I, Daniel Blake

“I am not a client, a customer, nor a service user.
I am not a shirker, a scrounger, a beggar nor a thief”

En el contexto revolucionario de los grandes levantamientos sociales, y de los ilustres líderes del proletariado, como Larkin, James Gralton o Veronica Guerin, siempre han existido varias etapas de actuación, por las que han avanzado los protocolos sediciosos en su empeño de cambiar el orden establecido, pasando de la súbita e inesperada rebelión, al aguante vigoroso de los luchadores para evitar ser menospreciados.
Fue el sociólogo Max Weber, el que describió por primera vez “la burocracia”, como “forma de organización que realza la precisión, la velocidad, la claridad, la regularidad, la exactitud, y la eficiencia conseguida a través de la división prefijada de las tareas, de la supervisión jerárquica, y de detalladas reglas y regulaciones”
Pero es todo ello alcanzado a costa de una despersonalización creciente, que Franz Kafka plasmó magistralmente en sus novelas.
“El Proceso” y “El Castillo”
Funcionarios, inspectores, y vigilantes, cada vez más personal de seguridad que protege a los burócratas de la justa indignación de ciudadanos tratados como cosas.
Como la responsabilidad del funcionario, y más cuando es vía Internet, queda diluida en la jerarquía de autoridad, pues a nadie puede pedírsele explicación ni justicia.
Karl Marx sostiene por su parte, que la burocracia gobierna, controla y organiza la producción económica, apropiándose de una porción de ella, a través de leyes, impuestos, licencias, tributos, etc.
Recientemente, en un informe de Oxfam se lee:
“El Reino Unido es el 6º país más rico del mundo.
Entre 1993 y 2008, el país disfrutó de 15 años de crecimiento económico, impulsado por las reformas socioeconómicas de la década de los 80.
El giro hacia El Capitalismo de Mercado, se caracterizó por la liberalización financiera, el debilitamiento de la protección social, y la desregulación del mercado laboral”
Sin embargo, estas reformas han dado lugar a un enorme incremento del número de personas que viven en la pobreza, que prácticamente se duplicó entre 1979, cuando había 7,3 millones de pobres; y 2008, cuando esta cifra alcanzó los 13,5 millones; además, la desigualdad se ha incrementado hasta niveles de la década de 1920, debido a que los ricos han ido aumentando su participación en los ingresos, especialmente el 1% de población con más recursos.
Desde 1975, la desigualdad de ingresos entre la población en edad de trabajar, ha aumentado más rápido en El Reino Unido que en ningún otro país de La Organización para La Cooperación y El Desarrollo Económico (OCDE), incluyendo Estados Unidos, de modo que en la actualidad, El Reino Unido es uno de los países más desiguales de La OCDE.
Desde 2010, la austeridad reflejada sobre todo en drásticos recortes del gasto, unidos a un aumento de los impuestos comparativamente más bajo, ha sido la principal política fiscal del gobierno británico, mientras que las medidas de estímulo económico, han sido más escasas.
El objetivo declarado de la austeridad, era reducir el déficit del Reino Unido para dar confianza a los mercados, y así estimular el crecimiento económico.
Las medidas de austeridad, han obtenido un éxito relativo en cuanto a la reducción del déficit, pero apenas han generado crecimiento, y la deuda pública ha aumentado del 56,6% del PIB en julio de 2009, al 90% del PIB, es decir, 1,39 billones de libras, en 2013.
Estas políticas, también han tenido un enorme impacto en los más pobres del Reino Unido.
En 2010, el gobierno de coalición formado por los conservadores y los liberal-demócratas, anunció los mayores recortes del gasto público desde La Segunda Guerra Mundial, que incluían una reducción significativa de la protección social, y preveían la desaparición de 900.000 empleos públicos, entre 2011 y 2018.
Desde que en 2008 comenzara La Crisis Financiera, no sólo ha empeorado la situación de quienes ya vivían en la pobreza, sino que ha aumentado la vulnerabilidad de millones de personas más.
Como ya anunciaba Kafka:
“El mundo que nos espera, es un mundo burocratizado”, o en honor al término acuciado por un colega “el buromundo”
La realidad que rodeaba a Kafka, y que empezaba a ser inminente, es nuestra triste realidad, donde el círculo, el ciclo, o el fluir de documentos nimio y vacío que mueven las instituciones, se han vuelto insalvables y difíciles de parar.
Un mismo círculo que da de lleno en el seno del Capitalismo, donde al final, las instituciones y el propio ciclo, no dependen ya del ser humano, sino de sombras extranjeras, que van más allá de nuestro poder.
¿Cómo debería ser en este siglo XXI, el cine social y comprometido con los más desfavorecidos?
¿Los relatos audiovisuales de hace 25 años, continúan siendo válidos para explicar la realidad, y para agitar las conciencias contemporáneas?
¿De qué hablamos hoy en día, cuando mencionamos cine social?
¿Existen las líneas rojas de melodrama e impostación a la hora de intentar retratar a los más desfavorecidos?
¿Hay que ir en busca del tremendismo dramático o, por el contrario, mostrar contención?
¿A quién van dirigidas todas estas películas que se acercan a las realidades de los desclasados?
No son preguntas para nada baladíes.
Mientras que el reflejo de la sociedad kafkiana, tiende al mundo del expediente, del reclutamiento, del totalitarismo, al número de identidad:
¿Qué es lo que nos espera a nosotros, sino el triunfo de ese expediente, y la imposibilidad de ponerle cara al mal?
Lo malo del Capitalismo, de las compañías mediáticas y multinacionales, es que ya no puedes salir del círculo de su dominio, vivimos absolutamente dentro.
Afuera… el desierto crece; y la gente buena, gente honesta... en la calle, en paro y sin trabajo.
“I, Daniel Blake demand my appeal date before I starve”
I, Daniel Blake es un drama del año 2016, dirigido por Ken Loach.
Protagonizado por Hayley Squires, Natalie Ann Jamieson, Dave Johns, Micky McGregor, Colin Coombs, Bryn Jones, Mick Laffey, Dylan McKiernan, John Sumner, Briana Shann, Rob Kirtley, entre otros.
El guión es de Paul Laverty, como 12 de los últimos 13 filmes del director; una cosecha de 20 años de trabajo en común; 2 décadas de un punto de vista y una voluntad enfrentados al mensaje único.
En esta ocasión, su argumento nos sitúa frente a los derechos sociales de una ciudadanía de la que El Estado, autodenominado “liberal”, se defiende como gato panza arriba.
Laverty, guionista y amigo de Loach, visitó Bancos de Alimentos y Centros de Empleo, donde conoció a muchas personas parecidas a quienes protagonizan la película.
Mientras Loach descubre la carencia de humanidad del Sistema, a través de un hombre mayor, y una mujer joven, atrapados por normas y leyes incomprensibles, que escapan a cualquier tipo de lógica.
Ciertamente, si Loach tiene, más que otros, una manera única de contar las historias sencillas de la gente ordinaria, sin retratarlos nunca como seres ordinarios, sino bellos y dignos, mucho más que los execrables sistemas que les destruyen, máquinas construidas por la humanidad que han perdido el sentido de lo humano; la historia de I, Daniel Blake, la cuenta con tanta ternura, que el corazón bulle de indignación, pero también de amor hacia las personas.
I, Daniel Blake muestra el dis/funcionamiento inicuo de las ayudas sociales en Reino Unido, a consecuencia de su privatización y, a veces, su externalización por parte del gobierno conservador; por lo que el director lo toma personal, pues 50 años más tarde del calvario de unos padres que Loach relató en “Cathy Come Home” (1966), que abordaba la problemática de la vivienda y la pobreza en el contexto del Estado de Bienestar británico; fue una de las películas más controvertidas producidas por La BBC, llegando incluso a provocar que se modificasen las leyes sobre los sin techo.
Y es que no siempre jurado y prensa, coinciden; así sucedió en El Festival Internacional de Cine de Cannes, cuando se desveló que I, Daniel Blake, era la ganadora de La Palme d’Or.
Un Manifiesto de todo lo que hemos perdido en el camino:
Humanidad.
Como dato, el director Ken Loach, es el más antiguo ganador de La Palme d’Or; pues cuando lo ganó por I, Daniel Blake, tenía 79 años; siendo la 2ª Palme d'Or de Loach; pues él ganó la primera, en 2006, con “The Wind That Shakes The Barley”; y es la 18° vez presente en El Festival, 13 de ellas en Competición; y además tiene en su haber, otros 3 Premios del Jurado en Cannes.
Esto es, probablemente, un record.
Según el director:
“Las grandes corporaciones dominan la economía, y eso crea una gran bolsa de gente pobre.
El Estado debe apoyarlos, pero no quiere, o no tiene recursos.
Por eso crea la ilusión de que si eres pobre, es tu culpa.
Porque no has rellenado tu currículo correctamente, o has llegado tarde a una entrevista.
Montan un sistema burocrático, que te castiga por ser pobre.
Y la humillación, es un elemento clave en la pobreza.
Te roba la dignidad y la autoestima; y El Estado contribuye a la humillación, con toda esa burocracia estúpida”
I, Daniel Blake se rodó en Newcastle upon Tyne y alrededores; y sigue a Daniel Blake (Dave Johns), un ensamblador de 59 años, que vive en el noroeste de Inglaterra, que cae enfermo por problemas cardiacos, y requiere asistencia estatal.
Por primera vez en su vida, Daniel se ve obligado a acudir a las ayudas sociales.
Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo, si no desea recibir una sanción, pues no cumple los criterios para recibir un subsidio; y necesita demostrar que busca trabajo durante 35 horas semanales, para recibir una mísera prestación del Estado.
Sobre Daniel Blake, su historia trae a la mente un término tan en boga, como el de “perdedores de la globalización”
Los trabajadores no cualificados, que han visto como la robotización y la menor necesidad de mano de obra, encauzaban la civilización hacia La Era Postindustrial; el protagonista es incapaz de controlar un ordenador, o de redactar un currículum vitae; por ende, actualizar su perfil para reforzar su “networking” es tarea imposible.
En el transcurso de sus citas al “Job Center”, Daniel se cruza con Katie Morgan (Hayley Squires), una madre soltera, con 2 niños:
Daisy y Dylan, que tuvo que aceptar un alojamiento a 450km de su ciudad, para evitar que la envíen a un hogar de acogida.
Entonces, lo que solo era un viejo cascarrabias, pasa a ser el único con fuerzas suficientes para que los servicios sociales no le toreen.
El único que no tiene la dignidad tan disminuida, y el amor tan escaso, como para plantar cara, y no conformarse con las migajas.
La relación entre ambos desdichados, se desarrollará gracias a la bonhomía de Blake, que ayudará en lo que pueda a esta familia con sus trucos de hombre de la casa.
Ellos, prisioneros de la maraña de aberraciones administrativas actuales de Gran Bretaña, intentarán ayudarse mutuamente.
Es una tragedia del individuo negado por una burocracia sin rostro, que desconoce los derechos de las personas; y no solo es el testimonio de un trabajador inglés abocado por el sistema, a los límites de la sociedad; es una llamada de atención, ante el fin del Estado del Bienestar, intentando evitar ser su epitafio.
Aquí, Ken Loach no solo pone en juego los derechos a subsidios, lo están también varios derechos humanos fundamentales:
Dignidad, trabajo, entre otros, que hoy en día, cada vez se asemejan más a un ideal romántico, que a un legado racional ilustrado.
La lucha por la dignidad y la vida, vs la maraña burocrática de los servicios sociales.
Por lo que Ken Loach golpea de nuevo; y realiza una radiografía perfecta de aquello en lo que se han convertido las administraciones públicas a causa de los recortes sociales, y denuncia la pasividad y la falta de empatía de los funcionarios que gestionan los casos de estas personas, personas que son tratadas como si fueran simples números de inertes expedientes, y cuyas vidas dependen, literalmente, de la decisión que tomen estos deshumanizados funcionarios, que han olvidado que su trabajo no es otro que el de ayudar a los ciudadanos, y no humillarlos y tratarlos como si fueran delincuentes, por solicitar una prestación.
I, Daniel Blake es cine social de la mano de uno de los grandes maestros del género, necesario y vital en esta época donde la maquinaria del “monstruo burocrático”, avanza implacable contra las personas.
Un entramado burocrático que nos muestra lo peor y lo mejor del ser humano en sociedad, y cuyo fondo es tan crudo y certero, que resulta inútil abarcarlo desde lo obvio o lo forzado.
La lección más importante a tomar, es que una película no tiene que ser psicológicamente compleja, o cinematográficamente deslumbrante para cavar más allá de su superficie.
“I’ve never been near a computer”
Una década después de la peor recesión del siglo XX, en Hollywood, Frank Capra ideó una parábola que hablaba de la crisis de valores de una sociedad que había dejado de lado a los más vulnerables, a millones de estadounidenses que tras perder sus trabajos, se encontraban sumidos en la necesidad más absoluta:
“John Doe” (1941)
Nada más moderno que un clásico que emparenta directamente con otro tipo, enormemente cabreado por los mismos motivos, solo que setenta y tantos años más tarde.
Las normas…
Las que nos obligan a gestiones eternas con la administración, a colas interminables, y a impresentables sometimientos hacia una burocracia que parece existir sólo para poner trabas.
Normas con las que choca el protagonista de esta crónica, que aboga por la rebelión del ciudadano, eje fundamental del cine de Ken Loach.
Y es que en sus películas, muchos creen ver algo así como un “grado cero de la escritura cinematográfica, o escritura fría”, es dueño de un estilo depurado y sintético.
Como heredero inequívoco de las principales tendencias de cine realista de Europa, y en mayor medida del cine independiente, que se caracterizaba por su realismo, su inconformismo social, su crítica a la burguesía y a la sociedad, y su acercamiento a los seres anónimos de la misma, o su sentido del humor; Ken Loach, al igual que sus antecesores, denuncia los traumas que ocasiona en los seres humanos, la vida en las ciudades industriales, a pesar de los avances tecnológicos; y con sus historias sacude las conciencias de la sociedad contemporánea, con el fin de mejorar sustancialmente las condiciones de la clase trabajadora, poniendo de ejemplo, lo que mejor conoce:
Las injusticias que sufren las clases menos favorecidas en la sociedad británica.
En una era de desahucios, pobreza energética y bancos de alimentos; el corazón rojo del cineasta, busca y encuentra la complicidad y la empatía, y el encabronamiento del espectador medio, usted o yo, harto de un sistema injusto, enemigo de las personas.
El veterano director, coge una historia simple y corta, la viste de humanidad, y nos muestra una realidad sencilla, plana y conocida, pero cargada de una fuerza innegable.
¿Cómo lo hace?
Pues con unos diálogos muy trabajados, una realización académica pero impecable, y una dirección de actores que sobresale veracidad.
El relato, muestra la importancia de la dignidad, el respeto y la empatía; y una combinación de ternura, sencillez y conciencia política.
Dejando a un lado la ambientación en Newcastle, sus oficinas de empleo, sus viviendas de clase obrera, sus polígonos industriales, el fútbol… esta es una historia universal, porque cuenta, cómo los seres humanos quedan alienados, despojados de su identidad, sus derechos y su dignidad, en manos de poderosos mecanismos burocráticos, inhumanos y tecnificados.
El tema de fondo, es el que atraviesa la mayor parte de la filmografía de Ken Loach, desde prácticamente sus inicios:
La conversión del Estado de Bienestar en Reino Unido, en un sistema que acaba destruyendo a los ciudadanos que debería proteger.
En este caso, ha actualizado su diagnóstico a las circunstancias más actuales.
I, Daniel Blake arranca con un diálogo sobre una pantalla negra…
Solo escuchamos 2 voces:
A Daniel Blake, y a una funcionaria.
La funcionaria no se sale del formulario, del protocolo… no hay alma, sino una coraza robotizada.
Y Blake, continuamente pregunta, cuándo van a hablar de su corazón…
Solo quiere que esa voz le escuche, que sea más cercana.
Eso es la película de Ken Loach:
El corazón de un hombre, que trata de no sucumbir, y no dejarse aplastar por una burocracia deshumanizada, fría y kafkiana.
Daniel, es un carpintero autónomo, un detalle nada baladí en el cine de un director que casi siempre daba el protagonismo a empleados por cuenta ajena; al que su médico prohíbe trabajar por motivos de salud.
Sin embargo, El Estado no parece dispuesto a concederle la baja, que sin duda le corresponde, y le conmina a buscar un empleo.
Por lo que se encuentra en la disyuntiva de, poner en riesgo su vida, o su fuente de ingresos.
Daniel, se adentrará en un círculo vicioso burocrático, cuyo fin último es desgastar, humillar y eliminar a aquellos que recurren al Estado para reclamar sus derechos.
Porque él es un empleado modélico, de los de antes; de aquellos que nunca enfermaron, ni llegaron tarde a su trabajo ni un solo día.
Que después de un accidente laboral, quisiera reincorporarse, pero razones médicas lo impiden.
No quiere la caridad de nadie, solo poder llevar una vida digna, merecida.
Y allí se acaba la lógica.
No la de la obra, sino la del mundo en que vivimos, fielmente retratados.
Comienzan los talleres para parados, que si no los cursa, le supondrán el desahucio.
Cursillos que preparan para puestos inexistentes, pero cubren la necesidad del organismo público, que así acredita exigir algo al parado, a cambio de su prestación.
Presenciamos también, la fiscalización que sufre el ciudadano, quien ha de demostrar que busca trabajo, aunque el servicio sanitario le conmina a no ejercerlo, por el bien de su salud...
Información ésta que aporta el dúo, Laverty y Loach, de gran interés, antes de caer en la sobreestimación de determinados modelos económicos occidentales; pues está contada con la veracidad, y el brío de quien conoce los hechos en primera persona.
Loach y su guionista habitual, Paul Laverty, dan en el clavo, a la hora de denunciar las armas que utiliza La Administración para expulsar a los ciudadanos que debería defender:
En primer término, está esa agresividad que muestra el funcionariado desde siempre en las películas del británico, esa especie de sentimiento de sospecha, que extienden por pasiva sobre las personas que solicitan algún tipo de ayuda.
Al proceso de humillación, añaden esta vez la brecha digital, como forma de mantener al margen a los ciudadanos más precarios:
Ancianos, jubilados, recién llegados... alejados así del acceso a los procedimientos de solicitud de recursos.
E incluso señala una nueva forma de centrifugación de la pobreza, en este caso, literalmente geográfica:
Katie, la protagonista femenina, la madre soltera que entabla amistad con Daniel en un centro de asistencia, y desarrolla con él, una relación de ayuda mutua; ha sido obligada a trasladarse de Londres a Newcastle, porque en las grandes capitales, ya resulta demasiado caro “mantener” a los pobres.
La denuncia social del director, no se limita pues, sólo al caso de Daniel, sino que también nos cuenta la historia de Katie:
Madre soltera con 2 hijos, procedente de Londres, que termina en Newcastle para evitar ser enviada a un hogar de acogida, y que sufre también las consecuencias de las trabas administrativas, y el sinsentido del sistema británico.
Ambos se ayudarán mutuamente, intentando superar la mala racha que sufren.
La coprotagonista, ilustra las dificultades especialmente intensas para las familias de un solo cónyuge, y más si se es mujer; el vaciado del centro de las ciudades por la especulación inmobiliaria, que aboca a vivir lejos del lugar donde se disponen los servicios comunes, acostumbrados.
Es decir, I, Daniel Blake, ahonda en las contradicciones de nuestro sistema, en las víctimas que crea, y en la terquedad con que se ceba; y describe con especial esmero, la maquinaria creada en centros de atención kafkianos, con vigilantes bien formados para defender la posición, y expulsar al peticionario.
Causa a la que contribuyen como pocas, los teléfonos de atención a los que uno puede llamar sin que le conteste jamás una voz humana, y la utilidad de Internet como herramienta para quitarse de en medio a quienes, por la razón que sea, no les resulte fácil comunicarse a través de un teclado, y una pantallita.
Katie, una madre soltera, víctima de la desubicación generada por la política de marginación globalizada; sin medios ni recursos, es trasladada, quitada de en medio, y obligada a mudarse; donde además de, a los problemas económicos, tendrá que hacer frente al desconocimiento geográfico.
El cineasta, evidencia aquí su compromiso, tanto con sus ideas políticas, como con la representación de la ciudad, como parte del escenario global de nuestros días; ciudad que alcanza una función estratégica absoluta, al fragmentarse en zonas de exclusión, y zonas de primer orden.
Toda la historia se articula en torno al entrelazamiento de sus 2 experiencias, y de esta amistad solidaria, se extrae toda su impresionante belleza; pues Loach y Laverty, han creado en esta ocasión, personajes increíblemente conmovedores, más que nunca, y esto vale tanto para Daniel y Katie, como para los hijos de esta última, niños que esta madre heroica, que ha logrado convertir, entre tanta miseria, en personas adorables; y los vecinos de Daniel no se quedan atrás, como los transeúntes de la calle... en definitiva, la gente que demuestra empatía.
Porque si algo queda demostrado, es que la unión del pueblo, es la única manera de hacerse oír ante las injusticias.
La escena del grafiti, deja clara constancia de este hecho.
Por desgracia, su preocupación mutua, sólo les aportará una mayor frustración pues, a las constantes decepciones a las que tienen que enfrentarse por separado, tendrán que sumar la consternación de compartir además, el sufrimiento del otro.
Así pues, encontramos en ellos, un genuino sentimiento de interés e inquietud por el bienestar de sus seres allegados, una demostración de amor verdadero, al que le es arrebatado cualquier aire de frivolidad o impureza, como puede apreciarse en la dureza y el abatimiento con los que Daniel mira a Katie, cuando descubre en qué consiste su nuevo trabajo...
En esta relación, es donde I, Daniel Blake se vuelve más visceral, más cercana al entendimiento colectivo, pues pese a que el cariño entre ellos es patente desde el comienzo, observamos a la protagonista, siempre en una clara posición defensiva, como esperando que se le exija algo a cambio de esas demostraciones de amabilidad y generosidad.
De ahí su recelo inicial, a dejar que Daniel arregle los “desperfectos” de su casa, o su insistencia para que éste acepte un plato de comida como muestra de agradecimiento, aunque ello implique que la joven se quede sin comer.
El despliegue de la situación desesperada a la que se ven abocados los protagonistas, resulta suficiente para emocionar a un público que conecta a la primera con los personajes.
El empeño por subrayar cada una de las maldades del sistema, sin permitir espacio alguno al espectador, acaba por hacer de cada secuencia, una proclama; de cada plano, un acto de fe, un manifiesto.
Loach recurre a toda una serie de escenas esbozadas con brocha gorda, para subrayar el viacrucis de Daniel y Katie:
Daniel, siempre ha escrito todo a lápiz.
Él puede hacer un mueble, pero no sabe nada de ordenadores.
Y de repente, tras declarar su médico que no puede trabajar, se ve atrapado en una maraña de mensajes de teléfono e instancias “on line”, entre las que apenas puede navegar.
O en la secuencia en que ella devora sin más espera un zumo de tomate en el banco de alimentos, o aquella en la que Daniel pasa el ratón del ordenador por encima de la pantalla del mismo…
La angustia extrema que recoge Loach en estos momentos, es real.
Pero el director acaba reduciendo a los personajes a meras víctimas propiciatorias de un sistema injusto, a fin de cosechar la compasión de los espectadores.
Finalmente, la obra conmueve con su viaje a la fila del banco de alimentos, y al acercarnos al vacío que sufre el cuidador de un dependiente, una vez que este desaparece.
Pero, santo y seña del cine de Loach, el que le convierte en un director fundamental, enfatiza la contribución de todos, incluyendo los más concienciados, en la situación descrita, y aboga por la solución común.
Este es Loach, y su mensaje:
La solución no puede ser individual; pasa por la toma de conciencia del efecto de mis decisiones en el bien común.
Pero I, Daniel Blake habla de otras muchas cosas, que no nos son ajenas:
Ahora, además de la exclusión social, hay otra manera de seguir excluyendo… y es la indefensión de muchísimas personas ante las nuevas tecnologías, y las pocas facilidades en los organismos oficiales para paliar este problema.
O habla también de la pobreza energética:
De elegir entre comer o pagar la factura de la luz, y de cómo se buscan alternativas para combatir el frío.
De cómo hay familias que están pasando hambre, y de cómo no tienen otra opción que ir al banco de alimentos que tengan más cerca.
Y de una burocracia deshumanizada y fría, que no escucha, que ofrece formularios complejos, colas, sanciones… y donde incluso, algunos funcionarios que tratan de ser más cercanos, de entender ciertas situaciones, son recriminados.
Todas estas cuestiones, en suma, no son ajenas al tipo de cine que practica Ken Loach desde que se hizo un lugar en el cine de autor europeo, con un discurso cinematográfico que desde siempre, ha apostado por denunciar los azotes del neoliberalismo de Margaret Thatcher, mucho antes de que todos nos preguntáramos, cómo y porqué hemos llegado hasta aquí.
Y por eso, no es de extrañar, que el director británico, de nuevo insista en las heroicidades de la clase trabajadora.
En cuanto a la dirección, técnicamente es perfecta, al mostrar sin grandes alardes, una historia tan sencilla como cercana, al punto que bien puede ser lo que nos depara en el futuro a todos; destila verismo por los cuatro costados; y la cámara recorre los espacios tradicionalmente olvidados por el cine:
Dependencias de servicios sociales, apartamentos cedidos por El Estado, establecimientos donde se reparten alimentos... un paisaje frío carente de estilización, y fotografiado todo con austeridad.
Sus pantallas en negro, y ciertas elipsis, lo cuentan y lo dicen todo.
Un gesto, un regalo, unos peces de madera… un abrazo, una llamada telefónica, una mirada, o la lectura de una carta… hacen avanzar una historia de un hombre a corazón abierto.
Sin grandes estridencias, los actores son los encargados de darle brillo a la historia, y reflejar las consecuencias de la burocracia, la desolación, y el desamparo… pero también tiene cosas buenas, como la solidaridad y el cariño mutuo.
No puedo entender que, en lugar de pedirle un informe médico, la funcionaria que va a valorar la minusvalía, le pregunte, con un cuestionario irracional, “si se puede poner el sombrero…”
Y tampoco entiendo el rigor de no atender a una madre con 2 niños pequeños, y dejarla sola en una ciudad sin albergue ni dinero, por el enorme delito de haber llegado tarde a una cita, cuando viene de lejos, y a una ciudad desconocida para ella…
Es una dureza innecesaria, que convierte en sádicos, a estos oscuros funcionarios revestidos de poder.
Solo una funcionaria parece tener sentimientos de justicia verdadera… y es amonestada…
Y desde luego, el nuevo analfabetismo que se ha implantado en relación con el dominio o no de los sistemas informáticos, es una nueva brecha entre unos ciudadanos, y otros.
La obra de Loach, no ha rezumado tanta verdad, como en los momentos en que se ha acercado a las clases trabajadoras.
Con esa habilidad característica para escoger intérpretes desconocidos, que imprimen una pátina de realidad a lo que sucede en pantalla, nos presenta a un Dave Johns, en cuya mirada reconocemos al vecino de al lado.
No es descabellado que se haya elegido a un cómico debutante para el papel, puesto que la dureza de las situaciones, se ve a menudo aliviada por la ironía y el desenfado, característicos de Loach; pues tiene varias escenas poderosas, y un sentimiento de inevitabilidad y desesperación que hierve bajo su calmada apariencia, salpicada con toques de humor, para construir un relato completamente absorbente.
A ese viudo desesperado, pero con buen corazón que, al igual que otros personajes, es capaz de empatizar con el sufrimiento de quienes le rodean y, a pesar de las propias estrecheces, echar una mano para aliviar su sufrimiento al más puro estilo “capriano”, sin que la credibilidad del relato se resienta.
El espectador, no solo siente compasión por el héroe de esta realidad social, siente miedo, al ver que no existe una gran distancia entre él y Blake.
Y su compañera de reparto, Hayley Squires, desempeña el contrapunto trágico, y añade las dosis necesarias de emoción a la historia.
Los críticos de Ken Loach, podrán decir que se repite, fiel a un estilo y a una buena idea, que hace que su cine nunca esté de más... y gracias a dios es verdad, porque está uno harto de que los grandes éxitos nos hablen de acción, violencia con efectos especiales, soluciones de superhombres frente a problemas de índole cósmico…
Los efectistas giros de guión que acumula I, Daniel Blake, en su tramo final, incluido el previsible destino en la prostitución para la protagonista femenina, aguan la necesaria protesta ante esta maquinaria estatal asesina.
Y uno se pregunta:
¿Hasta qué punto hay que hacer sufrir a un personaje de clase trabajadora, para provocar la emoción en una audiencia amplia?
Si I, Daniel Blake no concluyera de la manera que lo hace:
¿Los protagonistas merecerían menos apoyo?
El cine de Loach, sigue suscitando interrogantes sobre los límites y las formas de la representación de las personas excluidas.
¿Es este el clima desangelado y desolador que nos espera?
Quizás, Ken Loach se rinde en su vejez al desasosiego, y propone una realidad difícil de cambiar.
Pero a su favor:
¿Qué sería de la dura realidad, sin el humor?
I, Daniel Blake se destaca como una cinta que va furiosa contra la muerte de la luz, o más exactamente, en un sistema privado y punitivo, más interesado en la reducción de las cifras, que de cuidar a los necesitados.
¡Desolador, y no se rían!
“I am not a national insurance number, nor a blip on a screen.
I paid my dues, never a penny short, and was proud to do so.
I don’t tug the forelock but look my neighbour in the eye.
I don’t accept or seek charity”
La presentación emocional del socialismo, nos aparta de su pedante aspiración científica, y nos coloca ante una sólida fundamentación moral.
Cuando, por causa del envejecimiento o de la enfermedad, el ser humano experimenta su fragilidad, la necesidad de una comunidad solidaria y receptiva, que siga viendo en él, una persona completa en toda su dignidad, se hace imperiosa.
Axel Honneth sostiene, que “la comunidad es el lugar y resultado de la lucha por el reconocimiento:
Toda lucha por el reconocimiento de sí, es una lucha por la comunidad.
La adquisición del reconocimiento social, se convierte en la condición normativa de toda acción comunicativa.
Los derechos, solamente los hace reales una comunidad, a través de los miembros de sus instituciones.
Si los miembros, en lugar de realizadores de derechos, se convierten en jueces fundamentalistas de los méritos del ciudadano, los derechos se esfuman, y las personas quedan abandonadas a una suerte sombría”
Una estructura socialista, se hace conservadora, cuando carga al mérito del individuo, alcanzar un derecho:
“Te opero si adelgazas”, “te trato si dejas de fumar”, “te doy el subsidio si buscas empleo”, “te sanciono si no aceptas cualquier oferta laboral”…
Expresiones como esas, confirman la amenaza conservadora:
Que el derecho no se tiene, sino que se gana.
El Estado, debería ser capaz de valorar a los individuos por lo que son, y no por lo que tienen.
El Estado no debería abdicar su responsabilidad de financiamiento, pues mantener un sistema que permita el acceso en función a las habilidades intelectuales, y no en función de las capacidades económicas, parece un principio fundamental para los británicos.
Y es evidente, que la etapa trasgresora del director, Ken Loach, hace tiempo que pasó; sus momentos de inconformismo despiadado, concluyeron con la muerte de Margaret Thatcher, tras un duelo de amenazas y censuras que se saldó con la sentencia lapidaria de Loach:
“Privaticemos su funeral.
Saquémoslo a concurso público, y aceptemos la oferta más barata.
Es lo que ella habría querido”
Tras una carrera defendiendo a la clase social menos favorecida, y enfrentándose sin descanso, a la derecha plutócrata británica, no tendría sentido hablar de trasgresión, para referirnos a su cine, sino de resistencia.
Son 2 términos íntimamente ligados, habiendo quedado este último desprovisto de la espontaneidad, y la capacidad de sorpresa originarias, sustituidas por una férrea convicción en su discurso, y una tenacidad admirable; tanto para esquivar las burlas y vejaciones de sus enemigos, como para tolerar con buena cara las mofas de parte de sus simpatizantes, esos socialistas asalmonados y acomodados, incapaces de tomar en serio una lucha de la que, por conformismo o por solvencia económica, ya no se sienten parte y desdeñan, ahora desde la lejanía de sus butacas.
Hace un par de años, Ken Loach anunciaba que iba a retirarse.
Sin embargo, decidió plantar cara una última vez a las políticas destructivas del Gobierno de David Cameron; y el resultado le está resultando todo un logro.
Subrayando con ironía la precarización del mundo laboral en Gran Bretaña, ese país en donde dicen que “hay menos desempleados que en Francia”, pero mucha más desigualdad social, y más trabajadores precarios.
“La miseria y el hambre, son una llaga abierta en Inglaterra”, afirma Ken Loach, denunciando la crueldad de las medidas adoptadas por el gobierno de David Cameron.
“Un sistema de subsidios de paro, que es punitivo, burocrático, y que conduce a la gente a la miseria”, sentenció el realizador.
La Palme d’Or a I, Daniel Blake, enfureció a la prensa acreditada en la última edición del Festival Internacional de Cine de Cannes, en un año en que concursaban películas como:
“Elle” de Paul Verhoeven, “Paterson” de Jim Jarmusch, “Sieranevada” de Cristi Puiu, o “Toni Erdmann” de Maren Ade; una 2ª Palme para Loach, quien ya la obtuvo en 2006; parecía responder a una opción de consenso perezosa y conservadora, a fin de tapar opciones más arriesgadas.
Pero El Jurado del Festival de Cine más prestigioso del mundo, no ha sido el único que ha mostrado su entusiasmo ante la nueva película del británico.
I, Daniel Blake, también se ha llevado los respectivos premios del público, en otros 2 certámenes de referencia:
Locarno y San Sebastián.
Y su estreno en Reino Unido, con una crítica local mucho más a favor que la de Cannes, y un incontestable éxito de taquilla.
I, Daniel Blake, se encuentra con un escenario propicio, sobre todo en su país de origen, para funcionar como un gran artefacto de catarsis colectiva frente a las consecuencias de las políticas neoliberales.
Una película que no puede gustar ni conmover a la gente de derecha, que la acusan de tremendista, y se queda corta; de sentimentalista cuando no lo es; y de panfletaria, siendo meramente descriptiva y real.
Y es que El Reino Unido, se entregó antes que ningún otro país de Europa al neoliberalismo salvaje, lo de “neoliberalismo salvaje” es un pleonasmo, claro.
Allí, desde hace años ya, muchos servicios que antes dependían del Estado, han sido privatizados.
Las empresas que actualmente los gestionan, funcionan en base a “menor coste, mayor beneficio”, y con una meta clara global:
Acabar con El Estado de Bienestar.
Y para conseguirlo, despersonalizan y automatizan al máximo:
Llamadas telefónicas que responde una máquina, esperas interminables para hablar con un empleado y, cuando por fin contesta, lo hace como un loro, según las indicaciones del catecismo estricto en el que lo han formado, y del que no puede salirse, pues no en vano, esas empresas funcionan con una siniestra mecánica, y sus trabajadores actúan así, porque están, a su vez, encorsetados y presionados…
Un mundo brutal, fragmentado, deslocalizado, donde el sistema escupe y convierte en escoria inadaptada, a todo aquel que no sea rentable y/o que no quepa en los cuestionarios, ni en las modalidades programadas.
Tras el estreno británico, el ex Secretario de Trabajo y Pensiones, Iain Duncan Smith, se refirió a I, Daniel Blake como “injusta”, apuntando a una crítica particular en su descripción del personal del centro de trabajo, diciendo:
“Esta idea de que todo el mundo está a punto de romperlo, creo que ha dañado al personal del centro de trabajo.
No se ven a sí mismos como eso”
La productora, Rebecca O'Brien, respondió declarando que Duncan Smith “está viviendo en la tierra del cuco, en la nube”
Del mismo modo, en un episodio del programa de debate de actualidad de La BBC, Question Time, del 27 de octubre de 2016, en el que aparece Ken Loach como panelista, El Secretario de Negocios, Greg Clark, describió la película como “una película de ficción”, diciendo:
“Un sistema de beneficios...
El personal del Departamento de Trabajo y Pensiones, tiene que tomar decisiones increíblemente difíciles, y creo que deberían tener nuestro apoyo para tomar esas decisiones”
Loach respondió a esto, criticando la presión de que el personal del Departamento de Trabajo y Pensiones, se vea despedido.
Por el contrario, el líder laborista, Jeremy Corbyn, ofreció elogios brillantes hacia la película, él apareció en el estreno de Londres de la película, con el director, después la elogió posteriormente en su página de Facebook.
Y en una sesión de preguntas al Primer Ministro, el 2 de noviembre de 2016, aconsejó a La Primera Ministra, Theresa May, ver la película, al criticar la imparcialidad del sistema de bienestar social.
I, Daniel Blake, reivindica una humilde pero imperiosa necesidad:
No aceptar que nos conviertan en seres máquinas, negarnos al embrutecimiento total que el neoliberalismo construye, mantenernos atentos los unos a los otros, y dejar siempre una ventana abierta para conectar con los demás.
Calificando tal pretensión de, humilde y modesta, porque se basa en estos principios:
La vida humana, no necesita ser extraordinaria para merecer vivirse.
Los humanos no tenemos por qué ser artistas, inventores, genios, súper inteligentes, para tener dignidad, y no solo las gestas heroicas y las proezas merecen la pena ser narradas.
También, puede calificarse esta pretensión como necesaria, porque necesitamos salir del acorchamiento.
Sabemos que existe el paro, la injusticia, las personas que penan para seguir viviendo…
Lo sabemos, pero a no ser que frecuentemos a gente que los padezca, poco a poco, esos infortunios se nos vuelven abstractos.
Y por ello, es necesario recibir de vez en cuando, un pequeño “electroshock” que nos coloque en la realidad.
Se trata pues de recuperar los derechos sociales y laborales básicos, conseguidos a lo largo de décadas de lucha, y decenas de víctimas, mártires como los de Chicago a los que hoy sólo recordamos por tener un día festivo más en el calendario.
Es imprescindible, que se elimine el estigma del profeta solitario, del personaje aislado, en busca de un fin perdido; debemos evitar reír las gracias a quienes llaman a este tipo de historias “batallas de viejo senil”, o a quienes disfrazan de caricaturesco “Don Quijote”, a personas que se dejan la piel por una buena causa general, porque haciendo esto, Ken Loach nos dice que estamos dando la razón al que sólo busca el beneficio individualizado, la privatización, y la supresión de la clase media.
I, Daniel Blake, está destinado al público desligado del problema, aquél que tiene la última palabra, y puede poner voz a los verdaderos héroes.
Héroes que ni tan siquiera se han enterado de que aparecen en una película, porque ellos no van al cine, porque ni siquiera tiene dinero para la entrada.
Así que volvamos al término inicial, el de resistencia, para mantenernos unidos en una oposición ética y política, que nos lleve a una colectividad capaz de construir una defensa eficaz, frente al avance neoliberal.
Pues eso hace I, Daniel Blake, sacudir nuestra modorra, ofrecernos la posibilidad de agrandar nuestra inteligencia emocional y nuestra empatía.
Facilitarnos la comprensión de otras vidas… pues todo lo que se explica en la película, es tristemente una realidad.

“My name is Daniel Blake, I am a man, not a dog.
As such I demand my rights.
I demand you treat me with respect.
I, Daniel Blake, am a citizen, nothing more, nothing less.
Thank you”



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