La Pianiste

“Ne me aimez-vous vous appelle chéri?”
(¿Te gustaría que te llame cariño?)

El cine, dominante, nos tiene acostumbrados a tratar temas como la violencia y el sexo, de manera bastante irreal, y sin entrar en sus consecuencias, en aras de la construcción de discursos gratificantes para un espectador, que demanda butacas cada vez más cómodas.
La escritora austriaca, Elfriede Jelinek, es famosa por su cáustica, y desapasionada visión del mundo, y muy concretamente, de su Viena natal.
Y esta ciudad europea, es a su vez famosa por su tradición musical, preservada y difundida por su eminente Conservatorio, cuna de grandes intérpretes.
Pero a la sombra de esa brillante tradición, sostenida por una burguesía timorata y conservadora, medra una especie social, digna de estudio:
La de los profesores de música.
“La Alta Cultura musical que hace vivir este país”, dice la autora, “convierte a los profesores de piano en unos esclavos”
“Se formaron para alcanzar la gloria del concertista, pero no les ha sido acordada ninguna fuerza creativa.
Deben existir anónimamente, sin tener una vida propia, trabajando para el éxito de los demás”, acotó.
“Y sus alumnos, que deben empezar a prepararse a temprana edad, a menudo se ven expuestos a padres tiránicos, que les obligan a una disciplina contraria a su edad, y a maestros dominantes, que descargan en ellos, su propia frustración”, concluye.
En la recreación de este mundo, contó mucho la experiencia personal de la novelista, quien debió soportar en su niñez, a una madre posesiva, que la destinaba a la carrera de concertista de piano; y la ausencia de una figura paterna en su entorno, ya que su progenitor, había sido internado en un asilo para enfermos mentales.
Así nace “Die Klavierspielerin”, una novela de la escritora austriaca, Elfriede Jelinek, publicada en 1983; que contiene una crítica manifestada de distintas maneras, en reseñas.
Pero la mayoría de las veces, su aceptación social, se ve afectada.
En especial, se prometió un lenguaje gráfico extraordinario, a lo largo de la novela.
En la ciencia, también existe una unanimidad considerable, en afirmar que la drástica representación elegida por Elfriede Jelinek, plantea hechos ante todo, realistas.
La novela narra la historia de la profesora de piano, Erika Kohut, a quien su dominante madre, obligó a tocar el piano, y está frustrada bajo este control emocional, y sexual.
El intento de Erika, de vencer su timidez a través de una relación sadomasoquista con su alumno Walter Klemmer, da paso, y termina en la violación de Erika.
“Die Klavierspielerin” es una de las obras más significativas de Jelinek, y puede incluirse en la literatura actual, que trata la relación madre-hija.
La temática del adiestramiento musical de una chica, por parte de una madre que busca destacar y dominar, puede observarse también, en otras obras de la autora.
Odio y admiración, se reparten a partes iguales, entre sus críticos y lectores.
Sus obras, han sido desde un comienzo, un auténtico mazazo para la sociedad austriaca que, según Jelinek, está dominada por la hipocresía de la clase pequeño burguesa, y no ha conseguido superar todavía, su pasado nazi.
Sus novelas, y obras teatrales, consideradas una auténtica provocación por la derecha de su país, han sido calificadas como, anti-arte, o como pornografía roja.
Basta recordar, que durante la campaña electoral de 1995, el ultraderechista, Jörg Haider, hacía a su posible electorado, la siguiente pregunta:
“¿A usted le gusta Jelinek, o el arte, y la cultura?”
La crítica, la ha calificado de feminista radical, y ella se declara a gusto con esta etiqueta.
El 3 de mayo de 2004, en La Academia Lessing, Jelinek decía:
“Nadie logrará hacerme renunciar a mis bromas estúpidas, a mi tono desengañado, ni siquiera por la fuerza; bueno, quizá por la fuerza.
Cuando yo quiero decir algo, lo digo como quiero.
Al menos quiero darme ese gusto, aunque no consiga nada más, aunque no logre ningún eco”
El eco lo ha logrado, prueba de ello es El Premio Nobel que recibió en 2004.
Y su instrumento de reivindicación, es la escritura; una escritura en la que su feminismo, no aparece puesto en bandeja a los lectores bajo una óptica amable.
Da la vuelta los tópicos feministas más sobados, y lo hace, eso sí, sin perder de vista la diferencia y desigualdad.
A 2 días de serle concedido El Premio Nobel de Literatura, de ese año, La Academia Sueca se vio envuelta en una polémica, a raíz de la abrupta renuncia de uno de sus miembros, el prestigioso literato sueco, Knut Ahnlund, en protesta por la distinción:
“El Premio Nobel del año pasado, no sólo ha causado un daño irreparable a todas las fuerzas progresistas, sino que ha confundido la visión general de la literatura como arte”, afirmó en aquel momento, y describió la obra, como:
“Una masa de texto, sin el menor rastro de estructura artística”; y se preguntó, si los académicos habían leído alguno de sus 23 libros…
Según Jelinek, su postura está al lado de los oprimidos, que aparecen obsesivamente por sus novelas, entre ellos, de la mujer.
Considera que debe hacerse frente al caos de una sociedad patriarcal, dominada por el sexo, que como elemento vertebrador, parece ser tan sólo, productor de podredumbre.
Y para ponerla de relieve, nada mejor que llevar la situación hasta extremos, casi insoportables, donde los personajes parecen perder su naturaleza de humanos, para parecer bestias.
¿Puede el gran arte, a pesar de todo, ofrecer esperanza, un rastro de un futuro más humano?
“Je ne peux y croire.
Votre dernier élève a quitté il ya trois heures.
Pourrais-je sais où vous avez été tout ce temps?”
(Difícil de creer.
Su último alumno se fue hace 3 horas.
¿Podría saber, dónde has estado todo este tiempo?)
La Pianiste es un drama erótico Franco-austríaco, del año 2001, escrito y dirigido por Michael Haneke.
Protagonizado por Isabelle Huppert, Benoît Magimel, Annie Girardot, Anna Sigalevitch, Susanne Lothar, Udo Samel, entre otros.
El guión, escrito por el propio Haneke, es una adaptación de la novela homónima de Elfriede Jelinek.
Con la dureza habitual, y el clima catastrófico marca de la casa, Michael Haneke continua así con La Pianiste, rodado en francés, y por actores franceses, su profundo análisis sobre los entresijos más pérfidos, oscuros, y ocultos de la burguesía europea, y demoliendo los principios básicos, sobre los que se asientan las sociedades occidentales del Siglo XXI.
La Pianiste, supone la primera película que Haneke, realiza basándose en una novela, ya que hasta el momento, siempre había rodado sobre guiones propios.
La novela elegida, pertenece a Elfriede Jelinek, novelista que se emparenta con Haneke, en su sórdida mirada a la sociedad austriaca actual.
La novelista reconoció, en el director austriaco, al único capaz de adaptar su novela, después de ver los anteriores trabajos del director.
En varias ocasiones, el realizador ha expresado, su intención de hacer llegar al espectador, la violencia que nos rodea, puesto que en su opinión, solo la conocemos por los medios de comunicación.
La Pianiste se estrenó el 14 de mayo de 2001, en El Festival Internacional de Cine de Cannes, donde consiguió El Gran Premio del Jurado; y su pareja protagonista, fue galardonada con los 2 premios, a la mejor interpretación.
Pero hubo críticos, que abandonaron la sala a mitad de proyección, demostrando de esta manera, una absoluta falta de respeto, y queriendo dar a entender, que no eran capaces de aguantar semejante obra.
En Estados Unidos, La Pianiste se rentó en videoclubes, con la desaparición de ciertas escenas; y en algunos países está prohibida; y en otros, se exhibió con una muy pobre traducción, aunada a la censura de ciertas escenas.
La Pianiste es Erika Kohut (Isabelle Huppert), una profesora de piano, en un prestigioso conservatorio de Viena.
Vive con su madre (Annie Girardot), una mujer dominante, con quien mantiene una difícil relación de amor-odio.
Erika, bajo su aspecto serio y disciplinado, oculta inesperados comportamientos sexuales, de tendencia masoquista.
Tras escucharla tocar en un concierto privado, el joven, Walter Klemmer (Benoît Magimel), se propone conquistarla.
En su desarrollo, La Pianiste supone, una feroz crítica a la alta sociedad austriaca, a la vez que nos muestra de una forma descarnada, fría, y sincera, aquello que todos sabemos que existe, pero que nos negamos a ver.
“Ne regardez pas votre bite.
Regardez-moi!”
(No mires tu pene.
¡Mírame!)
Michael Haneke, es interesantísimo, aunque demasiado intelectual quizás... un director para el debate, en ocasiones político, en otras filosófico, incluso sociológico, y como es el caso de La Pianiste, psicológico.
Porque esta terrible obra, nos muestra un personaje trastornado, traumatizado, pervertido, cruel, egocéntrico; pero también, dotado de talento, de sensibilidad, y por encima todo, cargado de insatisfacción y de odio contra sí mismo.
La Pianiste, intenta algo que pocos films han abordado:
La neurosis sexual que subyace, e incluso genera, la intensidad del arte más sublime, y los rituales construidos a su alrededor.
Haneke logra expresar toda la dureza del libro, la rabia de su prosa, las cuchilladas que a veces dan sus palabras, porque la novela es así:
Desagradable, fría, carente de sentimientos...
Jelinek usa constantemente el tiempo presente, y un futuro imperativo, que hace sentir desasosiego, e incomodidad.
Por lo que el director disfruta, haciéndonos testigos directos de la decadencia interior de esta profesora de piano, cuya vida está marcada por una madre posesiva, y una total alienación de la sociedad.
Este control absoluto, por parte de su madre, lleva a la protagonista, a desarrollar unos instintos sexuales depravados, cuyos resultados van desde las visitas habituales a cabinas y shows pornográficos, hasta la automutilación.
Erika, es una mujer extraña, con vicios ocultos:
Le gusta espiar a parejas, mientras mantienen relaciones sexuales en parques; y con tendencia al masoquismo, se automutila con cuchillas, que no la hacen sentir nada.
Erika es una persona fría, y casi sin sentimientos.
Ni siente dolor cuando se automutila, ni siente excitación cuando acude a salas X, para ver pornografía...
Así, Haneke nos muestra la vida de esta mujer, de una forma totalmente distante, y haciéndonos saber, desde el inicio, que la inadaptación de la protagonista, es totalmente irremediable, y que jamás podría llegar a alcanzar una vida normal.
Pero su vida da un giro, dentro de lo que cabe, cuando Walter Klemmer, un alumno suyo más joven que Erika, se enamora de ella.
Lejos de establecerse entre ellos, una relación “normal”, lo que mantienen es una relación tormentosa, de sexo y violencia, o de sexo violento, impuesta por Erika, en la cual, el joven Klemmer, entra con tal de ser correspondido por ella.
Por un lado, la relación de Erika con su madre, por otro lado la relación de Erika con Klemmer, y finalmente diría también, la relación de Erika consigo misma, forman un triángulo llevado al límite, en donde lo desagradable va de la mano de lo tormentoso.
Y es esta certeza, la que la hace tan desalentadora, tan dura y, a la vez, tan sincera.
La Pianiste, es la historia de una capitulación, la de la preeminencia del sexo, sobre el amor, pese a la carga de la impropia manera de llegar a esta conclusión.
El doloroso descubrimiento de una parte anestesiada de la personalidad de Erika, se opera con sigilo a lo largo de la segunda mitad del metraje, aunque Haneke es muy hábil a la hora de revestirlo de cotidianeidad, de normalidad, a la hora de desviar el enfoque hacia la reacción de desengaño de Walter, que es la del espectador, ante la doble realidad de Erika.
Hasta ese momento, la descripción del personaje, entra dentro de la “normalidad”, pero después, se nos define por varias secuencias, que tienen que ver con su sexualidad:
Primero con la visita a un “sex-shop”, para ver películas pornográficas, mientras huele los deliciosos pañuelos de semen, dejados por los anteriores clientes.
Después, en el autocine, donde se nos muestra su gusto por el voyerismo, y en una escena perturbadora en el baño, autolesionándose con una hoja de afeitar en la vulva…
Más tarde, cuando un joven alumno, atraído por ella, intenta seducirla, Erika le desvela su tendencia al masoquismo, sin que éste pueda entender lo que le propone.
Una incomprensión, con la que hasta cierto punto se identifica el espectador.
No obstante, el choque que vivimos en primera persona, junto a Walter, también lo sufre ella.
Ambos son incapaces de entregarse a su amor, de la forma en que desea cada uno.
Porque lo que aquí pretende el director, no es incomodarnos, sino mostrarnos la realidad tal cual él la ve, tan cual es en realidad, por mucho que, en ocasiones, no queramos verla.
Quizás, no es algo que se encuentre en nuestro entorno, o sí, o algo que nos sea cercano pero, es algo que, sin duda, existe.
Otro mérito, es el rigor de su enfoque psicoanalítico:
De hecho, la dinámica de La Pianiste, la da la observación de las distintas patologías que aquejan a su protagonista, y cómo ellas van afectando el comportamiento de los personajes de su entorno, en una lucha incesante de poder, de unos sobre los otros.
Por expresar de una manera gráfica este concepto, digamos que La Pianiste se estructura a partir de la conformación de distintos “triángulos de poder”:
En un principio tenemos, en la cúspide de una pirámide, a una madre autoritaria, que sojuzga a su hija, la que a su vez, debe incorporar en la base de esa construcción simbólica a sus alumnos, desestabilizándolos, para dominarlos, y para preservar así, un difícil equilibrio.
Cada alumno, a su vez, tiene una madre tiránica, quien se alía a la pianista, para preservar su poder.
Este sistema neurótico, entra en crisis con la irrupción del joven seductor, que viene a agudizar las contradicciones, entre madre e hija, y también a impactar inadvertidamente la situación de los alumnos, que sufren al agudizarse la presión emocional adicional, que les administra su maestra.
El reflejo de Erika y su madre, lo encontraremos un poco más tarde, en Anna Schober (Anna Sigalevitch), alumna de Erika, y su madre la Sra. Schober (Susanne Lothar), convertida en representante de su hija, para la que pretende conseguir un futuro prometedor como pianista.
El nivel de exigencia, y de renuncia es tal, cuando se pretende triunfar como concertista de piano, que puede provocar en un adolescente serios problemas de adaptación, y de relación con los demás.
Anna sería pues, el espejo en el que buscar la historia de Erika, anterior al inicio del relato.
La lógica del relato parece indicar, pues, que la sexualidad de Erika, es la confirmación de esta secuencia psicológica, a saber, que al no haber vivido su adolescencia plenamente, con una madre exigente, y dominante, ha desembocado en un desequilibrio emocional, e incluso mental.
Haneke la explica, en cierta medida, por la estructura del relato, con la relación asfixiante con su madre.
Sin embargo, si se acepta dicho razonamiento, La Pianiste serviría para tranquilizar las conciencias, puesto que aquello que se escapa a la norma, es una enfermedad mental.
Por eso coincidimos con una reflexión sobre este punto:
“No son los condicionamientos psicosociales, los que han hecho masoquista a Erika, sino que ese masoquismo, se vuelve conflictivo precisamente, porque la normalidad aparente que lo envuelve todo, esconde en su subsuelo, bajo sus dobles capas, toda una serie de miserias humanas reprimidas, que emponzoñan el ambiente”
Lo que sí interesa resaltar, es que la locura de Erika, y aquí no sabemos si enmarcar entre comillas el adjetivo o no, consiste en querer hacer, lo que en nuestro entorno cultural, si lo ejerce un hombre, pasa por normal, y aún natural.
Consumir pornografía; atisbar a una persona convirtiéndola así en objeto sexual; violentarla, humillarla, maltratarla, y aún golpearla, todavía tienen altos grados de consenso, y a casi a nadie se le ocurre calificar de “loco” al sujeto que practica todos estos actos.
Pero si quien los comete es una mujer, y su objeto de deseo, es un hombre, la extrañeza del caso, lo vuelve inmediatamente “anormal”
Prueba de ello, es que en la escena en que finalmente el joven golpea a Erika, antes de violarla, no pocos espectadores han de haber aprobado tácitamente el hecho, pensando:
“Ella se lo buscó”
Desgraciadamente, la misma escena de la castración femenina, tan controvertida en Occidente, no debe haber producido un solo estremecimiento en países del Medio Oriente, donde tal práctica, es común y cotidiana.
Y este es un aspecto, que también constituye un acierto:
Poner en tela de juicio, la moralidad burguesa, permeada como lo está, de enfoques patriarcales, y aún machistas; y lanzar al ruedo de la polémica, la cuestión de la normalidad, o anormalidad de los comportamientos sexuales diferentes.
Haneke y Jelinek, parecen compartir este fatalismo, en parte.
Pero ambos lo colocan en un contexto social.
El objetivo de Haneke, es el comportamiento institucionalizado.
La Academia de Música vienesa, es una precisa metáfora con su rígida disciplina, y sus brutales rituales jerárquicos.
Jelinek añade a esto, una severa visión feminista, al estilo de los 70.
En esos días de esperanza, por una reconciliación política y personal en muchos países, la fea palabra “patriarcado” no se empleaba nunca, y había sido sustituida por otras.
Sin embargo, para Jelinek, el patriarcado es la horrible verdad, la herida abierta de Occidente.
Erika somete a los “grandes maestros” de la música, todos ellos hombres, al igual que somete al guapo, pero tosco Walter.
La autora, ha dejado claro que para ella, Erika es una disidente sexual, una inadaptada dentro de un patriarcado.
Ella reivindica para sí, el comportamiento erótico considerado masculino, desde ver porno duro, hasta saltarse la ley, para lograr placer.
Pero a cada paso, ella encuentra estructuras sociales, y conformidades individuales que la rechazan, o la denigran, con desastrosas consecuencias.
La escena en la cual, Erika satisface su tendencia voyerista en un autocine, es una pequeña pieza maestra de la comedia negra, y el suspense.
No obstante, La Pianiste es un film complejo, que no se detiene en una simple denuncia de la sociedad masculina.
La neurosis que atormenta a Erika, va más lejos de la frustración de su heroica libido.
Se puede leer que Jelinek, “odia equitativamente”
El matriarcado, personificado por la aterradora madre de Erika, interpretado por Annie Girardot, de la que no se conoce el nombre, es retratado de forma tan retorcida y ofensiva, como el patriarcado.
Y la propia Erika, no se queda atrás en su despliegue de violencia, física y emocional, entre sus pobres estudiantes.
Para el papel protagonista, Haneke pensó desde el primer momento, en Isabelle Huppert.
De hecho, afirmo que no habría realizado La Pianiste, si la actriz francesa, no hubiese aceptado protagonizarla.
El resultado fue una interpretación soberbia, que le valió el premio a La Mejor Actriz, del Festival Internacional de Cine de Cannes.
Huppert, construye su personaje de forma magistral, mostrándonos a una mujer, cuya apariencia externa, es la de una dura y fría profesora de piano, mientras que, en su interior, posee un volcán de sentimientos, y pensamientos contradictorios, marcados por una severa educación, y un férreo control materno.
¿Quién es Erika?
Erika Kohut, tiene más de 40 años.
Es una persona solitaria, que hasta el momento, llenó su vida con música clásica, la ejecución de su piano, su trabajo como docente en el conservatorio, su convivencia con su madre, con quien además, duerme, y perversiones sexuales solitarias.
Es una solitaria radical.
En ningún momento, hasta que aparece Walter Klemmer, se la ve con alguien, o detrás de alguien.
Si bien, en un comienzo, compra vestidos atractivos y caros, su madre los devuelve, o los destruye.
En palabras de su autora:
“Ella es una mujer que no participa ni en la vida, ni en el deseo, cuya sexualidad reprimida, se manifiesta en el voyerismo.
Pero hasta el derecho a mirar, es un derecho de los hombres.
Es la mujer, la que siempre es mirada, y no la que mira.
Para emplear una terminología psicoanalítica, se trata de una mujer fálica, que se arroga el derecho masculino de mirar, y que por tanto, debe pagar con su vida”
Nada la detiene, nada la avergüenza, a pesar de ser plenamente identificada en semejantes situaciones, ella continúa recreando su perversión, con una tenacidad inaudita, llegando a la crueldad descarnada.
Esto es sólo el principio, el “modus vivendi” del personaje principal, La Caja de Pandora, aún no ha sido abierta, los fetiches que moldean sus fantasías, están aún en espera de ser invocados, y salir.
Erika, le entrega a Klemmer, una carta que le indica la manera precisa en que quiere ser tratada.
Es como un manifiesto:
Quiere que la golpee, la encierre, la someta a su capricho, la humille…
La carta, es extremadamente detallada, respecto de sus deseos.
Saca de abajo de la cama, una caja con sogas, una capucha, y otros objetos que quiere, que él use con ella.
Ese abrir su alma, sin reservas a su enamorado, al contrario del cliché, destruye la relación.
Su deseo de morir, supera en mucho, su deseo de vivir.
No consigue sujetarse a la vida, a través del amor, ni de la música.
La relación con Walter, apresura un final que ella presentía, y pareciera haber adivinado al conocerlo.
Lo que resulta contundente, es que ella esperó pacientemente, por un hombre que le hiciera revelar su verdadera naturaleza; como una flor venenosa, en espera de ser descubierta.
Curioso es que no se nos habla del pasado de Erika, pero viendo las circunstancias actuales del personaje, se puede aventurar, cómo su experiencia, la ha ido transformando en el ser, supuestamente impasible e inescrutable que es hoy.
También cabe destacar, el estupendo trabajo de su pareja protagonista:
Benoît Magimel, que también le valió el premio al Mejor Actor en Cannes.
Magimel, interpreta a la perfección, el estado de indecisión de quien se sabe entre la espada y la pared, de quien desea algo, que sabe le va a destruir...
Klemmer tiene menos de 30 años.
Estudia ingeniería, y sólo toca el piano como aficionado.
Dice amar a Erika.
Ella descubre que siente algo por él, escuchándolo interpretar a uno de sus compositores favoritos…
El decide convertirse en alumno de Erika.
Para eso, debe ingresar al conservatorio.
Rinde un examen brillante, que conmueve a Erika, pero ella vota en contra de su admisión.
Esa noche, en la intimidad de la bañera, la profesora toma una hoja de afeitar de su cartera, y con total deliberación, se practica un pequeño corte en la entrepierna…
También, se descubre perfecta, la actuación de la veterana, Annie Girardot, como la madre sobreprotectora, y aficionada a la telebasura.
La madre, es un personaje detestable.
Monta guardia las 24 horas del día, para que la soledad de la hija, nunca se interrumpa.
Para que ella sea su único vínculo afectivo, tanto que duermen juntas…
¿Lesbianismo incestuoso?
En una fiesta, acusa de “sanguijuela” a uno de los invitados, a Klemmer, por demostrar interés por Erika, cuando la verdadera sanguijuela, es ella misma.
La relación con su madre, es simbiótica, de dependencia mutua, de amor y odio; duermen en la misma cama, a pesar de tener dormitorios separados, pero prefieren compartir el lecho para recriminarse, pelearse, y perdonarse, una a la otra.
Se odian pero se necesitan, se complementan como madre dominante, e hija sumisa, pero en Erika existe la paradoja de ser sumisa en casa, pero absolutamente dominante fuera de ella, al grado de causar daño emocional y físico a ella misma, y a sus alumnos, sin intimidarse ni titubear siquiera, siempre con rostro huraño, mirada fría, labios apretados, comportamiento soberbio, y sentimientos encontrados.
¿Y qué es el amor?
Pregunta difícil, si las hay.
“El amor, es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla, al borde de un precipicio”, afirma Stendhal.
Walter Klemmer, puede dar fe de ello, sin duda alguna.
Pero también su profesora de piano.
A su manera, ella lo amó.
Después de todo, es la única forma que ella conocía de amor.
¿Es acaso su culpa?
De alguna forma, que no conocemos, y que Haneke, brillantemente no se preocupa en mostrar, llegó a convertirse en ese ser.
En su mente, infectada de pornografía y sexo escatológico, esa es la única forma de expresión física amorosa.
No existe otra cosa.
Lamentablemente, pagará un alto precio para descubrir, que la realidad dista mucho de aquello.
¿Es Erika una enferma por su sexualidad, por amar de una forma tan brutal?
¿O es una enferma por la falta de cariño, que ha sufrido a lo largo de los años por parte de su madre, por sentir que ningún hombre se ha enamorado de ella, hasta la llegada de Walter, por esa sexualidad que posee, y esconde?
Me inclino por la 2ª opción.
Pienso que Erika, siente y ama, así por cómo la ha tratado la vida, y que el hecho de verse obligada a reprimirse, hace todo lo demás.
¿Por qué ser “pianista”, y no otra profesión?
Resulta muy acertada la elección de la profesión, y por experiencia lo digo, que conozco muy bien este mundo, y creo que en la historia de la protagonista, no se exagera nada.
El mundo de la música, es un mundo extremadamente competitivo, e implica una tremenda soledad, y si a esto le añadimos una madre, o padre controlador y dominante, estamos ante un desequilibrio de la personalidad, desde la infancia, un desequilibrio que no deja crecer a la persona en orden, creando unas alteraciones grandes en la personalidad, y por tanto, en la sexualidad de la persona.
Las complejidades y paradojas de La Pianiste, están contenidas en la música clásica, especialmente Schubert y Bach, que generosamente emplea; junto a alguna que otra alusión a los escritos críticos de Theodor Adorno, también salpican el film.
Las selecciones musicales, resaltan su uso, para evidenciar atmósferas, aún de manera irreverente, como el plano secuencia que va desde la proyección pornográfica, hasta la ejecución formal de piano…
La música, en su mayoría piano, prácticamente solo, aparece en las secuencias en las que se toca el instrumento, dejando la mayoría del resto del metraje, en un silencio que contribuye a incomodar al espectador, al no aportar un ritmo a las secuencias, lo cual las hace todavía más duras.
“Vous êtes une sorcière, un pervers!
Vous souhaitez donner à chacun de votre maladie, vous n’avez pas?
Pas moi!”
(¡Eres una bruja, una pervertida!
Usted quiere dar a cada uno su enfermedad, ¿no?
¡No a mí!)
Siempre he pensado, que las vidas sexuales más tórridas, se esconden detrás de los personajes más solemnes.
Somos nuestros vicios.
Siempre he pensado, que la mayoría de los padres proyectan sus frustraciones, convirtiendo a sus hijos, en ensayos de lo que ellos no pudieron ser, y quieren reparar, o cambiar esa injusticia vital, trasladando sus sueños, a unos niños inocentes, ya sea a través del deporte, el arte, o como en este caso, la música, en el nombre de una buena formación para el futuro, constriñendo la sustancia de la personita que está por hacer, con interminables entrenamientos, para lograr un virtuoso, una estrella, un divo del que sentirse orgullosos, conformando un ascendente, que marca toda nuestra existencia, una influencia moral, que llega más allá de lo permitido, y no nos deja crecer con nuestras reales inquietudes.
Aunque disfrutamos desobedeciendo sus constantes represiones, su guía nos deja grabados mensajes a fuego, de nuestra mala conciencia, pintando líneas rojas que evitamos pasar, por respeto, y sumisión.
Por ello, las películas de Michael Haneke no suelen pasar desapercibidas.
Pertenecen a esa casta privilegiada, si las hay, que trasciende los gustos y opiniones personales, para rendirse ante la evidencia:
Se está ante un eximio explorador de la naturaleza humana.
De sus aspectos más oscuros y retorcidos, hay que reconocerlo; pero humanos al fin.
La Pianiste, es un extraordinario estudio del abuso emocional.
En su desaliento, me recuerda los más oscuros enunciados del psicoanálisis del siglo XX, como Las Teorías de Sigmund Freud, acerca de la inevitable degradación y autohumillación que conlleva el amor, o la opinión de Jacques Lacan, sobre la imposibilidad de que las relaciones sexuales, entre hombres y mujeres, sean verdaderamente recíprocas.
En el terreno psicológico, Erika refuerza el prototipo de que, las personas solitarias, son propensas a las perversiones, basta recordar que los asesinos más fríos, han sido personas terriblemente solitarias, algunos, con manejo de lenguaje excepcional, y mente brillante, pero todos con la apariencia de una persona inofensiva, introvertida, y calmada.
En términos de psicología, la introversión, se caracteriza por su indiferencia hacia las personas, y por la forma negativa en que se expresa de los sentimientos en general.
Esto encaja perfectamente, en la persona de Erika, cuyo complejo personaje como pianista, nos muestra a una mujer que rebasa, y desafía los límites de la conducta permitida por la sociedad contemporánea.
No hay pues, tiempo para el consuelo, para las palabras; y Haneke incita desde un nuevo pronunciamiento, sobre las formas de dolor contemporáneo, una reflexión sobre los límites entre lo que decimos, y lo que ocultamos, entre la condicionalidad de lo posible, y la materialidad de las apariencias.
No hay espejo.
Efectivamente, nuestro secreto está ya, en otra parte.
Disponiendo egos mutilados por la densidad de unas imágenes que ya no se consumen en nuestra percepción, sino que emergen bajo una fuerte presión ontológica, más allá del cuerpo de nuestro imaginario.
Inolvidable.

“Après tout, l'amour se construit sur des choses banales”
(Después de todo, el amor se basa en cosas banales)



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