The Grand Budapest Hotel

“I go to bed with all my friends”

A menudo se dice que “el cine está muerto”, en el sentido de que la mayoría de los recursos y argumentos audiovisuales, no están sólo trillados, sino violados.
En este frenético mundo actual del Séptimo Arte, se puede hacer todo el cine que se quiera, pero el más valioso, casi siempre es el de autor.
Resulta que Stefan Zweig, fue un escritor, biógrafo, y activista social austríaco, de la primera mitad del siglo XX, sin parentesco con el escritor Arnold Zweig, ni tampoco con la escritora alemana, Stefanie Zweig.
Stefan trabajó durante más de 20 años, en su “Sternstunden der Menschheit” o “Momentos Estelares de La Humanidad” (1927) que retrata los 14 acontecimientos de la historia mundial, más importantes, desde su punto de vista.
Sus obras, estuvieron entre las primeras que protestaron contra la intervención de Alemania en La Segunda Guerra Mundial, y fue muy popular entre 1920 y 1930.
Zweig escribió novelas, relatos, y biografías.
“Schachnovelle” o “Novela de Ajedrez” (1941) es su novela más famosa, sobre la neurosis obsesiva que un hombre desarrolla por el ajedrez, durante su cautiverio en manos de La Gestapo.
“Joseph Fouché. Bildnis eines Politischen Menschen” o “Fouché, El Genio Tenebroso” (1929) y “Maria Stuart” (1934), son obras, mitad biografía, y mitad novela histórica, muy interesantes sobre un personaje que nadie ha podido definir mejor, ni antes ni después.
Otra de sus biografías, “Marie Antoinette. Bildnis eines Mittleren Charakters” (1932), está dedicada a Maria Antonia Josepha Johanna von Habsburg-Lothringen, y fue adaptada al cine en Hollywood, siendo protagonizada por la actriz de la Metro Goldwyn Mayer, Norma Shearer, en el papel principal.
Así como la novela “Angst” o “Miedo” (1920), fue llevada al cine por Roberto Rossellini e Ingrid Bergman.
Gracias a sus amistades, entre las que estaban Eugen Relgis, Hermann Hesse, y Pierre-Jean Jouve, Stefan pudo publicar sus visiones apartidistas, sobre la turbulenta realidad europea de aquellos días.
Conoció además a James Joyce, Thomas Mann, y a Max Reinhardt.
Cabe destacar su especial aportación al estudio de Dostoievski, al que admiraba profundamente, hasta considerarlo como uno de los más grandes escritores de la historia.
La solvencia económica de su familia, le permitió su gran pasión:
Viajar; y así adquirió la gran consciencia de tolerancia que ha quedado plasmada en sus obras, las primeras en protestar en contra de la intervención de Alemania en la guerra.
Después del armisticio de 1918, pudo retornar a Austria:
Volvió a Salzburgo, donde en 1920 se casó con su primera esposa, Friderike Maria Burger von Winternitz, una admiradora de su obra, a quien había conocido 8 años antes.
Como intelectual comprometido, Zweig se enfrentó con vehemencia, contra las doctrinas nacionalistas, y el espíritu revanchista de la época.
De todo eso, escribió en una larga serie de novelas y dramas, en lo que fue el período más productivo de su vida.
En 1928, Zweig viajó a La Unión Soviética; y 2 años después, visitó a Albert Einstein en su exilio en Princeton.
Zweig cultivaría la amistad de personalidades como:
Máximo Gorki, Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, y Arturo Toscanini.
En Europa, y tras el aumento de la influencia nacional socialista en Austria, Zweig se trasladó un tiempo a Londres; ya por entonces, se vio en dificultades para publicar en Alemania, pese a lo cual, pudo escribir el libreto para “Die Schweigsame Frau” o “La Mujer Silenciosa” (1935), una ópera del compositor Richard Strauss.
Definido como “no ario”, Stefan fue defendido por Strauss, quien se negó a eliminar el nombre de Zweig, como libretista del cartel de la obra, estrenada en Dresde.
Por su parte, Hitler rehusó ir al estreno, como estaba planeado, y poco tiempo después, tras sólo 3 representaciones, la obra fue prohibida.
Stefan Zweig vivió en Bath y Londres, antes de viajar a los Estados Unidos, República Dominicana, Argentina, y Paraguay, con motivo de un ciclo de conferencias.
En 1941 se mudó a Brasil, donde escribió “Brasilien. Ein Land der Zukunft” o “Brasil: Un país de Futuro”
En esta obra, Stefan examina la historia, la economía, y la cultura del país.
Citando a Américo Vespucio, describe cómo los primeros navegantes europeos vieron al Nuevo Mundo:
“Si el paraíso existe en algún lado del planeta…
¡No podría estar muy lejos de aquí!”
En Petrópolis, desesperados ante el futuro de Europa y su cultura, después de la caída de Singapur, pues creían en verdad que el nazismo se extendería a todo el planeta, un 22 de febrero, él y su segunda esposa Lotte Altman, se suicidaron.
Zweig había escrito:
“Creo que es mejor finalizar en un buen momento, y de pie, una vida en la cual, la labor intelectual significó el gozo más puro; y la libertad personal, el bien más preciado sobre La Tierra”
Su autobiografía “Die Welt von Gestern” de 1942, con publicación póstuma hacia 1944, es un panegírico a la cultura europea, que consideraba para siempre perdida.
La correspondencia intercambiada entre Zweig y sus conocidos, fue muy intensa.
Algunas colecciones, como la conservada en el College de Fredonia, de La Universidad Estatal de Nueva York, se compone de más de 6.000 cartas, escritas entre 1901 y 1942, a Zweig, por más de 300 personalidades eminentes, como:
Martin Buber, Albert Schweitzer, Richard Strauss, Rainer Maria Rilke, Luigi Pirandello, Jules Romains, Joseph Roth, Frans Masereel, y otros.
La colección, también contiene casi 2000 ejemplares, que fueron intercambiados entre el autor y su primera esposa Friderike Maria Zweig.
Aproximadamente la mitad de estas cartas, fueron publicadas en 1954.
También se conserva una colección de un pequeño grupo de cartas, donadas en 1979, tras la muerte del hermano de Stefan, Alfred Zweig, bajo el nombre de:
“Correspondencia con Sigmund Freud, Rainer Maria Rilke, y Arthur Schnitzler”
Si bien Stefan Zweig fue uno de los más conocidos, y reputados escritores entre 1930 y 1940, desde su muerte, y a pesar de la importancia de su obra, ha sido gradualmente olvidado.
“You see, there are still faint glimmers of civilization left in this barbaric slaughterhouse that was once known as humanity.
Indeed that's what we provide in our own modest, humble, insignificant...
Oh, fuck it”
The Grand Budapest Hotel es una comedia, escrita y dirigida por Wes Anderson, en el año 2014.
Protagonizada por Ralph Fiennes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Jude Law, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Mathieu Amalric, Jason Schwartzman, Tom Wilkinson, Larry Pine, Bill Murray, Owen Wilson, Léa Seydoux, Giselda Volodi, Bob Balaban, Florian Lukas, Karl Markovics, Volker Michalowski, Fisher Stevens, Wallace Wolodarsky, Waris Ahluwalia, entre otros.
El director Wes Anderson dice que, para hacer su 8° filme, se ha inspirado en diversas fuentes, tales como las comedias anteriores a la introducción del horripilante Código Hays, realizadas durante los años 30, así como las historias y memorias del escritor vienés, Stefan Zweig.
“A mi amigo Hugo Guinness y a mí, se nos ocurrió una idea”, recuerda Anderson sobre los orígenes del guión.
“Ambos habíamos hablado durante años, sobre crear un personaje basado en un amigo común, una persona excepcional, y absolutamente encantadora, con una personal, y maravillosa facilidad de palabra, y una forma de ver la vida muy especial.
Alguien que no se parece absolutamente a nadie que conozcamos.
Después, y ya por separado, tuve la idea de hacer una película al estilo europeo; inspirada sobre todo, en Stefan Zweig, un escritor al que verdaderamente he llegado a apreciar durante los últimos años” concluye.
The Grand Budapest Hotel es una especial fascinación reivindicativa por el “storyteller”, el clásico cuentacuentos, en la figura que resucita Anderson en su homenaje confeso a Stefan Zweig, un escritor austríaco, cuya prosa ficcional quedó maldita bajo la losa del fascismo, y sorda por el estruendo de las 2 grandes guerras mundiales, y que decidió quitarse de en medio, cuando vio dónde había ido a parar su preciada Europa, suicidándose en el exilio brasileño.
Y agrega:
“Había otras cosas que había leído, que en un principio podía parecer que no tenían conexión con The Grand Budapest Hotel, como “Eichmann en Jerusalén”, de Hannah Arendt, que tenía muy poco que ver directamente con ella, pero que contiene un fascinante análisis, de cómo respondió cada uno de los países europeos al desafío nazi, y de cómo llegó a descomponerse todo un continente; así como “Suite Française” de Irène Némirovsky.
Estos fueron algunos de los elementos con los que empecé, y luego los mezclé con la idea que Hugo y yo teníamos sobre nuestro amigo.
Y, en cierto modo, sobre eso trata The Grand Budapest Hotel de alguna manera”
Y es que The Grand Budapest Hotel, es la primera película que Wes Anderson ha grabado en Europa.
Anderson buscó incansablemente la locación ideal para su proyecto, y lo encontró en Görlitz, una ciudad alemana, con un casco antiguo en Polonia, que ha sobrevivido a La Segunda Guerra Mundial, y que es Patrimonio de La humanidad; y otras partes de Sajonia, así como en el Studio Babelsberg.
Y los habitantes de Görlitz, fueron incorporados a The Grand Budapest Hotel, ya sea en la realización de objetos decorativos, o mediante la elaboración de los pasteles, que son parte de la historia.
¿Y el hotel, con su fachada rosa, no recuerda a un gran pastel?
Porque debajo del rosado, y muy atrayente paquete de la pastelería “Mendl’s”, hay, efectivamente, un premio de lo más suculento.
The Grand Budapest Hotel es una colosal eclosión artística y sentimental, de una filmografía sencillamente irrepetible.
Se trata de una película de “ladrones” en clave humorística, y de constante movimiento, tanto cinético como cómico; un atemporal relato de amistad, integridad, y promesas cumplidas.
Aquí no hay nada parecido al mundo real:
Los países son inventados, los lugares también, los escenarios se viven como escenografías, y los personajes parecen marionetas.
The Grand Budapest Hotel es una comedia “farsesca”, que toma del cine clásico de Hollywood de aventuras y enredos, para crear un universo propio.
Es un juego de mesa, un álbum de figuritas, una obra de títeres.
Y es extraordinaria.
Una comedia al estilo “slapstick”, con mucha aventura, en donde la lealtad está presente en varios pasajes, ambientada en un mundo etéreo, en donde se demuestra el talento de Anderson, de crear historias magníficas.
Obtuvo 4 Premios Oscar:
Mejor Banda Sonora, Mejor Diseño de Producción, Mejor Vestuario, y Mejor Maquillaje y Peluquería; de y 5 nominaciones:
Mejor película, director, guión original, cinematografía, y edición.
The Grand Budapest Hotel sitúa la acción, en una ficticia ciudad-balneario, ubicada en el imaginario país alpino de Zubrowka, para el cual, Anderson creó no solo una completa estética visual, sino también, un cohesionada historia del siglo XX, que retrataba la situación en Europa del Este, con un dominio del fascismo durante los años 30, y una posterior hegemonía del comunismo; pero también reflejó un pasado más distante, caracterizado por el inconfundible estilo de “La Belle Époque”
The Grand Budapest Hotel narra una serie de absurdos enredos, encabezados por el Monsieur Gustave H. (Ralph Fiennes), el legendario “concierge” del famoso hotel europeo de entreguerras, The Grand Budapest, quien entabla amistad con el “Looby Boy”, Zero Moustafa (Tony Revolori/ F. Murray Abraham), un joven empleado al que convierte en su “protégé”
La historia trata sobre el robo, y la recuperación de una pintura renacentista de valor incalculable, llamada “Boy with Apple” de Johannes Van Hoytl, The Younger; y sobre la batalla que enfrenta a los miembros de una familia, por la inmensa fortuna de Madame Céline Villeneuve Desgoffe und Taxis, o simplemente “Madame D.” (Tilda Swinton), empezando así una batalla con los herederos de esta.
Como telón de fondo, los levantamientos que transformaron Europa durante la primera mitad del siglo XX tendrán lugar en el desarrollo de la acción.
La historia, es una divertida narración que cuenta las aventuras de su protagonista, y su fiel acompañante, hasta resolver todo el embrollo.
Todo ello narrado con vigor y frescura, por el director Wes Anderson, que también es el responsable del soberbio guión.
El reparto, lleno de caras conocidas, es otro de los platos fuertes, que mezcla con habilidad, el género de la comedia, el misterio, y la aventura.
¿Quién no querría ser “mozo de portería” de un lugar así?
Del esplendor maravilloso a la ruina encantadora, viajar al Gran Hotel Budapest, es una experiencia extraordinariamente sensorial, es adentrarse en un fascinante retablo de rincones, historias, y personajes, del que se puede enamorar cualquiera, se llame o no “Moustafa”
Por lo que The Grand Budapest Hotel, es una pequeña perla, en medio de tanta precuela, secuela, octuela, y sanguijuela de sagas, libros, y superhéroes hormonados, y más vistos que el comic, nunca mejor dicho.
Es por ello que, desde su magnífico comienzo, hasta su soberbio final, el metraje que Anderson pone en pie, se impregna de los modos narrativos del cine mudo, y de ese ritmo alocado que, por ejemplo, podíamos ver en las cintas de Georges Méliès, o en el humor físico de Buster Keaton, o Harold Lloyd.
Mirada cargada de respeto, hacia lo que los padres del Séptimo Arte nos legaron hace más de un siglo, The Grand Budapest Hotel se alza pues, en primera instancia, como toda una declaración que exuda amor por el cine, por los 4 costados, de todos y cada uno de los fotogramas que componen sus 100 minutos de duración.
“Are you Monsieur Gustave of The Grand Budapest Hotel in Nebelsbad?”
A caballo entre el cine de suspense de Hitchcock y las novelas de misterio de Agatha Christie; Wes Anderson, director y guionista, crea una muestra única de hacer cine, en el que las películas trascienden su objetivo como bien de consumo; y aspiran a ser una expresión artística.
Se aprecia que estamos frente a este cine de inmediato:
Cuando el director tiene un estilo propio.
The Grand Budapest Hotel, resume de manera perfecta, el talento del director y su particular manera de filmar, creando un relato absorbente, por cómo el enredo narrativo se desarrolla, y por cómo la cuidada estética se apodera con hermosura de cada segundo de proyección.
“¿Por qué quieres ser botones?”
Anderson nos da la bienvenida a su “casa de muñecas” y nos invita, si no a jugar con él, sí al menos a ver cómo juega.
Y cómo se lo pasa, y nos lo hace pasar.
Emocional, melancólica, limpísima en sus formas, y salpicada de una sordidez entre lo sutil, y lo abiertamente aberrante, si uno se para a pensar, la propuesta se convierte desde su mismo arranque, en una extraordinaria fusión de elementos y pulsiones, tan atractivas como mágicas.
Con el habitual tono atravesado, marca de la casa, el espectador se rinde a una puesta en escena maravillosa, y técnicamente irreprochable, que combina la energía física propia del cine mudo, el ritmo de la comedia loca, y la inteligencia de la sátira nostálgica, y la conciencia combativa.
El esquema de “flashbacks” dentro de “flashbacks” va transformando a las peripecias de M. Gustave y compañía, en una mítica aventura de los tiempos dorados, narrada desde la frialdad de una Europa del Este, seca y desangelada de fines de los 60, con la llegada del nazismo, aquí en plan “zezeista” que realiza de “La SS”, como el fin de esa “diversión” y, luego, La Guerra Fría, y la llegada del comunismo.
No cabe duda también que The Grand Budapest Hotel, es una obra pensada para un cierto tipo de público.
Desde su formato de pantalla, combinado entre el 1.33:1 para los años 60; se recurre al Cinemascope 2.35:1; y para los 80, y el presente, se utiliza el Widescreen 1.85:1.
Uno para cada línea de tiempo, más la mezcla de colores pasteles, predominantes en casi todas sus cintas, y los decorados teatrales, y trucos visualmente artesanales, me sugieren películas de los años 30, época en que el cine era magia, y los espectadores disfrutaban con historias de irreales personajes, en mundos igualmente irreales.
Y aquí, el fascismo y el nacional socialismo, lacras de Europa en la época que trata la trama cinematográfica, son presentados en forma caricaturesca.
Lo maravilloso es esa cámara hiperactiva, esos planos-contraplanos, esos ángulos imposibles, con picados, contrapicados, cenitales, o nadir; los incesantes “travellings” y “zooms”, y ese gran montaje... señores y señoras, The Grand Budapest Hotel es cine en esencia pura.
Esto es puro arte.
Si temor a equivocarme, Anderson alguna vez deseó ser arquitecto, pues su perfeccionismo en la composición de los planos es evidente, legendaria es su fijación con la simetría, la elección de un cromatismo cálido, apelando a nuestra nostalgia sepia, no hacen sino maravillarnos ante el trabajo de este director.
Y una sola escena, puede estar compuesta de la locación base, fondo de decorado, maqueta, y “stop motion”
¿Complejo, no?
Por lo demás, esa utilización de 3 tipos de formato de proyección, como recurso narrativo para ambientar épocas, lo considero brillante.
¿Y aquí acaso, no hay una innovación?
Y si su trabajo es sólo más de lo mismo...
Pues quiero ese más de lo mismo más a menudo, porque alrededor, también existe otro más de lo mismo…
Pero ese es muy triste.
Con un guión exquisito, en la manera en la que el conflicto se desarrolla, en la elección de las palabras, en los enredos entre historias, y líneas temporales, y en la delicadeza de un humor, que nunca toma demasiado protagonismo, pero que le da ese toque inocente, infantil, y maravilloso, encanta.
Todo está calculado al milímetro.
El ángulo con el que están dispuestos los bolígrafos en el pupitre del abogado, el enésimo nombre estrafalario, imprescindible para la configuración del nuevo chiste gráfico-conceptual, la forma en que está colgado aquel cuadro de al fondo, que en realidad está en primerísimo primer plano...
La inventiva/orfebrería visual, marca de la casa, siempre en asombrosa y refinadísima simetría, parece, una vez más, no conocer límites.
Aunque The Grand Budapest Hotel, jamás debiera considerarse como fantasía, el mundo expuesto allí, pareciera ser de ese aspecto.
Probablemente, por los colores escogidos, las arabescas figuras, y la importante vestimenta, indumentaria, y expresiones de los personajes.
No es fantasía, pero tampoco es un entorno real…
¿Qué película lo es?
Ciudad, pueblo, hotel, e incluso, pinturas ficticias.
Pero ojo, la vida no, el significado de la vida no es artificial, es más próximo a lo existente.
Quizá sea The Grand Budapest Hotel, la película en la que Anderson más deja fluir la ternura de sus personajes, todos ellos, tan imposibles como reconocibles en su humanidad.
El inmenso potencial actoral, entregado al 100% a la causa camaleónica, imprescindible para alcanzar ese tan identificativo toque estrambótico, sumamente recatado, se aprovecha al máximo, tanto en la avalancha de apariciones estelares, como en la siempre bienvenida sorpresa de los “'del”', para ser más exactos, roba-escenas.
Los personajes son muchos, y si bien, a modo de remembranza, la historia se centra en el “concierge”, la misma trama se “da cuenta” de que es imposible hacerlo, sin arrastrar a los demás personajes-protagonistas, que son fabulosos en absoluto.
Primero, los personajes tienen una caracterización profunda e inteligente.
Segundo, interpretados por actores soberbios, por ejemplo, las pequeñas intervenciones de Bill Murray y Harvey Keitel, hacen pensar que sus cualidades serán imperecederas.
Ralph Fiennes está simplemente colosal, dibujando uno de los mayores iconos de la contención, y la elegancia del cine reciente.
Monsieur Gustave, es un vividor mujeriego de geriátrico, amanerado, egocéntrico, adicto al perfume, ladrón, sinvergüenza, encantador, y todo al mismo tiempo.
Y al frente de un reparto tremebundo, en el que podemos destacar, por la dificultad que requiere, siquiera el hacerse notar ante tanto monstruo, el trabajo del joven Tony Revolori.
Revolori, en su primer papel en cine, es la grata sorpresa, destila simpatía, contención, admiración, camaradería, amor, dignidad, con una gran sutilidad en economía gestual, que nos gana con su ingenuidad y candidez.
Zero Moustafa encarna esa adolescencia plena de altivez, inocencia y chispa que, a su vez, representa al cine de Anderson…
Y ambos, Fiennes y Revolori, lograron una química perfecta, entre tanto personaje dantesco, repleto en plan de cameos, y colaboraciones de lujo, por ejemplo:
M. Mathieu Amalric como Serge X.
A Amalric, le ha caído en gracia el papel de mayordomo asustadizo... con la muerte pisándole los talones, obviamente.
Adrien Brody como Dmitri Desgoffe-und-Taxis, como malvado y avaricioso heredero.
Willem Dafoe como J.G. Jopling, revive sus mejores momentos vampíricos, en cada una de las escenas, en las que hace ostentación de la brutalidad propia del más salvaje de los sicarios.
Jeff Goldblum como Deputy Vilmos Kovacs.
Goldblum se disfraza, sin rechistar, de notario pomposo... también con algún que otro dedo en su propio sarcófago.
Harvey Keitel como Ludwig, en una farda de tatuajes que se mueven como si estuvieran vivos.
Jude Law & Tom Wilkinson, como el autor/escritor.
Edward Norton como Inspector Henckels.
Norton sigue abonado a los papeles más ridículamente autoritarios.
Saoirse Ronan como Agatha, quien aparece con una llamativa cicatriz en la mejilla, con la forma, y casi el tamaño de México.
Léa Seydoux como Clotilde, impagable con su sola presencia, y casi sin diálogos.
Jason Schwartzman como M. Jean, el recepcionista actual del Grand Budapest.
Owen Wilson como M. Chuck, sin diálogos, me pregunto:
¿Cuánto habrán cobrado por el cameo?
Y Tilda Swinton, IMPAGABLE, a quien le toca ponerse el vestido de acaudalada momia, con un pie y medio en la tumba… y ella encantada.
Un hecho interesante, es su caracterización como Madame Céline Villeneuve Desgoffe und Taxis, que está absolutamente irreconocible.
Si hasta le alargaron los lóbulos de las orejas… que a medida que el ser humano envejece, se alargan los lóbulos de las orejas, por eso, una buena caracterización de la vejez, debe incluir esto.
Y los miembros de The Society Of The Crossed Keys!!!!
Con Bill Murray como M. Ivan; y los monjes del monasterio, un largo etcétera.
Todos corren, saltan, se desean, se persiguen, se observan y se matan, en un marco excepcional, en un ambiente belicoso e inquietante, pero tan dulce en su pureza, que resulta imposible no dejarse llevar.
Y como no podía ser otro que, el mismo protagonista omnipresente:
El Grand Budapest Hotel.
Se cuenta que para tomas amplias del hotel, Anderson utilizó un modelo en miniatura de gran altura.
Sintió que el público sabría que fue hecho a base de efectos especiales, generadas por ordenador, o de otro modo…
“La marca en particular de la artificialidad que me gusta usar, es una sola, y está pasada de moda” dijo el realizador.
En el diseño del hotel, Anderson y el diseñador de producción, Adam Stockhausen, hicieron una investigación exhaustiva, mirando las imágenes “vintage” de la Biblioteca del Congreso, de los hoteles y lugares de vacaciones de Europa, así como de locales existentes, como el pastel-rosa del Palace Bristol Hotel, un lugar destacado en los anuncios de The Grand Budapest Hotel, y el Grand Hotel Pupp en la ciudad balneario de Karlovy Vary, en Carlsbad, República Checa; y el Grand Hotel Gellért, en Budapest, modelo utilizado en diversas escalas:
El modelo del hotel era 14 pies de largo, y 7 pies de profundidad, la colina con el árbol en el que se encontraba, era de una escala diferente, y, finalmente, el funicular en el primer plano, se construyó una tercera escala, para capturarlo mejor cinematográficamente.
Los periódicos falsos en The Grand Budapest Hotel, ofrecen el texto principalmente original, pero también utilizan algunos extractos de 3 artículos de Wikipedia.
La pintura, “Boy with Apple”, es una obra maestra del Renacimiento, hecha por el artista de ficción Johannes Van Hoytl, The Younger, y es una obra encargada por Anderson, al pintor Michael Taylor, influenciándose en Bronzino y Durero, usando como modelo a Ed Munro.
La pintura, tomó 4 meses para ser presentada en The Grand Budapest Hotel.
Y también hay un cuadro real, “Two Lesbians Masturbating” del austriaco Egon Schiele (1890-1918)
Y esos pastelitos Mendl’s que aparecen, son una gran metáfora de cómo es The Grand Budapest Hotel:
Exquisita por fuera, y tierna por dentro, colorista, dulce, y que deja un gran sabor en la boca.
Inolvidables las muy dinámicas escenas, con un ritmo endiablado:
El descenso de la montaña esquiando; la huida de la prisión; o el embrollo que se lía en el hotel, al final.
Magno tributo a los comics y al cine mudo.
Destaca también, los títulos de crédito, a la cual acompaña una divertida animación de un bailarín ruso.
Por último, la partitura de Alexander Desplat, en perfecta sintonía con el espíritu juguetón del dueño del hotel, induce también a la reproducción en bucle infinito...
La música, a cargo Desplat, intentó emular sonidos de La Europa Central, utilizando instrumentos inusuales para las bandas sonoras tradicionales, más propias de la cultura gitana, y se propuso no utilizar ninguno de los instrumentos tradicionales de la orquesta sinfónica.
En su lugar, incorporó infinidad de instrumentos centroeuropeos como las balalaikas rusas, el címbalo moldavo, o las trompas alpinas, así como piezas compuestas por Öse Schuppel, Siegfried Behrend, y Vitaly Gnutov, e interpretadas por la Osipov State Russian Folk Orchestra.
“Who's got The Throat-Slitter?”
¿Qué es exactamente, un autor en el cine?
O si se prefiere:
¿Qué es lo que hace del supuesto autor cinematográfico, un verdadero autor?
He aquí la cuestión.
En términos fílmicos, y siempre según los estándares de la todopoderosa, y muy sabia crítica francesa, podría decirse que la tan cacareada expresión, ¿categoría? “cine de autor”, se emplea cuando una película es fácilmente atribuible a un artista, sobre todo a un director.
Intervienen en este proceso de emparejamiento, muchos factores distintos.
¿Vale la estética?
Por supuesto.
¿Por qué no?
Al fin y al cabo, a través de los ojos, entra El Séptimo Arte, de modo que no es de extrañar el que, el “mero” aspecto visual, se tenga en cuenta a la hora de efectuar la prueba de paternidad.
El siguiente ejercicio es, pues, puramente sensorial.
Y consiste en fijarse en la composición de los encuadres, en los movimientos de cámara, en la ropa que luce el elenco actoral... para al final, darse cuenta de que, por supuesto, The Grand Budapest Hotel es una película de Wes Anderson.
Si The Grand Budapest Hotel puede considerarse como uno de los mejores filmes, ¿el mejor?... el más redondo, sin duda de Wes Anderson, es porque conjuga a la perfección, una vez más, “a-la-perfección” la práctica totalidad de los elementos que, a lo largo de estos últimos 18 años fantásticos, han ido componiendo su inconfundible propuesta; y han ido confirmándole como el autor que es.
Wes Anderson, narrador, creador, y autor a la vez; nos dice que su nueva historia, The Grand Budapest Hotel, al igual que casi todas las que en algún momento u otro de nuestra vida hayan llegado a nuestras orejas, es de propiedad compartida.
Le pertenece a él, pero también a El Escritor, a M. Gustave, a Zero Moustafa, a Serge X...

“To be frank, I think his world had vanished long before he ever entered it but, I will say:
He certainly sustained the illusion with a marvelous grace!”



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