The Spiral Staircase
“Murderer, you killed them.
You killed them all”
Ante la amenaza Nazi, son muchos los cineastas europeos que emigran a Estados Unidos; y durante los años 40 y 50, directores de la talla de Fritz Lang, Otto Preminger, Edgar G. Ulmer o Billy Wilder, se convierten en dueños y señores de un género:
El cine negro, que se trata de películas marcadas por los claroscuros, provenientes del expresionismo alemán, y por la figura de la “femme fatale”, de origen francés.
Los personajes de estas historias, se obsesionan por el poder, tanto económico, como la sumisión del amante incontrolable.
El fatal destino, está presente en los films, como ocurre en la obra maestra “Sunset Boulevard” (1950) de Billy Wilder, la cual comienza con el desenlace de la historia:
El protagonista, es hallado muerto flotando en una piscina…
Al igual que Norma Desmond en el film de Wilder, uno de estos cineastas emigrantes, ha caído en el olvido, y se trata de Robert Siodmak.
En sus obras, se muestra una iluminación dominada por los contrastes, como si se tratase de una pugna de luces, una lucha entre el bien y el mal; asimismo, aporta una gran fuerza visual, como en “The Spiral Staircase” (1946)
Sin duda, este cineasta trata en sus obras, relaciones fraternales como enfermizas, en las cuáles, una persona absorbe la energía de la otra, como si se tratase de un vampiro emocional.
De esta manera, la visión del mundo de Siodmak, está poblado de crueldad, traición y en ocasiones, violencia física.
Claro que como todo en la vida no puede acabar bien, el director terminó por salir casi como había entrado, por la puerta falsa, perseguido por el paranoico Comité de Actividades Antiestadounidenses.
“Well, in that event, Constable, I certainly can't do her any harm”
The Spiral Staircase es una película de suspense y terror, del año 1946, dirigida por Robert Siodmak.
Protagonizada por Dorothy McGuire, George Brent, Kent Smith, Ethel Barrymore, Rhys Williams, Rhonda Fleming, Elsa Lanchester, Sara Allgood, Gordon Oliver, entre otros.
El guión es de Mel Dinelli, basado en la novela “Some Must Watch”, publicada en 1933 por Ethel Lina White, que se ha convertido en un clásico del cine de suspense; aunque ahora ella se ha desvanecido en la oscuridad, en su día, fue tan conocida como escritores de la talla de Dorothy L. Sayers y Agatha Christie.
Pese a que se le han buscado semejanzas con la obra de Hitchcock, sus resortes de angustia son muy distintos, y se basan en la tradición germánica de su director, tanto en la concepción formal, de sobrecogedores claroscuros; como en la densidad anímica.
De The Spiral Staircase se dijo que “Hitchcock no lo hubiera hecho mejor”, de hecho, Hitchcock filmó “The Lady Vanishes” (1938) de la obra de White, llamada “The Wheel Spins” (1936)
Y es que Robert Siodmak, es uno de los directores alemanes que llegó a los Estados Unidos, y se convirtió en los años 40, en uno de los más reputados directores del panorama cinematográfico, especialmente en el cine negro.
De su época dorada, podíamos citar varias películas, pero no cabe duda que The Spiral Staircase es uno de sus títulos más significativos.
Estamos ante una historia que homenajea el cine expresionista alemán, con grandes dosis de suspenses, e incluso gotas de terror gótico, todo ello regado con el psicoanálisis tan vigente en el momento.
El guionista, Mel Dinelli, conjuga todo el argumento, sumergiendo al público en una historia con tintes criminalistas, entremezclada con alguna que otra influencia bizarra, llevando los diálogos a límites teatrales, aprovechando que la acción se desarrolla en un mismo tiempo y lugar.
El famoso productor, David O. Selznick, participó en la película aunque no está acreditado, y era por contrato, propietario de los derechos sobre la película, posteriormente a su exhibición inicial por la RKO; que como muchas otras películas de su filmografía, The Spiral Staircase hoy es propiedad de Disney.
Siendo nominada al Oscar como mejor actriz de reparto para Ethel Barrymore; en su producción se usó el título de trabajo “The Silence of Helen McCord”, siendo filmada en Detroit, Michigan, entre agosto y octubre de 1945.
La acción sigue a Helen (Dorothy McGuire), una joven muda que trabaja en una gran mansión como criada de una anciana enferma:
Mrs. Warren (Ethel Barrymore); y con ella, vive el resto del servicio y sus 2 hijos:
El Profesor Albert (George Brent) y Steven (Gordon Oliver)
La vida parece transcurrir apacible y tranquila, aunque si observamos bien a los personajes, podemos encontrar pequeñas pistas que nos inducen a pensar que, bajo esa capa de paz y rutina, se esconden pasiones reprimidas a punto de estallar, por ejemplo:
El doctor, del que no tardamos mucho en darnos cuenta de que está enamorado de Helen; Albert y Steve, en el pasado despreciados por su padre a causa de su carácter pusilánime y débil respectivamente; la criada amiga de echarse unos tragos, interpretada por Elsa Lanchester; o las verdaderas razones por las que Helen dejó de hablar…
Sin embargo, la paz que parece reinar en la casa, no se extiende más allá de la puerta de la calle, porque en la ciudad, un asesino anda suelto.
Varias mujeres han sido asesinadas, y misteriosamente, todas ellas parecen compartir una característica que las hace más llamativas para el criminal, y quizá el verdadero motivo por el que son asesinadas:
Todas ellas presentan algún defecto físico.
Por lo que Mrs. Warren se preocupa por la seguridad de su bella sirvienta, y junto al Doctor Parry (Kent Smith), intentan ponerla a salvo, ante el temor de que sea una de las próximas víctimas.
Después del último asesinato, se desencadena una tormenta, dejando sitiados en la casa a todos sus ocupantes, sin saber que el asesino, también se ha quedado encerrado con ellos…
La tenebrosa fotografía de Nicholas Musuraca, rozando el tenebrismo, el expresionismo alemán, y las pinturas de George de La Tour, son el máximo exponente del cine de terror, muchas veces resumido en la luz y en el sonido.
La cuidada puesta en escena, aprovechando los decorados de Orson Welles en “The Magnificent Ambersons” (1942), el preciso uso del atrezzo, la música de Roy Webb, y un magnífico reparto, encabezado por una convincente Dorothy McGuire, que inicialmente se habló de Ingrid Bergman para el papel; y una entrañable Ethel Barrymore, son los puntos fuertes de este clásico.
Todo un caudal de intenciones cinéfilas, en cada escena, rebosa expresionismo alemán por los cuatro costados:
Claroscuros, sombras y una cuidada fotografía en blanco y negro, con una arrolladora narrativa, en la que casi no da tiempo a enfilar el argumento cuando de repente termina la cinta, y uno se da cuenta de que acaba de ver una obra maestra, con todos los tintes del cine de terror gótico, plagado de tormentas, viento, ventanas y puertas chirriantes.
Un complot cinematográfico, del mejor calibre.
“The only thing that keeps me from cracking you in the jaw is the almost certain possibility that it would break your neck”
Es incomprensible, que un director del talento de Robert Siodmak, nunca haya recibido el reconocimiento que merece; sobre todo, si tenemos en cuenta que en su filmografía, destacan joyas como la película que nos ocupa, razones más que suficientes para reivindicar a este magnífico cineasta.
Estamos frente a una película pionera, donde el ojo del asesino en un plano detalle distorsionado, forjó la cámara psicológica, casi por primera vez, y una secuencia como la de la chica muda frente al teléfono, crispó los nervios a toda una generación.
Los complejos conceptos expresados, así como los grandes temas simbólicos a los que hace referencia, la escalera de caracol como metáfora de nuestro yo interior, del descenso al infierno personal, junto a lo que es normal y lo que no; a las falsas apariencias, al nazismo y racismo crecientes en Europa; así como también de la supremacía de la raza, el odio hacia la imperfección, y la absoluta falta de empatía y compasión que encarna el asesino, imagen de ese régimen nazi que dejó atrás el director Robert Siodmak, se resumen en un desenlace hoy en día algo previsible, pero que tiene sus aciertos en el suspense que se crea en ese microclima que va encerrando a la protagonista en su mundo, y en la casa, alejándola cada vez más del resto, dejándola a merced del asesino.
La intriga, se desarrolla en 1916, en una mansión rural de Nueva Inglaterra.
El tiempo narrativo, transcurre en una sola noche, donde la protagonista, Helen, que tiene una mudez traumática infantil, que le impide articular palabras, y es el objetivo de un psicópata asesino, al que le ha dado por matar mujeres con algún defecto físico.
Los personajes con problemas de audición y lenguaje en el cine, son los que más tardíamente hacen su aparición.
Sin duda, esto tiene que ver con el hecho de que en la historia del cine, fueron los últimos en ser representados, habida cuenta de las características del cine hasta los años 30, donde la mayoría de las películas no tenían sonido alguno, más allá del acompañamiento musical, haciendo más difícil la inclusión de personajes sordos o mudos.
En The Spiral Staircase, se utiliza por primera vez en el cine, un estereotipo que posteriormente será muy utilizado:
El de la víctima muda, que no puede avisar del peligro que está sufriendo, generando de esta forma, tensión en el espectador.
A pesar de este rasgo de originalidad, la muchacha con discapacidad, nos es presentada aquí con todos los malos hábitos que ha utilizado el cine hasta la fecha:
Sobreprotección, falta de toma de decisiones, comunicación unidireccional, estereotipo de dulce inocente, etc., inclusive, una discapacidad temporal que será superada…
Robert Siodmak, quiere resaltar con esta trama, la interacción que existe entre la representación visual y sonora, para conformar un personaje.
Helen es representada, mediante la puesta en escena, como una chica cuyo trauma la llevó a perder la voz en el pasado, lo que la pone en peligro ante el asesino que la persigue.
Podría decirse desde nuestra perspectiva actual, que el varón, “el ojo que la sigue”, domina a la fémina, ya que esta no puede ni hablar, no tiene ni voz ni voto en la sociedad patriarcal, tal y como se representa en el largometraje.
Sin embargo, nos encontramos en contraposición al personaje de Mrs. Warren.
Se trata de la mujer/monstruo, la madre adoptiva del asesino, en su faceta de mujer poderosa y madre abyecta.
El público, no simpatiza con este personaje, ya que aparece o simboliza un monstruo castrante, llegando a matar a su hijo, para defender a la desprotegida Helen.
Cabe destacar el hecho de que, al revés que Helen, no para de hablar en todo el film, aunque sus palabras se tomen como el desvarío de una anciana enferma.
Del mismo modo, la escena del espejo es reveladora de esta idea expuesta, puesto que Helen se ve en su efigie de género, sin poder identificarse con el cuerpo mudo que tiene delante.
La joven, es una apuesta dama en edad de merecer con dotes para la enfermería y que radia ternura allí donde vaya, un claro prototipo de futura esposa abnegada.
Estos 2 prototipos de la femineidad, derivaban del código ético que los directores de Hollywood debían seguir para poder filmar sus obras.
El gran acierto de Siodmak, descansa en el hecho de alterar estas representaciones consensuadas en la industria de los años 40, dando lugar a un intencionado engaño.
Se crea el suspense, en cuanto el espectador, guiado por el director, lee erróneamente la imagen proyectada.
Tanto las acciones, como la apariencia física, deben ser leídas por el espectador a través de las distintas secuencias de la película, hasta que el misterio es resuelto.
Helen no padece una deficiencia como tal, dado que está provocada por su yo interior, incapaz de superar la trágica muerte de sus padres.
Del mismo modo, existe cierta ambigüedad sobre el personaje.
No queda al espectador del todo claro, de si trata de un acto de rebeldía o un trauma, pero sí que se pone de manifiesto, que por ese motivo en concreto, Helen no puede casarse con el médico.
El Yo en la película, se reconcilia con su imagen, cuando el asesino muere, y ella se ve obligada a llamar por teléfono, y dar cuenta de lo sucedido mientras pronuncia en alto un “I” identificativo.
Es el sonido, el que une las parte externas/visuales de la protagonista, con su parte interna/vocal.
El final abierto, no nos muestra que ocurre con la futura Helen, si acaba por contraer matrimonio con el apuesto médico, o si subvierte el orden establecido, pero consigue recobrar la voz para poder crear una nueva mujer.
El personaje, a través de la voz, del sonido, recupera su identidad.
Otro “personaje”, es la casa.
Es interesante el uso que hace Siodmak de un espacio tradicionalmente reservado a la mujer, ya que es ahí donde se desarrolla la mayor parte de la acción, creando un espacio cerrado, angustioso, en donde el asesinato se va a conjurar.
La ornamentación victoriana, junto con los juegos de luces, desempeña un papel crucial a la hora de crear suspense.
La oscuridad de las diferentes estancias, ayuda a crear la atmósfera de inquietud y misterio propia del “cine noir”
También, se ha de tener en cuenta la ordenación de la vivienda por la escalera de caracol, que separa la vida/primer piso; de la muerte/segundo piso, donde encuentra a la secretaria Blanche estrangulada.
La novedad del director, es que Helen se encuentra así misma, en un espacio hostil, en la que su vida corre peligro.
Sin embargo, hay un elemento, la consabida escalera de caracol, que también cobra un protagonismo único, uniendo los distintos niveles de la mansión donde se desarrolla la acción.
Al igual que el cangrejo, también el caracol está considerado como un símbolo lunar, ya que, lo mismo que esta luminaria atraviesa por diversas fases, el caracol alarga y acorta sus tentáculos de forma alternativa.
Por ello, el simbolismo de este animal, es rico en interpretaciones, aunque por lo general, se le asocia a la continua transformación y evolución constantes; y aquí como escalera, también simboliza el oído, como órgano receptor del habla:
Lo que Helen no posee “por voluntad”
El director Robert Siodmak, incrementa el terror añadiendo algunas pistas falsas, y unos recurrentes aspectos propios del género, como la oscuridad de la tormentosa noche, y antiguos recursos de iluminación, creando las sombras, los sonidos y la atmósfera perfecta para acrecentar la tensión y el suspense; con escenarios victorianos, atmósfera gótica, y unos personajes muy bien tratados:
Helen, la chica muda a causa de un shock infantil; Parry, un bravo doctor de pueblo enamorado de Helen; Albert, un tranquilo profesor que comparte con su hermanastro Steve, un pasado marcado por el desprecio de su padre, un hombre fuerte y mujeriego, que no admitía la debilidad de sus hijos; y la madre de éstos, que permanece en reposo por una enfermedad que le mantiene al cuidado de una entrañable enfermera, y unos simpáticos caseros, con la inolvidable Elsa Lanchester, haciendo de ama de llaves.
Stephen, es el playboy, en el que recaen toda la culpabilidad por sus continuas desapariciones; y que sale representado como perverso, por carecer de virtudes masculinas.
Helen lo encierra en el sótano, cuando descubre el cuerpo de Blanche, poniéndose ella misma en peligro.
Y es que los hombres que quedan en la casa, no pueden ayudar a Helen:
El marido de la cocinera, sale a hacer un recado; y el doctor Perry, la figura con más actitudes varoniles del largometraje, tiene que asistir una urgencia...
Del mismo modo, las féminas tampoco salen bien paradas:
La cocinera, en el momento de mayor tensión, se emborracha; la enfermera que cuida de la propietaria de la casa, se despide la misma noche, por no ser respetada casi por nadie de la casa.
Ambas mujeres, encarnan la antítesis del concepto que se tenía de la belleza.
Estas faltas de cualidades femeninas, hacen que pierdan el interés de los espectadores en un primer momento.
Ello no sólo ocurre con el espectador, ya que el propio asesino ignora a este tipo de personaje, centrando su deseo en mujeres jóvenes, que sufren de una deficiencia.
Los crímenes, del mismo modo, son promovidos por la necesidad patológica de poseer al sexo débil, a la par que hermoso.
El director, plantea también la atracción que se crea en el espectador, cuando se mimetiza con la visión del asesino.
Uno de los momentos de mayor belleza estética, es el estrangulamiento de la secretaria, que yace en la oscuridad del sótano, entre maletas almacenadas.
Su error, haber decido abandonarle por su propio hermano, en un acto propio de “femme fatale”
Helen, por tanto, se enfrenta sola al asesino, al terror de ser reducida a una mera imagen, tanto en la pantalla, como fuera de ella.
Robert Siodmak, juega sus cartas con gran habilidad en este “thriller” psicológico; encierra a sus personajes en una mansión durante una noche de tormenta, y los maneja como títeres, buscando siempre el conflicto entre unos y otros.
El director alemán, tiene la suficiente confianza en sí mismo, como para ir desarrollando la historia con el ritmo adecuado, sin precipitarse, tejiendo una tela de araña en la que, cuando queremos darnos cuenta, hemos quedado atrapados sin remisión.
Las relaciones entre los diferentes personajes, son lo suficientemente interesantes, como para que el espectador se sienta atraído hacia ellas, en una primera e inocente lectura; ésta desvía la atención de lo que verdaderamente importa:
El asesino.
Pero también son lo suficientemente complejas, como para que su posterior evolución contribuya, de manera definitiva, a desenmascararle, y a lograr resolver los conflictos que desde un principio plantea el argumento.
Uno de los grandes aciertos de The Spiral Staircase, reside en la tensión que mantiene a lo largo de todo el metraje; el hecho de que una amenaza desconocida, aceche a la protagonista, provoca una sensación de incertidumbre, que no cesa hasta la magnífica secuencia final.
La historia está muy bien contada y, aunque el guión no da para demasiadas acrobacias argumentales, Siodmak rentabiliza y administra el suspense de forma tan fluida y eficaz, que el espectador se encuentra con los títulos de crédito finales, sin que el interés decaiga en ningún momento.
Y es que Robert Siodmak, no tiene especial interés en explorar las posibilidades del relato como un “whodunit” al uso, ya que su atención se centra más en una elaborada atmósfera de suspense; haciendo un film gótico, eficazmente escalofriante, con una atmósfera ominosa y expresionista.
La mansión Warren, con su cuestionable grupo de residentes y criados, es ya tan retorcida como la escalera del título, incluso antes de que se sospeche que hay un asesino en la casa.
Intensificando la amenaza visual de la mansión vieja y aislada, y la noche oscura y tormentosa del clímax, Siodmak revela la siniestra presencia del asesino que acecha a la muda, únicamente a través de primeros planos de sus ojos enloquecidos y furtivos, los mismos ojos que ya asesinaros a otras jóvenes con minusvalías físicas.
Porque una de las grandes obsesiones del Séptimo Arte, a la hora de indagar en los diferentes trastornos que llevan a alguien a asesinar a otras personas, ha sido querer utilizar la mirada del homicida, para expresar el cambio que sucede en su interior, antes de acabar con la vida de sus víctimas.
Este punto juega un papel esencial en The Spiral Staircase, ya que las apariciones del asesino, se refuerzan con planos en los que el principal protagonista es su ojo, y lo que está viendo a través de él.
Llama la atención, que Siodmak se niegue a emplear el plano subjetivo para ponernos en la posición del asesino, pero sí que logre transmitir de forma impecable su punto de vista, y la amenaza que representa.
Esto es algo que ya consigue con su primera víctima, en un prólogo impactante desde el montaje, más si tomamos en cuenta que por aquel entonces, los homicidas llevaban máscaras para evitar ser reconocidos.
Aquí tenemos un ojo desnudo, viendo desnudos, la imagen de la mujer imperfecta, pero sexualmente apetecible, porque las víctimas son solo mujeres guapas.
Pese a ello, el juego con las apariciones del asesino, trae inmediatamente a la cabeza a los giallos italianos, y la sensación de que puede verse en ella, un precedente directo, no hace más que aumentar por la utilización de guantes negros, y los puntuales primeros planos para remarcar su uso.
Del reparto, Dorothy McGuire, que sin hablar, logra hacer uno de sus mejores trabajos; comunica con destreza, una amplia serie de emociones a través de la mímica, y su discapacidad, acrecienta el suspense, haciendo su reacción más potente ante la amenaza final.
Como dato, Joan Crawford, después de recibir alabanzas por su actuación en “A Woman's Face” (1941), en un momento, hizo campaña por el papel de la chica muda, interpretada finalmente por Dorothy McGuire.
La Crawford, también era dueña de los derechos de la novela de White, pero el jefe del estudio de MGM, Louis B. Mayer, se opuso vehementemente a la idea, diciéndole:
“No más lisiados ni mutiladas”
Los primeros planos de los ojos y las manos del asesino, que muestran en pantalla, en realidad son los del director, Robert Siodmak.
Si bien, esta película se basó en la novela de Ethel Lina White, “Some Must Watch”, hay varias diferencias importantes:
En la novela, la criada acosada por el asesino, no era muda.
También se estableció en la Inglaterra contemporánea, no a principios de 1900 en Nueva Inglaterra.
Finalmente, el título de la película, y la idea de incorporar una “escalera en espiral” como elemento temático, proviene completamente de otra fuente:
La novela de Mary Roberts Rinehart “The Circular Staircase” (1908); sobre una heroína que no estaba muda ni lisiada, ni tampoco ninguna de las víctimas del asesino.
Se trata, pues, de un referente para todas las películas de asesinatos que la siguieron.
Una película que nació discreta, modesta en su presupuesto, y que ha ganado mucho con el paso del tiempo.
A destacar, las artísticas muertes, refinadas, con luz y sombras, sin trucos baratos ni sangre; y el curioso homenaje que se rumorea a Orson Welles, con el bulldog de la familia; pues Welles era amigo de Siodmak, y marido de Elsa Lanchester, que aquí aparece como una malhumorada y alcohólica sirvienta; incluso en las escenas de calma aparente, se nos transmite la sensación de que algo podría pasar en cualquier momento, jugando en su medida justa, con el suspense artificial, y brillando de forma indiscutible, cuando llegan los crímenes, momento en el que Siodmak también da lo mejor de sí mismo, gracias a un impecable trabajo de planificación, mostrando un exquisito buen gusto para no dejarse llevar por el lado más macabro, aunque quizá en ello influiría las limitaciones impuestas por El Código Hays.
The Spiral Staircase arranca magníficamente con una escena homenaje al cine mudo, en la que vemos como la gente asiste a proyecciones del cinematógrafo.
Y vemos ese ojo detrás de las perchas…
Una imagen genial, que lleva implícita algo intangible, no el susto en sí, sino la sensación de miedo; de quedarse uno mudo, literalmente.
Robert Siodmak, filma del asesino su ojo, su mirada, que es una de las tomas más inquietantes de la película, y que utiliza cuando quiere que sintamos la amenaza del asesino sobre sus víctimas.
Curiosamente, sentimos más temor cuando vemos esta toma, que cuando finalmente descubrimos la identidad del asesino.
Resulta sensacional, la escena en la que vemos a Helen volviendo a casa de los Warren, entre matorrales, y de pronto se declara una tormenta...
La llave se le cae al suelo, los rayos y truenos se incrementan, el cielo se oscurece, aparece una sombra tras los árboles, y se le cae la llave... seguramente es uno de los momentos más logrados de esta película.
La escena en la que la criada roba la botella de coñac en la bodega, lanzando la vela al suelo, para despistar al profesor Warren.
El doctor, tratando de que Helen recupere su voz, provocándole un shock emocional sin éxito.
La mera presencia de Mrs. Warren, que ya de por sí es tan inquietante como cualquier juego de luces y sombras.
El momento en que Blanche baja a la bodega a por su maleta, y todo lo que sucede a continuación…
La escena en la que descubrimos, a la vez que Helen, la identidad del asesino, y cómo ésta escapa a continuación, y trata de advertir al alguacil por una ventana.
Y por supuesto, la escena final, la resolución de todos los hilos argumentales abiertos.
Por último, la banda sonora también se muestra eficiente, combinando excelentes partituras que refuerzan los momentos de máxima tensión del filme.
“Forgive me, Steven, I thought it was you”
La representación que se hace en el cine negro de la discapacidad, dista mucho de ser ejemplar.
El cine en general, no ha sabido reflejar ni a la discapacidad ni a las personas con discapacidad, como realmente son.
La presencia de estas en las películas, es bastante más reducida de lo que lo es en la vida real.
Además de esta negación, encontramos que cuando aparecen, suelen cumplir un estereotipo bastante definido en función del sexo y de la discapacidad, que en absoluto responde a la realidad.
El cine negro, si bien no consigue romper totalmente con los estereotipos establecidos, los va suavizando bastante, y apenas queda rastro de los planteamientos que se habían ofrecido, y se seguían ofreciendo en otros géneros cinematográficos:
El paternalismo, el superhéroe, la dulce inocente, o el personaje cuya deficiencia física, lo convierten automáticamente en alguien malvado, o del que sospechar.
En el lado positivo, hay que decir que la discapacidad está mejor presentada que nunca en The Spiral Staircase:
De forma más realista, y menos melodramática.
Además, son los mismos personajes con discapacidad, los que hablan sobre sus problemas, dificultades, y las propias características de la discapacidad.
Este acercamiento, sirve a los guionistas, para aprovechar con relativa frecuencia, ciertos elementos específicos de la discapacidad, y ponerlos al servicio de la historia.
En este sentido, podemos decir que es el género que hasta la fecha, años 40 y 50, mejor utiliza estas características, y juega con ellas, aportando nuevos elementos en la historia y en el tratamiento cinematográfico.
“He always waited until you came home, so I thought it was you”
You killed them all”
Ante la amenaza Nazi, son muchos los cineastas europeos que emigran a Estados Unidos; y durante los años 40 y 50, directores de la talla de Fritz Lang, Otto Preminger, Edgar G. Ulmer o Billy Wilder, se convierten en dueños y señores de un género:
El cine negro, que se trata de películas marcadas por los claroscuros, provenientes del expresionismo alemán, y por la figura de la “femme fatale”, de origen francés.
Los personajes de estas historias, se obsesionan por el poder, tanto económico, como la sumisión del amante incontrolable.
El fatal destino, está presente en los films, como ocurre en la obra maestra “Sunset Boulevard” (1950) de Billy Wilder, la cual comienza con el desenlace de la historia:
El protagonista, es hallado muerto flotando en una piscina…
Al igual que Norma Desmond en el film de Wilder, uno de estos cineastas emigrantes, ha caído en el olvido, y se trata de Robert Siodmak.
En sus obras, se muestra una iluminación dominada por los contrastes, como si se tratase de una pugna de luces, una lucha entre el bien y el mal; asimismo, aporta una gran fuerza visual, como en “The Spiral Staircase” (1946)
Sin duda, este cineasta trata en sus obras, relaciones fraternales como enfermizas, en las cuáles, una persona absorbe la energía de la otra, como si se tratase de un vampiro emocional.
De esta manera, la visión del mundo de Siodmak, está poblado de crueldad, traición y en ocasiones, violencia física.
Claro que como todo en la vida no puede acabar bien, el director terminó por salir casi como había entrado, por la puerta falsa, perseguido por el paranoico Comité de Actividades Antiestadounidenses.
“Well, in that event, Constable, I certainly can't do her any harm”
The Spiral Staircase es una película de suspense y terror, del año 1946, dirigida por Robert Siodmak.
Protagonizada por Dorothy McGuire, George Brent, Kent Smith, Ethel Barrymore, Rhys Williams, Rhonda Fleming, Elsa Lanchester, Sara Allgood, Gordon Oliver, entre otros.
El guión es de Mel Dinelli, basado en la novela “Some Must Watch”, publicada en 1933 por Ethel Lina White, que se ha convertido en un clásico del cine de suspense; aunque ahora ella se ha desvanecido en la oscuridad, en su día, fue tan conocida como escritores de la talla de Dorothy L. Sayers y Agatha Christie.
Pese a que se le han buscado semejanzas con la obra de Hitchcock, sus resortes de angustia son muy distintos, y se basan en la tradición germánica de su director, tanto en la concepción formal, de sobrecogedores claroscuros; como en la densidad anímica.
De The Spiral Staircase se dijo que “Hitchcock no lo hubiera hecho mejor”, de hecho, Hitchcock filmó “The Lady Vanishes” (1938) de la obra de White, llamada “The Wheel Spins” (1936)
Y es que Robert Siodmak, es uno de los directores alemanes que llegó a los Estados Unidos, y se convirtió en los años 40, en uno de los más reputados directores del panorama cinematográfico, especialmente en el cine negro.
De su época dorada, podíamos citar varias películas, pero no cabe duda que The Spiral Staircase es uno de sus títulos más significativos.
Estamos ante una historia que homenajea el cine expresionista alemán, con grandes dosis de suspenses, e incluso gotas de terror gótico, todo ello regado con el psicoanálisis tan vigente en el momento.
El guionista, Mel Dinelli, conjuga todo el argumento, sumergiendo al público en una historia con tintes criminalistas, entremezclada con alguna que otra influencia bizarra, llevando los diálogos a límites teatrales, aprovechando que la acción se desarrolla en un mismo tiempo y lugar.
El famoso productor, David O. Selznick, participó en la película aunque no está acreditado, y era por contrato, propietario de los derechos sobre la película, posteriormente a su exhibición inicial por la RKO; que como muchas otras películas de su filmografía, The Spiral Staircase hoy es propiedad de Disney.
Siendo nominada al Oscar como mejor actriz de reparto para Ethel Barrymore; en su producción se usó el título de trabajo “The Silence of Helen McCord”, siendo filmada en Detroit, Michigan, entre agosto y octubre de 1945.
La acción sigue a Helen (Dorothy McGuire), una joven muda que trabaja en una gran mansión como criada de una anciana enferma:
Mrs. Warren (Ethel Barrymore); y con ella, vive el resto del servicio y sus 2 hijos:
El Profesor Albert (George Brent) y Steven (Gordon Oliver)
La vida parece transcurrir apacible y tranquila, aunque si observamos bien a los personajes, podemos encontrar pequeñas pistas que nos inducen a pensar que, bajo esa capa de paz y rutina, se esconden pasiones reprimidas a punto de estallar, por ejemplo:
El doctor, del que no tardamos mucho en darnos cuenta de que está enamorado de Helen; Albert y Steve, en el pasado despreciados por su padre a causa de su carácter pusilánime y débil respectivamente; la criada amiga de echarse unos tragos, interpretada por Elsa Lanchester; o las verdaderas razones por las que Helen dejó de hablar…
Sin embargo, la paz que parece reinar en la casa, no se extiende más allá de la puerta de la calle, porque en la ciudad, un asesino anda suelto.
Varias mujeres han sido asesinadas, y misteriosamente, todas ellas parecen compartir una característica que las hace más llamativas para el criminal, y quizá el verdadero motivo por el que son asesinadas:
Todas ellas presentan algún defecto físico.
Por lo que Mrs. Warren se preocupa por la seguridad de su bella sirvienta, y junto al Doctor Parry (Kent Smith), intentan ponerla a salvo, ante el temor de que sea una de las próximas víctimas.
Después del último asesinato, se desencadena una tormenta, dejando sitiados en la casa a todos sus ocupantes, sin saber que el asesino, también se ha quedado encerrado con ellos…
La tenebrosa fotografía de Nicholas Musuraca, rozando el tenebrismo, el expresionismo alemán, y las pinturas de George de La Tour, son el máximo exponente del cine de terror, muchas veces resumido en la luz y en el sonido.
La cuidada puesta en escena, aprovechando los decorados de Orson Welles en “The Magnificent Ambersons” (1942), el preciso uso del atrezzo, la música de Roy Webb, y un magnífico reparto, encabezado por una convincente Dorothy McGuire, que inicialmente se habló de Ingrid Bergman para el papel; y una entrañable Ethel Barrymore, son los puntos fuertes de este clásico.
Todo un caudal de intenciones cinéfilas, en cada escena, rebosa expresionismo alemán por los cuatro costados:
Claroscuros, sombras y una cuidada fotografía en blanco y negro, con una arrolladora narrativa, en la que casi no da tiempo a enfilar el argumento cuando de repente termina la cinta, y uno se da cuenta de que acaba de ver una obra maestra, con todos los tintes del cine de terror gótico, plagado de tormentas, viento, ventanas y puertas chirriantes.
Un complot cinematográfico, del mejor calibre.
“The only thing that keeps me from cracking you in the jaw is the almost certain possibility that it would break your neck”
Es incomprensible, que un director del talento de Robert Siodmak, nunca haya recibido el reconocimiento que merece; sobre todo, si tenemos en cuenta que en su filmografía, destacan joyas como la película que nos ocupa, razones más que suficientes para reivindicar a este magnífico cineasta.
Estamos frente a una película pionera, donde el ojo del asesino en un plano detalle distorsionado, forjó la cámara psicológica, casi por primera vez, y una secuencia como la de la chica muda frente al teléfono, crispó los nervios a toda una generación.
Los complejos conceptos expresados, así como los grandes temas simbólicos a los que hace referencia, la escalera de caracol como metáfora de nuestro yo interior, del descenso al infierno personal, junto a lo que es normal y lo que no; a las falsas apariencias, al nazismo y racismo crecientes en Europa; así como también de la supremacía de la raza, el odio hacia la imperfección, y la absoluta falta de empatía y compasión que encarna el asesino, imagen de ese régimen nazi que dejó atrás el director Robert Siodmak, se resumen en un desenlace hoy en día algo previsible, pero que tiene sus aciertos en el suspense que se crea en ese microclima que va encerrando a la protagonista en su mundo, y en la casa, alejándola cada vez más del resto, dejándola a merced del asesino.
La intriga, se desarrolla en 1916, en una mansión rural de Nueva Inglaterra.
El tiempo narrativo, transcurre en una sola noche, donde la protagonista, Helen, que tiene una mudez traumática infantil, que le impide articular palabras, y es el objetivo de un psicópata asesino, al que le ha dado por matar mujeres con algún defecto físico.
Los personajes con problemas de audición y lenguaje en el cine, son los que más tardíamente hacen su aparición.
Sin duda, esto tiene que ver con el hecho de que en la historia del cine, fueron los últimos en ser representados, habida cuenta de las características del cine hasta los años 30, donde la mayoría de las películas no tenían sonido alguno, más allá del acompañamiento musical, haciendo más difícil la inclusión de personajes sordos o mudos.
En The Spiral Staircase, se utiliza por primera vez en el cine, un estereotipo que posteriormente será muy utilizado:
El de la víctima muda, que no puede avisar del peligro que está sufriendo, generando de esta forma, tensión en el espectador.
A pesar de este rasgo de originalidad, la muchacha con discapacidad, nos es presentada aquí con todos los malos hábitos que ha utilizado el cine hasta la fecha:
Sobreprotección, falta de toma de decisiones, comunicación unidireccional, estereotipo de dulce inocente, etc., inclusive, una discapacidad temporal que será superada…
Robert Siodmak, quiere resaltar con esta trama, la interacción que existe entre la representación visual y sonora, para conformar un personaje.
Helen es representada, mediante la puesta en escena, como una chica cuyo trauma la llevó a perder la voz en el pasado, lo que la pone en peligro ante el asesino que la persigue.
Podría decirse desde nuestra perspectiva actual, que el varón, “el ojo que la sigue”, domina a la fémina, ya que esta no puede ni hablar, no tiene ni voz ni voto en la sociedad patriarcal, tal y como se representa en el largometraje.
Sin embargo, nos encontramos en contraposición al personaje de Mrs. Warren.
Se trata de la mujer/monstruo, la madre adoptiva del asesino, en su faceta de mujer poderosa y madre abyecta.
El público, no simpatiza con este personaje, ya que aparece o simboliza un monstruo castrante, llegando a matar a su hijo, para defender a la desprotegida Helen.
Cabe destacar el hecho de que, al revés que Helen, no para de hablar en todo el film, aunque sus palabras se tomen como el desvarío de una anciana enferma.
Del mismo modo, la escena del espejo es reveladora de esta idea expuesta, puesto que Helen se ve en su efigie de género, sin poder identificarse con el cuerpo mudo que tiene delante.
La joven, es una apuesta dama en edad de merecer con dotes para la enfermería y que radia ternura allí donde vaya, un claro prototipo de futura esposa abnegada.
Estos 2 prototipos de la femineidad, derivaban del código ético que los directores de Hollywood debían seguir para poder filmar sus obras.
El gran acierto de Siodmak, descansa en el hecho de alterar estas representaciones consensuadas en la industria de los años 40, dando lugar a un intencionado engaño.
Se crea el suspense, en cuanto el espectador, guiado por el director, lee erróneamente la imagen proyectada.
Tanto las acciones, como la apariencia física, deben ser leídas por el espectador a través de las distintas secuencias de la película, hasta que el misterio es resuelto.
Helen no padece una deficiencia como tal, dado que está provocada por su yo interior, incapaz de superar la trágica muerte de sus padres.
Del mismo modo, existe cierta ambigüedad sobre el personaje.
No queda al espectador del todo claro, de si trata de un acto de rebeldía o un trauma, pero sí que se pone de manifiesto, que por ese motivo en concreto, Helen no puede casarse con el médico.
El Yo en la película, se reconcilia con su imagen, cuando el asesino muere, y ella se ve obligada a llamar por teléfono, y dar cuenta de lo sucedido mientras pronuncia en alto un “I” identificativo.
Es el sonido, el que une las parte externas/visuales de la protagonista, con su parte interna/vocal.
El final abierto, no nos muestra que ocurre con la futura Helen, si acaba por contraer matrimonio con el apuesto médico, o si subvierte el orden establecido, pero consigue recobrar la voz para poder crear una nueva mujer.
El personaje, a través de la voz, del sonido, recupera su identidad.
Otro “personaje”, es la casa.
Es interesante el uso que hace Siodmak de un espacio tradicionalmente reservado a la mujer, ya que es ahí donde se desarrolla la mayor parte de la acción, creando un espacio cerrado, angustioso, en donde el asesinato se va a conjurar.
La ornamentación victoriana, junto con los juegos de luces, desempeña un papel crucial a la hora de crear suspense.
La oscuridad de las diferentes estancias, ayuda a crear la atmósfera de inquietud y misterio propia del “cine noir”
También, se ha de tener en cuenta la ordenación de la vivienda por la escalera de caracol, que separa la vida/primer piso; de la muerte/segundo piso, donde encuentra a la secretaria Blanche estrangulada.
La novedad del director, es que Helen se encuentra así misma, en un espacio hostil, en la que su vida corre peligro.
Sin embargo, hay un elemento, la consabida escalera de caracol, que también cobra un protagonismo único, uniendo los distintos niveles de la mansión donde se desarrolla la acción.
Al igual que el cangrejo, también el caracol está considerado como un símbolo lunar, ya que, lo mismo que esta luminaria atraviesa por diversas fases, el caracol alarga y acorta sus tentáculos de forma alternativa.
Por ello, el simbolismo de este animal, es rico en interpretaciones, aunque por lo general, se le asocia a la continua transformación y evolución constantes; y aquí como escalera, también simboliza el oído, como órgano receptor del habla:
Lo que Helen no posee “por voluntad”
El director Robert Siodmak, incrementa el terror añadiendo algunas pistas falsas, y unos recurrentes aspectos propios del género, como la oscuridad de la tormentosa noche, y antiguos recursos de iluminación, creando las sombras, los sonidos y la atmósfera perfecta para acrecentar la tensión y el suspense; con escenarios victorianos, atmósfera gótica, y unos personajes muy bien tratados:
Helen, la chica muda a causa de un shock infantil; Parry, un bravo doctor de pueblo enamorado de Helen; Albert, un tranquilo profesor que comparte con su hermanastro Steve, un pasado marcado por el desprecio de su padre, un hombre fuerte y mujeriego, que no admitía la debilidad de sus hijos; y la madre de éstos, que permanece en reposo por una enfermedad que le mantiene al cuidado de una entrañable enfermera, y unos simpáticos caseros, con la inolvidable Elsa Lanchester, haciendo de ama de llaves.
Stephen, es el playboy, en el que recaen toda la culpabilidad por sus continuas desapariciones; y que sale representado como perverso, por carecer de virtudes masculinas.
Helen lo encierra en el sótano, cuando descubre el cuerpo de Blanche, poniéndose ella misma en peligro.
Y es que los hombres que quedan en la casa, no pueden ayudar a Helen:
El marido de la cocinera, sale a hacer un recado; y el doctor Perry, la figura con más actitudes varoniles del largometraje, tiene que asistir una urgencia...
Del mismo modo, las féminas tampoco salen bien paradas:
La cocinera, en el momento de mayor tensión, se emborracha; la enfermera que cuida de la propietaria de la casa, se despide la misma noche, por no ser respetada casi por nadie de la casa.
Ambas mujeres, encarnan la antítesis del concepto que se tenía de la belleza.
Estas faltas de cualidades femeninas, hacen que pierdan el interés de los espectadores en un primer momento.
Ello no sólo ocurre con el espectador, ya que el propio asesino ignora a este tipo de personaje, centrando su deseo en mujeres jóvenes, que sufren de una deficiencia.
Los crímenes, del mismo modo, son promovidos por la necesidad patológica de poseer al sexo débil, a la par que hermoso.
El director, plantea también la atracción que se crea en el espectador, cuando se mimetiza con la visión del asesino.
Uno de los momentos de mayor belleza estética, es el estrangulamiento de la secretaria, que yace en la oscuridad del sótano, entre maletas almacenadas.
Su error, haber decido abandonarle por su propio hermano, en un acto propio de “femme fatale”
Helen, por tanto, se enfrenta sola al asesino, al terror de ser reducida a una mera imagen, tanto en la pantalla, como fuera de ella.
Robert Siodmak, juega sus cartas con gran habilidad en este “thriller” psicológico; encierra a sus personajes en una mansión durante una noche de tormenta, y los maneja como títeres, buscando siempre el conflicto entre unos y otros.
El director alemán, tiene la suficiente confianza en sí mismo, como para ir desarrollando la historia con el ritmo adecuado, sin precipitarse, tejiendo una tela de araña en la que, cuando queremos darnos cuenta, hemos quedado atrapados sin remisión.
Las relaciones entre los diferentes personajes, son lo suficientemente interesantes, como para que el espectador se sienta atraído hacia ellas, en una primera e inocente lectura; ésta desvía la atención de lo que verdaderamente importa:
El asesino.
Pero también son lo suficientemente complejas, como para que su posterior evolución contribuya, de manera definitiva, a desenmascararle, y a lograr resolver los conflictos que desde un principio plantea el argumento.
Uno de los grandes aciertos de The Spiral Staircase, reside en la tensión que mantiene a lo largo de todo el metraje; el hecho de que una amenaza desconocida, aceche a la protagonista, provoca una sensación de incertidumbre, que no cesa hasta la magnífica secuencia final.
La historia está muy bien contada y, aunque el guión no da para demasiadas acrobacias argumentales, Siodmak rentabiliza y administra el suspense de forma tan fluida y eficaz, que el espectador se encuentra con los títulos de crédito finales, sin que el interés decaiga en ningún momento.
Y es que Robert Siodmak, no tiene especial interés en explorar las posibilidades del relato como un “whodunit” al uso, ya que su atención se centra más en una elaborada atmósfera de suspense; haciendo un film gótico, eficazmente escalofriante, con una atmósfera ominosa y expresionista.
La mansión Warren, con su cuestionable grupo de residentes y criados, es ya tan retorcida como la escalera del título, incluso antes de que se sospeche que hay un asesino en la casa.
Intensificando la amenaza visual de la mansión vieja y aislada, y la noche oscura y tormentosa del clímax, Siodmak revela la siniestra presencia del asesino que acecha a la muda, únicamente a través de primeros planos de sus ojos enloquecidos y furtivos, los mismos ojos que ya asesinaros a otras jóvenes con minusvalías físicas.
Porque una de las grandes obsesiones del Séptimo Arte, a la hora de indagar en los diferentes trastornos que llevan a alguien a asesinar a otras personas, ha sido querer utilizar la mirada del homicida, para expresar el cambio que sucede en su interior, antes de acabar con la vida de sus víctimas.
Este punto juega un papel esencial en The Spiral Staircase, ya que las apariciones del asesino, se refuerzan con planos en los que el principal protagonista es su ojo, y lo que está viendo a través de él.
Llama la atención, que Siodmak se niegue a emplear el plano subjetivo para ponernos en la posición del asesino, pero sí que logre transmitir de forma impecable su punto de vista, y la amenaza que representa.
Esto es algo que ya consigue con su primera víctima, en un prólogo impactante desde el montaje, más si tomamos en cuenta que por aquel entonces, los homicidas llevaban máscaras para evitar ser reconocidos.
Aquí tenemos un ojo desnudo, viendo desnudos, la imagen de la mujer imperfecta, pero sexualmente apetecible, porque las víctimas son solo mujeres guapas.
Pese a ello, el juego con las apariciones del asesino, trae inmediatamente a la cabeza a los giallos italianos, y la sensación de que puede verse en ella, un precedente directo, no hace más que aumentar por la utilización de guantes negros, y los puntuales primeros planos para remarcar su uso.
Del reparto, Dorothy McGuire, que sin hablar, logra hacer uno de sus mejores trabajos; comunica con destreza, una amplia serie de emociones a través de la mímica, y su discapacidad, acrecienta el suspense, haciendo su reacción más potente ante la amenaza final.
Como dato, Joan Crawford, después de recibir alabanzas por su actuación en “A Woman's Face” (1941), en un momento, hizo campaña por el papel de la chica muda, interpretada finalmente por Dorothy McGuire.
La Crawford, también era dueña de los derechos de la novela de White, pero el jefe del estudio de MGM, Louis B. Mayer, se opuso vehementemente a la idea, diciéndole:
“No más lisiados ni mutiladas”
Los primeros planos de los ojos y las manos del asesino, que muestran en pantalla, en realidad son los del director, Robert Siodmak.
Si bien, esta película se basó en la novela de Ethel Lina White, “Some Must Watch”, hay varias diferencias importantes:
En la novela, la criada acosada por el asesino, no era muda.
También se estableció en la Inglaterra contemporánea, no a principios de 1900 en Nueva Inglaterra.
Finalmente, el título de la película, y la idea de incorporar una “escalera en espiral” como elemento temático, proviene completamente de otra fuente:
La novela de Mary Roberts Rinehart “The Circular Staircase” (1908); sobre una heroína que no estaba muda ni lisiada, ni tampoco ninguna de las víctimas del asesino.
Se trata, pues, de un referente para todas las películas de asesinatos que la siguieron.
Una película que nació discreta, modesta en su presupuesto, y que ha ganado mucho con el paso del tiempo.
A destacar, las artísticas muertes, refinadas, con luz y sombras, sin trucos baratos ni sangre; y el curioso homenaje que se rumorea a Orson Welles, con el bulldog de la familia; pues Welles era amigo de Siodmak, y marido de Elsa Lanchester, que aquí aparece como una malhumorada y alcohólica sirvienta; incluso en las escenas de calma aparente, se nos transmite la sensación de que algo podría pasar en cualquier momento, jugando en su medida justa, con el suspense artificial, y brillando de forma indiscutible, cuando llegan los crímenes, momento en el que Siodmak también da lo mejor de sí mismo, gracias a un impecable trabajo de planificación, mostrando un exquisito buen gusto para no dejarse llevar por el lado más macabro, aunque quizá en ello influiría las limitaciones impuestas por El Código Hays.
The Spiral Staircase arranca magníficamente con una escena homenaje al cine mudo, en la que vemos como la gente asiste a proyecciones del cinematógrafo.
Y vemos ese ojo detrás de las perchas…
Una imagen genial, que lleva implícita algo intangible, no el susto en sí, sino la sensación de miedo; de quedarse uno mudo, literalmente.
Robert Siodmak, filma del asesino su ojo, su mirada, que es una de las tomas más inquietantes de la película, y que utiliza cuando quiere que sintamos la amenaza del asesino sobre sus víctimas.
Curiosamente, sentimos más temor cuando vemos esta toma, que cuando finalmente descubrimos la identidad del asesino.
Resulta sensacional, la escena en la que vemos a Helen volviendo a casa de los Warren, entre matorrales, y de pronto se declara una tormenta...
La llave se le cae al suelo, los rayos y truenos se incrementan, el cielo se oscurece, aparece una sombra tras los árboles, y se le cae la llave... seguramente es uno de los momentos más logrados de esta película.
La escena en la que la criada roba la botella de coñac en la bodega, lanzando la vela al suelo, para despistar al profesor Warren.
El doctor, tratando de que Helen recupere su voz, provocándole un shock emocional sin éxito.
La mera presencia de Mrs. Warren, que ya de por sí es tan inquietante como cualquier juego de luces y sombras.
El momento en que Blanche baja a la bodega a por su maleta, y todo lo que sucede a continuación…
La escena en la que descubrimos, a la vez que Helen, la identidad del asesino, y cómo ésta escapa a continuación, y trata de advertir al alguacil por una ventana.
Y por supuesto, la escena final, la resolución de todos los hilos argumentales abiertos.
Por último, la banda sonora también se muestra eficiente, combinando excelentes partituras que refuerzan los momentos de máxima tensión del filme.
“Forgive me, Steven, I thought it was you”
La representación que se hace en el cine negro de la discapacidad, dista mucho de ser ejemplar.
El cine en general, no ha sabido reflejar ni a la discapacidad ni a las personas con discapacidad, como realmente son.
La presencia de estas en las películas, es bastante más reducida de lo que lo es en la vida real.
Además de esta negación, encontramos que cuando aparecen, suelen cumplir un estereotipo bastante definido en función del sexo y de la discapacidad, que en absoluto responde a la realidad.
El cine negro, si bien no consigue romper totalmente con los estereotipos establecidos, los va suavizando bastante, y apenas queda rastro de los planteamientos que se habían ofrecido, y se seguían ofreciendo en otros géneros cinematográficos:
El paternalismo, el superhéroe, la dulce inocente, o el personaje cuya deficiencia física, lo convierten automáticamente en alguien malvado, o del que sospechar.
En el lado positivo, hay que decir que la discapacidad está mejor presentada que nunca en The Spiral Staircase:
De forma más realista, y menos melodramática.
Además, son los mismos personajes con discapacidad, los que hablan sobre sus problemas, dificultades, y las propias características de la discapacidad.
Este acercamiento, sirve a los guionistas, para aprovechar con relativa frecuencia, ciertos elementos específicos de la discapacidad, y ponerlos al servicio de la historia.
En este sentido, podemos decir que es el género que hasta la fecha, años 40 y 50, mejor utiliza estas características, y juega con ellas, aportando nuevos elementos en la historia y en el tratamiento cinematográfico.
“He always waited until you came home, so I thought it was you”
¿El bulldog, un homenaje a Orson Welles? Su nombre en el film, Carlton, es un acrónimo de ChARLes LaughTON,cuyo parecido con un bulldog resultaba evidente.
ResponderBorrarHola Eduardo, GRACIAS por leer.
BorrarTienes toda la razón:
El rumor es con Charles Laughton y no con Orson Welles.
Gracias por la nota.
Saludos.