Michael

“Komm her.
Ich werde dir etwas zeigen”
(Ven acá.
Te mostraré algo)

La infancia y la adolescencia, han sido temas de lo más recurrente en el cine, desde todos los puntos de vista.
En ocasiones, las historias están ligadas de un modo u otro a la violencia, retratando infancias incómodas, duras, violentas, o violentadas; infancias que desequilibran las tradicionales posturas adulto centristas, que generalizan que la infancia es inocencia, aunque sabemos que no siempre es así...
Pocas veces el cine se ha adentrado a tocar el tema de la pederastia, y cuando lo ha hecho, los enfoques han ido desde los lugares comunes:
El pederasta es un monstruo, el infante es precoz y provocador, y hasta aquellas que bosquejan los ángulos más controvertidos.
Resulta más fácil encontrar el tema en los periódicos y noticieros, pues la razón es simple:
Esto ocurre.
La mayoría de los psicópatas, asesinos, pedófilos, lucen como gente corriente; inclusive suelen mantener una conducta educada, porque los comportamientos extraordinarios, no por excepcionales sino por poco corrientes; nacen de la triste normalidad.
Después de que se haya cometido el crimen de turno, los telediarios, los más morbosos, suelen abrir con la típica vecina, entrada en años, ávida de parlamenta, apoyada en el marco del portal de su casa, que afirma que el autor de los hechos “es una persona normal, simpática, que siempre tiene a bien saludar”
Es así.
“Ich kenne einen Ort, wo man vorher fahren kann.
Ich habe ein ferngesteuertes Auto zu Hause”
(Conozco un lugar donde se puede conducir un auto como ese.
Tengo un coche a control remoto en mi casa)
Michael es un filme austriaco de terror, del año 2011, escrito y dirigido por Markus Schleinzer.
Protagonizado por Michael Fuith, David Rauchenberger, Christine Kain, Ursula Strauss, Viktor Tremmel, Gisela Salcher, entre otros.
La historia explora de manera muy sutil, sin dejar de ser dura, una de las atrocidades humanas más repugnantes:
La pedofilia.
Por lo que Michael está basada en el drama sufrido por Natascha Kampusch, recluida en un sótano durante 8 años, por un pervertido sexual, y que fue todo un escándalo en Austria, y con eventos tomados de periódicos austriacos y alemanes, hicieron de su trama, algo verdaderamente siniestro, al describir escenas que el ojo de la cámara se empeña en retratar como algo simple, y que resultan inquietantes.
Michael es la ópera prima del actor austriaco, Markus Schleinzer, habitual director de casting de Michael Haneke y Ulrich Seidl; que de todos es conocido la dureza en que Haneke da al tratamiento de historias retorcidas y duras con mucha naturalidad y tranquilidad; por lo que Schleinzer ha tomado buena lección de su amigo, y ha sacado una historia que uno diría que es casi totalmente de Haneke.
La trama sigue a un hombre de casi 40 años (Michael Fuith), un tipo que parece normal, anodino, pero es obsesivo, rutinario y tímido, como solitario, y poco cercano a su familia.
Pero debajo de ese cúmulo de apariencias, esconde en el sótano de su casa, a un niño de 10 años (David Rauchenberger) de quien abusa sexualmente.
Este hombre, es un monstruo que puede vivir muy cerca de nosotros, sin que nadie de su alrededor sabe a qué se dedica; por lo que el director propone una arriesgada operación narrativa, que consiste en contar la historia desde su punto de vista, desde la patología inherente a su mente enferma, y se centra en los últimos 5 meses de convivencia entre él y uno de sus rehenes.
El director austríaco, hace constante hincapié en la “normalidad” del protagonista, en su cotidianeidad, en sus relaciones, en su trabajo; por lo que la historia es básicamente sobre la rutina, no hay alusiones al pasado, no hay explicaciones de cómo llegó el niño a ese sótano...
Cuando la historia se inicia, ellos ya están habituados, el uno al otro; el niño no se ve feliz, pero parece haber aprendido a vivir con su captor; por tanto, las escenas de convivencia, de tan perturbadora normalidad, llegan a ser profundamente irónicas.
¿Qué pasaría si al secuestrador le pasara algo, y no pudiera atender al niño durante una larga temporada?
¿Por qué el niño no escapa cuando además, a veces sale de casa a macabras excursiones con su opresor?
¿Por qué hace todo lo que le dice su captor?
¿Qué ocurre si el niño se pone enfermo?
Todos estos problemas, se les plantea a nuestros protagonistas; por lo que Michael aborda con valentía, un tema que evitarían la mayoría de los cineastas, pero falla en intentar sacar algún sentido del repugnante comportamiento que retrata.
Tal vez, ese no es el objetivo, sino hacer del espectador, un voyerista de una situación espantosa y aterradora.
“Hey, darf ich dir etwas geben?
Die Katze meiner Mutter ist weggelaufen.
Hatten Angst...
Der Verkehr wird sie erschrecken und sie wird ihren Weg verlieren.
Sie war nie draußen”
(Hey, ¿Puedo darle algo?
El gato de mi madre se ha escapado.
Debió asustarse...
El tráfico va a asustarlo, y va a perder su camino.
Él nunca ha estado afuera)
El director austriaco, Michael Schleinzer, sigue los pasos de su compatriota Michael Haneke a la hora de indagar en la trastienda del comportamiento humano, y extraer lo peor que hay en él, a través de la incursión en la mente de un psicópata pederasta, que rapta niños para abusar de ellos con total impunidad.
Michael es una película que podríamos definir, como hecha para corazones fuertes.
Ya de entrada, desde su sinopsis, muchos podrían echarse para atrás, y evitar el visionado; pero a veces considero, que habrá que ser un poco más fuerte, y observar esos temas que son complicados de llevar a la gran pantalla, y que terminen gustando sin llegar al manipuleo.
Está claro que es el tema de los abusos y secuestros de menores, es un tema peliagudo, y aborrecible, y más, tal y como nos lo enseña el director, pues nunca juzga al personaje, todo es muy aséptico, como si no le diese importancia, pero en el fondo, es un película de horror.
Michael realiza una fría aproximación de un tema perturbador, que no juzga ni es psicológica, es una espeluznante acumulación de detalles ordinarios, y giros llenos de suspense.
El tema es tan delicado, que es muy fácil caer en la repugnancia para el espectador, por eso había que tener cuidado, y así lo hizo su director.
Su tema no es de lo más sencillo, ni mucho menos retratarlo y contarlo con pericia, pero Marcus Schleinzer realiza un trabajo admirable, condensando el tema con una sobria y exquisita dirección, realzada por un reparto excelso, y un guión correcto.
Un retrato oscuro, sórdido, angustiante y frío sobre la pedofilia, y la representación de un personaje sin escrúpulos.
La mano del director, se mantiene firme en presentarnos los hechos de manera cruda, sin muchos desvaríos, siguiendo una secuencia establecida, y respetando el impoluto guión, al que poco se le puede reprochar.
Pero más que nada, es esa sensación desesperante, de estar presenciando una historia cruda, real, y a la vez repugnante, lo que hace que nos detengamos a pensar en los méritos, por haber logrado atrapar la atención del espectador.
Había que evitar toda escena salida de tono con un menor de 10 años, pero a la vez, había que dejar claro lo que hacía con él, por eso, la insinuación es constante a lo largo de todo el metraje.
Una historia dura, muy dura y desagradable, muy desagradable, pero el ritmo es llevadero, y la forma de narrar es elegante, sin nada que realmente muestre algo que no se debiera mostrar.
Michael trata sobre un hombre en apariencia normal, con un trabajo, con una familia, incluso con amigos, aunque no muchos, ni muy cercanos.
Este hombre, tiene un secreto guardado en el sótano de su casa:
Un niño de 10 años, al que mantiene secuestrado para su propio disfrute.
Por lo que Michael muestra exclusivamente la relación de convivencia entre el secuestrado y el secuestrador, sin entrar en detalles de cómo lo capturó, ni cuánto lleva en esa casa.
Ni siquiera entra en los detalles de cuándo “se descubre el pastel”, ni sabemos más del niño, una vez termina toda la historia.
Todo esto es muy complicado, porque la curiosidad tiene unas expectativas que nunca se cumplen; y uno mira con espanto, cómo el hombre hace una tumba y aspira todo su coche, preparándolo para llevar un cadáver en el maletero en el caso de que la fiebre del niño que tiene, no pare de subir, y termine con su muerte.
Sigue el espanto, al ver cómo se lava el pene después de abusar del niño, y mil detalles más, que cada vez sorprenden menos, porque has hecho tus conjeturas y sabías que eso estaba ocurriendo…
El niño llevaba allí mucho tiempo, probablemente años, y estaba tan acostumbrado a su opresor, que era un recipiente vacío de emociones, de voluntad, simplemente lo aceptaba, porque era lo que había.
Además, el hombre lo engañaba, diciéndole que estaba allí, porque sus padres así lo habían decidido.
Se da la anécdota, que en el barrio buscan una mascota, hay carteles del gato perdido por todas partes, incluso llega uno a manos del niño, que llora desconsoladamente, al creer que nadie le busca, ni siquiera como a ese gato.
El hombre quiere acercarse a él, busca incluso su cariño, pero no hay nada que pueda hacer, el secuestrado tarde o temprano se rebela, incluso no le importaría perder la vida, con tal de que paren los abusos.
Y me imagino que eso se da cuando llega la madurez psicológica del menor, al tomar conciencia de la situación y empezar a atar los cabos de las mentiras impuestas.
Hay una parte impactante, en la que el hombre ve en la televisión, una escena de sexo que intenta reproducir exactamente con el niño mientras están cenando:
“Este es mi gallo, y saca su pene por la bragueta; y este es mi cuchillo.
¿Con cuál de los 2 te quedarías?”
El niño lo tenía claro, y responde “el cuchillo”
Acto seguido, comienzan a hablar de otro tema, una noticia que ha visto el menor en la televisión, sobre la crisis y las consecuencias en el empleo.
El chico le advierte a su secuestrador, que eso podría pasarle, que lo habían dicho alguien en las noticias, pero este se ríe, y pregunta:
“¿Quién es ese?”
A lo que el niño responde:
“El vicepresidente de Alemania”
Esta respuesta humilla tanto al hombre, que reacciona con violencia, diciéndole al niño, que sus padres no quieren saber nada de él, que devuelven sus cartas, y que no quieren que escriba.
Había engañado en su momento al chico, diciéndole que sus padres le habían mandado allí, como en una especie de internado, pero él seguramente desde hacía mucho tiempo sabía que era mentira, y termina tirando al cubo de la basura las cartas que escribía para sus padres, que nunca recibían nada.
El hecho que el hombre también se preocupe por el empleo, le hace tomar medidas arriesgadas como salir de viaje con sus compañeros de trabajo, para lograr concretar un ascenso, o bien, el temor de quedarse sin empleo por la crisis, y analizar qué hacer con el niño, pues no podrá mantenerlo…
Y es que ese “ser humano”, había dejado de tener contacto con el mundo, incluso más que el niño, que pasaba el día retenido en el sótano…
Sólo pensaba en su “juguete”, no reparaba en nada, no le importaba no ver a nadie más, ni a su hermana y su madre ni siquiera en Navidad, ni hacer caso omiso a las insinuaciones de su compañera de trabajo a la que le gustaba.
No veía ni las noticas, y cuando las veía, y aparecían los casos de miles de niños que desaparecen en Europa, al saber que el niño también las está viendo, corre a apagar el fluido eléctrico del sótano, para que el niño sepa sobre el asunto del que es protagonista.
Y es que el niño se siente muy solo, y el pervertido le hace creer, que va a tener un compañero de cuarto; por lo que se decide a buscar otra víctima, puede que no le baste el que tiene, que cada vez es más reacio a darle placer; y además, así el niño nuevo podría quizás acercarse a su secuestrado, y ganarse un poco su amabilidad.
O en el peor de los casos, hacer barbaridades entre ellos y/o entre los 3.
¡Repugnante de solo imaginármelo!
También, son muy impactantes las escenas en las que intenta conseguir a ese nuevo niño, merodeando en un circuito de “cars”, donde los padres se distraen fácilmente, y dejan a los niños sin cuidado.
Habla con unos y con otros, con la intención de llevarlo al parking, y hacer lo mismo otra vez…
En fin, hay mil detalles muy impactantes, sobre la relación de ambos personajes, tortuosa y enferma.
Así como algunas secuencias simbólicas como el tren que impacta a la familia casi al final, al salir de la iglesia, como profecía de lo que se le vendría encima…
Michael, además de ser un retrato bastante desconsolador sobre uno de las aberraciones más grandes de nuestro mundo, es un ensayo exquisito de los portavoces de dicho mal:
El film nos presenta a un hombre normal, con un estupendo trabajo, una elegante y sofisticada casa, y una economía estable, que podría ser nuestro vecino; pero que mantiene muy bien guardado su secreto.
Nadie lo conoce, y nadie pensaría algo malo de él.
¿Acaso no es éste el actuar de los grandes psicópatas o sociópatas?
¿No es la soledad quizá su más grande aliada para cometer los crímenes o fechoría de cualquier tipo?
El director comprende el mapa motor, o “modo operandi” de este tipo de personas, y lo presenta tal cual; del que sentimos su soledad, nos empapamos de su inseguridad, pero a la vez de su valentía y coraje, sino recordar la escena de cuando saca al chico a pasear… y en medio de toda esa gama de hechos y particularidades del personaje, nos hacemos la pregunta:
¿En qué mundo vivimos?
Y nosotros mismos nos respondemos:
En aquel lugar perverso, lleno de secretos y perversidades, de mal en peor.
Todo ello gracias a la muy buena forma de narrar hechos basados en la realidad, con un interesante planteamiento, y austeridad formal que contribuye a generar este clima glacial, casi inhumano.
La narración es elemental, y muy directa, la cual alude a los últimos meses de la relación tormentosa entre estos personajes.
Ese es uno de sus mejores logros, la entrada es severa, directa y escalofriante; gracias al frío manejo de lo cotidiano, logra construir el enfrentamiento desigual entre 2 seres, dejándonos muy claro, que el monstruo que alimenta y cuida al niño del que abusa, también es “humano”
En este sentido, hay claras influencias de Michael Haneke, y del también austriaco Ulrich Seidl; en el caso del primero, el tratamiento de la violencia en “Funny Games” (2007), ocurre siempre fuera de campo, donde nada malo nos es mostrado; y en el segundo, hay claras alusiones al tono neutro de “Import/Export” (2007)
Cada uno de ellos, tiene sus variaciones y particularidades, pero los austríacos suelen tener en común, el retratar con exactitud, las miserias de una sociedad apocada, introvertida, y vitalmente mediocre, volcada en una rutina insustancial, y en la mayor de las naderías.
Pero Markus Schleinzer, ilumina universos que por naturaleza, están entre las sombras, mundos de los que la gente “bien” no quiere oír hablar.
Explora un universo subterráneo, y se sirve de lo cotidiano para llevarlo a cabo, lo malévolo de una rutina.
El sótano como símbolo de lo oculto, frontera entre la locura y la razón, lo visible y lo invisible, lo claro y lo oscuro.
Para el tratamiento del abuso sexual, el director optó por situaciones que generan escalofrío en el espectador, como el hecho de ver al protagonista de espaldas, aseando sus genitales después del cotidiano uso/abuso; o la compra e instalación de una litera en el sótano, anticipando una nueva captura; o la escena en el comedor, en la que un cuchillo y el falo se equiparan como metáforas de la cópula.
Tratar el tema de la pedofilia, es siempre un asunto delicado, en el cine no existe la manera fácil de abordarlo, y muy sin embargo, Markus Schleinzer lo logra de una forma fina, evitando los detalles grotescos, con una puesta en escena minimalista, con poquísimos diálogos, pero no menos crudos, con un controlado desarrollo de los personajes, haciendo uso de actuaciones desdramatizadas, y enmarcado todo en una estética simple, que en su conjunto, logra mantener la tensión; utilizando planos medios y encuadres con cortes secos, con una paleta cromática escalofriantemente luminosa, que contrasta notoriamente con lo oscuro de la narración, con un lenguaje visual tranquilo, casi pasivo, y dentro de esta composición tan natural, acomoda situaciones que no sólo sorprenden, sino que dejan entrever, que ese hombre puede ser uno común.
Los movimientos de cámara, debidos a Gerald Kerletz, optan por tomas estáticas sobre las que el encuadre adquiere movimiento, en la medida en que el espectador sigue las rutinas de del pederasta y de “protegido”
La parsimonia de las rutinas, muestran que el hombre lo tiene todo arreglado, ordenado, organizado, ha aprendido a no llamar la atención; de hecho, verlos juntos y a distancia, realizar actividades conjuntas, da una impresión diferente, y eso resulta siniestro.
¿Síndrome de Estocolmo?
Nada raro.
La descripción rutinaria se sostiene, porque la narración, de tan neutra, se vuelve poderosa, áspera sin necesidad de ser mórbida.
No hay culpas ni redenciones, porque la simpleza mueve a la reflexión:
Hablar de pedofilia, no tiene vuelta, es enfermizo, es criminal, aunque el victimario tenga toda la apariencia de honorabilidad y respetabilidad.
Por lo que en Michael encontramos muy buenas actuaciones, que hicieron de esta película, una de las más curiosas en El Festival Internacional de Cine de Cannes de 2011, pero que fue barrida por la expectación de la nueva entrega de “Piratas del Caribe”, y porque muchos críticos la vieron como “repugnante”
Por eso vale la pena valorar, si Michael supera o simplemente sigue esa moda más o menos vislumbrada de cine incómodo, seco y silencioso.
El hecho de que Michael no ganase ningún premio en Cannes, podría hacer pensar que estamos ante una copia más del modelo.
Pues bien, Michael es novedosa e interesante para la cinematografía, la austriaca; y el cine, el de Haneke y Seidl, que representa.
Michael tiene grandes actuaciones, empezando por la labor de su actor principal, interpretado de manera extraordinaria por Michael Fuith, un personaje odioso, no por su condición de enfermizo sodomita, que también, sino por su carácter anodino, su extraña propensión a los accidentes, y su insólita vida familiar, y emocional; siendo secundado por un increíblemente enorme David Rauchenberger, en el papel del niño.
Desde lo técnico, con el joven actor, la realización ha sido muy cuidada, por ejemplo, en la escena del comedor, en la que el sodomita expone su pene a su víctima, el director utilizó una pantalla dividida invisible, para garantizar que Rauchenberger no pudiera ver y participar de la escena.
Aunque se le puede achacar que la historia es “plana”, decae a partir de la mitad, y la primera parte no lo hace por la sorpresa del espectador ante lo que está viendo, si no sería aburrida del todo.
Pero lo que la hace atrayente es lo que para Schleinzer representa el pederasta:
Un individuo común y corriente ante la sociedad, su trabajo es en una oficina, conduce un automóvil, y va al supermercado; disfruta de los placeres mundanos del individuo de la clase media alta, y mantiene cierto grado de sociopatía.
Pero bueno, ahí no queda todo...
Detrás de la puerta, este hombre se quita la máscara del común burgués, y se transforma en lo que en verdad es:
Un ser encadenado a sus deseos insanos y perturbadores, tan despiadada es su cárcel interna, que necesita de encarcelar a otro en su hábitat para su deleite personal, para saciar sus deseos bestiales, y sentirse resguardado en su guarida, cuyos muros se construyen con la secrecía de sus perversiones.
Algo así como “M, El Vampiro de Düsseldorf” de Fritz Lang, pero con una patología diferente, más sexual que asesina; y es que la mayor parte de los psicópatas, son gente corriente; personas vulgares que hacen una pausa en su condición, sin que luego sepan razonar su perturbación.
Éste es el único mensaje que contiene Michael:
El hecho de que ese desgraciado, pueda ser nuestro amigo, nuestro compañero de trabajo, o nuestro vecino, un familiar puede ser la persona más infame del mundo.
Aquí no se trata de entenderlo o repudiarlo, sino de ser conscientes de la maldad intrínseca en la vida secreta de las personas que nos rodean.
Ahí termina toda reflexión.
En Michael, no se explican los porqués, las razones, los motivos de la enfermedad.
No se justifica, ni se sanciona.
No se nos muestra al pedófilo como víctima, bien un entorno familiar desestructurado que marcó su infancia, o bien, cuestiones deterministas que tienen que ver con ciertas predisposiciones genéticas que pesan más que las convenciones morales…
Tampoco se nos muestra el punto de vista del niño.
Esto complica, la identificación con los personajes, y hace ya de por sí lo es, más pasivo el papel del espectador, que no pasa de mero “Gran Hermano”, de observador de una retahíla de detalles ordinarios como aterradores; por lo que como director, Schleinzer hace un imaginativo uso de las elipsis, para denotar las violaciones sufridas por el raptor, con éste lavándose el pene en el lavabo, lo que indudablemente da entender los problemas de la penetración anal; y ocurrentes e inquietantes soluciones visuales, para expresar ciertos pensamientos del protagonista:
Cuando el chico se pone enfermo, y el secuestrador teme que pueda morir, por lo que éste le cava una tumba, y prepara el maletero para el transporte del cadáver; todo ello demuestra unas grandes dotes de dirección, que con algunos pequeños giros, y a base de usar con maestría los “ases” de un buen montaje, cambian la dirección de la trama, y llega a sorprender, como por definirlo de algún modo, en “sobresaltos” en la historia.
Una forma de hacer cine atrevida, inteligente, crítica y alertadora.
Michael, no es una crítica social, porque no pretende filosofar y reflexionar sobre un problema serio en la sociedad contemporánea, se limita a presentar una historia como cualquier otra, y que el espectador también se limite a contemplar los hechos, y que sea éste quien exponga sus propias conclusiones; y quizás, este sea su mayor virtud, y a la vez su mayor falla, personalmente hablando.
Quizás, se hubiese extrañado una búsqueda incesante de respuestas a lo que el director nos plantea, y no solo una muestra; eso sí, exquisita del horror que padece un niño secuestrado por un ser despiadado.
Al Michael, tal vez le falta un mensaje más profundo y potente, para acicalar las imágenes, y generar un debate dinámico y constante.
Sin embargo, es preciso en transmitir las sensaciones y emociones de los personajes, pero falla en la introspección de su historia… pero pese a ello, no se le puede achacar nada más.
Uno de los mayores logros, es darle al pedófilo, un rostro y sentimientos que lo humanizan, al grado de que ese rostro que vemos atendiendo llamadas telefónicas y sacando copias en su trabajo, sirviendo displicentemente a sus compañeros, termina por desaparecer, para convertirse en el de cualquiera, y pasa de lo inquietante de su despersonalización, a lo escandaloso del silencio social, aquello que las sociedades se empeñan en acallar, en no revelar, las 2 caras de un sistema social con sus problemas escondidos en el sótano.
Con un final… apabullante como brutal, en el momento de mayor tensión, cuando la puerta del sótano se abre, lo que ahí se encuentra, es algo que ya sabemos, ¿o no?
Las últimas escenas, mantienen un gran suspense, cuando la madre va inspeccionando el sótano, hasta dar con la puerta de la celda, momento en el que no hay otra opción que hacer un inteligente fundido.
¿Qué pasó?
¿Estará vivo, al menos han pasado ya más de 3 días…?
¡Desolador!
No se trata de entender o repudiar al “lobo”, sino de sentir su aliento en la cara, para ser conscientes del peligro.
Michael, es terror psicológico, tememos descubrir, y al mismo tiempo que descubran los demás personajes, el secreto que solo conocemos nosotros...
Me ha parecido rompedor el hecho que con detalles es capaz de mostrar el infierno que debe estar sufriendo el niño, sin recrearse, todo insinuado, mostrando la monotonía de ese monstruo.
Como curiosidad, creo que no sabemos el nombre del niño, hasta que llegan los créditos, que lo registran como “Wolfgang” un pequeño Mozart, un infante que pudo dar mucho de sí mismo, que por un encontronazo con el demonio, le trunco llevar una vida normal; mientras casi al final, sabremos el nombre del pedófilo:
Michael, como su mentor y maestro, Michael Haneke.
Eso también es un juego, porque en realidad, durante todo el metraje, no sabemos si “Michael” es el monstruo hijo de la reverenda e inmunda perra; o el niño.
De todas maneras, es interesante por lo atrevida que es, por las preguntas que plantea, y porque es totalmente realista, eso mismo ha pasado, y seguro que está pasando en algún lugar del mundo, y en este mismo instante.
Enseguida, uno ve el paralelismo con la vida real, como por ejemplo el caso austriaco de Natascha Kampusch, secuestrada con la misma edad que el protagonista de Michael, por un desconocido.
El caso, fue descrito como uno de los más dramáticos de la historia criminal de Austria; o bien con El Caso Fritzl, que trataba sobre la mujer austriaca, Elizabeth Fritzl, que permaneció encerrada en un sótano, por iniciativa de su propio padre, el electricista, Josef Fritzl, durante 24 años.
Desde 1984 hasta 2008, para violarla a su antojo.
El giro doblemente desgarrador, es que el pedófilo, es a la vez homosexual…
Por último, se ha suprimido totalmente la banda sonora, excepto en los últimos minutos, cuando irónicamente, Michael, después de recibir su ascenso, canta “Sunny” de Boney M.; mientras la escucha a través del audio de su carro...
Nunca será lo mismo, escucharla después de los títulos que cierran la película.
¡Brutal!
“Das Telefon klingelte, als ich hereinkam und sie sagten, dass der andere Junge heute nicht kommen konnte”
(El teléfono sonó justo cuando llegué, y me dijeron que el otro chico no pudo venir hoy)
Muchas veces, el cine vende una historia como una simple ficción, que casi siempre pensamos, que nunca sucederá en la vida real, pero ahí radica el punto de Michael, una película que nos hace mirar a los costados, para descubrir quiénes son “los otros” realmente.
El secuestro de niños, es la acción de retener indebidamente e ilegalmente a uno o varios menores de edad, y mantenerlos en cautiverio contra su voluntad.
Los niños, pueden ser secuestrados tanto por organizaciones delictivas, como por individuos perturbados, y para distintos objetivos.
Se trata de un crimen de lesa humanidad, y constituye una grave violación de Los Convenios de Ginebra.
El caso más mediático, fue el ocurrido el 2 de marzo de 1998, cuando Natascha Kampusch, de 10 años de edad, fue secuestrada por Wolfgang Přiklopil, hasta el momento de su fuga, el 23 de agosto de 2006; mientras esperaba el ómnibus para ir a su escuela en Donaustadt, Viena.
Durante 8 años, la niña fue mantenida en cautiverio, en un sótano cerrado, sin ventanas, ni luz del día; y poseía una puerta de acero.
A Kampusch, no se le permitió salir durante sus primeros años de cautiverio; por lo que estuvo 6 meses encerrada en la celda.
Luego, pudo subir a la casa para lavarse...
A los 2 años del secuestro, tuvo acceso a una radio para escuchar noticias; y fue hasta junio de 2005, que tenía permitido salir al jardín de la casa.
Solamente después de febrero de 2006, se le permitió salir de la casa en una ocasión.
Durante su cautiverio, Přiklopil le suministró libros y la educó; éste solía festejar con ella los cumpleaños, pascuas y la navidad; hasta le hacía regalos.
Sin embargo, Natascha fue víctima de abusos sexuales, violaciones y torturas.
Su captor, la filmaba para subir los videos pornográficos a la red, y la hacía pasar hambre para doblegarla; y logró someterla con hambre, oscuridad, palizas, privación sensorial, aislamiento, tortura psicológica, pues le decía que sus padres no la querían, ni la buscaban; en confinamiento solitario, supresión de la identidad, pues tenía prohibido llamarse por su nombre, ya que el secuestrador le puso un nuevo nombre, Bibiana, a la que le afeitó completamente la cabeza, etc.; y reiteradas violaciones sexuales.
Y es que la niña sabía que dependía de su captor para alimentarse, por lo que le hizo pasar temporadas de hambrunas, por lo que, cuando la violaba o golpeaba, lo toleraba sin resistirse:
“Me sentía como un perro apaleado, que no puede morder la mano que le golpea, porque es la misma que le da de comer.
La privación de alimentos, era una de las estrategias más efectivas para mantenerme a raya”
Durante mucho tiempo, la mantuvo encadenada a la cama, aunque más tarde le permitía subir a la casa, siempre amenazada por si se escapaba.
El día que huyó de su captor, al no encontrarla, Wolfgang Přiklopil se suicidó al arrojándose a las vías de un tren en Viena, a los 44 años.

“Etwas so endgültig wie der Tod eines Kindes ist schwer zu nehmen, aber es ist vorzuziehen, diese Unsicherheit.
Und diese Ungewissheit ist oft das Schwierigste, mit...
Ich weiß, sehr wenige Menschen, die jemanden vermissen und wissen nicht, wo...”
(Algo tan terrible como la muerte de un niño, es difícil de digerir, por lo que es preferible a la incertidumbre.
Y esta incertidumbre es a menudo lo más difícil de hacer frente...
Yo sé de muy pocas personas que han perdido a alguien, y no saben dónde están...)



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