Las Brujas de Zugarramurdi

“Nunca piensan lo que parecen que piensan”

La misoginia, ha sido la causa de innumerables y detestables desgracias a lo largo de la historia de la humanidad, y también de infinitos comentarios repulsivos, pero también, de alguna que otra cosa interesante, desde la historia de Salomé, a la de Dalila, sin olvidar la figura de la “Femme Fatale”, o la vampiresa.
“Brujas de Zugarramurdi”, es el nombre con el que se conoce el caso más famoso de la historia de la brujería vasca, y posiblemente de la brujería en España.
El foco de brujería, se encontró en la localidad del Pirineo navarro de Zugarramurdi, y el proceso fue llevado por El Tribunal de La Inquisición Española de Logroño.
En el auto de fe celebrado en esa ciudad, los días 7 y 8 de noviembre de 1610, 18 personas fueron reconciliadas, porque confesaron sus culpas, y apelaron a la misericordia del Tribunal, pero las 6 que se resistieron, fueron quemadas vivas, y 5 en efigie, porque ya habían muerto.
La persecución de las brujas del Labort, en El País Vasco francés, fue obra del juez del Parlamento de Burdeos, Pierre de Lancre, comisionado por El Rey Henri IV de Francia, en respuesta a la petición hecha por los señores, D'Amou y D'Uturbie, para que acabara con “la plaga de brujos y de brujas”, que según ellos asolaba el país.
Conocemos la actuación de de Lance, gracias a 2 libros que publicó después, y que tuvieron un enorme éxito:
“Tableau de L'Inconstance des Mauvais Anges et Demons” (1612), y “L’Incrédulité et Mescréance du Sortilege Plainement Convaincue” (1622)
De los poderes que se atribuía a los brujos y brujas, era su capacidad para provocar enfermedades, e incluso la muerte mediante polvos y ungüentos.
También cuenta horrendos casos de vampirismo, relacionados sobre todo con niños, que eran sacados de sus casas por los brujos y brujas, por orden del Demonio.
Que los brujos y brujas, usaban ungüentos para poder acudir volando al aquelarre, transformarse en bestias, o producir otros prodigios y efectos maléficos.
Que se celebraban Misas Negras, en las que se consagran hostias negras, y cultos satánicos, copiados de los cristianos, y a veces oficiados por sacerdotes sacrílegos, lo que provocó que de Lancre, ordenara la detención y tortura de varios clérigos de la zona, sin más prueba que los testimonios de ciertos “testigos”, como el de un sacerdote muy anciano y trastornado, que confesó que había dado culto al diablo, y que sería ajusticiado por ello “para servir de ejemplo”, algunos de los sacerdotes encarcelados, sin embargo, lograron escapar antes de ser ejecutados.
Lo que creyó averiguar de Lancre, lo obtuvo de declaraciones de niños, de viejos, y de adultos sometidos a tortura.
Además, tuvo que valerse de traductores, pues no comprendía el euskera, y como se señaló:
“A veces transcribe mal los nombres”, y de algunas palabras en vasco, “parece no haber entendido el significado en una declaración amplia”
Así es como de Lancre llegó a la conclusión, de que en Labort, había más de 3 mil personas que llevaban “la marca de la brujería”
Así pues, Pierre de Lancre, mandó quemar a 80 supuestas brujas, y el pánico se trasladó a los valles del norte de Navarra.
Precisamente, el núcleo fundamental del nuevo brote de brujería, se situó en la zona colindante con el país de Labort, en el noroeste de Navarra, más concretamente, en Zugarramurdi.
El domingo 7 de noviembre de 1610, se había congregado en la ciudad de Logroño, “gran multitud de gente”, venida también de Francia, para asistir al acontecimiento.
Se calcula que estuvieron presentes 30 mil personas, cuando La Inquisición Española procesó a 40 vecinas, acusadas de ser brujas de Zugarramurdi, y condenó a 12 de ellas, a morir en la hoguera; 5 de ellas en efigie, por haber muerto con anterioridad.
Las ejecuciones, se basaron en la mayor parte de los casos, en testimonios basados en supersticiones, y envidias que eran poco, o nada fiables.
“La Caza de Brujas”, fue un episodio terrible, de intolerancia e ignorancia en la historia eclesiástica, de gran parte de Europa, especialmente de Francia, Inglaterra, Bélgica, y Alemania.
En España, La Santa Inquisición, sentía más lástima que odio hacia las presuntas “brujas”, a quienes consideraban personas inestables, con discapacidades mentales, a los que daban ensañamiento, era a los falsos conversos.
Los detalles de este Proceso Inquisitorial, son conocidos gracias a que, poco después de que se celebrara el auto de fe que le puso fin, Juan Mongastón, publicó una relación del Proceso en Logroño, que fue reeditada varias veces.
Una de ellas, data de 1811, e iba acompañada de unas notas críticas, calificadas en su tiempo de irreverentes, del escritor ilustrado, Leandro Fernández de Moratín.
La brujería, ha llegado a verse también, como una guerra de sexos cinematográfica, pues se presentan las feminidades, y las masculinidades enfrentadas.
Se acentúan las características que los estereotipos asignan a hombres y mujeres, y se llevan hasta su máxima expresión.
Así, los hombres son débiles, torpes, sienten miedo de las mujeres, que a su vez son malas, perversas, y manipuladoras.
Los hombres inspiran lástima, y las mujeres rechazo.
La guerra de sexos, ha sido un instrumento eficaz, para mantener las relaciones en un claro marco de desigualdad.
Además, la guerra de sexos, siempre termina con el acercamiento inevitable, y con la reconciliación de hombres y mujeres, que están destinados a entenderse y seguir perpetuando El Sistema Patriarcal.
Como dato, se dice que la palabra “akelarre”, viene del prado que está al lado de una de las pequeñas cuevas de Zugarramurdi, que era donde pretendidamente se celebraban las reuniones de las brujas; la palabra significa “prado del cabrón”, y así le llamaban los asistentes a las reuniones de las cuevas a este prado, ya que en él, pastaba un gran cabro negro, o macho cabrío negro, o “Akerbeltz”, en euskera, el cual decían que se transformaba en persona, cuando se reunían las brujas.
O sea, que según la leyenda, este macho cabrío, era el mismísimo diablo.
De ahí que Zugarramurdi reciba el sobrenombre de “La Catedral del Diablo”
De estas leyendas, se han hecho varias películas españolas como:
“Akelarre” (1984) y “Las Brujas de Zugarramurdi” (2013)
“Dios creó a la mujer a su imagen y semejanza.
¿Alguna de vosotras se traga ese historia de la costilla?”
Las Brujas de Zugarramurdi es una comedia española, dirigida por Álex de la Iglesia, en el año 2013.
Protagonizada por Hugo Silva, Mario Casas, Carmen Maura, Terele Pávez, Carolina Bang, Jaime Ordóñez, Gabriel Delgado, Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Macarena Gómez, Enrique Villén, Javier Botet, Santiago Segura, Carlos Areces, Manuel Tallafé, María Barranco, Alexandra Jiménez, entre otros.
El guión es de Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, inspirados en el auto de fe que efectuó La Inquisición Española en 1610 sobre 39 habitantes de Zugarramurdi, al ser procesadas, acusadas de brujería, siendo 12 de ellas, condenadas en Logroño a la hoguera, 5 de las cuales, cuando ya habían fallecido.
La base de Las Brujas de Zugarramurdi, sin embargo, es una singular batalla de sexos, que involucra a personajes comunes, bastante torpes, un tanto bobalicones, en un escenario de peligro fantástico, con no pocos tópicos sobre relación de pareja, y diversas sobreactuaciones.
Dijo el director:
“Zugarramurdi es una obsesión, y la verdad es que me divierte mucho haber descubierto que, no todo el mundo lo conoce.
Para mí es como “Salem”, un lugar absolutamente emblemático en la historia de la brujería, y del ocultismo.
Además, está aquí al lado, en Navarra.
Es el lugar donde surge el concepto de bruja, tal como lo conocemos.
Las imágenes de Goya; el traje de las brujas, que es el traje tradicional navarro de la época...
Todo eso surge en mis años de universidad.
Siempre habíamos querido hacer algo con todo esto.
Allí nació el concepto moderno de la brujería en España, y después de muchos años, madurando la idea, he aquí su disparatado y bizarrísimo homenaje a las brujas navarras del XVII”
Las Brujas de Zugarramurdi, o en la genialidad de título en inglés, “Witching & Bitching”, ya lo dice todo.
Obtuvo 8 Premios Goya, en apartados técnicos, incluyendo Mejor Actriz de Reparto (Terele Pávez) y 2 nominaciones más.
Las Brujas de Zugarramurdi sigue José Fernández Cuesta (Hugo Silva), un padre divorciado, que le ha prometido a su hijo Sergio (Gabriel Delgado), ir a Disneyland Paris.
Antonio “Tony” (Mario Casas) es un mujeriego que, inevitablemente, atrae a todo tipo de mujeres, siendo el relacionista público de la discoteca “Esperma”, y que actualmente está en paro, al igual que José.
Así las cosas, con tal de solucionar sus problemas económicos, ambos deciden robar en un establecimiento de “Compro Oro”
Y para huir de la policía en dirección a Francia, José y Tony, secuestran a Manuel Sánchez García (Jaime Ordóñez), un taxista admirador del periodista de lo paranormal, Íker Jiménez.
Los programas y publicaciones de Íker Jiménez, están dedicados a lo paranormal, y son objeto de juicios muy críticos, por parte de algunos científicos y escépticos, que pueden ver en ellos, una explotación de la credulidad de la gente. Desgraciadamente, el botín, está maldito, ya que lo compone 25 mil anillos de boda, que desprenden una energía negativa, más poderosa que El Arca de La Alianza, léase el doble sentido, siendo el “macguffin” que les lleva a padecer una gran aventura.
A su paso por el pueblo navarro de Zugarramurdi, el trío es secuestrado por un grupo de brujas vascas caníbales, que encabeza la malvada Graciana Barrenetxea (Carmen Maura)
Y no será la única bruja a la que conocerán…
Si quieren sobrevivir, tendrán que huir de las escobas de:
Maritxu (Terele Pávez), Kontxi (Carlos Areces), Miren (Santiago Segura), o Eva (Carolina Bang), la súper sensual bruja, que pondrá en disputa a José y a Tony.
Pero, por si fuera poco, los inspectores:
Jaime Pacheco (Secun de la Rosa), y Alfonso Calvo (Pepón Nieto), van detrás de ellos, y de Silvia (Macarena Gómez), la ex de José, que va en busca de su hijo Sergio.
Las brujas, encerradas en la misteriosa mansión de Zugarramurdi, querrán apoderarse del botín de los anillos a toda costa, y de paso, arrancarles el alma a nuestros protagonistas.
Los pobres, en el fondo, lo único que buscaban, era un poco de paz...
Así se da una batalla entre brujas y hombres, una lucha encarnizada de sexos, muy divertida, que conviene mejor no sacarla del contexto, que es la exageración humorística del estereotipo, que estipula que el hombre es un ser inútil y estúpido, manipulado y zarandeado por la mujer, que es una harpía sin escrúpulos, a la que no se le puede llevar la contraria.
Brujas y mujeres, la misma cosa.
Todas estas dudas, se resolverán en esta comedia delirante y frenética, sobre las dificultades que tienen los hombres para comportarse dignamente en el mundo actual, y ocultar sus lamentables carencias físicas, intelectuales, y afectivas.
“Folla como una perra, miente todo lo que puedas, y engaña a los hombres, que estás en la edad”
Las Brujas de Zugarramurdi, vuelve a contar con los ingredientes básicos del universo del realizador vasco:
Brujas, satanismo, víctimas ingenuas y propiciatorias, situaciones delirantes y rocambolescas, a medio camino entre el horror y el humor más inteligente... en una especie de crónica esquizofrénica y alucinógena, de un auténtico circo de los horrores, siempre impregnando la acción de un ritmo frenético, sin pausa, que mantiene a los espectadores pegados a sus butacas.
Y narra que 500 años después, Las Brujas de Zugarramurdi se toman su venganza, a través de unos desgraciados que huyen de la policía, tras haber cometido un robo muy peculiar.
Todo el mundo onírico, fantástico, y gamberro de Alex de la Iglesia, vuelve aquí con bríos renovados, en una mezcla divertidísima de acción a lo Hollywood, con increíbles monstruos, y tópicos de lo más folclórico.
Todo ello, adobado con el enfrentamiento entre sexos, la guerra entre hombre y mujer, con niño incluido, y “custodia compartida” entre un padre híper responsable, pero transmutado en delincuente; y una madre enfermera, que roza la paranoia más brutal.
Ese humor feroz, esa obsesión por transformar en comedia, lo que es macabro, el amor hacia los personajes esperpénticos, y los diálogos surrealistas, aunque estén sacados del lenguaje cotidiano, la alegría infantil de utilizar la cámara como un juguete que hace milagros, la vitalidad contagiosa del contador de historias, la dinamitación de convenciones intocables, son las señas de identidad de un creador autónomo y poderoso, de alguien que se divierte haciendo su trabajo, y proponiéndole retos a su imaginación.
Es un gamberro genético, dotado de enorme talento, un creador de aparatosas formas visuales, un estilo, un mundo, una forma de mirar la existencia tan insólita como identificable.
Si hay una lectura que no aplica para esta comedia negra y disparatada, es la de corrección política.
Conviene, como admite uno de los protagonistas, insólitamente entusiasmado en una situación límite, cuando las brujas lo toman como rehén, dejarse llevar, entregarse al viaje alucinado y excesivo, que propone un de la Iglesia menos reprimido que nunca.
Decorada con unos efectos visuales, casi siempre brillantes, a la altura de una superproducción del otro lado del charco, la incursión del director vasco, en el siniestro universo de la brujería navarra, siniestro por los inquisidores, no por las brujas, alcanza cotas de delirio inéditas en su carrera, en palabras mayores.
Sofisticados efectos digitales, brujas que reptan por el techo, venus ancestrales que cobran vida a escala superlativa, y un atraco en La Puerta del Sol a plena luz del día, ofrecen a de la Iglesia, enormes desafíos logísticos, en una película cuyo fuerte es, con todo, el humor negro de fábrica.
Dijo el director:
“Hay situaciones en Las Brujas de Zugarramurdi, que están basadas en hechos reales, pero en un tono lógicamente exagerado, y grotesco.
Yo he pasado la experiencia del padre divorciado, y sé lo importante que es tener a tus hijos contigo, porque los tienes muy poco tiempo.
Digamos que es una película razonablemente veraz, pero histéricamente inverosímil”
Las Brujas de Zugarramurdi está llena de diálogos y situaciones de la vida real, referentes a mujeres dominantes, y neo-calzonazos, reconocibles tanto para hombres, como mujeres.
Se trata de escenas que pueden resultar catárticas también para ambos sexos, siempre que se cuente con el suficiente sentido del humor.
Álex de la Iglesia, afronta la situación a la que se vieron sometidas muchas mujeres sabias, poderosas, influyentes, o dotadas de una gran inteligencia en la sociedad, que a cada una le tocó vivir; véase el inicio de los créditos.
Todas ellas, fueron atacadas por considerarse peligrosas, al creerse que podían invadir un territorio reservado en su totalidad para el varón, y entrar en las competencias del rol masculino.
Ya desde los créditos iniciales, atención a “las brujas” sugeridas por Álex, Las Brujas de Zugarramurdi ha sido calificada ligeramente de misógina.
El director respondió la acusación, al declarar que “las mujeres son malas y buenas, son lo mejor y lo peor de la vida”, y confesó que el principal motor de la historia, fue su proverbial incapacidad para relacionarse con el sexo opuesto.
Los personajes masculinos, se encuentran desorientados ante unas mujeres que son voraces y peligrosas, bien sea porque únicamente quieren follar, porque se juntan con madres y hermanas en las cafeterías para criticarles, y controlar sus vidas; o porque no quieran acceder a la custodia compartida.
El único que muestra cierta simpatía por el personaje de Silvia, es el policía gay, que la ve como una madre preocupada por el bienestar de su hijo.
Frente a este grupo de hombres desubicados, que son capaces de llevar a su hijo a un atraco, el grupo de personajes femeninos, se caracteriza por su histeria y su odio a los hombres, fruto de un profundo resentimiento.
Se presenta a las mujeres, de forma especial a las ex mujeres, como seres dañinos y ambiciosos, cuyo único fin en la vida, es estropear la vida de los hombres, de sus hombres.
Y es una pena, que en una de las películas más taquilleras y populares del año, se siga representando a las mujeres, como seres manipuladores, envidiosos, y dañinos; y el amor simbolizado en los anillos, como sinónimo de dolor y desdicha, y de la imposibilidad de entendimiento.
Las frases “masculinas” son muy variadas:
“Las mujeres han destrozado mi vida”
“Son como una secta, comparten información”
“Tuve que taparle la cabeza con una manta”
“Son como arañas”
Todas son una constante, que inciden en el imaginario misógino que Las Brujas de Zugarramurdi, fomenta.
Mientras las femeninas nos dicen:
“Dios es una mujer”
“Sólo hay una verdad en todo el universo, una gran diosa omnipotente, madre cruel, hija despiadada”
“Ella va a volver, y se hará justicia”
¿No hay machismo acá?
Así son las brujas/mujeres:
Te chupan la sangre.
Y así, el único personaje femenino, que no explícitamente malvado, se convierte en una bruja literal:
Silvia.
Curiosamente, junto a la familia de brujas, que representan las 3 generaciones, de abuela, madre e hija, conviven 2 personajes masculinos.
¿Y cómo es que han permitido a 2 hombres vivir con ellas?
Fácil:
Uno porque básicamente sufre algún tipo de retraso, y porque se insinúa que le han hecho cierto proceso transformador, que sufre el hijo humano en el clímax:
“Entrar por la boca, salir por el culo:
Te acostumbras, y al que llegaré ahora”
Se le permite vivir porque es tonto.
El otro, vive encadenado en el sótano, como castigo por ser hombre.
Los mensajes se van amontonando...
Respecto al clímax, en el que el niño secuestrado será transformado en una especie de “anticristo”, destinado a destruir a los hombres “como un caballo de Troya, desde dentro”, vale la pena pararse, porque aquí la simbología llega a niveles estratosféricos, y me puedo imaginar a de la Iglesia y su coguionista, partiéndose de la risa, ante su ocurrencia:
El niño debe ser devorado por la diosa de las brujas, una Venus de Willendorf gigante.
Se trata de una especie de parto demoníaco antinatural, y por tanto, el niño, como ya había sido insinuado en una escena anterior, es expulsado por el ano del monstruo.
Evidentemente, la elección de esa figura, no es casual...
Las Brujas de Zugarramurdi, cuenta con 2 secundarios, que aportan más humor al tema, la clásica pareja de policías, más bien inútiles y torpes, enfrentados a un asunto que les supera completamente.
El giro, que en honor a la verdad se intuye pronto, es que ambos resultan estar enamorados…
Y así, el personaje de Pepón Nieto, encuentra otra forma de librarse de las brujas, es decir, de las mujeres, será liarse con otro hombre.
Queda claro en el epílogo, que la de ellos es una relación feliz, sin los nubarrones en el horizonte que le esperan a Hugo Silva y a Carolina Bang, según las predicciones de la bruja interpretada por Carmen Maura.
Por otro lado, es inevitable ver paralelismos con la vida personal del director y guionista, y más cuando es de dominio público, que Bang es su novia en la vida real, y que él mismo pasó por un divorcio anteriormente; por lo que Las Brujas de Zugarramurdi, parece un gran ejercicio de psicoanálisis, dedicado a, nunca mejor dicho, exorcizar sus demonios personales...
En definitiva, la amarga conclusión final, a la que parece llegar, es que los matrimonios están destinados a acabar mal, y aunque al principio, las novias puedan ser guapas y fantásticas, muy distinta tuvo que ser en su día la ex de Hugo Silva, Macarena Gómez, para que empezaran a salir, todas acaban convirtiéndose en... eso mismo:
Brujas.
La guerra de sexos, no es ninguna ficción; es, por desgracia, el pan nuestro de cada día.
La mayoría de los hombres, y la mayoría de las mujeres, se conducen por la vida con esos mismos prejuicios sexistas, metidos hasta las entrañas.
Y así nos luce el pelo.
Todos esos comentarios sexistas, que se oyen a lo largo del metraje, los ha oído por ahí, cualquier persona que tenga oídos.
Eso no significa que el autor los comparta, ni mucho menos los secunde.
Muchas situaciones, diálogos de pareja, etc., que se desarrollan durante la trama, están sacados de la vida misma.
Es cierto, que las mujeres, no sólo las brujas, son expuestas como unas “sanguijuelas”, unas bestias dominantes, y unas desequilibradas mentales; pero me parece obvio, que la intención es bromear sobre este estigma, y llevarlo hasta el absurdo.
Es más, tampoco creo que los hombres salgan muy bien parados, como por ejemplo, en el caso de los policías interpretados por Pepón Nieto y Secun de la Rosa.
O el beso entre Silva y Casas, forzoso pero beso igual…
Lecturas más profundas y comprometidas, están fuera de lugar, en un producto que sólo busca entretener al espectador, con clichés sexistas.
Lo verdad es que, uno de los grandes aciertos de Las Brujas de Zugarramurdi, es su dúo protagonista, ya que se complementan a la perfección, y al mismo tiempo, permiten que el resto de personajes a su alrededor, tengan sus pequeños momentos de gloria, gratísima sorpresa la del chaval Gabriel Delgado.
Sospecho que habrá quien diga, que es normal que Mario Casas esté bien dando a un lúcido cani, pero no dejará de ser una valoración ventajista, para quitarle mérito, cuando su efectividad cómica es superior a la de un más que solvente Hugo Silva, quien ejerce más como contrapunto de las bromas, que como fuente de las mismas.
Y las 3 generaciones de brujas, las 3 principales, están de antología del escándalo:
Carmen Maura, y esposa del director; en la piel de Graciana, que esconde su identidad de bruja, bajo impecables modales.
Carolina Bang, musa del director vasco, en el cine y en la vida real, encarna a Eva, la benjamina del clan, enamoradísima de José.
Si algo define a este personaje, es su belleza y su poderío sexual, que usa de forma consciente.
Es capaz de traicionar a su familia, y a toda la casta de las brujas, por el amor que siente hacia José.
Que ella, la esperanza de la estirpe de brujas, suelte su ira por algo tan banal y tópico, como que su proyecto de novio, prefiera estar con sus amigos, o que se sienta menos importante ante él, evidencia que el enfoque de Las Brujas de Zugarramurdi, es masculinista, sexista, y misógino.
Y Terele Pávez, otra habitual en el cine de de la Iglesia, es Maritxu, madre y abuela, la bruja más veterana, y también la más imprevisible.
Pero no todo es negativo y sexista.
Si algo destaca en Las Brujas de Zugarramurdi, es la representación de las brujas, de las 2 Graciana Barrenetxea, la madre y la hija.
2 personajes gloriosos y majestuosos, que pasean su poderío y su control a lo largo de todo el metraje.
El mordisco de la abuela con los dientes metálicos, los paseos por el techo, la secuencia del Akelarre, que reivindica una deidad femenina contraria a cualquier Virgen, digna de adoración y respeto.
Dentro de esta mezcla entre sexismo y feminismo, que surge en Las Brujas de Zugarramurdi, es destacable que de la Iglesia no condene a las brujas; es más, en la secuencia final, frente al orden romántico y familiar, las brujas, las Barrenetxea, acompañadas de Silvia, con esa sentencia final:
“Mírales, la familia feliz, tienen dinero, coche, adosado, perro, jardín, y todo eso les destruirá poco a poco…”, representan la posibilidad de algo nuevo.
Y es que, al menos esta vez, se han librado de la hoguera.
“Ellos nos arrancaron los instintos, ensuciaron con la culpa nuestras almas, escupieron sobre nuestro sexo”
El conocido filósofo francés, André Glucksmann, dijo en una ocasión que “el odio más largo de la historia, más milenario aún, y más planetario que el del judío, es el odio a las mujeres”
Siendo él mismo de origen judío, esta afirmación no es poca cosa, dado que siglo tras siglo, los judíos han sido sistemáticamente perseguidos, y sufrido reiteradas matanzas.
Ese odio milenario y particular hacia las mujeres, se conoce como “misoginia”, y consiste no sólo de la tendencia de aversión, temor, y desprecio a las mujeres, y de todo lo considerado femenino, sino en pensar en que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia hacia ellas.
De manera pues, que en el alma del hombre misógino, tener un hijo con una mujer, y constituir una familia, resulta algo sino aberrante, desagradable.
La misoginia moderna, ha tenido una gran impulsora en la religión, no sólo en la cristiana, sino en todas las religiones en las que Dios es hombre, en boca de quien se pone el discurso misógino.
Las iglesias, a través del culto, las creencias, los ritos, las ceremonias, y liturgias, han vendido el discurso del odio a las mujeres como “Palabra de Dios”, y lo han trasmitido a través del tiempo a la sociedad.
De esa manera es como se inculca la misoginia que se interioriza, tanto a través de la educación formal, como de la familia, y se ha convertido en parte de las costumbres, los valores, y la cultura.
Sólo basta echarle una ojeada a algunos párrafos bíblicos, para constatar que las mujeres no gozan de la más mínima simpatía, de parte de la deidad de los hombres.
La sangre del parto, y la menstruación, son “inmundas”, y si resulta que una mujer no es virgen, manda a que la apedreen hasta morir.
La madre es vista como una cosa inerte, y el marido es nombrado como “el gran jefe” y “representante de Dios en la tierra”, y en el colmo del disparate y la fantasía, se afirma el acto contra natura, de que “el varón no procede de la mujer”, cuando es un hecho biológico irreversible, de que son las mujeres las que los paren.
La misoginia, ha denigrado el cuerpo de las mujeres, sus fluidos y funciones, y ha visto como amenazadora su belleza e inteligencia, porque el profundo placer sexual, que otorga el íntimo contacto femenino, es visto con temor, y su capacidad de dar vida, con envidia.
Así, en La Edad Media, se veía en toda mujer, a una potencial “bruja”, cuya seducción apartaba al hombre de Dios.
La bruja, el personaje mítico que por oposición se ha mostrado siempre en conexión profunda con la naturaleza, con el mal, es la antítesis perfecta del arquetipo masculino, entendido como “macho”
Ellas son dadoras de vida, por tanto, superiores a los hombres.
O son tal antítesis, si las llevamos hasta el extremo.
Sólo en ese extremo, uno minoritario, donde pueden intuirse discursos que se escudan en la igualdad para defender la supremacía, caso que ocurre, además, desde ambos posibles lados de la ecuación:
Hay tantos hombres defendiendo la superioridad masculina, como mujeres defendiendo la superioridad femenina; medir por la excepción el canon, como si el machismo imperante no fuera un efecto más que una ideología, en la mayor parte de los casos, sería incluso más peligroso que absurdo, encuentra Las Brujas de Zugarramurdi, el punto donde puede aunar la reflexión sobre el género, y el humor:
Toda la intención soberana de las brujas, la intención de traer al anticristo al mundo, para apropiarse de él, es un reflejo de las tribulaciones de poder, desde la cual nacen las ideologías, no sólo de género, sino de cualquier clase.
Hombres con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres:
Todo está bien, siempre y cuando haya un entendimiento mutuo, una comunicación que transite hacia el equilibrio, y no hacia la dominación del otro.
Aunque sea algo básico, quizás incluso evidente, nunca está de más, que venga una buena comedia a recordárnoslo, sobre todo alguien de apellido de la Iglesia, muy irónico; después de siglos de guerra de sexos, aún es necesario recordar que el problema sigue estando en el individuo, y no en los caracteres superficiales que lo constituyen.
Para el siglo XIX, se la vio como proclive a la infidelidad, caprichosa y ensimismada.
Y desde el siglo pasado, hasta el presente, si bien muchos de esos prejuicios han cambiado, ahora los misóginos modernos, critican la independencia, la libertad sexual, y la autonomía personal femenina, queriendo convencer a las mujeres, que la misma ya no las llevara al infierno, pero las condenará a la soledad.

“A mí las brujas no me dan miedo.
A mí lo que me dan miedo son los hijos de puta.
Y de esos hay en todas partes”



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