Central do Brasil

“Ele estava olhando para o pai que ele nunca conheceu.
Ela estava à procura de uma segunda oportunidade”

A principios de los años 70, surgió en Brasil una generación de jóvenes realizadores, que intentó combatir la situación de pobreza intelectual en que se veía inmerso el cine nacional.
La reacción de la nueva hornada de cineastas que florecía en aquel momento, fue una propuesta revolucionaria para acabar con este cine anodino y dominado por los intereses económicos.
Su intención era poner punto y final, a una serie de films que no expresaban la auténtica realidad de Brasil.
Fue entonces cuando estalló, con una furia incontrolada, un nuevo movimiento cinematográfico, que pretendía convertir las obras de sus principales representantes en la expresión trágica y plástica del subdesarrollo y del hambre en América Latina.
Así se produjo el nacimiento del “Cinema Novo brasileño”, como una de las expresiones más honestas de la pobreza y la necesidad en El Tercer Mundo.
Es innegable que El Cinema Novo logró interiorizarse en su momento de cuestiones sociales importantes, a través de una mirada que intentaba comprometerse, y ser coherente con los conflictos nacionales, mostrando sectores marginales y problemáticas que generalmente no eran discutidas en el ámbito cinematográfico.
Es verdad que su visión no era una visión total e imparcial, aunque esto no le quita valor ni trascendencia al movimiento.
Debe concluirse, entonces, que El Cinema Novo, no fue un cine de exacerbado, maniqueísta, y exclusivo discurso político.
Ni el caso inverso, de una visión neutra puramente fiel a la realidad.
Lo que hizo del Cinema Novo, un fenómeno de importancia internacional, fue justamente su alto nivel de compromiso con la verdad:
El hambre, la alienación religiosa, el cristianismo impregnado de paganismo; la sequedad de la tierra castigada por un sol implacable, la dominación colonial de los monopolios extranjeros y el caciquismo latifundista, son la savia que nutre a este cine de la indignación y de la cólera, en la más cabal expresión en clave poética del drama del Tercer Mundo que ha asomado hasta hoy en las pantallas.
Como lo diría Benedetti:
“Carta, conversación con un ausente, acontecimiento capital de la soledad”
La escritura de cartas, es una práctica antiquísima.
Los egipcios, los griegos y los romanos, entendían muy bien su potencialidad:
Comunicarse con el otro, sorteando las barreras del tiempo y del espacio.
En la actualidad, nos resultan cercanas otras formas distintas, pero el matriz es el mismo que se debate entre la presencia y la ausencia, pero hay algo que la marca inexorablemente:
La carta se escribe en la ausencia del otro.
Sin ausencia, no hay epístola.
Decía Kafka:
“Es en efecto, una conversación con fantasmas, y para peor, no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con el del remitente; que se desarrolla entre líneas en la carta que uno escribe, o aun en una serie de cartas, en la que cada una corrobora la otra, y puede parecerse a ella como testigo”
Un lastimero parche para un agujero enorme, así, en el proceso de escritura, el que escribe está solo.
Podríamos suponer entonces, que el discurso se hermana casi con el fluir de la conciencia.
Al remitente le nacen palabras desnudas que corren sin mediaciones a los ojos del otro.
Pero esto está bastante lejos del verdadero proceso.
La ausencia del otro, nos permite explayarnos, sí, pero también construirnos.
La escritura crea una nueva imagen, un nuevo cuerpo, textual, que se tiene el tiempo de meditar, recortar, rehacer y estetizar.
Le muestro al destinatario, en mi carta, lo que quiero que vea de mí.
Ventaja que no tenemos, si la convivencia nos acecha.
Por otro lado, el destinatario ausente, es construido por el escritor a su medida.
Se transforma en un otro perfecto:
Es quien entenderá nuestro discurso, quien dedicará el tiempo necesario a nuestras inquietudes y, sobre todo, el que jamás interrumpirá cuando se está hablando.
Pero además, ese otro construido, durante el proceso de escritura, deja de alguna manera su condición de ausente para hacerse notar en la voz que dialoga silenciosamente con el remitente, en el recuerdo, en la evocación.
Lejos pero cerca.
La escritura de sí “mitiga los peligros de la soledad”, explica Foucault.
“Porque te tengo y no / Porque te pienso”, escribía Benedetti.
La ausencia, está claro, tiene su germen de maravilla.
Es un espacio para la idealización:
Somos quienes queremos ser, mostrarnos; el otro es quien yo quiero que sea.
Aquí, la realidad pende de un hilo, ese hilo que tiene que ver con el pacto de que lo que se cuenta es del orden de la verdad, además de instaurar pragmáticamente una conexión con el otro, que siempre tiene como contracara, la existencia de una posible respuesta.
Lo demás es ficción.
Y no porque lo que se diga en la carta no sea real, o sentido o pensado, sino porque lo imaginario, atraviesa los roles del remitente y destinatario, y se filtra en el lenguaje mismo:
Lo que se escribe, lo que se interpreta.
La ficción se posa como el pájaro azul en la rama, y nos permite desplegar un poco de belleza y fantasía entre tanta realidad.
¿Por qué entonces, este género continúa siendo una práctica viva?
Tal vez porque, además de su capacidad comunicativa, permite un espacio en soledad, para pensarnos y pensar al otro, a nuestro ritmo, más lento y reflexivo de lo que la oralidad y presencia demanda, sobre todo en estos tiempos vertiginosos que corren.
Y si a esto le sumamos que en ese espacio se habilita, además, la ficción, que es posible construir lo que deseo, y hasta “volverlo más bello”, entonces la práctica se vuelve doblemente prometedora.
Aunque Kafka lo haya padecido, un padecimiento dulce, claro, conversar con fantasmas, no está tan mal después de todo; es liberador.
“Querido Jesus, Você é a pior coisa que me aconteceu.
Eu estou escrevendo porque o seu filho Josue me pediu.
Eu disse a ele que você é inútil, e mesmo assim, ele ainda quer conhecê-lo”
Central do Brasil es un drama franco-brasileño, del año 1998, dirigido por Walter Salles.
Protagonizado por Fernanda Montenegro, Vinicius de Oliveira, Marilia Pêra, Soia Lira, Othon Bastos, Otávio Augusto, Stela Freitas, Caio Junqueira, Matheus Nachtergaele, entre otros.
El guión es de Marcos Bernstein y João Emanuel Carneiro, basados en una historia del director Walter Salles, que muestra el viaje de una mujer y un niño por el país, buscando al padre de este, tras perder a su madre.
Central do Brasil es el 3° largometraje del brasileño Walter Salles, y le supuso su reconocimiento internacional, gracias a esta historia del norte del Brasil, que es también una mirada de la periferia y al corazón del “Brasil Profundo”; y conforme se llega al corazón de un país, se abandona la periferia de los personajes, y se llega también a su esencia.
Central do Brasil se refiere al nombre de La Estación Central de Río de Janeiro; y como obra cinematográfica, se consolida como una de las más importantes películas brasileñas de los últimos tiempos.
Según su director, “retoma algo de lo que fue desarrollado hace 40 años, que a su vez había sido inspirado en el neorrealismo italiano”, haciendo referencia al conocido movimiento denominado “Cinema Novo”, que se dio en Brasil en una época política y económicamente inestable, motivando a los cineastas más jóvenes, a mostrar la realidad social, histórica, y cultural del país.
Si para El Cinema Novo, todo era “una cámara en la mano y una idea en la cabeza”, para Walter Salles, Central do Brasil es “una película hecha al ritmo de los latidos del corazón”
Y con ella, Salles logra transmitir casi de forma solidaria en su cine, esa necesidad de un testimonio sincero y valiente, en tiempos de un mundo cambiante a pasos acelerados.
Ahí radica su fuerza, en su capacidad para plasmar, a través de unas esmeradas imágenes, y unos sencillos diálogos, el poder redentor de las relaciones humanas.
Central do Brasil obtuvo 2 nominaciones al premio Oscar:
Mejor película de habla no inglesa, y actriz (Fernanda Montenegro)
La historia inicia en los asfixiantes pasillos de La Estação Central do Brasil, en Río de Janeiro, que es la estación de los trenes más famosos de Brasil.
Isadora “Dora” Teixeira (Fernanda Montenegro), es una maestra pensionada se gana la vida escribiendo las cartas que le dictan los analfabetos.
Endurecida por la soledad y por la adversidad, Dora ha ido cayendo en una estoica indiferencia.
Sin embargo, cuando una de sus clientes muere atropellada a la salida de la estación, decide hacerse cargo de su hijo, Josué Fontenele de Paiva (Vinicius Oliveira), y llevarlo a casa de su padre, en una remota zona del nordeste de Brasil.
Las experiencias que acumulan a lo largo de días, y kilómetros de penurias, les unirán en una relación de afecto muy particular, la cual, les servirá también de autoconocimiento y autodescubrimiento; siendo sin duda, una búsqueda por la felicidad tan ansiada, y difícilmente hallada, por todos y cada uno de los personajes:
Por un niño que ansía conocer a su padre, a un padre idealizado por él al cual se agarra como única esperanza de sobrevivir; y por una mujer derrotada por la vida, la cual lleva una máscara de intolerancia y odio para ocultar su inmensa tristeza y vacío.
Y aunque no lo veamos nunca, también para un hombre que huye del compromiso, y abandona a una mujer perdida.
Un viaje para la ilusión de volver a empezar, de segundas oportunidades, que da a ambos lo mismo de igual forma, y que guardarán en su memoria para siempre.
Central do Brasil nos hace reflexionar sobre la forma en que lo que ha ocurrido en nuestra infancia, o en nuestra juventud, condiciona nuestra vida adulta.
Cada persona tiene diferentes grados de sensibilidad; hay quienes no pueden resistir el dolor que causa que todos los sueños se esfumen, que todos los ídolos se desplomen.
Mientras hay quienes, para evitar el sufrimiento, enfrentan la vida con una coraza de cinismo; por ello se nos muestra el ejemplo de cómo los seres humanos podemos establecer vínculos con los demás, sin importar el parentesco que se tenga; y cómo estos vínculos pueden cambiar el comportamiento y la conducta de una persona, dejando un mensaje enriquecedor y emocional grandísimo.
“Quero enviar uma carta para um cara que me traiu.
Sr. Ze Amaro, Obrigado pelo que você fez para mim.
Eu confiei em você e você me traiu.
Você ainda levou as chaves do meu apartamento”
Walter Salles, lleva a cabo una película conmovedora, dura y descarnada, a través de una visualización directa, que se acerca tanto a la realidad como la transforma a través de un claro intento de poetizarla, para hablar de 2 seres muy diferentes en todo, pero igual de solos en el mundo; a modo de un espejo que refleja su tiempo.
Y es que en Brasil, se estima que más de 7 millones de niños sin hogar, sobreviven a través del robo y la delincuencia menor, y desde finales de 1980, han sido asesinados, en cifras alarmantes, por los escuadrones de la policía.
De las características principales de Central do Brasil, que hacen referencia precisamente a ese movimiento cinematográfico de los años 50 y 60 llamado Cinema Novo, por lo que son destacables los intentos por mostrar de primera mano al pueblo brasileño, procurando “la búsqueda de un país”, que es en su mayoría humilde; así se rompen todos los estereotipos sobre Brasil, exportados para el turismo.
Los que nos hemos dado una vuelta por allí, también nos dimos cuenta de eso:
Hay mucha miseria, y estaciones inmensas en este país cuyo territorio enorme.
Un país sorprendente, que reúne una infinita variedad de paisajes imposibles de ser recorridos; y mediante la descripción detallada de lugares y situaciones, el director pretende generar un sentido crítico en la sociedad, frente a los problemas propios de la cotidianidad brasileña, intentando dejar de lado la politización típica de las películas inscritas en El Cinema Novo, y procurando resaltar las características más importantes de la cultura de ese país.
Por tanto, Central do Brasil se plantea como una propuesta de cambio en los personajes, pero al mismo tiempo, en el espectador.
A propósito de esto, el director dijo que hay en ella, una “clara sugestión de que la acción es necesaria, y que ella trae consigo, una acción liberadora”
La historia plasma muy bien esa sensación de sentirse perdido y marginado en este mundo.
Sin unos objetivos claros, sin alicientes, golpeado, a punto de perder cualquier atisbo de ética o decencia en nuestra conducta.
Una situación que cualquiera de nosotros podemos haber llegado a sentir alguna vez, o que podemos quizás conocer en el futuro, si nuestro entorno se vuelve tan hostil o tan indiferente hacía nuestra mísera existencia, que llegamos a tener la sensación, de que nuestra vida no le importa a nadie.
Que estamos al borde del abismo, en el filo de la navaja.
Central do Brasil se enfoca en un niño, cuya madre es asesinada frente a La Estación Central de Río de Janeiro.
Sin hogar y sin un lugar adonde ir, el niño, de mala gana, hace amistad con una cínica mujer.
Resistiendo su impulso inicial, de hacer sacar ganancias rápidas sobre el niño, ella se compromete a reunirlo con su padre, en el remoto noreste de Brasil.
El director, hábilmente coloca a este dúo de personajes, en esta “road movie” que parte de la gran ciudad, hacia el alma del Sertão, una de las más pobres regiones semidesérticas del Brasil.
Con esta locación, la película es un viaje al corazón de profundo del país.
Pero es también una historia de la búsqueda del muchacho por su padre, y también el sondeo de un país en su identidad nacional.
Como dato, en portugués, la palabra “padre” y la palabra “país”, son casi idénticas.
Por lo que la historia comienza en un lugar donde 400.000 personas pasan a diario.
La multitud, refleja un masivo mundo darwiniano, donde sólo los más fuertes sobreviven.
En el contexto político de Brasil, en ese momento tuvo un gran impacto la escena de apertura, que el director nos recuerda:
“En Brasil, la cultura de los 70’s y 80’s, creció con la idea de que había que industrializar por cualquier medio, y todo acto o valor, era aceptado para este objetivo”
Si bien hecha a mano como un melodrama, se revela una historia arquetípica, que desentierra una experiencia universal humana, pero también se envuelve dentro de una única expresión cultural específica; y muestra un mundo de personas que sufren, que tienen sueños modestos, que no mueren a pesar del infortunio.
Ellos esperan que, si las cosas no cambian, al menos no empeoren.
Un Brasil grande y arenoso, pobre y feo.
Un Río de Janeiro que nunca nos habíamos imaginado, con negocios tan raros como el de escribir cartas a personas que no saben leer, a personas tan anónimas y tan humanas, que nos hacen recordar que Latinoamérica es un puñado de gente tan vulnerable como agresiva, pero que sigue estando viva imbatiblemente.
En medio de este panorama, se encuentran Dora y Josué.
Este último es un niño que debe pensar como adulto, como el “hombre que cuida a la mujer”
Al principio, será una atracción fatal para Josué, que está solo en la vida, y sufre la traición de Dora.
Mientras es el resto de humanidad que habita en Dora, lo que permitirá que este encuentro se convierta en la oportunidad para ambos, de dar una nueva perspectiva a sus vidas.
Y aunque durante el viaje no les acontecen cosas extraordinarias, ni realmente destacables, el peso de todo recae sobre los 2 personajes y su evolución, tanto a nivel personal, como en su relación con el otro.
Y es que Dora es dueña de una melancolía, que con el paso del tiempo, y el calor de Río de Janeiro, se ha convertido en un total escepticismo, una renuncia a la esperanza.
Es una mujer vacía de afecto, que no quiere a nadie, quizá porque siente que nadie la ha querido a ella.
Su única alternativa, es sobrevivir en un mundo donde el interés por nuestros semejantes, tiende a desaparecer.
Es una mujer falsa, como la imagen turística que poseemos de un Brasil de carnaval, donde no hay pobres, y todos tienen la belleza y la felicidad del trópico.
Por lo que se ha hecho una mujer sin escrúpulos, porque sólo envía las pocas cartas que pasan por su censura, una censura que juzga y condena a todos sus clientes; porque ella tiene un don, sabe leer y escribir en un país lleno de analfabetos.
Y lo que en principio parece una buena manera de servir a los demás, termina siendo un timo, un engaño.
Dora se aprovecha de su don, para su propio beneficio; porque su corazón se ha endurecido.
Ha olvidado la trascendencia de su trabajo, ignorando que detrás de cada carta, hay una vida de miseria y de sufrimiento.
Quizás, muchos sólo buscan ser escuchados; pero ella sólo piensa en los ingresos, y hasta los silencia.
Por su parte, Josué es un niño temperamental, con un carácter marcado; pero Dora es alguien similar, que no muestra cariño, y que lo trata inicialmente casi como si fuera un adulto; pero con el tiempo, existirá un relación de amistad y cariño magnífica, como una especie de amor maternal, como la madre que no puedo realizarse; y ambos se sabrán valorar en su justa medida.
Al principio, la relación que se establece entre Dora y Josué, es una relación de desprecio mutuo:
Él le echa en cara, el que sea una solterona; y ella no deja de llamarle “desgraciado”; pero con el cambio de escenario, del citadino al rural, también cambia la disposición de ambos, y aparece entonces una actitud que permitirá esa evolución de la relación, y de los personajes mismos; una actitud estimulada por la inseguridad y desconfianza de estar en medio de un territorio extraño, donde, por poco que se conozcan mutuamente, son lo que más conocen, lo único que conocen, sólo se tienen el uno al otro.
Por eso, este cambio de escenario, marca una ruptura en la historia, en todo sentido, no sólo en la actitud de un personaje frente al otro, sino también en las imágenes, y en el ritmo mismo de la narración.
También es una historia de contrastes, una película muy triste pero esperanzadora.
A pesar de lo pequeño que es el mundo, nos podemos perder en él.
A pesar de lo grande que es el mundo, se puede encontrar un camino a una vida más tranquila, a una felicidad menos espectacular, pero más genuina.
Dora es una mujer egoísta que, sin embargo, entrega todo para permanecer en el recuerdo de Josué.
Quizá eso le permita a Josué, llevar una vida más feliz que la de ella.
Superando pues sus diferencias, juntos llegarán a la casa de su padre, donde sólo encontrarán a los hermanos de Josué.
Walter Salles comenta, cómo él ha concebido este final:
“En la reunión final, Dora comete por primera vez el pecado de la generosidad, que es para ella transformador y liberador, porque le permite mirar a la vida de otra forma.
Sin generosidad, uno se condena a una soledad terrible, que es lo que se muestra al inicio.
Uno puede tener mucho dinero, pero, si no tiene en cuenta a los demás, debe pagar el alto precio del abandono, y de la muerte del deseo.
Al principio, Dora no tiene deseo de nada, ni siquiera sexual; y a medida que descubre el mundo, va ampliando el horizonte de sus objetivos, lo que en la historia se remarca visualmente, con una mayor profundidad de foco, y con un cambio en el color; el monocromatismo inicial va cambiando, hasta que invade la pantalla una paleta de colores azules, verdes y rojos, mucho más vivos; inclusive se reflejado en el vestuario, maquillaje y actitudes” en esa última carta de Dora a Josué, una carta escrita tras haber concluido con su misión/obligación/tarea de llevarle con su familia y, por un lado también contenta, por haber abierto al fin su duro y castigado corazón.
Central do Brasil también presenta valores vocacionales, como la misión de ayuda y servicio, la superación de dificultades, la aceptación de uno mismo y los demás, pero sobre todo, el cambio y la búsqueda de la propia identidad personal y nacional.
Salles nos dice:
“Un niño que busca a su padre, una mujer que busca su corazón, y una nación que busca sus raíces”
Y agrega:
“Dora representa un orden que, para mí, es necesario cambiar.
El niño representa la posibilidad del cambio.
Cuando muere su madre, recusa su destino de “niño de la calle”, y reescribe su propia historia, a través de la búsqueda de su padre”
El propio director, describe estas ideas en los siguientes términos:
“Desde el principio, mi idea era que Dora representara esa cierta cultura de la indiferencia, del individualismo, del cinismo, característica de los años 70 y 80 en Brasil, y en todo el mundo neoliberal.
Al hacer este movimiento en dirección al padre, el niño se rebautiza, y se le abre la posibilidad de una segunda oportunidad.
Así, la historia evoluciona de un país de la indiferencia y la impunidad, hasta un país de la solidaridad, del descubrimiento del afecto, del encuentro con los demás.
Ésta es la trayectoria que Central do Brasil intenta ofrecer.
En este sentido añade:
“Prefiero retratar la vida real de la gente, no la imagen que nos quiere dar La Oficina Central de Turismo de Brasil; ni la opuesta, la de un país hundido en la miseria y la violencia, y en el que nada puede cambiar.
Es mentira que no pueda cambiar”
Y aparte de una ficción, Central do Brasil es un documento socio antropológico, que nos muestra lo mucho que aún le queda por “emerger” a Brasil, para convertirse en un país realmente civilizado:
Altas tasas de analfabetismo, superstición religiosa, violencia cotidiana, tráfico de órganos, pobreza, etc.
Problemas que afectan tanto a la megalópolis, como a la provincia más remota; y denota superficialmente varios problemas sociales, que si bien no son perceptibles a la vista, analizándolos profundamente, caemos en cuenta en esta verdad.
En primer lugar, desde el inicio se va marcando uno de los problemas que más afecta a los países subdesarrollados:
El analfabetismo.
Desde allí encontramos una especie de denuncia.
Dora se gana la vida escribiendo cartas que los remitentes esperan que sean entregadas al correo, siendo esta ex maestra, jueza absoluta de quien debe recibir o no tal carta.
Se recrea la vulnerabilidad de las personas, ante un mal que aqueja a un país completo, aunque seguramente los niveles de alfabetismo han subido después de una década, ellos ingenuos y esperanzados; mientras Dora rígida y aparentemente sin sentimientos.
La gran diversidad de temas, nos muestran una gran cultura, además de enfrentarse a una terrible realidad:
El tráfico infantil de órganos, a través de grandes organizaciones hacia Europa y América, donde no se cierran las puertas, con la consiguiente generación de gran cantidad de dinero, con la inevitable pérdida de educación, produciéndose una tasa de analfabetismo, que conlleva al robo, y la muestra de tomar la ley por su mano, sin dejar libertad de defenderse por un mínimo espejo.
Tras esto, encontramos otros puntos más:
El abuso, la explotación infantil, y la miseria.
Todo esto retratado de manera que aúnan eficazmente el viaje emocional que realizan estos 2 seres:
Dora tratando de ayudar a un niño que busca a su padre, mientras esta experimenta la sensación de fracaso, de impotencia, vive los recuerdos de una infancia y adolescencia, donde la figura paternal brillaba por la ausencia.
En Josué, Dora encuentra una compañía:
¿O no es acaso una metáfora de la vida?
¿No estamos todos los seres necesitados de alguien que acompañe nuestro peregrinar durante el ajetreo diario?
¿O no necesitamos de vez en cuando, darnos una escapada que consiga recorrer nuestra alma, y volver a pensar en el maravilloso o tortuoso ayer?
¿O no somos los seres humanos como náufragos buscando salir de la apatía que encontramos, cuando nos topamos sin salida en una isla?
La soledad había carcomido el corazón de Dora, pero la personalidad de Josué, un niño de fuerte carácter, que balancea su debilidad interior, la hace zambullirse a un manantial de emociones y sensaciones, que poco o nunca había tenido.
Por ello se nos habla de un amor filial, sin que este exista explícitamente; una historia de ternura de aparente rigidez, que goza de momentos de tristeza, y otros de alegría.
Un encuentro de 2 seres extraviados en la vida, que buscan algo en común, sin que lo sepan ambos.
Así como 2 generaciones, y 2 puntos de vista, el pasado en Dora, y el futuro en Josué en un país donde todos están anclados; pero una aventura retratada de una manera que logra ser inolvidable.
Muy curioso también, el talento tanto del director Walter Salles, como del guión, para utilizar ciertos símbolos como elementos de gran intensidad emotiva, que sirven para conectar directamente con el corazón del espectador; así veremos un pañuelo blanco blandirse por la muerte de un ser querido, las misivas en un cajón como la esperanza perdida, la televisión como el demonio narcotizador, una barra de labios gastada, como símbolo de la belleza perdida; la fotografía para iluminar el paso del tiempo, la cerveza como la tentación… son muchos los que el espectador puede descubrir a lo largo del metraje, y que muestran que ciertamente, Central do Brasil está hecha con sumo cuidado.
El tema de la religión, es imperante, mostrándose de todas las formas posibles, siendo incluido, por ejemplo, un plano donde se lee claramente la frase “Con Dios sigo mi destino”
Según el International Religious Freedom Report, en el 2005, Brasil es el país que posee la mayor población católica del mundo.
Esto da cuenta de lo importante que es para el director, reflejar el tema religioso dentro de una película que es per se, neorrealista.
Sorprende también, el sugerente tratamiento que se da a la religión.
Desde las primeras secuencias en la estación, con su singular capilla pública, hasta la populosa procesión del Niño Jesús, Salles mira a la religión con respeto, como una indudable fuente de solidaridad, y de ganas de mejorar para mucha gente.
En boca de un divertido camionero evangelista, pone el guión una auténtica declaración de principios:
“Todo es cuestión de voluntad; sólo Dios tiene el poder”
Y es también muy significativo, que Salles eligiera para la promoción internacional, un fotograma en el que aparece Josué en lo alto de la cabina del camión de ese personaje, justo encima de la leyenda:
“Con Dios sigo mi destino”
Por cierto, el rodaje tuvo lugar en exteriores, y escenarios naturales, técnicamente de amplio contraste, cámara quieta, improvisación, entre otros, son características fundamentales en la estética de la película; recogiendo con su cámara, diversas realidades de un Brasil menos conocido, bien alejado de los ambientes carnavalescos y frívolos, que a veces distorsionan la visión del gigante carioca.
El autor prefiere retratar la vida real de la gente, pero tampoco ha cedido a la tentación de presentarnos la imagen de un país hundido en la miseria y la violencia, y en el que nada puede cambiar.
Tanto que el realizador huye de la frialdad de ciertas producciones de cine social enmascaradas en su propia mentira progresista, dotando a su película, de una particular emotividad.
Sus imágenes están impresas de una emotividad, sencillez, lirismo y delicadeza destacables, que consiguen retratar y amplificar la soledad y falta de estima de ambos personajes.
Su tendencia de uso de técnicas, en ocasiones cercanas al documental en una fina línea que lo separa o confluye con la ficción, ayudando a remarcar ese desamparo al que se ven sumidos los personajes.
Un pleno acierto suyo, sería el incluir en los créditos finales, todas esas cartas que se perdieron y que merecen ser oídas.
Magnífico final.
Del reparto, se cuenta con figuras importantes de la actuación, como Fernanda Montenegro y Marilia Pêra.
La Montenegro, como Dora, hace una gran interpretación, con fabulosos registros que tiene su gran personaje, en donde es capaz de pasar de alguien duro e inhumano, a alguien que las circunstancias hacen que deje pasar esa bondad que lleva dentro, y que la vida ha cerrado el paso, plantándole cara, y combatiendo su dolor.
En cualquier escena, Fernanda está increíble, y más en el final, o ante la ventana del bar donde se quiebra completamente, o ante el espejo, mientras decide pintarse los labios, como si de un renacimiento se tratase, como si fuera un regreso a la aceptación personal, etc.
Su trabajo resulta simplemente espectacular.
Al final, Dora parte de nuevo de viaje, pero ahora con una sonrisa en la cara, y con el traje que le regaló Josué, también con lágrimas de tristeza, pero también por primera vez en mucho tiempo, por alegría y satisfacción, por sentirse realizada, ella se vuelve a reencontrar consigo mismo, a reconciliarse y brindarse una nueva oportunidad de tener una vida mejor.
Aunque nos quedamos con la intriga, de cómo reaccionaría el papá, de cómo es, y que pasará junto a sus hermanos...
¿O qué pasa con los traficantes de personas a los que fue vendido?
Supongo que al quitarles lo que ellos consideran de su propiedad, hacen un rastreo intenso por encontrar lo que ya han comprado, y se tomaran un ajuste de cuentas...
Eso es desolador…
Se cuenta que cuando Fernanda Montenegro se sentó en La Estación Central, la gente se le acercó para que les escribiera carta por ellos...
Desoladora realidad…
Algunas de estas conversaciones reales con Dora, fueron incorporadas por el director Walter Salles, y aparecen en el corte final de la película.
Por su parte, Vinicius de Oliveira nos emociona constantemente, y es capaz de acaparar toda la pantalla con su intensa mirada y su desparpajo; interpretando el rol de un niño con multitud de cambios de personalidad, pero consigue expresar mucho realismo.
Otro dato de producción no cuenta que el director Walter Salles, estaba en el aeropuerto de Río de Janeiro, cuando Vinicius de Oliveira trabajaba de limpiabotas allí, y como no tenía dinero, y sí mucha hambre, se acercó al director al que le pidió dinero para comprar un sándwich, jurando que se lo devolvería cuando regresase…
Walter Salles, para entonces había probado a 1.500 niños para el papel, y ninguno le convencía; así que pidió a Vinicius, realizar una prueba.
Él le contestó, que nunca había visto una película, y qué si podía llevar a sus amigos al set…
Esos fueron los reales mejor pedidos de la historia de los limpiabotas del Brasil, el resto, lo están leyendo.
Y es que Salles reconoció su cotidianidad, y por sus cualidades físicas y expresivas, decidió introducirlo en el elenco, cumpliendo sin resultar irritante ni cargante.
Otras actuaciones son muy buenas, aunque escasas, como Soia Lira y Othon Bastos, entre otros.
Por último nos queda la lectura de la carta del padre, en el encuentro de Josué y sus 2 hermanos, así como agradece que la historia, que podría fácilmente caer en lo lacrimoso, está contada de una forma contenida, alejándose del sentimentalismo.
“Meu querido, meu coração pertence-lhe.
Não importa o que você fez, eu ainda te amo.
Eu te amo.
Enquanto você está trancado lá em todos esses anos, eu vou ser preso aqui fora, esperando por você”
La Edad de Oro del Cine Brasileño, duró hasta 1980; y durante las 2 décadas posteriores, la producción nacional entró en decadencia, hasta resurgir con películas como Central do Brasil, de Walter Salles.
Es llamativo, que aunque el espíritu del pueblo brasileño sea alegre, su cine está marcado por el drama y la permanente denuncia de la desigualdad social, la violencia, las drogas, y la pobreza.
Esta obra maestra de Walter Salles, levanta la antorcha de la esperanza, de que la sociedad brasileña pueda cambiar el destino, y dar a sus niños más, a través de la redención y la caridad de los propios miembros de su comunidad.
“Yo vengo de un país, y un continente cuya identidad está en ciernes.
Somos una cultura muy joven, y creo que las cosas todavía no están cristalizadas.
Así, las películas realizadas en nuestras latitudes, creo yo, llevan ese sentido de urgencia.
Es como si la gente que te encuentras por la calle, y las historias que traen, pudieran influirte directamente.
Creo que no es tan diferente de lo que los neorrealistas italianos hicieron hace 50 años, tomando la cámara fuera del estudio, y llevándola más cerca de los rostros en la calle.
Y lo que los realistas italianos crearon, no sólo fue una revolución estética, sino también una revolución ética que influyó en La Nouvelle Vague, y en El Cinema Novo de Brasil.
Y mi generación en Brasil, fue influenciada por El Cinema Novo.
Así que estamos haciendo eco de lo que se ha hecho camino en el pasado”, dijo el director.

“Josué,
Faz muito tempo que não mando uma carta pra alguém, agora estou mandando esta carta pra você.
Você tem razão, seu pai ainda vai voltar e com certeza ele é tudo aquilo que você diz que ele é.
Eu me lembro do meu pai me levando na locomotiva que ele dirigia.
Ele me deixou, uma menininha, dar o apito de trem a viajem toda.
Quando você tiver cruzando as estradas, no seu caminhão enorme, eu espero que você lembre que fui eu a primeira pessoa a te fazer por a mão num volante.
Também vai ser melhor pra você ficar aí com seus irmãos, você merece muito, muito mais do que eu tenho pra te dar.
No dia que você quiser lembrar de mim, dá uma olhada no retratinho que a gente tirou junto.
Eu digo isso porque tenho medo, que um dia, você também me esqueça.
Tenho saudade do meu pai.
Tenho saudade de tudo.
Dora”



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