Velvet Goldmine

“We set out to change the world… ended up just changing ourselves”

Existió una época donde, experimentar con la música y el arte en general, reivindicar el mundo bohemio, y vestirse como una mujer, luciendo purpurina y espectáculo, fue algo original, fue un movimiento:
El Glam.
Artistas de toda una época, jugaron a cambiar los convencionalismos, ponerse máscaras, y cantar canciones que no hemos olvidado.
En esa época, la transgresión valía la pena.
El “Glam Rock” es un estilo visual dentro de géneros musicales, nacido en Gran Bretaña, cuyo apogeo tuvo lugar entre 1971 y 1974.
Su nombre, es un apócope de la palabra “glamour”; y nació en una época en la que el rock psicodélico, derivó hacia unos estilos que abusaban del virtuosismo, y los largos desarrollos en las canciones, en perjuicio de la frescura que se podía encontrar en el viejo “rock 'n' roll”
Por ello, muchos artistas, como Marc Bolande, T.Rex, y David Bowie, comenzaron a buscar esa espontaneidad perdida.
Algunos de sus pioneros, y máximos exponentes son:
T. Rex, David Bowie, Roxy Music, Sweet, Slade, Queen, Kiss, New York Dolls,The Rolling Stones, The Beatles; y algunas de las canciones más famosas, son:
“Life On Mars?”, “Ziggy Stardust” ambas de David Bowie; “Get it On”, “20th Century Boy” ambas de T. Rex; “Come On Feel the Noize” de Slade, y “Fox On The Run” de Sweet, entre otras.
Si por algo se caracterizaba este estilo, era por dar tanta importancia a su música como a su estética, o mejor dicho, su estética era también, parte de su música.
Así que, frente a la imagen de “macho-rock” imperante en esos días, se rebelaron dando uso masculino, a elementos del vestir tradicionalmente femeninos, y exhibiendo una actitud descarada, y provocativa.
El pionero fue Marc Bolan, entre cuyos “hallazgos” estéticos se encuentran los estampados de leopardo, las chisteras, las botas de pluma, y la purpurina.
Conforme iba creciendo el género, se fueron popularizando los trajes futuristas brillantes, las botas con plataforma, los peinados imposibles, y los kilos de maquillaje y purpurina que utilizaban.
David Bowie, también contribuyó a la estética, como en el maquillaje al inspirarse en las travestis neoyorquinas del entorno de Andy Warhol, por cuya estética sentía predilección.
Bowie se convirtió en la mayor estrella del movimiento, cuando mutó en “Ziggy Stardust”, un personaje de su invención, cuyas vicisitudes cuenta en “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”, disco que inyectó al “glam” grandes dosis de dramatismo, convirtiéndose en el LP clave del género, y considerado uno de los mejores discos de la historia del rock.
El álbum narra la historia de “Ziggy Stardust”, un extraterrestre bisexual de imagen andrógina, que se convierte en estrella del rock, con el que Bowie quiso combinar la ciencia ficción, y el teatro japonés kabuki.
Este personaje, fue el primer álter ego que adoptó Bowie en su carrera, al que posteriormente seguirían otros, como:
“Aladdin Sane” o “El Duque Blanco”
El disco, comienza con Ziggy, revelando a los habitantes de La Tierra, que sólo quedan 5 años para que el planeta desaparezca, tras lo que decide convertirse en un “mesías de rock” para salvarlo de la destrucción.
Finalmente, termina por abandonar sus objetivos, siendo víctima de su propio éxito.
Sobre el motivo por el que Bowie escogió el nombre de “Ziggy” para su personaje, hay varias teorías.
El propio artista afirmó en su momento, que el nombre estuvo inspirado en una sastrería de Londres, llamada de esta forma, aunque más tarde declararía a Rolling Stone, que lo eligió por ser el único nombre cristiano, que comenzaba con la letra Z.
Otras fuentes han señalado la similitud del nombre, y los de Iggy Pop, y la modelo Twiggy, ambos amigos suyos, y por quienes siempre ha sentido una admiración declarada.
Así las cosas:
¿Qué hubiera querido ser Oscar Wilde, sino una estrella del rock, o en concreto del “Glam Rock”, como lo fue David Bowie, en un momento, a finales de los 60, e inicios de los 70, en el que lo decible, y lo visible en la faceta sexual, parecían ampliarse, o al menos tambalearse, quebrarse los rígidos planteamientos de lo que es legítimo, de lo que es normal, de lo que es mostrable, o deseable?
“Listen, a real artist creates beautiful things and puts nothing of his own life into them, OK?”
Velvet Goldmine es un musical de 1998, dirigida por Todd Haynes.
Protagonizada por Jonathan Rhys Meyers, Ewan McGregor, Toni Collette, Christian Bale, Eddie Izzard, Emily Woof, Michael Feast, entre otros.
El guión es de Todd Haynes y James Lyons; y el productor ejecutivo fue Michael Stipe, líder del grupo R.E.M.; además, Velvet Goldmine propulsó la carrera de su protagonista, Jonathan Rhys Meyers.
Velvet Goldmine obtuvo una nominación al Oscar, como mejor diseño de vestuario; y el título “Velvet Goldmine” está inspirado en una canción homónima, escrita por David Bowie, que fue incluida como “B-side” del álbum “The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars”, álbum cumbre del movimiento “glam” y considerado uno de los mejores de la historia del rock.
En un principio, Haynes tenía planeado hacer una especie de biografía sobre David Bowie, en su etapa de “Ziggy Stardust”, pero el camaleón del rock se negó, debido a que tenía planeado hacer él mismo, una película basada en su personaje “glam”
Debido a esto, los 2 personajes principales, son ficticios, aunque influidos por las figuras de Bowie, y de Iggy Pop.
Aunque la historia es ficticia, es obvia además, la inspiración que tuvo Haynes, en los cantantes:
Jobriath, Bowie, Lou Reed, e Iggy Pop; como de una “biografía musical, no autorizada” de Bowie.
Así pues, Velvet Goldmine sobrevuela el terreno del musical, en la que las canciones más que contar la historia, la van sugiriendo, con versiones de canciones con grupos como:
Placebo o Shudder to think, que componen una banda sonora exquisita, aunque la palma se la lleva un montaje frenético en ocasiones, y lento y melancólico en otras, pero sobre todo potente, que llena el metraje de una extraña arritmia que le sienta muy bien, y la convierte en única; en un juego de espejos e identidades, que su director filma tomando la música y la estética del “Glam Rock” como símbolos de la revolución social, y la liberación sexual de finales de los 60 y principios de los 70.
En Velvet Goldmine se narra la historia de Arthur Stuart (Christian Bale), un reportero que investiga la carrera del cantante de “Glam Rock” Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers), misteriosamente asesinado en uno de sus conciertos, descubriendo al poco tiempo, que todo había sido una puesta en escena, y cuya carrera decae, hasta desaparecer tras eso.
Para ello, debe entrevistar a las personas que fueron parte de su vida en ese entonces:
Curt Wild (Ewan McGregor), un amigo también cantante, con el que colaboró en varios de sus discos; Mandy Slade (Toni Collette), la ex esposa; y Jerry Devine (Eddie Izzard), su manager.
Estructurada a partir de diferentes saltos en el tiempo, la primera escena se remonta al Dublín de La Época Victoriana, a las puertas de una casa en la que misteriosamente, aparece un bebé, Oscar Wilde, con una esmeralda verde en su chaqueta.
Dicha joya, sirve como el hilo conductor que teje el argumento de Velvet Goldmine, un amuleto que pasa de personaje a personaje, impregnando de brillante luz, cada una de sus historias.
Las referencias a la persona, y a las obras de Oscar Wilde, abundan en forma de citas y diálogos de los personajes que, como el genio de Dublín, hacen gala de la ostentación y el escándalo, desde su perspectiva más poética y literaria.
Velvet Goldmine, es una película de máscaras y disfraces, de encubiertas identidades sexuales, de amores escondidos, de artistas que se visten de brillantes criaturas del espacio, de mensajes encerrados tras canciones, guitarras, y maquillajes estrafalarios.
La nostalgia de una época en la que fuimos libres, y soñamos con el arte.
De eso trata Velvet Goldmine, un homenaje al “rock glamuroso”
“I want to be a pop idol”
Velvet Goldmine hay que verla con la mente, y el alma libre de prejuicios de todo tipo, porque es un viaje a sentimientos difícilmente explicables, que todos hemos sentido, pero no sabemos expresar, más a que a través de una canción, que por alguna razón en especial, describe lo que sentimos.
Por ello, Velvet Goldmine es una aproximación al fenómeno fan, y al disfuncional mundo del artista prototípico, que lo gana y lo pierde todo, en cuestión de segundos.
El objetivo de Velvet Goldmine, no es diseccionar la etapa de “Glam Rock” de los 70, sino transmitir el estado de ánimo, y su extravagante contracultura al espectador de hoy.
De esta manera, los personajes son “alter egos” de las estrellas de esos años, así, el personaje Brian Slade, está inspirado en David Bowie durante su etapa en la que “interpretaba” dentro y fuera de los escenarios a “Ziggy Stardust”, un alienígena andrógino y bisexual, que quería conquistar La Tierra, a base de mentiras.
Precisamente, la mentira es parte de este juego de rock and roll, llamado “glam”, en el que el propio Bowie, creó un personaje con el que se fundió durante años, hasta que los fans le “matan” figuradamente.
De ahí que, en el inicio de Velvet Goldmine, el personaje es asesinado sobre el escenario, algo que nunca llegó a pasar, pero seguro pasó por la mente de Bowie.
A raíz de ahí, se reconstruyen los hechos de esa época de color y lentejuelas, de homoerotismo, excesos, y libertad, que se contraponen con unos años 80, que son retratados como oscuros, decadentes, e incluso fascistas, en la que El SIDA acabó con la utopía de una total liberación sexual, y resucitó tabúes que habían empezado a extinguirse.
Hay que comprender por tanto, la búsqueda de la imagen y la música, como una pasión; la frivolidad y la autodestrucción, como concepto clave.
Solo así se puede entender un film que, desde el principio, deja claras sus intenciones de juguetear con aquel espíritu extravagante del “glam” y ese “platillo volador”
No es raro que Velvet Goldmine, tome a Oscar Wilde, como uno de sus modelos, un hombre adelantado a su tiempo.
De ahí que la investigación implica, enfrentarse con lo que fue, con lo que pudo ser, con lo que es, o ha dejado de ser.
Es a la vez, la perspectiva del adepto, ya que en su adolescencia, el cantante se convirtió en un modelo revulsivo en su propia vida, propulsó la sublevación, propició que encontrara, y por tanto, modificara, su apariencia, su modo de presentarse ante los demás, afirmándose en su propia identidad, y por añadidura, en su sexualidad, en su tendencia homosexual, lo que supondría su enfrentamiento con sus padres, con las figuras que representaban la autoridad.
Ahora, una década después, Arthur parece haber desaparecido, aunque sea aún una presencia física.
Su apariencia es la de cualquiera, la de cualquiera calificado como “normal”, nada hay distintivo en su personalidad, y parece aislado, como lo parece en su mismo ambiente de trabajo.
Ahora, la separación es la del integrado, que mantiene las distancias, que no se siente identificado, y permanece camuflado, en estado hibernado, un superviviente oculto en la maleza de la “normalidad”
De alguna manera, devorado, anulado, por la “normalidad” contra la que se sublevó en la adolescencia, a través de aquella figura que parecía enfrentarse al mundo, a la sociedad, a la representación de la realidad, propiciando alternativas, otras opciones de relacionarse, y representarse.
Resulta interesante, echar la vista atrás y analizar los actores principales, que ahora conforman un “cast” de lujo, pero cuyas carreras entonces, no habían alcanzado la notoriedad que tienen hoy en día.
Todos brillan, y todos merecen que Velvet Goldmine esté entre lo mejor de su trabajo:
Un genial Jonathan Rhys Meyers y sus planificadas contradicciones y salidas de tono.
El personaje de Myers, que se ha hecho una cara nueva para que le olviden, y para olvidar su pasado, y todo el rollo que montó con lo del asesinato falso.
Rhys Meyers, básicamente, le debe su vida a Brian Slade, que le puso en el mapa.
Ewan McGregor, en un personaje inspirado en Iggy Pop, por su irreverencia, su jugueteo sexual y verbal, y su relación platónica con Bowie; y Lou Reed, cuyos padres le daban terapia electroshock para “quitar” sus deseos homosexuales.
McGregor, que en aquel momento todavía era el colaborador de Danny Boyle, y estaba a un año de estrenarse como Obi-Wan Kenobi, demostró que el talento que había dejado claro en “Trainspotting” (1996) no era “flor de un día”, y como bien demuestra su carrera posterior, sus interpretaciones no han hecho más que mejorar.
Además de varios personajes, que los entendidos reconocerán al momento, y personajes inspirados en aquellos que rodeaban a Bowie, como su mujer, interpretada por Toni Colette; o los distintos managers que Brian utiliza, y trata como muñecos sin sentimientos.
Christian Bale, que ni siquiera había sido aún, Patrick Bateman de “American Psycho” (2000), se expuso a un personaje alejado de todo lo que había hecho hasta entonces, y mucho de lo que haría después, y dejó a la vista, la vulnerabilidad que imprime la nostalgia, y la juventud pasada.
Si bien, los actores interpretan la mayoría de los temas en Velvet Goldmine, Jonathan Rhys Meyers, fue doblado en un par de canciones, por el líder de Radiohead, Thom Yorke.
Velvet Goldmine es, por tanto, una reflexión sobre la fama, y de la mentira que se crea en torno a ella, de la que todos somos conscientemente partícipes, actualmente sucede algo parecido con Lady GaGa, pero también es una visión.
Pero el artista, como le ocurre a Slade, se ve devorado por su propia ficción, por el personaje que crea.
Sus intentos de demoler, o subvertir una realidad, derivan en la inocua predominancia de una condición escénica, el ornamento devora a la significación.
Se extravía en la propia escenificación, o representación, como si la sociedad la domesticara, al integrarlo como peculiaridad, o anomalía extravagante, parte de un espectáculo, en la distancia de un escenario.
Y mientras la realidad permanece en sus pautas dominantes, en su corrupción solapada, el artista se desenfoca en su interior, en su espacio propio, en una intimidad que deriva en espacio esquizoide, desajustado, desbocado, y atropellado por la permisividad, y supresión de límites que le propicia su posición de privilegio, como si fuera relegado a una vitrina de lujo, en la que puede gozar de lujos vedados al hombre corriente, pero figura “taxidérmica”, la de su propio personaje, la de su condición de estrella, o figura escénica.
Y el adepto, el espectador que logró modificar su realidad, gracias a su reflejo escénico, una fisura en la pantalla de la instituida normalidad, de la presunta realidad; también se difumina, porque el modelo alternativo no cuaja, y la realidad permanece indemne, asimila el cuerpo extraño, lo anula, lo convierte en figura mercantil, en figura de fantasía, y el adepto permanece en la realidad, como una sombra, un espectro, el gesto extraído, como si la vida ya no le habitara, entre la maleza impersonal, uno más...
Oscar Wilde acabó en prisión.
Las estrellas del rock, tienen sus modos de adaptación, de mutarse en figuras de una atracción de feria.
Sino veamos a Madonna, o en su tiempo a Freddy Mercury…
Aquí, David Bowie logró liberarse a tiempo, de ese nudo corredizo en el que se había convertido su propio personaje; y supo mantener su voz, jugando con su persona escénica.
O pueden suicidarse...
Ian Curtis, cuyo modelo inspirador, fue Ziggy Stardust, no logró lidiar con una realidad que siempre sintió que le superaba, sin encontrarse, o poder afirmarse, en un personaje, y se suicidó.
Como otro icono, Kurt Cobain, alejado de una realidad de la que se sentía lejano, e incluso de sí mismo, extraviado en cierto autocomplaciente lamento del ensimismado.
Y el malestar le convirtió en fantasma, que no supo ser cuerpo, ni presencia, ni personaje; acabó con un disparo en la cabeza.
Algunas escenas, poseen un lirismo precioso, en el que la teatral música, se mezcla con poemas del propio Oscar Wilde.
Como dato, Ewan McGregor decidió dejarse llevar, durante la escena en la que Brian Slade lo ve actuar por primera vez, y en vez de enseñar el trasero, hizo un frontal completo... dando saltos para más señas, que resultó natural, fantástico y delirante.
Como última curiosidad, me gustaría destacar el posible error de continuidad, que hay en un momento, cuando Slade da un concierto de rock cutre, de día, que desilusiona a la mayoría, y después, Curt Wild da la nota.
El error en cuestión, se encuentra en que Slade toca mientras es de día, y justo cuando termina, y empieza el de Wild, el cual el ambiente es completamente nocturno.
A menos que la duración del concierto de Slade haya durado hasta la puesta del sol, pero Velvet Goldmine no lo muestra…
Muy curioso, y supongo que Haynes lo hizo adrede, para que veamos una clara diferencia entre los 2, aunque de una manera un poco tramposa.
Otro dato en contra, son tantas canciones, que quitan tiempo fílmico para la narración, tal como está planteada, con muchos “flashbacks”, y en algunos momentos, el espectador puede sentirse perdido en el tiempo.
Sin embargo, todo Velvet Goldmine es un espectáculo de música, luz, color, decorados, y muchas frases sueltas, cargadas de significados para unos años en los que realmente, la música cambió la forma de vivir en todo el mundo.
Pero las actitudes personales, con mucha dificultad, no se correspondían con las grandes declaraciones que llegaban a la gente, en particular, a los más jóvenes.
Por esta razón, los mitos mesiánicos cayeron, desaparecieron, y solo quedaron los que en su música, cantaban la realidad, y no las ensoñaciones.
“Rock is dead” decía una canción de Marilyn Manson de 1999, en la que hacía referencia al “Glam Rock” y la iconografía de la época de Ziggy Stardust, y The Stooges.
Precisamente, esta misma visión pesimista, es la que transmite Velvet Goldmine, en las escenas intercaladas en que vuelven a los años 80.
De alguna forma, esa muerte en el escenario de Brian Slade, y su resurrección como cantante republicano estadounidense, hace presagiar unos tiempos sin originalidad, y el surgimiento de los cantantes-productos, que están por todas partes hoy en día, no en vano, se comenta que la principal referencia que tomó el director Todd Haynes, para la parte en que recrea los 80, es la famosa novela de George Orwell “1984” (1949) , que Bowie además, aludía en una canción suya.
Por último, la banda sonora fue una parte muy importante en Velvet Goldmine; estuvo coordinada también por Michael Stipe, y cuenta con varias canciones clásicas del “Glam Rock”, algunas en su versión original, y otras versionadas por artistas, coetáneos a Velvet Goldmine.
Además de los grupos ya conocidos, se formaron dos súper grupos “ex profeso” para grabar esta banda sonora, integrados por primeras figuras de la música alternativa:
“Wylde Rattz” con Mark Arm de Mudhoney; Ron Asheton de The Stooges; Thurston Moore y Steve Shelley de Sonic Youth; Mike Watt de Minutemen y Don Fleming de Gumball.
“Venus In Furs” con Thom Yorke y Jonny Greenwood de Radiohead; Andy Mackay de Roxy Music; Bernard Butler de Suede y Paul Kimble de Grant Lee Buffalo.
“The doctors guaranteed the treatment would fry the fairy clean out of him.
But all it did was make him bonkers everytime he heard electric guitar”
¿Qué impulsa a alguien que podría tenerlo todo, a intentar acabar con su vida?
La frustración, la infelicidad que se amaga detrás de un éxito de taquilla, una carrera brillante, o un #1 en las listas de ventas, sigue siendo un misterio, y un material de alto voltaje e interés cinematográfico.
Por eso, Velvet Goldmine, es un film de culto, el cual nunca pasará de moda, ya que es una historia de fantasmas.
Por un lado, el de quien desapareció de escena, tanto de la musical, tras simular, precisamente, su muerte en el escenario, maniobra publicitaria frustrada, porque le hizo perder adeptos; inspirada en la metafórica muerte de Ziggy Stardust, anunciada por Bowie el escenario, el 3 de julio de 1973, apuntalada con el tema “Rock 'n' rollo suicide”, porque se sentía un “Dr. Frankenstein” a quien se le había desmandado la criatura creada, dada la irreal transcendencia mediática que había adquirido; como de la vida, porque no se sabe de su paradero, una década después, qué fue de él, como si, tras desaparecer su personaje, él mismo se hubiera volatilizado, o quizás mutado en otra de las figuras icónicas intercambiables de los escenarios.
Intercambiables porque, como expresó Roger Waters, cuando explicó la razón de por qué había compuesto “The Wall”, el músico ante todo, parece que se convierte para el fan, o adepto, en un icono escénico, en una representación o símbolo, más allá de la música que compone, o de lo que expresa, lo que puede propiciar ciertos conflictos en el propio artista, escisiones en sí mismo, distancias con la realidad, el peligro de cierto extravío, la amenaza de ciertos abismos, los que también propicia la poltrona de su privilegio, el aislamiento propiciado por su circunstancia excepcional que le separa del hombre corriente, y esa embriaguez se puede convertir en canto de cisne, vampirizado por un metafórico cuadro de Dorian Gray.
Una línea trascendental entre lo que fue “ayer” y lo que es “hoy”

“Style always wins out in the end”



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