Caché

“Vous pourriez avez manqué quelque chose”
(Pudiste haber perdido algo)

La memoria histórica, es un concepto ideológico e historiográfico, de desarrollo relativamente reciente, que puede atribuirse en su formulación más común a Pierre Nora, y que viene a designar, el esfuerzo consciente de los grupos humanos, por encontrar con su pasado, sea éste real o imaginado, valorándolo, y tratándolo con especial respeto.
Conceptos confluyentes, son el de memoria colectiva, y el de política de la memoria, llamado en inglés “politics of memory”, o política de la historia, o en alemán “Geschichtspolitik”
En específico, como pasa con otros países, y su memoria histórica, ocurre que también hay 2 Francia: 
La que admite las burradas que La República cometió en Argelia, durante El Período Colonial, el torturador Jean-Marie Le Pen sabe mucho de eso; y está dispuesta a reabrir el debate, las veces que haga falta; y aquella que, intensificando día tras día su “no” a cualquier atisbo de arrepentimiento, exhibe un orgullo casi pornográfico en su defensa de “la grandeur”, incluida aquella de lo que fue la vieja potencia colonial, hasta la declaración de independencia de Argelia, en 1962.
La Masacre de París, del 17 de octubre de 1961, se refiere a la represión sangrienta, de una manifestación de argelinos, ocurrida en París, Francia, durante La Guerra de Argelia. 
La represión de la policía parisina, entonces dirigida por Maurice Papon, condenado en 1998, por crímenes contra la humanidad, perpetrados durante El Gobierno de Vichy, contra la población argelina de la región parisina, duró todo el otoño de 1961. 
Para entonces, Francia ya iba en camino de perder la guerra, y Charles de Gaulle, empezaba a negociar con el Front de Libération Nationale (FLN)
El 17 de octubre de 1961, una manifestación pacífica, convocada por el FLN, contra el toque de queda, impuesto para todos los argelinos que vivían en la región parisina, por el prefecto de policía, Maurice Papon, desembocó en una represión brutal, que causó entre 70 y 200 muertos, según los investigadores; el historiador, Jean-Luc Einaudi, cuenta entre 200 y 393 argelinos muertos por la policía, durante el otoño de 1961. 
Los argelinos, no fueron las únicas víctimas, porque la policía interpelaba, basándose en los rasgos físicos de los transeúntes. 
Ello significaba, que cualquier persona de aspecto mediterráneo, fuera detenida, golpeada, y asesinada. 
Algunas de las víctimas, fueron tiradas al Sena, mientras que otras muertes, fueron disimuladas de manera burocrática.
Las víctimas, fueron detenidas en El Palacio de Deportes, y en El Estadio Pierre de Coubertin, donde sufrieron un trato brutal.
La masacre, fue objeto de ocultación estatal, estimando el presidente Charles de Gaulle, que era “un asunto secundario”
Habrá que esperar hasta mediados de los años 1980, para que estos acontecimientos, fuesen sacados del olvido, con la publicación de nuevos trabajos de investigación.
En la década de 1990, “La Masacre del 17 de Octubre”, como es conocida en Francia, llegó a la conciencia nacional. 
En particular, el testimonio de Jean-Luc Einaudi, durante el proceso de Maurice Papon, por crímenes contra la humanidad, le ayudó a conseguir permiso para investigar los archivos de la policía, a los cuales, no había tenido acceso antes.
El 17 de octubre de 2001, el alcalde socialista de París, Bertrand Delanoë, mandó colocar una placa en el puente Saint-Michel, cerca de Notre-Dame, para conmemorar La Masacre.
En general, en las últimas décadas, han adquirido importancia los movimientos de reconstrucción de la memoria histórica, de grupos sociales afectados por los procesos de invisibilización como las mujeres, los afroamericanos, los indígenas, las culturas colonizadas, los trabajadores, los perseguidos políticos, etc.
La reconstrucción de la memoria afectada por los procesos de invisibilización, no constituye un mero esfuerzo de investigación, sino que también, y fundamentalmente, requiere un activismo social, orientado a desmitificar estereotipos y verdades dadas, profundamente arraigadas en la cultura dominante.
En muchas partes del mundo, han surgido foros por la memoria como espacios, no sólo de investigación, sino también políticos y culturales, con el fin de servir de plataforma, para la construcción de identidades sociales.
“Que voulez-vous voir?”
(¿Qué más quieres ver?)
Caché es una película de suspense, del año 2005, escrita y dirigida por Michael Haneke. 
Protagonizada por Daniel Auteuil, Juliette Binoche, Maurice Bénichou, Annie Girardot, Lester Makedonsky, Bernard Le Coq, Walid Afkir, Daniel Duval, Aïssa Maïga, entre otros.
El largometraje, escrito en alemán, filmado en francés, es una coproducción entre Austria, Francia, Alemania, e Italia. 
El cineasta austriaco, Michael Haneke, desarrolla sutilmente, una sensación de miedo y paranoia, usando una de sus armas favoritas:
El poder de las imágenes. 
Así, en las primeras secuencias, nos encontramos con un primer sentimiento, latente y explosivo, del terror y el miedo de una “victima”, que establece el tono de un drama, arraigado en la mala conciencia de un hombre, en un pasado vergonzoso, oculto, y enterrado, que descubriremos poco a poco. 
El director, crea un guión simbólico, dividido entre la culpa individual, y la culpa colectiva. 
Más allá de esta dimensión, es fascinante ver, como Haneke utiliza una sencilla trama, para lograr algo instintivo, tan primitivo, como es el miedo. 
El miedo a perder todo lo que despierta el comportamiento mezquino y cobarde, dando una imagen sin gloria de la naturaleza humana.
Caché, habla sobre el sentimiento de culpa, la moral, el miedo, y el egoísmo. 
Hace una crítica social, totalmente neutral; y expone los temas, sin posicionarse en absoluto.
La filmación, tuvo lugar en París, y Viena; siendo la primera película de Haneke, en la que utiliza cámaras de video de alta definición; y como dato curioso, no tiene banda sonora.
Caché sigue a Georges Laurent (Daniel Auteuil), el típico burgués francés que presenta un programa literario en televisión, y lleva una vida acomodada con su mujer, Anne (Juliette Binoche) y Pierrot (Lester Makedonsky), su hijo de 12 años.
Pero, de repente, empieza a recibir unos paquetes anónimos, que contienen cintas de vídeo, grabadas desde la calle, y unos dibujos inquietantes, cuyo significado es un misterio... 
No sabe quién se los envía; pero las secuencias que aparecen en las cintas, son cada vez más personales, lo que parece indicar, que el remitente lo conoce desde hace tiempo. 
La relación entre Georges y su mujer, se irá deteriorando, debido también a los manejos de este, por aclarar la verdad, aún a espaldas de su esposa.
Luego de recibir una serie de videos, Georges comienza a sacar conclusiones, lo que lo lleva a dudar de un único sospechoso:
Majid (Maurice Bénichou), un hombre de Argelia, cuyos padres eran parte de la servidumbre de los padres de Georges en su infancia, a los cuales, tras serios conflictos políticos, y de simple intolerancia, los traicionaron, dejando a este niño abandonado, y luego de hombre, crecer solo, motivo por el cual, ahora estaría cobrando venganza en contra de Georges, en nombre de sus propios padres.
Georges siente, que una amenaza se cierne sobre él, y su familia, pero como no hay evidencias de delito alguno, la policía se niega a ayudarlo. 
Quizás, el tema puede sonar rebuscado, transgresor, políticamente desgastado, para quienes acostumbran ver cine reflexivo. 
Pero no lo es, si repasamos la historia de Oriente, y recordamos que hace 40 años, Argelia luchaba por lograr su independencia, y cuyo conflicto terminó con la matanza de miles de Argelinos, en las manos de Francia; lo que significó, y significa hasta el día de hoy, la interminable discriminación de países europeos, para con los procedentes del Medio Oriente; así tal cual.
Gracias a la firme mano de Haneke, el espectador va sintiendo, poco a poco, la presión psicológica que se cierne sobre los personajes, la perturbación, y el terror en lo cotidiano, una violencia psicológica, que dará paso a algún estallido de violencia física. 
Pese a que apenas hay momentos de violencia, cuando esta se desata, lo hace sin ambages, de forma naturalista, antojándose aún más impactante, una constante en el cine de Haneke.
“Peut-être que la caméra était dans une voiture”
(Tal vez la cámara estaba en un coche.)
Caché que significa “oculto” en francés, es un término asociado a la informática, que refiere un duplicado de memoria, el cual se encuentra escondido para su posterior uso, siendo algo así como, el subconsciente de un software. 
No es inusual, que el realizador austriaco, Michael Haneke se apropie de este término, para dar nombre a su 9ª entrega cinematográfica, la cual en su construcción estética, busca ahondar en el conflicto escondido, detrás de esta imagen perfecta, proporcionada por los nuevos formatos, y cómo esta búsqueda por la hiperrealidad, incide en el subconsciente del espectador.
Haneke, coloca el foco esta vez, en la francesa, para desarrollar una de sus mayores obsesiones: 
El miedo al extraño, al que es diferente.
En la sutileza que sí presenta a la hora de plantear los dilemas, surge el conflicto colonialista del país europeo con Argelia, que se refleja en una sociedad moderna, aparentemente madura y tolerante, pero que esconde un turbio pasado, del que no es posible escapar, recordar que en el cine de Haneke, no hay esperanza, por lo que la redención, ni se contempla. 
Una historia que funciona, como reflejo visionario de la actualidad más reciente del país mediterráneo, golpeado por el jamás justificable terrorismo yihadista, pero ante el que reacciona, como el resto de Occidente, con un exceso de victimismo, y una total incapacidad para la asunción de responsabilidades.
Así, Caché está estructurada en varios niveles de análisis. 
Disecciona con la frialdad y certeza de un bisturí, las distintas las capas que cubren la existencia, un ejercicio que se extiende en el tiempo, y en el espacio. 
Un incisivo guión, escrito por el propio director, abre de forma progresiva, distintas líneas de reflexión, que incluyen desde el sentimiento de culpa individual, los problemas de la familia, y la clase social a la que pertenece, la violencia, y la diferencia, hasta las cuentas pendientes con el pasado, y la memoria histórica.
El punto de partida de la escritura del guión, fue el conocimiento por parte de Haneke, del trágico suceso que tuvo lugar en el París de 1961, cuando unos 200 argelinos, que participaban en una manifestación, fueron ahogados en el Sena, donde permanecieron durante semanas…
Lo que sobrecogió al director de la historia, más allá del inconmensurable drama humano, fue el silencio mediático, que se había construido en torno a los hechos. 
Haneke se sirve del personaje de Majid, para citar de forma directa, en un ejercicio de memoria histórica, la matanza. 
Lo importante en Caché, no son los hechos, sino el proceso de revisión que ha desencadenado.
Y vuelve Haneke, a retratar una sociedad contemporánea, egoísta y miedosa, sólo preocupada en defender lo suyo, ajena al sufrimiento del prójimo.
A veces, se entierra profundamente en la memoria, aquello de lo que uno se siente arrepentido, o avergonzado. 
Pero aún peor, es enterrar aquello de lo que uno se siente culpable, y precisamente eso es lo que hizo Georges, cuando sólo era un niño... 
Olvidó rápidamente lo que había hecho mal, lo apartó de su mente, hasta que simplemente desapareció. 
Nunca estuvo allí. 
Sin embargo, estaba escondido; y a veces ocurre, que las sombras del pasado, vienen a enturbiar el presente. 
A pesar de querer eludir el carácter discursivo, Haneke cae en un planteamiento de la historia, barnizado del más simple maniqueísmo, queriendo vengar la injusticia cometida por el comportamiento inmaduro de un niño bien francés, sobre un chiquillo argelino, unos años atrás.
El rechazo, y la exclusión por motivos raciales, conforman un tema que se escapa del ámbito de lo políticamente correcto, algo de lo que no está bien hablar y, sin embargo, constituye un fenómeno palpable, y de plena actualidad en nuestras sociedades. 
El sentimiento de amenaza, que despierta el extranjero, queda plasmado en Caché, en la tentativa de atropello involuntaria del ciclista negro, a Georges, al mero principio del metraje.
En un comienzo, Caché parece llevarnos por el camino del enigma, del gran misterio, de quién es la persona que envía estos videos, y tiene aterrorizada a la familia, y por qué lo hace… 
Pero al transcurrir los minutos, el problema se hace menos importante, para sumergirnos en la historia de un hombre francés que, representando de alguna manera a su país, no concibe el arrepentimiento, y vuelve a humillar, y amenazar al mismo niño de hace 40 años atrás, ahora convertido en mayor.
Una historia de violencia, y conciencia social, de dramas personales y culpas, mostrada de manera sutil, y escrita de manera brillante, por alguien que se caracteriza por tratar temas complejos, pero expuestos de manera simple, y comprensible para cualquier tipo de espectador.
En el trasfondo de la narración, desplegada con tintes de intriga, subyacen posiciones tan demagógicas, como las diferentes oportunidades que se le han presentado a uno, y a otro, a lo largo de su vida, merced a la divergente educación recibida.
Precisamente, la educación, esa materia que desde siempre ha preocupado al cine, al francés especialmente, y que aquí vuelve a hacerse presente, sintetizándose en un enésimo plano estático de una marquesina iluminada donde se exhiben, entre otras:
“La Mala Educación” (2004) y “Les Choristes” (2004)
Pervirtiendo la técnica del suspense de Hitchcock, hasta conseguir que el “macguffin”, se manifieste por agotamiento del espectador, en la búsqueda de explicaciones, Haneke requiere que comprendamos de qué nos está hablando. 
Y, en ese sentido, Caché tiene varias líneas básicas: 
La temática de la culpabilidad negada/“escondida” en su protagonista; una línea alegórica, en la que la culpabilidad se traspasa del protagonista a toda Europa; y una tercera, en la que la infancia y la educación, se revelan como el momento clave, en que todo puede llegar a ser distinto, o continuar siendo lo mismo. 
Los adultos, ya no pueden cambiar su pasado, ni siquiera escudándose en la inocencia de sus infancias, porque la condena les atañe de tal manera que, incluso, cuando se les ofrece una segunda oportunidad para congraciarse con su pasado, son incapaces de aprovecharla, y se agarran con todas sus fuerzas, a lo que han construido sobre su propia culpabilidad.
Segundas generaciones de árabes, educadas en los valores de La República, pero que llevan en su seno, la rabia del destino frustrado de sus padres y, sobre todo, el dolor de la ignorancia por parte del europeo medio. 
Así pues, un ciudadano europeo que, asentado en la comodidad de una intelectualidad de diseño, sillones de cuero, y programas literarios, se olvida de reflexionar sobre su propia culpa, y prefiere esconderla en la convicción de que ésa es la única manera de defender lo suyo. 
Si hacemos caso a Haneke, este camino sólo lleva de una culpabilidad matizada, a una absoluta. 
No es éste, el trabajo de un optimista nato, sino de un cirujano insolente...
La construcción formal de Caché, y la temática relativa a la violación de la intimidad familiar, son una llamada en toda regla, al instinto del espectador, a su deseo de mirar sin ser visto, un intento brutal de atracción, que apela de manera directa, a la primitiva pulsión escópica del hombre.
Uno de los elementos más desconcertantes, supone la colocación de la cámara.
Por su situación, resulta imposible, no ser vista por los personajes que aparecen en escena. 
Sin embargo, la grabación ha tenido lugar... 
¿Qué está sucediendo? 
¿Quién ha sido, y cómo lo ha conseguido? 
Las preguntas se agolpan en la mente del observador.
Primero que todo, Caché, es la primera incursión del realizador, en el formato de alta definición, además de ser pionera en la “no diferenciación del de formato”
Las imágenes, extraídas de la cinta, como las del relato de la familia Laurent, tendrán la misma importancia visual, aumentando la confusión del espectador. 
La manipulación, y la ruptura del código que genera esta decisión estética, ponen en conflicto, la credibilidad de las imágenes. 
Haneke crea, y destruye la realidad constantemente creada, dando cuenta una vez más, que las imágenes tienen un alto potencial de ilusión, la inclusión de la imagen hiperrealista del HD, ayuda a reafirmar este punto, la mentira de las imágenes, se vuelve explícita, el realizador nos restriega aquella maneabilidad, aquella simulación, que las imágenes llegan a construir.
Es decir, las imágenes mutan, entre realidad y ficción.
La puesta en escena, muestra a los protagonistas, incluso de espaldas, y en ocasiones, parece que están siendo observados a través de una ventana, o desde otra habitación. 
Tiene la audacia de dar el mismo tratamiento visual a las grabaciones de vídeo, que al resto de la ficción. 
Más de una vez, se confunden, con lo que produce la sensación, de que es el propio espectador, el que espía, y le hace cómplice de esta intromisión. 
Con todo ello, gracias a una gran convicción narrativa, aumenta la impresión de acoso, y la percepción de la indefensión.
Mientras la pareja descubre la desaparición de su hijo, se observan de fondo, imágenes en la televisión, sobre el desastre actual en Irak. 
Quizás también, sea casualidad, que los coprotagonistas sean también de origen musulmán… 
Pero todo pudiera entenderse además, como una metáfora, donde el rico e intelectual protagonista occidental, castiga, traiciona, y trunca en el pasado la vida del pobre, y a la vez, el futuro de sus descendientes, para después, esforzarse por ignorar y menospreciar el posible dolor causado, y alegar un sentimiento victimista. 
El protagonista, se siente aterrorizado, desconcertado, agresivo, cuando las consecuencias de sus actos, salpican de algún modo, su estilo de vida acomodada y segura.
Y Michael Haneke nos pregunta: 
¿Quién es aquí, la verdadera victima? 
Quizás los terroristas formen parte de nuestra familia. 
Quizás seamos nosotros los terroristas. 
Quizás nuestro preciado estilo de vida, no sea el más adecuado, justo ni perfecto.
El protagonista, se muestra insensible a la hora de reconocer su culpa, y tampoco duda en engañar a su propia esposa, mentir sin dilación a su propia gente, para esconder la información que le pueda culpar. 
Nuestra sociedad, nuestros informativos, nuestra televisión, tampoco dudan en mentir, en no contar toda la verdad, para invitarnos a consumir, despreocupados, y a continuar todo el tiempo que nos sea posible, con este nuestro “Sueño Americano” de egoísmo y evasión. 
Además, paralelamente, observamos imágenes de atentados suicidas en Irak, mientras para el coprotagonista, la única forma posible de llevar a cabo su justificada venganza, es implicando, y haciendo testigo directo al protagonista de su suicidio.
Haneke, se permite un final desconcertantemente abierto, no resuelve el misterio, ni falta que le hace, porque no se trataba de lo más importante de la historia.
Quien envía las cintas, o quien deja de hacerlo, es su “macguffin”
En lugar de complacernos con un final explícito, y cómodamente resuelto, lo que busca el director, es precisamente lo contrario, otorgándonos un plano fijo, que centra su atención en la escuela, y a partir de ahí, que el espectador reflexione.
Después de todo, probablemente se le ocurran algunas cosas en que pensar, bastante más importantes que descubrir al “asesino”
Por otro lado, Caché también juega a ser aburrida, a que no suceda nada… 
Otra brillante manipulación más. 
Al llegar hasta el final de esta, también aparentemente, soporífera trama, el espectador podrá descubrir, que lo más violento es la propia conclusión que saca: 
Considerar que no ha ocurrido nada en estas 2 horas de metraje. 
El final, sugiere, que nuestro mundo seguro y confortable, ha comenzado a desmoronarse…
O es un final muy optimista, insólito en Haneke, en la que el director deposita su confianza en las nuevas generaciones, y en el futuro, libres de las ataduras del pasado, y de la culpabilidad que subyace en él. 
No es ningún juez, sino un ojo clínico, y de extremada frialdad, que crea en nosotros, la alarmante necesidad de ser juzgados; Michael Haneke es quien manda las cintas, como conciencia histórica que merece ser descubierta.
Así Majid, desconoce sobre las cintas, y al final, los 2 hijos hablan, pero alguien sigue filmándolos… 
¿Quién?
Michael Haneke.
“Il ressemble à un dessin d'enfant”
(Se ve como un dibujo infantil)
¿Es Haneke, el agitador de la moral burguesa europea? 
¿El fustigador del racismo latente en Europa? 
¿El mejor narrador de la culpabilidad latente, y los estallidos de violencia cotidianos?
¿Acaso, la mano de Haneke llega tan lejos, dentro de sus propios films? 
¿Es tan osado de utilizar, descaradamente el poder que le da, ser el creador de la historia, para jugar con los actores a su antojo? 
Sí, para todas las preguntas.
Michael Haneke, lleva esa situación familiar, al plano nacional, convirtiendo a Caché, en un alegato a la culpa: 
Quizás, la mejor manera de darnos cuenta de nuestra propia inoperancia, ante las injusticias que suceden en el mundo, sea sacándonos violentamente de nuestra seguridad cotidiana, y enfrentándonos involuntariamente, a la raíz de nuestros problemas. 
Surge así, la mejor crítica contra la política belicista, la indiferencia gubernamental, esa televisión que permanece encendida, y que nadie parece mirar; las injusticias históricas, el racismo, y el aburguesamiento, basado en un culto a la propia cultura, que no nos convierte en mejores personas, sino que agranda alarmantemente nuestra culpabilidad, como personas que no actuamos para mejorar lo que sabemos que no es justo. 
Todo lo que sucede en la familia Laurent, y en la sociedad, es una gran metáfora sobre la problemática de los inmigrantes, por la que están pasando en Europa, desde hace años. 
La derrota del sueño sesentista, de un mundo más justo, en manos del Primer Mundo, hace que después de 40 años, lo países que sufrieron la desigualdad, vuelvan para reclamar aquello de los que se los privó. 
De la misma manera que el protagonista no acepta, que el presente de quién le envía los videos, es responsabilidad de su actitud de hace 40 años, los países desarrollados, no aceptan que la miseria de los países más pobres del mundo, está directamente relacionada con el sistema que ellos impusieron. 
Hoy, se encuentran con que los más pobres, les llegan de todos lados, a pedir lo que de forma directa, o indirecta, les quitaron en el pasado cercano. 
No me parece casual, el gallo muerto, tratándose de una película francesa, ni el niño que vomita sangre, tratándose de inmigrantes africanos... 
Me parece mucho más, que simples ejemplos. 
Pienso que Caché, también trata sobre la ingenua crueldad infantil y adolescente.
Sobre las, muchas veces, terribles e inevitables consecuencias de nuestras acciones, a lo largo de la vida. 
De cómo cargamos con nuestras faltas, errores, y pecados y de, cómo todas estas, después, repercuten incluso, a las generaciones posteriores. 
Lo que sí parece claro, es que Haneke seguirá siendo ese desconocido, que nos envía cintas anónimas a casa. 
Cintas, en las que nos veremos reflejados en nuestra cotidianidad, y que sin embargo, sembrarán en nosotros, la inquietud. 
¿Y si estuviéramos haciéndolo mal?

“Jusque-là, bonne lecture et grâce aux nouvelles de téléspectateurs chaque semaine”
(Hasta entonces, que tengan una buena lectura, y gracias a los nuevos televidentes, por su sintonía cada semana.)



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