La Mirada del Otro

“Mi demonio particular, no me aconsejó nunca que me buscase a mí misma, con una sonrisa de galán, cínico y cautivador, me animaba a vivir la vida por los métodos más primitivos y explícitos:
Emborráchate, follá, sé mala”

Siempre existen personas dispuestas a juzgar nuestras acciones, creencias, y opiniones.
Está en nosotros aprender a limitar el efecto que ello puede tener en nuestras vidas.
La clave:
Percibir cuándo algo que decidimos, es correcto o no.
La mirada del otro, nunca es la nuestra y, sin embargo, siempre podemos hacerla nuestra.
Solo cuando estamos dispuestos a traspasar nuestros propios límites, es cuando realmente somos susceptibles de transigir con los límites del otro y, por qué no, de las, a veces sutiles, y a veces notorias diferencias que, continua y constantemente nos acercan y nos alejan en el devenir de nuestra vida, y muy especialmente, en el particular acontecer de nuestra forma de entenderla.
¿De qué hablamos?
De ir más allá, de ampliar fronteras, y de consentir en la fructífera conveniencia de una respuesta clara y directa de escucha hacia el otro, por nuestra parte.
“Declaro solemnemente, que no tengo el menor deseo de conocerme mejor, y que estoy satisfecha en mi condición de mujer enigma.
No quiero reconocerme, sino ser reconocida, incorporada a la vida, a la naturaleza, al sentimiento, a la alegría, al reclamo de mis vísceras, y si hace falta, al dolor sordo de la bestia.
Por desgracia mi cabeza, esa cosa maravillosa que llevo sobre mis hombros, me impide el acceso jubiloso a mis instintos, preferiría ser una vaca, antes que una mujer”
La Mirada del Otro es una película erótica española, del año 1998, dirigida por Vicente Aranda.
Protagonizada por Laura Morante, Blanca Apiláñez, Alicia Bogo, Miguel Bosé, Alonso Caparrós, Berta Casals, Miguel Cazorla, José Coronado, Miguel Ángel García, Sancho Gracia, Pedro Miguel Martínez, Ana Obregón, Juanjo Puigcorbé, Tema Sandoval, Nuria Soler, María Jesús Valdé, entre otros.
El guión es de Álvaro Del Amo, y Vicente Aranda, sobre la novela homónima original, publicada en 1995 por Fernando González Delgado; sobre una ejecutiva extremadamente promiscua, que usa una diminuta cámara de video para filmar sus numerosos encuentros sexuales.
Así pues, cada vez más insatisfecha, Begoña (Laura Morante) se ha convertido en un paradigma de los años 90.
Rechazando los arquetipos socialmente aceptables:
Familia, tradición, objetivos profesionales... devora los segundos con la vista puesta en un sólo punto:
Su propio placer.
Lejos de la hipocresía que intenta imponerle su medio social, no tiene escrúpulos en confesarse morbosa, práctica, y voraz.
Ni tampoco en degustar todo lo que sus múltiples amantes puedan ofrecerle.
Todo esto hace de La Mirada del Otro, un psicodrama erótico, una exploración del deseo sexual femenino.
Begoña sabe que es diferente a todas las mujeres que le rodean, y busca en el sexo, algo que le aparte del hastío en el que se encuentra sumergida, sin remisión.
Su trabajo, no le aporta nada, y sólo la noche y los hombres, consiguen liberarla.
Ella prueba de todo, son las continuas orgías, besos negros, e incluso el “cybersex” que practica, ayudada por un extraño aparato que maneja con familiaridad.
Lo ha intentado con Elio (José Coronado), un provocador motorista solitario, que malgasta su ternura en la misma barra que ella.
También disfrutó con Ignacio (Sancho Gracia), un pintor maduro y seductor, que la utiliza como modelo pornográfica.
Con Santiago (Miguel Bosé), pero es demasiado sensible para algunas cosas…
Ron (Imanol Arias), un compañero de trabajo inglés, quien ha sido uno de sus pocos errores.
Y el último es Daniel (Miguel Ángel García), un adolescente romántico, que se ha enamorado perdidamente de ella.
Así Begoña pasa del erotismo más plástico, al sexo más duro.
En ninguna otra persona, reconoce la pulsión que le arrastra, de un hombre a otro.
Los sentimientos, no entran en sus planes, tan solo el placer carnal.
“Yo busco el placer donde está escondido, y luego me chupo los dedos”
Basada en la novela del periodista Fernando Delgado, conocido por presentar en los años 90, el telediario de RTVE, La Mirada del Otro es un film de alto contenido erótico, que tuvo como principal reclamo, el atractivo de su pareja protagonista, y unos secundarios conocidos.
La Mirada del Otro, es un diario íntimo y electrónico, un melodrama psico-erótico, con elementos digitales sobre la experiencia vital de una mujer de ahora.
Sin embargo, es un sobrecogedor viaje al desamparo, y a la soledad.
La obra original, con una prosa de inalterable hermosura, de Fernando G. Delgado, nos muestra su capacidad para implicar al lector, en un entramado psicológico repleto de emociones, tan intrincadas como verosímiles.
El descubrimiento de un dispositivo electrónico, “El Búho”, que va a revolucionar la forma en que se puede decir de uno, pensamientos íntimos y verlos en una pantalla de televisión, demuestra ser la caída de Begoña.
Esta mujer española, de una familia de clase media alta, está aburrida de su vida.
Ella trata de divertirse en cualquiera de sus formas, especialmente, la gratificación donde, y con quien ella pueda encontrar sexual.
Decir que Begoña está sufriendo de un “Complejo de Ninfa”, es decir poco.
Al inicio, Begoña se ve en la cena de víspera de navidad de su madre.
Ella, claramente, no es feliz de estar allí, así que ella se escapa a un club que, a causa de la ocasión, está casi vacío.
Y Begoña descubre a un joven bebedor solitario, Daniel, tratando de conectar con ella...
Ella decide ir con él, a pesar de que está claro, que es sólo un adolescente.
Begoña, una mujer de 36 años, es soltera, doctorada en Ciencias Estadísticas, independiente y bella, quien a partir de su discurso, e historia, nos abre la puerta del análisis clínico, y quien se describe así misma como práctica, realista, egoísta, y cruel, nada sentimental.
Aquello que da cuenta del comportamiento sexual de Begoña, es como dice Lacan, un goce femenino, un goce distinto, y sobre todo, un goce que no conoce la palabra límite, podría decirse, que tal como se enuncia en la perversión, el conjunto de sus comportamientos psicosexuales, se acompañan de una crueldad o malignidad especiales, no sólo en su actuar.
Sobre Daniel, es un joven de 18 años, a quien duplica en edad, y al cual, nombra o lo toma como su “perro guardián”, y que dentro de su historia, ocupa el lugar de objeto, aquel a quien se humilla, se degrada, se reta, se hace sufrir, buscando dividirlo para poder gozar, o confirmar su división.
Esta posibilidad que le brinda Daniel, al igual que sus otros amantes, le permite a Begoña imponer su propia ley, “la ley del goce”, podría decirse que en ella, la perversión es la respuesta dada a la pregunta de cómo goza la mujer, es en la perversión del acto sexual, en el que se escenifica lo real de su fantasma, es decir, la relación sexual, se escribe como posible, y el síntoma cesa de escribirse como imposible.
Y es que Begoña se mueve en 2 direcciones, en la búsqueda eminente del placer, como una experiencia extrema, próxima a la angustia, que considera exenta del engaño; en ella, coexiste un comportamiento sexual “normal”, y otro perverso, y es en éste último, en donde se coloca en la posición del amo, cuando regresa al sitio en el cual fue sodomizada, buscando la reivindicación de su lugar de amo.
Es aquí, donde pretende hacer aparecer en el campo “del Otro” la mirada, o la voz como objetos representantes del “objeto a” con los que obtiene goce, podemos decir, se hace ver, o se hace oír, tratando de lograr el goce “del Otro”, y el otro no está allí, sino para tapar la falta con su mirada, o con su voz.
La elección de su histeria, se basa en un primer momento, en el hecho de la insuficiencia en el recubrimiento fálico de la madre, es así como el deseo de ella, es lo que le permite experimentarse como incompleta, rechazada, devaluada en su identidad, al no poder compararse con ese significante fálico.
El objeto de Begoña, está dirigido no al hombre, sino al todo de la omnipotencia:
La Madre.
En su historia, siempre ha existido una mujer antes que ella, en la relación con el Padre, en primera instancia la madre, segundo la amante, y posteriormente la hermana; a quienes reclama de una u otra manera, el hecho de haber ocupado el lugar que a ella le correspondía, es decir, gozar con el padre...
Y “la mirada del otro”, como objeto del reclamo cobra sentido frente a la vivencia de la infancia, aquel momento en que Begoña irrumpe en el baño, y encuentra a su hermana Isabel, de rodillas contemplando como el padre se duchaba desnudo, las 2 se miraron, y en ese momento, todo cambio, en sus propias palabras sellaron un pacto que dio lugar a un relevo de actitudes:
Begoña la rebelde, e Isabel la dócil.
Se funda el fantasma; y se revive casi al final con Daniel en la ducha.
Esta vivencia de la infancia, queda inscrita en el psiquismo, y busca repetirse en presencia del amante, pero la fantasía queda insatisfecha.
Daniel no es un hombre viejo, y ella no está de rodillas, de ahí su eterna pregunta.
¿Cómo gozaría otra mujer con ese hombre, y ella mirando lo que pasa con esa mujer en el coito?
Otra manera de interpretación, podría ser:
¿Cómo gozó mi madre en el coito con mi padre?
¿Cómo gozó la amante de mi padre con mi padre?
¿Cómo gozó mi hermana con mi padre?
¿Por qué la otra mujer, ocupo el lugar que tenía que ocupar yo, si yo era la preferida de mi padre?
Nombrada así misma como “mujer enigma”, puesto que nunca supo qué lugar ocupo en el deseo de la madre, se reconoce como sujeto divido, y producto de la angustia, se hace a su síntoma, a partir de aquello que no funcionó en la relación sexual de sus padres, es decir, el pervertir la relación sexual, le permite demostrarle a las otras, que ella sí sabe del goce del otro:
El padre.
Begoña, la gran histérica, explora las manifestaciones del deseo del otro, busca hacerlo salir de las casillas, ver hasta dónde llega el deseo del otro por ella, constantemente explora los límites de la relación de pareja, hasta donde se la quiere, hasta donde se la soporta...
Su falta de ser, transita constantemente entre la demanda del otro, y el goce del otro, a veces como objeto, y otras tantas como amo.
Sigmund Freud está diciendo:
“El perverso no es el otro; lo somos todos.
Somos todos perversos.
Somos inicialmente perversos, perversos polimorfos, perversos de manera múltiple…”
¿La patología?
Pero hay una cosa que le posibilita ponerle límite al goce:
“¿Cuándo vas a sentar cabeza?”
Y ella responde:
“Cuando me entren ganas de parir un hijo”
Así pues, la obra tiene buenas actuaciones, especialmente Laura Morante como Begoña.
Y el rendimiento de Miguel Ángel García, estuvo bastante bien, incluso impresionante, con desnudo frontal incluido, como ángel para la perversión de Begoña.
La Mirada del Otro, podría ser malinterpretada como “una película mala y grotesca”, pero en realidad, la veo más como un la introspección de la naturaleza humana ante las adversidades.
El director, Vicente Aranda, lo confronta todo, para las lecturas del espectador, y eso lo hace un director muy arriesgado.
Y es que aparentemente, entre lecturas, Aranda pretendió criticar las rigideces y estrecheces oscurantistas del Opus Dei, y las limitaciones de la moral burguesa; que se opone directa, y a veces indirectamente a la liberación sexual.
De esta manera, se logró mostrar al acto sexual, como algo repugnante.
Y ni hablar del oculto mensaje machista que hay, en mostrar a la mujer como una imbécil, capaz de entregarse a cualquier cosa...
Con lo que se dice en la TV, en su momento, en un punto del metraje lo resume:
“Un estudio publicado por El Opus Dei, revela que los hijos concebidos fuera del matrimonio, tienen más posibilidades de nacer con deficiencias, físicas y mentales”
Por otro lado, también está en el diálogo:
“Ávido de mis tetas, y de mi bajo vientre, merece un premio, pero habrá que pensarlo.
Es tan tontín, tan inocente… más que un premio, merece una lección”
En psicoanálisis, no interesa qué es el goce, sino dónde está el goce, es decir, éste aparece ligado a las relaciones que establece un sujeto deseante, con su objeto deseado, y el monto de satisfacción que puede experimentar con dicho objeto.
El goce concierne al deseo inconsciente, y diverge del placer, en la medida que se encuentra más allá del principio de placer, puesto que excede los límites de éste, en la búsqueda del goce perdido, lo cual genera la repetición, y el sufrimiento.
Es así como en cada estructura se pone en juego un algo, en la neurosis es la demanda del otro, y en la perversión, el goce del otro, y es ese “algo” que podemos denominar “goce”, es el resto no simbolizable, no representable por el sujeto.

“Esta vez yo pago, yo elijo, yo mando”



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