The Morning After
“I fix whatever is broken, what people pulls”
The Morning After es una película estadounidense de 1986, dirigida por Sidney Lumet, protagonizada por Jane Fonda, Jeff Bridges, Raúl Juliá, Diane Salinger, Kathy Bates, Geoffrey Scott, James Haake, Kathleen Wilhoite y Richard Foronji.
El guión es de James Cresson (como James Hicks) y David Rayfield (no acreditado)
The Morning After fue candidata al premio Óscar 1987, a la mejor actriz principal para Jane Fonda.
La acción de The Morning After tiene lugar en Los Angeles a partir de la mañana del 28 de octubre de 1986, con una escena previa de la noche anterior.
Alex Sternbergen/Viveca (Jane Fonda) es una mujer frágil, de unos 40 años, actriz en paro, alcohólica, separada y sin hijos.
Amanece en un lugar que no conoce, junto al cadáver de un desconocido y sin capacidad de recordar lo que hizo la noche anterior.
En el aparcamiento del aeropuerto conoce a Turner Kendalll (Bridges), antiguo policía y ex-alcohólico.
Con este punto de partida orientado claramente al "thriller", Lumet construye un film de intriga, que tiene como telón de fondo la trastienda de Hollywood.
El director nos ofrece una mirada del mundo hollywoodiense, tras cuya glamurosa fachada, esconde vicios inconfesables.
Incluso se podrían establecer paralelismos curiosos entre el personaje que interpreta Jane Fonda y la carrera de la propia actriz, por aquellos años en clara cuesta abajo.
The Morning After combina los géneros de misterio, drama y thriller.
Se vislumbra en The Morning After un cierto aire hitchcockiano, o mejor dicho un mcguffin: la presencia de un gato blanco.
Un gato que está en el estudio fotográfico cuando Alex despierta con el muerto a cuestas, que sigue allí cuando la actriz, que no ha podido huir de la ciudad, regresa para limpiarlo todo.
Alguien la observa desde el interior de un armario.
El gato entra en el armario.
Alex acaba la faena.
Cuando va a salir del estudio oye el maullido y cae en la cuenta:
El gato está encerrado en el armario, en un armario que antes estaba abierto… alguien ha estado vigilándola mientras limpiaba las huellas de su noche anterior junto al cadáver.
Sale apresuradamente y… tropieza nuevamente con Turner…
The Morning After glosa las consecuencias de la adicción al alcohol, su influencia sobre la conducta humana y su alcance autodestructivo.
Explica hasta qué punto es difícil el proceso de desadicción, el esfuerzo que implica y que la duración del mismo puede prolongarse durante años.
The Morning After se refiere a las causas del problema: soledad, fracaso profesional, paro, desarraigo familiar, carencias afectivas, etc.
Con frecuencia los alcohólicos son personas que erróneamente quieren compensar, superar u obviar problemas personales con consumos abusivos que agravan las situaciones que padecen.
The Morning After denuncia las impunidades de los fuertes, sus abusos de los débiles y la no inusual colaboración de los débiles al servicio de los abusos de los fuertes.
En The Morning After hay misterio e intriga, pero no alcanzan niveles notables de intensidad.
Hay tensión y está bien construida, pero le falta la fuerza propia de un gran film.
La dirección es correcta, pero parece orientada más hacia la comercialidad que hacia la construcción de una obra personal.
Alex antes era alguien.
Una actriz de cierto prestigio.
Una cara habitual en la televisión.
Ahora…
Ahora sólo actúa en el mostrador del aeropuerto, para intentar conseguir un billete con el que escapar de ese mundo que le rodea… pero ni siquiera esa actuación tiene éxito y continúa, literalmente, prisionera en Los Angeles, por lo que inicia una huida absurda, alocada, que la lleva a chocar de bruces con Turner.
Un apunte inquietante entre paréntesis:
El ex de Alex se divorció porque ella le atacó con un cuchillo.
Casualmente la misma imagen con la que Alex se ha despertado esa mañana.
Demasiadas coincidencias como para que la policía acepte que ella no tiene nada que ver con el pornógrafo fiambre.
He aquí la clave de una huida desesperada que nunca se consuma.
Turner (Jeff Bridges), enigmático al principio, hasta el punto de hacernos sospechar que él podría ser el asesino.
Y podría serlo.
Aunque no lo es...
En el cine de Sidney Lumet no son los desgraciados los asesinos… esos son privilegios reservados sólo a las clases altas, a diferencia de Hitchcock por ejemplo.
Turner es un ex policía ahora en paro y divorciado.
Un turbio asunto de su pasado lo alejó de la placa y ahora malvive en un almacén abandonado, coleccionando libros antiguos y con una filosofía muy particular:
“Se puede saber mucho de una persona por el coche que conduce”, asegura este pobre desgraciado que conduce una tartana, aunque espera poder arreglarla y así venderla a algún infeliz con ínfulas de nuevo rico.
Y es que en Los Angeles todo el mundo tiene un sueño, el sueño americano, y espera conseguirlo algún día.
Alex y Turner, dos fracasados para los que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.
Ella, alcohólica compulsiva, lo que le lleva demasiado a menudo a no recordar lo que pasó la noche anterior.
Él también tuvo en su día unas intensas jornadas de convivencia con el viejo colega Jack, “Jack Daniels”, aunque esto no lo sabremos hasta el epílogo.
El epílogo, una escena demasiado explicativa que quizá se podría haber aligerado, aunque ayuda a clarificar la denuncia sobre la justicia que Lumet vuelve a proponer: era su tema favorito y aquí también aparece, aunque sea sólo al final.
Jack, el nuevo marido de Alex, en realidad se llama Joaquín Manero (Raúl Juliá) y es un peluquero sudamericano venido a más en la tierra de la gran promesa.
Es un estilista.
Se mueve a la perfección en ese mundo de apariencias que es Los Angeles.
Curiosamente, en la visita de los detectives, uno de ellos nos da una pista sobre este personaje cuando le pregunta:
“Todo un semental entre mujeres hermosas o es que eres maricón?”
Y Jack le espeta:
“¡Quieres comprobarlo!”
Con su teléfono móvil, Jack siempre está cerca de Alex, controlándola.
Algo que pronto nos hace sospechar que hay algo más.
Y vaya si lo hay.
Jack quiere divorciarse de Alex porque hay otra y esa otra no es una cualquiera, ergo Alex sí lo es, sino alguien que puede ayudarle a alcanzar la fama y el estatus:
Joaquín está saliendo con la hija del juez Harding, un braguetazo ideal para escalar rápido y pasar definitivamente a ser Jack, el estilista de las estrellas, no un inmigrante más con su sueño a cuestas.
Y hablando de apariencias, el brindis tras la cena en la casa de los Harding es la perfecta imagen que resume la aspiración de Jack:
Etiqueta, lujo, buenos modales… pura fachada.
Entre ellos hay al menos un asesino.
Quizá más.
Si Alex hubiera vuelto a emborracharse, como Jack tenía previsto, ahora sería cadáver.
Pero comprobar que Turner pudo salir del alcohol está siendo una gran terapia para ella… y un salvavidas.
De hecho, este cambio en Alex viene subrayado por un cambio de imagen a través de su peinado: deja de ser rubia y recupera un pelo moreno ya olvidado.
Un cambio exterior que refleja su cambio interior.
Lo que no esperaba Alex es que Jack, su querido marido, no sólo esté pensando en divorciarse de ella, sino también en matarla, no porque él sea el asesino, sino porque quiere encubrir a la hija del juez Harding.
Fue ella la que mató al pornógrafo porque la estaba chantajeando con unas fotos poco decorosas para la hija de un honorable juez.
Pero Alex ha cambiado y Turner también sigue estando ahí para “arreglar lo que está averiado, lo que tira la gente”
Un intercambio de disparos, la llegada providencial de la policía y ese giro final antológico:
La hija del juez Harding, que puede que sea una asesina pero no es estúpida, se adelanta a todos confesando que Jack, su futuro marido, es el que mató al pornógrafo.
No hace falta más.
¿Quién va a creer la confesión de un chicano como Joaquín Manero si ella es la hija de un juez?
La cara de Raúl Juliá sobra para saber la respuesta:
Los sueños en Los Angeles pueden cumplirse muy rápidos, la ascensión puede ser meteórica, pero más dura será la caída.
Alex y Turner saben mucho de ello.
Las interpretaciones en The Morning After son buenas, en especial la de Jane Fonda, arropada adecuadamente por Jeff Bridges y Raúl Juliá.
Se advierte una buena química entre Fonda y Bridges.
Fonda se muestra tal como es, con naturalidad y sin disimular la edad que tiene.
Su intervención alcanza niveles culminantes en las escenas en las que Alex aparece borracha.
Es ahí donde, a mi juicio, se podría intuir su correcta valoración, y en donde se pueden encontrar los auténticos valores del mismo, a los que quizá quepa establecer un análisis para el que la distancia del paso del tiempo, permita lograr una apreciación más favorecedora de sus posibles cualidades.
En este sentido, resulta a mi juicio evidente que The Morning After además de rodarse como producto al servicio del lucimiento de una Jane Fonda, que realiza un trabajo bastante estimulante, y no deja de suponer más que otro exponente más de una corriente adoptada en aquella época, en la que se rodaban relatos de intriga al servicio de actrices que entraban en un periodo de madurez encubre en realidad una mirada nada complaciente proyectada sobre el lado oscuro de esa fábrica de sueños que simboliza el contexto de Hollywood.
Experto cronista urbano, Lumet plantea de forma paralela a esta intriga formularia, una serie de imágenes que nos describen un Los Angeles lleno de lugares alienados y desérticos, de mansiones en las que viven actrices retiradas caracterizadas por los tonos kitsch de sus fachadas o la pintura de una sociedad que en el fondo disfruta de la pornografía y el culto al cuerpo, pero que revela un moralismo extremo al negarse a admitir dichos extremos, todo lo que comporta al personaje del director asesinado.
Un panorama vital en el que no se admite el fracaso, el personaje que encarna Bridges, en el que los libros se venden a 25 centavos en Los Angeles parece que no interese la lectura, y en donde la discriminación hacia la figura del latino es ya incipiente, desde las iniciales manifestaciones despectivas de Kendall, hasta las circunstancias que rodearán y llevarán a la culpabilidad del personaje que encarna Raúl Juliá.
Es en la confluencia de todos esos matices, mucho más jugosos de los que pudieran parecer inicialmente, en donde hay que saborear los elementos de interés de una película que, antes lo señalaba, tiene un inicio realmente efectivo, caracterizándose poco después por los contrastes que se establecen entre los lugares donde se produce el asesinato y vuelve a aparecer el cadáver, totalmente opuestos por exteriores llenos de luz y planos generales urbanos caracterizados por líneas horizontales llenas de impersonalidad.
Si a ello unimos el rasgo entrañable y de segunda oportunidad que finalmente se brinda entre dos personajes que han fracasado en sus pretensiones vitales, se comprenderá mi relativa simpatía hacia un producto discreto y hasta insustancial en su intriga, pero que en su letra pequeña reserva elementos dignos de tenerse en cuenta, y en el que cabe consignar una general ausencia de elementos tremendistas, hay solo un par de momentos en esa línea, aunque en su defecto, haya que lamentar una banda sonora demasiado eighties y de raíz televisiva.
“You can tell a lot about a person by the car he drives”
The Morning After es una película estadounidense de 1986, dirigida por Sidney Lumet, protagonizada por Jane Fonda, Jeff Bridges, Raúl Juliá, Diane Salinger, Kathy Bates, Geoffrey Scott, James Haake, Kathleen Wilhoite y Richard Foronji.
El guión es de James Cresson (como James Hicks) y David Rayfield (no acreditado)
The Morning After fue candidata al premio Óscar 1987, a la mejor actriz principal para Jane Fonda.
La acción de The Morning After tiene lugar en Los Angeles a partir de la mañana del 28 de octubre de 1986, con una escena previa de la noche anterior.
Alex Sternbergen/Viveca (Jane Fonda) es una mujer frágil, de unos 40 años, actriz en paro, alcohólica, separada y sin hijos.
Amanece en un lugar que no conoce, junto al cadáver de un desconocido y sin capacidad de recordar lo que hizo la noche anterior.
En el aparcamiento del aeropuerto conoce a Turner Kendalll (Bridges), antiguo policía y ex-alcohólico.
Con este punto de partida orientado claramente al "thriller", Lumet construye un film de intriga, que tiene como telón de fondo la trastienda de Hollywood.
El director nos ofrece una mirada del mundo hollywoodiense, tras cuya glamurosa fachada, esconde vicios inconfesables.
Incluso se podrían establecer paralelismos curiosos entre el personaje que interpreta Jane Fonda y la carrera de la propia actriz, por aquellos años en clara cuesta abajo.
The Morning After combina los géneros de misterio, drama y thriller.
Se vislumbra en The Morning After un cierto aire hitchcockiano, o mejor dicho un mcguffin: la presencia de un gato blanco.
Un gato que está en el estudio fotográfico cuando Alex despierta con el muerto a cuestas, que sigue allí cuando la actriz, que no ha podido huir de la ciudad, regresa para limpiarlo todo.
Alguien la observa desde el interior de un armario.
El gato entra en el armario.
Alex acaba la faena.
Cuando va a salir del estudio oye el maullido y cae en la cuenta:
El gato está encerrado en el armario, en un armario que antes estaba abierto… alguien ha estado vigilándola mientras limpiaba las huellas de su noche anterior junto al cadáver.
Sale apresuradamente y… tropieza nuevamente con Turner…
The Morning After glosa las consecuencias de la adicción al alcohol, su influencia sobre la conducta humana y su alcance autodestructivo.
Explica hasta qué punto es difícil el proceso de desadicción, el esfuerzo que implica y que la duración del mismo puede prolongarse durante años.
The Morning After se refiere a las causas del problema: soledad, fracaso profesional, paro, desarraigo familiar, carencias afectivas, etc.
Con frecuencia los alcohólicos son personas que erróneamente quieren compensar, superar u obviar problemas personales con consumos abusivos que agravan las situaciones que padecen.
The Morning After denuncia las impunidades de los fuertes, sus abusos de los débiles y la no inusual colaboración de los débiles al servicio de los abusos de los fuertes.
En The Morning After hay misterio e intriga, pero no alcanzan niveles notables de intensidad.
Hay tensión y está bien construida, pero le falta la fuerza propia de un gran film.
La dirección es correcta, pero parece orientada más hacia la comercialidad que hacia la construcción de una obra personal.
Alex antes era alguien.
Una actriz de cierto prestigio.
Una cara habitual en la televisión.
Ahora…
Ahora sólo actúa en el mostrador del aeropuerto, para intentar conseguir un billete con el que escapar de ese mundo que le rodea… pero ni siquiera esa actuación tiene éxito y continúa, literalmente, prisionera en Los Angeles, por lo que inicia una huida absurda, alocada, que la lleva a chocar de bruces con Turner.
Un apunte inquietante entre paréntesis:
El ex de Alex se divorció porque ella le atacó con un cuchillo.
Casualmente la misma imagen con la que Alex se ha despertado esa mañana.
Demasiadas coincidencias como para que la policía acepte que ella no tiene nada que ver con el pornógrafo fiambre.
He aquí la clave de una huida desesperada que nunca se consuma.
Turner (Jeff Bridges), enigmático al principio, hasta el punto de hacernos sospechar que él podría ser el asesino.
Y podría serlo.
Aunque no lo es...
En el cine de Sidney Lumet no son los desgraciados los asesinos… esos son privilegios reservados sólo a las clases altas, a diferencia de Hitchcock por ejemplo.
Turner es un ex policía ahora en paro y divorciado.
Un turbio asunto de su pasado lo alejó de la placa y ahora malvive en un almacén abandonado, coleccionando libros antiguos y con una filosofía muy particular:
“Se puede saber mucho de una persona por el coche que conduce”, asegura este pobre desgraciado que conduce una tartana, aunque espera poder arreglarla y así venderla a algún infeliz con ínfulas de nuevo rico.
Y es que en Los Angeles todo el mundo tiene un sueño, el sueño americano, y espera conseguirlo algún día.
Alex y Turner, dos fracasados para los que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.
Ella, alcohólica compulsiva, lo que le lleva demasiado a menudo a no recordar lo que pasó la noche anterior.
Él también tuvo en su día unas intensas jornadas de convivencia con el viejo colega Jack, “Jack Daniels”, aunque esto no lo sabremos hasta el epílogo.
El epílogo, una escena demasiado explicativa que quizá se podría haber aligerado, aunque ayuda a clarificar la denuncia sobre la justicia que Lumet vuelve a proponer: era su tema favorito y aquí también aparece, aunque sea sólo al final.
Jack, el nuevo marido de Alex, en realidad se llama Joaquín Manero (Raúl Juliá) y es un peluquero sudamericano venido a más en la tierra de la gran promesa.
Es un estilista.
Se mueve a la perfección en ese mundo de apariencias que es Los Angeles.
Curiosamente, en la visita de los detectives, uno de ellos nos da una pista sobre este personaje cuando le pregunta:
“Todo un semental entre mujeres hermosas o es que eres maricón?”
Y Jack le espeta:
“¡Quieres comprobarlo!”
Con su teléfono móvil, Jack siempre está cerca de Alex, controlándola.
Algo que pronto nos hace sospechar que hay algo más.
Y vaya si lo hay.
Jack quiere divorciarse de Alex porque hay otra y esa otra no es una cualquiera, ergo Alex sí lo es, sino alguien que puede ayudarle a alcanzar la fama y el estatus:
Joaquín está saliendo con la hija del juez Harding, un braguetazo ideal para escalar rápido y pasar definitivamente a ser Jack, el estilista de las estrellas, no un inmigrante más con su sueño a cuestas.
Y hablando de apariencias, el brindis tras la cena en la casa de los Harding es la perfecta imagen que resume la aspiración de Jack:
Etiqueta, lujo, buenos modales… pura fachada.
Entre ellos hay al menos un asesino.
Quizá más.
Si Alex hubiera vuelto a emborracharse, como Jack tenía previsto, ahora sería cadáver.
Pero comprobar que Turner pudo salir del alcohol está siendo una gran terapia para ella… y un salvavidas.
De hecho, este cambio en Alex viene subrayado por un cambio de imagen a través de su peinado: deja de ser rubia y recupera un pelo moreno ya olvidado.
Un cambio exterior que refleja su cambio interior.
Lo que no esperaba Alex es que Jack, su querido marido, no sólo esté pensando en divorciarse de ella, sino también en matarla, no porque él sea el asesino, sino porque quiere encubrir a la hija del juez Harding.
Fue ella la que mató al pornógrafo porque la estaba chantajeando con unas fotos poco decorosas para la hija de un honorable juez.
Pero Alex ha cambiado y Turner también sigue estando ahí para “arreglar lo que está averiado, lo que tira la gente”
Un intercambio de disparos, la llegada providencial de la policía y ese giro final antológico:
La hija del juez Harding, que puede que sea una asesina pero no es estúpida, se adelanta a todos confesando que Jack, su futuro marido, es el que mató al pornógrafo.
No hace falta más.
¿Quién va a creer la confesión de un chicano como Joaquín Manero si ella es la hija de un juez?
La cara de Raúl Juliá sobra para saber la respuesta:
Los sueños en Los Angeles pueden cumplirse muy rápidos, la ascensión puede ser meteórica, pero más dura será la caída.
Alex y Turner saben mucho de ello.
Las interpretaciones en The Morning After son buenas, en especial la de Jane Fonda, arropada adecuadamente por Jeff Bridges y Raúl Juliá.
Se advierte una buena química entre Fonda y Bridges.
Fonda se muestra tal como es, con naturalidad y sin disimular la edad que tiene.
Su intervención alcanza niveles culminantes en las escenas en las que Alex aparece borracha.
Es ahí donde, a mi juicio, se podría intuir su correcta valoración, y en donde se pueden encontrar los auténticos valores del mismo, a los que quizá quepa establecer un análisis para el que la distancia del paso del tiempo, permita lograr una apreciación más favorecedora de sus posibles cualidades.
En este sentido, resulta a mi juicio evidente que The Morning After además de rodarse como producto al servicio del lucimiento de una Jane Fonda, que realiza un trabajo bastante estimulante, y no deja de suponer más que otro exponente más de una corriente adoptada en aquella época, en la que se rodaban relatos de intriga al servicio de actrices que entraban en un periodo de madurez encubre en realidad una mirada nada complaciente proyectada sobre el lado oscuro de esa fábrica de sueños que simboliza el contexto de Hollywood.
Experto cronista urbano, Lumet plantea de forma paralela a esta intriga formularia, una serie de imágenes que nos describen un Los Angeles lleno de lugares alienados y desérticos, de mansiones en las que viven actrices retiradas caracterizadas por los tonos kitsch de sus fachadas o la pintura de una sociedad que en el fondo disfruta de la pornografía y el culto al cuerpo, pero que revela un moralismo extremo al negarse a admitir dichos extremos, todo lo que comporta al personaje del director asesinado.
Un panorama vital en el que no se admite el fracaso, el personaje que encarna Bridges, en el que los libros se venden a 25 centavos en Los Angeles parece que no interese la lectura, y en donde la discriminación hacia la figura del latino es ya incipiente, desde las iniciales manifestaciones despectivas de Kendall, hasta las circunstancias que rodearán y llevarán a la culpabilidad del personaje que encarna Raúl Juliá.
Es en la confluencia de todos esos matices, mucho más jugosos de los que pudieran parecer inicialmente, en donde hay que saborear los elementos de interés de una película que, antes lo señalaba, tiene un inicio realmente efectivo, caracterizándose poco después por los contrastes que se establecen entre los lugares donde se produce el asesinato y vuelve a aparecer el cadáver, totalmente opuestos por exteriores llenos de luz y planos generales urbanos caracterizados por líneas horizontales llenas de impersonalidad.
Si a ello unimos el rasgo entrañable y de segunda oportunidad que finalmente se brinda entre dos personajes que han fracasado en sus pretensiones vitales, se comprenderá mi relativa simpatía hacia un producto discreto y hasta insustancial en su intriga, pero que en su letra pequeña reserva elementos dignos de tenerse en cuenta, y en el que cabe consignar una general ausencia de elementos tremendistas, hay solo un par de momentos en esa línea, aunque en su defecto, haya que lamentar una banda sonora demasiado eighties y de raíz televisiva.
“You can tell a lot about a person by the car he drives”
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