quienes se intenta alcanzar”
La política moderna, se reduce a eslóganes simplones, colorines, luces y gestos.
Es puro espectáculo, simple “marketing”
Las ideas vienen después, si es que vienen, porque lo más normal, es que ni haya “ideas”, pues hay más improvisación que planificación.
Lo ideal es que prime, ante todo, El Programa; es decir el proyecto, el planteamiento de soluciones a los conflictos y problemas sociales de toda índole, que es lo que importa.
Pero lo ideal, no siempre se plasma en la realidad.
1972, fue un año dramático para la política estadounidense:
Richard Nixon rechazó enviar a La Guerra de Vietnam a nuevos reclutas, y optó por la estrategia de que los militares ya posicionados en el país, entrenaran y armaran a los soldados del bando del sur, siendo así la primera guerra subsidiaria emprendida por el gobierno de EEUU; la última conocida, es la denominada “Primavera Árabe”, cuyas consecuencias seguimos sufriendo.
La opinión pública, era consciente de los efectos trágicos que esta guerra había provocado en tanto militar como humanitariamente, por lo que la credibilidad gubernamental estaba por los suelos.
Por otra parte, El Congreso votó a favor de que La Enmienda de Igualdad de Derechos, que mejoraría la situación legal de la mujer, fuese incluida en La Constitución, lo que provocó un esperado y sonoro berrinche entre los grupos conservadores, gracias a cuyo empeño, la propuesta nunca ha llegado a ratificarse.
En cuanto al sempiterno problema racial, seguía en liza la persecución de las fuerzas de seguridad del estado hacia los grupos de reivindicación afroamericana, con Los Panteras Negras y Angela Davis a la cabeza.
Así, cada elección presidencial en los Estados Unidos, mantiene en vilo a gran parte del mundo.
No es que seamos fanáticos de la política internacional, sino que sabemos que sus decisiones, no solo repercutirán en las 50 estrellitas de su bandera.
Ya lo sabemos, dependiendo de quién sea el ganador en EEUU, las medidas económicas y sociales, repercutirán en gran parte del mundo.
El reflejo de las campañas electorales, en general, siempre ha tenido un hueco a lo largo de la historia del cine de Hollywood.
La mecánica de las elecciones, las corruptelas del sistema democrático, la ambición personal de los líderes, y sobre todo, la pérdida de la inocencia de los ideales que mueven a la participación en el mundo de la política, se hacen patentes en obras de muy diferente significado.
¿Cuántos candidatos hoy tienen vocación política, y cuántos impone el “establishment”?
“Nothing matters more than winning.
Not even what you believe in”
The Candidate es un drama del año 1972, dirigido por Michael Ritchie.
Protagonizado por Robert Redford, Peter Boyle, Melvyn Douglas, Don Porter, Allen Garfield, Karen Carlson, Quinn Redeker, Morgan Upton, Michael Lerner, Kenneth Tobey, Natalie Wood, Chris Prey, Joe Miksak, Jenny Sullivan, Tom Dahlgren, Gerald Hiken, Leslie Allen, Mike Barnicle, Broderick Crawford, entre otros.
El guión es de Jeremy Larner.
Un guión velocísimo y elíptico que, con muy breves y certeros trazos, nos informa de las estrategias de la campaña política en EEUU, de la relación del protagonista con su mujer, su padre, sus colaboradores, sus antiguos colegas…
Como dato, Jeremy Larner, solía escribir discursos políticos para el candidato presidencial de 1968, Eugene Joseph “Gene” McCarthy.
Después, Larner escribió un libro, “Nobody Knows”, sobre sus viajes con la Campaña McCarthy, y la mayor parte de ella, fue serializada en Harpers Magazine, en abril y mayo de 1969.
Este libro tuvo buenas críticas, y fue ampliamente leído por muchos de los que participaron en la campaña, y se preguntaron:
¿Qué pasó con McCarthy después del asesinato de Robert Kennedy?
Algunos políticos, como Dan Quayle, no parecían darse cuenta de que la película era irónica...
Quayle, habló frecuentemente de, cómo la película lo había inspirado, provocando que Larner, durante las elecciones de 1988, escribiera una nota para The New York Times, diciendo:
“Sr. Quayle, esta es una película de vigilancia.
Y usted es quien debe ser vigilando”
Durante este tiempo, Larner ocasionalmente escribió discursos para políticos, como Bill Bradley, cuando dio su posición básica sobre Israel, o estrellas como Robert Redford, cuando habló en nombre del ambientalismo.
De hecho, The Candidate está considerada una iniciativa personal de Robert Redford, actor durante toda su vida que se ha involucrado en diferentes causas políticas, y ha apoyado diversas candidaturas de ambos bandos del estrecho espectro político estadounidense; y partía de la idea de construir una trama alrededor de un hombre honesto, que se vende al circo de la política.
Su primer contacto fue con Michael Ritchie, quien ya le había dirigido en su ópera prima, “Downhill Racer” (1969)
Entre los 2, convencieron al escritor Jeremy Larner, para que les escribiese el guión.
Estos contactos, no eran cuestiones de casualidad o amistad, puesto que el director había colaborado en la campaña del Senador John V. Tunney, en 1970, y el guionista había sido secretario de prensa del candidato presidencial, Eugene McCarthy.
Basándose en sus experiencias respectivas, y fijando como objetivo, el deseo inicial de Redford, que además cofinanció la cinta, el trío escribió el guión definitivo en 1971, año en el que también se comenzó el rodaje.
Según Larner:
“Warner Bros., no habría financiado la película, no estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de Redford, y aunque no quería el crédito, fue un productor muy concienzudo de principio a fin, y la película sin duda refleja su personalidad”
Nominada a mejor sonido, The Candidate ganó un Premio Oscar al Mejor Guión Original, arrebatándoselo a “The Godfather”, nada menos.
Rodada en 41 días, el marco histórico de referencia inicia cuando Richard Nixon, en el año 1972, está en camino de ser reelegido; mientras otro candidato está empezando a aprender la verdad sobre el mundo de la política, cuando los temas del aborto, la guerra, la contaminación, la seguridad y las oportunidades de empleo, ocupan la agenda nacional.
Bill McKay (Robert Redford), es un hombre joven, guapo, abogado e idealista, que se permite decir lo que piensa, ya que sabe que no tiene ninguna oportunidad de ser elegido.
Destacado como abogado defensor de los derechos laborales y ecológicos, Bill McKay y su forma de hacer política, es la que denominan “a pie de calle”
El jefe de campaña demócrata, Marvin Lucas (Peter Boyle), quiere aprovecharse de la juventud y reputación de McKay, para derrotar de una vez al Senador Republicano, Crocker Jarmon (Don Porter), por lo que le ofrece presentarse como candidato por su partido.
McKay, ve en la proposición de Lucas, una oportunidad para publicitar sus ideales, y acepta bajo la premisa de que perderá las elecciones…
A partir de aquí, la trama hace un seguimiento interno de la evolución de su campaña electoral, durante la cual, el protagonista y los espectadores, comprobamos que la política institucionalizada, poco tiene que ver con la política en sí.
A la vez que Bill aprende a ver que, en política, todo está permitido.
Así, The Candidate trata de mostrar las maquinaciones y las numerosas manipulaciones de las campañas políticas, sin descuidar ningún detalle, desde el punto de vista del joven carismático e idealista, Bill; quien en su camino a la cima de la popularidad, tendrá que emplear diversos métodos, no todos ellos correctos éticamente, ya que persiguen una meta muy clara.
Al fin y al cabo, nada importa:
Sólo el poder, es lo que cuenta.
Además, vemos todos los trasfondos partidarios, y los continuos cambios de discursos, con tal de convencer a los votantes.
The Candidate nos da una visión pesimista de la política, donde queda patente que el mayor valor para garantizar el triunfo político, reside en el despliegue electoral basado en la maquinaria de los partidos, aparato interno, como asesores de campaña, financiación, relaciones y pactos con agentes influyentes; y el juego con la imagen, en los medios de comunicación, “marketing”, etc.
Y es también una veraz radiografía sobre la campaña política de un joven candidato demócrata al Senado de los EEUU, por el estado de California, en la que se muestra sin componendas, la trastienda electoral, los preparativos y las artimañas que ponen en marcha los responsables de comunicación de los partidos para captar votantes.
“I don't think we have shit in common”
The Candidate, pertenece a la política previa al Caso Watergate; pues se estrenaría el 26 de junio de 1972; 3 días antes que estallara el escándalo.
La política, jamás volvería a ser vista con los mismos ojos por la ciudadanía estadounidense; por tanto, los mensajes políticos también cambiaron.
No obstante, The Candidate fue capaz de sobrevivir al golpe, porque, aunque caricaturiza el contexto de La Era pre-Watergate, que quedó obsoleto en el mismo estreno del filme, los mecanismos comunicativos que retrata, no han cambiado hasta el día de hoy.
Aunque el nombre de Michael Ritchie no suele asociarse a la denominada generación de la televisión, concepto en el que se encuadra a la serie de realizadores que, procedentes del mundo de la pequeña pantalla dieron el salto al cine, como Lumet, Penn, Frankenheimer, etc., su perfil coincide con ese retrato generacional.
Con The Candidate, tiene la virtud de recoger la actualidad del mundo de las campañas en los años 70, cuando la influencia de la televisión y la publicidad, el “marketing” político, ya es uno de los principales elementos para alcanzar el triunfo en esta clase de contiendas; por ello, el filme tiene su origen en “vísperas de las elecciones presidenciales de 1968”
Entonces, Robert Redford estaba viendo la televisión.
Los 2 candidatos, Richard Nixon y Hubert Humphrey, utilizaban mensajes en el último minuto, para dar a sus candidaturas, el impulso definitivo.
A medida que Redford iba cambiando los canales, se sentía más aterrado:
“Lo que vi me asustó.
Era asombroso.
Resultaba todo muy falso, y sin embargo, la gente se lo estaba tragando”, recuerda.
Por lo que Redford propuso el proyecto a diferentes estudios, que no mostraron excesivo interés, hasta que Dick Zanuck, hijo de Darryl F. Zanuck, el fundador de la 20th Century Fox, que en esos momentos se encontraba trabajando en Warner Bros., aceptó hacerse cargo de la producción.
Desde el principio, se quiso que el filme reflejara fielmente el desarrollo de las campañas, y por ello se contrató como guionista a Jeremy Larner, que tenía experiencia en la elaboración de discursos para El Senador Eugene McCarthy.
El guión de Larner, y la realización de Ritchie, en un deseo de aproximarse fielmente a la realidad, implican un planteamiento que empapa todo el filme de un aire documental.
La cámara, sigue muy de cerca al candidato en su trayectoria política, desde el comienzo “virginal”, en la búsqueda de mensajes, preparación de su imagen, adaptación a los formatos publicitarios, etc., pasando por todas las dificultades, como la desproporción entre ambos candidatos, la inexperiencia, la rebeldía de McKay… hasta llegar al afianzamiento de la candidatura, con la “pérdida de la inocencia”, conocimiento de las cloacas del sistema, cesión de los planteamientos iniciales, etc.
El formato del filme, se adapta a este postulado a través de la fotografía, y el uso de los recursos cinematográficos que se fusionan con el lenguaje televisivo, por ejemplo:
El teleobjetivo, zoom, movimientos de cámara, etc., para conferir una apariencia documental, que se acrecienta con la inserción de las imágenes de las campañas publicitarias de los candidatos, con filmaciones, spots, las entrevistas y los debates en televisión.
La presencia de elementos reales en la ficción, como son el diálogo entre el candidato y la actriz Natalie Wood, o algunos planos filmados ante el público en la calle, como si Redford fuera un candidato real, remarcan la tesis del filme.
Esta miscelánea, entre ficción y realidad, hay que enmarcarla en el contexto político de EEUU, pues The Candidate se estrenó unos meses antes de las elecciones presidenciales del año 1972, en la que resultaría elegido Richard Nixon, en un momento en que, además del conflicto de Vietnam, el país se debatía entre el modelo gubernamental que debía afrontar los retos de la nueva década tras los cambios sociales vividos a finales de los 60.
Así las cosas, The Candidate comienza con el reconocimiento de un fracaso.
El candidato demócrata, se presenta en la noche electoral ante sus seguidores, para anunciar la derrota en las urnas frente a su opositor, El Senador Crocker Jarmon.
A pesar de la multitud que le rodea, sentimos la soledad del perdedor, y el abandono de su equipo de campaña que, sabedor de la decepción sufrida, emprende la huida.
El candidato republicano, Crocker Jarmon, es un hombre conservador, de estilos y formas muy políticas, que goza de los beneficios de ser el candidato del sistema:
Muchos apoyos y recursos por parte del gobierno... y una actitud de indestructible ante su rival.
A diferencia de Bill McKay, quien viste chamarra de cuero, pantalones de mezclilla acampanados, largas y tupidas patillas, y un cabello desaliñado.
Estos profesionales del “marketing” político, encarnados en el director de campaña, Melvin Lucas, y sus ayudantes, comienzan la búsqueda de un posible candidato, que sea capaz de hacer frente a ese Senador mayor y experimentado en el mundo de la política, que derrota elección tras elección a sus rivales.
Esta búsqueda recae en el abogado Bill McKay, hijo de un antiguo senador demócrata, sin experiencia en la política, pero con toda su inocencia e idealismo listo para ser modelado en aras de una futura carrera en El Senado.
Atractivo, con una imagen limpia, alejada del profesionalismo político, y partidario de decir lo que piensa, se convierte en el candidato ideal, pues las expectativas iniciales de ganar son mínimas, por lo que parten sin ningún tipo de presión.
Ahora bien, este acercamiento a la realidad que se desprende del análisis formal del filme, queda matizado por el tono irónico que preside el relato.
Este tono irónico, se muestra en los diversos carteles o pósteres del filme, donde se juega con la imagen satírica de Robert Redford, la más difundida, muestra al candidato haciendo una bola de chicle, con la bandera estadounidense de fondo.
Bill acepta el reto, con la condición de actuar con independencia, y no deja de parecer una representación satírica de las bondades de un sistema que considera que, cualquiera puede llegar y triunfar si se lo propone.
Lanzado bajo la etiqueta de “perdedor” conforme, el candidato se va afianzando, y se produce un efecto contradictorio, pues el camino hacia el triunfo, supone la pérdida de los ideales.
La moraleja es que, para conseguir el éxito, es necesario dejar en el camino los valores morales que guiaban su actuación inicial.
Cuanto más independiente parece mostrarse Bill McKay, más se va enfangando en todo aquello que rechazaba.
Bajo una campaña fresca, y con apariencia de renovación, el candidato tendrá que aceptar la ayuda de su padre, con el objetivo de reforzar su imagen frente a las críticas; la libertad para poner sobre la mesa los temas que le interesan, como la protección del medio ambiente, la política sanitaria o la educación, va desapareciendo en aras de conseguir arañar unas décimas favorables en los sondeos; y finalmente, su candidatura independiente, necesitará contar con el apoyo del sindicato mayoritario, en un forzado pacto.
La cesión, afectará tanto a la parte como profesional como la personal, con el obligado reencuentro con su padre, o el engaño a su mujer, sutilmente indicado en la escena en que la joven seguidora abandona la habitación del candidato, y avanza por el pasillo del hotel…
Esta deriva en la que entra la carrera de Bill, conduce a situaciones cómicas, como la escena en la que repite su discurso de una manera impostada en la parte posterior del asiento del coche, o la imposibilidad de realizar la grabación televisiva, por su ataque de risa ante la hilaridad que le producen sus propias palabras.
Comicidad que se extiende a la descripción minuciosa de toda la parafernalia que rodea un proceso de este tipo:
Las animadoras que presiden sus actos, los discursos cada vez más repetitivos frente a cualquier clase de público, los consejos y dictados de los asesores que intentan minimizar el riesgo, y no abandonar el sendero trazado; o los pactos y compromisos asumidos para afianzar la campaña, etc.
El tramo final, destila un tono más amargo, conforme asumimos que la vorágine electoral ha engullido al protagonista.
El triunfo electoral de Bill McKay, inesperado cuando comenzó su carrera política, supone para él, una derrota.
Frente a la alegría de sus seguidores que celebran con toda la parafernalia festiva, el éxito de su candidato, éste se encierra en el cuarto del hotel, con su asesor, para preguntarle:
¿Qué van a hacer ahora?
La visita del padre que le felicita por su triunfo, y le indica que ya es un político, no hace más que empeorar la situación, pues certifica su adscripción a la clase política de la que renegaba al principio.
La película concluye mostrando el vacío personal al que se enfrentan los políticos en ciertos momentos de su carrera; al tiempo que evidencia que todo ha sido fruto de una campaña mediática, en la que ha abandonado gran parte de lo que él era y defendía; y funciona con una estructura circular:
Se abre con la jornada electoral que supone la derrota del candidato demócrata, y se cierra con otra jornada, que esta vez supone un éxito para el partido, para los asesores, para los seguidores, pero que deja sumido al ganador en un mar de dudas, reproduciendo casi el mismo lenguaje corporal del derrotado que habíamos visto al principio.
The Candidate, es todo un clásico del cine político, puesto que narra varios aspectos dramáticos, como:
El candidato progresista, que poco a poco va perdiendo su identidad hasta volverse una marioneta del sistema.
El modelo electoral estadounidense, donde las campañas, con su estricto control sobre lo que hay que decir, terminan por separar lo que se dice, con lo que se hace, la imagen con la realidad, lo que terminará por generar un masivo descontento del electorado, que estallará tarde que temprano, como sucedió en las últimas elecciones estadounidense.
La hipocresía y la excesiva mercantilización de la política, a un punto tal, que el discurso político se limita al mercadeo, por lo que elegir un candidato es como lo dice el filme:
“Escoger entre las diferentes marcas de champú”
Además de mostrar esa paulatina transformación de un joven con ideales, que hace campaña convencido que perderá, lo que le da libertad para decir lo que quiera, en un político buscador de votos, y con un lenguaje aséptico, que le permite ganar elecciones.
También refleja la incesante velocidad y estrés de una campaña…
El director supo expresar con todo lujo, incluso con la música y el sonido incidentales, muy bien esos ambientes incesantes y frenéticos de una campaña, que hoy día será algo peor con los celulares y la tecnología.
Entonces, estamos ante una cinta de inigualable valor para un foro de filosofía política, pues con base en ella, se puede extraer importantes conclusiones sobre el valor de la democracia estadounidense, o cualquiera, marcado por su individualismo-historicismo; el sistema electoral, con sus excesivas campañas que se exportan a América Latina; las relaciones entre la moral pública y la ética privada, la disociación entre lo que se dice y lo que se hace, el gobierno de los “mass media” en las elecciones, y la lucha sin reglas entre campañas, en una atmósfera darwiniana.
El proceso electoral al que asistimos aquí, es un concurso de popularidad:
Jarmon, senador titular, es la estrella del espectáculo.
Su discurso de marcada ideología liberal, asoma a cuentagotas entre eslóganes genéricos, exageraciones.
Para él, un estado intervencionista, es comparable al “Gran Hermano” de Orwell; y ataques a la juventud de McKay.
¿Alguien dijo Donald Trump?
Cuando posteriormente, McKay le gana terreno en las encuestas, echa mano a las falacias clásicas, y acusa a su contrincante, de colaborar con los delincuentes.
Pero, aún tornándose violento su discurso, nunca se aleja de lo superficial.
Las elecciones, son una competición, y Estados Unidos es un país que rinde culto a la victoria, y más concretamente, a la figura del héroe vencedor.
Por ello, el equipo de McKay, que debe conseguir la victoria sobre Jarmon, rebaja paulatinamente el alegato social de su aspirante, y lo sustituye por propaganda.
La consecuencia es que su discurso acaba por ser indiferenciable del de Jarmon.
La deriva lleva a un punto donde ya no nos encontramos ante 2 ideologías, ni siquiera ante 2 personas, sino ante 2 productos de consumo de masas.
The Candidate, primero critica la propaganda como activo deshumanizador:
No se puede emprender la propaganda, sin destruir los propios principios.
Después, como antítesis de la comunicación:
Los mensajes emitidos por los equipos de los candidatos, son engaños conscientes y libres de réplica, pero el votante los prefiere a los que mantienen una ideología y ni siquiera los replica.
Por último, la ataca como elemento antidemocrático:
La propaganda oculta al votante, las intenciones de los candidatos y las gestiones de los gobernantes.
El idealismo de los, por entonces recientes años 60, aquí es agredido salvajemente.
Las buenas intenciones, y los actos y mensajes concienciados, no sirven para nada.
Lo que hacen llegar al ciudadano, no es política, y la política real, es una cuestión más próxima a manejar un tráfico de influencias, que a mejorar la vida del ciudadano.
La sensación final, es que la política queda reducida a un gran juego, nunca mejor dicho, del que participan los ciudadanos, pero de una manera secundaria, movidos como peones.
En cierto modo, es como el candidato, protagonista de las elecciones, pero siempre secundado por Melvin.
En mítines, encuentros y reuniones, Melvin va tejiendo la estrategia que guía a McKay hacia el triunfo; siempre en segundo plano, oculto tras su barba y sus gafas; es en realidad, el elemento tractor para posicionar a su hombre en el mundo de la política.
The Candidate, muestra la corrupción de un sistema capaz de regenerarse para perpetuarse.
El republicano conservador, pierde su elección tras muchos años de victoria, en aras de un recambio joven con nuevas ideas y propuestas, aunque en el fondo sabemos que ese nuevo personaje, pronto tendrá los defectos de esa nobleza política que se mueve por los despachos de los gobiernos.
En el fondo se desprende, que el joven triunfador que en la soledad de la habitación de su hotel pregunta:
“¿Qué hacemos ahora?”, después de unos años, se convertirá en todo aquello contra lo que pretendía luchar.
Bill McKay, será una continuación de su padre, un padre al que no quería taxativamente en su campaña, porque pretendía distinguirse de una clase política enquistada, y de la que él parece ya formar parte.
The Candidate destaca la relevancia de la imagen y, más concretamente, de los medios de comunicación en el proceso propagandístico.
McKay, no tiene ningún consultor diplomático, pero va siempre rodeado por una jauría de asesores que controlan cada movimiento, y cada palabra que sale de su boca.
El más inquietante, es Howard Klein (Allen Garfield), obsesivo responsable de cada anuncio y cada aparición televisiva de McKay.
Klein, es un embaucador audiovisual, que representa como nadie, estos mecanismos que se critican:
En los anuncios que edita para McKay, elimina todo rastro ideológico, y lo sustituye por imágenes y afirmaciones genéricas.
La televisión aparece como la meca de la propaganda política.
En una secuencia paradigmática, el séquito cancela los planes de un día de campaña, porque se ha declarado un incendio:
“Hay fuego en Malibú…
¡Es perfecto!”
Y allá que van para comparecer brevemente ante las cámaras y, una vez habiendo figurado, dejar de lado la catástrofe, y seguir la ruta.
Poco después, el equipo proporciona a McKay, un ridículo bocadillo que será su menú de mediodía...
Esta desatención obvia, indica que McKay es para su séquito, un mero peón, una máscara a través de la cual, organizar una campaña política a conveniencia del partido.
Más allá del poder cultural de la propaganda, de The Candidate se destilan otras observaciones sobre la política estadounidense, como:
El patente disgusto por el culto a la fama.
McKay se rodea de militantes “groupies”, a falta de mejor apelativo, con las que acaba engañando a su esposa.
Ésta, interpretada por Karen Carlson, tiene asumido que su matrimonio está secretamente destrozado, pero lo acepta como un peaje de la fama.
Al fin y al cabo, junto con Lucas, fue la que más insistió a su marido, para que aceptase emprender una carrera política.
Sobre el tema racial, se pasa de puntillas...
En la única escena que se le dedica, más allá de dejar claro el poco entendimiento entre blancos y negros, que los niños negros abandonen la cancha de baloncesto al ver las cámaras, es algo más que un “gag”, se pretende crear una separación entre la población negra que confía en la política, y la que desconfía.
El problema de esta narrativa, es que viene acompañada de una caracterización de personajes que raya el racismo.
El hombre negro que parece burlarse de McKay, es un individuo de actitud excéntrica, con el único interés de incordiar.
Por el contrario, el adepto al candidato, refleja una pose sobria y noble, y una mirada de reproche a su vecino.
Es una visión condescendiente, cuando no despectiva, de la comunidad negra que, con razón, recela de una clase política casi absolutamente blanca.
De todas formas, hay que reiterar que The Candidate trata con indulgencia al electorado en su globalidad.
La disertación accidental, es que el votante no busca la política, no quiere escuchar medidas concretas que solucionen problemas.
Lo que decantará su voto, es la buena imagen, y un discurso populista, es decir, la propaganda.
Incluso ni se nos hace saber, por qué hay personajes aislados que increpan a McKay por él, al parecer, ominoso gobierno de su padre.
Sin dar a conocer las razones tras esos ataques, estos personajes, más que parecer ciudadanos corrientes, quedan como violentos desclasados.
Como si desconfiar de la política y, en este caso, del político “bueno”, fuese propio de lunáticos...
Por si fuera poco, la radiografía del proceso electoral que pretende el trío Redford–Ritchie–Larner queda tibia.
La injerencia de los lobbies, por desgracia, capital en cada emprendimiento político, queda poco menos que sugerida en una reunión con un turbio sindicalista.
Las grandes empresas, los bancos, las instituciones religiosas, los intereses geopolíticos, y ese largo etcétera que afectan las directrices de un partido, así como las decisiones de un gobierno, quedan fuera del retrato.
McKay, acaba siendo un senador electo, libre de compromisos corporativos, lo que destroza la narrativa de “hombre honesto que vende su alma”, que mantiene la película.
Los medios de comunicación, que en la vida real son empresas con intereses editoriales y partidistas, aparecen como meros y objetivos analistas.
Algo que además, es incoherente con el ataque frontal a la propaganda, cuyo canal de distribución son estos mismos medios.
Quizás habría que destacar, que Redford es, aparentemente, un defensor firme de la supuesta independencia de la prensa, a la que contribuyó a elogiar en la posterior “All The President's Men” (1976)
O que, en algunos casos, es incluso partícipe de la misma propaganda que critica, ya que Jimmy Carter aseguró, que el intérprete le instruyó en cómo actuar en los debates televisivos de la campaña que le hizo presidente en 1976.
En definitiva, el ataque a la propaganda, va en una dirección que desemboca directamente sobre el votante que acaba creyendo en un semidiós creado en los despachos por una serie de marionetistas.
De lo que viene antes de eso, de la intrusión del gran poder económico, no hay ni una palabra.
Del reparto, Robert Redford realiza aquí, una de sus mejores interpretaciones, y el hecho de que se encuentre en el zénit de su belleza física, beneficia a la película, en cuanto también nos habla del poder de la imagen en la política.
Le acompaña el siempre perfecto Peter Boyle que, en su papel caricaturesco de jefe de campaña es, como un vampiro, el gran demiurgo que mueve todos los hilos.
Como dato, los títulos de crédito, nos informan de muchos personajes y actores conocidos, básicamente periodistas, interpretándose a sí mismos, como Natalie Wood, en un cameo, después de haberse retirado del cine en 1970.
Groucho Marx, tiene un cameo sin acreditar, en lo que sería su última aparición en la pantalla.
Broderick Crawford, ganador del Oscar al Mejor Actor por “All The King's Men” (1949), hace de narrador, como Jarmon, sin acreditar.
El fotógrafo, Stanley Tretick, más conocido por sus fotos icónicas de John F. Kennedy con sus hijos en La Oficina Oval, aparece en las escenas caóticas, cuando McKay llega a su victoria, como parte de la multitud, aplastándolo a su alrededor.
Tretick, hizo fotografías promocionales para esta y otras películas de Robert Redford.
Como dato, el personaje de McKay, se basa en el senador estadounidense, John V. Tunney.
El director Michael Ritchie, trabajó para la campaña de Tunney, en las elecciones de senado de 1970.
En la campaña, el consejero de los medios de Tunney, había dado en el blanco, en el contraste con el opositor, George Lloyd Murphy.
Murphy, era bailarín, actor y político, que fue elegido 2 veces Presidente del Screen Actors Guild (SAG), entre 1944 y 1946.
También, fue vicepresidente de Desilu Studios, y de Technicolor Corporation; y además, fue director de entretenimiento en las tomas presidenciales de 1952, 1956, y 1960.
Murphy entró en política en 1953, como Presidente del Comité Central Estatal Californiano del Partido Republicano de los Estados Unidos.
En 1964, fue elegido para El Senado, derrotando a Pierre Salinger, anterior Secretario de Prensa de La Casa Blanca de John F. Kennedy.
El mandato de Murphy, abarcó desde el 1° de enero de 1965, al 3 de enero de 1971.
Tras presidir el National Republican Senatorial Committee, en 1968, el año en que Richard Nixon fue elegido Presidente, Murphy se presentó a la reelección, sin éxito, en 1970, siendo derrotado por El Congresista demócrata, John V. Tunney.
La campaña de Murphy, sufrió el revés, cuando se sometió a cirugía para el cáncer de garganta, debilitando su voz a un susurro.
Por lo que la campaña de Tunney utilizó su apariencia juvenil y su energía, para contrastar con el envejecimiento de Murphy.
Y se comparó descaradamente con Robert F. Kennedy, en gran parte a través de cortes de pelo y las poses, algo se repite en Bill McKay en The Candidate.
En última instancia, los californianos dividieron su voto en las elecciones de mediano plazo de 1970, con la reelección del gobernador republicano, Ronald Reagan, y la elección del demócrata Tunney, al Senado.
En The Candidate, la escena donde McKay es reprendido en un baño de hombres, se basa en un incidente que le sucedió al candidato presidencial, Eugene McCarthy.
Otro dato curioso, es que resultó grato ver una película realizada “a la antigua”, con esa edición de sonido que para nosotros nos suena tan pobre; sin los motivos efectistas e impactantes de los efectos especiales, con algunos rayones por aquí y por allá en la cinta, que el transfer a DVD no pudo ocultar.
Donde uno de los recursos más importantes era el manejo de los planos, los espacios, las dimensiones, etc.
Aún con 44 años a sus espaldas, las técnicas presentadas en The Candidate continúan vigentes hoy en día, y continuarán por muchos años más.
Siendo una pequeña obra de referencia del mejor cine del “Know How” político, en donde “nadie gobierna sin haber ganado las elecciones, por tanto, el primer paso es ganarlas”
Aquí veremos cómo.
“This thing you call politics?
Politics is bullshit”
La vida política, es compleja.
Es una red de intereses demasiado vasta, que no se puede analizar en términos taxativamente dicotómicos.
Pero es, comoquiera, un mundo sucio.
Abrir la veda a las iniquidades de baja estofa, puede dar pie a que las más grandes vayan entrando poco a poco.
Es una corrupción paulatina y gradual.
Lo de “cambiar el sistema desde dentro”, debe de ser una de las frases más viejas y menos cumplidas de cuantas existen.
Y siempre queda la pregunta:
¿Cómo debe ser el candidato político perfecto?
Esta es la pregunta que todavía deben estar formulándose en las sedes de aquellos partidos que aún no han designado a sus candidatos en cualquiera de las diferentes citas electorales con que nos encontramos en cada periodo.
A la búsqueda del candidato ideal, hay que sumar diversos factores:
Las diferencias de cada elección, la mala imagen que tiene la sociedad de los partidos, y los políticos mismos, acrecentada por los numerosos casos de corrupción política, institucional, financiera... diga usted…
O el contexto creado por la entrada de nuevas formaciones que amenazan el “statu quo”, son algunos de los factores que crean una ecuación de difícil solución.
Además, este último punto provoca un curioso fenómeno:
Por un lado, existe un hartazgo hacia una “vieja” forma de hacer política, y desideologización partidista; mientras por otro, se produce una repolitización de la sociedad.
Aunque no existe una fórmula mágica extrapolable a todas las contiendas electorales, sí que podemos trazar una serie de cualidades y aptitudes que no deben faltar en la construcción simbólica del candidato perfecto.
Superado el debate de si el buen político nace o se hace, ambas cosas, pues aunque un candidato posea una serie de cualidades innatas, necesita modelarlas con técnicas y destrezas, las investigaciones sobre las cualidades que los ciudadanos consideran más importantes desde hace medio siglo, coinciden en el siguiente perfil:
Honestidad, competencia, integridad, capacidad de liderazgo y energía.
Comunicar esas cualidades, significa demostrar carácter, credibilidad, basada en la honradez y la experiencia; y dinamismo, percepción del candidato como activo y positivo.
Pero también nos encontramos con otras actitudes para conectar con la gente, que son bien valoradas como:
La cercanía, la humildad, el sentido del humor, oratoria, hablar el lenguaje de los ciudadanos; la inteligencia emocional, y la capacidad de emocionar y empatizar, talento para ilusionar, motivar, saber escuchar, etcétera.
Igual que hay atributos racionales y emocionales, el candidato es la suma de sus cualidades profesionales, que afectan a su capacidad para ejercer un cargo:
¿Está preparado?
¿Tiene experiencia?
¿Cómo es su capacidad analítica?
¿Es buen gestor?
Como personales, que infieren su idoneidad para el mismo:
¿Puedo confiar en él?
Junto a estos atributos, hay otros que son propios de cada candidato, un valor que le diferencia del resto de adversarios:
Hombre/mujer hecho a sí mismo, empresario de éxito, amplia trayectoria en el activismo social...
Y construye su relato personal.
Luego está la cuestión de la imagen:
Un candidato, puede ganar votos gracias a su imagen o, al menos, intentar no perderlos, pero no se puede pretender aparentar lo que no se es.
La imagen, tiene que ser el reflejo de una persona, mantener coherencia con lo que decimos y hacemos, no un disfraz de “marketing” político.
Para rizar el rizo, el candidato no lo es todo.
También es fundamental su equipo, las personas de las que se rodea, que deben compartir los mismos atributos para que no se conviertan en el punto débil donde atacarle.
Como decíamos al principio, hay que saber leer el contexto electoral, y tener en cuenta los factores externos.
Podemos cumplir casi todos los requisitos, pero eso no nos garantiza tener el mejor candidato, ya que depende de la oferta electoral existente, según cómo sean el resto de oponentes, se valora más un perfil que otro; y del momento:
¿Es tiempo de cambio?
¿Se busca un gobernante con talante negociador, o la situación es propicia para un liderazgo fuerte?
Así, es fundamental que contemos con lo que parece una obviedad, pero no lo es tanto, puesto que hay que demostrarlo:
Las ganas de ganar, espíritu de conquista; y una estrategia que defina el escenario electoral, que dibuje la hoja de ruta que inclinará la balanza a su favor.
Por último, no debemos olvidar, que los candidatos no son dueños de cómo les perciben los ciudadanos y, en comunicación política, percepción es realidad, por lo que los esfuerzos deben ir encaminados a transmitir una imagen de la manera más fiel y coherente posible.
“What do we do now?”
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