Joe

“There's nothing I can do and I hate it”

Al extranjero, la cultura de los EEUU le parece moderna, progresista, y llena de oportunidades, sin embargo, hay una población rural, tradicional y conservadora, que no está reconocida; escalafones en los círculos de la existencia, peldaños inferiores que se rigen por sus propias reglas, en los que un colectivo de personas se ve atrapado por nacimiento o por reveses que les hacen descender a ellos.
Están ahí, enquistados entre los oropeles de las sociedades más avanzadas, que los desprecian o miran para otro lado.
En EEUU, se encuentran los mismos contrastes que en el resto de países occidentales, solo que a lo bestia.
Los estados del sur, son el reino del “white trash”, la basura blanca, en su mayoría por gente recia, de pocas palabras, a los que la vida no ha tratado bien, gente inculta casi analfabeta.
Definitorios en los aspectos característicos de esa “América profunda”, como la vida familiar, las costumbres, la religión y la ética laboral, pero también muestra unos sentidos muy auténticos o idealistas de la cultura estadounidense, como el patriotismo, la historia, la hospitalidad, y el destino manifiesto.
Más aún, en el contexto comercial, también ofrece la oportunidad de reconocer el origen de algunos de los estereotipos negativos, como el racismo, un temperamento inculto, o la superioridad nacional; así tenemos ante nosotros, a los anti-héroes:
El que echa su vida a perder por la bebida, y termina maltratando a su familia; el marginal afroamericano en el sur de EEUU, que trabaja durísimo por llevar el jornal a casa; las prostitutas que sueñan con una mejor vida, cuando saben que no saldrán del agujero en el que están metidas, porque a nadie le importa; los sheriffs que hacen la vista gorda, y solo esperan a jubilarse; la infancia y adolescencia perdida, de unos chicos que viven en la miseria a la que sus padres les han llevado.
Y es interesante cómo ha cambiado la imagen de esa cultura en el último siglo, y no necesariamente para mejorar.
Los valores de la religión, la veracidad y la familia, han sido sustituidos por los del consumismo, la ambición y el progresismo.
El orgullo y la alegría de los valores estadounidenses, ha sido pervertido y devaluado a medida que la cultura popular se ha vuelto más secular.
Pues eso, que no todo es oro lo que reluce, y que Estados Unidos no solo es el “American Dream”
Es algo más, que está oculto, pero presente.
“You have a dog that looks like a cow?”
Joe es un drama del año 2012, dirigido por David Gordon Green.
Protagonizado por Nicolas Cage, Tye Sheridan, Ronie Gene Blevins, Gary Poulter, Adriene Mishler, Brian Mays, Aj Wilson McPhaul, Sue Rock, Heather Kafka, Brenda Isaacs Booth, entre otros.
El guión es de Gary Hawkins, basado en la novela homónima de 1991, escrita por Larry Brown; una historia que nos sitúa en una parte de “La América Profunda”  más solitaria y pobre; autodestructivas existencias que no tiene salida, fingidas rutinas de inevitable roce explosivo; pero nos enseña que también pueden haber personas buenas, que tenemos cerca, y que aparecen cuando la vida no nos sonríe, surgiendo la amistad, el apoyo moral, la complicidad y el poder de superación personal, cuando las cosas van mal.
La acción sigue a Joe Ransom (Nicolas Cage), un ex presidiario que ha vivido siempre al límite; y Gary (Tye Sheridan), un joven de 15 años, que desea huir de un hogar destruido por Wade (Gary Poulter) su padre alcohólico.
Ambos se encuentran por casualidad, en Mississippi:
Joe tiene a su cargo una cuadrilla de trabajadores que limpian una zona del bosque, talando árboles.
En la región, es tratado como un buen hombre.
Aunque estuvo en prisión, sabe controlarse, hasta que comienzan un cúmulo de injusticias con la llegada del pequeño Gary; pues su padre, un alcohólico que dice que sale a buscar trabajo, lo maltrata en su cara, y es capaz de ofrecer a su hermana para que abusen de ella.
Buscando la redención que le perdone todos sus crímenes, Joe se convertirá sin quererlo, en el modelo a seguir del adolescente, cuyos únicos lazos son con un padre alcohólico, y una familia destrozada.
Con el peso de una conciencia sucia, Joe encontrará una manera de estar a la altura de las circunstancias, y aprender a vivir con el pasado, que no dejará de atormentarle, y ponerle a prueba.
La absolución del alma, y el valor necesario para romper el conformismo de la vida, serán los ejes principales de historia; en un viaje por las emociones, el perdón y la resignación, tanto Joe como Gary, tendrán la oportunidad en sus manos, de elegir el camino de la liberación, o la ruina.
La historia es realmente dura, te hace reflexionar, te deja huella, te hace sentir, y esto no es algo que consigan todas las películas; pues te muestran la verdadera barbarie humana, las burradas que somos capaces de hacer, las cosas que sufren personas que están ahí afuera, y todo eso es estremecedor, al pensar que esto realmente ocurre...
Todo en Joe transpira violencia, un conjunto que revive un realismo de “La América Profunda” de alma áspera, con una crítica social en cada escena.
Porque Joe es de esas películas que reposan en la mente y maduran, crecen con el paso de los días, asentándose para no irse.
Tal vez, parte de su fuerza es gracias al contexto, o la ambientación, y ciertos personajes no siguen una evolución lógica, o ese final que casi parece impostado, es porque debe ser así.
Así, la sutileza del guión, y un director que mima la historia, hacen la experiencia altamente reflexiva.
“I went through a windshield at 4 o'clock one morning and I don't give a fuck”
Estamos ante una cinta poderosa y amarga, a pesar de su exageración dramática, y su caótica coherencia narrativa que se merece un lugar destacado entre esta bienvenida ola de dramas sureños, explosivos y crudos.
Con Joe, David Gordon Green, vuelve a las fuentes, al estilo que lo marco como realizador de producciones independientes, enmarcadas en la llamada “Southern Gothic Tradition”, ambientes de perdedores, opresor y descorazonador con todos los buscan una nueva oportunidad; historias situadas en esos decadentes pueblitos rurales de “La América Profunda”, generalmente golpeados por una economía en declive, cuya única escapatoria para sus habitantes, parece ser el fondo de una botella, o algún que otro vicio; aunque Gordon Green no se codea con el “fantastique” ni la fábula, ni realiza reflexiones sobre el amor.
La torturada fauna de Joe, está formada por personajes heridos, ya sea física o emocionalmente, y nos hace detestar a los malos, interesarnos en el antihéroe que representa Joe, y esperanzarnos con Gary, y su búsqueda de salir adelante.
Con cicatrices que invaden el cuerpo del ex convicto Joe, lo que delata un pasado complicado, en el que pasó la mitad de su vida, entrando y saliendo de prisión.
Ahora, intenta llevar una vida tranquila, en un pequeño pueblo de Mississippi, ejerciendo el trabajo de quitarle la vida a los viejos árboles del bosque, que luego otros se dedicarán a echar abajo.
Joe, es uno de sus tantos relatos iniciáticos, ambientado en una sociedad rural, cuya historia se centra en 2 personajes:
Joe, un ex convicto que ha vivido siempre al límite; y Gary, un chico de 15 años que desea huir de un hogar desestructurado y roto por un padre alcohólico y carente de escrúpulos.
Así vemos familias que son piltrafas, humanidades descosidas, sacos rotos por los que atraviesa la maldición de infancias y adolescencias rotas, y también madureces, como la madre (Brenda Isaacs Booth), de corto papel, pero muy bien encarrilado hacia el deseo inextinguible que tiene toda familia de seguir siendo una familia.
Pero a Joe, no le interesa sentar cabeza, y queda claro que no termina de encajar en la sociedad; a pesar de ser un hombre bueno y, de alguna forma, sensible, tiene muchas dificultades para acatar las reglas, y reconocer a la autoridad.
Al principio, no quiere involucrarse en los problemas de Gary, tal vez porque intuye como van a terminar las cosas, pero igual decide darle un trabajo honesto, y poco a poco, lo va cobijando bajo su ala protectora.
Mientras Gary reconoce en Joe, un modelo a seguir, una figura paterna más presente que la propia, alguien que lo alienta y no lo humilla, y eso le alcanza.
Pero para Joe, el punto de vista es diferente:
Gary no es la representación de ese hijo que nunca tuvo, si no el chico que él quisiera, o debió haber sido.
El que, con su ayuda, va a evitar escapar de esa violencia que crece en su interior como un germen.
Entonces, Gary termina trabando para Joe, y comienza a crearse un vínculo especial, que va más allá de la amistad, un vínculo fraternal que terminará uniendo a ambos, para ejecutar un plan que termine con los demonios que esclavizan y persiguen a Gary.
Estamos en el Sur, viejo y nuevo, como los personajes de Joe y Gary, renovado muy a pesar suyo, con policías buenos como Earl (Aj Wilson McPhaul) que hará las veces de ángel guardián, y finalmente, ángel exterminador, tanto da; porque el Sur se impone, impertérrito como el gran río.
No obstante:
¿Puede existir acaso la redención por la violencia?
En la última escena, se nos remarca cómo la leyenda de Joe permanece entre sus conocidos, como un amuleto de buena suerte, que justifica su identidad.
Por lo que David Gordon Green, pretende decirnos que la leyenda se impone siempre sobre la realidad, sea cual sea esta, con su fracaso, su tristeza, y su desolación.
El violento Joe, se transfigura así, gracias a la tradición oral y a la imaginación mítica del pueblo, en un pistolero legendario, en un justiciero de las sombras, capaz de sacrificar su vida por la de una niña inocente.
A fin de cuentas, un héroe, incluso un superhéroe, cuanto más incomprendido por el resto del mundo.
Porque la vida de Joe ha sido sombría, desesperada, carente de gloria, y sus enemigos son solo unos desgraciados como él; pero no importa, su inmolación y ausencia, será condición “sine qua non” para que un nuevo orden pudiera germinar.
Joe nos narra entonces, el camino hacia la madurez de Gary, bajo la benefactora influencia de Joe, quien le libera de un padre maltratador, y le ofrece un trabajo con el que pueda subsistir.
El primero alcanzaría, de esta manera, la redención de su pasado; y el segundo, la posibilidad de un futuro accesible.
Sin lugar a dudas, el de Joe es el cuadro paterno filial más abyecto que ha dado el cine en los últimos años.
Avanzado el metraje, otro plano informa al espectador, del pasado sentimental y las oportunidades vitales perdidas de Joe, sin recurrir a frase alguna:
Green se sirve tan sólo de un cruce de miradas en un semáforo para ello, que aún mil veces visto, es tan puntual como brutal y desolador.
La violencia y la soledad, a través del sufrimiento personal, parecen los 2 temas que el director trata de exponer aquí, una mezcla que en su combinación, suele dejar a poca gente indiferente ante la variedad de situaciones que se pueden generar de ello.
Una visión de “La América Profunda”, que a su vez penetra en el interior de un personaje rudo, que se maneja como pez en el agua en un entorno duro, donde la compasión adquiere distintos matices a medida que va avanzando la historia, un personaje con luces y sombras, que se ve en el camino de la redención, como única vía de escape para terminar de darle un sentido positivo a su vida, toda una contrariedad, teniendo en cuenta el precio que tendrá que pagar.
A pesar del desesperanzador paisaje que dibuja, subrayado por la magnífica y omnipresente música de Jeff McIlwain, en donde la violencia se masca en el ambiente en cada fotograma, el algún momento, de manera crudamente explícita, inclusive, Joe puede considerarse una obra profundamente emotiva y humana.
No es una emotividad que se acerque a la sensiblería, en ningún caso, ya que el tratamiento que se le da a la especial amistad entre los 2 personajes principales, está totalmente despojado de maniqueísmo.
Se palpa la impotencia de Joe ante el panorama que envuelve a Gary, al igual que la admiración y respeto que éste último va desarrollando hacia su mentor y salvador, por lo que Gordon Green hace un trabajo de orfebrería, para que los sentimientos afloren de manera controlada.
Además de una puesta en escena que transmite a la perfección un mundo cruel, pesimista, lleno de personajes abocados a la miseria, la cual puede ser una forma de vida, Joe brilla también por la interpretación de Nicolas Cage, quien para la ocasión, se contiene como nunca, y sólo en determinados momentos, aquellos en los que el personaje lo requiere, deja salir sus tics, esta vez acordes con su rol.
El actor sorprende con una de esas interpretaciones que amplían la pantalla; con un papel serio y profundo, de enorme registro emocional, y grandes sentimientos afligidos, una vuelta necesaria y agradecida, para poder ser disfrutado y vivido en toda su intensidad.
Como él, personajes quemados y heridos que no se ganan la simpatía ni afinidad en un ambiente poco sano, caótico errante de fácil estallido afectivo, puerta diminuta que se abre a la esperanza de una posible resurrección que compense y alivie una injusta, y peligrosa situación nacida.
Este ex convicto, con tendencia a la bebida y a la violencia, trabaja duro para sobrevivir, y sobre todo, no volver al mal camino.
Es de “gatillo fácil” con sus puños, y dedica su vida al trabajo duro, a su perra, a pasar el rato con las prostitutas del lugar, y a procurar no meterse en líos.
Aquí aplica aquello de que “los animales son el reflejo de sus dueños”, ya que el can, únicamente emplea su letal agresividad cuando se siente amenazado, mientras que se muestra dócil con la gente que quiere.
Aun así, Joe no puede corresponder como desea, al amor de Connie (Adriene Mishler), una joven prostituta que desea dejar atrás su turbulento modo de vida, y que él se convierta en ese Príncipe Azul que le abre la puerta del coche.
Y es que Connie es amable con Joe, que intenta mimar una vida corriente, en la que las parejas salen a cenar y bailar vestidos para la ocasión.
Pero Joe es el arquetípico del cine postmoderno, un personaje al límite, que padece evidentes problemas de autocontrol, la metáfora del perro sujetado por el collar, es tremendamente obvia; perseguido por sus errores pasados, que inicia un turbulento sendero hacia la redención, acogiendo a Gary como su hijo, a quien regala su automóvil; y librándolo del odio que lo envuelve, que él mismo ayudó a sembrar entre sus raíces, como los árboles, una metáfora de la unidad familiar.
Así, Joe es como los árboles, con su corteza tosca y desabrida, su físico brutal y su imponente presencia en pantalla, que cubre cada plano sin permitir un resquicio de aire en él; mientras Gary es como la planta.
Tye Sheridan se hace de un adolescente marcado por su padre, un perdedor, casi muerto en vida, que sólo busca emborracharse, mientras usa la violencia para conseguir aquello que quiere, incluso llegar a duros extremos con su propia familia.
Sheridan vuelve a elegir bien su papel, puede convertirse en el adolescente abanderado del cine indie, con sus ganas de vivir, de encontrarse consigo mismo, y de dejar atrás la amargura de un padre abusador, que contagiará con entusiasmo prácticamente a cualquiera.
Pero Joe, de igual manera, vampiriza el cuerpo de Gary, como una proyección de su primera juventud, tratando de cambiar un pasado irreversible y doloroso.
La enorme tristeza que supura Joe, es endémica, y casi estructural dentro del pueblo, en que nadie se salva.
Y ese duelo histórico entre el ex presidiario y el fanático Willie (Johnny Gene Blevins), invierte toda lógica contenida en el western hacia los terrenos del absurdo y de la nada, como esencia de “La América Profunda”
Y luego viene el tercer árbol del bosque, que son los propios árboles del propio bosque que, cada jornada, Joe y su cuadrilla inoculan con veneno, en un proceso gradual pero inexorable de putrefacción y derrota, no es necesario explicar la analogía humana.
Ninguna empresa puede talar esos árboles, porque la ley lo impide.
Así que basta con emponzoñarlos lentamente, con la crueldad que solo usan el paso del tiempo, y unos personajes luchando por sobrevivir.
Aunque todos, en el fondo, están ya muertos cuando comienza la historia.
Sin veamos a la hermana de Gary, Dorothy (Anna Niemtschk), que dejó de hablar a una edad indeterminada; pero de cicatriz fiablemente inervada en la memoria de su vida y de la familia a la que, fatalmente, pertenece.
Un silencio bien elocuente.
A su alrededor, personajes secundarios esenciales para el sostenimiento de la atmósfera de fatalidad trágica que envuelve con buen tino a Joe, muchos de ellos, lugareños sin experiencia, que debutan en la pantalla; y el paisaje provinciano de Texas, ciudad natal del director, le dan autenticidad y cierta franqueza a este pequeño drama cargado de buenas intenciones.
A destacar, al actor Gary Poulter, quien tiene el rol de padre de Gary, y que seguramente hay que decir, que es el protagonista real de Joe.
Una interpretación llena de matices, que transmite a la perfección, la crueldad de un mundo injusto, rozando sin problemas ni dificultad el terror.
Un personaje temible, de visible inestabilidad emocional, reflejo del vaivén de la vida.
Alguien que no duda en dañar a los suyos por un puñado de dólares, y cuyo destino es sorprendentemente irónico, con esa realidad que refleja.
De Poulter, hay que mencionar algunos detalles curiosos:
Joe es su primera interpretación, y asombra por su realismo.
Probablemente esto se deba, a que Gordon Green se topó con él por la calle, y tras ver su perfil, le recomendó que asistiera a un casting para su película.
Éste hombre, era adicto a las drogas y al alcohol, y Green le dijo que si quería el papel, tendría que ir sobrio, y ser puntual, a lo que el hombre accedió, y logró con éxito, una interpretación que quita el aliento.
Su interpretación, encarna la maldad personificada, su mirada asusta, otorga una sensación de angustia e intranquilidad cada vez que aparece en pantalla, un auténtico “hombre del saco” pero sin elementos sobrenaturales.
Un lobo con piel de cordero, que bajo su lastimosa apariencia de borrachín de pueblo, esconde a un ser sin ningún tipo de moral, capaz de los actos más horrendos, sin pararse a pestañear; e incapaz de mostrar ni una pizca de afecto hacia su familia.
Una muestra de ello, es la escena de apertura, en la que una brutal bofetada recibida por Gary, ya nos pone al tanto de la difícil situación por la que atraviesa a causa de ese monstruo degenerado que es su padre.
Sin embargo, cuando lo vemos, nos damos cuenta que Joe va en parte dedicada a él, de forma póstuma, ya que falleció 2 meses después de la grabación.
Su hermana dio la noticia, cuando lo encontraron con una sobredosis de etanol, recayendo tristemente en su adicción.
Wade es un personaje que define a la perfección el sentido de Joe, delante y detrás de las cámaras; y por qué no, también sintetiza un poco la idea de lo que supone el cine independiente estadounidense, más allá de ciertos detalles, como la factura visual, o su banda sonora.
Joe, también fue dedicada de forma póstuma a Andrew Wallas, un joven cámara, que había acompañado a Green en algunos de sus últimos trabajos.
Joe resulta interesante en su desarrollo, y sobre todo en la evolución de sus personajes, y algunas de las situaciones que se viven como el estallido en cólera del joven Gary y Willie, y también hay momentos en los que consigue crear esa sensación de rabia por la impotencia en sí.
Y parte de culpa, la tiene el citado Gary Poulter, convirtiéndose en un ser totalmente despreciable, un despojo de la sociedad, que merece la mayor de las torturas, pero que ahí está, amargando a los demás.
Porque Joe es una película de personajes y de atmósferas.
Dichos personajes, pertenecen en su inmensa mayoría a los estratos más humildes de la sociedad, por lo que en ella se habla de exclusión social, de alcoholismo, de maltrato, de soledad, de incapacidad para integrarse, y sobre todo, de 2 formas muy diferentes de encarar los problemas y la vida en general.
El trabajo de Tim Orr, encargado de la fotografía, y colaborador habitual del director, tiene gran parte de culpa, en la constante sensación de desasosiego que experimenta el espectador.
Nos muestra unos parajes, que ya de por sí son asfixiantes por su peculiar fisionomía, y la carencia de leyes que parecen dominarlos, dadas sus bastos extensiones de terreno.
Consigue potenciar la desolación de las casas que dibuja, de los vertederos llenos de desechos, de los solitarios bosques inconfundibles de la zona, de una forma bastante notable, algo a lo que también contribuye la banda sonora que corre a cargo de Jeff McIlwain y David Wingo, realmente apropiada.
En concreto, hay gente que seguro acusará a Joe, de ser demasiado exagerada dramáticamente, de utilizar la violencia únicamente como un medio, y no como un fin; para así poner al espectador, al límite de una emoción que en el fondo es artificial.
Tal idea queda perfectamente rubricada en el final, que peca de ser poco ambicioso, pero que se conforma como satisfactorio y coherente con el resto de la historia.
No hay otra salida posible.
Un buen desenlace, para una película buena en la parte técnica, algo sencilla en lo argumental, pero que en su conjunto, engancha irremediablemente, y en lo actoral, es para verla de pie.
“Let me ask you a question, Joe, 'cause I really wanna know.
Why you wanna go back?”
La violencia, siempre es nociva.
Por ello, ante cualquiera de sus manifestaciones, se deben tomar medidas urgentes.
Aunque lo más conveniente es prevenirla, empleando la tolerancia y el diálogo.
Según el filósofo, sociólogo, psicoanalista, y crítico cultural esloveno, Slavoj Žižek, “todo acto violento, encubre una impotencia para comprender el funcionamiento del mundo”
El punto de partida, según el crítico, está dado por una distinción entre 3 tipos de violencia:
Subjetiva, simbólica y sistémica.
La violencia subjetiva, es aquella que resulta más evidente, y que usualmente es la única que se toma en cuenta, es la que encarnan sujetos que alteran el orden político, social, y familiar.
La violencia simbólica, se ejerce a través del lenguaje; es más difícil de advertir, pero no por ello menos efectiva que la anterior.
Finalmente, la violencia sistémica, es aquella que es inherente al modelo económico y político.
Es el tipo menos perceptible, porque construye el estado de cosas que se considera normal.
La redención por la violencia homicida es, dejémoslo claro, un oxímoron peligroso que ha pervivido en la cultura de EEUU actualmente.
A través de la figura del justiciero, Estados Unidos fundamenta una política intervencionista en lo exterior, a la vez que perdona una violencia y un malestar extendidos en lo interior.
Joe, como película, acierta en casi todo, pero se equivoca en su propuesta nuclear.
Nos cuenta un relato mítico, que ya ha sido contado, y además refutado, mucho antes de que dé comienzo:
En la alegoría de los árboles viejos y envenenados del bosque, deben desaparecer para que surjan árboles jóvenes y vigorosos.
Pero, mientras el veneno sea tolerado de esta manera, es probable que la historia se vuelva a repetir.
Y no hayamos entendido nada...
El reloj interno, comenzará a sonar con un poco de cuerda.

“Joe's a good man.
Good man to me, anyways”



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