Boyhood

“Do you realize that everyone you know someday will die?
And instead of saying all of your goodbyes
Let them know you realize that life goes fast”

No son pocos los poetas, filósofos, y cineastas, que han dedicado largas reflexiones a la noción de temporalidad, llegando a la conclusión de que, en el tiempo, se encuentra el sentido de la vida, y de que el sentido del existir humano, radica en la temporalidad.
“El cine va de contar historias”
Eso creía Hitchcock, para él, lo importante, no más, era una sala oscura, y 400 butacas que llenar...
En la vida no pasa nada, nunca pasa nada, mientras que en la ficción, ocurren cosas, continuamente.
La ficción, “el cine” es el traje que viste de colores un domingo más bien gris, porque allí, en ese rincón tan nuestro, tan íntimo; pasan cosas.
“La vida es lo que te pasa, mientras estás ocupado haciendo otros planes”, dijo John Lennon, en uno de sus ataques de lucidez.
Nuestra memoria, muchas veces, se compone de estos momentos, que solos no quieren decir mucho, pero que juntos, nos pintan un recorrido de quiénes somos, y de lo que hemos vivido:
Lo bueno y lo malo se mezclan, las conversaciones placenteras se quedan al lado de los momentos tensos, que quizás queremos olvidar, pero que ahí están presentes.
Pues los recuerdos, son los habitantes de nuestra memoria, que sirven como materia prima para la nostalgia.
El tiempo que hemos abandonado en el camino, y que por mucho que nos pese, ya no podrá ser recuperado.
Pero sí que permite un reciclaje, como base para la comprensión de nuestra existencia, y una reutilización como abono, para superar nuestros temores, y corregir nuestros errores.
El pasado, muchas veces mal empleado y desaprovechado, es un bien inmortal, y de valor incalculable, siempre que sirva para mejorar nuestro presente.
Porque es el ahora, la única certeza que nos pertenece, y que en su fragilidad, desea escaparse por cada rincón de nuestra vida.
El momento, ese al que se le pide cuentas con el eterno “carpe diem”, vive gracias a nuestras decisiones, y las de aquellos que nos rodean.
Y esa interconexión de momentos, personas, y lugares, crean esa realidad infinita y compleja que es nuestra vida.
El mayor regalo que tenemos, y el más fácil de desaprovechar.
Cuando la vida pasa, sin aparentemente pasar nada, es cuando está pasando realmente todo; porque “el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel”
¿Qué pasaría si, una obra de ficción, estuviera tan cerca de plasmar todas las etapas del ciclo existencial?
“Try harder.
Hey, maybe in 20 years you can call old Mr. Turlington, and you can say:
“Thank you, sir, for that terrific darkroom chat we had that day”
Boyhood  es una película dramática, escrita y dirigida por Richard Linklater, del año 2002 al 2013.
Protagonizada por Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Jordan Howard, Tamara Jolaine, Zoe Graham, Tyler Strother, Evie Thompson, Tess Allen, Megan Devine, Fernando Lara, Elijah Smith, Steven Chester Prince, Bonnie Cross, Libby Villari, Marco Perella, Jamie Howard, Andrew Villarreal, Shane Graham, Ryan Power, Sharee Fowler, entre otros.
La filmación de Boyhood, comenzó en el verano de 2002, en Houston, Texas, EEUU; y finalizó en agosto de 2013.
En mayo de 2002, la Academia Americana de Premios, lo designó director de cine y guionista.
Por lo que Richard Linklater, anunció que comenzaría el rodaje de una película, entonces sin nombre, en su ciudad natal de Houston, Texas, en el verano de 2002.
En ese momento, Linklater había previsto reunirse con el elenco, y la producción, en un par de semanas cada año, para rodar la historia durante un período de 12 años, con el razonamiento de que, “siempre he querido contar la historia de una relación padre-hijo, que sigue a un niño de primero, a través del 12º grado, y termina cuando él va a la universidad.
Pero el dilema es que los niños cambian tanto, que es imposible cubrir mucho terreno.
Y estoy totalmente dispuesto a adaptar la historia, a lo que está atravesando”, según dijo.
Linklater contrató entonces, al niño de 7 años, Ellar Coltrane, para meterlo en el centro de la historia.
Para lograr hacer Boyhood, la productora IFC, destinó un presupuesto anual de $200,000, desde 2002, sin pedir en ningún momento “previews” de ninguna clase.
Esto equivale a un presupuesto total de $2,400.000, lo cual era relativamente bajo, comparado con los filmes con los que compartió cartelera.
Inicialmente, Boyhood tuvo como título, “The Twelve-Year Project”, hasta el verano de 2013, cuando Linklater decidió nombrarlo “12 Years”
Al preocuparse de que el nombre podría ser confundido con “12 Years A Slave” (2013), se le cambió el nombre a “Boyhood”
Histórica, sin lugar a dudas, pues “¡4208 días después, aquí estamos!”, afirmó el propio director, acompañado en un abarrotado y entregadísimo Eccles Theatre, por Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Lorelei Linklater y, cómo no, Ethan Hawke, principales protagonistas del maratón.
“Boyhood, sólo podía verse por primera vez en Sundance”, esa fue la declaración del director, lo cual tiene sentido, si seguimos creyendo en lo que alguna vez llegó a ser el “cine indie”
Por una parte, conceptualmente, Boyhood es fantástica, desde el esfuerzo de documentar y evolucionar un guión, a través de 12 años de filmación.
Todavía más impresionante, debió haber sido la labor de curaduría, y de edición, para reunir en sus casi 3 horas de extensión, una historia coherente, compacta, y realista, incluso, si se considera que Linklater generó Boyhood como una colección de cortos de 15 minutos, por cada año.
“La edad, la paternidad, los recuerdos de su propia niñez…” esas fueron las claves que llevaron a Linklater, a rodar Boyhood.
También su deseo de acompañar a un niño, hasta el momento en el que deja de serlo, y se independiza emocionalmente.
Y deseaba narrarlo sin artificios.
“Quise que la película reflejara la forma en la que pasamos por la vida, sin saber qué es lo que nos espera.
Todo lo opuesto a un rodaje habitual, donde los directores quieren tenerlo todo bajo control, donde amañan la realidad, para que encaje en su narración” sentenció.
Y Boyhood ilustra, que nunca sabemos lo que nos espera…
Un drama rodado durante 12 años, en 39 días de rodaje, desde 2002 a 2013, que sigue la vida de un grupo de actores, en un viaje tan épico como íntimo, a través de la euforia de la niñez, los sísmicos cambios de una familia moderna, y el paso del tiempo.
Boyhood obtuvo 1 Premio Oscar a La Mejor Actriz de Reparto (Patricia Arquette) y 4 nominaciones:
Mejor película, director, guión original, y actor de reparto (Ethan Hawke)
Boyhood sigue a Mason Evans, Jr. (Ellar Coltrane), desde los 6 años, durante algo más de una década, poblada de cambios, mudanzas, y controversias, relaciones que se tambalean, bodas, diferentes colegios, primeros amores, primeras desilusiones, momentos maravillosos, momentos de miedo, y una constante mezcla de desgarro, y de sorpresa.
Ellar Coltrane, de niño y adolescente, adopta la actitud de un observador permanentemente insatisfecho, de alguien que tiene que madurar, aceptando una realidad imperfecta, que no es de su gusto, de un adolescente que le da muchas vueltas al cerebro, tratando de entender al padrastro autoritario, o a esa chica de intenciones complicadas…
Lo suyo es sacar fotografías, y dejar en ellas, su espíritu creativo, reflejar en esas instantáneas, una sensibilidad herida por la vida, y también un modo narcisista de ver la realidad.
Él es el centro de todo, y el punto de vista con el que valorar las cosas, mientras que lo importante es, sentir cosas nuevas, y no pararse en los obstáculos:
“carpe diem” se dice, y hacer que toda la vida se reduzca al momento presente.
En su padre, Mason Evans Sr. (Ethan Hawke) pletórico de fuerza; ve un hombre idealista y romántico, artista y soñador... y así le quiere.
En su madre Olivia (Patricia Arquette), frágil y firme a la vez; ve una mujer luchadora y responsable, que no ha tenido suerte con los hombres... y así la quiere.
Ahora, Mason tiene que dar el salto, y enfrentarse a la realidad, asumir sus responsabilidades, para así graduarse en la vida, y no solo en el instituto, y en ese empeño está esa criatura de ojos azules... deseando dejar atrás, el triste entierro familiar, y abrirse al amor que se le presenta en su primer día de universidad.
Ya saben que los estadounidenses, consideran adultos a sus hijos, en el momento que cumplen 18 años, y van a la universidad, por lo que dejan de vivir en casa de sus padres, y ya toman sus propias decisiones, y ahí es cuando termina Boyhood.
La verdad es que, me gustaría saber si Linklater, sigue trabajando en el proyecto y, dentro de otros 12 años, volverá a regalarnos otro capítulo de la vida de Mason… yo iría a verlo.
Así, vemos a todos los personajes crecer ante nuestros ojos.
Desde la primera escena que vemos a Mason, tumbado en el césped, mirando el cielo, como la foto del cartel promocional, ya sabemos que ese chico es especial, y que vamos a quererlo.
Es inocente e imaginativo, fan de “Harry Potter”, amante de los vídeo juegos, y con la cabeza en sus cosas, aunque hace los deberes, no se los entrega a la profesora, porque ella no se los ha pedido…
Le vemos crecer, literalmente, luchar, escuchar consejos, enamorarse, aprender a disparar armas, y tomar sus primeras cervezas.
En más de una década, insisto, a tiempo real, se van sucediendo pequeños grandes cambios, y constituye un viaje íntimo y épico por la niñez, adolescencia, y entrada a la edad adulta.
Por si fuera poco, al terminar el periplo, uno se siente con ganas de saber más; de seguir acompañando a los personajes en sus andaduras.
De verles crecer más, y seguir creciendo nosotros con ellos.
Pero tal proeza, quedaría en nada, si no fuera por la fluidez que el cineasta le imprime a Boyhood.
Fluidez que tiene que ver con el hecho de que Linklater, elige filmar los momentos más íntimos, y pequeños, con total naturalidad, como si ningún momento en la vida de Mason, fuera más o menos importante que otro.
Desde la agresión de un padrastro borracho, hasta besarse con la enamorada en el carro; desde un altercado en el baño de un colegio, hasta la fiesta familiar de graduación; el cineasta no privilegia ninguna situación, y deja que cada una de estas, sume al retrato que busca crear.
Boyhood quizás sea la epitome de esa necesidad personal de Linklater, por plasmar la perpetua búsqueda, y el estado de confusión o incertidumbre a la que hemos llegado alguna vez, junto a las consecuencias de nuestras decisiones.
Y es el reflejo de la vida que le puede esperar un niño del siglo XXI:
Padres separados, custodias compartidas, dificultades económicas, mudanzas, cambios de colegios, cambios de amigos, padrastros amargados, y alcohólicos… sumado todo esto, a la eterna sensación de ser un inadaptado, y a la vez, tener la imperiosa necesidad de destacar en algo en la vida.
“Goodbye, yard!
Goodbye, crepe myrtle!
Goodbye, mailbox!
Goodbye, box of stuff Mommy won't let us take with us but we don't want to throw away.
Goodbye, house, I'll never like Mommy as much for making us move!”
Siempre dispuesto a afrontar la titánica tarea de atrapar el tiempo, el director Richard Linklater, decidió experimentar con un rodaje que ha durado 12 años, y que en ocasiones, parece un “falso documental”
La historia es ficticia, si es que se puede calificar de ficticio, un argumento tan universal, pero los personajes van envejeciendo ante la cámara, con naturalidad, sin necesidad de maquillajes, ni decorados.
Linklater introduce canciones, películas, referencias políticas, y tecnológicas, que forman parte, queramos o no, de nuestro currículum vital, en el viaje emocional, que es algo que nosotros también hacemos con nuestra propia vida, casi sin darnos cuenta, siendo muy efectivos los diversos recursos.
Por su parte, la memoria es esencial en Boyhood:
No solo la memoria personal, sino también la social.
Los grandes hechos que marcaron a EEUU durante la década de producción, están en Boyhood, pero siempre desde el prisma del niño, que escucha a su padre rajar de Bush, o desde la aventura de hacer campaña por Obama, en una zona tan conservadora como Texas.
La memoria social, se mezcla con la personal, y en Boyhood, aquello que toca un país, se mete en lo íntimo, generando interacción entre los personajes, moviendo sus relaciones.
Y es también a modo de una crítica enmascarada al “'Sueño Americano”
Hace referencias constantes al patriotismo, donde podemos ver a Mason jurar ante la bandera en clase; se detiene en críticas atrevidas, al trágico 9/11, y a La Guerra de Iraq, etc.
También, se ven aderezados por el acceso a las armas, en su primer rifle; y la religión, en el regalo de su primera Biblia...
Cosas normales para una familia normal, en medio de Texas.
Por cierto, hay una escena que se desarrolla en el interior de una iglesia, y que se produce después de que a Mason le hayan regalado esa primera Biblia.
Hay que estar atentos, pues en el sermón que pronuncia el pastor, está la clave de que Boyhood haya visto la luz:
“Cristo le dice a Santo Tomás, aquella de que palpe sus heridas, y habla de los incrédulos, y también sobre la fe, y los que creen, sin haber visto”
Pero la grandeza de Boyhood reside, paradójicamente, en la humilde aceptación de que la vida no está hecha para buscarle un significado.
Si así fuera, tomaríamos siempre las decisiones correctas, y ni aun tomándolas, tenemos garantizada la felicidad, como ejemplifica la desgarradora historia de la madre de Mason, Olivia.
Lo único que podemos hacer, es rendirnos a la evidencia, y dejarnos llevar por este misterio indescifrable, al que llamamos existencia; dejarnos atrapar por los momentos, en lugar de ser nosotros quienes los persigamos con nuestras cuentas en redes sociales.
Cinematográficamente, Boyhood demuestra que aún queda mucho por innovar, y por sorprender a los espectadores.
Linklater ofrece un producto digno de estudio, que abarca mucha historia, y que se refleja en una cinta larga, pero que no llega a decaer.
Porque es la vida de cualquier de nosotros; con sus recuerdos y sus anécdotas, y uno nunca se cansa de recordar, y echar la mente al pasado.
Incluso, la forma de rodar, y la actitud del director ante la cámara, y ante la historia, van evolucionando a la vez que lo hace la historia de Mason.
La dirección artística, emplea para estos, unos vestuarios comunes y sugestivos, a cada edad y momento del rodaje.
Uno de los aspectos que más me gustó, es su montaje:
Linklater no nos muestra rótulo alguno, para hacer referencia al paso del tiempo, dejando que sea el público, el que se percate de ello, a través de los personajes.
He de reconocer que, las transiciones resultan naturales, y que el espectador no se pierde en ningún momento.
Esta forma de rodar, inédita hasta la fecha, suponía muchos riesgos, ya que en 12 años, pueden pasar muchas cosas a los 4 actores principales; pensemos únicamente en Robin Willians y en Philip Seymour Hoffman…
Los personajes principales, tienen en momentos, crisis existenciales, donde es visible, el enorme esfuerzo que conlleva vivir y salir adelante de cada obstáculo.
Mientras que Boyhood se centró en el desarrollo de Mason, la trama principalmente presentaba los esfuerzos de la madre para proveerles, y el proceso de maduración del padre, a lo largo de esos 12 años.
Boyhood enfrenta al espectador, a las pequeñas batallas que se deben vencer:
Pagar las cuentas, estudiar, conocer gente, terminar relaciones...
En esencia, Boyhood le recuerda al espectador, que la vida es una épica complicada, donde el destino no es claro, y los villanos no son evidentes.
Tras todo lo dicho, me gustaría recalcar que, lo que más me ha llamado la atención, personalmente, es que el director, centrándose en el periodo de crecimiento del niño protagonista, consigue que me fije más en la evolución de los personajes adultos, y en la complejidad de los mismos, de tal forma que se nos muestra a la vez, la formación de una persona que está empezando su vida, y el desarrollo y los cambios que se generan en personas adultas, que sufren los rigores de la vida, y de la sociedad.
Para ello, Linklater usa magistralmente a los 2 personajes paternos.
Pero el director no sólo utiliza a los personajes de los padres, para mostrarnos su visión del mundo, si no que usa magistralmente, a los diferentes personajes secundarios adultos, que aparecen en Boyhood.
Hay muchos ejemplos de esto:
Jimmy (Charles Wayne Sexton), el amigo del Mason Sr., que continúa tocando en grupos de música, ganándose la vida de una forma, digamos “alternativa”
El profesor universitario alcohólico, Bill Welbrock (Marco Perella), de carácter violento, y segundo marido de Olivia.
Jim (Brad Hawkins), el héroe de guerra, que acaba frustrado al reincorporarse a una sociedad que no le ofrece la adrenalina del ejército, y tercer esposo de Olivia.
El profesor de fotografía, Mr. Turlington (Tom McTigue), que es consciente del potencial de Mason Jr., etc.
Por otro lado, encontrar a un niño de 6 años, dispuesto a comprometerse con un proyecto de 12 años de rodaje, fue sin duda, el reto logístico más complejo, al que tuvo de enfrentarse Richard Linklater en la preproducción de Boyhood.
Ellar Coltrane, tenía 7 años cuando Linklater inició el rodaje.
Es un chico tímido, introvertido, el típico “raro” que no deja de hacerse preguntas que no tienen respuesta.
Linklater fue extraordinariamente protector con el chico desde el principio, evitando su exposición a los medios, para que el singular rodaje, no afectara negativamente en ningún modo, a su vida privada.
Al principio, Ellar tenía que memorizar diálogos, todo estaba mucho más pautado, pero a medida que fue creciendo, sus experiencias vitales, se mezclaron con las del personaje, de manera que Linklater le dio más y más libertad, para participar activamente en la creación del personaje.
El equipo de rodaje, acabó siendo una segunda familia para Ellar, que confiesa haber vivido una infancia/adolescencia, absolutamente únicas.
La experiencia, por otro lado, le ha convencido de que quiere seguir probando suerte en el mundo del cine, hoy, cuando cuenta con 20 años de edad.
Su hermana Samantha, la interpreta Lorelei Linklater, hija del director, que según he leído, quiso abandonar el proyecto al cabo de 4 o 5 años; incluso le pidió a su padre que “la matara”
Lorelei Linklater, “hermana” y compañera de juegos en la infancia, y aunque se vayan distanciando a medida que sus personajes llegan a la juventud, siempre está ahí.
Los 2 chicos están bien, pero quienes se llevan la palma, son los padres.
Ethan Hawke está enorme como Mason Evans, Sr.
Se podría decir que es la antítesis del personaje de Ethan Hawke, un padre que a su vez, hace el papel de colega y consejero de sus hijos, pero que a diferencia de su ex-mujer, sí consigue formar una nueva familia.
El papel de padre entregado, cuya simpatía no enmascara un acusado “Síndrome de Peter Pan” es un rol que a Ethan Hawke le viene como anillo al dedo.
Disfruta como un enano, y nosotros con él.
Y Patricia Arquette, es la imagen de una madre que no tiene suerte con las relaciones amorosas, con diversos divorcios a sus espaldas, pero que tras conseguir ser profesora de universidad, se esfuerza para sacar adelante su vida, y la de sus hijos.
Y es que estamos acostumbrados a ver películas, donde hay saltos en el tiempo y, o bien, se recurre al maquillaje, o directamente, es otro actor el que interpreta el papel, con otra edad.
Eso es lo mágico de esta propuesta, como los actores siempre son los mismos, es fácil reconocerlos, y notar el paso del tiempo, sin necesidad de rótulos que nos indiquen que ha pasado 1 o 2 años.
Las transiciones son sutiles, sin embargo, el paso del tiempo es palpable, y no solo en Mason, y en su hermana Sam, sobre todo al principio, es ella la que nos marca las pautas, ya saben, las chicas se desarrollan antes, porque Mason tiene un par de años, y apenas cambia…
También es curioso en los adultos, Ethan Hawke que interpreta al padre, parece tener un “pacto con el diablo” ya que al principio, no le vemos envejecer, pero en los últimos capítulos, ya se le ve más maduro.
En cambio, en Patricia Arquette, que interpreta a la madre, se la ve natural y real, más joven al principio, luego más madura, con algún kilo de más, diría que hasta embarazada… pues Patricia tuvo su segundo hijo en 2003; y una clara evolución de la moda en los peinados de la última década, reflejada en sus estilismos.
Me resultó especialmente gracioso, cuando apreció con el mismo corte de pelo que luce actualmente, ya al final, cuando uno se presta a cerrar el film.
Quiero destacar el trabajo de la madre, una mujer que es capaz de sacar sola, a sus hijos adelante, ella vuelve a estudiar para conseguir un trabajo mejor, y poder ofrecer mejores cosas a sus hijos.
Sin embargo, no tiene suerte para escoger maridos, se casa 2 veces más, y termina separándose los 2, con las mudanzas y cambio de escuela, y familia, que eso implica para sus hijos.
La vemos preocupada por los niños, por sus estudios, les lee antes de dormir, pero pocas veces se nos muestran escenas de ella jugando con los niños, o haciendo cosas divertidas.
Por el contrario, cuando pasan el fin de semana con el padre, se van al boliche, al béisbol, de acampada, sabemos que el padre no siempre está presente, y que hay largos periodos que no le ven, pero sus encuentros son siempre agradables, y esa sensación no la tengo con la madre.
Sin embargo, la escena final, cuando Mason está recogiendo sus cosas para llevárselas a la universidad, su madre se derrumba, se siente muy sincera, y refleja esas contradicciones que sienten los padres, cuando los hijos crecen, y se van, pero que se sienten muy orgullosos de lo que están consiguiendo.
Y el tiempo es aquí, efectivamente, el gran protagonista.
Ese tiempo que cura, y causa todas las heridas, y que impone un reajuste constante de unas relaciones:
La amistad, la familia, el amor, que van cambiando de modo inevitable, porque nosotros vamos cambiando.
Nunca somos los mismos que hace un instante, pues el tiempo es un flujo que nos moldea, segundo a segundo, y la persistencia de nuestra propia identidad, no es sino una falacia.
Es un hecho irrefutable; ni siquiera a nivel celular, somos los mismos seres que éramos ayer.
El tiempo es además contradictorio porque, si bien es universal y nos cambia a todos, también es personal, porque deja en cada uno de nosotros, una impronta individual y propia.
Todos evolucionamos, y sin embargo, nadie evoluciona igual que los demás.
A destacar, la maravillosa conversación en el restaurante del boliche, en la que Ethan Hawke intenta acercarse a su hija, interesándose por su vida personal, mientras ella se ríe con una naturalidad que desborda a cualquiera.
Sin embargo, hay momentos donde los actores no llegan a mostrar una reacción emocional convincente, por lo cual se rompe momentáneamente, la ilusión de continuidad.
Y alguna que otra escena tipo viñeta, como la del bullying en el baño… que pasa de la anécdota.
Y la crítica la ha catalogado como “la experiencia cinematográfica del año”, “un triunfo de la constancia y dedicación de Linklater”
Además de la dedicación de Linklater, la mayoría de los críticos han destacado la naturalidad del guion, y el excelente trabajo de su reparto, destacando principalmente, a Ethan Hawke y Patricia Arquette.
En lo cultural, hay señales que nos recuerdan que Coldplay, Britney Spears, Dragon Ball, Star Wars, Harry Potter, Twilight, o Lady Gaga, han estado en Boyhood, pues han formado parte de los tiempos que han tocado vivir y, te guste o no, hasta han forjado la educación sentimental de toda una generación.
Tengan en cuenta las fechas en que se topó por primera vez, con estas canciones, hagan números, y piensen en todo lo que cabe en este inmenso espacio.
Tampoco faltan las referencias a artistas ya consagrados como Bob Dylan o referencias a The Beatles, en un disco especial, que el propio padre de Mason le regala, en uno de sus cumpleaños.
Antes, ya había destacado alguna escena, pero me quedo con la más dramática:
Cuando ese profesor universitario, tan relamido él, se convierte en segundo marido de Oliva.
Tan educado, tan acogedor.
Forman una familia envidiable, con la aportación al matrimonio de 2 hijos cada uno.
Los hermanastros se llevan de maravilla.
Todo es un primor.
Pero el profesor, al llegar a casa, empieza con un refresco con algo de alcohol, para pasar por un vaso de alcohol, con algo de refresco; y acabar desechando el refresco.
Y la tremenda escena se da, como en tantos otros hogares, a la hora de la cena.
Al “marido perfecto” ya no le gusta la bazofia de la comida que hace su mujer…
Pierde los papeles, pierde los modales, y pierde su razón; y lanza un vaso a la mesa, con tal violencia, que sus cristales llegaron hasta mi pantalla.
De escalofrío, pues la escena presenta la violencia a través del alcohol, violencia familiar e infantil.
Y claro está, el final, rompedor, entre madre e hijo, como la catarsis de una vida entregada y cumplida.
Está claro que Boyhood no es una película para grandes masas.
Aquí no hay efectos especiales, ni acción, ni comedia, ni suspense, ni terror, ni melodrama, ni sucesos paranormales, ni romances edulcorados, ni escenas de cama, sexo o desnudos.
Boyhood es la típica película, en la que los amantes de los “blockbusters” saldrán del cine, describiéndola como una cinta en la que “no pasa nada”
Pero eso da igual, porque lo que busca, lo consigue.
Es más, en ese sentido, Boyhood roza la perfección.
Ya sea por fluidez, pudor, u honestidad con esos personajes, en Boyhood no prolifera la sensiblería.
Es trabajo del espectador preguntarse:
¿Qué habrá sido de aquel primer amigo con el que hojeaba catálogos de lencería?
¿Qué habrá pasado con aquellos que, durante un tiempo, también formaron parte de su familia?
Lo más cercano que vemos en Boyhood, a un gesto sentido, que no sentimental, a un manual de instrucciones sobre la vida, son 3 reflexiones existencialistas para definir la historia, y los principales personajes de la película:
“La vida no tiene barreras”, que resume la necesidad de un padre ausente de recuperar su papel como cabeza de familia.
“Pensé que habría algo más”, que define las expectativas vitales insatisfechas de una madre desbordada.
Y un último, y más importante:
“¿Cuál es el sentido de todo esto?”, que prepara al hijo, tras su primer desamor adolescente, para la etapa adulta en la que acaba de entrar.
“Nadie lo sabe, todos improvisamos”
Porque lo que nos muestra es exactamente eso, momentos de una vida, ni más ni menos.
A eso hay que añadir que los “momentos” elegidos, nunca caen en el morbo fácil.
No hay una muerte traumática, no recurren al melodrama, no nos muestran la primera vez del protagonista...
Nunca se aleja de eso que es tan difícil de encontrar hoy en día, en la mayoría de las películas:
La verosimilitud.
Es naturalidad pura y dura, lo más cercano a una vida, que se ha visto jamás en el cine, con los mismos actores, interpretando a los mismos personajes, durante más de una década, en la misma película.
Pero vamos, no es eso lo que busca Boyhood, su objetivo es mostrarnos la evolución de las relaciones entre un niño/adolescente/joven, sus padres divorciados, y otras personas de su entorno.
Que sí, que en el mundo real habrá gente con mala suerte, cuya vida será un auténtico melodrama, y habrá gente cuya vida será súper emocionante, pero aquí lo que quieren es contarte una vida normal, como la que puede tener cualquiera de nosotros.
Y en ese sentido, es imposible no ver momentos de nuestra vida en Boyhood.
Por último, la música también es evocadora a cada momento en el que se desarrolla la historia, con canciones que sonaron, y marcaron ese momento, en un variado y rítmico trabajo idóneo para Boyhood, creando el legado musical de nuestras vidas.
“This is the worst day of my life.
I knew this day would come, except why is it happening now?
First I get married, have kids, end up with two ex-husbands, go back to school, get my degree, get my masters, send both my kids off to college.
What's next?
My own fucking funeral?”
La infancia, como sabemos, aunque a veces lo olvidemos, es un tesoro que, como tal, está en permanente peligro.
De ser robado, destruido o, directamente, desintegrado.
Despierta envidia e incomprensión, por parte de quien ya no la posee, o peor, por parte de quien nunca la ha tenido.
Puede llegar a ser odiada, incluso por su propio propietario... pero éste casi siempre acaba rectificando.
Es disfrutable, sólo durante una etapa concreta de nuestra vida.
Y a partir de cierta edad, pierde su valor.
Esto último, por supuesto, es mentira, lo que pasa es que hemos decidido creérnosla.
Dejémoslo en que la infancia, a pesar de la creencia popular, no tiene por qué depender de la edad.
La vida, bien puede semejarse con un largo viaje en tren:
Los vagones de los que consta ese tren, representan las diferentes etapas en las que nos desarrollamos:
Infancia, niñez, adolescencia, juventud, madurez, y vejez.
En cada vagoneta, cada persona se irá encontrando a las personas con las que compartirá cada ciclo, como la familia, y los amigos.
Pero ese tren, va haciendo paradas, y en cada una de ellas, habrá gente que decida tomar otro camino distinto, y baje; y gente nueva que subirá, con la que compartir nuevas experiencias.
Una vez se acaba ese viaje o etapa, pasarán con nosotros al siguiente compartimento, algunas de las personas con las hemos convivido, o hemos tenido a nuestro alrededor.
Dicho tren, pese a que lo dirigimos nosotros, tiene como motor fundamental el tiempo, que es del todo incontrolable.
Así las cosas, la vida es también enamorarse, y sufrir por ello.
Y tristemente darse cuenta de que “no hay elfos en los bosques” o de que “las ballenas no tienen nada de mitológico”
Es soñar con hacer algo grande, aun cuando tengas la certeza de que no vas a conseguirlo.
Es estrellarse de pronto, pero sabiendo que ibas a estrellarte.
Es improvisar, sentir que eres diferente, y al mismo tiempo, igual que los demás.
Como diría Nietzsche:
“Solamente aquel que construye el futuro, tiene derecho a juzgar el pasado”
¿Y qué le espera a Mason a partir de ahora?
Toda una vida por delante.

“Because I don't have all the answers”



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