Reflections in a Golden Eye
“There is a fort in the South where a few years ago a murder was committed”
Lula Carson Smith, fue una escritora estadounidense; cuya ficción explora el aislamiento espiritual de los inadaptados y marginados del Sur de los Estados Unidos de América; y es también, una pionera del tratamiento de temas como el adulterio, la homosexualidad, y el racismo.
Conocida como Carson McCullers, tuvo una existencia cuanto menos complicada y tumultuosa, que incluye una enfermedad de juventud mal diagnosticada, que la mortificaría toda su vida, tendencias lésbicas, y una tormentosa relación, que llegó a casarse con un escritor alcohólico celoso de sus logros literarios, en 2 ocasiones.
Tras dejar sin aliento a la crítica con su flamante primer libro, “The Heart Is A Lonely Hunter” (1940), a la edad de 23; apenas 1 año después, McCullers también causó una honda impresión en el panorama literario de su tiempo, con la novela que hoy se reseña:
“Reflections in a Golden Eye”, cuenta una historia, o más bien, varias historias que discurren dentro de un Fuerte Militar del Sur de Estados Unidos, en tiempo de paz.
Pero las personas que allí conviven, no son precisamente ejemplos de paz interior:
El Capitán Penderton, está harto de su temperamental esposa, Leonora; y parece más interesado por un joven soldado de nombre Williams, fascinado éste por Leonora, a la que espía cuando puede, dando rienda suelta a sus más fetichistas fantasías.
Y Leonora, le pone los cuernos a Penderton con un amigo de éste, Langdon, esposo de la desequilibrada Alison, traumatizada por la muerte de un hijo, y que mantiene una curiosa relación con su criado filipino, Anacleto.
Con esta breve descripción de lo que pasa dentro del peculiar Fuerte Militar, es de esperar que nos vayamos a encontrar con seres complejos y atormentados, entregados a extrañas e insanas pasiones, y lo cierto es que sí:
La novela de McCullers, supura lo que sospechamos; y tematiza, en muchos aspectos, la mirada hacia el otro, en un lugar que no encuentra la correspondencia, y se concreta en el caso de las miradas que cruzan entre sí, sin encontrarse.
En la mirada, se halla entonces la semilla de unas pasiones jamás resueltas, de una fascinación primaria e inexplicable por el otro, algo innominable que se queda siempre en el mero umbral del deseo.
A estos 2 personajes masculinos principales, Penderton y Williams, portadores de la mirada al tiempo que ejecutores de la violencia, vendrían a oponerse los personajes que no encuentran un espacio propio en ese contexto; personajes bajo los cuales subyace un sustrato de odios e impulsos reprimidos, que están llamados a emerger de manera inevitable.
Y parece mentira, que Carson McCullers empleara unos meses en escribirla, porque parece haber surgido de la nada repentinamente, ya formada, con las palabras justas para contar lo que exactamente quiere contar, sin ningún artificio, como si fuera una verdad indiscutible, la que contienen sus páginas.
Así, usando su propio apellido, Carson, y el apellido de su esposo, McCullers, Lula Carson Smith, se convirtió en Carson McCullers para firmar sus libros, pues se sumó a la idea de que, solo mostrando una ficticia identidad masculina, las mujeres podían vender sus obras en un mundo prejuiciado que las menospreciaba muy torpemente…
¡Y qué ironía!
¡Entre los más notables libros que, por millones, leyeron los más machistas hombres de los siglos XIX y XX, un alto porcentaje, fueron escritos realmente por mujeres!
George Eliot, Isak Denisen, Fernán Caballero, George Sand, Michael Strange y muchos otros nombres que enaltecieron la literatura, fueron valientes y calificadas mujeres de diversas partes del mundo, que estuvieron dispuestas a demostrar que, el conocimiento y el talento, no eran exclusividad masculina.
¡¿No es encantadora la manera como, a lo largo de la historia, la mejor parte de la humanidad, se ha mofado siempre de las necedades, represiones y ambiciones de la otra parte?!
El historiador británico, Anthony Slide, considera el libro “Reflections in a Golden Eye” una de las 4 novelas homosexuales conocidas en idioma Inglés, en la primera mitad SXX, las otras 3 son:
“Nightwood” (1936) de Djuna Barnes; “Other Voices, Other Rooms” (1948) de Truman Capote; y “The City and The Pillar” (1948) de Gore Vidal.
Tras varios ataques al corazón, Carson McCullers sufrió un cáncer de mama; y murió en 1967, en el Hospital de Nyack en el Estado de New York, a la edad de 50 años.
“In the loosest sense he is her husband... and in the loosest way she is his wife!”
Reflections in a Golden Eye es un drama del año 1967, dirigido por John Huston.
Protagonizado por Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Brian Keith, Julie Harris, Robert Forster, Zorro David, Irvin Dugan, Fay Sparks, Ed Metzger, Ted Beniades, Jed Curtis, entre otros.
El guión es de Gladys Hill y Chapman Mortimer, basados en la novela homónima de Carson McCullers.
El director, John Huston, quería que McCullers escribiera el guión para la versión cinematográfica, pero estaba demasiado enferma, por lo que fue imposible; tanto que Francis Ford Coppola hizo algunas escrituras sin acreditar; siendo esta, una de las películas favoritas personales del director.
Un historia de sexo, traición y perversión, emplazada en un campo militar, al estilo de las obras de Tennessee Williams.
Rodada en plenos años de la censura cinematografía en EEUU, el film cuenta la historia de un matrimonio en crisis, donde ya no existe pasión, porque el marido es homosexual; y como casi todas las películas enmarcadas en este periodo, vuela sobre ellas la sombra del desencanto y la pérdida de ingenuidad o inocencia.
Pero anteriormente, los productores Harold Hecht y Burt Lancaster, planeaban adaptar el libro en 1956, con un guión del mismo Tennessee Williams con Michael Anderson dirigiendo, pero no llegó a término.
Originalmente, Reflections in a Golden Eye fue estrenada en una versión en la que todas las escenas fueron impregnadas con el color dorado, con un objeto en cada escena, como una rosa, de color normal.
Sin embargo, esa versión desconcertó a la audiencia, así que fue retirada, y una versión normalmente-coloreada, fue estrenada en su lugar.
Se rueda en Long Island, EEUU; y en Roma y alrededores, en Italia.
La acción dramática tiene lugar en una base militar de Georgia, en tono a 1948.
El Comandante Weldon Penderton (Marlon Brando), se ha dedicado a la enseñanza de tácticas militares, mientras que su esposa Leonora (Elizabeth Taylor), prefiere solazarse con El Teniente Coronel Morris Langdon (Brian Keith), amigo de la pareja, y esposo de Alison (Julie Harris), que tienen como criado a una loca llamada Anacleto (Zorro David)
Todo esto lo observa, detalle a detalle, el soldado Ellgee Williams (Robert Forster), un joven que parece fascinado con la bella Leonora, mientras que Penderton comienza a interesarse por cada movimiento del joven soldado.
Penderton es un oficial amanerado, acomplejado, insatisfecho, vejado por su esposa, incapaz de hacerle el amor, un cleptómano fetichista, que acaricia lascivamente los elementos robados; que es en realidad un homosexual reprimido, que vive hastiado, y que encuentra una razón, en la naciente obsesión por un soldado con el que cree haber conectado.
Leonora, su esposa, es una mandona, dominante, y dominatriz, de carácter, promiscua, que humilla y se ríe de la frigidez de su esposo, una avezada amazona que siente conexión con los caballos por ser sementales, lo contrario a su marido, y que entre los 2, se deconstruye una relación nociva.
El Oficial Morris Langdon, símbolo de la machismo arcaico, tiene sometida a su esposa, pues tiene un affaire con Leonora; él es un tipo rudo, y alegre.
Mientras Alison, la esposa de Morris, es una depresiva y neurótica mujer, que llegó a cortarse los pezones al perder a su hijo, y vive atemorizada en su casa, alejada de su esposo, solo con la compañía de su afeminado criado, Anacleto.
El cadete Williams, al que no escuchamos decir palabra, peros sus silencios dicen mucho, es un extraño tipo, con costumbres singulares, como montar a caballo desnudo por el bosque, espiar al matrimonio Penderton, infiltrarse en el dormitorio de Leonora para verla dormir oliendo su ropa interior…
Y Anacleto, es un amanerado con mucha pluma, que se convierte en la muleta de Alison, construyendo entre los 2, un mundo cerrado.
El lírico título del film, Reflections in a Golden Eye, proviene de una acuarela que pinta Anacleto para Alison, en ella se ve un pavo real, símbolo de la fatuidad pomposa, y en él resalta un ojo dorado, alegoría de la fuerza sugestiva tienen en el relato, las miradas:
Miradas de Penderton a Williams, las de Williams a Leonora, las de desprecio de Leonora a su marido, de Williams espiando, las libidinosas miradas de Penderton a objetos robados, en espejos, miradas triste de Alison, para ello, gran importancia tienen las ventanas, todos miran una y otra vez por ellas.
Así las cosas, Reflections in a Golden Eye, desarrolla una historia compleja, en la que se combinan prejuicios, adulterios, homosexualidad, enfermedades mentales, fetichismo, afanes de dominación, tendencias sádicas, deseos insatisfechos y frustraciones.
Con la ayuda de un guión bien escrito, y correctamente estructurado, John Huston construye una historia dramática, que avanza con fluidez, orden y un crescendo impecable.
Pese a la truculencia de los temas que se abordan, la narración se mantiene dentro de los límites de la sobriedad y la elegancia; evita las formas y expresiones propias de los melodramas al uso; no hay sentimientos desbordados, ni reacciones desmelenadas.
El relato, interioriza los sentimientos de los protagonistas, y sitúa el drama en el ámbito de la intimidad personal; y con ello consigue evitar las expresiones explícitas desgarradas, sin perjudicar la intensidad y profundidad de las tensiones, frustraciones e insatisfacciones de los protagonistas.
Es una interesante e infravalorada historia, en la que paradójicamente, el personaje aparentemente desequilibrado, parece resultar el más cuerdo, y es el sacrificado.
“Alcoholics, paresis, senility.
My God.
What a choice crew”
Curiosamente, Reflections in a Golden Eye no se cita como una de las primeras películas que abrieron nuevos caminos hacia El Nuevo Hollywood, siendo muchísimo más transgresora que “The Graduate”, “Bonnie & Clyde”, o “Guess Who's Coming to Dinner”, todas del mismo año.
Por cierto, que “American Beauty” (1999) le debe muchísimo a Reflections in a Golden Eye.
Este melodrama sureño, toca temas tabú para la época, como el voyerismo, la homosexualidad, el adulterio, el fetichismo o la represión sexual, con unos personajes envueltos en una serie de circunstancias, donde se masca la tragedia:
“Hay una fortaleza en El Sur, donde hace algunos años se cometió un asesinato”
Esta es la cita, proveniente de la novela de Carson McCullers, que abre y cierra la obra, una de las mejores de John Huston, y en particular, probablemente la más desasosegante, además de tratarse de un manual de dirección cinematográfica de primer nivel.
Sólo así puede mantenerse un pulso narrativo de tamaña intensidad durante 108 gloriosos minutos, en una historia en la que casi todo lo que sucede, no es más que la punta de varios icebergs, apenas chispas de una serie de conflictos soterrados, que emergen muy puntualmente, pero cuyas eclosiones provocan la tragedia, y que son aludidos velada pero elocuentemente durante todo el metraje, gracias a un inteligente y malicioso empleo de un lenguaje cinematográfico, disfrazado de aparente intrascendencia.
John Huston, dirigió esta adaptación de una novela gótico-sureña, con ambientación militar, que trata diversos aspectos matrimoniales y sexuales con un enfoque extraño y lírico; sea la infidelidad, el voyerismo, la decepción amorosa convertida en tragedia, o la homosexualidad; y crea con la estimable colaboración en la fotografía del italiano Aldo Tonti, conocido por sus colaboraciones con Federico Fellini; e influencias de “La Nouvelle Vague”, una sugerente, enigmática mezcla entre drama psicológico e intriga, otorgando, de forma equilibrada, con buen uso de la simbología y los escenarios, intensidad y paroxismo a unos personajes condicionados por el miedo, la obsesión, el deseo o la represión.
El espectador los conoce tanto por lo que ve de ellos, como por su imagen, o mejor dicho, su reflejo.
Así, El Comandante Weldon Penderton, experto en tácticas militares que imparte clases en un cuartel sureño, es un hombre silencioso, apático, introspectivo, probablemente atormentado, que gusta de cultivar su cuerpo, y de observarse largamente en el espejo, para comprobar la evolución de los resultados.
Indiferente a los encantos y a los apremiantes apetitos de toda clase de su mujer, y más hombre de teoría que de acción, parece más interesado en uno de los soldados de la base:
Williams, un enigmático joven, que se mueve por el cuartel como un sonámbulo.
Y es que Weldon arrastra una compleja personalidad, bajo su aparente disciplina y dureza, sus ansias de parecer un líder, se esconde un hombre reprimido y acomplejado, pero narcisista, que vive humillado en su hogar, y que oculta su homosexualidad como puede.
Su humillación mayor, es la convivencia con Leonora, su mujer.
Una mujer acostumbrada a la vida en el fuerte, pues su padre era militar, a las comodidades, a hacer lo que le da la real gana, y a admirar lo que ella considera “virilidad”
Pero la ausencia de esa masculinidad en su marido, hace que se lo recuerde cada instante, construyendo ambos, una relación insana de dependencia.
Su primera aparición, es en pantalones, con fusta y montando a caballo con maestría.
Todo lo contrario de su señor marido, que es un malísimo jinete.
Por lo que Leonora, ante la inapetencia del marido, busca consuelo en los brazos de Morris Langdon, otro oficial, y buen amigo de Weldon, que encuentra en Leonora, aquello que su mujer, Allison no le da desde que perdieran a su hijo, 3 años atrás.
En apariencia, Morris es sólo un marido aburrido, y un hombre vulgar, un oficial mediocre, sólo interesado por los caballos, pero vive amargado la enfermedad de su esposa, y absorbido por la lujuria que en él despierta la esposa de Weldon.
Allison, sumida en continuas crisis nerviosas y depresivas, y que es tomada por loca por toda la comunidad, aunque no deja de tomar nota de cuanto ocurre a su alrededor, deja pasar los días, y hace planes para el futuro, en compañía de su criado y confidente filipino, Anacleto, un tipo irritante y excéntrico, que saca de sus casillas a Morris, con cada una de sus ideas de bombero, al tiempo que parece monopolizar el verdadero sentir de la mujer.
Morris representa la masculinidad en la figura del militar, pues desprecia la lectura, la música clásica, es un buen jinete…
Por último, el soldado Williams, encerrado en su propia persona, sin interrelacionarse con compañeros o mandos, y cuya única forma de expansión, parece ser, salir a montar a caballo desnudo, y se deja fascinar por Leonora, a la que la comienza a observar obsesivamente, hasta el punto de introducirse furtivamente en la casa, para rebuscar entre su ropa interior…
Y es que el soldado Williams nunca ha visto a una mujer desnuda; pues se había criado en un hogar de hombres solos, y su padre le había enseñado que las mujeres llevaban en su cuerpo una enfermedad maligna y contagiosa, que dejaba a los hombres ciegos, lisiados y condenados al infierno.
Él, pese a la importancia de su intervención en el film, a penas pronuncia una sola palabra a lo largo del metraje; y de ese modo, John Huston persigue uno de los objetivos principales:
Mostrar cómo, y en qué medida, el dolor contenido y el drama soportado en silencio, pueden arruinar la salud física y mental de quienes lo protagonizan.
El silencioso cadete, que realiza trabajos para Weldon, y cuida con esmero al caballo favorito de Leonora, observa la vida de sus superiores, y ronda por su casa.
Siente fascinación por la feminidad de Leonora, y se convierte en habitual, el entrar por las noches en su habitación, y contemplarla mientras toca su ropa, en una clara alusión masturbatoria.
Otro de sus hobbies, es montar a un caballo negro, y cabalgar desnudo por el bosque; no es extraño, algo de zoofilia, pues su primera imagen en Reflections in a Golden Eye, lo capta acariciando al caballo, tras sutilmente comprobar que el animal tiene una enorme erección, que asienta la sonrisa complaciente del soldado.
¿Acaso tenemos el génesis de “Equus” (1977) aquí?
Puestos en claro, el soldado se convierte a la vez, en el objeto del deseo de Weldon; por lo que Reflections in a Golden Eye se mueve continuamente en el terreno de la insinuación y el camuflaje.
Leonora resulta ser el personaje más marcial de todos los que pueblan la base militar, es la que se conduce por el cuartel, fusta en mano, sin vacilar en utilizarla cuando lo cree conveniente; da órdenes al personal de las caballerizas, como si fueran criados más que soldados bajo el mando de su marido, e incluso controla del mismo modo, con una sutil diplomacia basada en las confidencias y la pulsión sexual, al bueno de Morris.
Todos los personajes, danzan a su alrededor, algunos por atracción, Morris y Williams; y otros por repulsión, Weldon y Allison.
Brando, que, cómo no, goza de la ya habitual escena de maltrato personal, en este caso, un caballo desbocado lo arrastra por el bosque, y recibe múltiples heridas, cortes, arañazos y magulladuras, antes de verse lanzado al suelo; más tarde, será la propia Leonora la que le golpee violentamente con la fusta en el rostro, compone con una fenomenal interpretación al hombre atormentado por los secretos, dueño de una doble vida como homosexual latente, que colecciona objetos de recuerdo de los hombres por los que se ha sentido atraído.
El héroe “hustoniano” ya no conquista cosas, tierras o animales, porque ya no se pertenece a sí mismo.
Lo que debe conquistar, es el inmenso terreno de sus secretos; y se convierte en su propio campo de investigación.
Así, con estos personajes, John Huston construye un drama contenido que estalla.
Y con ese poético título, que el sirviente filipino explica y pinta en una de sus raras acuarelas, “el ojo dorado de un pavo real”, nos da la clave de cómo mirar esta historia; porque Huston la construye a base de miradas, y nosotros, los espectadores, también nos convertimos en voyeurs.
Reflections in a Golden Eye, es una película de voyeur.
¿No es una de las definiciones del cineasta, sobre voyeurs que llegan al extremo de sus deseos?
Y los personajes aquí, no dejan de observarse y espiarse unos a otros:
Weldon espía a Williams, Williams a Leonora; Allison no pierde ripio de los encuentros de su marido con Leonora, incluso observa sus juegos de manos bajo la mesa de “blackjack”; descubre a Williams acechando la casa de los Penderton, y desde entonces, está atenta a sus movimientos; y Anacleto toma nota de todo el mundo, y comenta los chismes con su señora.
Y por supuesto, el espectador se convierte en el principal voyeur, no sólo porque asiste al espionaje de los demás, sino porque Huston hace que invada la intimidad de todos los personajes:
Contempla las reflexiones privadas de Weldon con sus recuerdos, y su entrega exagerada al ejercicio físico; presencia los efluvios románticos de Leonora y Morris tras un seto, cuando detienen sus caballos para recoger moras, o componiéndose la ropa y el maquillaje en el asiento de atrás del descapotable de Morris…
Sigue a Williams en su periplo, ya sea en solitario y ligero de ropa, ya por el cuartel, o introduciéndose en la casa de los Weldon; recibe las desencantadas confesiones de Morris; o es testigo directo de las charlas confidenciales de Allison y Anacleto.
Las miradas de Williams a Weldon y a Leonora:
Williams es un personaje que no habla, sólo mira; pero siempre al acecho.
Mira en el interior de las ventanas del hogar de los Penderton.
Mira a Leonora por las noches.
Las miradas de Weldon a su esposa y a su amigo Morris:
Sus miradas a los objetos que guarda como tesoros en una caja en su despacho que desvela sus secretos más ocultos.
Sus miradas en los espejos, y sobre todo al cadete Williams, que se van convirtiendo en las miradas de un hombre enamorado de un objeto del deseo imposible.
Las miradas de la delicada esposa de Morris, que ve la infidelidad de su esposo, que siente la presencia de Williams en casa de sus vecinos… y cómo todo la va hiriendo y alterando hasta que se apaga totalmente.
Este punto de vista múltiple y congruente, sólo puede lograrse gracias a la técnica perfecta que John Huston despliega en la dirección.
La cámara, muda y sorda, pero no ciega, como el ojo dorado de Williams, observa todo desde la perspectiva de un espectador cotilla, dosifica sabiamente la información que transmite al público, predominantemente visual, aunque en ocasiones también verbal, en especial, cuando los personajes hablan del pasado y del presunto trastorno de Allison; acompañada de una luminosa y preciosista fotografía del italiano Aldo Tonti, y de la minimalista pero inquietante música del japonés, Toshiro Mayuzumi, que subraya permanentemente la atmósfera enrarecida, irrespirable, bajo presión, de una caldera en ebullición, a punto de estallar, que Huston crea en interiores opresivos y agobiantes, y que traslada a exteriores nocturnos o a bosques devorados por la maleza.
Y el desenlace, magistral en su concepción y en su resolución visual, juega igualmente con ese doble prisma de espejo, puesto que el asesinato al que se refiere la cita entresacada de la novela, posee una verdad subyacente, que sólo el ejecutante y el público pueden comprender en toda su dimensión.
Y así como los personajes, el ejército es también descrito, como un universo de imbéciles, con sus sentimientos reprimidos.
Aquí todo el mundo se exhibe, se ofrece como espectáculo, y se espía.
Las mujeres son histéricas o locas, mientras la virilidad es una máscara engañosa; por lo que la tragedia se funda rápidamente, en pocas miradas, y todo el mundo se destruirá sin darse cuenta, sin haber sabido expresarse, sin haber comprendido.
En definitiva, John Huston representa un momento clave de la historia del cine, educado en las formas clásicas de la industria hollywoodiense, y fiel a lo largo de toda su carrera, a los calores de humanismo y libertad que exaltó.
Del reparto, el papel del Comandante Penderton, era extremadamente exigente físicamente, y la compañía de seguros que aseguraba la producción, exigía la prueba de que la estrella Montgomery Clift estaba en forma suficiente para el papel, después de sus años de enfermedad.
Su gran amiga, Elizabeth Taylor, confió su sueldo como seguro, para asegurar a Clift para el papel; sin embargo Clift murió posteriormente de un ataque al corazón, antes de que comenzara la filmación, y el papel fue a parar a Marlon Brando; no sin antes haber sido rechazado tanto por Richard Burton como Lee Marvin; antes de que Brando lo aceptara por $750,000 más el 10% de los beneficios.
Aquí Brando logra revelar la auténtica naturaleza de su personaje, solamente con el lenguaje facial y corporal, sin apenas hablar, y a merced de un sobresaliente trabajo de cámara de Huston, que a través de las perspectivas escogidas, consigue fijar sin lugar a dudas, la psicología del personaje, y su adecuada traslación al espectador, como el descubrimiento del soldado Williams tomando el sol desnudo, y la airada reacción de Weldon ante Leonora y Morris; o la forma en que Weldon sigue a Williams al salir de la cantina, o al acabar el combate de boxeo, sus gestos, sus miradas, su forma de caminar, etc.
Aunque la película se establece en 1940, todos los peinados de Elizabeth Taylor, el maquillaje y el vestuario, están fuera de mediados de los años 60.
Y como curiosidad, Marlon Brando y Elizabeth Taylor, retrataron previamente a los amantes de la historia, Marc Antony y Cleopatra en películas separadas:
Brando en “Julius Caesar” (1953), y La Taylor en “Cleopatra” (1963)
En el documental de Turner Classic Movies sobre Marlon Brando, Martin Scorsese dijo que la escena en la que Brando se encuentra frente al espejo hablando solo mientras inspecciona su uniforme de vestir, inspiró el momento infame “Are you talkin' to me?” de Robert De Niro para el filme “Taxi Driver” (1976)
Por su parte, Elizabeth Taylor está radiante como Leonora, rebosa frialdad, cinismo, belleza, nihilismo, crueldad, sadismo, se mueve con una tremenda seguridad en sí misma, arrollando con su fuerza a su pusilánime marido, con lenguaje gestual vibrante.
Colosal cuando se desnuda en la nocturnidad ante su esposo, y sube las escaleras dejando ver su imponente figura, dejándolo iracundo; ella parece flotar, impresionante; o cuando fustiga en el rostro a Penderton, es soberbia.
Brian Keith, la antítesis de Penderton, se muestra racial, visceral, sibilino, manipula a su esposa, y pone los cuernos a su amigo, con un arco de desarrollo que dejará traslucir fragilidad.
Mientras Julie Harris, muy buena en su rol de depresiva, acomplejada, insegura, atormentada, que solo encuentra apoyo en su amanerado criado, con el que tiene una enfermiza relación, maneja de modo virtuoso la mirada para emitir melancolía.
Robert Forster en su debut en cine, da vida al objeto del deseo de Penderton, apenas habla, deja entrever un comportamiento peculiar, de estudio freudiano, voyeur, fetichista, nudista a lo Lady Godiva, su imperturbable rostro da bien con el jeroglífico que es su mente.
En este drama sureño, de reflejos dorados, el espectador retiene en su memoria imágenes potentes imposibles de olvidar:
En una escena, Brando llega del trabajo y sale al jardín, Taylor está sentada en una hamaca.
Ella, una ninfomanía que no se siente correspondida, habla de su caballo, un pura sangre blanco, Firebird.
Él la reprocha ese amor por un animal y ella, levantándose para irse aún tiene tiempo de espetar:
“¡Es un semental!”
La cara que se le queda a Marlo Brando, es tan expresiva, que ya nos pone en aviso.
Reflections in a Golden Eye no ha hecho más que comenzar.
Llama la atención, como el mundo del cine tomó ante la censura, la alegoría de que una partida de cartas es una metáfora de una relación sexual, ejemplo en el final de la oscarizada “The Apartament” (1960) de Billy Wilder, en la que Shirley MacLaine llega al piso de Jack Lemmon, y se ponen a jugar a los naipes.
Wilder quiere hacernos ver, que en realidad van a fornicar…
Otro final, en este caso el de “Viridiana” (1961) de Luis Buñuel, Paco Rabal se pone a jugar a las cartas con 2 mujeres, que en realidad es una insinuación de un “ménage à trois”
Aquí, Leonora y Morris juegan ante la impasible presencia de Penderton, símil de cómo los 2 se acuestan, y este acepta los cuernos.
El cadete Williams, montando desnudo en un caballo negro...
Leonora, desnudándose frente a su marido para ridiculizarle, y subiendo las escaleras de su casa sin ropa, observada desde fuera por el cadete Williams.
Weldon, montando al caballo favorito de su mujer, y como se desboca en una carrera desesperada, cuando logra pararle, pero cae al suelo; ante la humillación vivida en soledad, arremete toda su violencia contra el animal…
Un desnudo Williams, rescata al caballo, y pasa en silencio frente a un Weldon que llora…
Leonora furiosa por cómo se encuentra su caballo en el establo, vuelve a la fiesta que había organizado, y delante de todos, pega a su marido con una fusta.
El oficial Weldon, en una noche de tormenta, se arregla el pelo sentado en su cama, porque espera que su objeto del deseo entre a la habitación…
Y el espectador se convierte en un testigo de una historia lejana y extraña en un fuerte militar del sur, donde hace unos años se cometió un asesinato.
“The barracks room offers many a lesson in courtesy and how not to give offense”
¿Por qué Reflections in a Golden Eye, no fue una película que conectase, o conecte tanto con los espectadores de la época como con los actuales?
¿Por qué es considerada una película extraña, aunque el retrato de perdedores sigue presente, del propio director?
En New York, el llamado “New American Cinema Group”, proclamó en septiembre de 1960, su manifiesto fundacional:
“No queremos películas rosas, sino del color de la sangre”
Ya existía para entonces el cine independiente, “experimental y vanguardista”, nacido con finalidades de subversión, y condenado a vivir en reducidos guetos culturales, resistiéndose a todo encasillamiento, cuyas características son tomadas en cuenta aquí:
Una voluntad de apartarse de los esquemas operativos dominantes de Hollywood; centrado en pocos personajes, y esencialmente emocional; un cine protagonizado por perdedores, seres anónimos, que en definitiva se encuentran confusos, y a lo único que aspiran, es a encontrar su lugar en un mundo que definitivamente no está hecho a su medida; y todo ello, con una inclinación de estos cineastas hacia un universo apegado a la realidad.
Muchas películas del periodo Pre-Nuevo Cine de Hollywood, y durante el periodo del movimiento, refleja el retrato de unos personajes con los que el público no puede identificarse, porque presentan la parte más oscura y desencantada del ser humano.
Y eso ocurre con cada uno de los personajes que son reflejados en un ojo dorado.
“There are friendships formed that are stronger than... stronger than the fear of death.
And they're never lonely.
They're never lonely.
And sometimes I envy them... well, good night”
Lula Carson Smith, fue una escritora estadounidense; cuya ficción explora el aislamiento espiritual de los inadaptados y marginados del Sur de los Estados Unidos de América; y es también, una pionera del tratamiento de temas como el adulterio, la homosexualidad, y el racismo.
Conocida como Carson McCullers, tuvo una existencia cuanto menos complicada y tumultuosa, que incluye una enfermedad de juventud mal diagnosticada, que la mortificaría toda su vida, tendencias lésbicas, y una tormentosa relación, que llegó a casarse con un escritor alcohólico celoso de sus logros literarios, en 2 ocasiones.
Tras dejar sin aliento a la crítica con su flamante primer libro, “The Heart Is A Lonely Hunter” (1940), a la edad de 23; apenas 1 año después, McCullers también causó una honda impresión en el panorama literario de su tiempo, con la novela que hoy se reseña:
“Reflections in a Golden Eye”, cuenta una historia, o más bien, varias historias que discurren dentro de un Fuerte Militar del Sur de Estados Unidos, en tiempo de paz.
Pero las personas que allí conviven, no son precisamente ejemplos de paz interior:
El Capitán Penderton, está harto de su temperamental esposa, Leonora; y parece más interesado por un joven soldado de nombre Williams, fascinado éste por Leonora, a la que espía cuando puede, dando rienda suelta a sus más fetichistas fantasías.
Y Leonora, le pone los cuernos a Penderton con un amigo de éste, Langdon, esposo de la desequilibrada Alison, traumatizada por la muerte de un hijo, y que mantiene una curiosa relación con su criado filipino, Anacleto.
Con esta breve descripción de lo que pasa dentro del peculiar Fuerte Militar, es de esperar que nos vayamos a encontrar con seres complejos y atormentados, entregados a extrañas e insanas pasiones, y lo cierto es que sí:
La novela de McCullers, supura lo que sospechamos; y tematiza, en muchos aspectos, la mirada hacia el otro, en un lugar que no encuentra la correspondencia, y se concreta en el caso de las miradas que cruzan entre sí, sin encontrarse.
En la mirada, se halla entonces la semilla de unas pasiones jamás resueltas, de una fascinación primaria e inexplicable por el otro, algo innominable que se queda siempre en el mero umbral del deseo.
A estos 2 personajes masculinos principales, Penderton y Williams, portadores de la mirada al tiempo que ejecutores de la violencia, vendrían a oponerse los personajes que no encuentran un espacio propio en ese contexto; personajes bajo los cuales subyace un sustrato de odios e impulsos reprimidos, que están llamados a emerger de manera inevitable.
Y parece mentira, que Carson McCullers empleara unos meses en escribirla, porque parece haber surgido de la nada repentinamente, ya formada, con las palabras justas para contar lo que exactamente quiere contar, sin ningún artificio, como si fuera una verdad indiscutible, la que contienen sus páginas.
Así, usando su propio apellido, Carson, y el apellido de su esposo, McCullers, Lula Carson Smith, se convirtió en Carson McCullers para firmar sus libros, pues se sumó a la idea de que, solo mostrando una ficticia identidad masculina, las mujeres podían vender sus obras en un mundo prejuiciado que las menospreciaba muy torpemente…
¡Y qué ironía!
¡Entre los más notables libros que, por millones, leyeron los más machistas hombres de los siglos XIX y XX, un alto porcentaje, fueron escritos realmente por mujeres!
George Eliot, Isak Denisen, Fernán Caballero, George Sand, Michael Strange y muchos otros nombres que enaltecieron la literatura, fueron valientes y calificadas mujeres de diversas partes del mundo, que estuvieron dispuestas a demostrar que, el conocimiento y el talento, no eran exclusividad masculina.
¡¿No es encantadora la manera como, a lo largo de la historia, la mejor parte de la humanidad, se ha mofado siempre de las necedades, represiones y ambiciones de la otra parte?!
El historiador británico, Anthony Slide, considera el libro “Reflections in a Golden Eye” una de las 4 novelas homosexuales conocidas en idioma Inglés, en la primera mitad SXX, las otras 3 son:
“Nightwood” (1936) de Djuna Barnes; “Other Voices, Other Rooms” (1948) de Truman Capote; y “The City and The Pillar” (1948) de Gore Vidal.
Tras varios ataques al corazón, Carson McCullers sufrió un cáncer de mama; y murió en 1967, en el Hospital de Nyack en el Estado de New York, a la edad de 50 años.
“In the loosest sense he is her husband... and in the loosest way she is his wife!”
Reflections in a Golden Eye es un drama del año 1967, dirigido por John Huston.
Protagonizado por Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Brian Keith, Julie Harris, Robert Forster, Zorro David, Irvin Dugan, Fay Sparks, Ed Metzger, Ted Beniades, Jed Curtis, entre otros.
El guión es de Gladys Hill y Chapman Mortimer, basados en la novela homónima de Carson McCullers.
El director, John Huston, quería que McCullers escribiera el guión para la versión cinematográfica, pero estaba demasiado enferma, por lo que fue imposible; tanto que Francis Ford Coppola hizo algunas escrituras sin acreditar; siendo esta, una de las películas favoritas personales del director.
Un historia de sexo, traición y perversión, emplazada en un campo militar, al estilo de las obras de Tennessee Williams.
Rodada en plenos años de la censura cinematografía en EEUU, el film cuenta la historia de un matrimonio en crisis, donde ya no existe pasión, porque el marido es homosexual; y como casi todas las películas enmarcadas en este periodo, vuela sobre ellas la sombra del desencanto y la pérdida de ingenuidad o inocencia.
Pero anteriormente, los productores Harold Hecht y Burt Lancaster, planeaban adaptar el libro en 1956, con un guión del mismo Tennessee Williams con Michael Anderson dirigiendo, pero no llegó a término.
Originalmente, Reflections in a Golden Eye fue estrenada en una versión en la que todas las escenas fueron impregnadas con el color dorado, con un objeto en cada escena, como una rosa, de color normal.
Sin embargo, esa versión desconcertó a la audiencia, así que fue retirada, y una versión normalmente-coloreada, fue estrenada en su lugar.
Se rueda en Long Island, EEUU; y en Roma y alrededores, en Italia.
La acción dramática tiene lugar en una base militar de Georgia, en tono a 1948.
El Comandante Weldon Penderton (Marlon Brando), se ha dedicado a la enseñanza de tácticas militares, mientras que su esposa Leonora (Elizabeth Taylor), prefiere solazarse con El Teniente Coronel Morris Langdon (Brian Keith), amigo de la pareja, y esposo de Alison (Julie Harris), que tienen como criado a una loca llamada Anacleto (Zorro David)
Todo esto lo observa, detalle a detalle, el soldado Ellgee Williams (Robert Forster), un joven que parece fascinado con la bella Leonora, mientras que Penderton comienza a interesarse por cada movimiento del joven soldado.
Penderton es un oficial amanerado, acomplejado, insatisfecho, vejado por su esposa, incapaz de hacerle el amor, un cleptómano fetichista, que acaricia lascivamente los elementos robados; que es en realidad un homosexual reprimido, que vive hastiado, y que encuentra una razón, en la naciente obsesión por un soldado con el que cree haber conectado.
Leonora, su esposa, es una mandona, dominante, y dominatriz, de carácter, promiscua, que humilla y se ríe de la frigidez de su esposo, una avezada amazona que siente conexión con los caballos por ser sementales, lo contrario a su marido, y que entre los 2, se deconstruye una relación nociva.
El Oficial Morris Langdon, símbolo de la machismo arcaico, tiene sometida a su esposa, pues tiene un affaire con Leonora; él es un tipo rudo, y alegre.
Mientras Alison, la esposa de Morris, es una depresiva y neurótica mujer, que llegó a cortarse los pezones al perder a su hijo, y vive atemorizada en su casa, alejada de su esposo, solo con la compañía de su afeminado criado, Anacleto.
El cadete Williams, al que no escuchamos decir palabra, peros sus silencios dicen mucho, es un extraño tipo, con costumbres singulares, como montar a caballo desnudo por el bosque, espiar al matrimonio Penderton, infiltrarse en el dormitorio de Leonora para verla dormir oliendo su ropa interior…
Y Anacleto, es un amanerado con mucha pluma, que se convierte en la muleta de Alison, construyendo entre los 2, un mundo cerrado.
El lírico título del film, Reflections in a Golden Eye, proviene de una acuarela que pinta Anacleto para Alison, en ella se ve un pavo real, símbolo de la fatuidad pomposa, y en él resalta un ojo dorado, alegoría de la fuerza sugestiva tienen en el relato, las miradas:
Miradas de Penderton a Williams, las de Williams a Leonora, las de desprecio de Leonora a su marido, de Williams espiando, las libidinosas miradas de Penderton a objetos robados, en espejos, miradas triste de Alison, para ello, gran importancia tienen las ventanas, todos miran una y otra vez por ellas.
Así las cosas, Reflections in a Golden Eye, desarrolla una historia compleja, en la que se combinan prejuicios, adulterios, homosexualidad, enfermedades mentales, fetichismo, afanes de dominación, tendencias sádicas, deseos insatisfechos y frustraciones.
Con la ayuda de un guión bien escrito, y correctamente estructurado, John Huston construye una historia dramática, que avanza con fluidez, orden y un crescendo impecable.
Pese a la truculencia de los temas que se abordan, la narración se mantiene dentro de los límites de la sobriedad y la elegancia; evita las formas y expresiones propias de los melodramas al uso; no hay sentimientos desbordados, ni reacciones desmelenadas.
El relato, interioriza los sentimientos de los protagonistas, y sitúa el drama en el ámbito de la intimidad personal; y con ello consigue evitar las expresiones explícitas desgarradas, sin perjudicar la intensidad y profundidad de las tensiones, frustraciones e insatisfacciones de los protagonistas.
Es una interesante e infravalorada historia, en la que paradójicamente, el personaje aparentemente desequilibrado, parece resultar el más cuerdo, y es el sacrificado.
“Alcoholics, paresis, senility.
My God.
What a choice crew”
Curiosamente, Reflections in a Golden Eye no se cita como una de las primeras películas que abrieron nuevos caminos hacia El Nuevo Hollywood, siendo muchísimo más transgresora que “The Graduate”, “Bonnie & Clyde”, o “Guess Who's Coming to Dinner”, todas del mismo año.
Por cierto, que “American Beauty” (1999) le debe muchísimo a Reflections in a Golden Eye.
Este melodrama sureño, toca temas tabú para la época, como el voyerismo, la homosexualidad, el adulterio, el fetichismo o la represión sexual, con unos personajes envueltos en una serie de circunstancias, donde se masca la tragedia:
“Hay una fortaleza en El Sur, donde hace algunos años se cometió un asesinato”
Esta es la cita, proveniente de la novela de Carson McCullers, que abre y cierra la obra, una de las mejores de John Huston, y en particular, probablemente la más desasosegante, además de tratarse de un manual de dirección cinematográfica de primer nivel.
Sólo así puede mantenerse un pulso narrativo de tamaña intensidad durante 108 gloriosos minutos, en una historia en la que casi todo lo que sucede, no es más que la punta de varios icebergs, apenas chispas de una serie de conflictos soterrados, que emergen muy puntualmente, pero cuyas eclosiones provocan la tragedia, y que son aludidos velada pero elocuentemente durante todo el metraje, gracias a un inteligente y malicioso empleo de un lenguaje cinematográfico, disfrazado de aparente intrascendencia.
John Huston, dirigió esta adaptación de una novela gótico-sureña, con ambientación militar, que trata diversos aspectos matrimoniales y sexuales con un enfoque extraño y lírico; sea la infidelidad, el voyerismo, la decepción amorosa convertida en tragedia, o la homosexualidad; y crea con la estimable colaboración en la fotografía del italiano Aldo Tonti, conocido por sus colaboraciones con Federico Fellini; e influencias de “La Nouvelle Vague”, una sugerente, enigmática mezcla entre drama psicológico e intriga, otorgando, de forma equilibrada, con buen uso de la simbología y los escenarios, intensidad y paroxismo a unos personajes condicionados por el miedo, la obsesión, el deseo o la represión.
El espectador los conoce tanto por lo que ve de ellos, como por su imagen, o mejor dicho, su reflejo.
Así, El Comandante Weldon Penderton, experto en tácticas militares que imparte clases en un cuartel sureño, es un hombre silencioso, apático, introspectivo, probablemente atormentado, que gusta de cultivar su cuerpo, y de observarse largamente en el espejo, para comprobar la evolución de los resultados.
Indiferente a los encantos y a los apremiantes apetitos de toda clase de su mujer, y más hombre de teoría que de acción, parece más interesado en uno de los soldados de la base:
Williams, un enigmático joven, que se mueve por el cuartel como un sonámbulo.
Y es que Weldon arrastra una compleja personalidad, bajo su aparente disciplina y dureza, sus ansias de parecer un líder, se esconde un hombre reprimido y acomplejado, pero narcisista, que vive humillado en su hogar, y que oculta su homosexualidad como puede.
Su humillación mayor, es la convivencia con Leonora, su mujer.
Una mujer acostumbrada a la vida en el fuerte, pues su padre era militar, a las comodidades, a hacer lo que le da la real gana, y a admirar lo que ella considera “virilidad”
Pero la ausencia de esa masculinidad en su marido, hace que se lo recuerde cada instante, construyendo ambos, una relación insana de dependencia.
Su primera aparición, es en pantalones, con fusta y montando a caballo con maestría.
Todo lo contrario de su señor marido, que es un malísimo jinete.
Por lo que Leonora, ante la inapetencia del marido, busca consuelo en los brazos de Morris Langdon, otro oficial, y buen amigo de Weldon, que encuentra en Leonora, aquello que su mujer, Allison no le da desde que perdieran a su hijo, 3 años atrás.
En apariencia, Morris es sólo un marido aburrido, y un hombre vulgar, un oficial mediocre, sólo interesado por los caballos, pero vive amargado la enfermedad de su esposa, y absorbido por la lujuria que en él despierta la esposa de Weldon.
Allison, sumida en continuas crisis nerviosas y depresivas, y que es tomada por loca por toda la comunidad, aunque no deja de tomar nota de cuanto ocurre a su alrededor, deja pasar los días, y hace planes para el futuro, en compañía de su criado y confidente filipino, Anacleto, un tipo irritante y excéntrico, que saca de sus casillas a Morris, con cada una de sus ideas de bombero, al tiempo que parece monopolizar el verdadero sentir de la mujer.
Morris representa la masculinidad en la figura del militar, pues desprecia la lectura, la música clásica, es un buen jinete…
Por último, el soldado Williams, encerrado en su propia persona, sin interrelacionarse con compañeros o mandos, y cuya única forma de expansión, parece ser, salir a montar a caballo desnudo, y se deja fascinar por Leonora, a la que la comienza a observar obsesivamente, hasta el punto de introducirse furtivamente en la casa, para rebuscar entre su ropa interior…
Y es que el soldado Williams nunca ha visto a una mujer desnuda; pues se había criado en un hogar de hombres solos, y su padre le había enseñado que las mujeres llevaban en su cuerpo una enfermedad maligna y contagiosa, que dejaba a los hombres ciegos, lisiados y condenados al infierno.
Él, pese a la importancia de su intervención en el film, a penas pronuncia una sola palabra a lo largo del metraje; y de ese modo, John Huston persigue uno de los objetivos principales:
Mostrar cómo, y en qué medida, el dolor contenido y el drama soportado en silencio, pueden arruinar la salud física y mental de quienes lo protagonizan.
El silencioso cadete, que realiza trabajos para Weldon, y cuida con esmero al caballo favorito de Leonora, observa la vida de sus superiores, y ronda por su casa.
Siente fascinación por la feminidad de Leonora, y se convierte en habitual, el entrar por las noches en su habitación, y contemplarla mientras toca su ropa, en una clara alusión masturbatoria.
Otro de sus hobbies, es montar a un caballo negro, y cabalgar desnudo por el bosque; no es extraño, algo de zoofilia, pues su primera imagen en Reflections in a Golden Eye, lo capta acariciando al caballo, tras sutilmente comprobar que el animal tiene una enorme erección, que asienta la sonrisa complaciente del soldado.
¿Acaso tenemos el génesis de “Equus” (1977) aquí?
Puestos en claro, el soldado se convierte a la vez, en el objeto del deseo de Weldon; por lo que Reflections in a Golden Eye se mueve continuamente en el terreno de la insinuación y el camuflaje.
Leonora resulta ser el personaje más marcial de todos los que pueblan la base militar, es la que se conduce por el cuartel, fusta en mano, sin vacilar en utilizarla cuando lo cree conveniente; da órdenes al personal de las caballerizas, como si fueran criados más que soldados bajo el mando de su marido, e incluso controla del mismo modo, con una sutil diplomacia basada en las confidencias y la pulsión sexual, al bueno de Morris.
Todos los personajes, danzan a su alrededor, algunos por atracción, Morris y Williams; y otros por repulsión, Weldon y Allison.
Brando, que, cómo no, goza de la ya habitual escena de maltrato personal, en este caso, un caballo desbocado lo arrastra por el bosque, y recibe múltiples heridas, cortes, arañazos y magulladuras, antes de verse lanzado al suelo; más tarde, será la propia Leonora la que le golpee violentamente con la fusta en el rostro, compone con una fenomenal interpretación al hombre atormentado por los secretos, dueño de una doble vida como homosexual latente, que colecciona objetos de recuerdo de los hombres por los que se ha sentido atraído.
El héroe “hustoniano” ya no conquista cosas, tierras o animales, porque ya no se pertenece a sí mismo.
Lo que debe conquistar, es el inmenso terreno de sus secretos; y se convierte en su propio campo de investigación.
Así, con estos personajes, John Huston construye un drama contenido que estalla.
Y con ese poético título, que el sirviente filipino explica y pinta en una de sus raras acuarelas, “el ojo dorado de un pavo real”, nos da la clave de cómo mirar esta historia; porque Huston la construye a base de miradas, y nosotros, los espectadores, también nos convertimos en voyeurs.
Reflections in a Golden Eye, es una película de voyeur.
¿No es una de las definiciones del cineasta, sobre voyeurs que llegan al extremo de sus deseos?
Y los personajes aquí, no dejan de observarse y espiarse unos a otros:
Weldon espía a Williams, Williams a Leonora; Allison no pierde ripio de los encuentros de su marido con Leonora, incluso observa sus juegos de manos bajo la mesa de “blackjack”; descubre a Williams acechando la casa de los Penderton, y desde entonces, está atenta a sus movimientos; y Anacleto toma nota de todo el mundo, y comenta los chismes con su señora.
Y por supuesto, el espectador se convierte en el principal voyeur, no sólo porque asiste al espionaje de los demás, sino porque Huston hace que invada la intimidad de todos los personajes:
Contempla las reflexiones privadas de Weldon con sus recuerdos, y su entrega exagerada al ejercicio físico; presencia los efluvios románticos de Leonora y Morris tras un seto, cuando detienen sus caballos para recoger moras, o componiéndose la ropa y el maquillaje en el asiento de atrás del descapotable de Morris…
Sigue a Williams en su periplo, ya sea en solitario y ligero de ropa, ya por el cuartel, o introduciéndose en la casa de los Weldon; recibe las desencantadas confesiones de Morris; o es testigo directo de las charlas confidenciales de Allison y Anacleto.
Las miradas de Williams a Weldon y a Leonora:
Williams es un personaje que no habla, sólo mira; pero siempre al acecho.
Mira en el interior de las ventanas del hogar de los Penderton.
Mira a Leonora por las noches.
Las miradas de Weldon a su esposa y a su amigo Morris:
Sus miradas a los objetos que guarda como tesoros en una caja en su despacho que desvela sus secretos más ocultos.
Sus miradas en los espejos, y sobre todo al cadete Williams, que se van convirtiendo en las miradas de un hombre enamorado de un objeto del deseo imposible.
Las miradas de la delicada esposa de Morris, que ve la infidelidad de su esposo, que siente la presencia de Williams en casa de sus vecinos… y cómo todo la va hiriendo y alterando hasta que se apaga totalmente.
Este punto de vista múltiple y congruente, sólo puede lograrse gracias a la técnica perfecta que John Huston despliega en la dirección.
La cámara, muda y sorda, pero no ciega, como el ojo dorado de Williams, observa todo desde la perspectiva de un espectador cotilla, dosifica sabiamente la información que transmite al público, predominantemente visual, aunque en ocasiones también verbal, en especial, cuando los personajes hablan del pasado y del presunto trastorno de Allison; acompañada de una luminosa y preciosista fotografía del italiano Aldo Tonti, y de la minimalista pero inquietante música del japonés, Toshiro Mayuzumi, que subraya permanentemente la atmósfera enrarecida, irrespirable, bajo presión, de una caldera en ebullición, a punto de estallar, que Huston crea en interiores opresivos y agobiantes, y que traslada a exteriores nocturnos o a bosques devorados por la maleza.
Y el desenlace, magistral en su concepción y en su resolución visual, juega igualmente con ese doble prisma de espejo, puesto que el asesinato al que se refiere la cita entresacada de la novela, posee una verdad subyacente, que sólo el ejecutante y el público pueden comprender en toda su dimensión.
Y así como los personajes, el ejército es también descrito, como un universo de imbéciles, con sus sentimientos reprimidos.
Aquí todo el mundo se exhibe, se ofrece como espectáculo, y se espía.
Las mujeres son histéricas o locas, mientras la virilidad es una máscara engañosa; por lo que la tragedia se funda rápidamente, en pocas miradas, y todo el mundo se destruirá sin darse cuenta, sin haber sabido expresarse, sin haber comprendido.
En definitiva, John Huston representa un momento clave de la historia del cine, educado en las formas clásicas de la industria hollywoodiense, y fiel a lo largo de toda su carrera, a los calores de humanismo y libertad que exaltó.
Del reparto, el papel del Comandante Penderton, era extremadamente exigente físicamente, y la compañía de seguros que aseguraba la producción, exigía la prueba de que la estrella Montgomery Clift estaba en forma suficiente para el papel, después de sus años de enfermedad.
Su gran amiga, Elizabeth Taylor, confió su sueldo como seguro, para asegurar a Clift para el papel; sin embargo Clift murió posteriormente de un ataque al corazón, antes de que comenzara la filmación, y el papel fue a parar a Marlon Brando; no sin antes haber sido rechazado tanto por Richard Burton como Lee Marvin; antes de que Brando lo aceptara por $750,000 más el 10% de los beneficios.
Aquí Brando logra revelar la auténtica naturaleza de su personaje, solamente con el lenguaje facial y corporal, sin apenas hablar, y a merced de un sobresaliente trabajo de cámara de Huston, que a través de las perspectivas escogidas, consigue fijar sin lugar a dudas, la psicología del personaje, y su adecuada traslación al espectador, como el descubrimiento del soldado Williams tomando el sol desnudo, y la airada reacción de Weldon ante Leonora y Morris; o la forma en que Weldon sigue a Williams al salir de la cantina, o al acabar el combate de boxeo, sus gestos, sus miradas, su forma de caminar, etc.
Aunque la película se establece en 1940, todos los peinados de Elizabeth Taylor, el maquillaje y el vestuario, están fuera de mediados de los años 60.
Y como curiosidad, Marlon Brando y Elizabeth Taylor, retrataron previamente a los amantes de la historia, Marc Antony y Cleopatra en películas separadas:
Brando en “Julius Caesar” (1953), y La Taylor en “Cleopatra” (1963)
En el documental de Turner Classic Movies sobre Marlon Brando, Martin Scorsese dijo que la escena en la que Brando se encuentra frente al espejo hablando solo mientras inspecciona su uniforme de vestir, inspiró el momento infame “Are you talkin' to me?” de Robert De Niro para el filme “Taxi Driver” (1976)
Por su parte, Elizabeth Taylor está radiante como Leonora, rebosa frialdad, cinismo, belleza, nihilismo, crueldad, sadismo, se mueve con una tremenda seguridad en sí misma, arrollando con su fuerza a su pusilánime marido, con lenguaje gestual vibrante.
Colosal cuando se desnuda en la nocturnidad ante su esposo, y sube las escaleras dejando ver su imponente figura, dejándolo iracundo; ella parece flotar, impresionante; o cuando fustiga en el rostro a Penderton, es soberbia.
Brian Keith, la antítesis de Penderton, se muestra racial, visceral, sibilino, manipula a su esposa, y pone los cuernos a su amigo, con un arco de desarrollo que dejará traslucir fragilidad.
Mientras Julie Harris, muy buena en su rol de depresiva, acomplejada, insegura, atormentada, que solo encuentra apoyo en su amanerado criado, con el que tiene una enfermiza relación, maneja de modo virtuoso la mirada para emitir melancolía.
Robert Forster en su debut en cine, da vida al objeto del deseo de Penderton, apenas habla, deja entrever un comportamiento peculiar, de estudio freudiano, voyeur, fetichista, nudista a lo Lady Godiva, su imperturbable rostro da bien con el jeroglífico que es su mente.
En este drama sureño, de reflejos dorados, el espectador retiene en su memoria imágenes potentes imposibles de olvidar:
En una escena, Brando llega del trabajo y sale al jardín, Taylor está sentada en una hamaca.
Ella, una ninfomanía que no se siente correspondida, habla de su caballo, un pura sangre blanco, Firebird.
Él la reprocha ese amor por un animal y ella, levantándose para irse aún tiene tiempo de espetar:
“¡Es un semental!”
La cara que se le queda a Marlo Brando, es tan expresiva, que ya nos pone en aviso.
Reflections in a Golden Eye no ha hecho más que comenzar.
Llama la atención, como el mundo del cine tomó ante la censura, la alegoría de que una partida de cartas es una metáfora de una relación sexual, ejemplo en el final de la oscarizada “The Apartament” (1960) de Billy Wilder, en la que Shirley MacLaine llega al piso de Jack Lemmon, y se ponen a jugar a los naipes.
Wilder quiere hacernos ver, que en realidad van a fornicar…
Otro final, en este caso el de “Viridiana” (1961) de Luis Buñuel, Paco Rabal se pone a jugar a las cartas con 2 mujeres, que en realidad es una insinuación de un “ménage à trois”
Aquí, Leonora y Morris juegan ante la impasible presencia de Penderton, símil de cómo los 2 se acuestan, y este acepta los cuernos.
El cadete Williams, montando desnudo en un caballo negro...
Leonora, desnudándose frente a su marido para ridiculizarle, y subiendo las escaleras de su casa sin ropa, observada desde fuera por el cadete Williams.
Weldon, montando al caballo favorito de su mujer, y como se desboca en una carrera desesperada, cuando logra pararle, pero cae al suelo; ante la humillación vivida en soledad, arremete toda su violencia contra el animal…
Un desnudo Williams, rescata al caballo, y pasa en silencio frente a un Weldon que llora…
Leonora furiosa por cómo se encuentra su caballo en el establo, vuelve a la fiesta que había organizado, y delante de todos, pega a su marido con una fusta.
El oficial Weldon, en una noche de tormenta, se arregla el pelo sentado en su cama, porque espera que su objeto del deseo entre a la habitación…
Y el espectador se convierte en un testigo de una historia lejana y extraña en un fuerte militar del sur, donde hace unos años se cometió un asesinato.
“The barracks room offers many a lesson in courtesy and how not to give offense”
¿Por qué Reflections in a Golden Eye, no fue una película que conectase, o conecte tanto con los espectadores de la época como con los actuales?
¿Por qué es considerada una película extraña, aunque el retrato de perdedores sigue presente, del propio director?
En New York, el llamado “New American Cinema Group”, proclamó en septiembre de 1960, su manifiesto fundacional:
“No queremos películas rosas, sino del color de la sangre”
Ya existía para entonces el cine independiente, “experimental y vanguardista”, nacido con finalidades de subversión, y condenado a vivir en reducidos guetos culturales, resistiéndose a todo encasillamiento, cuyas características son tomadas en cuenta aquí:
Una voluntad de apartarse de los esquemas operativos dominantes de Hollywood; centrado en pocos personajes, y esencialmente emocional; un cine protagonizado por perdedores, seres anónimos, que en definitiva se encuentran confusos, y a lo único que aspiran, es a encontrar su lugar en un mundo que definitivamente no está hecho a su medida; y todo ello, con una inclinación de estos cineastas hacia un universo apegado a la realidad.
Muchas películas del periodo Pre-Nuevo Cine de Hollywood, y durante el periodo del movimiento, refleja el retrato de unos personajes con los que el público no puede identificarse, porque presentan la parte más oscura y desencantada del ser humano.
Y eso ocurre con cada uno de los personajes que son reflejados en un ojo dorado.
“There are friendships formed that are stronger than... stronger than the fear of death.
And they're never lonely.
They're never lonely.
And sometimes I envy them... well, good night”
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