The Last Command

“Hollywood - 1928.
The magic empire of the Twentieth Century!
The Mecca of the World!”

Curiosamente, pese a ser uno de los principales acontecimientos mundiales del último siglo, no hay demasiadas películas sobre La Revolución Rusa, por lo menos, realizadas fuera del marco de La URSS.
Sin embargo, hay algunas destacables, provenientes de Hollywood, y que dan versiones totalmente diferentes de los mismos acontecimientos.
El anticomunismo tradicional de la política y la sociedad estadounidense, hace que, aunque la influencia estética del cine soviético esté muy presente en el de Hollywood, las adaptaciones cinematográficas sobre la gran epopeya de La Revolución Rusa de Octubre, tardaron en llegar a las pantallas de EEUU.
No era un asunto comercial, y podía acarrear problemas…
Ya se vería mucho más tarde con “La Caza de Brujas” a comienzo de los años 50 y el exilio a Europa de muchos directores de Hollywood, tras ser acusados de concomitancia comunista.
A pesar de ello, hay algunas excepciones estadounidenses de indudable calidad cinematográfica, aun siendo de nulo rigor histórico, y proviniendo de La Era del Cine Mudo.
Se cuenta que el director de cine judío-alemán, nacido en Alemania, Ernst Lubitsch, conoció en Rusia a un General del Ejército Imperial del Zar Nicolás II de Rusia, llamado Theodore A. Lodigensky.
Años después, lo volvió a encontrar en New York, que huyendo de La Revolución en su país, había abierto un restaurante de comida rusa.
Lubitsch, volvió a encontrárselo en Hollywood, y estaba con su uniforme de General, en busca de trabajo como extra, a $7.50 por día…
Por lo que el director le contó a Lajos Biró la anécdota, que luego este adornó y desarrolló.
Bajo el nombre de Theodore Lodi, Lodigensky pasó a encarnar un puñado papeles entre 1929 y 1935, incluyendo al Gran Duque, exiliado ruso obligado a trabajar como portero de hotel, en un film de 1932, llamado “Down to Earth”
Por lo que se sabe, Lodigensky actuó en varias películas, hasta que murió en 1947, a la edad de 70 años.
Leyenda Negra del Cine Mudo, con todas las reglas.
“It doesn't require courage to send others to battle and death”
The Last Command es un drama bélico del año 1928, dirigido por Josef von Sternberg.
Protagonizado por Emil Jannings, Evelyn Brent, William Powell, Jack Raymond, Nicholas Soussanin, Michael Visaroff, Fritz Feld, Harry Cording, Guy Oliver, Harry Semels, Sam Savitsky, entre otros.
El guión es de John F. Goodrich y Herman J. Mankiewicz, basados en una historia de Josef von Sternberg y Lajos Biró; y aunque figure en los títulos de crédito, el escritor Lajos Biró, no intervino para nada.
The Last Command, se inspira en una historia supuestamente real, que se atribuye a Ernst Lubitsch, basado en la vida de un General ruso, llamado Theodore A. Lodigensky, que había servido en el ejército del Zar Nicolás II de Rusia, y que se ve obligado a huir de Rusia tras La Revolución de 1917, y que termina trabajando como extra en Hollywood.
Como dato, esta película muda, consiguió por medio de Emil Jannings, el premio Oscar correspondiente al Mejor Actor en la primera edición de dichos premios; y también obtuvo una nominación en el apartado de mejor guión original.
Se cuenta que en el primer año de los premios de La Academia, los ganadores habían sido anunciados 3 meses antes de que la ceremonia se llevara a cabo; por lo que Emil Jannings, ya había sido nombrado Mejor Actor por su trabajo en esta película en particular; y que estaba a punto de irse de regreso a Alemania, por lo que pidió, se le concediera su premio antes de irse.
La Academia hizo honor a su petición, por lo que efectivamente, Emil Jannings es la primera persona en recibir un premio de La Academia, oficialmente; y también, se convirtió en el primer ganador no estuvo presente en la ceremonia, así como el primer extranjero en recibirlo, pues es de origen suizo.
Pero han circulado rumores, de que The Last Command originalmente había sido nominada como Mejor Producción durante el primer año de La Academia.
Sin embargo, esto nunca ha sido confirmado, y La Academia afirmó, que nunca había sido candidata.
Con una extraordinaria fotografía, temática de “cine dentro del cine”, irónica, fascinante, romántica, crítica, realista irrealidad, decadente, emocionante, gran trío protagonista, silente, enigmática, triste, y excesiva, The Last Command es única; que tras 5 semanas de rodaje, que al director le parecieron 5 años, se estrena el 21 de enero de 1928, en el Rialto Theatre de New York, y constituye un éxito fabuloso.
La acción dramática, tiene lugar en Hollywood en 1927; y en Rusia en 1917.
El General, Sergius Alexander Delgorucke (Emil Jannings), en posesión del título nobiliario de Gran Duque, era primo del Zar Nicolás Romanov, y Jefe del Ejército; pero en la actualidad, es un aristócrata arruinado que, tras La Revolución Rusa, acaba recalando en Hollywood, donde trabaja como extra en una película de Leo Andreyev (William Powell), que narra los convulsos días de La Revolución de 1917; por $7,50 por día; y en la que encarna a un personaje cuya vida es idéntica a la suya.
Esta extraña e insólita situación, hace que afloren a su memoria, los recuerdos del pasado.
La recuperación del recuerdo hasta ahora dormido, le llevará a una gloriosa locura para restaurar todos sus traumas anteriores, en un “salto” que nos lleva al presente, que da inicio con la selección de actores para una película sobre La Revolución Rusa de 1917, en la que es escogido para formar parte de los extras.
El General se presenta al siguiente día, a la hora en que lo citaron, para recoger las vestimentas y comenzar con el proceso de caracterización para el personaje, pero con ello llegan los recuerdos sobre sus últimos momentos como Comandante de las fuerzas del Zar.
Los recuerdos se transforman en vívidas escenas, cuando era prácticamente la única oposición contra los revolucionarios en una guerra que parecía perdida, lo que hizo que descubriera a 2 activistas de peligro, al estar realizando una revisión de los documentos de todos los ciudadanos:
Los actores rusos, Leo Andreyev y Natalie Dabrova (Evelyn Brent)
Al entrevistar a Andreyev, se mostró insolente, y osó refutarle sus argumentos, por lo que El General reaccionó intempestivamente, dándole en la cara con su fuete, y ordenando que lo encarcelaran con los demás prisioneros de guerra.
Mientras a Natalie la trató con muchas atenciones, debido a su belleza, a pesar de que sabía que era la más peligrosa revolucionaria.
Posteriormente, El General recibe órdenes de cambiar su cuartel general a otro lado, adonde se muda, llevándose a Natalie, más como acompañante que como prisionera, donde conviven día tras día, hasta que una noche en que narra cuánto ama a Rusia, intentando demostrarlo, al dispuesto a morir de inmediato si así ayudara a su país, Natalie lo invita a tomar un café en sus habitaciones, antes de morir, en tono de broma, pero con el plan de eliminar al líder máximo del ejército ruso.
El General descubre, que Natalie tiene una pistola lista para matarlo, sin embargo, se decide a darle la oportunidad a pesar de todo, pero ella no lo hace, momento en que ambos confiesan sus sentimientos.
Posteriormente vendrán acontecimientos en los que El General se verá atrapado por los revolucionarios, pero Natalie lo ayudará a escapar.
Así, ella consigue trascender al General, para conocer al hombre, y de esta manera llegará a comprender esa verdad que revela que, entre los “buenos” no todos son buenos, y entre los “malos”, no todos son malos.
Y surge un romance imprevisible, y el irremediable choque entre el ideario y el sentir… y el magistral director, Josef von Sternberg, expone con grandeza los gloriosos e intrincados caminos del amor, dejando para la posteridad, una lección de vida y de entendimiento humano, que debería ser asimilada.
Esta es una historia nutrida por el concepto del honor en la guerra, de un código de conducta reverencial, en el que los grandes hombres se reconocen como tal, sin importar sus actos de barbarie, sin importar su bando ni su condición.
Esto es lo que permite que The Last Command no se hunda en el muladar del patetismo doloroso de su protagonista, en sus años seniles; sino que renazca en orgullo y valor con un desenlace digno de suspiros.
The Last Command es una de las más grandes de la época, con un buen guión, con escenas realmente interesantes; pero sobre todo con un gran reparto.
“Is that beard supposed to be Russian?
It looks like an ad for cough drops!”
The Last Command es una película “metanarrativa”, porque vemos al cine dentro del cine, pero más importante aún, porque encontramos un relato dentro de otro, y ambos se engranan y referencian de manera inseparable.
“El Imperio Mágico” y “La Meca del Mundo”, resulta ser, como la prosaica existencia que aguarda hosca y mal encarada fuera de la pantalla de cine, un páramo de desencanto y humillación:
Sueños vacíos que seducen con su falaz suntuosidad, con su impostado romanticismo de postal, toda una época.
Cineasta de espíritu desengañado y pesimista, con atención por los rincones oscuros de la vida social, y dueño de una experiencia pasada hasta en el rincón más recóndito de Hollywood, Josef von Sternberg, empleaba la figura de un antiguo General de la Rusia de los Zares devenido en simple extra de cine, para reflejar, como si de un espejo se tratase, este camino tortuoso e irreparable de decadencia y degradación que establece una cruda analogía entre la caída en desgracia provocada por La Revolución Rusa, rememorada a través de un extensísimo “flashback”
Todo arranca en 1928, en Hollywood.
El director de cine, Leo Andreyev, mirando fotos de extras para su próximo film, encuentra una cara conocida:
Sergius Alexander, y pide a su ayudante (Jack Raymond), que sea elegido para un papel, el de General ruso del Imperio zarista pre-revolucionario.
Sergius se presenta en los Estudios Eureka, con decenas de extras entre una marabunta de personas para recoger sus uniformes; y mientras Sergius se viste de General, se mira tembloroso al espejo, y la acción retrocede a 1917.
Allí, Sergius es El Gran Duque, primo del Zar y Comandante de todos los ejércitos rusos, estamos en plena Gran Guerra, y con la latente insatisfacción de la pre-Revolución Rusa, en que Sergius es informado que 2 actores que han llegado para entretener a las tropas, son en realidad peligrosos revolucionarios, eufemismo para denominar a los bolcheviques, y decide entrevistarlos para divertirse:
Primero con Leo Andreyev, al que decide encarcelar tras azotarlo en el rostro; pero al entrevistar al segundo revolucionario, se encuentra con una bella mujer por la que siente atraído:
Natalie Dabrova.
Así inicia una conmovedora historia, que arranca de modo que parece una comedia negra, arremetiendo contra la trastienda de Hollywood, los anónimos extras que son manejados como ganado en una cadena de montaje, su despersonalización, o como un tipo poderoso desde un despacho, elige a su antojo quien trabaja y quien no, muy de Señor feudal, que para más escarnio, ha sido un revolucionario ruso, que luego, cuando entramos en el “flashback” de Rusia, vemos los paralelismos con el llamado proletariado, gente vilipendiada por gerifaltes, reflejo con mucho cinismo de esta floreciente industria del cine, hasta que entra en el mencionado “flashback” en Rusia, en que el tono cambia a un drama romántico, con acusados ribetes políticos, y conocemos de lleno en los protagonistas.
Se desarrolla un sentido romance, con una pareja que se demuestra matizada, con aristas, con giros inesperados, con momentos de enorme emoción, con situaciones vibrantes, y con una recreación de La Rusia Revolucionaria formidable, reflejando a los de “arriba” y los de “abajo” con esmero, con secuencias de masas muy bien manejadas, para emitir electricidad al espectador; para volver al antológico tramo final en el presente, donde el juego de metacine, cobra un turbador sentido sentimental.
No son por tanto casuales los paralelismos que el realizador establece entre los 2 escenarios de la historia:
El caos del numeroso ejército apostado en espera de la batalla, con la masa de extras a la espera de recibir su atrezzo; la idéntica disciplina castrense en el cuartel de campaña, y en el set de rodaje; la sumisión a la figura del líder, sea éste director o General.
Una demostración de la fuerza de las imágenes desnudas que alcanzaría el cine silente, y que se extiende al expresivo uso del montaje, empleado con precisión quirúrgica para destripar los resortes que mueven argumento y personajes, y con el fin de exacerbar la tensión narrativa:
El contraste entre los caprichos del zar y la crueldad de la derrota aparejada a ellos; la violencia de la revuelta en las calles rusas, y la ilusoria placidez del viaje en tren de la plana mayor del ejército.
Esta vibrante sensibilidad plástica, permite que The Last Command supere los problemas de guión que suponen una relación amorosa resuelta con un melodramatismo un tanto forzado, y la dificultad para desentrañar las motivaciones del retorcido director de cine, Leo Andreyev, en torno a su extraña venganza.
La puesta en escena de The Last Command resulta brillante, con una magnífica dirección artística de Hans Dreier, rodándose todo en los estudios Paramount en Hollywood, formando 2 planos:
Uno, la impresionante recreación de la recogida de vestuario de la marabunta de extras frente a las ventanillas; y otro en la de La Rusia Revolucionaria, con un excelente realismo, con excelsas coreografías de cientos de extras, con una parada militar, con una manifestación, y su posterior represión violenta, con calles deprimentes nevadas, con un tren lujoso para los mandamases oficiales, con un maravilloso vestuario de Travis Banton, con una espectacular escena, para su tiempo, de derrumbe de un tren por un puente; todo ello con gran sentido del realismo, maximizado por la fenomenal fotografía de Bert Glennon, en glorioso blanco y negro, con momentos de exuberante expresionismo alemán, con tomas de masas espléndidamente encuadradas, con expresivos primero planos que sacan los mejor de las actuaciones, con vivaces “travellings”, etc.
Todo esto sumado, da una gran inmersión y equilibrada en los 2 tiempos en que se mueve la trama en una deliciosa miscelánea.
Entre una y otra situación de equivalente amargura, tan solo varía la distinta presencia física del Gran Duque Sergius Alexander, interpretado por el coloso Emil Jannings, con el poder de su rotundo corpachón, y su variada gestualidad, realzado por supuesto, por el inestimable en el talento visual de Sternberg.
Jannings es capaz de hacer viajar a su personaje de una posición de imponente autoridad, baste tan solo destacar la majestuosidad de su aparición frente al populacho revolucionario, ebrio de vodka y sangre; a una descorazonadora fragilidad física y mental, hasta hacerlo implosionar en un arrollador clímax final, que fusiona con furia incontenida, trauma y redención, doloroso deseo y poética compensación, ficción creada y verdad vivida.
Todo hasta aquí, no es sino un largo preámbulo, un pretexto para la impactante escena final, en la que, otra vez en el presente, tiene lugar el reencuentro de los 2 hombres.
Ahora, los roles oprimido-opresor se han invertido.
Utilizando un rodaje como herramienta, el hoy verdugo, saborea su venganza con la reproducción de la situación pretérita, y tras llevar a su víctima a la locura y a la muerte, lo rehabilita.
Y es que resulta curioso, que hasta la patética e inflamada representación cinematográfica de su propia memoria herida, alguno de los personajes, extrapolación del futuro espectador de The Last Command, no pueda apreciar el valor auténtico y la dignidad destrozada del Gran Duque.
Las excelencias de The Last Command, se encuentran entonces en diversas vertientes, siendo una de las más significativas, su constante contraste y espejo de representaciones y paradojas del destino que se ofrecen a lo largo del metraje.
Hay numerosos ejemplos a lo largo del discurrir:
Esas fotos de extras que visiona el director de cine, y más adelante, es El General ruso el que supervisará las fichas del actor y su compañera; la propia representación que monta Serguei ante El Zar, con sus tropas menguadas y maltrechas; la impresión de reconstrucción que se ofrece en el ataque del ejército del Zar ante los revolucionarios, con la proyección de las sombras; la misma configuración del “flashback”, nada más apropiado que mirarse en un espejo, que estructura la historia en 2 partes claramente diferenciadas; la ironía que supone plantear una historia así, dentro del cine de Hollywood de la época, etc.
De alguna manera, el pasado y el presente se dan la mano, como si de una paradoja del destino se tratara, en la que la relación de causa y efecto, está plenamente integrada en la narración.
Con ello, The Last Command es al mismo tiempo, una película sobre el respeto de la integridad de las personas en sus ideales.
Un respeto que sobrepasa la frontera del antagonismo, para lo cual, los 3 personajes principales, manifiestan su respeto mutuo ante sus acciones y lo que representan, teniendo su exponente más emotivo en los planos finales con la admiración que Andreyev muestra ante el ya cadáver de Sergius, cubriéndolo delicadamente con una bandera rusa de guardarropía.
Por lo que Sternberg se abstiene de realizar juicios de valor sobre buenos y malos en La Revolución Rusa; para él hay buenos y malos en ambos bandos, la gente de a pie, tiene en su miseria, las motivaciones para rebelarse contra el despotismo de un Zar, mostrado como alguien que no le importa su pueblo, pero a su vez exhibe que los líderes revolucionarios son tanto más malos, que a los que intentan derrocar, expuestos como una turba violenta que se mueve sin mucho sentido, culmen la fiesta hedonista en el tren, donde vemos que estos líderes rebeldes, lo que pretenden realmente es ponerse los abrigos de los derrocados, para ser igual de déspotas que ellos; y en el otro lado está El General zarista, tipo íntegro, idealista que se preocupa de sus soldados frente a los caprichos zaristas.
Por lo que se intenta ser equidistante con el tema.
La sensibilidad del militar ruso y Natalie, permite a Sternberg algunos de los más hermosos planos, en una relación de amor, sin duda singular, y que sorprendentemente culminará de forma abrupta, con el sacrificio de esta, y permitiéndole salvar su vida de la segura condena de los revolucionarios, en unos de los momentos más conmovedores y desgarradores filmados jamás por el vienés.
Pero el principal atractivo de The Last Command, se encuentra indudablemente en el actor germano, Emil Jannings, quien interpreta el típico papel masoquista que tan bien se le daba, el del personaje respetable que acaba siendo humillado.
Jannings, es el amo y señor de la acción, un titán que desborda con su arrolladora personalidad la pantalla, a su rol le infunde carisma, carácter, idealismo, orgullo, idealismo, fragilidad, arrogancia, amor, sensibilidad, locura, y todo en un arco de desarrollo fascinante, una desgarradora actuación, atravesándonos con punzantes primeros planos, una montaña rusa de sensaciones emite, al principio melancólico, un coloso radiante, con aura de grande, que expresa gestualmente y con su poderosa mirada, su relación con Natalie, y tras el giro, el peso de la frustración le va aplastando poco a poco, hasta explotar en el clímax.
The Last Command fue una de las más importantes de su breve carrera en EEUU, que finalizó con la llegada del sonoro, debido a su marcado acento alemán.
Aunque estuvo muy poco tiempo en Hollywood, consiguió el hecho anecdótico de ser el primer actor en ganar un Oscar.
Y en The Last Command, el contraste con su aspecto gallardo en la parte ambientada en 1917, con la desarrollada en 1928, donde sobrelleva con entereza su vejez, y con la presencia de ese tic en el rostro, producto de una herida de guerra; más la expresividad del rostro de Jannings, que es mimada por los primeros planos que sirven fundamentalmente aquellos momentos en que su dignidad personal es puesta a prueba, le sirvió para quedar en los anales del cine, como uno de los más grandes actores del cine.
Pero Jannings, poseedor de un divismo ilimitado, creo no pocos problemas durante el rodaje.
Las constantes puntualizaciones que de la Rusia zarista realiza el actor alemán, disgustan a Sternberg, que ironiza:
“Parecía que eran todos viejos compañeros de Lenin, y de los bolcheviques”
No obstante, aunque él es el principal punto de interés del film, también destaca como curiosidad, la aparición de un joven William Powell, en un papel muy alejado de aquellos en que se especializaría posteriormente.
Y es que The Last Command es muy de su época, llena de excesos y sobreactuación, también es rica en detalles, en pequeños gestos, miradas, que hacen innegable su gran talento.
William Powell, que tuvo una carrera sólida en el cine sonoro, con una actuación más matizada, más moderna podríamos decir; y Evelyn Brent, su musa de la época, que hace también un papel estupendo, cargando de ambigüedad, complejidad y fascinación su personaje.
La Brent, sabe suponer su complemento en las secuencias desarrolladas en la Rusia zarista, mostrando su creíble intensidad en los momentos más dramáticos que junto a Jannings, comparten en el encuadre.
Y para ser una película de Hollywood, The Last Command retrata La Revolución Rusa con bastante dignidad, pero sobretodo, sorprende por como muestra el Hollywood de finales de los años 20, “cine dentro del cine”, y lo hace con una sorprendente acidez, mostrando su deshumanización y crudeza, este tipo de detalles, sorprenden al espectador actual, lleno de prejuicios, que espera un cine inocentón y superficial, y que se encuentra con una película rica en detalles, en insinuaciones, fascinante, y que destila bastante mala leche, y que si te sustraes de que sea muda, destila una modernidad sorprendente.
Así pues, esta historia de humillación, acaba siendo al final, la típica historia de amor y sacrificio que tiene como principal interés su desenlace.
Por una diabólica casualidad, el director de la película en la que él actúa en Hollywood, es un revolucionario al que hizo detener años atrás, y del que se burló despiadadamente.
Ahora se han cambiado los papeles, y Sergius es quien debe obedecer órdenes y soportar la humillación.
En la escena final, claramente el mejor momento, el director le pone en situación, en una escena que le recuerda a su glorioso pasado defendiendo Rusia, y enloquece hasta morir.
El último intento de redimir al personaje, no tiene mucho sentido, con el director defendiéndole como un gran hombre aun cuando no tiene motivos para pensarlo, pero no deja de ser un tópico inevitable de Hollywood.
Momentos recordables:
La recreación de cómo los extras de un film se mueven como una marabunta caótica por las ventanillas de vestuario del gran estudio, siendo tratados con displicencia por los empleados de logística, esto visto con magníficos “travellings” de ventanilla en ventanilla.
El lírico modo en que nos trasladamos al “flashback”, en que sucede gran parte del film, mientras el ex General se mira al espejo vestido de militar.
La entrevista que hace El General a Andreyev, destapándose la impetuosa y feroz personalidad de Sergius.
La otra entrevista que El General hace, en este caso a la bella Natalie, en la que el militar queda prendado de ella.
La crucial escena donde Natalie y Sergius destapan sus verdaderos sentimientos, El General visita el dormitorio de ella, descubre que Natalie esconde una pistola bajo un cojín, esto en un gran primer plano, no se da por enterado, espera flemático a ver qué ocurre, se produce un intercambio de miradas entre los 2, ella le pide le prepare una copa, él sabe que es para que le dé la espalda, pero asiente y mientras da la espalda, observa por un espejo, que Natalie saca el arma y le apunta, Sergius espera acontecimientos, entonces ella se derrumba, y solloza, él se da la vuelta, sabedor de que el amor de él es correspondido por ella, la abraza y le dice:
“A partir de ahora, eres mi prisionero de guerra, y mi prisionero del amor”
Cuando el tren del General es paralizado en una estación por una horda de revolucionarios, él se baja con pose regia, el gentío en la estación no se atreve a acercarse, lo miran con temor, él les aguanta la mirada, entonces aparece Natalie que se une furibunda a los revolucionario, enarbolando una bandera, se acerca a Sergius y le escupe, entonces El General se viene abajo.
Cuando Sergius está preso, echando carbón a la locomotora, aparece Natalie a hurtadillas, le dice a Sergius que no lo ha traicionado, sino que ha planeado salvarlo, y le da el collar que él le dio, para consiga huir de Rusia, le ayuda a saltar del tren en marcha, pero mientras el mira melancólico el tren como cruza un puente, este explota cayendo al río helado, su cara se desencaja, ha muerto la persona que amaba…
Y todo el tramo final, en un in crescendo apasionante, con el director y jefe del estudio.
Andreyev, para humillar a Sergius, le hace vestirse de General para estar en una escena de batalla en una trinchera donde será humillado por un revolucionario, pero en medio de la escena, Sergius se transmuta en quien fue, cuando va a dar un discurso a su desanimada tropa, un actor/soldado le dice:
“Usted ha dado su última orden”, y entonces Sergius se rebela y se transforma, y El General azota al soldado en el rostro, recordando Andreyev, que observa, así fue golpeado él, años atrás por Sergius; fuera de sí, Sergius enarbola al viento, de un gran ventilador, una gran bandera zarista, se cree un medio de una batalla real, y realiza un enfervorecido discurso, conminando a sus soldados a luchar por Rusia, su rostro poseído por la grandeza de quien fue, en su delirio, cae en colapso al suelo, moribundo, su preocupación es preguntar a Andreyev, si han ganado la batalla; este compadecido, le responde que sí, y Sergius muere feliz, mientras el ayudante de Andreyev dice:
“Ese tipo era un gran actor”, a lo que este responde en la última frase, alegórica:
“Él era más que un gran actor, era un gran hombre”, secuencia donde el jugo de cine dentro del cine, es tremebunda en su fusión.
Por último, la banda sonora de la edición restaurada de 2004, a cargo de Rafal Rozmus, es realmente hermosa, y logra acoplarse muy bien a la trama y le fuerza a la historia.
“That sort of thing should always be done after caviar”
The Last Command habla de los caprichos del destino; así como del sentir humano que tiene tantos matices, y hay tantas razones que motivan el comportamiento, que por eso es tan temerario juzgar, y sobre todo, juzgar a priori, como si una simple acción o unas cuantas palabras, determinaran lo que es una vida.
La condena generalizada, sólo puede complacer a los que están a sí mismos condenados, porque, a la grandeza humana, no cabe aniquilarla por haber penetrado en un resquicio, o por haber adivinado un sólo rasgo de ella.
El director austriaco, Josef Von Sternberg, nos regaló una de Las Obras Maestras del cine silente, un drama con varias sub lecturas, cine que se mira el ombligo, sugestivo juego de espejos que en plena Belle Époque de Hollywood, hace una mordaz crítica a este universo emparejándolo a La Revolución Rusa, haciendo ver que siempre los poderosos se han aprovechado de los necesitados, para y deshacer con ellos, nutriéndose de sus miserias.
Un film que además nos habla de la integridad, del orgullo, del crepúsculo, del idealismo, del amor verdadero, del patriotismo, o del despotismo, ello lo hace con poder de calado.
En plena Época Dorada de Hollywood, The Last Command utiliza una buena historia de La Revolución Rusa, para ponerla en paralelo con las crueldades del Imperio del Cine.
Por lo que ironiza ingeniosamente sobre el trato que reciben los trabajadores de Hollywood, los niveles de despersonalización que sufren, etc.; e ironiza sutilmente sobre los defectos, caprichos y abusos de la aristocracia en Rusia, y de altos ejecutivos en Hollywood; 2 imperios con más semejanzas, que diferencias.

“Let him strut a little longer.
His days are numbered!”



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