Frankenstein

“A Monster Science Created
But Could Not Destroy!”

El cine se ha ocupado, en multitud de ocasiones, de lanzar los interrogantes que abren los avances científicos y su repercusión en la vida del ser humano.
No en vano, la ciencia ficción es un género consagrado a esa tarea, la de intentar predecir hacia dónde camina la humanidad gracias a la aplicación de nuevos descubrimientos.
La manipulación genética, por su extraordinario abanico de posibilidades, no podía escapar a guiones que intentaran vislumbrar las aplicaciones que la sociedad pudiera hacer en un futuro próximo.
Pero muchos años atrás, una mujer con su inconmensurable sensibilidad y rodeada de las plumas más románticas e imaginativas del viejo siglo XIX, Mary Shelley llegó a convertirse en una de las literatas de ficción más destacadas de su época.
“Frankenstein o el Moderno Prometeo” (1818), su principal obra, es un clásico imperecedero concebido en la esencia misma de una mujer, que nos remite a una historia donde desfilan una serie de vivencias humanas y sentimientos, bajo el omnipresente espectro de un solitario ser sentenciado al más absoluto de los rechazos.
Los historiadores consideran a Mary Shelley como una de las principales figuras del romanticismo, autora significativa por sus logros literarios, y por su importancia política como mujer y militante liberal.
Mary Shelley también editó y promocionó las obras de su esposo, el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley.
En 1817, la pareja pasó un verano con Lord George Gordon Byron, John William Polidori y Claire Clairmont cerca de Ginebra, Suiza, en donde Mary concibió la idea para su novela “Frankenstein”
Mary Shelley, en 1831, describió el verano como:
“Húmedo y poco amable en lo que respecta al clima, ya que la lluvia incesante nos obligó a encerrarnos durante días en la casa”
Entre otros temas, las conversaciones del grupo se basaban en los experimentos del filósofo del siglo XVIII Erasmus Darwin, del cual se decía que había animado materia muerta, y de la posibilidad de devolverle la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo.
Sentados alrededor de una fogata en la villa de Byron, el grupo también se entretenía leyendo historias de fantasmas alemanas.
Esto llevó a Byron un día a sugerir que cada uno escribiese su propia historia sobrenatural.
Poco después, durante un sueño, Mary concibió la idea de “Frankenstein”
Pero lamentablemente en 1822, su esposo se ahogó al hundirse su velero, durante una tormenta en la Bahía de La Spezia.
Así las cosas, la última década de vida de Mary Shelley estuvo plagada de enfermedades, probablemente vinculadas al tumor cerebral que acabaría con ella a los 53 años, en 1851.
En particular, el texto de “Frankenstein” explora temas tales como la moral científica, la creación y destrucción de vida, y la audacia de la humanidad en su relación con Dios.
De ahí, el subtítulo de la obra:
El protagonista intenta rivalizar en poder con Dios, como una suerte de “Prometeo Moderno” que arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad.
“Frankenstein”, de hecho, es considerado como el primer texto del género ciencia ficción.
Se argumenta que “Frankenstein” es un “mito del nacimiento” en la cual Shelley aborda temáticas como su culpabilidad por haber causado la muerte de su madre, y por haber fallado como madre ella misma.
Es una historia que muestra, qué le sucede a un hombre cuando trata de tener un bebé sin una mujer, está profundamente a favor de la naturaleza, y opuesto a los métodos anormales de producción y reproducción.
La falla del personaje Victor Frankenstein como “padre” en la novela ha sido analizada como una expresión de la ansiedad que acompaña al embarazo, el hecho de dar a luz y particularmente la maternidad.
La riqueza de significados de “Frankenstein o El Moderno Prometeo” ha dado lugar a múltiples interpretaciones y a que, siglo y medio después de que una joven de 19 años la escribiera, se siga llevando al cine.
Son muchos los temas que plantea esta obra, entre otros y por citar sólo algunos:
La libertad y la responsabilidad, la relación entre criatura y creador, la formación de la personalidad en la relación con la apertura a otras personas, el mito de “el buen salvaje”, la creación y destrucción de nuestros propios monstruos…
¿Hasta qué punto debe la ciencia inmiscuirse en los asuntos de la naturaleza?
Para finalizar, advertir a los lectores de la novela sobre la mala imagen que ha dado el cine del monstruo creado por el doctor Frankenstein.
Nada más lejos de las intenciones de Mary Shelley, y esto también merecería ser analizado en profundidad.
El monstruo, en la novela, aparece como el más humano de todos los personajes, como el más incomprendido y, tal vez por ello, también como el más necesitado de amor.
Sin embargo, es rechazado por los hombres y por su propio creador, siendo empujado a una espiral de violencia y muerte que sólo puede tener un final.
En esto, de nuevo, Mary Shelley nos lanza una valiosa advertencia.
Tras su marcha del mundo, el nombre de Mary Shelley cobró mayor importancia, puesto que esta escritora demostró inteligencia y vanguardia, al ser capaz de crear una fructífera carrera que terminó grabada en la literatura fantástica, y que obligó al hombre de comienzos del siglo XIX, a replantearse y reflexionar sobre el anhelado progreso y racionamiento.
Después de más de un siglo desde su muerte no es posible dejar de recordar a ese ser que describió en su más importante novela y visualizar, hoy en día, como su imaginación adquiere vigencia ante los nuevos avances de la ciencia que nos muestra las implicancias de la clonación y otros descubrimientos.
¿Será el decadente y melancólico sueño de Mary Shelley un vaticinio de lo que ocurrirá en este misterioso nuevo milenio?
Quizás, las manecillas del reloj tienen la tímida respuesta que nadie quiere escuchar, pero en 1931 verían la luz 2 obras cinematográficas fundamentales del cine fantástico:
“Dracula” protagonizado por Bela Lugosi, y “Frankenstein” de Boris Karloff.
Ambos filmes resultarían influyentes en toda la historia del cine de horror, e impulsarían el inicio de La Era de Oro del género, que se extendería durante la década del 30 y el 40.
Y aún hoy, a más de 80 años de su creación, y con multitud de versiones de la misma historia, nadie puede dejar de reconocer a “Dracula” y “Frankenstein” de 1931 como las versiones más fuertes y memorables de dichos personajes.
“It's Alive!”
Frankenstein es una película de terror de 1931, producida por Universal Pictures y dirigida por James Whale.
Protagonizada por Boris Karloff, Colin Clive, Mae Clarke, John Boles, Edward van Sloan, Dwight Frye, Frederick Kerr, entre otros.
El guión es de Garret Ford y Francis Edward Faragoh adaptado de la obra de teatro de Peggy Webling, que a su vez está basada en la novela “Frankenstein o El Moderno Prometeo” de Mary Shelley.
Cabe señalar, de entrada, que “Frankenstein” es el antiguo nombre de una pequeña población de Silesia en Polonia.
La novela de Mary Shelley es uno de los ejemplos más bellos del romanticismo literario de inicios del siglo XIX.
Shelley, mujer del gran poeta romántico Percy Shelley, escribió esta prodigiosa obra cuando contaba tan sólo 19 años, durante una estancia veraniega en Suiza junto a su marido.
La historia del doctor Frankenstein, un científico que se atreve a ostentar el papel del Dios Creador, y consigue insuflar vida en un cuerpo inerte compuesto de miembros dispares de diversos cadáveres, sorprenderá, por cuanto tiene de distante con las famosas sagas cinematográficas, que Studios Universal, durante los años 30 y 40 del pasado siglo, y posteriormente Hammer Films, desde finales de los 50 a mediados de los 70 legaron para la historia del cine de terror.
Escrita con una prosa deliciosamente sencilla, la novela de Mary Shelley tiene por subtítulos “El Moderno Prometeo”, en alusión al mito griego del Titán del mismo nombre que, tras ser conminado por los dioses a crear al hombre, desafió a Zeus robando el fuego del Olimpo para dárselo a los humanos, y así procurarles calor y protección.
Prometeo está asociado, según la mitología, al otorgamiento del conocimiento a los hombres, los cuales se ven “condenados” a una búsqueda eterna del mismo.
El doctor Frankenstein es, pues, “El Moderno Prometeo”, un científico que trata de rebasar los límites del conocimiento humano para llegar a lo más alto, y también lo más prohibido, de sus facultades como ser creador:
Construir un ser a su semejanza, como hizo el Dios cristiano a quien pretende llegar a emular.
Al igual que el titán griego, Frankenstein será castigado por su osadía y, lejos de crear un ser perfecto, concibe una suerte de monstruosa criatura, a la cual renuncia y abandona a la crueldad de un mundo, que lo rechaza por su monstruosa apariencia, por lo que la criatura se llena de rencor y odio hacia los humanos.
El “diablo”, como así lo llama el doctor Frankenstein en alusión al personaje de Satán de “El Paraíso Perdido” de Milton, una de las referencias claves en la novela de Shelley, decide perseguir a su creador para exigirle la creación de una compañera que le consuele en su sufrimiento.
El doctor se niega a ello, horrorizado por las probables consecuencias del asesino que él mismo ha creado, por lo que la venganza de aquél, caerá sobre él y sobre sus seres más queridos.
Resulta curioso que, las mejores adaptaciones que se han hecho para el cine de la historia de Mary Shelley, correspondan a films que se desvían bastante de la trama argumental seguida en el libro.
“Herr Frankenstein was interested only in human life, first to destroy it, then recreate it.
There you have his mad dream”
En general el cine de terror posee un elevado grado de caducidad, ya que los gustos y temores del público cambian en cada generación.
Así mismo crece el grado crítico y cínico de las audiencias, por lo cual muchos clásicos reconocidos han envejecido muy mal, como “Dracula” (1931), o han perdido el filo de sus colmillos, como “Dracula” de 1958.
De todo ese repertorio de incunables, Frankenstein de James Whale es uno de los que mejor conserva su capacidad de impacto.
James Whale fue el primer director de la historia en mover la cámara durante la filmación, y lo hizo con Frankenstein, que no es estrictamente atemorizante, como lo fue en su época, pero sigue siendo inquietante.
Posee una estructura cinematográfica realmente ágil, es un film que apenas pasa la hora de duración, y acierta a insertar toda la historia sin sobresaltos y con gran ritmo, y además tiene un manejo de cámaras realmente muy moderno.
Si uno se substrae al contenido de la historia, toda la secuencia de la creación de la criatura está filmada con multiplicidad de planos: cortos, generales, angulares, que es admirable, también, para su época.
Sin embargo, Frankenstein (1931) no fue la primera película sobre este personaje, ya que en 1910, Edison realizó una película muda de 16 minutos basada en una obra de teatro de 1823, y más tarde en 1920, Luciano Albertini rodaría también otra titulada “Il Mostro di Frankenstein”, hoy desaparecida.
Esta versión de Frankenstein no toma el original de Mary Shelley, sino que sigue una adaptación teatral de 1927.
Es un relato bastante despojado de connotaciones filosóficas, en donde la historia cae dentro de la rutina habitual del cine de monstruos; la diferencia fundamental está en que, esta versión de Frankenstein es la que inventa dicha rutina.
Aquí tenemos a otro científico loco, una creación que se escapa de sus manos, el deseo de jugar a Dios, el abrir la caja de Pandora de la ciencia, y todos los etc. que continuaremos viendo en los años 30, 40, 50 y 60.
Lo que carece Frankenstein (1931) es de una meditación sobre la finalidad de dichos propósitos:
Henry Frankenstein es un desquiciado más que un ser racional, que cumple con sus propósitos por un simple motivo de egolatría:
“Ver si es capaz”
“You have created a monster, and it will destroy you!”
Tras un prólogo inicial de Edward Van Sloan advirtiendo de la historia de terror que nos van a contar, nos sumiremos en un relato sobre la vida y la muerte, el poder de dar la vida y sus consecuencias, el problema de la ignorancia en el mundo real y lo terrible que puede resultar una población encolerizada.
La acción de Frankenstein tiene lugar en el cantón alemán de Suiza, entre 1930 y 1931.
El Dr. Henry von Frankenstein (Colin Clive), un joven y apasionado científico, asistido por el jorobado Fritz (Dwight Frye), crea un cuerpo humano, cuyas partes han sido recolectadas secretamente y de varias fuentes.
El anhelo que consume al doctor es el de crear vida humana a través de varios artefactos eléctricos perfeccionados por él mismo.
Elizabeth Lavenza (Mae Clarke), su prometida, está preocupada a causa de las peculiares acciones de su prometido.
Ella no puede entender, por qué él se enclaustra en una abandonada torre, la cual ha equipado como laboratorio, y se rehúsa a ver a nadie.
Ella y su amigo, Victor Moritz (John Boles), acuden al Dr. Waldman (Edward Van Sloan), su viejo profesor de medicina, y piden su ayuda para recuperar al joven científico de los experimentos que absorben todo su tiempo.
Elizabeth, intentando rescatar a Frankenstein, llega justo cuando el joven médico está realizando sus últimas pruebas.
Los tres observan, a Frankenstein y al jorobado, como alzan a la criatura muerta colocada sobre una mesa de operaciones, hasta la cima de la habitación, hacia una apertura en la cima del laboratorio.
Entonces se escucha un tremendo trueno y el cuerpo es bajado.
Es entonces que Frankenstein descubre que su creación comienza a moverse.
El monstruo que manufacturan (Boris Karloff), extrañamente espantoso, grotesco e inhumano, es retenido en un calabozo en la torre del castillo.
A causa del error de Fritz, el cerebro de un criminal fue utilizado en el experimento de Frankenstein resultando en que el monstruo solo conoce de odio, horror y asesinar.
Mientras Frankenstein y el Dr. Waldman conversan en el laboratorio, escuchan un grito proveniente del calabozo; al llegar descubren que el monstruo había asesinado a Fritz.
El monstruo amenaza con atacarlos, pero ellos huyen rápidamente, cerrando la puerta del calabozo.
Frankenstein abre la puerta para distraerlo con una antorcha, mientras que el Doctor le aplica una potente inyección que deja inconsciente a la bestia.
El Dr. Waldman trata de destruir a la criatura inconsciente, la cual, sin embargo, despierta y lo estrangula.
El monstruo escapa de la torre y camina sin rumbo fijo.
Luego tiene un breve encuentro con la pequeña hija de un granjero, María (Marilyn Harris), quien le pide que juegue con ella arrojando flores al lago para que parezcan pequeños botes.
El monstruo disfruta del juego, pero al no tener más flores, levanta a la pequeña y la arroja al lago, quien muere ahogada.
La criatura se aleja apesadumbrada.
En otro escenario, con las preparaciones para la boda completadas, Frankenstein es nuevamente el mismo de siempre, y junto a Elizabeth están listos para casarse tan pronto como el Dr. Waldman arribe.
De pronto, Victor entra apresurado, diciendo que el Doctor ha sido encontrado estrangulado en su sala de operación.
Frankenstein sospecha del monstruo, y un escalofriante chillido lo convence de que el enemigo está en la casa.
El monstruo ha ganado acceso a la habitación de Elizabeth.
Cuando los buscadores llegan, la encuentran inconsciente sobre la cama.
El monstruo ha escapado.
Liderando a una turba iracunda, Frankenstein busca al monstruo en la campiña y sus alrededores.
Al separarse del grupo es descubierto por el monstruo, el cual salta encima de su presa y, cargando con él, se lo lleva a un viejo molino.
Los campesinos escuchan sus gritos y los siguen.
Finalmente cuando llegan al molino, encuentran al monstruo que ha subido a la cima del mismo arrastrando a Frankenstein con él.
Repentinamente, en un despliegue de cólera, arroja al joven científico al suelo, quien sobrevive al golpe.
Algunos pobladores de la villa, lo llevan apresurados a su casa, mientras otros se quedan para quemar el molino y destruir al monstruo atrapado dentro.
Después, de vuelta en el Castillo Frankenstein, el padre de Frankenstein, el Barón Frankenstein (Frederick Kerr) celebra las bodas de su hijo ya recuperado con un brindis por su futuro nieto.
Una de las primeras opciones analizadas para interpretar al monstruo de Frankenstein fue Bela Lugosi, quien había protagonizado otra película de Universal Pictures, “Dracula” (1931)
Sin embargo, Lugosi rechazó el papel debido a que no poseía diálogos, y a que estaría cubierto de maquillaje.
Tras esto, fue escogido el actor británico Boris Karloff, y es con él en donde Frankenstein obtiene todos sus réditos.
La “perfomance” de Boris Karloff contó con la inestimable colaboración de Jack Pierce como maquillador.
El maquillaje de Jack Pierce inmortalizaría a la famosa criatura dándole el aspecto que todos le atribuimos.
Boris Karloff sufrió 3 operaciones de espalda cuando hizo Frankenstein debido a los numerosos esfuerzos.
Las sesiones de maquillaje del monstruo duraban 3 horas y media cada vez, y curiosamente, en muchas portadas de Frankenstein, el monstruo aparecía con tornillos en el cuello... cosa que nunca ocurrió en el film.
Con Karloff, el monstruo no es el demonio personificado, sino una fuerza bruta descontrolada y patética, una víctima del destino.
Es imposible afirmar que la criatura posee maldad, la muerte de la niña es accidental; el asesinato de Fritz es en defensa propia, y por el contrario, lo que vemos es a un alma en agonía.
Desde los inocentes intentos por tocar la luz, hasta los desgarradores gritos de Karloff cuando la muchedumbre lo acorrala.
Siempre vemos a una criatura indefensa y totalmente ajena a las reglas de este mundo.
Curiosamente este sentimiento de simpatía por un ser abominable se ha traducido con el reconocimiento que ha recibido Karloff, con el paso del tiempo, recibiendo cartas de miles de fans declarando su admiración por el monstruo, y una enorme cantidad de ellas, escritas por niños.
Frankenstein es un ser que despierta compasión más que repulsión.
Si tengo que destacar lo mejor del filme, creo que pasa por su ambientación y su atractivo visual, de la mano de una impronta gótica y escalofriante, tanto para escenarios interiores, con un laboratorio muy logrado, o paisajes naturales exteriores, y a todo ello debe sumársele la corrección y el carisma de un elenco a la medida de las circunstancias.
Frankenstein debe ser considerada una gran obra dentro del género por ser precursora, por sus climas tenebrosos, sus escenarios y por el concepto macabro de ir en contra de la madre naturaleza tratando de dar vida a aquello que ya no la posee.
Otros ejemplos de la maestría de su director James Whale, es en la escena de los preparativos de la boda en el pueblo, con rudimentarios pero efectivos métodos de cámara en movimiento, en donde la pantalla se disuelve y pasa a la criatura corriendo por el bosque.
Curiosamente, después de rodarse Frankenstein, Edward Van Sloan, el doctor Waldman dentro del film, tuvo que filmar un fragmento adicional.
Se trata de la parte inicial del film, cuando este presenta la película, advirtiendo al espectador de lo que va a ver.
Esto se hizo para acallar las protestas de algunos grupos religiosos; ya que hay algo muy significativo en Frankenstein, y es cuando Henry da vida a la criatura, y totalmente exaltado grita:
“Por Dios, ahora sé lo que se siente al ser Dios”
Otra curiosidad es que, en los créditos iniciales no se revela quien era el actor que interpretaba al monstruo, solo aparecía un signo de interrogación.
Y en los créditos finales, ya aparecía el nombre de Boris Karloff como monstruo, desvelando la incógnita.
Frankenstein es un film sonoro, en la voz y los ruidos, pero no había música o banda sonora excepto en los créditos iniciales y finales.
La costumbre de poner música en las películas se puso de moda años más tarde.
Por tanto, si se ve la versión original, no se oye música...
Sin embargo, en los diferentes doblajes, se decidió añadir música para modernizar la película.
La música corre a cargo de Bernhard Kaun y Giuseppe Bacce, no acreditados, aporta una partitura breve de 6 cortes, vanguardista y orquestal, que apoya y da sentido a la acción.
Como detalle histórico, los cadáveres que aparecían colgados en varias secuencias de Frankenstein, era una verdadera costumbre tradicional que se practicaba en el centro Europa, y que desapareció a finales del siglo XIX.
Y como nota súper curiosa, al contrario de lo que sucede en la mayoría de las versiones de este monstruo, el científico no acaba pagando el haber jugado a ser Dios:
El se salva, la chica se queda con él, y la criatura muere en la mítica escena del molino; tal vez porque es un “monstruo”
Frankenstein dio vida al monstruo.
Sólo el espectador es capaz de identificarse con la creación de un ambicioso y egoísta doctor.
El monstruo no pidió vivir, pero se encontró con la vida, y solamente pudo comenzar a comprenderla cuando se tuvo que enfrentar con la muerte.
Lo perverso de su nacimiento hace, de la desgraciada criatura, un ser condenado, comprendido únicamente por los inocentes y los desvalidos.
Llega a apreciar un atisbo de frágil belleza y calidez, justo en el momento en que sus torpes dedos lo destruyen.
Qué enorme escena la de la niña en el lago, tiene mucho simbolismo.
El monstruo de Frankenstein representa al villano incomprendido por su entorno, por su padre y creador.
Quizás todos nos hemos sentido en ocasiones como este romántico ser al que, para colmo, se le conoce erróneamente por el nombre de su padre.
Frankenstein es, como se anuncia en su comienzo, una película sobre la vida y la muerte, pero también sobre la existencia, Dios y los enigmas del hombre.
“The man who made a monster”
En todo caso, hoy en día, Frankenstein es un mito.
Sea como sea, a través del medio que sea, quien más quien menos conoce el monstruo de ¿Frankenstein?
Uno de los hechos más curiosos de este mito es que la mayor parte de la gente confunde el nombre del doctor, del creador, con el monstruo.
Porque Frankenstein es el apellido del Prometeo que da lugar al título de la obra de Shelley, del científico que abandonando sus creencias religiosas y éticas se deja guiar por la ciencia por crear vida de la muerte, por jugar a ser Dios.
Este, quizás es el tema principal de la novela:
La capacidad del hombre para hacer el papel de creador, de Dios, tal como lo hizo Prometeo en la mitología griega otorgando al hombre el fuego, la vida... y siendo castigado por los Dioses por su osadía.
Si Dracula era un monstruo escondido en la piel de un galán elegante, el monstruo de Frankenstein es un ser dulce escondido bajo el aspecto de monstruo.
Digamos que Frankenstein trata sobre la discriminación y la caza de brujas, sobre populachos vengativos y demás.
Además consideremos las lecturas “homoeróticas” que envuelven la trama:
La creación de un “súper hombre”, la torre, el encierro con criaturas deformes…
El monstruo de Frankenstein no es el primero que da la bofetada, es un exiliado del mundo, un fugado, un injustamente condenado.
Frankenstein propone temas interesantes entre los que destacan:
La locura, la ciencia, la vida, y sobre todo, defiende la teoría de que el ser humano es bueno por naturaleza, y se convierte en maligno en contacto con la sociedad.
Una obra maestra género de terror, gótico y ambiguo, genial y tenebroso, lúgubre y romántica, mágica y clásica.
Frankenstein es una de esas joyas que nos regaló, el blanco y negro, y que no sólo se limita a hablar sobre el monstruo, sino que plantea preguntas sobre la libertad, la responsabilidad y la eterna lucha del hombre contra la propia naturaleza de morir.
Frankenstein plantea cuestiones sobre la libertad, la responsabilidad y la culpa; la importancia de los factores biológicos en la conducta humana; las limitaciones de la ciencia; la lucha del hombre contra la muerte y otros.
El hombre buscando ser Dios, e internarse en sus misterios, esto tan actual ahora con la genética o la robótica.
A pesar de todo, aquel monstruo tenía sentimientos, observaba el rechazo y la discriminación, el odio y el miedo que su aspecto producía.
Sentía un pánico interior, y un profundo sentimiento dulce y romántico.
Frankenstein es un llamado al hombre para respetar los límites de la naturaleza y apreciar su grandeza.

“Oh, in the name of God!
Now I know what it feels like to be God!”



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