Ida

“Nie masz pojęcia efektu trzeba, prawda?”
(No tienes ni idea del efecto que tienes, ¿verdad?)

La Polska Rzeczpospolita Ludowa o República Popular de Polonia, fue El Estado Socialista que se estableció en Polonia, tras la finalización de La Segunda Guerra Mundial.
Y durante esa época los llamados Żołnierze Wyklęci o Los Soldados Malditos, era un apelativo aplicado a una variedad de movimientos de Resistencia Polaca, formados en las últimas etapas de La Segunda Guerra Mundial, y después que esta finalizara.
Creados por algunos miembros del Estado Secreto Polaco, estas organizaciones clandestinas, continuaron su lucha armada contra El Gobierno Estalinista de Polonia, hasta bien entrados los años 1950.
La guerra de guerrillas, incluyó una serie de ataques militares, lanzados contra las recién creadas prisiones comunistas, así como contra los oficinas de seguridad de Estado, los centros de detención para prisioneros políticos, y los campos de concentración establecidos en todo el país.
La mayoría de los grupos polacos anticomunistas, dejaron de existir a fines de los años 1940, o en la década de 1950, perseguidos por los servicios de seguridad pública, y los escuadrones de asesinato del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos o Narodnyy Komissariat Vnutrennikh Del (NKVD), que manejó cierto número de asuntos internos de la URSS.
“Jakie są te śluby ofiary twoje?”
(¿Qué clase de sacrificio son estos votos suyos?)
Ida es una película dramática polaca, del año 2013, dirigida por Paweł Pawlikowski.
Protagonizada por Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela, Adam Szyszkowski, Artur Janusiak, Halina Skoczynska, Mariusz Jakus, entre otros.
El guión es de Paweł Pawlikowski y Rebecca Lenkiewicz.
Ganadora del Premio Oscar como Mejor Película Extranjera, y nominada a mejor cinematografía.
Hace algunos años, Paweł Pawlikowski, dio con la idea de narrar la historia de una joven, que va a realizar sus votos religiosos para convertirse en monja, pero el siguiente desafío consistía, en determinar la época en que estaría ambientada la cinta.
En un comienzo pensó en el año 1968, fecha en que surgieron las movilizaciones estudiantiles en Polonia, pero finalmente optó por el año 1962, que no está ligado a un hecho concreto en la historia del país, pero que tenía un mayor significado de tipo personal.
La época coincide con la infancia del director en Polonia, por lo que le permitía transmitir la atmósfera de esos años que vivió en carne propia.
Con Ida, rodada en blanco y negro, Pawlikowski, de 57 años, regresó a su Varsovia natal, para narrar la colaboración polaca con el régimen nazi, durante el Holocausto, en un filme que ha abierto heridas entre sus compatriotas.
El director polaco, Paweł Pawlikowski, se atreve a narrar una historia dura de la historia polaca:
El asesinato de los judíos, por parte de los polacos; sin narrar la historia nazi.
Los polacos, también cometieron crímenes de guerra, quedándose con las pertenencias de los judíos, y demás cosas.
Ahora, “por fin”, dice Paweł Pawlikowski, realiza su primera cinta en el país que le vio nacer.
Y lo hace quizás, para ajustar cuentas con su pasado, con el de su país, y con el de un continente entero:
La historia de la novicia, que busca saber quién es, antes de tomar la decisión de su vida, es quizás la metáfora más limpia de toda Europa.
Una mirada crítica a esa Polonia maltratada por la historia, pero no exenta de sus propios pecados.
Esa Polonia donde el catolicismo, forma parte de la bandera nacional, y donde la fe, se le supone al individuo como el valor en la cartilla militar, en contraposición a años de posguerra, bajo el yugo comunista de Moscú.
Ida es un drama, que pudo ser real, con una delicadeza, y arte indiscutible.
Es el año 1962, en la Polonia soviética, del mismo modo en que sucede ahora, quedaban todavía, muchas tumbas por encontrar, muchos árboles genealógicos por reconstruir... en definitiva, muchos asuntos por zanjar.
Las facturas del pasado, desgraciadamente, suelen ser kilométricas...
Una vez en el convento, resulta muy difícil salir.
La serena concentración en los quehaceres diarios, las tareas sometidas a una repetición inamovible y ordenada por el ritmo de las plegarias, la serenidad contagiosa, el silencio saboreado lejos del mundanal ruido y la música, tierna y delicada, de las cucharas en los platos a la hora de comer.
Anna (Agata Trzebuchowska), es una novicia que ha vivido toda su vida en un convento, y que está a punto de asumir los votos.
Antes de ello, debe conocer a su tía Wanda (Agata Kulesza), su única pariente viva, una jueza de vida bohemia, y pasado antifascista, que le da a conocer su origen judío, y su verdadero nombre:
Ida Lebenstein.
Sus padres eran judíos, y fueron asesinados durante La Segunda Guerra Mundial.
Por lo que Anna decide entonces, visitar las tumbas de sus padres, y por tanto, es acompañada por Wanda, en un viaje que hará que las 2 piensen tanto sobre su pasado, como sobre su futuro.
Anna descubre, que su tía no sólo es una antigua abogada del Estado Comunista, conocida por sentenciar a sacerdotes, y a otras personas a muerte...
Su tía Wanda, jamás fue lo que Ida esperaba:
Jueza en Polonia, y ferviente activista, es conocida como “Wanda La Roja”
Claramente, Wanda e Ida son realidades, totalmente opuestas.
Y es que Ida es una joven, que no ha salido del convento, pura y casta como mandan los cánones.
Y su tía, por contra, es una mujer frustrada, que ha sido juez, condenando a la muerte a muchas personas, es alcohólica, y fumadora compulsiva, no encuentra la felicidad, y comparte su cama, con los hombres que encuentra en los bares.
Del mismo modo, mientras Wanda niega siquiera, la posibilidad de hablar de Dios, Ida simboliza todo lo opuesto.
Ida quiere convertirse en una monja en Polonia, uno de los países de más fuerte raíz cristiana de Europa.
Es fácil para los lectores, imaginarse a Ida:
Las monjas son iguales en todas partes, pero el personaje de Wanda es misterioso para Ida desde un comienzo.
Porque Wanda es una mujer independiente, en el pleno apogeo de los derechos de las mujeres de los 60’s.
Mientras ida debe elegir, entre su identidad natal y la religión que le salvó de las masacres de la ocupación nazi de Polonia; Wanda debe enfrentarse a decisiones que tomó durante La Guerra, cuando eligió la fidelidad a la causa, antes que la familia.
A pesar de su concreción en un espacio y un tiempo, Ida habla, sencillamente, de la vida.
De la vida marcada por un pasado atroz, cualquiera que éste sea en realidad, y por un futuro imposible, que a veces, uno no logra alcanzar, ni tan siquiera rozar.
El presente, puede ser una irrefutable condena.
Ida y su tía, cabalgan hacia el futuro, para encontrar su pasado.
Círculos... y los círculos, no tienen salida.
Históricamente, desde el post conflicto bélico, y sobre todo, los zarpazos del maldito pasado, desembocan en un “road movie” con toque marcado, y reivindicativamente femenino, técnicamente impecable, espiritualmente despiadada; certero.
De una belleza siniestra, cristalina en la formulación, y exposición de sus tesis, pero para nada obvia y/o acomodada; histórica también, aunque de una vigencia espeluznante, seguramente porque nos habla de unas cuentas pendientes, que jamás llegarán a ser saldadas.
Sobre víctimas, testigos, jueces, y verdugos, que juegan a un angustioso juego de las sillas, en el que nadie está a salvo, pero en el que también, puede encontrarse algo parecido a “la salvación”
Todo eso es Ida, uno de los mejores documentos sobre El Holocausto, y como se ha dicho, sobre lo que vino a continuación; jamás filmado, a pesar o no, de que su acción tenga lugar en el más estricto “a posteriori”
“Więc jesteś zakonnicą żydowska”
(Así que eres una monja judía)
La tragedia, puede producirse tanto en plural como singular.
Por ejemplo, no son pocas las naciones que, en un ejercicio de enfermedad mental colectiva, han decidido arrancar, o peor, reescribir algunas páginas de su propio libro de historia, para así enterrar unos traumas sufridos o infligidos que, supuestamente, nada ayudarían a la hora de afrontar un futuro mucho más brillante y esperanzador.
Dicho escenario, a pesar de ser mucho más frecuente de lo que podamos llegar a imaginar, es por supuesto falso, ya que sólo puede sustentarte por la asunción de una mentira, esto es, el que el mencionado monstruo, no atacará nunca... sencillamente porque no existe.
Pero como ya sabemos todos, los fantasmas del pasado siempre regresan... o siempre aparecen por “primera vez”
Para contar una historia que se intuye profundamente personal, Pawlikowski sólo necesita 80 ajustadísimos minutos, que aprovecha a la perfección.
Menos tiempo, hubiese sido impensable, en un momento en que nos estamos acostumbrando a que las películas sean cada vez más largas, y más minutos hubiesen resultado en añadidos innecesarios.
Con 1 hora y 20 minutos de metraje, Pawlikowski convierte Ida, en el ejemplo perfecto de narrativa eficiente:
Nada sobra, nada falta.
Así pues, estamos ante una película de choques; al más tópico choque generacional entre Anna/Ida y Wanda, se superponen toda una serie de distintos enfrentamientos, algunos más inevitables que otros, en el lugar y momento en que se ambienta la obra.
El intenso choque religioso, entre católicos y judíos; la lucha por las conciencias populares entre la iglesia católica y el estado comunista; y el abismo, preñado en ocasiones de resentimiento, entre los que vivieron los horrores de la guerra, y los que nacieron en tiempos de relativa paz, se ven reflejados en uno y otro personaje, a veces insalvables, y otras veces, con la chispa de la posible reconciliación.
En 5 sublimes minutos, la trama se presenta al espectador, cruda y dura, los personajes magníficamente retratados, en una ambientación de los años oscuros polacos, de frío comunismo, y secretos de la pasada guerra contra los alemanes.
Familias que viven en las casas de los judíos exterminados, odios acumulados durante décadas, una sociedad que quiere liberarse.
Ida está llena de contrastes, temas y sugerencias; se puede ver como un juego de parejas y opuestos, que se abrazan y rechazan con sutileza y complejidad:
Monja-puta, joven-vieja, comunismo-nazismo, mundo-convento, oscuridad-luz, vida-muerte, inocencia-corrupción, fe “Dios está en todas partes: vidriera”- ateísmo “Dios no está en ningún sitio: guerras y asesinatos”
El cristianismo exacerbado y vehemente que Ida ha vivido, contrasta con el judaísmo de sus ancestros...
Ida describe el periplo físico, de nuevo un “road movie” de 2 mujeres contrapuestas:
La novicia Ida y su tía, una antigua fiscal del Estado, alcohólica, cínica, y abatida, que recorren la Polonia de los años 60, para encontrar sus raíces, y darse de bruces con su pasado crudo y desgarrado, hijo del Holocausto.
Por el camino, encontrarán paisajes y personajes que harán tambalear sus convicciones, y mover sus hilos más secretos.
La contraposición de los 2 personajes es magnífica, es puro antagonismo.
Y, sin embargo, a medida que avanza el periplo, van hallándose más a sí mismas, en la lejana mujer que tienen delante.
El encuentro con su tía Wanda, representará voluntariamente, la última tentación del mundo “carnal”, antes de entregarse a Dios, debiendo por un lado, al asumir que ser monja significaba renunciar a un sinfín de placeres, en beneficio de otros, pero por otro, asumir que sólo podrá ser una servidora de Jesús, si es capaz de renunciar a su pasado, que recién comienza a conocer...
Ida, 5ª película de Paweł Pawlikowski, es un pequeño e inesperado oasis de calidad.
Y es que no es todos los días, uno tiene la oportunidad de ver una película polaca en blanco y negro, y en la utilización del ratio académico:
1.37:1, en lugar de los actuales 1.85:1 y 2.39:1 o anamórfico; que fue el estándar entre 1932 y 1953.
Ida en particular, está protagonizada por una monja judía, huérfana y tímida, que busca a sus padres, y una jueza prostituta alcohólica, que fuma y sabe romper cerraduras.
Y de la mano de Paweł Pawlikowski, el despertar adulto, y el fin de la inocencia, en todos los sentidos, adoptan magnitudes microscópicas, y a la vez gigantescas.
Con un excelente gusto por los encuadres, y un magistral aprovechamiento del blanco y negro, los personajes se mueven por escenarios en los que quedan empequeñecidos... pero en los que, no obstante, tienen cosas a decir.
Sea cual sea el ángulo de la cámara, ésta nos muestra una realidad gélida, a simple vista impenetrable, pero con una capa de hielo protectora de lo más endeble, lista para resquebrajarse en cualquier momento, y dejar al descubierto un mar de aguas volcánicas.
Una realidad que se cae literalmente, a trozos por el insoportable hedor a putrefacción, que proviene directamente de un pasado feroz, mal sepultado que, como no podía ser de otra manera, pervive para hacer lo que mejor se le da:
Acechar, para poco después, atacar a sus víctimas.
Agata Trzebuchowska, tiene una mirada intensa, sus ojos totalmente negros, perturbaban a más no poder; y supongo que logra transmitir muy bien, la manera en que las monjas son reprimidas, emocional y sexualmente en los conventos.
Casi debutante en el cine, la actriz resulta fascinante; su rostro pálido, es un regalo para la cámara, y contribuye a hacer de Anna/Ida, un personaje extraño, misterioso, y etéreo, más ángel que humano, del que es difícil apartar la mirada.
Ver como Ida cuestiona su vida y su fe, sólo a través de su potente mirada perdida es notable.
Es difícil olvidar esa mirada penetrante, cuando libera su pelo, y “se libera de Dios”
La protagonista, debe lidiar con temas como:
La identidad, en relación a quién es, y qué es lo que quiere ser.
Durante el metraje, ella debe también, decidir qué es lo que hará en el futuro.
Si bien, al salir del convento rumbo a la casa de su tía, tenía planeado adoptar sus votos religiosos para convertirse en monja, diversas dudas aparecerán a lo largo del viaje.
Su tía, le hace comentarios irónicos, acerca de su vocación católica, pero estos no tienen una mala intención, ni buscan destruir su fe, sino que simplemente hacerle reflexionar sobre su decisión.
El objetivo del viaje de Anna, no solo consiste en visitar a su último pariente con vida, sino también, en conocer el mundo al que renunciará, una vez que regrese al convento.
Agata Kulesza, es un personaje seco, lleno de defectos, y de resentimientos, que sin embargo, resulta más digna de compasión, que de desprecio.
Es una mujer que, una vez pudo haber sido alguien, que una vez fue alguien, pero que, por varios motivos, terminó con un pasaporte al fracaso.
Lo increíble, es la transformación de Wanda:
Primero, se nos presenta como la tía que nunca realizó gestión alguna para recuperar a su sobrina del orfanato.
La tía que recibe fríamente a una sobrina, de la cual tenía noticia, pero que nunca quiso conocer.
Pero luego de contarle la verdad a Ida, respecto de sus padres y su origen, vemos como, inmediatamente empieza a cambiar.
Es ella, quien propone el viaje para que Ida conociera su historia, que es también la de Wanda, aunque no lo asuma; es ella quien se acerca a Ida, no ya de una manera protectora, sino con un afán “rescatista”
Ida le refleja el sin sentido que tiene su soledad, por lo mismo, Wanda intentará hasta en el más mínimo detalle, generar dudas en Ida.
La forma en que una se descubre a la otra, está muy bien diseñada.
La relación entre ambas, es muy vertical desde un comienzo:
Ida no se acerca a Wanda, pues ve en ella a una puta, curioso, pues Jesús incluyó en su grupo a María Magdalena; mientras que Wanda, ve a Ida como una niña que no sabe lo que hace, y que ha renunciado a vivir lo mejor de la vida.
Pero esta barrera se rompe, cuando sabemos la verdad de Wanda, y entendemos por qué estaba tan interesada en volver al pueblo de su infancia.
Cuando todos creemos que es Ida, quien tiene que reconciliarse con su verdad y su historia, descubrimos, por el contrario, que es Wanda quien tiene más capítulos que cerrar, y para ello necesitaba la compañía de alguien.
Así, descubrimos que, al momento de la guerra, Wanda, en su juventud, y motivada por la  política, dejó al cuidado de su hermana su hijo, para poder ir a la lucha.
De edad similar a Ida, el niño terminó sufriendo la peor suerte de la guerra.
Quienes en un comienzo los escondieron de los alemanes, terminaron por matarlos, y quedarse con sus bienes.
Pero al enfrentarse a la realidad de matar 2 niños, optaron por asesinar al hijo de Wanda, quien por sus rasgos judíos, y ser circuncidado, sería descubierto tarde o temprano.
Ida, en cambio, era una niña de pelo rojo, y tez clara, por lo que decidieron dejarla en manos de un sacerdote, para que corriera distinta suerte.
Aparte de ellas 2, el único otro personaje importante en Ida, es Lis (Dawid Ogrodnik), un saxofonista, especialista en jazz y rock and roll.
No se trata de un rol particularmente memorable, pero al menos, les da a las chicas, alguien más con quien interactuar.
Aunque Anna se muestra reticente a las insinuaciones de su tía, de todas maneras aflora en ella, una curiosidad por el músico.
El saxofonista, forma parte de una banda de jazz, un género musical, cuya energía y capacidad de improvisación, contrasta con lo estricta que es la vida en el convento.
Según Pawlikowski, el jazz representa la irrupción de occidente, en la sociedad polaca, que en aquel entonces, estaba imbuida de la ideología comunista.
Por otro lado, si hay algo que debe admirarse de Ida, es su calidad técnica:
La fotografía, presentada, como mencioné antes, en 4:3, es decir, en formato cuadrado; y en blanco y negro, es simplemente bella.
La manera en que el director hace uso de los claroscuros, de las sombras, y de los parajes casi desérticos de la Polonia rural, es espectacular.
Pawlikowski, definitivamente tiene buen ojo, presentándonos con encuadres únicos, muchas veces usando el “techo” excesivo para crear sensaciones interesantes, y colocando a sus protagonistas, en la parte inferior del encuadre, como para hacer que uno tenga que mover la cabeza para verlos.
Creo que el punto fuerte de Ida es la fotografía, es lo que más impacta de todo, pues los personajes y protagonistas, a veces aparecen en unas esquinas, y el centro de la escena, lo ocupa el edificio… algo que ya se había visto antes en pintura, pero que yo recuerde, a nadie se le había ocurrido ponerlo en el cine.
Y no es baladí, que en Ida encontremos muchísimos planos con mucho aire por la parte de arriba, con sus personajes relegados a la parte inferior del encuadre; bien podría interpretarse eso, como el silencio de Dios, que los aplasta, y que mira hacia abajo.
Luego de ver Ida, quedas con una hermosa sensación final, donde te das cuenta que Wanda no cuidó a Ida, no porque no quisiera, sino porque era incapaz de cerrar esa etapa de su pasado.
Decisión sabia de la superiora, terminó siendo haberla obligado a conocer a Wanda, pues Anna era monja más por obligación, que por opción.
Ida, por el contrario, tiene mucho que vivir y descubrir...
Conocido su pasado, ella necesita atisbar lo que puede ser su futuro, para decidir en conciencia, qué hacer con su vida.
Ahora, es consciente de que pasado y futuro, conforman la existencia humana de igual manera, y que ambas realidades tienen su lugar en la búsqueda de la felicidad.
Por eso, Ida se pone los zapatos de Wanda, y trata de verse en esa otra vida... antes de vivir la suya.
Ha resuelto asumir en primera persona su libertad, estrenar sentimientos y sensaciones nuevas, decidir qué quiere hacer... y hacerlo.
La escena en la que Wanda se quita la vida, arrojándose por la ventana, y la inmediata posterior presencia de Ida en ese mismo lugar, intentando encarnarse en su tía, escuchando las mismas melodías, enredándose en las cortinas, y bebiendo de su alcohol, es de una contundencia conmovedora.
Que se haya acostado con el saxofonista… fue real o fue parte de una resaca de borrachera…
Ambas pueden ser… pues ella era tímida, y no era capaz de tanta carnalidad, por mucho alcohol que la libere.
La escena final, en la que la cámara acompaña los pasos frenéticos de una Ida, que va corriendo a refugiarse a su prisión, es estremecedora.
El final, no me puede parecer más perfecto... quizás algo desconcertante, dependiendo de quién mire, pero aun así, muy significativo.
Y es que la realidad es, efectivamente, cruel y despiadada:
El paisaje no miente, tampoco el rostro.
Es el mundo en que vivimos; no obstante, está la vida que elegimos, si es que se tiene la posibilidad... Ida, ha experimentado, tras una vida entera de encierro y auto anulación, la experiencia más dramática, y desestabilizadora que se puede imaginar:
Descubrirse otra persona.
Eso tiene por fuerza que transformarla.
En ese estado de shock, es imposible imaginar, cuál puede ser su reacción.
¿Por qué elige Pawlikowski, por ella, el regreso al convento...?
La opción menos comercial, y más alejada del mundo de hoy, se me escapa, y es algo que ni siquiera me detengo a considerar.
El abanico de motivos es tan amplio, que puede que lo haga para provocar, o porque intente transmitir un mensaje a favor de la religión.
Hasta él mismo, podría ser cristiano, y estar haciendo apología de su fe, o lo contrario…
Ida es una oda a lo de siempre, a lo que siempre nos cuentan, y nunca nos cansaremos de oír, a las raíces, a la historia del mítico eterno retorno, pero sobre todo, es una apología de la verdad.
Un cine maduro, que bien pudo ser mudo o silente, porque está cargado de comunicación en la mirada, y que pese a las pocas palabras utilizadas, son las justas, y están cargadas de significación, no se quiebran, y un final ornamentado por un blanco invernal, inmerso en un camino en búsqueda de la libertad, como en los “road movies”, deambulador, y clamoroso por la vida.
“A jeżeli i odkryć, że Bóg nie istnieje?”
(¿Y si vas y descubres que Dios no existe?)
Ida aprovecha la época en la que está ambientada, agregando temas como el antisemitismo, y la situación del país, bajo el alero de La Unión Soviética.
Sin embargo, Ida no busca ser una cinta histórica, que se centre en estos elementos.
Los personajes no ocupan altos cargos, ni forman parte esencial de los procesos históricos de la nación.
Su objetivo es más modesto; lo que busca Ida, es relatar, cómo estos hechos, afectaron al puñado de personajes que aparecen en la obra.
Y por otro lado, si bien hay temas universales, hay otro que me ha llamado poderosamente la atención:
El recuperar la memoria histórica y personal, aún a pesar del error humano.
Por lo que, Ida bien podría formar parte de un catálogo de cine europeo de posguerra, de corte contestatario y/o revisionista que persigue, ante todo, la persistencia de la memoria.
En el modelo de filme contestatario que propone, en el cual inevitablemente se le pasa factura al pasado, el acto contestatario no se reduce a la cacería de “culpables”, en busca de falsos sentimientos de catarsis, y resolución.
En cambio, el acto contestatario, se reivindica en Ida como acto de memoria, como examen constante, y crítico del pasado, es decir, como el desentrañe de síntomas que arrastramos a lo contemporáneo, sea la época que sea, y cuyo fin ulterior es, el de re imaginar otro posible desenlace en el presente.
Como siempre, cuando se toma un camino se sabe su inicio, pero se desconoce su final.

“Przyjdź, a następnie... Będziesz słuchać nam grać, Teraz udajemy się na plaży.
A potem?
Potem kupimy psa... Wyjść za mąż, mieć dzieci... obierz domu.
A potem?
Zwykłe kłopotów.
Życie”
(Vamos, entonces… Vas a escucharme tocar, vamos a caminar en la playa.
¿Y luego?
Entonces vamos a comprar un perro... nos casaremos, tener hijos...
Obtener una casa.
¿Y luego?
Las molestias habituales.
La vida)



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