The Wrestler

“Love - Pain – Glory”

La lucha libre profesional es una modalidad de espectáculo deportivo que combina disciplinas de combate y artes escénicas, basándose en ellas para representar combates cuerpo a cuerpo predeterminados.
Sus orígenes datan de los carnavales y “music halls” del siglo XIX, en los que tenían lugar demostraciones de forma física y fuerza.
La lucha libre profesional moderna usualmente posee rasgos de agarre y acrobacias aéreas, así como varios estilos de artes marciales.
Durante la mayor parte del siglo, los promotores y participantes de la lucha libre argumentaban que la competición era completamente real.
Cualquier pretensión de competición no fue abandonado al final de la década de 1990, cuando la World Wrestling Federation de Vince McMahon comenzó a describir sus eventos como solo "entretenimiento deportivo", junto a un cambio formal de nombre hacia World Wrestling Entertainment.
Las figuras de alto nivel de la lucha libre profesional se convierten en celebridades o iconos populares.
Aunque la lucha libre comenzó con pequeños actos en circos y ferias ambulantes, hoy en día es una industria que mueve millones de dólares.
Los ingresos provienen de la venta de entradas, emisiones de televisión, merchandising y demás.
Recientemente, la difusión por internet y otros métodos son también usados.
El cine por su parte, como reflejo de nuestro tiempo, no podía escapar de ninguna manera de los momentos de crisis que vive nuestra sociedad actual.
Aunque evidentemente pronto abundaran las producciones de temática más social, donde se hará un intento de plasmar el aspecto más económico de la misma, por el momento encontramos un reflejo más metafórico, más centrado en la decadencia de los valores, de las personas o incluso de la propia industria cinematográfica fagocitando a sus antaño estrellas.
¿Por qué serán tan buenas las películas de personajes en decadencia?
Quizás sean nuestros propios miedos los que nos lleven a identificarnos con estos "loosers" de la vida.
Demasiado tarde, sólo cuando llegamos al límite despertamos de nuestro letargo existencial, un golpe de suerte junto a los excesos derrumban todo por lo que habías vivido e incluso así tienes otra oportunidad de rectificar y empezar de cero; pero si vuelves a equivocarte esa oportunidad jamás volverá a presentarse.
El triunfo de la integridad personal sobre la adversidad dentro de los laberintos de la existencia.
“The only place I get hurt is out there”
The Wrestler es una ENORME película dramática dirigida por un ENORME Darren Aronofsky y con un reparto de lujo que cuenta con un ENORME Mickey Rourke, Ernest Miller, ENORME Marisa Tomei y Evan Rachel Wood.
También aparecen los luchadores profesionales:
Devon Moore, The Funky Samoans, Jim Powers, Kid USA, Ron Killings, Claudio Castagnoli, Romeo Roselli, John Zandig y Nigel McGuinness.
Durante la lucha entre Randy contra Tommy Rotten algunos luchadores locales de las asociaciones Bodyslam Wrestling Organization y NWA Liberty States aparecen entre el público.
Cabe destacar que Afa Anoa'i, un antiguo wrestler profesional, fue contratado para entrenar a Rourke en su papel.
Anoa’i trajo a sus dos principales entrenadores, Jon Trosky y Tom Farra que trabajaron con Rourke durante ocho semanas.
Los dos entrenadores también salen en The Wrestler.
El guión corre a cargo de Robert D. Siegel y The Wrestler obtuvo 2 Nominaciones al Oscar como actor (Mickey Rourke) y actriz secundaria (Marisa Tomei).
La capacidad innata de Mickey Rourke y la genialidad de Marisa Tomei ya son otra historia:
La bella y la bestia, el reverso del gigante, la caída del guerrero y la eterna tristeza de una princesa contemporánea, en definitiva, cine del bueno.
The Wrestler es un drama con aroma independiente pero sin pose de ambición indie, tiene alma sincera, sencilla y sin pretensiones, además de mostrar las miserias humanas de sus personajes sin apelar a artificios narrativos, nunca apela al sentimentalismo ni a la autocompasión del propio antihéroe:
Un luchador de wrestling en horas bajas dispuesto a recuperar su amor propio arrimándose a su prestigio de antaño y a su hija adolescente.
The Wrestler explora con crudeza y sin artificios de ningún tipo, las profundidades del destino y la naturaleza humana de una serie de personajes que se saben inevitablemente perdedores, pero que aún son capaces de darlo todo por un sueño, por más fatídico que éste sea.
Se observa a lo largo de The Wrestler un cierto interés en mostrar la parte de "la otra América", la de los perdedores, que subsisten con precarios empleos, viven en sucios y pequeños apartamentos o en caravanas, sus familias están totalmente desestructuradas y rozan el umbral de pobreza.
El realizador filma sin acritud, desde una posición eminentemente observadora, sin tomar partido, aunque mira a sus personajes con cierto cariño, de alguna forma mostrando a las víctimas de eso que llaman "el sueño americano", que en cierta forma se ha convertido en una pesadilla.
The Wrestler está rodada desde lejos, con una inicial frialdad hacia el personaje, comenzamos con planos fijos, al más puro estilo de cámara de seguridad.
Seguimos al personaje de espaldas, y vamos entrando en su vida como si el espectador fuera un guardaespaldas.
Planos dignos de una narración de autor que enseguida ceden testigo a escenas más regulares, de manual y corte clásico.
Tras el primer cuarto de hora es interesante llegar por fin a su casa y entender cómo vive en privado, fuera de los rings de los que el personaje se resiste a bajar.
Ahí va muriendo la mecha, cuando todavía no ha pasado gran cosa.
Sin lugar a dudas que la de Mickey Rourke es una interpretación auto referencial, se encarna tanto en su personaje que actúa de sí mismo brindando una composición natural y genuina, quien hace lo que mejor supo interpretar en su carrera artística:
El hacer de un duro implacable al que poco le importa el perder en el intento y sin dudarlo que es uno de los grandes méritos de esta cinta de bajo presupuesto.
Pero ello no es todo, The Wrestler es muy realista en su estética naturalista y sin casi artificios cinematográficos.
Hay además mucha cámara al hombro y una fotografía muy simplista para dar por resultado una película extremadamente verídica e intimista.
El argumento gira en torno a un luchador de wrestling veterano, el cual debido a un golpe de la vida comienza a reflexionar en forma crítica a manera de balance personal sobre qué ha cosechado a lo largo de su vida.
La cual en el presente está signada por el fracaso, por la humillación de no ser tan útil ni tan productivo económicamente, por el darse cuenta de que no hay apoyo sentimental ya que nunca se ha preocupado de cultivar afectos, por el tomar conciencia de que no hay una familia que sustente y contenga, por el enterarse de golpe de que sólo se ha cosechado la admiración del público el cual pareciera ser el único que le valora, por el sentir la espalda de quienes le rodean porque no se es nadie fuera del ring, por el sentir la extraña sensación de preferir arriesgarse de morir haciendo lo que le gratifica en cierta medida antes que ser un mediocre más de la sociedad que no le perdona no estar capacitado, por enterarse de que no se ha sido previsor ya que el deporte de contacto que sirve como medio de vida no perdona el paso del tiempo y el maltrato del cuerpo, por el reconocimiento de errores del pasado que hoy día pasan facturas sin pagar.
“Party like a fireman!”
Randy "The Ram" Robinson (Rourke) es un luchador profesional cuyos mejores años se sitúan en la década de los ochenta, cuando fue una de las estrellas más grandes del espectáculo de la lucha libre en los Estados Unidos.
Tanto así que incluso inspiró un videojuego en la primera consola de Nintendo y un muñeco de acción, los cuales usará, al igual que los añejos recortes de diarios que tiene diseminados en su furgoneta, para recordar sus viejas glorias.
Sin embargo, veinte años después es sólo una sombra de sí mismo, un viejo que respira afanosamente, un tanto sordo, y que se gana el pan de cada día con luchas de exhibición en gimnasios de muy baja categoría, con las que apenas logra obtener los dólares suficientes para pagar la renta de su mísero remolque.
El resto del dinero lo obtiene entre semana como afanador en una tienda departamental en la que no es nadie, salvo un montón de músculos ajados que sirven para mover cajas de aquí para allá.
Al terminar una lucha vesánica en la que emplean desde engrapadoras hasta alambres de púas o mesas de cristal, todo con tal de brindar un espectáculo más intenso al público, Randy sufre un ataque al corazón del cual apenas logra sobrevivir.
Después de ello los doctores le aconsejan no volver a luchar, a menos de que esté dispuesto a salir con los pies por delante.
Entonces, pese a que la lucha es lo único que da sentido a su existencia, Randy decide retirarse, e incluso consigue empleo como despachador de embutidos en la misma tienda en la que solía cargar cajas, acallando los rugidos de la multitud que habitaban sin cesar en su mente, y dirigiéndose hacia sus últimos días en medio de una vida sin sobresaltos.
Además, al saberse tan cercano a la muerte, decide buscar a su propia hija Stephanie (Evan Rachel Woods), de la que no había vuelto a saber desde hacía muchos años, con el fin de reconciliarse con ella y recuperar un poco del tiempo perdido.
Y todo parece tomar un cariz sensato en adelante, porque incluso vislumbra la posibilidad de que Pam (Marisa Tomei), su amiga stripper que bajo el nombre de Cassidy, naufraga como el propio Randy en la decadencia de sus más de cuarenta años, provocando las burlas de adolescentes derrochadores de testosterona, y que en la vida cotidiana es la anónima madre de un niño de 9 años, podría ser la compañía perfecta para desterrar esa soledad que los acosa a ambos.
Sin embargo, huir de la falsedad del mundo de los reflectores no es tan fácil para ninguno de los dos.
Y así se lo hace ver la propia Pam la noche en que él le sugiere que comiencen juntos una nueva vida completamente alejada de lo que habían sido hasta entonces.
Es decir, lo trata sólo como un cliente más, despedazando cualquier ensoñación que pudiera haber nacido en los anhelos de Randy.
Molesto y decepcionado, Randy regresa al gimnasio, aunque esta vez como espectador, y al final se va de juerga con sus antiguos compañeros, lo que ocasionará que esa nueva vida que recién nacía en él, se precipite a las cenizas.
Debido a los excesos de la noche anterior, llegará tarde a una cita con su hija, quien no querrá volver a verlo jamás, y Randy, presa de la desesperación, aceptará una última función de gala en homenaje a aquella lucha mítica que le brindara sus únicos momentos de gloria veinte años atrás.
Él sabe que esa lucha puede significar su muerte, y acaso por ello se despide de sus adorados fans en un breve discurso antes de que todo comience.
Y ni siquiera la llegada de una arrepentida Pam poco antes del inicio hará que cambie de opinión.
Para esas alturas su destino ya está marcado por la ineludible fuerza de los sueños que se van...
Aronofsky hace hincapié en que, si bien lo que se ve en los combates es todo simulado, aunque vemos a “Ram” enorgullecerse de las heridas y cicatrices sufridas en la acción, bajo todo ello hay un sentimiento de compañerismo y de respeto auténtico por los demás luchadores, y sobre todo, por el público que les venera.
A esta sensación se une además el odioso personaje del jefe del supermercado, remarcando que el sitio de “Ram” no está en el mundo real, sino en el cuadrilátero.
“The world don't give a shit about me”
La música heavy elegida para The Wrestler es la apropiada para ambientar el salvajismo del wrestling y para darle ritmo a las ácidas situaciones de vida que se despliegan de fondo y que dan energía al guión.
La historia de Randy emociona y conmueve, porque es una historia de perdedores, de gente que ya no es famosa, ni conocida, que tiene que echar para adelante, de cualquiera manera, sin tener nadie cerca, con jefes odiosos, etc.
Rourke acapara todas las escenas, devora la pantalla con sus ojos, se desnuda física y emocionalmente para ofrecernos la visión de un hombre roto, que sigue luchando, que lleva un “sonotone” porque no oye bien de un oído, que debe tomar miles de pastillas para lucir bien, teñir su melena rubia, para dar buena imagen frente a su público e inflarse de esteroides para lucir buenos músculos, que no encuentra consuelo en ningún regazo, pero que tiene la lucidez suficiente para no echar balones fuera, pues admite que si está en esa situación es porque se lo ha buscado, de ahí que a su hija solo le pide que no le odie, nada más.
Hay momentos gloriosos como ese en el que Randy debe atravesar la puerta que le enfrentará a su público (los clientes del supermercado), y lo que experimenta es una situación parecida a cuando debe subir al ring.
Espeluznante la escena en la que, rodeado de los despojos heridos y maltrechos que son los cuerpos de otros luchadores, cobra ocho dólares por foto firmada y lo cobra él mismo sacando el cambio de una maldita bolsa canguro.
El momento de The Wrestler en que suena "Sweet Child O' Mine", de Guns 'N' Roses, es como una inyección de adrenalina directa al corazón.
Una escena antológica.
Hay películas en las que su vacuidad narrativa nos empuja a interpretaciones fuera del contexto temático de su trama, a inventar segundas lecturas, a imaginar subtramas alegóricas quizás sin ningún fundamento.
Tal vez estas consideraciones digan más acerca de quien las postula que de la obra comentada.
En el fondo, nada de esto es lícito.
Pero aún así…
The Wrestler se centra en la figura de un maduro luchador de lucha libre o wrestling, en pleno declive.
Su completa inoperancia ante la vida le hace aferrarse a una profesión en la que, prácticamente, a causa de su edad, nada tiene que hacer.
El tiempo y la decrepitud no funcionan de manera simbólica, sino que son constancias de su propio transcurso y anuncios sin esperanzas de un futuro vacío.
Se tiene la vaga sensación viendo que la historia que se nos cuenta ya ha sido narrada en multitud de ocasiones en otros ámbitos sociales, como el boxeo y el crimen organizado.
La “novedad” en el caso de Aronofsky es situar la narración en un campo, el de la lucha libre, en el que todo está basado en una representación maniqueísta a través de falsos, en cuanto amañados, combates.
Esta simulación de lucha no resta méritos a los deportistas que la ejecutan, pero convierte a todo el espectáculo en una farsa en la que el espectador toma parte aceptando la realidad de lo que está viendo, aun sabiendo que todo ello, incluso su actitud, no es más que una ficción.
En realidad los hombres que combaten sobre el ring y los espectadores que lo contemplan, forman parte de una comedia basada en el enfrentamiento de los distintos valores morales que cada uno de los luchadores representa:
El Bien contra el Mal, la Integridad contra la Doblez, el Patriotismo contra los Invasores.
El guión de toda esta representación teatral basada en las aptitudes atléticas de sus ejecutantes y en la entrega sin concesiones de sus espectadores, conlleva en última instancia, a través de sucesivos giros argumentales que intentan aumentar la tensión dramática de un evento que se sucede a lo largo del tiempo, como un folletín que se desarrolla por entregas en distintos cuadriláteros, el triunfo de los valores positivos o destacables de la sociedad en la que se representan los combates.
Una ficción que ofrece a sus espectadores la esperanza o la creencia en un mundo justo, que posiblemente no encontrarán cuando transpongan las puertas del estadio una vez finalizado el combate.
En la teoría de The Wrestler como analogía de la realidad, el personaje de Mickey Rourke, Randy 'The Ram' Robinson, representaría a los Estados Unidos.
Un luchador avejentado que no sabe hacer otra cosa más que simular peleas en el ring, que vive de sus míticos enfrentamientos con otro luchador, alineado en el bando del Mal, no casualmente, al menos para nuestra teoría, apodado El Ayatollah.
The Ram, el ariete o el carnero en una doble interpretación de su apodo que aúna lo combativo y lo místico, a pesar de su edad, continúa en el circuito de la lucha libre usando sus más viejos trucos, entre ellos la autolesión, el combate de fuerzas opuestas e iguales que parece no tener fin y en la que ambos contendientes demuestran su capacidad de soportar el dolor, grapadora mediante, el amaño de combates ante contendientes más jóvenes que todavía deben perder.
Todo ello para demostrar que tiene la suficiente fuerza para volver a oponerse a su rival ancestral, El Ayatollah, símbolo del enfrentamiento, real o impostado, por antonomasia de nuestros tiempos.
Las relaciones sociales de Randy pueden ser interpretadas también dentro de esta analogía:
Su integración en el mundo civil es para el luchador una especie de afrenta que no puede soportar; su relación con su hija pone de manifiesto su incapacidad para abandonar su mundo beligerante; la única relación que mantiene es con una bailarina de striptease, un personaje interpretado por Marisa Tomei y que puede representar tanto la Libertad, como la Paz, a la que Randy quiere en exclusiva, descartando todo matiz sentimental, pero que debe compartir con el resto del mundo.
Toda alegoría tiene un objetivo moral y ejemplar.
En The Wrestler, Randy The Ram, o, quizás, los Estados Unidos, aun herido de muerte y poniendo en riesgo su propia vida, debe rechazar las ofertas de Paz y Libertad, y entregarse a lo que verdaderamente y desde siempre sabe hacer con tanta eficacia, luchar, luchar y luchar.
Lo que no me queda claro en este remedo de analogía es si finalmente se elogia la actitud de Randy o simplemente se limita a mostrar el estado de las cosas.
“Have you ever seen a one trick pony in the field so happy and free?
If you've ever seen a one trick pony then you've seen me”
El espectador se topa ante un trabajo repleto de actos de fe, empezando por el del propio Aronofsky, que transmite en una simbiosis perfecta entre actor-personaje, tanto que hasta se confunden ambos, a un protagonista en busca de la última redención, la última posibilidad de alcanzar el reconocimiento de aquella masa social que tanto ha aprendido a mantenerlo como ídolo popular, la nueva inquietud de las nuevas generaciones hacia el catch, como a observarlo en la más mísera de las rutinas: el abandono físico, moral y social de Randy “The Ram” Robinson.
The Wrestler maneja temas que han acudido en la corta filmografía de Aronofsky: cuerpo-drogas, religión-mistificación y el mayor acierto: el culto al cuerpo devenido hacia un tratado inquietante de la manipulación de la carne.
The Wrestler es la mezcla perfecta entre caricatura vitriólica y de denuncia social, y espectáculo “destroyer” donde se muestra automutilación física y sentimental.
The Wrestler es colosal en su planteamiento de la asunción de lo que esta persona resulta ser, el encuentro íntimo e inintercambiable con su propio yo. Consecuentemente, este camino tortuoso le llevará irremisiblemente a un final antológico en el que, lejos de arrepentirse de su camino, se alegrará de poder morir siendo lo que es, sin traicionarse, sin doblegarse ante nadie, siempre luchando.
De hecho, al final sentimos que eran necesarias las lágrimas de su hija y la ausencia en la última escena de su stripper preferida.
Es necesario ese abandono porque el artista es incomprendido, el luchador es denostado.
La persona es solitaria y merece esa soledad, pero aún va más allá y desea esa soledad, ese triunfo entre los aplausos finales de un público enfervorecido, entre la multitud sin nombre, sin alma y sin memoria que es su familia.
Y Darren no lo consigue plenamente con las escenas más dramáticas de The Wrestler, sino que necesita rabiosamente de esas escenas sudorosas, ensangrentadas y gloriosamente realistas, filmadas con prodigioso arte, que son los combates de lucha libre.
En ellas, el carácter hercúleo de ese montón de carne maltratado entra de lleno en la antología de imágenes icónicas y fundamentales del séptimo arte y el luchador se hace eterno, alcanzando esa sobre humanidad que le hace ser especial.
Pobre, grotescamente deforme, chalado, sordo, infeliz, no amado, vilipendiado, respetado y eterno.
The Wrestler es una película triste, impactante y conmovedora, donde todo es tan verosímil que incluso indigesta.
Me dan ganas de abrazar a Randy, y ofrecerle un hombro en el que llorar, porque eso y no otra cosa es lo que necesita, algo que cada vez precisa más gente; compañía y afecto en una sociedad podrida por el dinero.

“I just want to say to you all tonight I'm very grateful to be here.
A lot of people told me that I'd never wrestle again and that's all I do.
You know, if you live hard and play hard and you burn the candle at both ends, you pay the price for it.
You know in this life you can lose everything you love, everything that loves you.
Now I don't hear as good as I used to and I forget stuff and I ain't as pretty as I used to be but god damn it I'm still standing here and I'm The Ram.
As times goes by, as times goes by, they say "he's washed up", "he's finished", "he's a loser", "he's all through"
You know what?
The only one that's going to tell me when I'm through doing my thing is you people here.
You people here... you people here.
You're my family”


Comentarios

Entradas populares