El Espinazo del Diablo

“¿Qué es un fantasma?”

Dicen que nombrar nuestros miedos, es el remedio más infalible para conjurarlos.
Algo de eso ha ocurrido en el cine con los extraterrestres, que nos daban tanto miedo en las primeras películas, y acabaron haciéndose nuestros amigos, vecinos, colegas, y amantes…
Los fantasmas, destinados a habitar nuestro innombrado cuarto oscuro, no han podido resistirse ese proceso.
De nuevo, los malos no pertenecen al mundo de los muertos:
Alrededor de 500,000 personas murieron en La Guerra Civil Española, la cual fue un conflicto social, político, y bélico, que más tarde repercutiría también en un conflicto económico, que se desencadenó en España, tras el fracaso parcial del Golpe de Estado del 17 y 18 de julio de 1936, llevado a cabo por una parte del ejército, contra el gobierno de La Segunda República Española.
Tras el bloqueo del Estrecho, y el posterior puente aéreo que, gracias a la rápida colaboración de Alemania e Italia, trasladó las tropas rebeldes a la península en las últimas semanas de julio, comenzó una guerra civil, que concluiría el 1 de abril de 1939, con el último parte de guerra, firmado por Francisco Franco, declarando su victoria, y estableciendo una dictadura, que duraría hasta su muerte, en 1975.
La guerra, tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión, enfrentamiento de nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y democracia republicana; entre revolución y contrarrevolución; entre fascismo y comunismo.
“Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”
El Espinazo del Diablo es una película de fantasía, del año 2001, dirigida por Guillermo del Toro.
Protagonizada por Marisa Paredes, Eduardo Noriega, Federico Luppi, Fernando Tielve, Íñigo Garcés, Irene Visedo, Francisco Maestre, José Manuel Lorenzo, Junio Valverde, entre otros.
El guión es de Guillermo del Toro, Antonio Trashorras y David Muñoz.
El Espinazo del Diablo, supone la primera parte de “La Trilogía de La Oscuridad”, una trilogía sobre La Guerra Civil, y Posguerra Españolas, que continuó, en su 2ª entrega, con “El Laberinto del Fauno” (2006), y que debe, o debería concluir con el título tentativo “3993”, habiendo sido su producción, por más que duela decirlo, congelada, y archivada.
Guillermo del Toro, escribió El Espinazo del Diablo, cuando estaba en la Universidad; como un lienzo fílmico, salpicado de melancolía, terror gótico, desesperanza, e infantil curiosidad, la cual toma su nombre, tanto del padecimiento físico, medicamente conocido como “espina bífida” o malformación en las vértebras de la columna vertebral, y que antes de los avances científicos, era atribuida al mal obrar moral de los padres de la criatura.
Hoy, se conoce como “espina bífida” a una malformación congénita, en la que existe un cierre incompleto del tubo neural, al final del 1er mes de vida embrionaria; y posteriormente, el cierre incompleto de las últimas vértebras; como también, el título evoca la agreste zona de La Sierra de Alcubierre, donde los combatientes republicanos y sublevados, se batían a muerte en ese entonces.
Así pues, durante La Guerra Civil Española, el orfanato de Santa Lucía, sirve de refugio para un grupo de republicanos, que ejercen de profesores:
Carmen (Marisa Paredes) es la directora del orfanato, y Casares (Federico Luppi) es el médico, Conchita (Irene Visedo) la cocinera, como también Jacinto (Eduardo Noriega), el portero, quien siendo niño, estuvo internado ahí mismo, como uno más de los huérfanos, y quien hace poco regresó, para trabajar en el lugar, y vigilar a los niños, más no por empatía, sino con una secreta intención que nada tiene de desinteresada ayuda.
A esta fracción de universo sin vida, donde los vivos parecen haber muerto hace rato, y donde los fantasmas tienen deudas por saldar, llega Carlos (Fernando Tielve), otro huérfano de La Revolución; con una pequeña caja de recuerdos.
El espectador deberá cruzar con él, ese mundo de la niñez que todos mantenemos en la memoria, pero bajo la circunstancia particular que, sólo una guerra puede plantear:
El constante merodeo de la muerte.
Si los suspiros y las sombras que arrastran sus amenazas en la noche, son la representación de la prueba a sortear, son los fantasmas del más acá, a los que habrá que vencer, para escapar al sangriento mundo de los adultos, y seguir con vida.
Los chicos, llegan al orfanato, de la mano de algún guerrillero republicano, que sobrevivió a sus padres, con la promesa de cuidarlo; pero que los depositan en el oculto bastión, junto con lingotes de oro robados, que contribuirán a la causa.
Desgraciadamente, con el dorado metal, no se puede canjear por leche en la despensa del pueblo, y lo que se suponía un momentáneo tiempo de espera, se ha transformado en una situación indefinida de años.
¿Cuánto tardarán en llegar los franquistas?
¿Cuándo y cómo, se podrá usar el oro para la causa republicana?
¿Qué darle de comer a los chicos?
¿Cuánto más habrá que esperar?
Todo cambia cuando Carlos descubre a un fantasma al quien llaman Santi (Julio Valverde), que le guiará hasta descubrir un oscuro deseo, y cuando el ejército franquista se dirige hacia el lugar.
Ingeniosamente, El Espinazo del Diablo une 2 historias, separadas en un mismo contexto:
Por un lado, las turbulentas relaciones personales entre 4 personajes adultos, que trabajan y regentan un orfanato, que sirve de cobijo a niños abandonados durante La Guerra Civil Española; y por otro, la historia individual de uno de estos niños, que parece haber desarrollado un sexto sentido, para poder ver fantasmas… y allí yace la pregunta:
¿Existen los fantasmas?
¿Son producto de la imaginación del niño, producto de la imaginación del colectivo social?
El Espinazo del Diablo la trama se decanta por una historia de venganzas, la pérdida de inocencia; chicos inocentes, envueltos en el turbio mundo de la guerra y sus sucias tramas, dejándoles heridas sin curar, y fantasmas, reales o no, persiguiéndoles toda la vida.
Sobre los fantasmas, y ya no sólo sobre los fantasmas físicos, los que aparecen en la historia, sino a los que quedan tras una guerra, a las heridas no cerradas tras un crudo pasado, tras una relación imposible, y tras traiciones imperdonables.
“Qué soledad, la del príncipe sin reino, la del hombre sin calor”
La narración es la de una patria en guerra, de un país dividido por ambiciones, y traiciones, que lleva a cuestas sus demonios ideológicos, y sus almas en pena; y es ahí donde del Toro acompaña al espectador, a visitar los tétricos rincones de este apartado sitio, que está bajo la omnipresente sombra de la aniquilación caída desde los cielos, enclaustrados ahí, donde la sed de justicia no se termina de ahogar nunca, y donde los espantos dejan su huella, y miran desde la distancia, dejando escapar el aliento, para hacer sentir su presencia, manando por esa herida que nunca deja de sangrar, llamando pausadamente, desde la eternidad.
Como en toda la filmografía de Guillermo del Toro, El Espinazo del Diablo se centra en temas sobrenaturales:
Un fantasma habita en un foso de agua, esperando hacer justicia contra quien le ha quitado la vida, la trama cuida al máximo, el aspecto humano e histórico de la historia, las actuaciones de niños y adultos, son de primer nivel, y los efectos especiales, tienen el toque fino y especial, entre lo sobrenatural y lo humano de los personajes.
Al final la culpa, los remordimientos, el valor, o la mezquindad, ponen a cada personaje en su sitio, y la historia desenlaza en un final inesperado.
Lejos de ser una historia de fantasmas al uso, es decir, “de susto en susto, y vuelvo a asustar porque me toca”, El Espinazo del Diablo se presenta más bien, como una narración de atmósferas inquietantes, y personajes perturbadores.
Así, el espectador no sabe si le tiene más miedo al fantasma del Hospicio de Santa Lucía, o por el contrario, a las circunstancias reales que rodean a los chiquillos del orfanato:
Seres atormentados y prisioneros, no sólo de la guerra, sino también de sus propios temores y ambiciones:
Carmen está consumida por un amor no correspondido, y humillada al tener que utilizar una pierna ortopédica para poder caminar.
Jacinto, atrapado por una crueldad de la que no quiere liberarse; es la maldad del oportunista, del que se aprovecha de las desgracias ajenas, provocándolas o no, es el tipo carroñero, que aparece en todas las guerras, y en todos los bandos, en todos los atentados, catástrofes, y accidentes.
Conchita, la cocinera, despertando hormonas será el drama romántico de Jacinto, que tendrá que ser sacrificado para alcanzar la causa.
Casares, acobardado por su incapacidad para luchar por aquello en lo que cree; se dedica a vender el líquido de los frascos de fetos deformes, como un licor exquisito, acto sutilmente caníbal, y de inspiración surrealista.
Y los niños, que pierden su inocencia, nada más traspasar las puertas de aquel centro, que es su único hogar, al respecto, ver cuando Carlos es abandonado en el orfanato por su tutor, o más explícito, el momento en el que los muchachos clavan las lanzas de madera a su enemigo.
Así pues, El Espinazo del Diablo es hermosa en emociones, aunque tópica en su fantasía.
Curiosamente, el fantasma, es el de un niño que desapareció ese mismo día, y al que nadie da por muerto, si no por escapado.
Santi, el fantasma, tal como se dice, es de creación propia, de los mismos niños que lo necesitan para quedar tranquilos, y poder comprender la maldad, y realizar el acto final, de matar a un ser humano por venganza, o como hacían los antiguos prehistóricos, a los mamuts.
También parece que es todo, una metáfora de la vida en tiempos difíciles, ya que se usa a la muerte de un niño, por culpa de la guerra, en base a un misil que no ha explotado.
Es decir, que algo a lo que se le atribuye la muerte, como es el caso del misil, al no explosionar, “devuelve” la vida a los que más falta les hace, en este caso, los niños, y en lugar de creer que Santi está muerto, se hacen a la idea que simplemente se escapó, y sigue vivo…
Otra posible metáfora, es la de usar el hecho real de su muerte, indicándonos cuál era el bando culpable...
Así las cosas, la relación entre antagonistas, en un período marcado por el dolor y la muerte, es simplemente la excusa de del Toro, para construir una trama de poderoso dramatismo, que se acrecienta cuando los pasos de los jóvenes protagonistas, se alejan a un mundo de fantasía desbordante, que se revela como único medio de salvación del cruel mundo real, pero igualmente tenebrista y terrorífico, tal es así, por ser un desdoblamiento conectado con la inminente realidad.
En el contexto en el que se maneja El Espinazo del Diablo, apenas se puede echar una mirada a los estragos bélicos, que asolan la región; pero se ve lo suficiente para saber que, a los adultos, poco les preocupan las apariciones y suspiros nocturnos, cuando el latente peligro de caer en manos del enemigo, los mantiene intranquilos.
Así es que a través de Carlos, el más allá se aparecerá de cuerpo presente, probando así la valentía de niño, y la pureza de su corazón.
Como dato sobresaliente, citar que el historietista español, Carlos Giménez, realizó el “story board” de diferentes secuencias, y colaboró en la ambientación y decoración de diversos escenarios.
De hecho, El Espinazo del Diablo, tiene muchos puntos en común, con la obra de Giménez Paracuellos, de la que Guillermo del Toro es admirador.
El patio del colegio, está presidido por una bomba que no explotó, erguida como el monolito de Kubrick de “2001: A Space Odyssey” (1968), con misteriosos sonidos internos, a pesar de haber sido desactivada, que se convierte, como el monolito, en algo que acompaña a la evolución, y al aprendizaje que se da a través de la violencia.
Si el monolito aparece cuando los simios se hacen humanos, a través de la violencia contra el prójimo; la bomba cae la noche del asesinato de Santi, convirtiéndolo en niño fantasma, que es muy original en su concepción, por cierto, cuando uno de los chicos madura, a través de experimentar la muerte de cerca.
La recreación del niño fallecido, con sus detalles, completamente digitalizado, son brutales.
Pero como error, debe ser la primera vez en la historia del espiritismo, y del cine fantástico y de terror, que un fantasma tiene que llamar a la puerta, para poder entrar en un espacio físico...
Con todo, El Espinazo del Diablo es una reflexión acerca de los fantasmas terrenales, que viajan por esta vida, atados a los hombres de carne y hueso, porque son ellos quienes los alimentan.
Un plácido relato, acerca del ser, y su alma.
“Qué lisonja de la pena, el no poder ocultarse”
La dicotomía que ofrece El Espinazo del Diablo, entre horror y nostalgia, recae sobre todo, en los personajes que se presentan como entes, o fantasmas.
Por un lado, en la estructura del relato, se encuentra Santi, que es el primer personaje que rompe la cotidianeidad de los códigos que se enmarcan dentro de la normalidad, reflejo de ello, son los adjetivos que le dan en el orfanato, y el suspense que genera en las escenas del dormitorio, y la cocina.
Posteriormente, cuando el personaje de Carlos se decide a interactuar con el fantasma de Santi, el horror se ve maximizado, pues aún, estos códigos de la normalidad, se ven afectados por la presencia y persecución de Santi a Carlos, al final, Carlos decide encararlo, y aceptarlo como parte de sus códigos de lógica, y el horror desaparece; se puede decir que “ha madurado” y ha visto el horror de lo que lo rodea.
En todo caso “el terror” cae sobre la figura de Jacinto, quien como se ha visto, figura como un verdugo constante para los niños, presto cuando se encara al objeto del producto del horror, Santi, y tras saber la verdad sobre la muerte de él, tanto el horror como el terror producidos por Santi y Jacinto, desaparecen por un solo objetivo:
La venganza.
La nostalgia, es otro detalle que sale a relucir, gracias a los fantasmas:
El anhelo por el pasado se ve encarnado en la pierna amputada de Carmen, por la patria libre previa al franquismo, y las fotografías viejas que figuran el pasado de Jacinto.
El sentimiento nostálgico, recae de manera explícita, desde el lugar en que se nos cuenta la historia; el tiempo pasado, percibido en el poema:
“¿Qué es un fantasma?”, y la descripción que da inicio y fin a El Espinazo del Diablo, hace un listado de elementos del pasado.
En un inicio, pareciera ser sólo la introducción a la narración, más en las escenas finales, tras el ataque psicológico y físico, por parte de Jacinto a los niños, Casares adjetiva su existencia con el poema, a la par de que observamos a los niños, abandonar el único hogar que conocieron, con su única familia, obligados a dejar la inocencia y la infancia, en el pasado, y entrar al mundo adulto.

“Un fantasma, eso soy yo”



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