Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray

“Au fond tu es un enfant perdu”
(Básicamente usted es un niño perdido)

¿Quiénes fueron las Sibilas?
Esas fascinantes mujeres, vivieron en La Antigüedad y fueron reverenciadas por su capacidad para entrar en contacto con el más allá, y vaticinar el futuro.
Jugaron un papel decisivo para la política de ciudades e imperios, y cayeron en el descrédito y el olvido con el cristianismo.
Los datos históricos que se conservan de ellas son escasos y confusos; pero su imagen está rodeada de mitos y leyendas extraordinarias, que nos hablan de una cosmovisión muy distinta a la nuestra.
La palabra “Sibylla” quiere decir “profetisa” o “mujer sabia”, y era el nombre que recibían quienes se dedicaban al oráculo más prestigioso de la antigüedad.
Un breve apunte sobre antropología de género, en el mundo grecolatino, las mujeres solo podían dedicarse a la casa y a la procreación.
Únicamente se las consideraba dignas de realizar funciones sacerdotales, cuando ese papel sexual era anulado.
Al principio, las sibilas se escogían entre jóvenes vírgenes pero, tras un sonado escándalo por rapto y violación en la época de Plutarco, se exigió que tuviesen más de 50 años.
En ambos casos, es claro que el elemento definitorio, era la exclusión de la sexualidad.
En las sociedades tradicionales, la castidad o pureza en la mujer, era el factor esencial para que se aceptase públicamente su función de enlace entre los humanos y las divinidades.
En el cristianismo de los primeros tiempos, existió una corriente gnóstica que reconocía a las mujeres una posición igualitaria en la comunidad; y hacia el año 190, Tertuliano escribía escandalizado:
“Estas mujeres entre los heréticos… enseñan, participan en discusiones, exorcizan, y curan…”
Sus elaborados tocados y mantos, nos hablan igualmente de su castidad y su autoridad moral.
Pero desde que Roma fue fundada, se inició una guerra sin cuartel, primero contra las diosas arcaicas que osaban rebelarse, y luego contra las mujeres que se atrevían a asegurar que las diosas hablaban por su boca.
Las primeras en caer fueron, divinidades como Carmenta, las Parcas, Fauna o las ninfas; desatándose una lucha de poder, y triunfó el modelo opuesto, el de San Pablo, lo que excluía a la mujer de las funciones sacerdotales.
La antigua sibila, quedaría entonces confinada en la magia relacionada con los asuntos amorosos o materiales, pero marginada de la política; y su don de la adivinación natural, se perdió en el camino.
“Je me tourne, route, espoir, et ma mémoire ne veut pas”
(Doy vueltas, camino, espero, y mi memoria no quiere volver)
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray es un drama francés del año 1962, dirigido por Serge Bourguignon.
Protagonizado por Hardy Krüger, Patricia Gozzi, Nicole Courcel, Daniel Ivernel, Michel de Ré, André Oumansky, entre otros.
El guión es de Serge Bourguignon, Bernard Eschassériaux, y Antoine Tudal, basados en la novela de Bernard Eschassériaux, publicada en 1959.
Para la producción, Serge Bourguignon también se influenció inconscientemente, por varias películas japonesas como:
“七人の侍” (Seven Samurai – 1954) de Akira Kurosawa y “野菊の如き君なりき” (She Was Like a Wild Chrysanthemum - 1955) de Keisuke Kinoshita, así como el teatro Kabuki, la pintura china, y la de Giotto di Bondone.
Obtuvo un premio Oscar como Mejor Película Extranjera, y 2 nominaciones:
Mejor guión adaptado y banda sonora.
La acción sigue a Pierre (Hardy Krüger), un veterano de Vietnam, angustiado por su responsabilidad en la muerte accidental de una niña vietnamita, como consecuencia de un aterrizaje forzoso…
De vuelta en Francia, vive totalmente aislado, a pesar de tener una relación con una enfermera llamada Madeleine (Nicole Courcel)
Llega a sentirse nuevamente encontrado en sí mismo, hasta que conoce a una niña, Françoise/Cybèle (Patricia Gozzi) que ha sido abandonada por su padre en un internado.
Pierre, fingiendo ser el padre, se encontrará con la niña todos los domingos para jugar con ella, y tal vez recuperar su propia memoria perdida, y la paz interior añorada; pero la amistad entre ellos despierta sospechas en el pueblo, aún entre las personas que conocen bien a Pierre.
Y es que entre ambos, la niña falta de amor, como el hombre que busca redención, se produce una simbiosis afectiva que trascenderá la censurable moralidad de la gente del entorno.
La relación, rápidamente se torna “romántica”, mejor dicho, afectiva, pero lo que la mantiene justo al margen de lo insidioso, es que jamás se inclina hacia lo carnal; porque Pierre y Cybèle son 2 almas solitarias en busca del amor que no encuentran en otra parte, pero los 18 años que los separan, los obligan a mantener su dependencia mutua oculta.
En sus imágenes se paladea una poética perturbación, y una tensa emoción se va dilatando hacia el desenlace que desemboca en tragedia motivada por el poder de las percepciones.
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray nos habla del amor puro e inocente, sobre el encontrarse y reinventarse a sí mismo, sobre el sacrificio, y sobre los prejuicios sociales, la duda y la naturaleza humana; así como también aborda temas como los traumas, la niñez, la guerra, la memoria, la pérdida, la soledad y el morbo, entre otros.
Muy curiosamente, ni las críticas más aberrantes pudieron jamás destruir el candor opulento, la inteligente meditación sobre las energías afectivas que rehúyen los mórbidos erotismos, y nos inoculan el optimismo ingenuo de otro tipo de amor enternecedor, aunque venga revestido al mismo tiempo de amargas pesadumbres, y segundas lecturas.
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray es cine europeo elevado al súmmum.
“Pierre, est-ce que tu serais jaloux?”
(¿Pierre, tienes celos?)
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray es una historia de puro sentimiento, que encuentra luces en mitad del llanto, captando el atractivo del cine en blanco y negro, tras un casual encuentro que poco importa.
La historia extraña que comienza, habla de personajes arruinados, abandono y secuelas, ese cine europeo de aspecto consolidado, con fuerza para encontrar el pasado en los árboles y curar el vértigo, una lucha contra la suerte a base de la ayuda, el cariño, y el amor... domingos de libertad para respirar en la diversión infantil, se sumerge en una fantasía de niños perdidos sin tanta diferencia de edad, una relación construida con los elementos clásicos de celos y posesión, pero imposible desde el punto de vista de la sociedad.
Hay que admitir, que el argumento resulta incómodo:
Vemos 2 personaje atribulados que se encuentran en un lugar de bienvenidas y despedidas como lo es la estación del tren.
Pierre, moralmente destrozado por La Guerra en Extremo Oriente, vivirá su dolorosa crisis de conciencia, tras haber asesinado accidentalmente a una niña cuando su avión se estrella en las selvas asiáticas.
Françoise, de 12 años, es abandonada por un hombre que dice ser su padre en un orfanato del suburbio parisino, Ville d'Avray, y se verá de pronto favorecida por el afecto inocente de Pierre, tras su casual encuentro en el apeadero aledaño a París.
Emocionalmente impotente para vivir una relación amorosa adulta con su amante Madeleine, Pierre iniciará, domingo tras domingo, al presentarse en el orfanato como padre de la niña, un infantil y solitario vínculo de afecto, limpio y terso, con Françoise, al que acompañará toda la ternura de la compasión y del compadecido.
Así se sucederán paseos dominicales entre las pinceladas poéticas de esos juegos, gritos y sonrisas que confieren cierta predilección a nuestras memorias infantiles; castas meditaciones amorosas; ansiedades rendidas e inocentes en 2 cuerpos virginales:
Uno físico, la niña; y el otro mental, el hombre, aunque la mente esté perdida por el trauma.
Espejuelos limpios de río que recogerán y renovarán las imágenes miniaturizadas de estos 2 seres desolados, pero embebidos de la blandura estremecida e inmaculada de una mutua entrega amorosamente pueril.
Todas las imágenes de las aguas, nos dan la idea de una doble lectura de lo que acontece, de lo que refleja, que no es lo mismo.
Realidad y reflejo.
Y frente al júbilo de su tierna ingenuidad afectiva, frente al bello elemento espectacular que remontan sus correteos domingueros, y ese puro atuendo de la felicidad que los envuelve, la frustración sentimental de Madeleine se exaltará como una llamada apremiante a solidarizarse con la sincera conducta de Pierre.
Pero la relación irá tomando tintes más complejos, donde veremos muchos complejos de apego, posesión, dominación, celos y hasta amor casi sexual entre Pierre y la niña.
La mujer, como inverso al Complejo de Electra, entenderá que la situación afectiva, no es sexual; a pesar que Cybèle en algún momento lo manifiesta.
Y es esa la intención del director, guiarnos a través del morbo, que lo que vemos en pantalla, lo vemos desde el fondo del lago, desde la ilusión, y no desde la realidad como si lo logra vislumbrar Madeleine, muy probablemente por su conocimiento científico, al ser enfermera, la profesión no sería casual.
Todo se irá apagando, no obstante, ante el hábito negro de la sospecha que recae sobre el joven, al desaparecer durante La Nochebuena; ya que todos sus cercanos y la gente de su alrededor ya tienen montadas sus ideas de lo que acontece.
No obstante, decide acudir al amigo de ambos, Carlos (Daniel Ivernel), quien trata de tranquilizar a Madeleine, indicándole que nada puede haberle sucedido a Pierre.
Intranquila por la tardanza, decide investigar la desaparición del joven por medio de su compañero de hospital, Bernard (André Oumansky)
Así rueda el drama tras el desatino policial que se engaña al creer enfrentarse a una inusual evolución sentimental en Pierre...
Y el joven, en lucha contra todas las formas de dolor e injusticia, será abatido como símbolo de martirio.
Criatura en pena, víctima de ese primer itinerario que reflejan las posturas melancólicas y pesimistas ante la vida, tras él arderá ahora el humo inmaculado del sollozo palpitante de Cybèle.
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray, brinda toda la misericordia inspirada por las tinieblas de la guerra, se ofrece en sacrificio contra las abominaciones de la crueldad, somete todas las voluntades y todas las sendas que conducir puedan a la más pura hora evangélica de la fraternidad humana, porque, aunque el hombre, tan bello y monstruoso a la vez, viva sumergido en la ambigua amalgama de sus resonancias maniáticas y carentes de cordura, no sepa, por lo general, esparcir el grano de tanta suntuosidad generosa como puede almacenar el silo de nuestros corazones, y acabe menospreciando las pesadumbres del mundo, siempre será este, nuestro único santuario, pese a la carnavalesca sinrazón, y a las disipaciones morales que mueven sus retablos, ante el que no dejaremos de hincarnos de rodillas para no sentirnos totalmente desamparados.
Y porque si un hombre tan sólo tiene caridad, la verdad del amor llorará ante nosotros, infantil y graciosa, al haber acertado en su designio, mesura original, consolación del llanto, ensalzamiento del humillado, porque en él, únicamente en él, debería afirmarse y cicatrizar a la vez, la única gran herida que enseñorea este mundo en nombre de todos los pueblos:
La de nuestra solidaridad, tantas veces imposible.
Quizás, lo más llamativo de Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray es la calidez y la ternura que expresan algunas de sus escenas, y la relación que se va forjando entre ambos personajes, es simplemente mágico y único, pues el director nos fuerza a ver segundas lecturas donde realmente no las hay.
Aquí la interpretación la daría el director, y el espectador sería quien lo corrige.
A todo esto, Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray va derrochando maestría en el desarrollo, y mostrando magníficamente las distintas facetas, historias secundarias y personajes secundarios, que forman parte de un todo, un todo que se ve reflejado en el final, donde convergen todos los elementos del guión para cerrar la historia de la mejor manera:
Desolada.
Uno de los aspectos más reseñables, viene desde la puesta en escena, la forma de mostrar visualmente la perturbación de los personajes, o su indefinición y ambigüedad, su ausencia de personalidad, como le ocurre al protagonista.
De esta manera, Pierre, el piloto que nos guiará por su amnésica historia, será mostrado tras objetos que lo difuminan o distorsionan en muchas ocasiones, como los espectadores inquisidores que no dudarán y poner el dedo en el gatillo, buscando transmitir esta sensación.
Uno de los muchos grandes detalles de puesta en escena, es cuando con la cámara surge la raíz sensitiva al mismo tiempo que la imagen.
El eterno interrogante filosófico sobre el auténtico significado de la realidad, y de la realidad de las apariencias, así vemos el lago, la niebla, lo visto a través del vidrio, ventanas, etc.
Un grandioso ejemplo, lo tenemos en esa escena donde el encuadre es partido por un retrovisor, de manera que en la parte derecha vemos lo que tenemos delante, mientras que en la izquierda vemos lo que vamos dejando atrás, a través del mencionado retrovisor del coche en el que viaja la cámara.
Una manera perfecta de retratar el conflicto del personaje, el pasado y el presente, en el que veremos al propio Pierre paseando.
Otra más evidente, es la de los carros chocones, que al final, son las personas quienes se golpean, y nos los carritos.
Y ya entrados en trance, la mala percepción guiada por nuestro pensamiento inquisidor y morboso, que vemos un abuso sexual en los ojos de Pierre y el consentimiento a modo de hechizo por Cybèle, ambos presentando esa chispa lujuriosa, momentos antes del final.
Todo calza para dar esas erróneas sensaciones.
Y sobre la mismas cámara se asientan sentimentalismos estremecedores, se fusionan las tragedias colectivas de la humanidad, se despiertan nuestras dormidas inquietudes experimentales hacia el marco opulento del drama, aunque, esta vez, como tantas otras, venga iluminado por la reflexión creativa de la cámara.
La cámara nos hace ver muchas perspectivas de la misma imagen:
La niebla, lo tenebroso y lo sublime de la inocencia disfrutada en un bosque como símbolo de la perdición, la lujuria y la hechicería.
No es casual, que Cybèle haya contado que su abuela manejaba una bola de cristal, y que el propio Pierre visite a una pitonisa.
Un gran factor que contribuye a que Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray nos permita ignorar la palabra “pedofilia”, es el trauma post-guerra que mantiene a Pierre en un estado mental preadolescente, e “inconsciente”
Esto lo hace sumamente susceptible al amor incondicional de la niña, quien a su vez, resiente el cruel abandono de quien se supone la amara más que nadie.
Pero ojo, la niña también es manipuladora, tanto que obliga a Pierre a hacer cosas que él mismo no puede por traumas, como el vértigo, pero en este caso, tenemos a la niña como fuente curadora de esa Sibila mitológica.
El director, Serge Bourguignon, desarrolla el idilio con mucho tacto e inocencia, concentrándose mayormente en los paseos que la pareja da todos los domingos alrededor de un lago, donde comparten tanto sus penas como los sueños románticos, que les gustaría cumplir una vez Cybèle cumpla los 18 años.
Pero es una historia que se mantiene oculta, y es vista desde las ondas que las piedras que se forman en la laguna, y desde aquellas piedras de agua que representan pedazos de estrellas.
Algo muy idealizado, que los adultos, que ya perdimos la inocencia, vemos con otros ojos.
¿Alguien dijo Michael Jackson?
Su caso resuena y sobre vuela en toda la película.
Otro dato es el simbolismo:
El bosque, que hace creer en lo posible; el nombre de la niña, es el de la libertad; el cuchillo es el emblema de una lucha, un arma de doble filo sobre lealtad y promesas, sobre sueños y dolores, el abandono y la enfermedad se pueden cruzar en lo horrible, el miedo de las escondidas y las preocupaciones hasta llegar a la laguna; la confusión del amor y la cura, lo que necesita una persona en la vida real, es encontrar un mundo hecho a su medida.
El peligro de lo prohibido, el sádico escandaliza, y las necesidades de cada uno no son permitidas, pues en la neblina se halla un relato hermoso y cruel a la misma vez.
Además vemos un tratamiento profundo sobre un desorden mental, sin la sensiblería, sino con caracterización y el simbolismo de escuchar a los espíritus de un árbol por ejemplo.
La grandeza de lo que realmente es un acto reprochable, en una resolución seguramente fatídica, pero que también ocurre en las relaciones adultas, como cantar y silbar, ya vale la pena, el árbol de navidad a cuestas y el gallo, deseos unidos, el mar de los peces con alas.
Todo muy poético e idealizado, con tal de no ver la realidad.
Pero Cybèle, un nombre precioso, parecido a “sí, belle”, como la diosa de los árboles y La Tierra; la niña feliz es una criminal que bebe sin parar, y no literalmente, sino que es muy demandante y despierta para su edad.
Por lo que resulta nada extraño, que el padre del inicio, no sea realmente el parte, sino otro hombre como Pierre.
Al final, la opinión general será sentenciosa, no entiende la felicidad fuera de las convicciones habituales, el sentido común, y la intuición, se enfrentan en un destino sin retorno, se cierra muy radical y huyendo de clásicos convencionales:
Pierre ya no tiene vértigo, pero es demasiado tarde…
Cybèle ya no tiene nombre, no es nadie...
De las actuaciones hay tela que cortar:
Hardy Krüger es Pierre, es el protagonista de la historia, cuenta con una solvente y convincente interpretación, que se ve reflejada en su intento por descubrir su ser y en el vacío que expresa su vida.
Alto, rubio, y atractivo, nacido en 1928, este joven actor alemán, con su exuberante vitalidad intelectual germana, estuvo en su adolescencia entre las escuelas de élite nazis, conocidas por “Napolas” o “Juventudes Hitlerianas”
Y en Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray, el estilo interpretativo de Krüger, es muy convincente, mostrando uno de los más meticulosos estudios de conducta y crisis depresivas jamás realizados por un joven actor.
Su mirada perdida, su manera de hablar y su gestualidad, hace que sintamos empatía hacia él.
Su adaptación al personaje, es ejemplar:
Inmenso en su ternura, inofensivo en su entrega sentimental, especialmente en la desoladora escena final; inaugura un nuevo capítulo frente a su criticada y poco acomodaticia sensibilidad germana, que aquí se verá refrendada a través de tan estremecedora inocencia, como la que destila su rubio erotismo meditabundo y desarraigado.
La cámara lo ama en todos los encuadres, y que halla su epicentro emocional y conmovedor, tras el fascinante cuento, propuesto por Serge Bourguignon y Bernard Eschassériaux, de una imposible posesión afectiva a través de ese maravilloso ensueño de ingenuidad que intenta hacerse realidad a través de la pequeña Cybèle.
Por su parte, Nicole Courcel interpreta a una enfermera que se ha enamorado de este peculiar paciente, y con su calidez y paciencia, trata de ser un apoyo moral para Pierre.
El resto del elenco, muy bien interpretados, y encajan perfecto en la historia.
Pero lo mejor del reparto, y de la película, viene por otro lado, y es de aplaudir de pie, y con una reverencia a la inmensa interpretación de Patricia Gozzi, que con tan solo 12 años, barre a todo el resto del magnífico elenco.
Maravillosa, tierna, desbordante, deslumbrante, sorprendente, impactante, maligna, manipuladora… una de las mejores interpretaciones infantiles que he visto.
Cybèle es hoy recordada, no tan sólo por su milagrosa y hechizante naturalidad expresiva, impregnada de una tristísima y pesimista meditación sobre la marginalidad que vive su infancia de huérfana abandonada, sino por su bellísima reflexión sobre el trauma erótico con que expone su atormentada pasión de niñez, en su dimensión más puramente onírica, por el mentalmente disminuido Pierre.
La actriz a sus 12 años, elevó así su primera gran interpretación ante las cámaras, como actriz principal a la categoría de auténtico y precoz testamento fílmico infantil erótico.
Una lolita la más pura dimensión del término, que lleva a todos los sátiros mitológicos que viven en el bosque, a la irremediable perdición.
Técnicamente, la cinematografía de Henri Decaë es maravillosa, con un amplio uso de reflejos, y rica en texturas forestales que le imparten al filme, un aire de cuento de hadas, que forja una armonía con la fantasiosa banda sonora de Maurice Jarre.
“Je ne sais pas qui je suis...”
(No sé quién soy...)
Cómo cambian las cosas...
Actualmente sería inconcebible el que La Academia de Las Artes y Ciencias Cinematográficas, nominase a un filme con una premisa tan delicada, tan espinosa, tan sensitiva, y ni hablar de premiarla; pero hace 54 años, la elite de Hollywood no titubeó al concederle su máximo galardón al cine extranjero, a este largometraje de Serge Bourguignon.
Y es que Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray, estudia los procesos erróneos que pueden conformar ciertas atracciones románticas entre adultos y niños, un trazado de tramas que, en el peor de los casos, tan sólo garantizan el infortunio y la tragedia.
Los adultos, en este tipo de films, al igual que el personaje de Peter Lorre en “M” (1931) de Fritz Lang, ponen en la picota la racionalidad de los sentimientos amorosos, puesto que hay que observarlos con la feroz agresividad que conllevan sus estados generalmente neuróticos, social, o racialmente inadaptados, mentalmente retrasados, o completamente psicóticos.
El niño, no debe carecer de cariño ni padecer la negligencia afectiva de los adultos.
Puede así verse arrastrado a los manejos seductores o coercitivos de ciertas relaciones ambiguas.
Cybèle ou Les Dimanches de Ville d'Avray puede erigirse en una nueva historia de amor.
Este tipo de cuentos, pueden ser reales, pero debemos observarlos desde la perspectiva de las aberraciones, ya que ese adulto necesitado del afecto infantil, como sucede con Pierre, y al igual que con Dirk Bogarde en “Morte a Venezia” (1971) de Luchino Visconti, que clama al suicidio por la fuerza misma de su perversión lujuriosa hacia Tadzio, ha de ser empujado forzosamente a la muerte, a fin de asegurar el fin de su relación, y la tranquilidad que quienes erramos en los juicios.

“Je ne suis personne...”
(Yo no soy nadie...)



Comentarios

  1. es un film soberbio. Un clásico que puede ser mirado una y otra vez sin importar el paso del tiempo. De lo más logrado de la cinematografía francesa. Sin ser pretencioso, logra en el espectador una profunda reflexión. Comparto tu análisis y elogio

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