This Must Be The Place

“Home is where I want to be”

El término “outsider”, identifica algo en la periferia de las normas sociales, alguien que vive aparte de la sociedad común, o alguien que observa un grupo desde fuera.
Detrás de la música y la moda, se encuentra una fascinación por la cara más oscura de la vida.
La gente de este mundo “out”, comparte un punto de vista sobre la vida similar, además de tener frecuentemente, historias pasadas parecidas.
Me viene a la mente, la imagen excéntrica y característica de Robert Smith, que hoy por hoy, se ha convertido en un icono, y en uno de los referentes más conocidos de la música popular.
Sus numerosas apariciones en televisión, y en los medios de comunicación, como revistas especializadas, magazines, etc., han contribuido a incrementar en mayor medida su fama.
Por ejemplo, el director de cine, y admirador declarado de The Cure, y del propio Robert Smith, Tim Burton, se inspiró en la imagen punk que lucía Smith en sus primeros álbumes, para componer la imagen de Johnny Depp en la película:
“Edward Scissorhands” (1990)
Asimismo, el personaje Cheyenne, que interpreta Sean Penn, en la película “This Must Be The Place”, guarda un extremo parecido con el cantante de The Cure.
Por su parte, Robert Smith reconoce públicamente, que lleva consigo la marca de The Cure, y no obliga al resto de su banda, a acudir a las entrevistas, o a las ruedas de prensa.
Por otra parte, se considera que todos los componentes punk masculinos son homosexuales, porque llevan maquillaje y esmalte de uñas... esto no es cierto.
Este mundo, potencia la androginia, y no distingue entre homosexuales y heterosexuales, pero la sociedad dominante no es tan tolerante, y los varones punk o “góticos” son a menudo objeto de ataques homofóbicos.
En esencia, “lo punk/gótico” es un arte, pero también es una forma de ver la vida, de sentir.
Es una forma de expresarse, siempre con más libertad, sin miedos, sin tapujos, sin pensar en el que dirán.
Es la curiosidad, la imaginación, la creatividad...
La fortaleza de esta subcultura, descansa en la fuerza de su rebelión contra la sociedad dominante, lo que atrae a aquellas personas que se sienten alienadas por la sociedad “bien pensante” al proveerles de una identidad, y sentido de pertenencia.
“Something it’s not quite right here...
I am not sure what exactly...”
This Must Be The Place es un drama del año 2011, dirigido por Paolo Sorrentino.
Protagonizado por Sean Penn, Eve Hewson, Frances McDormand, Judd Hirsch, Heinz Lieven, Kerry Condon, Olwen Fouere, Simon Delaney, Joyce Van Patten, Liron Levo, Harry Dean Stanton, entre otros.
El guión es de Paolo Sorrentino y Umberto Contarello; y es una producción mayoritariamente italiana, con aportes irlandeses y franceses.
This Must Be The Place es un “road movie” a modo de película de aprendizaje, recuperación de la identidad perdida y reconciliación con el pasado, que toma su nombre de una canción de Talking Heads, cuyo vocalista incluso aparece cantado en un punto del metraje.
El rodaje, tuvo lugar en Irlanda, Italia, México, y New York.
This Must Be The Place sigue a Cheyenne (Sean Penn), que es una antigua estrella del pop, de estética punk/gótica, y de orígenes judíos, que ya ha superado la cincuentena, y lleva una vida acomodada, gracias a los derechos de autor, pero también, algo aburrida junto a su mujer Jane (Frances McDormand), en su mansión de Dublín, Irlanda.
La enfermedad terminal de su padre, con el que lleva más de 30 años sin hablar, le lleva de vuelta a New York, en barco, pues teme volar…
Cuando llega, su padre ya ha muerto.
Leyendo sus diarios, y hablando con sus familiares, descubre que su padre vivió obsesionado con encontrar al criminal nazi que lo torturó en Auschwitz, que ahora vive refugiado en EEUU, y así vengar la humillación que le hizo sentir.
Cheyenne, con la ayuda de Mordecai Midler (Judd Hirsch), decide continuar la búsqueda del anciano alemán, y sorprendentemente, logra dar con su paradero.
Lo que busca Cheyenne, lo buscamos todos, y es precisamente “ese lugar para quedarnos”, un remanso donde volver, y en el que podamos permanecer a gusto, tanto cuando estemos en él, como cuando lo tengamos lejos.
Depende de cada espectador, cómo quiera interpretarlo, pero el espíritu travieso, avieso, y atravesado de esta tragicomedia alucinada, merece una oportunidad.
Primero, This Must Be The Place es la historia de la vida corriente de Cheyenne, cómoda y sin alteraciones; y luego, cuando todo se vuelve un poco más sombrío, es la historia de un hombre y otros personajes, que quieren una tregua, un descanso... y la buscan.
¿Y la encuentran?  This Must Be The Place nos habla de más cosas, de lo que realmente aparenta, haciendo desde una óptica tintada por el humor negro, un contundente retrato de la depresión más absoluta, y una reflexión acerca de cómo el ser humano puede aferrarse tanto a algo:
Una promesa, un instante, un deseo de venganza, su propia frustración, alguien que nos ha dejado.
Dejar de hacer lo que amábamos, o aquello que parecía lo único para lo que servíamos, y morirnos por dentro…
“A former rock star is hunting down a Nazi criminal...
This could be his greatest hit”
This Must Be The Place, juega constantemente sobre el difícil equilibrio entre lo desconcertante, la indiferencia, y el ridículo, pero también, entre lo bello y lo trascendente.
Lograr esto no es fácil, y está reservado a unos pocos.
Así le ocurre a Paolo Sorrentino, y así le ocurre a Sean Penn, con el que es sin duda, uno de los papeles más imposibles y estrafalarios, que se han visto en mucho tiempo.
Hay que rendirse a la delicia visual que es This Must Be The Place, prácticamente desde su arranque:
Dirigida con buen gusto intachable, el ejercicio de estilo de Sorrentino, y su director de fotografía, Luca Bigazzi, ayuda a superar los escollos de un guión, también firmado por el cineasta, que lo mismo emociona, toca, y apunta con éxito, al análisis existencial de nuestra raza, que flirtea con el ridículo en sus devaneos lisérgico/intelectuales.
Impresionantes localizaciones, buena fotografía, y espectaculares imágenes, sorprendente, peculiar, y exasperante, es esta excéntrica historia de Sorrentino.
Como icono con el que el realizador confronta el peso del pasado, el sopor del presente desencantado, y el asomo de un futuro, sólo prometedor desde el impulso de cada cual, Sean Penn funciona a pesar de apostar demasiado por el dibujo excesivo de un “Peter Pan” filosofal y contraído, extraña piedra de toque de todos cuantos le rodean, en esta “road movie” física, desde su aspecto personal, como emocional.
Dice el director sobre el giro de la segunda parte:
“Durante la preparación de This Must Be The Place, una de las muchas preguntas que me planteaba constantemente, se refería a la vida secreta, misteriosa, que en cualquier rincón del mundo, se ven obligados a llevar los criminales nazis, hombres que en la actualidad, tienen la apariencia de ancianos inocuos y afables, pero que cometieron el peor de los crímenes:
El exterminio de un pueblo.
Para sacar de su madriguera a uno de esos hombres, se requería una caza, y para que haya una caza, hace falta un cazador.
Y aquí entra en juego, otro elemento de This Must Be The Place:
La necesidad instintiva que tengo de insertar en la acción dramática, un componente irónico.
Para ello, junto a Umberto Contarello, empecé a descartar las hipótesis del cazador “institucional” de nazis, y poco a poco llegamos a un personaje completamente opuesto:
Una antigua estrella del rock, lenta y perezosa, lo bastante aburrida y cerrada en su propio mundo autorreferencial, como para que sea, aparentemente, la figura más alejada de la insensata búsqueda por todo Estados Unidos, de un criminal nazi, que con toda probabilidad, ya estará muerto.
El fondo del gran drama del Holocausto, y su aproximación a un mundo opuesto, fatuo y mundano por definición, como el de la música pop, y de uno de sus representantes, me pareció una combinación lo suficientemente “peligrosa” como para dar vida a una historia interesante.
Porque creo que solo en el peligro del fracaso, el relato puede vibrar con autenticidad.
Espero haber esquivado el fracaso”, dijo el realizador.
Sobre la primera parte de This Must Be The Place, sobre el protagonista mismo, Cheyenne, el director cuenta:
“Cheyenne es infantil pero no caprichoso.
Al igual que tantos adultos que han permanecido anclados a su infancia, tiene el don de conservar solo los aspectos más limpios, conmovedores, y soportables de los niños.
Su voluntaria, y prematura retirada del escenario, le obliga a llevar una vida que no sabe muy bien cómo enfocar, y se arrastra entre el aburrimiento, y un ligero estado depresivo… prácticamente parece flotar.
Y a menudo, los hombres que flotan, encuentran en la ironía y la ligereza, la única posibilidad decente de estar en el mundo.
Esta actitud, tiene una correspondencia exacta en la percepción que los demás tienen de él:
Cheyenne es realmente, un involuntario portador de alegría.
Y cuando en This Must Be The Place, afirma con ingenuidad que “la vida está llena de cosas bonitas”, nos sentimos inclinados a creerle, porque es como si hablara un niño, y es tranquilizador pensar, que los niños siempre tienen razón”, acotó el director.
Cheyenne, divertidísima y sólida composición de Sean Penn, tiene sus razones para encerrarse de esa manera, para ser un niño cincuentón, disfrazado, triste, y solitario, pero el guion de Sorrentino y Umberto Contarello, se toma su tiempo en compartirlas con el espectador, a veces tanto, que cuando las ofrece, ya resultan obvias, o perdieron el interés...
Es una decisión arriesgada, que funciona al principio, cuando todavía estás intentando descubrir, de qué va todo, quién es ese tipo, y qué le hizo así…
La excusa para sacar al protagonista de su mundo, y lanzarlo al de los demás, y conocer sobre él, es la muerte de su padre, con el que por supuesto, se llevaba mal.
Sin duda, la imagen de This Must Be The Place, es ese Sean Penn disfrazado del líder de “The Cure”, Robert Smith, en quien está basado.
Cuenta Sorrentino, que la idea se originó, cuando vio un concierto del grupo, y le sorprendió que Smith, a sus 50 años, siguiese saliendo al escenario, con el mismo aspecto que cuando tenía 20.
Así llegó a crear a Cheyenne, una ex estrella de rock, que cada mañana se maquilla, y se viste como si fuese a dar un concierto, si bien hace tiempo que abandonó el mundo de la música, permitiéndose vivir de los derechos de autor en su tranquila mansión.
Así Cheyenne, conforme avanza el metraje, se va volviendo, no sólo extrañamente entrañable a ojos del espectador, sino creíble, en un alarde actoral de Sean Penn, pretendidamente inverosímil, y ridículamente patético, dentro de una trama, igualmente inverosímil.
Es algo que no nos creemos ni nosotros, viéndolo con ese look de gótico desfasado, que recuerda demasiado, para ser una coincidencia, a Robert Smith de “The Cure”
Aquí, Penn se muestra encantadoramente infantil, cándido, y sincero, siempre arrastrando ese “trolley”, escapando de sí mismo, y ensimismado en no sabemos bien qué, dejándonos sorprendidos con su versatilidad y realismo, está impecable.
Cheyenne se mueve lento y pesado, como un caracol, tal como nos muestra esa imagen inicial del Estadio de Futbol de Dublín, que se asemeja a la concha que carga el molusco.
Y al igual que el caracol, se nos presenta como hermafrodita:
Tiene tanto de hombre como de mujer.
Se cubre con capas de maquillaje, ropas de cuero, “bijouterie” y barniz de uñas; todo  este disfraz lo aprisiona y, a su vez, lo protege del mundo exterior, de tener que enfrentar la realidad que lo rodea.
Al igual que el cono que protege a su perro, que evita que este autolesione, la misma función cumple su vestimenta.
Es una coraza ante la realidad.
Y es a su vez, su prisión personal.
Y la realidad de Cheyenne, es que carga con un pasado de culpa, por haber abandonado a su padre, por haber ocasionado indirectamente, la muerte de 2 fans, y por otras cuestiones que desconocemos.
La culpa es ese carro de compras, esa valija de viaje que lo acompaña durante todo el metraje, y a los que no abandona, hasta el final del trayecto.
Su vida no tiene significado alguno en el presente, está vacío de proyectos, y de deseos.
Al igual que esa pileta en el patio de su mansión…
Y ese vacío, fue reemplazado por una ira y un enojo, también atrapados por ese traje de cuero, y escondidos bajo los lentes negros.
No es casual que, el espacio de la pileta, sea usado para practicar un deporte violento, en el que nunca gana…
En el viaje que emprende, hay un punto de inflexión.
Un momento en el que nuestro personaje se amiga con su pasado.
Y es cuando conoce a Rachel (Kerry Condon)
Deja de lado sus miedos, se desnuda, y confiesa su arrepentimiento, por no haber hablado con su padre, por 30 años.
El maquillaje abandona su rostro, vuelve a agarrar una guitarra para tocar “This Must Be The Place”
Y a las afirmaciones del niño, de que la canción era obra de Arcade Fire, saca a relucir la verdad, y los orígenes de la misma:
Es de su amigo David Byrne.
Literalmente, se zambulle de lleno, a tal punto que le compra a Rachel y a su hijo, una pileta, y la llena con agua.
Y sonríe, con auténtica felicidad, por primera vez en su viaje y en su vida probablemente, desde hace mucho tiempo.
Y finalmente, habiéndose reconciliado con su pasado, y dejando atrás la eterna adolescencia en la que vivió los últimos 30 años, vuelve, liberado de su culpa, y sin nada que ocultar detrás de unos lentes de cuero, y anteojos negros.
Es un hombre nuevo, sin dejar de ser el mismo.
Tuvo que cruzar un océano, y viajar kilómetros y kilómetros, para descubrir que la respuesta estaba escondida bajo una gruesa capa de maquillaje.
Solo se necesitaba tiempo, para que saliera a flote.
Impresionante también resulta el reparto:
Harry Dean Stanton como Robert Plath, que le ayuda en el objetivo de la búsqueda, que no resulta ser un criminal de guerra, sino más bien, un patético anciano.
Es este hombre, quien también lo guía a la morada de Aloise Lang (Heinz Lieven), el torturador de su padre, al cual le perdona finalmente la vida, pero lo despoja de toda su ropa, y sus defensas, al dejarlo desnudo sobre la nieve, en el medio de la nada.
Frances McDormand, perfecta como la paciente esposa, que parece ser la única persona que realmente le conoce.
Esa mujer que cumple el rol masculino, que es la que apaga el incendio, y mantiene el caos bajo control, sin la cual probablemente, Cheyenne nunca podría haber superado su vida de excesos, y descontrol.
Y es casualmente, Rachel, quien lo reconcilia con su pasado, siendo la nieta del torturador de su padre, y quien lo guía, inconscientemente, a su próximo destino, un pequeño pueblo en Utah.
Una vez allí, conoce al inventor de las rueditas en las valijas.
Y su emoción al conocer este hecho, aparentemente trivial, es inmensa.
Es aquella persona, que le ha permitido alivianar la carga de su culpa, haciéndola más liviana y tolerable, durante todos esos años.
Po último, Judd Hirsch, algo desaprovechado; y Eve Hewson como Mary, quien es la hija de Bono, el cantante de U2, como la mejor amiga/fan de Cheyenne.
Después de todo, estamos ante una historia de madurez, de crecer, de dejar de ser niños.
Avanzar, no quedarse en un estado estático.
Seguir el flujo natural de las cosas.
Y no es Cheyenne, el único que se da cuenta de ello, varios de los otros personajes también crecen, y avanzan, aceptado que las cosas fluyen y cambian, sin importar qué es lo que queramos.
Sobre el enfoque del Holocausto, el director cuenta:
“No se puede decir, que he hecho una película sobre el Holocausto.
This Must Be The Place, está ambientada en nuestra época, y en ella solo se atisba aquella enorme tragedia, como por unas rendijas, a través de tímidas intuiciones, o deducciones.
Pero lo que sí quería es que el telón de fondo del Holocausto, angustiara el hoy del relato.
He intentado hacerlo, desde un punto de vista diferente.
This Must Be The Place se concentra, sobre todo, si bien con un pudor que dicta mi biografía, sobre otra columna central:
La ausencia, que por definición posee siempre una presencia, de la relación entre padre e hijo”, dijo el realizador.
Creo yo, que esto del judaísmo y el holocausto, trastoca a todo el mundo, y le impide ver más allá de los hornos crematorios, con todo el respeto sea dicho.
Y que un tipo vestido como Robert Smith, más pintado que una puerta, se pasee por todo Estados Unidos, a la busca y captura de un nazi, es raro…
Supongo que Sorrentino, quería reflexionar sobre la sociedad actual, tan preocupada por sus ídolos, que sube a los altares a cualquiera, hasta el punto de dejarse influir en demasía, como los jóvenes admiradores de Cheyenne; una sociedad que vive sumida en la depresión, como Cheyenne mismo; y en la banalidad que se da de bruces con la realidad, y que se encuentra con lo terrorífica verdad de la existencia.
Una sociedad que no ha vivido una guerra en sus carnes y sus horrores, que debe dejar atrás su ingenuidad, y seguir adelante que no es lo mismo que madurar.
This Must Be The Place, también nos permite ver a David Byrne, compositor y miembro fundador de la banda Talking Heads, interpretándose a sí mismo y dando pie a una emotiva replica de Cheyenne, que ayudará a entenderle mejor, después de una secuencia, en la que podemos ver a Talking Heads tocando “This Must Be The Place”, como no podía ser de otra manera; en la cual Byrne, se encarga también, del resto de la banda sonora.
“I'm not trying to find myself.
I'm in New Mexico, not India”
Lo que podemos hacer para conocernos mejor, es interesarnos más en nosotros mismos, y preguntarnos:
¿Quién soy yo?
Lo que puedo tener de común con las demás personas, puede ser el carácter, el color de pelo, los gustos, etc.
Saber quién soy yo, es una necesidad vital, ordenada también a la necesidad vital de orientar la vida; y dar un sentido de ser yo mismo.
Los seres humanos, pueden ser semejantes o parecidos, pero nunca iguales.
Para que cada ser humano, es único e irrepetible, la identidad, pues es un conjunto de elementos que definen a un individuo.
Una persona, es la conciencia que tiene de sí mismo.
A la identidad subjetiva pertenece lo que uno conoce o piensa de sí mismo.
Al final de la adolescencia, por ejemplo, una vez superada la crisis, puedo decir:
“Yo soy…”
De inicio, ese paso de la infancia a la juventud, suele ir acompañado de una crisis que afecta a las relaciones familiares, sociales, amistades, educación, valores tradicionales, ética, religión, etc., que nos ayudan a definir lo que seremos.
De ahí que los significados de las palabras “verdadera identidad”, varían de acuerdo a las personas.
Ya sea que hayas sido adoptado, y trates de averiguar más sobre tu familia biológica, te sientas atrapado y frustrado por la vida que has forjado, y quieras descubrir lo que quieres realmente, o creas que la propia identidad existe en un plano mental, o espiritual, y buscas aprender más, sobre lo que significa para tu vida, de dónde vienes, y quien eres en realidad.
De cierta manera, conocer la historia de tu propia familia, y ver cuántas líneas diferentes han convergido para crearte, te brindará un sentido de identidad mucho más poderoso, que al hurgar tu identidad cultural pasada.
Por ello, al comprender tu línea de sangre, empezarás a entender mejor tu lugar en el transcurso de la historia, cosa que te ayudará a guiar tus acciones del presente.
La idea es ser feliz con lo que crees que eres, tú eres el único dueño de ti mismo, no te dejes influenciar por apariencias destructivas, y que afecten tu vida.
Busca, si quieres encontrar quien eres.

“Everyone, absolutely everyone, was robbed of their youth.
Everyone, absolutely everyone, had their youth stolen from them”



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