The Miracle Worker

“All's fair in love and war”

Imagine el lector una muñeca rudimentaria, pero con la característica especial de que fue hecha con sus propias manos por una niña ciega, sorda y sin los sentidos del tacto ni del olfato.
Ése fue el regalo que Anne Sullivan le llevó a Helen Keller cuando, en 1886, llegó al hogar de los Keller para tratar de sacar a Helen del mundo incomprensible de silencio y oscuridad en el que vivía.
Helen Keller quedó ciega y sorda como consecuencia de una posible meningitis o escarlatina cuando tenía un año y medio de vida.
Cuando tenía 7 años de edad, inventó 60 signos diferentes que le servían para comunicarse con su familia.
Al no poder expresarse, ni entender, su frustración aumentó con la edad y su rabia iba a peor.
Se convirtió en una persona salvaje, revoltosa y muy agresiva.
Los siguientes años fueron muy difíciles para Helen y su familia.
Helen se hizo una niña muy difícil, aventaba los platos y lámparas, y aterrorizaba la casa entera con rabietas, gritos y su mal genio.
Los parientes la miraban como un monstruo.
Pero su familia, y ella misma, no se resignaron con ese destino, y lo fueron superando a fuerza de voluntad y constancia, y gracias también a tutores y amigos que la ayudaron; entre ellos: Anne Sullivan.
Esta situación hizo que se viera claramente la necesidad de hacer algo. Justamente, antes de cumplir 7 años, la familia contrató a una tutora privada; una mujer extraordinaria.
Anne Sullivan venía de un ambiente muy pobre en Feeding Hills en el estado de Massachusetts.
Había perdido la visión cuando tenía 5 años.
Su madre padecía de tuberculosis y murió cuando Anne tenía 8 años.
Sullivan tuvo dos hermanos: María y Jimmie.
Cuando su madre murió, sus dos hermanos fueron enviados a vivir con otros parientes, y Anne permaneció en el hogar para cuidar a su padre.
Después de un tiempo, los parientes no podían seguir con el cuidado de los niños, y Anne no podía seguir más a su padre.
Enviaron a los dos niños a la casa de niños pobres del condado en Tewksbury en Massachusetts; allí murió Jimmie, afectado por una tuberculosis de cadera; y María fue abandonada en una casa de escasos recursos.
Pero Anne tuvo la suerte de haber encontrado un lugar donde fue bien acogida, el Colegio Perkins para Ciegos en Boston.
Después de varios años, y tras 2 operaciones con éxito, recuperó su visión.
Anne Sullivan había contraído una enfermedad llamada tracoma, la cual deterioró su vista.
Estuvo en la Escuela de Perkins, en donde se le hicieron muchas operaciones para tratar su enfermedad.
Su vista mejoró y llegó a ser una estudiante ejemplar, graduándose con honores.
Para el director de la escuela, estaba claro que Anne Sullivan era la persona adecuada para educar a Helen Keller.
El primer paso de Anne fue comunicarse con ella, venciendo su agresividad con fuerza y paciencia.
El siguiente paso fue enseñarle el alfabeto manual.
Anne le ponía en contacto con los objetos, y le deletreaba en la mano las palabras.
Así comenzó a animarse y cada cosa que encontraba, la cogía, y preguntaba a Anne cómo se llamaba.
Así fue preparando a su alumna con nuevas palabras e ideas que necesitaría para enseñarle a hablar.
Como resultado de todo este trabajo, Helen llego a ser más “civilizada” y amable, y pronto aprendió a leer y escribir en Braille.
También aprendió a leer de los labios de las personas, tocándoles con sus dedos, y sintiendo el movimiento y las vibraciones.
Anne la llevó en varias instituciones, trabajando con otros materiales y textos, enseñándole distintas lecciones y actuando como su intérprete.
Ella interpretaba, en las manos de Helen, lo que los profesores decían en clase, y transcribía en los libros utilizando el sistema Braille.
Anne Sullivan fue su profesora personal, y amiga de toda la vida.
Helen fue a la escuela de Cambridge para señoritas desde 1896, y en el otoño de 1900, entró en la Universidad de Radcliffe, siendo la primera persona sordo-ciega que podía alcanzar el reto de presentarse y transitar en una Universidad.
Helen se graduó con título de honor de Radcliffe en 1904.
Tenía un poder de concentración extraordinario, muy buena memoria y muy buenos recursos personales para mejorar.
Mientras estaba en aquella escuela, Helen escribió “La Historia de Mi Vida” (1903) que fue redactado por John Albert Macy, quien se casó con Anne Sullivan.
Sin embargo, la unión no duró.
Ese libro tuvo un rápido éxito, y gracias a él ganó suficiente dinero para que Helen se comprarse su propia casa.
Helen y Anne iniciaron, en los años siguientes, una gira de charlas y conferencias sobre sus experiencias.
Helen contaba su vida, y su discurso era interpretado, frase a frase, por Anne Sullivan, lo que siempre generaba sesiones de preguntas y respuestas acerca de sus historias.
A causa de sus viajes, Helen y Anne buscaron una nueva forma de vivir a través de sus conferencias, y la venta de sus obras literarias.
En 1918, la demanda de sus obras había disminuido, pero ellas seguían viajando con más interés, mostrando las historias increíbles de Helen, como la primera vez que entendió el significado de la palabra “agua”
La ceguera era, a menudo, causada por una enfermedad que también era la causa de que muchos vivieran en pobreza.
Helen colaboró en la creación de la Fundación Americana para los Ciegos, con el objetivo de ofrecer servicios a otras personas ciegas.
Helen llegó a ser famosa, invitada por muchos países, y recibió títulos de Honor de diferentes universidades extranjeras.
El 20 de octubre de 1936, a la edad de 70, Sullivan murió en Forest Hills, Nueva York, con Helen a su lado.
Cuando ya había tomado medidas para que otra mujer ayudara, y acompañara a Helen, quien vivió muchos años más.
Gracias a la ayuda de su maestra Anne Sullivan, Helen obtuvo logros increíbles a lo largo de su vida.
Aprendió a hablar, podía leer francés, alemán, griego y latín en Braille y publicó, entre otros libros:
“El Mundo En Que Vivo” (1908), “Mis Años Posteriores” (1930), “Tengamos Fe” (1940), etc.
Helen fue la primera mujer, en sus circunstancias, que obtuvo un título universitario y, con los años, fue activista política, autora, confidente de más de un presidente de los Estados Unidos, y líder mundial e inspiración para millones de personas.
En octubre de 1961, Helen sufrió el primero de una serie de accidentes cerebro-vasculares, y su vida pública fue disminuyendo.
En los últimos años de su vida, se dedicaría entonces a cuidar su casa en Arcan Ridge.
En 1964, Helen fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente Lyndon Johnson.
Un año más tarde fue elegida como “La mujer del Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
Poco antes de su muerte en 1968, a la edad de 87 años, Helen Keller le dijo a un amigo:
“En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha”
El primero de junio de 1968, en Arcan Ridge, Helen Keller muere mientras dormía.
Su cuerpo fue cremado en Bridgeport, Connecticut, y su funeral se realizó en la Catedral Nacional de Washington DC.
La urna más tarde sería llevada a un lugar cerca de donde descansaban los restos de Anne Sullivan y Polly Thomson, su otra tutora.
En 1993, una escritora llamada Nella Braddy, publicó una biografía llamada “Anne Sullivan Macy: La Historia Detrás de Helen Keller”
“Now all I have to teach you is one word:
Everything”
The Miracle Worker es una película dramática de 1962, dirigida por Arthur Penn.
Protagonizada por Anne Bancroft, Patty Duke, Andrew Prine, Inga Swenson, Victor Jory, Jack Hollander, entre otros.
The Miracle Worker está adaptada, y basada, en la obra teatral del dramaturgo neoyorkino William Gibson, e inspirada a su vez en la autobiografía de Helen Keller, “The Story Of My Life”
Es importante destacar que todo lo que acontece en la obra se basa en documentación real.
The Miracle Worker ganó 2 Premios de la Academia:
Mejor Actriz para Anne Bancroft, y Mejor Actriz de Reparto para Patty Duke.
Además, estuvo nominado a otros 3 Oscars:
Mejor vestuario en blanco y negro, mejor director y mejor guion adaptado.
Cabe mencionar también que Duke se convirtió en la actriz más joven en recibir un Oscar en competencia, no especial, siendo debutante en el cine.
Mantuvo ese récord hasta que fue destronada en 1974 por Tatum O’Neal, de 9 años, con su actuación en “Paper Moon” (1973)
La obra “The Miracle Worker” trata sobre la primera etapa del aprendizaje de Helen, cuando Anne Sullivan intenta que la niña verdaderamente comprenda que las cosas que la rodean tienen un “nombre”, y que se puede expresar con el alfabeto para sordos…
Solo que en este caso, la niña debía colocar su mano sobre la mano de la maestra para “ver” los signos.
La obra de Broadway fue todo un éxito.
Al mando de la misma dupla Gibson-Penn, estuvo en cartel durante casi 3 años.
Cuando llegó el momento de trasladar la obra al cine, la United Artists, el productor Fred Coe, William Gibson y Arthur Penn tuvieron el tino de no caer en la tentación, tan común por esos años, de convocar a actrices de renombre para recrear los roles en la pantalla.
Bancroft y Duke, que a pesar de tener 15 años conservaba un aire infantil, plasmaron en la pantalla su notable creación, que habían refinado durante 3 años en las tablas.
The Miracle Worker deja el sentimentalismo a un lado para adentrarse en la cruda realidad de la historia de este personaje, una niña que nació sorda y ciega, y por consiguiente muda, durísima historia del aprendizaje y de la adaptación de esta pobre criatura.
The Miracle Worker es soberbia y desgarradora, y es aquí, donde el genial Penn nos mete de lleno en uno de los mejores dramas de la historia del cine de superación, una historia de supervivencia, que se remonta al inicio de nuestra conciencia como seres humanos que, todavía somos, y nos brinda toda una lección tanto de sensibilidad como de talento, porque son pocas las películas verdaderamente conmovedoras, lástima que películas como esta se dejaran de hacer de esto ya hace muchos años.
La historia arranca en 1881 en una mansión situada en el pueblo de Tuscumbia, Alabama, a los 18 meses de la vida de Helen Keller, la primera hija de un matrimonio formado por el Capitán Arthur (Victor Jory) y su esposa Kate Keller (Inga Swenson), y en donde la niña a esa edad sufre una congestión cerebral y queda ciega y sordomuda.
Durante 7 años, sus padres desesperados acuden a médicos, curanderos y visionarios, pero no obtienen ningún resultado positivo.
Hasta que un día, alguien les recomienda que contraten a la joven profesora Anne Sullivan, que domina el lenguaje de los sordomudos.
Un oscuro complejo de culpabilidad, por la muerte de su hermano, impulsa a la pedagoga a redimirse mediante la educación de la niña.
Cuando llega a la casa donde vive la joven, se encuentra con una familia que ha mantenido a la niña a su antojo, ante la incapacidad de los padres para poder educarla.
Helen es considerada como una desgracia de la naturaleza que no tiene remisión y con la cual es imposible entablar cualquier comunicación.
Tan sólo la madre (ENORME Inga Swenson) es quien mantiene una leve esperanza.
La adolescente, por su parte, vive en un mundo propio completamente ajeno.
No sabe cómo romper esta burbuja hasta que llega Miss Sullivan, quien con mucha paciencia y rigor, se encargará de su educación, pero que Helen pueda llegar a comunicarse, haría falta un milagro.
La familia se resiste a los métodos estrictos de Anne para, en un principio y con muchos altibajos, imponer una disciplina a la niña.
A la vez, Anne le marca las palabras de todo lo que se cruza en su camino a una Helen que las reproduce, pero sin llegar verdaderamente a hacer la conexión de que esas “figuras” que Anne dibuja con sus dedos en realidad son el significado del objeto que ella acaba de palpar.
A pesar de las protestas de la madre llega un momento en que el padre está a punto de despedir a Anne.
El capitán Keller se conforma con tener un animalito, medianamente domesticado, que tratar de extraer todo el potencial de una niña que se perfilaba como altamente inteligente, ya que a los 6 meses de vida había pronunciado su primera palabra:
“Wah... wah”
El capitán cede y la da una última oportunidad a Anne:
Llevar a la niña a una cabaña cercana y dejarlas solas para que libren su “batalla” final hacia el conocimiento.
Helen usa todas sus armas para destruir todo a su alrededor, y únicamente cede un poco cuando la vence el cansancio.
Pero las dos semanas pasan, y alumna y pupila, deben volver al hogar familiar sin haber logrado demasiados progresos.
El desenlace, nuestro momento inolvidable y por cierto conmovedor, comienza en el almuerzo en que dan la bienvenida a la niña, después de su atribulada ausencia.
En un arrebato de venganza hacia Anne, Helen parece desandar todo el camino transitado, quiere volver a su antigua forma de comer, y le arroja a Anne en la cara el contenido de una jarra de agua.
Sin dar tiempo a que la familia reaccione, Anne arrastra a Helen al exterior, y la lleva a la bomba de agua, para que ella misma vuelva a llenar la jarra que vació.
Anne empieza a bombear agua y pretende que la niña llene la jarra, pero Helen la rompe.
Mientras tanto Anne le ha estado “escribiendo” la palabra “agua” en la mano que Helen tiene libre.
Llega un momento en que Helen tiene sus dos manecitas cubriendo la boca de salida de la bomba, sintiendo el agua correr entre los dedos y, sobrecogida por la angustia, emite un grito casi gutural…
“wah... wah”
Luego, sus ojos, y todo su rostro, parecen iluminarse en una expresión magistral de descubrimiento lograda por Patty Duke, e inmediatamente le pide a Anne que le escriba la palabra: “agua”
Aquella palabra que fue la primera en salir de sus labios, a sus precoces 6 meses, es el nexo que finalmente le permite entender la conexión entre esos símbolos que repetía como un mono entrenado, y el mundo que la rodea:
La maravilla del lenguaje y la posibilidad de comunicarse.
Anne llama a la familia a los gritos, mientras Helen toca desesperadamente:
La tierra, el árbol, reclamando la palabra respectiva.
La niña se acerca a sus padres y se confunden en un abrazo desgarrador.
Luego se acerca a Anne y le pregunta quién es ella, y Anne le responde:
“Maestra”
En un acto de absoluto reconocimiento, Helen le entrega a Anne un manojo de llaves.
Eran las llaves que había usado para sus caprichosas actitudes:
Encerrar a Anne en su habitación, o cerrar el comedor.
Representaban claramente su rebeldía, pero se las entrega a Anne:
Obvio símbolo que reconoce que a Anne le pertenecen las llaves, que le abrirán las puertas del largo camino hacia el conocimiento que emprenderían juntas.
Más tarde, esa noche, Helen busca a Anne, que descansa en una mecedora en el balcón, le da un beso muy afectuoso y se acurruca en su falda.
“It's less trouble to feel sorry for her than it is to teach her anything better”
Penn abre The Miracle Worker en el que los claroscuros y las sombras se darán la mano para retratar ese mundo enfermizo y cataléptico, que domina la mayoría de escenas.
Con la sentencia:
“Ella vivirá”, el doctor que atiende a la pequeña niña enferma constata la realidad en la que se verá sumida una familia aristócrata de finales del siglo XIX.:
Los Keller.
Resulta relevante el hecho de que el papel de las mujeres se viese relegado a la autoridad del Pater de la reducida familia Keller.
El Capitán y marido, se muestra escéptico ante la evolución de su primera hija, fruto del reciente matrimonio con Kate, una desvalida mujer desde que conoce su infortunio.
La desesperación de una madre por querer ayudar a su hija está captada con sutileza por parte de Penn, al punto de encuadrar a ambas como un mismo personaje.
El dolor y la tristeza están presentes en cada una de las primeras escenas de The Miracle Worker, hasta la llegada del personaje redentor interpretado por Anne Bancroft, en el papel de la “trabajadora del milagro”, Anne Sullivan.
Ese halo de sufrimiento que había padecido en primera persona, Anne, cuando fue a parar junto a su hermano tullido a un hospicio propiedad gubernamental, la ayudan a comprender mejor la situación y, pese a su ceguera parcial, logrará llegar hasta el alma de Helen.
No menos meritorio resultó el debut de Patty Duke, incipiente actriz, que borda el papel desde que aparece subiendo unas escaleras en medio de las sombras dibujadas por la cámara gracias al operador cubano Ernest Caparrós.
Ese continuo juego de imágenes yuxtapuestas en un mismo plano, como el reflejo de una bola de un árbol de navidad, finalmente rota al caer al suelo por la torpeza de Helen, tienen un sentido de compenetración entre 2 personajes que requieren la comprensión uno del otro.
Sin embargo, las distinciones sociales están fuertemente delimitadas, como cuando Anne, habla de que en el fondo yo no pertenezco a ella, en referencia a la procedencia de ambas familias.
Para Anne, lo importante es el comportamiento, los hábitos y, más tarde, conocer que existen palabras para conocer las cosas.
Las sombras y la oscuridad creciente, su vista se va deteriorando, en la nueva estancia de Anne, plantean dudas en la educadora, sabedora que el plazo impuesto por los progenitores de Helen, 2 semanas, podría resultar insuficiente.
A tal efecto, Penn baja la cámara casi hasta ras de suelo para ultimar una postrera etapa de aprendizaje que deviene esperanzadora.
Un epílogo subraya este hecho, convirtiéndola en un drama de primer orden, tan emotivo como conseguido y más, tratándose de una adaptación conocida por parte del público teatral y televisivo.
ENORME Anne Bancroft metida hasta las mismísimas entrañas de Anne Sullivan, esa profesora que domina el lenguaje de los sordomudos, que ha permanecido la mayor parte de su vida en un asilo y, tras 9 operaciones comienza a recobrar la vista, y obsesionada por los recuerdos de un hermano pequeño muerto de tuberculosis en el asilo donde vivían.
ENORME Patty Duke como Helen Keller esa niña que vive encerrada en un terrible mundo de silencio y oscuridad desde su más tierna infancia, porque a sus 7 años, nunca ha podido ver el cielo, oír la voz de sus padres o expresar sus sentimientos.
Y junto a ellas, aunque bastante lejos, pero eso sí, demostrando su buen hacer en este drama cargado de intensidad, nos encontramos a Victor Jory y, a una ENORME Inga Swenson como Arthur y Kate Keller, los padres de Helen, ese matrimonio que siempre ha mantenido a la niña a su antojo, ante su incapacidad para poder educarla; fenomenales también, aunque como digo, bastante eclipsados por la pareja protagonista.
The Miracle Worker cuenta con escenas realmente desgarradoras, viendo a esa maestra gritar, golpear, acariciar, llorar y sobre todo llegar a la desesperación, pero sin rendirse... milagroso.
La primera escena de The Miracle Worker me parece uno de los momentos más aterradores jamás vistos en pantalla.
El rostro de Inga Swenson al descubrir que su hija no la oye, ni la ve, logra transmitirnos todo un abanico de emociones que van desde la impotencia al más puro terror.
La larga escena en el comedor, Helen se niega a comer y Anne Sullivan tiene que obligarla por la fuerza.
La tensión se masca en el ambiente.
Increíble.
Una de esas escenas que merecen ser revisionadas, una y otra vez.
Introduce momentos llevaderos e incluso cómicos, pero el empeño en la imitación del alfabeto, da lugar a largas secuencias de aprendizaje, “mu-ñe-ca”
The Miracle Worker es una película de la que se aprenden verdades, y que analiza el lado cognitivo de cualquier humano, claro que en este concreto se trata de un demonio al que dominar, templanza contra el relámpago, la involucración familiar con la compasión y el capricho; comer con la cuchara se convierte en una turbulencia de educación para demostrar que está capacitada.
En fin, largas secuencias en las que ningún intérprete abre la boca, véase la espectacular batalla campal que protagonizan Anne y Helen en el comedor de la casa, y en las que el estrépito de platos, cucharas, jarrones y sillas arrojadas reemplazan, y desbaratan al mismo tiempo, cualquier alternativa de alboroto verbal.
The Miracle Worker es una lección de dirección y puesta en escena por parte de un gran Arthur Penn.
The Miracle Worker toca temas muy interesantes que se prestan a un diálogo o debate después de su visionado.
El guión de William Gibson, basado en su propia obra de teatro, es maduro, sólido, bien escrito, alejado del sentimentalismo edulcorado, y capaz de dinamitar la conciencia de más de un padre que habrá malcriado a sus hijos con la escusa del amor infinito que los profesan.
Uno de los temas de The Miracle Worker es el peligro de la compasión, capaz de convertir a un discapacitado en un ser violento y maleducado, pero también es una cuestión aplicable a los miles de niños malcriados que corretean por los restaurantes vociferando y molestando a todo el mundo, que son impertinentes hasta la náusea, y que gozan de las risitas y mofas de sus papás, ante sus continuas trastadas y muestras de mala educación, consentidos por unos padres torpes e incapacitados para educar a nada ni a nadie.
The Miracle Worker habla de la auténtica educación, del auténtico amor, del verdadero compromiso para ayudar a los demás a través de una enseñanza pulcra pero férrea.
The Miracle Worker tritura falsos mitos educacionales embadurnados de almíbar y pone sobre la mesa el reto definitivo:
Arrancar a una niña consentida y malcriada de su eterno universo de silencio y tinieblas para mostrarle el mundo, y el poder de la comunicación a través de las palabras, aunque estas estén deletreadas por medio de gestos de las manos.
The Miracle Worker sobrecoge y emociona porque es una película noble y sincera, porque cuenta una historia con tantas toneladas de amor, y sentido común, que cualquiera capaz de sentir algo no podrá evitar emocionarse.
No es un milagro, pese al título, The Miracle Worker es la recompensa a la perseverancia, al amor por la docencia y al ansia de superación.
Una obra maestra absoluta.
The Miracle Worker está llena de humanidad, la lucha de una mujer por conseguir dar significado a un ser desgraciado que solamente posee 2 de los sentidos, intentar dar sentido a su vida, y sobre todo un significado, no solamente a su propia vida, sino para sus padres, pues éstos lo único que sienten es compasión por su hija.
La maestra conseguirá dar sentido, no solamente a la vida de la propia niña, sino a la de los padres, e incluso a su propia vida, una vida marcada por la desgracia de una infancia, desgracias que le sirvieron para fortalecerse y dar sentido a su sufrimiento.
En The Miracle Worker tendría sentido nombrar la frase que se dice:
“Cada uno carga con la cruz que puede llevar”
Hay que saber dar sentido a nuestro sufrimiento e intentar aprender de él.
The Miracle Worker no solamente da un sentido a la vida de esas personas discapacitadas y “subnormales”, sino que brinda el derecho a una vida justa y humana pesar de que les fallen los sentidos.
The Miracle Worker habla del avance en la educación de estas personas con nuevos centros acondicionados para ellos, según sus dificultades, para que puedan tener una vida lo más humanamente posible, habla del derecho a ser personas, y de poderse integrar en la sociedad a su manera.
Se habla de la lucha por la convicción, del rendimiento de aquellas personas que dejan sus cosas a mitad de camino perdiendo la esperanza, The Miracle Worker es el ejemplo de una maestra que lucha por lo que cree, por dar sentido a su vida y a la de la pobre criatura.
The Miracle Worker es una fábula sobre nuestra capacidad para evolucionar y para crecer como seres humanos, y es, sobre todo, un homenaje a las palabras y la comunicación, al poder del lenguaje, sea este del tipo que sea, para expresar lo que sentimos y para describir el maravilloso mundo que nos rodea.
The Miracle Worker es una enseñanza y una invitación a la reflexión.
Una obligatoria mirada hacia el mundo de los discapacitados, de la educación e incluso del amor paterno incorrectamente encauzado, no por maldad, sino por la ignorancia.
“En verdad, hay más en nosotros de lo que soñamos porque somos parte de algo intenso y grandioso.
Apenas nos conocemos de forma imperfecta, y quizás nunca seamos conscientes de nuestro enorme potencial, pero muy cerca de nosotros, dentro de cada uno, está la Fuente de toda luz, el Alquimista Soberano que nos permite transformar el plomo de la vida en oro, si conseguimos desearlo con todo nuestro ser”
Helen Keller (1880-1968)

“One word and I can put the world in your hand”



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