Paganini
Terminando de ver “Paganini” (1989) de Klaus Kinski con Klaus Kinski, Debora Caprioglio, Nikolai Kinski, Dalila Di Lazzaro, Tosca D'Aquino, Eva Grimaldi, entre otros.
Drama ítalo-francés que sigue al “violinista poseído por el demonio”, Niccolò Paganini, virtuoso a quien muchos consideran como uno de los mejores de todos los tiempos, por lo que el relato se basa en su vida y carrera; así se rastrea su pasado y se predice su futuro trágico; y mientras la música inunda los teatros, el genio revive su vida maldita, sus pasiones, el dinero, y sobre todo las mujeres, quizás incluso antes que la música en sí, con la que tuvo una relación violenta y le causó problemas de justicia; como la relación con la cantante Antonia Bianchi, de quien nació Achille, el hijo que amó como tal vez nadie más…
Aquí, Klaus Kinski produce, dirige, escribe y actúa esta película porque creía que vivió las mismas experiencias que el legendario “violinista diabólico”, quien puso en frenesí a toda la Europa del siglo XIX, y a través de cuya personalidad, Kinski ofrece una visión increíblemente profunda y honesta de su propia vida llena de excesos; pues Kinski sintió que él y Paganini habían llevado vidas similares, y ambos dieron actuaciones “demoníacas” en sus propios campos que a menudo provocaron una gran controversia.
El indomable Klaus Kinski, debuta como director en este desenfrenado y frenético filme, que destila Kinski por sus 4 costados, dándole un tono absoluto de su persona a la obra, y como en pocas, lo veremos como un elemento muy transmisor de emociones, ya que el rostro de Kinski es un poema de sufrimientos, tormentos, excesos, bohemia, genialidad y locura; y simboliza ex temporalmente la figura de ese hombre contrahecho, que provocaba éxtasis y odio, amor y lástima, furia y veneración; siendo capaz de reclutar a su esposa e hijo reales para completar el elenco.
El relato roza lo pornográfico, con una maraña de imágenes sin nexo cronológico ni argumental aparente, por lo que divaga en la historia, no se sabe qué está ocurriendo la mayoría del tiempo, carruajes que no se sabe a quién transporta, y caminantes que no se sabe hacia dónde van… y es que como producción, el filme tiene una pésima edición, muy mala iluminación, tal vez ese es el peor defecto, y las innecesarias y gratuitas escenas de sexo que están metidas a la fuerza, para dar algo de emoción a un relato tremendamente atropellado y aburrido, lo peor es que esas escenas son muchas, como mucho es el uso de la banda sonora del violinista Salvatore Accardo, que al final deja al espectador en estado catatónico.
Sin olvidar algunas de las escenas filmadas en interiores, particularmente en el teatro, que tienen una sensación extraña y surrealista, muy a la vista de Kinski para filmar sin ningún tipo de iluminación eléctrica y a menudo utilizando solo la luz de las velas.
Y puede que los paralelos entre Kinski y Paganini sean misteriosos y más que una coincidencia, pues ambos estaban obsesionados por las jóvenes, cuanto más joven, mejor; fueron y son considerados como genios en sus respectivos campos; dieron actuaciones apasionadas, hasta el punto de ser considerados como “demoníacos” por naturaleza; hicieron enormes sumas de dinero, pero inevitablemente lo desperdiciaron; y ambos tuvieron hijos ya muy tarde en la vida, a los que adoraban.
Y puede ser que lo más importante de la propuesta es que Kinski retrata a Paganini como la cáscara del sufrimiento de un ser humano; nunca está satisfecho con nada, y con demasiada frecuencia, se deja insatisfecho, muerto espiritualmente… y la película lo muestra como un hombre atrapado en sí mismo, que solo es capaz de ver el mundo a través de su propio arte.
Paganini vale entonces no tanto como película sino como testimonio del interior complejo y atropellado de una salamandra irrepetible y caótica.
Pero esto es mucho Kinski, tal vez demasiado, y poco o nada de Paganini.
No es casual que esta película se conozca también como “Kinski Paganini” la última película de este monstruo de la actuación, antes de su muerte en 1991.
NO RECOMENDADA.
Drama ítalo-francés que sigue al “violinista poseído por el demonio”, Niccolò Paganini, virtuoso a quien muchos consideran como uno de los mejores de todos los tiempos, por lo que el relato se basa en su vida y carrera; así se rastrea su pasado y se predice su futuro trágico; y mientras la música inunda los teatros, el genio revive su vida maldita, sus pasiones, el dinero, y sobre todo las mujeres, quizás incluso antes que la música en sí, con la que tuvo una relación violenta y le causó problemas de justicia; como la relación con la cantante Antonia Bianchi, de quien nació Achille, el hijo que amó como tal vez nadie más…
Aquí, Klaus Kinski produce, dirige, escribe y actúa esta película porque creía que vivió las mismas experiencias que el legendario “violinista diabólico”, quien puso en frenesí a toda la Europa del siglo XIX, y a través de cuya personalidad, Kinski ofrece una visión increíblemente profunda y honesta de su propia vida llena de excesos; pues Kinski sintió que él y Paganini habían llevado vidas similares, y ambos dieron actuaciones “demoníacas” en sus propios campos que a menudo provocaron una gran controversia.
El indomable Klaus Kinski, debuta como director en este desenfrenado y frenético filme, que destila Kinski por sus 4 costados, dándole un tono absoluto de su persona a la obra, y como en pocas, lo veremos como un elemento muy transmisor de emociones, ya que el rostro de Kinski es un poema de sufrimientos, tormentos, excesos, bohemia, genialidad y locura; y simboliza ex temporalmente la figura de ese hombre contrahecho, que provocaba éxtasis y odio, amor y lástima, furia y veneración; siendo capaz de reclutar a su esposa e hijo reales para completar el elenco.
El relato roza lo pornográfico, con una maraña de imágenes sin nexo cronológico ni argumental aparente, por lo que divaga en la historia, no se sabe qué está ocurriendo la mayoría del tiempo, carruajes que no se sabe a quién transporta, y caminantes que no se sabe hacia dónde van… y es que como producción, el filme tiene una pésima edición, muy mala iluminación, tal vez ese es el peor defecto, y las innecesarias y gratuitas escenas de sexo que están metidas a la fuerza, para dar algo de emoción a un relato tremendamente atropellado y aburrido, lo peor es que esas escenas son muchas, como mucho es el uso de la banda sonora del violinista Salvatore Accardo, que al final deja al espectador en estado catatónico.
Sin olvidar algunas de las escenas filmadas en interiores, particularmente en el teatro, que tienen una sensación extraña y surrealista, muy a la vista de Kinski para filmar sin ningún tipo de iluminación eléctrica y a menudo utilizando solo la luz de las velas.
Y puede que los paralelos entre Kinski y Paganini sean misteriosos y más que una coincidencia, pues ambos estaban obsesionados por las jóvenes, cuanto más joven, mejor; fueron y son considerados como genios en sus respectivos campos; dieron actuaciones apasionadas, hasta el punto de ser considerados como “demoníacos” por naturaleza; hicieron enormes sumas de dinero, pero inevitablemente lo desperdiciaron; y ambos tuvieron hijos ya muy tarde en la vida, a los que adoraban.
Y puede ser que lo más importante de la propuesta es que Kinski retrata a Paganini como la cáscara del sufrimiento de un ser humano; nunca está satisfecho con nada, y con demasiada frecuencia, se deja insatisfecho, muerto espiritualmente… y la película lo muestra como un hombre atrapado en sí mismo, que solo es capaz de ver el mundo a través de su propio arte.
Paganini vale entonces no tanto como película sino como testimonio del interior complejo y atropellado de una salamandra irrepetible y caótica.
Pero esto es mucho Kinski, tal vez demasiado, y poco o nada de Paganini.
No es casual que esta película se conozca también como “Kinski Paganini” la última película de este monstruo de la actuación, antes de su muerte en 1991.
NO RECOMENDADA.
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