Big Eyes

“Why Are Their Eyes So Big?”

Nunca aceptada en los circuitos artísticos establecidos, y al mismo tiempo, enormemente popular entre el público, Margaret D. H. Keane, fue por excelencia, la artista de los suburbios de EEUU, en los años 60.
Sus pinturas, llenaron paredes y paredes de las grandes casas de la generación del “baby boom” desde fines de los 50, a mediados de los 60.
Su marca registrada exterior, fueron aquellos ojos desmesurados, mientras que su signo interno fue una tragedia, de la que estuvo a punto de no salir:
Durante 15 años, su esposo, Walter Stanley Keane, hizo pasar los cuadros como propios, mientras ella pintaba hasta 16 horas diarias, encerrada en una habitación.
Sólo en 1970, se atrevió a decir públicamente en radio, que Walter era un estafador de primera línea, y un artista de cuarta categoría.
Margaret Keane, es una artista estadounidense, también conocida en diferentes etapas de su vida como:
Peggy Doris Hawkins, Peggy Ulbrich, MDH Keane, y Margaret McGuire; es una retratista que pinta al óleo, mujeres y niños principalmente; y es muy reconocido por los grandes ojos de sus personajes.
Nacida como Peggy Doris Hawkins, en 1927 en Tennessee; atribuye a la relación con su abuela, su profundo respeto por La Biblia, y la inspiración de su arte.
“De pequeña, siempre estaba dibujando.
Tenía 10 años, cuando pinté mi primer óleo:
Eran 2 niñas, una estaba llorando, y la otra sonreía.
Es irónico, porque aquel cuadro resume muy bien cómo ha sido mi vida…”, recuerda con cierta melancolía, la pintora Margaret Keane.
Tras su primer matrimonio, dio a luz en 1950, a su hija Jane, de la que hizo un retrato con unos ojos enormes.
Pasado el tiempo, apareció Walter Keane; quien siempre contaba que “su arte estaba inspirado en los pobres niños que vio a fines de los años 40” en el Berlín devastado por La Segunda Guerra Mundial, mientras estudiaba en Europa, con la intención de convertirse en pintor”
A su regreso a EEUU, Walter se instaló en la ciudad de San Francisco, y se dedicó a las transacciones inmobiliarias, ya que con la venta de sus cuadros no le daba para vivir.
A mediados de los años 50, conoció a Margaret, en un festival de arte.
Y en 1955, se casaron, y Margaret continuó perfeccionando su técnica, y en 1959, pintó su primer cuadro profesional con ojos grandes.
Al ver el potencial de su esposa, Walter Keane cerró su negocio inmobiliario, y se dedicó a vender los dibujos y grabados de forma masiva, en grandes almacenes, libros de comic, y revistas.
Margaret, junto con Walter Keane, llegó a ser una de las artistas más populares en la década de 1960.
Su banalidad artística alarmaba a los críticos, pero los nuevos ricos de Hollywood, no dejaban de adquirir sus piezas.
Pobladas de niños desvalidos, con ojos inmensos, las pinturas de Keane, acuñaban una nueva estética de la tristeza, para el consumismo de posguerra.
Y como era de esperar, surgieron muchos imitadores:
Gig, Eve, Lee, o Goji, pero lo más interesante pasaría décadas más tarde, cuando lo banal se convirtió en fantástico, y el arte de “Ojos Grandes” de Keane no sólo se sublimó en objeto “cool”
Mientras los cuadros de niños, perros, gatos, o payasos, se exponían en galerías de San Francisco, Chicago, o Nueva Orleans; sus obras alcanzaban precios astronómicos, algunos llegaron a venderse por $50,000 de la época; no obstante, los críticos de arte, e intelectuales como Woody Allen, se burlaban de su estilo “kitsch” y populista.
“Entonces, me hacía daño, pero ya no:
Hay gente a la que le gusta lo que hago, y gente a la que no.
No pasa nada”, explica la artista.
La pareja, apareció en la revista Life, y realizó retratos de:
Zsa Zsa Gabor, Kim Novak, Adlai Stevenson, Natalie Wood, Robert Wagner, Joan Crawford, y Liberace.
Y mandó retratos a La Casa Blanca, de John Jr. y Caroline Kennedy.
El cuadro de la familia de Jerry Lewis, vestida como arlequines, le llevó 2 meses de trabajo en Beverly Hills.
Incluso, el propio Andy Warhol, alabó el trabajo de Keane, con el argumento de que “si era tan exitoso, no podía ser tan malo como aseguraban los críticos”
Pero la verdad era que Walter Keane no sabía pintar, y se publicitaba como el pintor de los cuadros de Margaret…
Walter contaba una lacrimógena historia, para explicar cómo empezó a dibujar aquellos ojos enormes y tristes.
Eran, explicaba a clientes y galeristas, las miradas de los niños que se peleaban por la comida de la basura, en las calles de París, después de La Segunda Guerra Mundial.
Años más tarde, escribió en sus memorias:
“Esbocé aquellas pequeñas víctimas de la guerra, llenas de magulladuras, con sus cuerpos y mentes laceradas, su pelo enmarañado…
Así comencé a pintar” dijo Walter...
“Mis cuadros, cada vez eran más famosos, y la mentira se convirtió en una gran bola de nieve”, comenta Margaret.
“Él me prometió que aprendería a pintar si le enseñaba, y yo quise creerle...
Durante un tiempo, firmé los cuadros como W. Keane, porque él me aseguraba que nadie los compraría, si sabían que los pintaba su mujer.
Así que me pasaba todo el día trabajando.
Era horrible”, aseguró.
Margaret, vivía encerrada como una prisionera, y sus pinturas eran cada vez más tristes, reflejando sus emociones.
Antes de salir de casa, me decía cosas como:
“Estás horrible”, o si teníamos una cita:
“Estás mejor con la boca cerrada”
Pasaba los días encerrada en casa” comentó.
Los Keane, vivían en una gran casa, con piscina y servicio, pero mientras Walter disfrutaba de su existencia de “estrella del arte”, Margaret estaba recluida en una habitación.
“A veces, pintaba durante 16 horas al día.
Nadie, ni el servicio, ni su propia hija, fruto de un matrimonio anterior, sabían lo que pasaba dentro.
Las cortinas estaban echadas, y la puerta, cerrada con llave” dijo.
En aquella prisión con barrotes de oro, Margaret pintó sus cuadros más oscuros, y sus ojos más tristes.
Niños llorosos en callejones nocturnos, o asomando escondidos de cajas.
“Con cada cuadro, me hacía más conocida.
La situación cada vez era peor, y yo no sabía cómo salir de ella”, explica.
La timidez patológica de Margaret, hizo que durante 12 años, todo el mundo creyera que los cuadros los pintaba Walter…
“Cuando me casé con mi marido, pensaba que era un artista.
Había pintado muchos cuadros de las calles de París.
Luego, me enteré de que todo era mentira.
“Yo pintaba, y él vendía mis cuadros; 2 años después, me enteré de que iba diciendo que eran obra suya”, comentó.
Margaret Keane, ha descrito en numerosas ocasiones, el momento en que se enteró que su marido estaba haciéndose pasar por el autor de los retratos, que ella pintaba:
Fue una noche, en el club nocturno de San Francisco, The Hungry, donde él exhibía, y vendía las pinturas.
Estaba sentada en una esquina del local, cuando alguien se le acercó, y le preguntó si ella también pintaba.
Ahí fue cuando se dio cuenta de la gran mentira.
Se puso furiosa, y al llegar a casa, se enfrentó a su marido, quien se justificó diciendo, que necesitaban el dinero, y que era demasiado tarde para dar marcha atrás:
Ya que todo el mundo pensaba que él era el autor de los cuadros, firmados tan sólo con el apellido Keane.
Preocupada por lo que podría pasarle a ella y a su hija, si abandonaban a su esposo, Margaret decidió participar en el embuste.
Walter la había amenazado de muerte, si se atrevía a dejarle, o si le contaba la verdad a alguien.
Pero después de 10 años de matrimonio, Margaret decidió pedir el divorcio.
En 1965, Margaret se divorció de Walter, y ambos reclamaron los derechos sobre los cuadros:
“No sabía cómo iba mantenerme, y pensé que perdería la custodia de mi hija.
Era una pesadilla.
Pero mentirle a ella, me estaba destrozando.
No sé cómo encontré el valor, pero finalmente hice las maletas”
Aun así, Margaret le prometió guardar silencio e, incluso, siguió pintando cuadros, y enviándoselos a su marido.
Hasta que 5 años después, en 1970, por fin, contó la verdad en un programa de radio:
“Me costó reunir valor para desvelar que yo era la verdadera artista.
Me daba mucho miedo, porque él había amenazado con matarme.
Pero llegó un momento, en el que decidí que no iba a mentir más.
Fue un alivio”
Para reivindicarse, en 1970, Margaret retó a Walter, para pintar frente al público, en la San Francisco’s Union Square, pero Walter no se presentó.
Walter, que se comparaba con genios como Rembrandt, El Greco, o Miguel Ángel, contestó con una demanda, que fue desestimada.
Y en los 80, volvió a la carga diciendo que, “si Margaret se había adjudicado la autoría, era porque pensaba que él estaba muerto”
Fue demasiado para ella... y en 1974, se hizo Testigo de Jehová; y sus obras recuperaron un estilo “más alegre”; se casó con el escritor deportivo, Dan McGuire, y se mudó a Honolulu, Hawaii.
Decidida a recuperar su dignidad, llevó a Walter a juicio en 1986, y al periódico USA Today, porque decía en un artículo, que “la obra era exclusiva de Walter”
En el juicio, el jurado pidió a los 2 que pintaran un cuadro con su estilo característico:
Margaret Keane pintó un cuadro en 53 minutos.
Walter Keane no pintó nada, aduciendo que le dolía el hombro.
El jurado le dio la razón a ella, y le permitió firmar sus obras, como “Keane”
Y condenó a Walter, a pagarle $4 millones por daños emocionales y menoscabo a su reputación.
Margaret jamás vio un céntimo:
“Por supuesto, jamás vi ni un céntimo, pero yo no aspiraba a eso.
Tan solo quería que el mundo supiera, que esos eran mis cuadros”
El periodista Adam Parfrey, fundador de la editorial Feral House, llegó a entrevistar a Walter Keane, cuando éste malvivía a principios de los años 90, en la localidad californiana de La Jolla.
Según explica Parfrey, en conversación con BBC Mundo, cuando conoció a Keane, le dio la sensación de que era “un farsante y un mentiroso”
Parfrey, quien junto a Cletus Nelson escribió una biografía de Keane titulada:
“Citizen Keane”, asegura que él seguía insistiendo, en que su mujer era la que mentía.
El periodista señala que Keane era un hombre muy inteligente, con unas grandes dotes para el “marketing” y la autopromoción.
Pese a ello, parecía vivir alejado de la realidad…
Walter murió arruinado, en el año 2000, a los 85 años.
Hay muchos tópicos que están basados en medias verdades, o directamente en mentiras que se han hecho populares, y todo el mundo ha acabado asimilando como ciertas, pero también hay casos en los que simplemente, es un fiel reflejo de la realidad.
“A true story about art and the art of deception”
Big Eyes es un drama dirigido por Tim Burton, en el año 2014.
Protagonizado por Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Jason Schwartzman, Krysten Ritter, Terence Stamp, Heather Doerksen, Emily Fonda, Jon Polito, Steven Wiig, Emily Bruhn, David Milchard, Elisabetta Fantone, Connie Jo Sechrist, James Saito, entre otros.
El guión es de Scott Alexander y Larry Karaszewski, basados en una historia real, sobre una pareja de artistas, centrado en la vida de la pintora Margaret Keane, su éxito en los años 50, pintando característicos personajes de ojos grandes, y sus dificultades legales con su esposo, Walter Keane, que se adjudicaba la autoría de sus obras, en los años 60.
Como dato, Burton y Keane se conocían desde ya hace años…
Su idilio con este “arte para minorías”, se hizo público el día en el que el director se plantó en casa de Margaret Keane, en Sebastopol, California, para solicitarle que retratara a su novia de entonces, Lisa Marie:
“Vinieron con su chihuahua, y decidimos que tenía que posar también en el cuadro.
Un perrito encantador, encantador…”, relata.
“Años después, vino a pedirme otro retrato de Helena Bonham Carter y su hijo, Billy, que entonces tenía 3 años.
Tim no quería salir, así que lo saqué escondido en una nube”, dijo la artista.
“Me encanta Tim, es una persona muy sensible.
Sabía que Tim haría un gran trabajo, porque tiene mucho talento, pero al mismo tiempo, estaba abrumada…”
Alejándose de los mundos de la fantasía, el terror, y la ciencia ficción, por primera vez en los últimos 20 años, Tim Burton entrega uno de sus trabajos más reflexivos y logrados, desde hace mucho tiempo.
Big Eyes es un proyecto que, según los guionistas, fue concebido al mismo tiempo que “Ed Wood” (1994), y tardó 20 años en encontrar financiamiento, siendo tal vez, la última reparación pública, al arte de Margaret Keane.
Big Eyes muestra el inmovilismo de una mujer, capaz de desarrollar su impotente rabia por dentro, tras un rostro falsamente sereno, y amable, a mayor gloria de las clásicas madres de melodrama, que tan bien trazaba Douglas Sirk, en sus melodramas clásicos de los 50:
Walter Keane (Christoph Waltz), uno de los pintores más exitosos de los años 50, y principios de los 60… que alcanzó una notoriedad asombrosa, al revolucionar la comercialización, y accesibilidad del arte popular, con sus enigmáticas pinturas de niños abandonados con grandes ojos.
Sin embargo, la verdad terminaría saliendo a la luz:
La obra de Keane, no fue creada por él, sino por su esposa, Margaret (Amy Adams)
Al parecer, los Keane vivieron una mentira, que fue creciendo hasta alcanzar proporciones gigantescas.
Big Eyes se centra en el despertar de Margaret como artista, en el fenomenal éxito de sus pinturas, y la tumultuosa relación que mantuvo con su marido, catapultado a la fama mundial, mientras se llevaba todo el crédito por el trabajo de Margaret.
No es fácil posicionarse a favor, o en contra de ninguno de los 2, y simplemente con la exposición de los hechos, a través de las distintas escenas y diálogos, se justifica a la perfección, una situación real, prácticamente inverosímil, como fue que Walter Keane se atribuyese las obras, los logros, y la fama de su mujer, durante años.
De forma ágil y amena, el guión avanzará por los puntos clave de una relación simbiótica, entre la talentosa pintora Margaret, y el excéntrico “vendelotodo” Walter.
Ella, como muchas veces sucede con las personas que desarrollan una sensibilidad especial para el arte, una introspectiva mujer; y él, todo un “showman” capaz de vender un polo, en mitad de una ventisca en el ártico.
“Sweep the gutters before the taste police arrive”
La última, e inusual película en la carrera de Tim Burton, comienza con un extraño, por simplista, apunte que Andy Warhol lanzó a santo de las pinturas del impostor Walter Keane:
“Si sus obras fueran tan malas, a la gente no les gustaría”
Big Eyes, está contada con sencillez por Burton, algo poco habitual en sus filmes, y de forma muy lineal, enfatizando más la relación entre los protagonistas, que la falsa trama montada alrededor de los famosos cuadros.
Ambientado en los años 50 y 60, Big Eyes posee un diseño visual saturado de color, que le aproxima a la estética de “Edward Scissorhands” (1990), pero carece de los elementos singulares del cine de su autor, que caracterizan sus retratos de personajes alienados, inadaptados socialmente, en escenarios fantástico/góticos, o en cuentos de hadas, con perspectivas “camp/kitsch”
Todo el peso recae pues, en los hombros de la pareja protagonista, que no puede sobreponerse a una historia convencional, y poco original.
Big Eyes, es la historia de cómo esta mujer cae en manos de un depredador:
Walter, su segundo esposo, que le arrebata la propiedad de sus obras, haciéndose pasar por su creador, a cambio de fama y fortuna, y con ello, su identidad.
Parece en principio, una relación estable, porque él vende sus obras con su nombre, y ella se dedica a trabajar desde una lujosa mazmorra.
Pero llega un momento, en que la explotación de las obras, va más allá del ámbito comercial, y de la felicidad material:
Es un robo de los sentimientos de la persona; y el dolor se hace insoportable.
Hace unos meses, la mismísima Margaret Keane vio Big Eyes diciendo:
“Contemplar mi vida en la gran pantalla fue… profundamente traumático. Christoph Waltz, es exactamente igual que Walter, habla y se mueve de la misma manera.
Es increíble.
Y Amy Adams, que hace de mí misma, refleja muy bien cómo me sentía.
Mi hija y yo, estuvimos en shock varios días…
Es muy realista”, aseguró la artista, que curiosamente hace un pequeño cameo y, a sus 87 años, sigue pintando cada día.
Una fantástica y cautivadora Amy Adams, que representa con magistral luz “a lo Doris Day”, con fragilidad arrebatadora, soberbia escénica, y un adorable atractivo en toda su apreciable presencia, a la esclava y sumisa esposa que, con lentitud pero firmeza, se rebela, y osa reclamar lo que es suyo, a un absorbente y desbocado Christoph Waltz, marido ambicioso, mentiroso compulsivo, aspirante a pintor, y anhelo ardiente de éxito soñado, con enorme voluntad, tenacidad, y facultad diestra, en el manejo del “marketing”, y la venta al público más, una colorida, sugerente, vistosa, e interesante fotografía, en toda su deliciosa puesta en escena, y su acertada sutil decoración, que envuelven el magnífico y loable trabajo del dúo protagonista, son las armas incondicionales de una historia linda, hermosa, ligera, singular, llevadera, y convencional.
Durante la segunda mitad Big Eyes, se convierte en un entretenido y exageradísimo drama judicial, en el que Waltz oscila entre psicópata delirante, y artista payaso, totalmente sobreactuado.
Su verborrea inimitable, hacen que sea imposible ver al personaje detrás del actor.
La escena en la que Walter se enfrenta a un crítico de arte con un tenedor, resulta terriblemente irrisoria…
Mientras el personaje de Margaret Keane, es una maravilla de diseño, está configurada para ser el estereotipo de una mujer censurada de los años 60:
El pelo rizado, su voz timorata, el perpetuo cigarrillo en la mano, su adicción al alcohol...
En su caso, realmente los ojos son las ventanas del alma, y la bondad de su rostro, es el mejor escaparate para que el espectador se compadezca del atropello que sufre.
No falta, por otra parte, la tristeza de los personajes marginales y desamparados, tan habituales en el cine de Burton, aunque en este caso, se concentren en los lienzos con esos niños de ojos grandes.
De mucha o poca calidad artística, lo cierto es que esos retratos expresan un estado del espíritu, que induce a la compasión:
Víctimas de la posguerra, o abandonados por sus padres, solitarios, o con la compañía de un gato, son seres con los que el director siente empatía, y de los que quiere extraer su verdad, su humanidad, en medio de un mundo de imagen y frivolidad, representado básicamente, por el entorno de Walter.
En realidad, tanto Margaret como su hija, pertenecen más a ese ambiente sencillo, y sin pretensiones, que al del impostor, y de hecho, ellas prestan a los niños sus ojos, para mirar a tantos como se acercan a las exposiciones.
Para su interpretación, Amy Adams estudió a fondo la historia, y viajó a San Francisco, para conocer a la pintora:
“Me ayudó a entender que, aunque es humilde, también es una mujer muy fuerte”
Pasaron un día juntas, y Adams le preguntó, por qué había accedido a contar su vida:
“Ella me dijo, que quería enseñar que, por muchas cosas que te pasen, es posible encontrar la redención.
Sentí que me dio permiso para dar a conocer su historia, porque la entendí”
Lo más interesante de Big Eyes, es observar la evolución de los personajes protagonistas:
Cómo uno pasa del idealismo al realismo; y el otro al revés.
La interacción de ambos, y sus disputas, así como sus diálogos bien construidos, favorece que el espectador conecte desde el primer momento.
A pesar de que la trama principal, de por sí parece claramente feminista, son la construcción del personaje principal, con sus dudas, sus temores, sus quehaceres diarios, y las ambientaciones histórica y social, las que subliman esa reivindicación.
Antes de abandonar los elogios hacia los actores, debo mencionar que el reparto de secundarios:
Danny Huston, como el periodista Dick Nolan, que pone la voz cantante a la historia.
Krysten Ritter, como DeAnn, la sensual amiga de la pintora; y Terence Stamp, como John Canaday, el crítico de arte que no dejará de cuestionar la obra de los Keane, no podría ser más acertado.
Los motivos, fáciles de ver, con la simple aparición del carácter de cada uno.
Y es ahí donde encontramos lo más interesante de Big Eyes, ya que crea la duda en el espectador, de si realmente puede suponer un punto y aparte en su carrera, algo en lo que también puede tener mucho que ver, su reciente ruptura con Helena Bonham Carter, o si no es más que una curiosa coincidencia; “exorcizando los fantasmas del pasado, a través de la mirada de su protagonista”
Donde aquí algunos pueden ver, pérdida de identidad, yo veo madurez, y un intento de “desetiquetarse”
Lo cual no quiere decir, que deje de lado a sus recurrentes personajes tristes y marginados, reflejados esta vez, en una mujer atrapada en un matrimonio desigual, encerrada en su estudio, pintando cuadros, mientras su marido se lleva todo el reconocimiento de su trabajo; y en las pinturas mismas.
La ambientación de los años 50/60, está muy bien captada a través de las calles, las vestimentas, y los personajes, además del toque siempre notable de la banda sonora, del siempre fiel a Burton, Danny Elfman.
La estructura tradicional, permite seguir un discurso fluido, de vez en cuando emotivo, que permite inmiscuirse en los sentimientos y motivaciones de la protagonista, cómodamente.
La presentación audiovisual, es verosímil, más de lo que encontramos en mucho cine.
El resultado, por tanto, es una historia realista, con personajes de carne y hueso.
Incluso, podemos atribuirle el toque irreverente, muy descafeinado, de dar trascendencia a una de las manifestaciones más ñoñas, que pudo dar la industria artística, durante el siglo XX.
Con una fotografía luminosa, con colores y en cuadres propios de reconocidas obras pictóricas del EEUU de los años 50 y 60, nos transportarán inmediatamente a una época, que parece ser recordada como “un cuento de tiempos mejores”
Un cuento en el que, sin la necesidad de enroscar árboles, meter monstruos, u oscurecer los planos, Tim Burton se encuentra muy a gusto.
Y una buena oportunidad para ver al californiano, saliendo de su “zona de confort” para examinar nuevos mundos, y otras formas muy diferentes de hacer cine de las que nos tiene acostumbrado normalmente.
Un enfoque curioso, para una historia basada en hechos reales.
Además, diría que hay una reflexión sobre, qué es lo que uno quiere realmente en la vida.
La felicidad es el objetivo que tenemos todos, pero:
¿Cómo conseguirla?
A través de la fama y el dinero, pese a vivir una mentira; o mejor a través de la realización personal, y el reconocimiento de los seres queridos.
Además, aborda algunos aspectos del arte de gran interés:
El “atribucionismo”, esa manía impenitente de evaluar el arte según su autor; la comercialización de la producción artística, que borra los límites entre la obra de arte, y su reproducción plástica masificada; la motivación creadora; el papel de la mujer en un mundo de hombres…
En definitiva, Big Eyes es una cinta apreciable, con la que Burton ha hecho una pausa relativa en lo formal, ya sea como primera piedra de prueba para dar un giro a su carrera, o porque sencillamente, ha perdido su toque, y ya ni disimula intentando exagerar los rasgos habituales de su obra.
Quizás, la mayor expresión de que hay veces que Big Eyes no sabe qué clase de película quiere ser:
¿Es un cuento, es un drama pedestre con retazos de fantasía?
Es una película casi redonda, que funciona a la perfección dentro de sus planteamientos, y demuestra que Burton se puede manejar igual de bien en un cine más convencional, que en sus habituales cuentos góticos y bizarros.
Y en ambas tendencias, sigue haciendo películas excelentes, y siendo uno de los directores más personales y originales que trabajan actualmente.
La banda sonora, como cité, está compuesta por Danny Elfman, compositor habitual de Tim Burton, desde 1985.
“Would you rather sell a $500 painting, or a million cheaply reproduced posters?”
A sus 87 años, Margaret Keane está abrumada por la atención que ha despertado Big Eyes, basada en su vida:
“En el colegio, siempre dibujaba ojos en los márgenes de los libros.
Cada vez eran más grandes.
Al principio, no sabía por qué, pero luego me di cuenta, de que era mi forma de buscar respuestas a las preguntas de siempre:
¿Por qué estamos aquí?
¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?
¿Por qué tenemos que morir?”, explica Margaret, sobre cómo empezó a pintar aquellos enormes ojos, que en los años 60, fascinaron al mundo.
En la actualidad, Margaret Keane vive en Napa County, California.
Muchos artistas copiaron su estilo, y evolucionaron a sus propios temas:
Vicki Berndt, Misty Benson, Blonde Blythe, Carrie Hawks, Vicky Knowles, Jasmine Becket-Griffith, Sherle, etc.
Como dato, en la autobiografía de Joan Crawford, tiene en la portada, el retrato que le hizo Margaret Keane.
Su obra, denostada en un tiempo, ahora está considerada como “una de las joyas de la cultura pop”, y se ha convertido en objeto de deseo para coleccionistas, que pagan hasta $200,000 por sus cuadros.
Hoy, Margaret es una persona distinta, feliz:
“La fe cambió totalmente mi vida.
Por fin, encontré todas las respuestas a mis preguntas.
Estaban en La Biblia.
De hecho, no creo que estuviera viva, si no me hubiera convertido en Testigo de Jehová”
Sus ojos ya no están tristes.
Ahora, como en aquel primer cuadro que pintó, vuelven a sonreír.

“Maybe I Could Sign It Myself”



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