The Woman In The Window
“It was the look in her eyes that made him think of murder”
Los comienzos en un filme, son importantes.
En ellos, casi siempre se da la clave para comprender lo que vendrá después.
No puede eliminar el espectador, aquellas imágenes que crea oportuno.
Todas están en su sitio, cumpliendo una misión:
La de explicar aquello que quiere ser comunicado.
El estreno de “Citizen Kane” en septiembre de 1941, y la entrada en guerra de los Estados Unidos en diciembre, tuvieron consecuencias.
La participación de Hollywood en el esfuerzo de la guerra, fue inmediato y masivo.
Los géneros cinematográficos, se resentirían de ello inevitablemente; y prácticamente sólo había espacio para las películas de guerra, tanto que se agrupaban geográficamente en 2 categorías:
El Pacífico o en Europa/África del Norte.
Pero en ese marco, irrumpió el término “cine negro”, que fue inventado por los críticos franceses, “film noir”, hacia finales de los años 40, para designar un nuevo tipo de cine criminal, aparecido en el cine de Hollywood durante la guerra.
El pesimismo y el cinismo del cine negro, han sido explicados como un reflejo del desencanto de los Estados Unidos durante la posguerra, entre 1944 y 1945.
Pero existen algunas películas precursoras…
Entre la producción cinematográfica excepcional que se creó en Estados Unidos en 1944, a pesar de la existencia de La Segunda Guerra Mundial, con obras de la calidad de “Laura” de Otto Preminger; “Double Indemnity” de Billy Wilder; “To Have and Have Not” de Howard Hawks; “Gaslight” de George Cukor; se encuentra una película del director de origen austríaco, Fritz Lang, encuadrada en la época del cine negro de esa década:
The Woman In The Window.
Y es que uno de los elementos que mejor definen la etapa estadounidense de Lang, es su implacable destrucción y remodelación de los géneros tradicionales.
Concretamente, en el cine negro, Lang no plantea la ironizada desmitificación llevada a cabo en sus westerns, al igual que tampoco opta por el acerado dramatismo de sus films antinazi.
Éste género representa para él, algo mucho más personal, menos vinculado a las convenciones que intenta hacer volar por los aires.
El cine negro es una oportunidad de oro, no sólo para denunciar los vicios y miserias de una sociedad a la que constantemente pone en tela de juicio a través del cristal de su monóculo, sino también la ocasión para enjuiciar la moralidad de la propia condición humana.
Amén de ello, el cine negro significaba para Lang, una vuelta a los orígenes del cineasta, un contundente retorno a las formas y bases que representa, dentro de la relativa incomodidad que suponía para el cineasta, el estar a los designios de la industria estadounidense, uno de los caminos más seguros a la hora de intentar realizar un cine más vinculado a sus orígenes expresionistas.
“The Biblical injunction:
“Thou shalt not kill”, is one that requires qualification in view of our broader knowledge of impulses behind homicide”
The Woman In The Window es una película de suspense, del año 1944, dirigida por Fritz Lang.
Protagonizada por Edward G. Robinson, Joan Bennett, Raymond Massey, Edmund Breon, Dan Duryea, Thomas E. Jackson, Dorothy Peterson, Arthur Loft, Frank Dawson, entre otros.
El guión es de Nunnally Johnson, basado en la novela de 1942, “Once Off Guard”, escrita por J. H. Wallis.
La novela fue llevada a la gran pantalla por Nunnally Johnson, con su propia productora independiente:
International Pictures Inc., después de escribir películas exitosas como “The Grapes Of Wrath” (1940) y otras películas de John Ford; eligió a The Woman In The Window como su proyecto de estreno.
En él, el director Fritz Lang, sustituyó el final del sueño de la película, en lugar del final del suicidio original, para conformarse con El Código de Producción moralista de la época.
Por tanto, The Woman In The Window, es la película que mejor aborda uno de los temas recurrentes en la filmografía de Lang:
El dilema al que se enfrenta todo individuo a la hora de elegir entre las comodidades de una vida convencional, o la atracción de una existencia al margen de las normas sociales.
Tema que podemos encontrar también en otros filmes posteriores del autor.
Se trata pues de historias, donde el protagonista es arrastrado a un onirismo cautivo, atrapado en las raíces atávicas de una sexualidad reprimida, soterrada y oculta, que aflora a la superficie, toda una variedad de deseos frustrados, de actos fallidos, presuntamente dormidos y resucitados por un azar caprichoso, barnizado por un sentimiento de culpabilidad, y de profunda frustración vital.
La fatalidad y, en palabras del director, “la lucha contra el destino”, justamente son otros 2 temas básicos en la obra de Lang.
Lógicamente, la combinación de estas 2 ideas, explica que la práctica totalidad de sus películas, tengan un desenlace “infeliz” para sus protagonistas, lo que le convierte en uno de los directores más ferozmente pesimistas de su generación, y también en uno de los más incómodos para los grandes estudios.
The Woman In The Window representa así, uno de los últimos clásicos de la etapa dorada del cine negro de Hollywood, un género que dio sus mejores películas en los años 30, y hasta el final de La Segunda Guerra Mundial.
Como dato, el término “film noir”, se originó como una descripción de género, en parte, debido a esta película; y el término primero fue aplicado a las películas de Hollywood en las revistas francesas del cine, en 1946, el año en que “The Maltese Falcon” (1941), “Double Indemnity” (1944), “Laura” (1944), “Murder, My Sweet” (1944), y The Woman In The Window, fueron estrenados en Francia.
Nominada al Oscar a la mejor banda sonora en drama o comedia; la acción se sitúa en New York, en los años de La Segunda Guerra Mundial; y narra la historia del profesor de la Universidad de Gotham, Richard Wanley (Edward G. Robinson), un hombre honrado, oscuro, taciturno y dominado por la mujer.
Tras despedir a la familia, esposa e hijos, que marchan unos días de vacaciones, reparte sus horas de ocio, entre una tertulia con 2 amigos:
El Fiscal Frank Laloy (Raymond Massey), y el médico Michael Barkstane (Edmund Breon), y la lectura hasta las 10 de la noche, de obras poéticas clásicas.
Junto a la entrada del club, se expone en el escaparate de una tienda, el retrato al óleo de una mujer joven y atractiva, que le cautiva, y le atrae enormemente, según explica a los amigos.
A la salida del club, vuelve sobre sus pasos para admirar de nuevo el retrato, junto al que aparece el reflejo de la imagen real de la modelo:
Alice Reed (Joan Bennett); y entabla conversación con ella, la invita a una copa, y accede a ir a su casa para ver los dibujos preparatorios del cuadro.
La llegada inesperada del amante de la muchacha, le involucra en un asesinato, que se complica y le desborda.
Por lo demás, El Fiscal asignado al caso, es su amigo Frank, que le mantiene al corriente del avance de la investigación, con una cantidad de datos probados, que provocan en él, una espiral imparable de sorpresa y angustia.
La historia envuelve al espectador, y lo sume en un clima de suspense creciente, opresivo, e irrespirable.
La investigación policial que rodea al crimen cometido por el señor Wanley, consigue implicar al espectador en tanto que sabemos que el asesinato ha sido en defensa propia, y eso nos despierta cierta simpatía hacia él.
Es probable que si explicara lo ocurrido, y tratándose de un tipo sin antecedentes y de buena condición social, la condena no sería la silla eléctrica, ni mucho menos…
Pero para Wanley hay algo peor, y es que le acusen de adulterio, de que en el momento del crimen se encontrara en casa de esa vulgar desconocida.
Por eso decide escurrir ocultar los hechos, deshacerse del cuerpo, y callar.
El guión de Nunnally Johnson, introduce algunos elementos interesantes en la trama, como el hecho de que el protagonista sea amigo del Fiscal que se encarga del caso, lo que le permite conocer de primera mano los avances de una investigación que, irremediablemente conduce hasta él.
Sin embargo, redunda en improbabilidades y casualidades poco creíbles que, no obstante, podrían justificarse y encontrar explicación en el giro poco convincente hacia el que vira la película, casi al final.
Se trata pues, de un relato de marcado carácter pesadillesco, en el que bajo la ya resobada premisa de tipo común se mete en problemas tras conocer a supuesta mujer fatal, el cineasta austríaco nos introduce en una serie de ambientes sórdidos, sabiamente captados, que sacan a la luz los impulsos más oscuros e inconfesables de la mente humana; al tiempo que resulta ser un buen estudio de criminología e investigación policial.
Lang, uno de los grandes directores de la historia del cine, jamás ganó un Oscar, como otros muchos, pero su obra está ahí, imperecedera, eterna.
Un ejemplo de buen hacer.
Aunque algunos, sólo deslumbrados por el falso espejo de cierto cine moderno, pero viejo a más no poder, hasta desconozcan su nombre.
No sólo el suyo, también el de otros muchos grandes, lo que es lamentable, porque se pierde de algo muy, pero muy bueno.
“There are only three ways to deal with a blackmailer.
You can pay him and pay him and pay him until you're penniless.
Or you can call the police yourself and let your secret be known to the world.
Or you can kill him”
The Woman In The Window, es una película rodeada de cierta aureola maléfica.
No es nada extraño, en cuanto toda ella está llamando, ofreciéndose, a la muerte.
El filme, cierra la primera gran etapa estadounidense del director, Fritz Lang, que se inició con “Fury” (1936)
Una época en la que el director realiza una película por año; y cuando acaba The Woman In The Window, las cosas no le van bien.
Con Walter Wanger, el marido de Joan Bennett, la protagonista femenina del filme, crea una productora, algo que ya había hecho en su etapa alemana; que se llama Diana.
Sólo producirán 2 películas que dirige el propio Lang:
“Scarlet Street” (1945) y “Secret Beyond The Door” (1947)
Y sobre ellas se cierne el mayor de los fracasos…
La productora, cierra.
Por si fuera poco, Lang aparece como sospechoso en La Lista Negra, la persecución de la gente de izquierda, la conocida como “Caza de Brujas”
Todo ello conducirá a Lang, a la inactividad posterior.
Pero en The Woman In The Window, concretamente es la traslación visual de una perturbadora pesadilla, con la influencia de las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, sobre las represiones sexuales, el sentimiento de culpa y, sobretodo, la importancia de la interpretación de los sueños.
Ya desde el primer plano, accedemos con una intensidad poco común, a un universo enrarecido, en el que somos incapaces de discernir el sueño de la vigilia, como bien demuestra la conclusión del film; arrastrándonos a través de un abismo onírico, a la desgraciada suerte del profesor Richard Wanley.
Todo ello convenientemente recubierto en un impresionante concierto de sombras y luces, gracias a la excelente fotografía de Milton Krasner.
La importancia de The Woman In The Window, por ello, es bipartita, y responde tanto a su herencia estrictamente germana, como a sus propios planteamientos transgresivos dentro del “film noir”
El guión, es una maravilla impredecible, de una inteligencia poco común, y con un sentido del humor irresistible; que parte de 3 ideas básicas, realmente interesantes:
Por un lado, hacer que el asesino sea un reputado profesor experto en este tipo de crímenes; por otro, hacer que él mismo se vea inmiscuido en el proceso de investigación policial, sin resultar sospechoso a pesar de estar metiendo la pata continuamente; y por último, la atracción fatal irreprimible, tan del gusto de Lang y tan presente en este género.
Y no se para ahí… también hay chantaje.
Richard Wanley, es un profesor sin tacha alguna.
Felizmente casado, amigo de las fuerzas vivas de la ciudad, carece de vicios.
Todo él, en apariencia, tiende a la honorabilidad, pero, en su mente esconde sus vicios.
Después del prólogo, contemplamos la felicidad, mentirosa y venenosa de un pequeño burgués que se cree feliz, y asentado en el mejor de los mundos.
Wanley encarna a un profesor de psicología de la Universidad de Gotham, en New York, que en la primera escena se está ocupando de explicar a sus alumnos las diferencias por muertes provocadas, haciendo las oportunas distinciones en las categorías y grados de culpabilidad, entre homicidio o asesinato, destacando igualmente las posibles atenuantes o eximentes en su realización, como podría ser la legítima defensa.
Wanley, obligado a permanecer en la ciudad por razones laborales, se despide de su mujer y sus 2 hijos, que marchan de vacaciones, y acude a su habitual club social, para cenar con un par de amigos.
Precisamente, en el edificio contiguo, se topa con un escaparate que exhibe el cuadro del retrato de una bella mujer, al que permanece contemplando embelesado, hasta que le sorprende la llegada de sus compañeros de velada, que la inician lamentándose de su entrada en la mediana edad, con sueños, proyectos y deseos sexuales que todavía se sostienen en fuerza, pero no en espíritu o, probablemente, será al revés, y no hayan terminado de darse cuenta.
Con el transcurso de la historia, van apareciendo los indispensables del cine negro:
La mujer fatal, Alice Reed; los inevitables cadáveres o asesinatos; el chantaje; el suicidio; los objetos del crimen, o huellas dejadas en su comisión, como tijeras, bolígrafos, sombreros, o pistas que delatan el número de tamaño del zapato, el peso del individuo e, incluso, su pertenencia a una clase social determinada…
El tiempo, reflejado en distintos relojes que nos va dando la hora exacta de los acontecimientos, está presente en todo momento, y no falta tampoco la intensa lluvia que anuncia la tormenta de acontecimientos, todo ello rodeado de una fotografía oscura, prácticamente nocturna, incluso la que se desarrolla en exteriores, con sombras y abundantes contrastes y claroscuros.
El punto de vista narrativo del filme, sigue las acciones de Wanley, en la mayoría de escenas, excepto en 3 momentos finales, en los que no está presente, y el protagonismo se traslada a Alice, que si bien hemos denominado mujer fatal, comparada con otros ejemplos del género, hasta parece la hermana de la caridad.
Por cierto, no echamos de menos la misoginia habitual de la época, con una frase del fiscal del distrito, que ante una sospechosa, exclama que seguro que tiene algo sobre su conciencia, porque:
“¿Qué mujer no lo tiene?”
Lo que parece que sobresale, y pone especial atención en el filme su realizador, es situar el punto de mira en la psicología de los personajes, en la doble moral existente entre lo que se considera ético, lo que se encuentra dentro de la ley y el orden, y los deseos internos, confesables o no, que chocan con los primeros y los hacen tambalearse o, sencillamente, derrumbarse a las primeras de cambio.
También es destacable, la diferenciación que se aprecia entre teoría y práctica, entre lo que es, y debe hacerse; y lo que realmente uno es capaz de realizar cuando intervienen elementos o factores exógenos incontrolables, que pueden impulsarnos a actuar de una forma que previamente concebiríamos como inaceptable, y todo porque lo que, en definitiva predomina, es el propio egoísmo, mi yo, mi estabilidad, mi trabajo, mi prestigio y, claro, también mis hijos y mi familia.
Las luces, casi siempre 3, inundan el espació fílmico, y al reflejarse en los múltiples cristales/espejos que aparecen en el filme, conforman el tono fantástico, expresionista de la narración.
Los rostros de los personajes, son mascaras inexpugnables que esconden deseos reprimidos:
Falsas miradas, movimiento, acciones repetidas y convencionales que interpretan los roles que les han sido encomendados.
Sobre el eterno presente que supone la negación del tiempo, un cuadro representará a la mujer ensoñada, reflejada en un escaparate, y enfrentada, por el cristal, a la propia cara del profesor.
Una duplicidad que supone todo un sentido de posesión, un ir más allá, atravesar el cristal.
Es el paso hacia el otro lado del espejo:
El encuentro con el otro yo.
Allí, en el cristal, se encierra a Wanley, enroscado en juegos inteligentes o, quizás, demasiado ingenuos, en los que esconde su verdadero rostro, o es mostrado de forma tan transparente, que difícilmente puede negarse, ¿o no?, su verdad.
¿Cómo se va a ser tan ingenuo, que vaya acumulando, una tras otra, las pruebas de su culpabilidad?
¿Es esa ingenuidad, aureolada de respetabilidad, lo que impide a la justicia llegar a ser justa?
Otro tema muy de Lang, es la injusticia de la justicia, el camino que separa al inocente del culpable:
La policía, la justicia, llegará, en algún instante, a resolver el caso cuando encuentre a alguien con los rasgos de la malignidad.
Aunque no sea culpable.
Es la forma de tranquilizar a los buenos ciudadanos, a los excelentes padres de familia, de evitar que ellos sean contagiados por el virus del mal.
Y en el centro los honorables caballeros, como el empresario asesinado, que intenta echar una canita al aire...
Por su parte, Wanley asemeja a un caballero inglés, inteligente, pulcro, honorable, honrado, pero la historia no transcurre en Inglaterra, sino en New York, como muestra un autobús al comienzo.
Y en ese día, el profesor deja, en su sueño, la honorabilidad, dando salida a la bestia dormida, a las mentiras domesticadas como expresa la carta que intenta escribir a los suyos; una carta que va a parar a la chimenea donde arde el sombrero del hombre que ha asesinado.
Los relojes, que inexorablemente van marcando el paso del tiempo, tiempo perdido en conversaciones vacuas; un continuo girar de unas agujas que van señalando el mañana, la vejez, la proximidad de la muerte…
Una muerte que simboliza la propia Joan Bennett, la mujer de la que nunca sabremos su nombre, aunque diga al profesor:
“Sí tiene que volver a llamar, hágalo donde dice Alice”
¿Es acaso ese el nombre real, verdadero, de la mujer eterna, de la mujer que espera agazapada entre las sombras con su elegancia, su negrura, eternidad, a los hombres que quiere perder, llevar al abismo?
Un rostro en un cuadro que mira, y se mira, que será la permanente representación del deseo oculto.
Hay que mirar con atención un momento:
Wanley, en una repisa llena de espejos, mira una estatua de una mujer desnuda, para volver, a continuación, su rostro hacia el lugar donde se encuentra la mujer…
Y esa mujer, es la morena, eterna y desconocida, amada y amante del “Cantar de Los Cantares del Rey Salomón”, libro que Wanley ojea, o lee en el club, mientras imagina amores prohibidos, la grandeza y el esplendor que él nunca ha conocido.
La habitación de la mujer, aparece repleta de espejos, de puertas acristaladas.
Es la representación constante del otro mundo, el más allá soñado o encontrado, el otro lado al que quizá solo se llega después de la muerte.
No es raro, pues, que los personajes se reflejen sobre los espejos, antes de que entren realmente en la imagen.
Lo irreal y lo real; 2 mundos, el yo y el otro mismo.
Paso inexorable del tiempo, deseo, muerte, un más allá desconocido.
Y naturalmente, el destino como detonante del relato, al igual que en otros muchos filmes de Lang.
El destino moviendo a los personajes a su antojo, como marionetas de feria, con el profesor cuando se pincha un dedo al abrir una botella de champagne; necesita unas tijeras... que serán las precisas para el asesinato.
Con el alambre de espino, se hará otro corte, un policía, ¿la conciencia?, le sonreirá, porque ha parado en un alto, el malo muere a manos de la policía, por lo que el caso está cerrado.
Pero el profesor pretende morir, ingiriendo los polvos que ha preparado para el matón, y que un buen médico ha recetado ingenuamente.
Las turbias y expresionistas atmósferas de noches tormentosas, asfalto mojado y oscuros bosques, actúan como medio que atosiga y desespera a unos personajes superados por las circunstancias.
Resultando magistralmente recogidas por la fotografía en blanco y negro de Milton Krasner, y acentuadas por la partitura de Arthur Lange; es una situación tan pura en su tejido de deseo, tentación, transgresión y culpa; y Lang enfatiza su cualidad elemental, con una puesta en escena austera.
La puesta en escena es sobria, directa, con planos de escalas diversas y “travellings” laterales, y en todo fotograma se aporta algún dato con significación en el argumento, eliminándose todo lo irrelevante, incluso se evita cualquier sobreactuación de los actores, cuyas expresiones se adecuan a lo estrictamente necesario, para dotar de contenido dramático sus relaciones, e ir enturbiando y llenando de veneno el ambiente, mientras se va cerrando el círculo, hasta hacerlo irrespirable.
La tensión que va creando Fritz Lang con el desarrollo de la trama, mezcla los intentos de salvar el hábitat propio, el evitar la ruina personal, y no nos referimos a la económica, con los remordimientos de conciencia que indudablemente van apareciendo.
Puede también vislumbrarse la inquietud de Lang, de acercarse a la controvertida cuestión de la infalibilidad de la justicia, con errores que pueden ser irreversibles, especialmente, en los casos de pena de muerte, condena a cuya aplicación era, el director, abiertamente contrario.
Estos últimos aspectos, quedan bastante difuminados, acaso por cuestiones de censura, aunque sí están presentes en su filmografía.
Los elementos familiares, listos para ser interpretados, de Lang, como espejos, relojes y escaparates, encajan bien con el psicoanálisis.
En muchas de las películas de Lang, aparecen espejos en los que se reflejan sus personajes, indicando la otra cara, la mentira, la otra pared del relato, de los seres que deambulan por sus imágenes; mientras el psicoanálisis, tema naciente en el cine de Hollywood, es para Fritz Lang, una fuente de inspiración temática desde su época alemana, pero también formal:
Los largos pasillos y sus filas de puertas, la atmosfera sombría, las secuencias de noche en casi la totalidad de la película, acompañan el discurso que tiene el profesor de criminología, Richard Wanley, con sus viejos amigos sobre este tema.
Por tanto, The Woman In The Window, es la primera obra que enfoca los aspectos psicoanalíticos del mecanismo del crimen; recordémoslo:
En un colegio, el profesor Richard Wanley, imparte un seminario bajo el título de “Aspectos Psicológicos del Homicidio”
En plano general, se nos muestra el aula.
A continuación, la cámara se acerca lentamente a la tarima, donde explica el profesor.
Detrás de él, se encuentra la pizarra donde aparecen escritas algunas palabras…
La cámara sigue su acercamiento, hasta enmarcar en el centro de la pizarra, un nombre destacado con mayúsculas:
Sigmund Freud.
Las palabras del profesor, no concluyen, pero la escena concluye, y pasamos a otro lugar.
Por medio de un fundido en negro, se nos traslada a la estación donde Wanley despide a su familia, que parte de vacaciones.
¿Por qué se produce ese corte brusco en la charla que da inicio al filme, para pasar, aun cortando la clase, a otro lugar, y otro momento?
Muy simple:
La película, toda ella, es la conferencia centrada en el personaje señalado en la pizarra, es decir, en Freud.
The Woman In The Window, explicita los estudios de Freud sobre los deseos reprimidos; y la película habla del mundo del inconsciente, de los sueños.
Lang, de manera más sutil, procede a impartir una lección magistral sobre el psicoanálisis.
La historia que vemos en la pantalla, y que se focaliza en el profesor, de acuerdo al inicio, se convierte en una historia a nivel general.
El individuo da paso a la generalidad; un procedimiento que Lang ya había experimentado en el pasado.
En el final, Lang va más allá en el epílogo.
Hemos asistido a una lección sobre el mundo de los sueños, donde realidad y deseos reprimidos, se mezclan.
No obstante, el fin no llega con el despertar del profesor dejando atrás su mundo de oscuros deseos.
El cierre es más irónico, en una película que posee bastantes elementos irónicos.
Después de ser despertado, sale del club, en donde había quedado dormido mientras intenta concentrarse en “El Cantar de Los Cantares”
Vuelve, como en la primera parte, a pararse ante el retrato de la mujer hermosa, desconocida, sin nombre…
Una mujer, distinta a la anterior, y por tanto, muy diferente a la exótica, sin nombre, y elegante de Salomón, le habla.
Está detrás de él...
Es probablemente una prostituta vulgar, sin la clase de la del cuadro.
El profesor, sin contestar, apresura el paso para refugiarse, sin duda, en su casa.
Aún Lang, no cierra el plano.
La cámara se acerca al retrato, que sarcásticamente sigue eternamente presente, llamando, incitando al deseo, señalando lo imperecedero dentro de un tiempo que corre, para llevarnos al encuentro con la mujer maldita o bendita de nuestro sueño eterno.
Por último, no queremos dejar pasar algún otro detalle sobresaliente.
En primer lugar, no se pierdan, y fíjense en la cara de asombro y alucinación de uno de los cadáveres cuando es trasladado.
También, es destacable el tinte racista que se observa, cuando un policía detiene al protagonista por no llevar las luces del automóvil encendidas, y no le es suficiente como identificación, la licencia de conducir, al ser su apellido de origen polaco; y concluimos con una escena, tratada con verdadera ironía:
Las imágenes del niño explorador, que encuentra el cadáver, y con ello obtiene una recompensa, la cual, afirma, que destinará, en primer lugar, a enviar a su hermano pequeño a una buena universidad y, en segundo término, entendemos que no necesariamente por ese orden; a costear sus estudios en La Universidad de Harvard…
En lo técnico, si la llegada de los cineastas europeos a Estados Unidos en el primer lustro de los años 30, se caracteriza por teñir la aséptica iluminación de los pioneros estadounidenses de un desquiciado tenebrismo, casi una plasmación pictórica del apocalíptico momento histórico que se estaba gestando en el viejo continente, Lang, concretamente, y a diferencia de varios de ellos, otorga un potente significado dramático a cada foco de luz, y a cada elemento oculto en la oscuridad.
Crea y establece un cosmos neo-expresionista, en el que, aprovechando el espacio, y los diferentes términos del plano como pocos, define las características de la historia, a la par que redondea la caracterización de sus personajes.
Todo ello, sin perder, ni por un momento, el pulso creativo, y la mentalidad arquitectónica, concibiendo una puesta en escena tan meticulosamente calculada, que todo lo que en ella se representa, adquiere significación propia.
Esto, que puede ser constante en el cine de Lang, adquiere una especial trascendencia en sus películas del cine negro y, más concretamente, en The Woman In The Window, donde el clima de ensueño ya esbozado más arriba, se ve potenciado por la dirección de Lang, aparentemente fría, e incluso en algún momento distanciada, pero tan perfecta en la consecución del ritmo y en el clima de lasitud progresivamente reinante, que alcanzaría su cenit un año después, en la no menos lograda “Scarlet Street” (1945) que, sin ningún género de dudas, remiten al mejor Lang alemán.
Por lo que respecta a sus raíces genéricas, The Woman In The Window supone una desmembración más que notable de las convenciones del género negro.
Más cercana al melodrama, que a lo planteado por John Huston 3 años antes en “The Maltese Falcon” (1941), la película, en el fondo, queda excluida de cualquier tipo de vinculación genérica.
Si bien formalmente, puede responder a unas ciertas tendencias básicas del “film noir”, sobre todo a nivel de atmósfera, y argumentalmente se encuentra al límite de este tipo de cine, con personajes arquetipo; lo cierto es que The Woman In The Window, no es más que otro ejemplo, y uno de los más sobresalientes del sincretismo de Lang, de su extrema facilidad para conciliar esquemas narrativos y características formales en un todo verdaderamente arrebatador.
Si “Metropolis” (1927) era la simplificación de expresionismo, híbrido con otras tendencias que adquirían una mayor importancia y trascendencia, en The Woman In The Window, nos encontramos con una pieza de características marcadamente fantásticas e irreales, envuelta en un manto de cualidades, paradójicamente, veristas.
Y no son pocos los que critican la pirueta argumental del final, en la que toda la historia queda reducida a un sueño de Wanley, apuntando incluso que pudiera ser impuesto por la productora; nada más lejos de la realidad, tal como explica el propio Lang, en su célebre libro/entrevista con Peter Bogdanovich.
En primer lugar, hay un sinfín de elementos a lo largo de la película que justifican, y dan sentido a su giro final, elementos y recursos que, aun estando presentes en todo el film, sólo son percibidos de manera consciente “a posteriori”, lo que habla de la enorme habilidad de Lang, a la hora de utilizarlos, y que, por consiguiente, invalidan por completo la idea del “final impuesto”
Además de un sutil pero inequívoco tono onírico que impregna la mayoría de las imágenes, esto se hace evidente en la secuencia en el club social, al inicio de la película, en la conversación de Wanley con sus amigos, induce inevitablemente al personaje a soñar lo que sueña; o el magnífico guiño argumental, por el cual, él reconoce a los protagonistas de su sueño, en los personajes reales y cotidianos con los que se tropieza al abandonar el club, al final de la película.
Pero, como se ha dicho, lo que en un visionado poco atento puede entenderse esta vez como un forzado e inusual final feliz, se erige en el fondo, como el más irónico de los desenlaces posibles, en consonancia con la idea de la fatalidad del destino en Lang.
Si lo deseado por el protagonista se encarna mediante el personaje de Alice:
¿Qué peor fatalidad que ubicar ese objeto de deseo en el inalcanzable reino de los sueños?
Un sueño angustiante en algunos momentos, pero deseable en muchos otros.
Así, como la inmensa mayoría de los personajes “languianos”, pero esta vez además con una corrosiva carga irónica añadida, el final supone una vez más, el inexorable triunfo del destino, en la más fatal de sus posibilidades:
Al despertar de su sueño, Richard Wanley acabará condenado a seguir viviendo su monótona, gris y aburrida existencia.
Del reparto, Edward G. Robinson es el ser humano perfecto para ser diseccionado ante la cámara.
La habilidad de Lang, para trazar su personaje en apenas 2 escenas, es tan certera que nos permite sumergirnos en la trama de inmediato, y comenzar el viaje a los infiernos de ese tipo aparentemente bonachón, refinado y crepuscular.
Guiado por sus instintos, el personaje se tornará apasionado, temerario y calculador.
Por otro lado, los actores demuestran su versatilidad, sobretodo Robinson, capaz de interpretar de forma creíble, desde un mafioso sanguinario, a un temeroso cajero, y en menor medida, Joan Bennett, que con su peculiar belleza, es capaz de conquistar a quien se le ponga por delante.
La Bennett interpreta a una mujer sin suerte, relacionada con ambientes poco recomendables, que se llega a enamorar de Wanley, en el que encuentra al hombre ideal para mantener un romance formal.
La evolución de los acontecimientos que se narran, tienen importantes actuaciones en personajes sacados de la cotidianeidad:
Amigos, enemigos, curiosos desconocidos, avaros y los inevitables indolentes expropiadores de las pertenencias ajenas; para conseguirlos y hacerlos fiables, Fritz Lang los representó en los personajes:
Frank Lalor (Raymond Massey), Dr. Michael Barkstame (Edmund Breon), el carismático Heidt y Tim, el portero (Dan Duryea), así como un extenso elenco de personajes movidos por el interés personal, entre la utilería propia de los oscuros escenarios donde se desarrollan las diferentes acciones, que tan magistralmente encadena el director, y que nos llevará, como solo él sabe hacerlo, al resultado buscado...
Robinson, Duryea, y Bennett, pasarían a jugar los 3 plomos en la siguiente película de Fritz Lang, “Scarlet Street” (1945) donde además tiene varios temas vinculados con The Woman In The Window.
Un buen ejemplo, es cómo Edward G. Robinson, interpreta el mismo tipo de personaje en ambas películas, conducido a asesinar a alguien en ambas películas.
Las 2 películas, también comparten el mismo cineasta, Milton R. Krasner, y varios actores secundarios.
Si somos avezados, encontraremos algunos errores, como cuando Wanley se apresura a regresar al apartamento, a través de la lluvia.
Su sombrero y su abrigo, están claramente empapados.
En la toma siguiente, cuando él está adentro, su ropa está considerablemente menos empapada que antes.
“I should say no, I know, but I haven't the slightest intention of saying it”
Cuando las personas maduras actúan como los chicos, en el momento menos pensado, pueden surgir verdaderas tragedias de cualquier descuido, de cualquier minucia:
Un impulso casual, una aventura, una copa demás…
Los problemas empiezan por tonterías que brotan de una tendencia latente.
Tras una sociedad de hombres honorables, bien posicionados, y con gran responsabilidad ante los ciudadanos de su país, sin tacha alguna, se esconde un mundo de anhelos, bajos instintos, y ante circunstancias adversas, hasta criminales.
Y este es el ambiente que crea perfectamente Fritz Lang en The Woman In The Window, con gran acierto.
Un mundo entre lo onírico y lo real, que se van fundiendo, haciéndonos ver, cómo sus personajes pueden cambiar el rumbo de su vida, con solo un bandazo del destino, y que una vida acomodada y bien asentada, se puede tambalear en cuanto sales un ápice del camino que has trazado.
La vida, es un manojo de pistas precisas, que se nos dan cuando La Providencia sabe que estamos a punto de acometer una gran acción con la que haremos bien… o con la que causaremos mal.
Lastimosamente, la mayoría de la gente no entiende esto, o se niega a aceptarlo, pero, tan cierto como que existe el aire, es el hecho de que no estamos solos, y que hay una entidad superior que nos sirve de sabio guía, sin interponerse al final en nuestra libre decisión.
Si supiéramos lo valioso que es estar conscientes, y analizar los últimos incidentes que ocurren antes de que emprendamos una acción de peso; o si supiéramos lo significativo que es, escribir los sueños más vívidos que se tengan, y tratar de dilucidar el mensaje que, invariablemente nos ofrecen.
Si nos propusiéramos atender a las frases elocuentes que, algún mensajero nos dice, o escribe en determinado momento.
Es bien seguro que no caeríamos, con tanta frecuencia, en las duras trampas que nos tiende Lucifer.
Todo en The Woman In The Window, es algo fantaseado a partir de un cuadro, una evocación, un impulso de volver a ser joven, de vivir aventuras, de dar rienda suelta a los instintos, de recuperar el tiempo perdido, de vivir con mayúsculas, sin analizar los riesgos, o tal vez sí, pero inconscientemente.
“The flesh is still strong, but the spirit grows weaker by the hour.
You know, even if the spirit of adventure should rise up before me and beckon, even in the form of that alluring young woman in the window next door, I'm afraid that all I'll do is clutch my coat a little tighter, mutter something idiotic and run like the devil”
Los comienzos en un filme, son importantes.
En ellos, casi siempre se da la clave para comprender lo que vendrá después.
No puede eliminar el espectador, aquellas imágenes que crea oportuno.
Todas están en su sitio, cumpliendo una misión:
La de explicar aquello que quiere ser comunicado.
El estreno de “Citizen Kane” en septiembre de 1941, y la entrada en guerra de los Estados Unidos en diciembre, tuvieron consecuencias.
La participación de Hollywood en el esfuerzo de la guerra, fue inmediato y masivo.
Los géneros cinematográficos, se resentirían de ello inevitablemente; y prácticamente sólo había espacio para las películas de guerra, tanto que se agrupaban geográficamente en 2 categorías:
El Pacífico o en Europa/África del Norte.
Pero en ese marco, irrumpió el término “cine negro”, que fue inventado por los críticos franceses, “film noir”, hacia finales de los años 40, para designar un nuevo tipo de cine criminal, aparecido en el cine de Hollywood durante la guerra.
El pesimismo y el cinismo del cine negro, han sido explicados como un reflejo del desencanto de los Estados Unidos durante la posguerra, entre 1944 y 1945.
Pero existen algunas películas precursoras…
Entre la producción cinematográfica excepcional que se creó en Estados Unidos en 1944, a pesar de la existencia de La Segunda Guerra Mundial, con obras de la calidad de “Laura” de Otto Preminger; “Double Indemnity” de Billy Wilder; “To Have and Have Not” de Howard Hawks; “Gaslight” de George Cukor; se encuentra una película del director de origen austríaco, Fritz Lang, encuadrada en la época del cine negro de esa década:
The Woman In The Window.
Y es que uno de los elementos que mejor definen la etapa estadounidense de Lang, es su implacable destrucción y remodelación de los géneros tradicionales.
Concretamente, en el cine negro, Lang no plantea la ironizada desmitificación llevada a cabo en sus westerns, al igual que tampoco opta por el acerado dramatismo de sus films antinazi.
Éste género representa para él, algo mucho más personal, menos vinculado a las convenciones que intenta hacer volar por los aires.
El cine negro es una oportunidad de oro, no sólo para denunciar los vicios y miserias de una sociedad a la que constantemente pone en tela de juicio a través del cristal de su monóculo, sino también la ocasión para enjuiciar la moralidad de la propia condición humana.
Amén de ello, el cine negro significaba para Lang, una vuelta a los orígenes del cineasta, un contundente retorno a las formas y bases que representa, dentro de la relativa incomodidad que suponía para el cineasta, el estar a los designios de la industria estadounidense, uno de los caminos más seguros a la hora de intentar realizar un cine más vinculado a sus orígenes expresionistas.
“The Biblical injunction:
“Thou shalt not kill”, is one that requires qualification in view of our broader knowledge of impulses behind homicide”
The Woman In The Window es una película de suspense, del año 1944, dirigida por Fritz Lang.
Protagonizada por Edward G. Robinson, Joan Bennett, Raymond Massey, Edmund Breon, Dan Duryea, Thomas E. Jackson, Dorothy Peterson, Arthur Loft, Frank Dawson, entre otros.
El guión es de Nunnally Johnson, basado en la novela de 1942, “Once Off Guard”, escrita por J. H. Wallis.
La novela fue llevada a la gran pantalla por Nunnally Johnson, con su propia productora independiente:
International Pictures Inc., después de escribir películas exitosas como “The Grapes Of Wrath” (1940) y otras películas de John Ford; eligió a The Woman In The Window como su proyecto de estreno.
En él, el director Fritz Lang, sustituyó el final del sueño de la película, en lugar del final del suicidio original, para conformarse con El Código de Producción moralista de la época.
Por tanto, The Woman In The Window, es la película que mejor aborda uno de los temas recurrentes en la filmografía de Lang:
El dilema al que se enfrenta todo individuo a la hora de elegir entre las comodidades de una vida convencional, o la atracción de una existencia al margen de las normas sociales.
Tema que podemos encontrar también en otros filmes posteriores del autor.
Se trata pues de historias, donde el protagonista es arrastrado a un onirismo cautivo, atrapado en las raíces atávicas de una sexualidad reprimida, soterrada y oculta, que aflora a la superficie, toda una variedad de deseos frustrados, de actos fallidos, presuntamente dormidos y resucitados por un azar caprichoso, barnizado por un sentimiento de culpabilidad, y de profunda frustración vital.
La fatalidad y, en palabras del director, “la lucha contra el destino”, justamente son otros 2 temas básicos en la obra de Lang.
Lógicamente, la combinación de estas 2 ideas, explica que la práctica totalidad de sus películas, tengan un desenlace “infeliz” para sus protagonistas, lo que le convierte en uno de los directores más ferozmente pesimistas de su generación, y también en uno de los más incómodos para los grandes estudios.
The Woman In The Window representa así, uno de los últimos clásicos de la etapa dorada del cine negro de Hollywood, un género que dio sus mejores películas en los años 30, y hasta el final de La Segunda Guerra Mundial.
Como dato, el término “film noir”, se originó como una descripción de género, en parte, debido a esta película; y el término primero fue aplicado a las películas de Hollywood en las revistas francesas del cine, en 1946, el año en que “The Maltese Falcon” (1941), “Double Indemnity” (1944), “Laura” (1944), “Murder, My Sweet” (1944), y The Woman In The Window, fueron estrenados en Francia.
Nominada al Oscar a la mejor banda sonora en drama o comedia; la acción se sitúa en New York, en los años de La Segunda Guerra Mundial; y narra la historia del profesor de la Universidad de Gotham, Richard Wanley (Edward G. Robinson), un hombre honrado, oscuro, taciturno y dominado por la mujer.
Tras despedir a la familia, esposa e hijos, que marchan unos días de vacaciones, reparte sus horas de ocio, entre una tertulia con 2 amigos:
El Fiscal Frank Laloy (Raymond Massey), y el médico Michael Barkstane (Edmund Breon), y la lectura hasta las 10 de la noche, de obras poéticas clásicas.
Junto a la entrada del club, se expone en el escaparate de una tienda, el retrato al óleo de una mujer joven y atractiva, que le cautiva, y le atrae enormemente, según explica a los amigos.
A la salida del club, vuelve sobre sus pasos para admirar de nuevo el retrato, junto al que aparece el reflejo de la imagen real de la modelo:
Alice Reed (Joan Bennett); y entabla conversación con ella, la invita a una copa, y accede a ir a su casa para ver los dibujos preparatorios del cuadro.
La llegada inesperada del amante de la muchacha, le involucra en un asesinato, que se complica y le desborda.
Por lo demás, El Fiscal asignado al caso, es su amigo Frank, que le mantiene al corriente del avance de la investigación, con una cantidad de datos probados, que provocan en él, una espiral imparable de sorpresa y angustia.
La historia envuelve al espectador, y lo sume en un clima de suspense creciente, opresivo, e irrespirable.
La investigación policial que rodea al crimen cometido por el señor Wanley, consigue implicar al espectador en tanto que sabemos que el asesinato ha sido en defensa propia, y eso nos despierta cierta simpatía hacia él.
Es probable que si explicara lo ocurrido, y tratándose de un tipo sin antecedentes y de buena condición social, la condena no sería la silla eléctrica, ni mucho menos…
Pero para Wanley hay algo peor, y es que le acusen de adulterio, de que en el momento del crimen se encontrara en casa de esa vulgar desconocida.
Por eso decide escurrir ocultar los hechos, deshacerse del cuerpo, y callar.
El guión de Nunnally Johnson, introduce algunos elementos interesantes en la trama, como el hecho de que el protagonista sea amigo del Fiscal que se encarga del caso, lo que le permite conocer de primera mano los avances de una investigación que, irremediablemente conduce hasta él.
Sin embargo, redunda en improbabilidades y casualidades poco creíbles que, no obstante, podrían justificarse y encontrar explicación en el giro poco convincente hacia el que vira la película, casi al final.
Se trata pues, de un relato de marcado carácter pesadillesco, en el que bajo la ya resobada premisa de tipo común se mete en problemas tras conocer a supuesta mujer fatal, el cineasta austríaco nos introduce en una serie de ambientes sórdidos, sabiamente captados, que sacan a la luz los impulsos más oscuros e inconfesables de la mente humana; al tiempo que resulta ser un buen estudio de criminología e investigación policial.
Lang, uno de los grandes directores de la historia del cine, jamás ganó un Oscar, como otros muchos, pero su obra está ahí, imperecedera, eterna.
Un ejemplo de buen hacer.
Aunque algunos, sólo deslumbrados por el falso espejo de cierto cine moderno, pero viejo a más no poder, hasta desconozcan su nombre.
No sólo el suyo, también el de otros muchos grandes, lo que es lamentable, porque se pierde de algo muy, pero muy bueno.
“There are only three ways to deal with a blackmailer.
You can pay him and pay him and pay him until you're penniless.
Or you can call the police yourself and let your secret be known to the world.
Or you can kill him”
The Woman In The Window, es una película rodeada de cierta aureola maléfica.
No es nada extraño, en cuanto toda ella está llamando, ofreciéndose, a la muerte.
El filme, cierra la primera gran etapa estadounidense del director, Fritz Lang, que se inició con “Fury” (1936)
Una época en la que el director realiza una película por año; y cuando acaba The Woman In The Window, las cosas no le van bien.
Con Walter Wanger, el marido de Joan Bennett, la protagonista femenina del filme, crea una productora, algo que ya había hecho en su etapa alemana; que se llama Diana.
Sólo producirán 2 películas que dirige el propio Lang:
“Scarlet Street” (1945) y “Secret Beyond The Door” (1947)
Y sobre ellas se cierne el mayor de los fracasos…
La productora, cierra.
Por si fuera poco, Lang aparece como sospechoso en La Lista Negra, la persecución de la gente de izquierda, la conocida como “Caza de Brujas”
Todo ello conducirá a Lang, a la inactividad posterior.
Pero en The Woman In The Window, concretamente es la traslación visual de una perturbadora pesadilla, con la influencia de las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, sobre las represiones sexuales, el sentimiento de culpa y, sobretodo, la importancia de la interpretación de los sueños.
Ya desde el primer plano, accedemos con una intensidad poco común, a un universo enrarecido, en el que somos incapaces de discernir el sueño de la vigilia, como bien demuestra la conclusión del film; arrastrándonos a través de un abismo onírico, a la desgraciada suerte del profesor Richard Wanley.
Todo ello convenientemente recubierto en un impresionante concierto de sombras y luces, gracias a la excelente fotografía de Milton Krasner.
La importancia de The Woman In The Window, por ello, es bipartita, y responde tanto a su herencia estrictamente germana, como a sus propios planteamientos transgresivos dentro del “film noir”
El guión, es una maravilla impredecible, de una inteligencia poco común, y con un sentido del humor irresistible; que parte de 3 ideas básicas, realmente interesantes:
Por un lado, hacer que el asesino sea un reputado profesor experto en este tipo de crímenes; por otro, hacer que él mismo se vea inmiscuido en el proceso de investigación policial, sin resultar sospechoso a pesar de estar metiendo la pata continuamente; y por último, la atracción fatal irreprimible, tan del gusto de Lang y tan presente en este género.
Y no se para ahí… también hay chantaje.
Richard Wanley, es un profesor sin tacha alguna.
Felizmente casado, amigo de las fuerzas vivas de la ciudad, carece de vicios.
Todo él, en apariencia, tiende a la honorabilidad, pero, en su mente esconde sus vicios.
Después del prólogo, contemplamos la felicidad, mentirosa y venenosa de un pequeño burgués que se cree feliz, y asentado en el mejor de los mundos.
Wanley encarna a un profesor de psicología de la Universidad de Gotham, en New York, que en la primera escena se está ocupando de explicar a sus alumnos las diferencias por muertes provocadas, haciendo las oportunas distinciones en las categorías y grados de culpabilidad, entre homicidio o asesinato, destacando igualmente las posibles atenuantes o eximentes en su realización, como podría ser la legítima defensa.
Wanley, obligado a permanecer en la ciudad por razones laborales, se despide de su mujer y sus 2 hijos, que marchan de vacaciones, y acude a su habitual club social, para cenar con un par de amigos.
Precisamente, en el edificio contiguo, se topa con un escaparate que exhibe el cuadro del retrato de una bella mujer, al que permanece contemplando embelesado, hasta que le sorprende la llegada de sus compañeros de velada, que la inician lamentándose de su entrada en la mediana edad, con sueños, proyectos y deseos sexuales que todavía se sostienen en fuerza, pero no en espíritu o, probablemente, será al revés, y no hayan terminado de darse cuenta.
Con el transcurso de la historia, van apareciendo los indispensables del cine negro:
La mujer fatal, Alice Reed; los inevitables cadáveres o asesinatos; el chantaje; el suicidio; los objetos del crimen, o huellas dejadas en su comisión, como tijeras, bolígrafos, sombreros, o pistas que delatan el número de tamaño del zapato, el peso del individuo e, incluso, su pertenencia a una clase social determinada…
El tiempo, reflejado en distintos relojes que nos va dando la hora exacta de los acontecimientos, está presente en todo momento, y no falta tampoco la intensa lluvia que anuncia la tormenta de acontecimientos, todo ello rodeado de una fotografía oscura, prácticamente nocturna, incluso la que se desarrolla en exteriores, con sombras y abundantes contrastes y claroscuros.
El punto de vista narrativo del filme, sigue las acciones de Wanley, en la mayoría de escenas, excepto en 3 momentos finales, en los que no está presente, y el protagonismo se traslada a Alice, que si bien hemos denominado mujer fatal, comparada con otros ejemplos del género, hasta parece la hermana de la caridad.
Por cierto, no echamos de menos la misoginia habitual de la época, con una frase del fiscal del distrito, que ante una sospechosa, exclama que seguro que tiene algo sobre su conciencia, porque:
“¿Qué mujer no lo tiene?”
Lo que parece que sobresale, y pone especial atención en el filme su realizador, es situar el punto de mira en la psicología de los personajes, en la doble moral existente entre lo que se considera ético, lo que se encuentra dentro de la ley y el orden, y los deseos internos, confesables o no, que chocan con los primeros y los hacen tambalearse o, sencillamente, derrumbarse a las primeras de cambio.
También es destacable, la diferenciación que se aprecia entre teoría y práctica, entre lo que es, y debe hacerse; y lo que realmente uno es capaz de realizar cuando intervienen elementos o factores exógenos incontrolables, que pueden impulsarnos a actuar de una forma que previamente concebiríamos como inaceptable, y todo porque lo que, en definitiva predomina, es el propio egoísmo, mi yo, mi estabilidad, mi trabajo, mi prestigio y, claro, también mis hijos y mi familia.
Las luces, casi siempre 3, inundan el espació fílmico, y al reflejarse en los múltiples cristales/espejos que aparecen en el filme, conforman el tono fantástico, expresionista de la narración.
Los rostros de los personajes, son mascaras inexpugnables que esconden deseos reprimidos:
Falsas miradas, movimiento, acciones repetidas y convencionales que interpretan los roles que les han sido encomendados.
Sobre el eterno presente que supone la negación del tiempo, un cuadro representará a la mujer ensoñada, reflejada en un escaparate, y enfrentada, por el cristal, a la propia cara del profesor.
Una duplicidad que supone todo un sentido de posesión, un ir más allá, atravesar el cristal.
Es el paso hacia el otro lado del espejo:
El encuentro con el otro yo.
Allí, en el cristal, se encierra a Wanley, enroscado en juegos inteligentes o, quizás, demasiado ingenuos, en los que esconde su verdadero rostro, o es mostrado de forma tan transparente, que difícilmente puede negarse, ¿o no?, su verdad.
¿Cómo se va a ser tan ingenuo, que vaya acumulando, una tras otra, las pruebas de su culpabilidad?
¿Es esa ingenuidad, aureolada de respetabilidad, lo que impide a la justicia llegar a ser justa?
Otro tema muy de Lang, es la injusticia de la justicia, el camino que separa al inocente del culpable:
La policía, la justicia, llegará, en algún instante, a resolver el caso cuando encuentre a alguien con los rasgos de la malignidad.
Aunque no sea culpable.
Es la forma de tranquilizar a los buenos ciudadanos, a los excelentes padres de familia, de evitar que ellos sean contagiados por el virus del mal.
Y en el centro los honorables caballeros, como el empresario asesinado, que intenta echar una canita al aire...
Por su parte, Wanley asemeja a un caballero inglés, inteligente, pulcro, honorable, honrado, pero la historia no transcurre en Inglaterra, sino en New York, como muestra un autobús al comienzo.
Y en ese día, el profesor deja, en su sueño, la honorabilidad, dando salida a la bestia dormida, a las mentiras domesticadas como expresa la carta que intenta escribir a los suyos; una carta que va a parar a la chimenea donde arde el sombrero del hombre que ha asesinado.
Los relojes, que inexorablemente van marcando el paso del tiempo, tiempo perdido en conversaciones vacuas; un continuo girar de unas agujas que van señalando el mañana, la vejez, la proximidad de la muerte…
Una muerte que simboliza la propia Joan Bennett, la mujer de la que nunca sabremos su nombre, aunque diga al profesor:
“Sí tiene que volver a llamar, hágalo donde dice Alice”
¿Es acaso ese el nombre real, verdadero, de la mujer eterna, de la mujer que espera agazapada entre las sombras con su elegancia, su negrura, eternidad, a los hombres que quiere perder, llevar al abismo?
Un rostro en un cuadro que mira, y se mira, que será la permanente representación del deseo oculto.
Hay que mirar con atención un momento:
Wanley, en una repisa llena de espejos, mira una estatua de una mujer desnuda, para volver, a continuación, su rostro hacia el lugar donde se encuentra la mujer…
Y esa mujer, es la morena, eterna y desconocida, amada y amante del “Cantar de Los Cantares del Rey Salomón”, libro que Wanley ojea, o lee en el club, mientras imagina amores prohibidos, la grandeza y el esplendor que él nunca ha conocido.
La habitación de la mujer, aparece repleta de espejos, de puertas acristaladas.
Es la representación constante del otro mundo, el más allá soñado o encontrado, el otro lado al que quizá solo se llega después de la muerte.
No es raro, pues, que los personajes se reflejen sobre los espejos, antes de que entren realmente en la imagen.
Lo irreal y lo real; 2 mundos, el yo y el otro mismo.
Paso inexorable del tiempo, deseo, muerte, un más allá desconocido.
Y naturalmente, el destino como detonante del relato, al igual que en otros muchos filmes de Lang.
El destino moviendo a los personajes a su antojo, como marionetas de feria, con el profesor cuando se pincha un dedo al abrir una botella de champagne; necesita unas tijeras... que serán las precisas para el asesinato.
Con el alambre de espino, se hará otro corte, un policía, ¿la conciencia?, le sonreirá, porque ha parado en un alto, el malo muere a manos de la policía, por lo que el caso está cerrado.
Pero el profesor pretende morir, ingiriendo los polvos que ha preparado para el matón, y que un buen médico ha recetado ingenuamente.
Las turbias y expresionistas atmósferas de noches tormentosas, asfalto mojado y oscuros bosques, actúan como medio que atosiga y desespera a unos personajes superados por las circunstancias.
Resultando magistralmente recogidas por la fotografía en blanco y negro de Milton Krasner, y acentuadas por la partitura de Arthur Lange; es una situación tan pura en su tejido de deseo, tentación, transgresión y culpa; y Lang enfatiza su cualidad elemental, con una puesta en escena austera.
La puesta en escena es sobria, directa, con planos de escalas diversas y “travellings” laterales, y en todo fotograma se aporta algún dato con significación en el argumento, eliminándose todo lo irrelevante, incluso se evita cualquier sobreactuación de los actores, cuyas expresiones se adecuan a lo estrictamente necesario, para dotar de contenido dramático sus relaciones, e ir enturbiando y llenando de veneno el ambiente, mientras se va cerrando el círculo, hasta hacerlo irrespirable.
La tensión que va creando Fritz Lang con el desarrollo de la trama, mezcla los intentos de salvar el hábitat propio, el evitar la ruina personal, y no nos referimos a la económica, con los remordimientos de conciencia que indudablemente van apareciendo.
Puede también vislumbrarse la inquietud de Lang, de acercarse a la controvertida cuestión de la infalibilidad de la justicia, con errores que pueden ser irreversibles, especialmente, en los casos de pena de muerte, condena a cuya aplicación era, el director, abiertamente contrario.
Estos últimos aspectos, quedan bastante difuminados, acaso por cuestiones de censura, aunque sí están presentes en su filmografía.
Los elementos familiares, listos para ser interpretados, de Lang, como espejos, relojes y escaparates, encajan bien con el psicoanálisis.
En muchas de las películas de Lang, aparecen espejos en los que se reflejan sus personajes, indicando la otra cara, la mentira, la otra pared del relato, de los seres que deambulan por sus imágenes; mientras el psicoanálisis, tema naciente en el cine de Hollywood, es para Fritz Lang, una fuente de inspiración temática desde su época alemana, pero también formal:
Los largos pasillos y sus filas de puertas, la atmosfera sombría, las secuencias de noche en casi la totalidad de la película, acompañan el discurso que tiene el profesor de criminología, Richard Wanley, con sus viejos amigos sobre este tema.
Por tanto, The Woman In The Window, es la primera obra que enfoca los aspectos psicoanalíticos del mecanismo del crimen; recordémoslo:
En un colegio, el profesor Richard Wanley, imparte un seminario bajo el título de “Aspectos Psicológicos del Homicidio”
En plano general, se nos muestra el aula.
A continuación, la cámara se acerca lentamente a la tarima, donde explica el profesor.
Detrás de él, se encuentra la pizarra donde aparecen escritas algunas palabras…
La cámara sigue su acercamiento, hasta enmarcar en el centro de la pizarra, un nombre destacado con mayúsculas:
Sigmund Freud.
Las palabras del profesor, no concluyen, pero la escena concluye, y pasamos a otro lugar.
Por medio de un fundido en negro, se nos traslada a la estación donde Wanley despide a su familia, que parte de vacaciones.
¿Por qué se produce ese corte brusco en la charla que da inicio al filme, para pasar, aun cortando la clase, a otro lugar, y otro momento?
Muy simple:
La película, toda ella, es la conferencia centrada en el personaje señalado en la pizarra, es decir, en Freud.
The Woman In The Window, explicita los estudios de Freud sobre los deseos reprimidos; y la película habla del mundo del inconsciente, de los sueños.
Lang, de manera más sutil, procede a impartir una lección magistral sobre el psicoanálisis.
La historia que vemos en la pantalla, y que se focaliza en el profesor, de acuerdo al inicio, se convierte en una historia a nivel general.
El individuo da paso a la generalidad; un procedimiento que Lang ya había experimentado en el pasado.
En el final, Lang va más allá en el epílogo.
Hemos asistido a una lección sobre el mundo de los sueños, donde realidad y deseos reprimidos, se mezclan.
No obstante, el fin no llega con el despertar del profesor dejando atrás su mundo de oscuros deseos.
El cierre es más irónico, en una película que posee bastantes elementos irónicos.
Después de ser despertado, sale del club, en donde había quedado dormido mientras intenta concentrarse en “El Cantar de Los Cantares”
Vuelve, como en la primera parte, a pararse ante el retrato de la mujer hermosa, desconocida, sin nombre…
Una mujer, distinta a la anterior, y por tanto, muy diferente a la exótica, sin nombre, y elegante de Salomón, le habla.
Está detrás de él...
Es probablemente una prostituta vulgar, sin la clase de la del cuadro.
El profesor, sin contestar, apresura el paso para refugiarse, sin duda, en su casa.
Aún Lang, no cierra el plano.
La cámara se acerca al retrato, que sarcásticamente sigue eternamente presente, llamando, incitando al deseo, señalando lo imperecedero dentro de un tiempo que corre, para llevarnos al encuentro con la mujer maldita o bendita de nuestro sueño eterno.
Por último, no queremos dejar pasar algún otro detalle sobresaliente.
En primer lugar, no se pierdan, y fíjense en la cara de asombro y alucinación de uno de los cadáveres cuando es trasladado.
También, es destacable el tinte racista que se observa, cuando un policía detiene al protagonista por no llevar las luces del automóvil encendidas, y no le es suficiente como identificación, la licencia de conducir, al ser su apellido de origen polaco; y concluimos con una escena, tratada con verdadera ironía:
Las imágenes del niño explorador, que encuentra el cadáver, y con ello obtiene una recompensa, la cual, afirma, que destinará, en primer lugar, a enviar a su hermano pequeño a una buena universidad y, en segundo término, entendemos que no necesariamente por ese orden; a costear sus estudios en La Universidad de Harvard…
En lo técnico, si la llegada de los cineastas europeos a Estados Unidos en el primer lustro de los años 30, se caracteriza por teñir la aséptica iluminación de los pioneros estadounidenses de un desquiciado tenebrismo, casi una plasmación pictórica del apocalíptico momento histórico que se estaba gestando en el viejo continente, Lang, concretamente, y a diferencia de varios de ellos, otorga un potente significado dramático a cada foco de luz, y a cada elemento oculto en la oscuridad.
Crea y establece un cosmos neo-expresionista, en el que, aprovechando el espacio, y los diferentes términos del plano como pocos, define las características de la historia, a la par que redondea la caracterización de sus personajes.
Todo ello, sin perder, ni por un momento, el pulso creativo, y la mentalidad arquitectónica, concibiendo una puesta en escena tan meticulosamente calculada, que todo lo que en ella se representa, adquiere significación propia.
Esto, que puede ser constante en el cine de Lang, adquiere una especial trascendencia en sus películas del cine negro y, más concretamente, en The Woman In The Window, donde el clima de ensueño ya esbozado más arriba, se ve potenciado por la dirección de Lang, aparentemente fría, e incluso en algún momento distanciada, pero tan perfecta en la consecución del ritmo y en el clima de lasitud progresivamente reinante, que alcanzaría su cenit un año después, en la no menos lograda “Scarlet Street” (1945) que, sin ningún género de dudas, remiten al mejor Lang alemán.
Por lo que respecta a sus raíces genéricas, The Woman In The Window supone una desmembración más que notable de las convenciones del género negro.
Más cercana al melodrama, que a lo planteado por John Huston 3 años antes en “The Maltese Falcon” (1941), la película, en el fondo, queda excluida de cualquier tipo de vinculación genérica.
Si bien formalmente, puede responder a unas ciertas tendencias básicas del “film noir”, sobre todo a nivel de atmósfera, y argumentalmente se encuentra al límite de este tipo de cine, con personajes arquetipo; lo cierto es que The Woman In The Window, no es más que otro ejemplo, y uno de los más sobresalientes del sincretismo de Lang, de su extrema facilidad para conciliar esquemas narrativos y características formales en un todo verdaderamente arrebatador.
Si “Metropolis” (1927) era la simplificación de expresionismo, híbrido con otras tendencias que adquirían una mayor importancia y trascendencia, en The Woman In The Window, nos encontramos con una pieza de características marcadamente fantásticas e irreales, envuelta en un manto de cualidades, paradójicamente, veristas.
Y no son pocos los que critican la pirueta argumental del final, en la que toda la historia queda reducida a un sueño de Wanley, apuntando incluso que pudiera ser impuesto por la productora; nada más lejos de la realidad, tal como explica el propio Lang, en su célebre libro/entrevista con Peter Bogdanovich.
En primer lugar, hay un sinfín de elementos a lo largo de la película que justifican, y dan sentido a su giro final, elementos y recursos que, aun estando presentes en todo el film, sólo son percibidos de manera consciente “a posteriori”, lo que habla de la enorme habilidad de Lang, a la hora de utilizarlos, y que, por consiguiente, invalidan por completo la idea del “final impuesto”
Además de un sutil pero inequívoco tono onírico que impregna la mayoría de las imágenes, esto se hace evidente en la secuencia en el club social, al inicio de la película, en la conversación de Wanley con sus amigos, induce inevitablemente al personaje a soñar lo que sueña; o el magnífico guiño argumental, por el cual, él reconoce a los protagonistas de su sueño, en los personajes reales y cotidianos con los que se tropieza al abandonar el club, al final de la película.
Pero, como se ha dicho, lo que en un visionado poco atento puede entenderse esta vez como un forzado e inusual final feliz, se erige en el fondo, como el más irónico de los desenlaces posibles, en consonancia con la idea de la fatalidad del destino en Lang.
Si lo deseado por el protagonista se encarna mediante el personaje de Alice:
¿Qué peor fatalidad que ubicar ese objeto de deseo en el inalcanzable reino de los sueños?
Un sueño angustiante en algunos momentos, pero deseable en muchos otros.
Así, como la inmensa mayoría de los personajes “languianos”, pero esta vez además con una corrosiva carga irónica añadida, el final supone una vez más, el inexorable triunfo del destino, en la más fatal de sus posibilidades:
Al despertar de su sueño, Richard Wanley acabará condenado a seguir viviendo su monótona, gris y aburrida existencia.
Del reparto, Edward G. Robinson es el ser humano perfecto para ser diseccionado ante la cámara.
La habilidad de Lang, para trazar su personaje en apenas 2 escenas, es tan certera que nos permite sumergirnos en la trama de inmediato, y comenzar el viaje a los infiernos de ese tipo aparentemente bonachón, refinado y crepuscular.
Guiado por sus instintos, el personaje se tornará apasionado, temerario y calculador.
Por otro lado, los actores demuestran su versatilidad, sobretodo Robinson, capaz de interpretar de forma creíble, desde un mafioso sanguinario, a un temeroso cajero, y en menor medida, Joan Bennett, que con su peculiar belleza, es capaz de conquistar a quien se le ponga por delante.
La Bennett interpreta a una mujer sin suerte, relacionada con ambientes poco recomendables, que se llega a enamorar de Wanley, en el que encuentra al hombre ideal para mantener un romance formal.
La evolución de los acontecimientos que se narran, tienen importantes actuaciones en personajes sacados de la cotidianeidad:
Amigos, enemigos, curiosos desconocidos, avaros y los inevitables indolentes expropiadores de las pertenencias ajenas; para conseguirlos y hacerlos fiables, Fritz Lang los representó en los personajes:
Frank Lalor (Raymond Massey), Dr. Michael Barkstame (Edmund Breon), el carismático Heidt y Tim, el portero (Dan Duryea), así como un extenso elenco de personajes movidos por el interés personal, entre la utilería propia de los oscuros escenarios donde se desarrollan las diferentes acciones, que tan magistralmente encadena el director, y que nos llevará, como solo él sabe hacerlo, al resultado buscado...
Robinson, Duryea, y Bennett, pasarían a jugar los 3 plomos en la siguiente película de Fritz Lang, “Scarlet Street” (1945) donde además tiene varios temas vinculados con The Woman In The Window.
Un buen ejemplo, es cómo Edward G. Robinson, interpreta el mismo tipo de personaje en ambas películas, conducido a asesinar a alguien en ambas películas.
Las 2 películas, también comparten el mismo cineasta, Milton R. Krasner, y varios actores secundarios.
Si somos avezados, encontraremos algunos errores, como cuando Wanley se apresura a regresar al apartamento, a través de la lluvia.
Su sombrero y su abrigo, están claramente empapados.
En la toma siguiente, cuando él está adentro, su ropa está considerablemente menos empapada que antes.
“I should say no, I know, but I haven't the slightest intention of saying it”
Cuando las personas maduras actúan como los chicos, en el momento menos pensado, pueden surgir verdaderas tragedias de cualquier descuido, de cualquier minucia:
Un impulso casual, una aventura, una copa demás…
Los problemas empiezan por tonterías que brotan de una tendencia latente.
Tras una sociedad de hombres honorables, bien posicionados, y con gran responsabilidad ante los ciudadanos de su país, sin tacha alguna, se esconde un mundo de anhelos, bajos instintos, y ante circunstancias adversas, hasta criminales.
Y este es el ambiente que crea perfectamente Fritz Lang en The Woman In The Window, con gran acierto.
Un mundo entre lo onírico y lo real, que se van fundiendo, haciéndonos ver, cómo sus personajes pueden cambiar el rumbo de su vida, con solo un bandazo del destino, y que una vida acomodada y bien asentada, se puede tambalear en cuanto sales un ápice del camino que has trazado.
La vida, es un manojo de pistas precisas, que se nos dan cuando La Providencia sabe que estamos a punto de acometer una gran acción con la que haremos bien… o con la que causaremos mal.
Lastimosamente, la mayoría de la gente no entiende esto, o se niega a aceptarlo, pero, tan cierto como que existe el aire, es el hecho de que no estamos solos, y que hay una entidad superior que nos sirve de sabio guía, sin interponerse al final en nuestra libre decisión.
Si supiéramos lo valioso que es estar conscientes, y analizar los últimos incidentes que ocurren antes de que emprendamos una acción de peso; o si supiéramos lo significativo que es, escribir los sueños más vívidos que se tengan, y tratar de dilucidar el mensaje que, invariablemente nos ofrecen.
Si nos propusiéramos atender a las frases elocuentes que, algún mensajero nos dice, o escribe en determinado momento.
Es bien seguro que no caeríamos, con tanta frecuencia, en las duras trampas que nos tiende Lucifer.
Todo en The Woman In The Window, es algo fantaseado a partir de un cuadro, una evocación, un impulso de volver a ser joven, de vivir aventuras, de dar rienda suelta a los instintos, de recuperar el tiempo perdido, de vivir con mayúsculas, sin analizar los riesgos, o tal vez sí, pero inconscientemente.
“The flesh is still strong, but the spirit grows weaker by the hour.
You know, even if the spirit of adventure should rise up before me and beckon, even in the form of that alluring young woman in the window next door, I'm afraid that all I'll do is clutch my coat a little tighter, mutter something idiotic and run like the devil”
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