The Limehouse Golem

Terminando de ver “The Limehouse Golem” (2016) de Juan Carlos Medina con Bill Nighy, Olivia Cooke, Douglas Booth, Daniel Mays, Eddie Marsan, María Valverde, Sam Reid, entre otros.
Drama de misterio e intriga policial, con elementos de terror, basado en la novela de Peter Ackroyd, “Dan Leno and The Limehouse Golem”, sobre un misterioso asesino anterior a Jack, “El Destripador” en el Londres victoriano; pero el relato aporta una figura mítica, El Golem, una criatura de arcilla creada por los judíos para combatir el mal en el marco coloquial; y que es una figura metafórica, estrechamente relacionada con el autómata, el ser descerebrado o el hombre masificado que, controlado, sirve desde un plano de conformismo, pero podría, bajo ciertas circunstancias, rebelarse; reconvertido aquí en figura ominosa que deja un reguero de vísceras y carne mutilada, donde un famoso cabaret, reúne a los sospechosos usuales del enigma.
El atractivo además, convoca a personajes reales como Karl Marx o el propio Dan Leno, celebridad victoriana del “music hall”, integrándolos como actores de un misterio criminal.
Como dato, y aunque sólo apareció en la película brevemente, el filósofo Karl Marx vivía realmente en Londres en el momento en que la película se fija; tanto como judío, como debido a sus ideas socialistas, en realidad fue acosado por la policía, y fue considerado brevemente como un sospechoso de los asesinatos de Jack, “El Destripador”
Así, la historia se articula en base a las diferentes versiones de los hechos, a veces falsas y a menudo incompletas de los sospechosos y posibles víctimas del asesino; pero si nos habla directamente, muy en el fondo, de diferencias de clase, la explotación del proletariado y el racismo latente; asideros del terror actual social y político, desde el judaísmo hasta el comunismo y la homofobia; pero sobre todo, muestra el retrato radical del ascenso femenino en la sociedad victoriana.
Técnicamente se destaca por su atmósfera, con una buena utilización de las sombras y de los decorados, ajustada recreación del Londres blasfemo y libertino; donde la iluminación y la fotografía componen una magnífica puesta en escena; lo mismo que el vestuario y la peluquería; y la dirección artística en general, en una intriga bien construida, con exceso de giros argumentales tan sorprendentes como se pretende, con escenas “gore” de los asesinatos, que están narrados en forma de “flashback”, con los que su fuerza dramática e intensidad están disminuidos.
El interés recae entonces en el retrato femenino acusado, desde su agresivo ascenso de la mugre, hasta la alta sociedad, que se realiza a través de distintas formas de impostura y enmascaramiento, arriba y abajo del escenario, en tonos que tanto pueden recordar a una pieza de “teatro dentro del teatro” como a la pura sospecha hitchcockiana, con “mcguffin” incluido.
Allí es donde brilla la actriz Olivia Cooke, al transmitir a la perfección el espíritu de un filme que muestra la construcción de una identidad desde “El Grand Guignol” por lo que los demás personajes, todos satelitales suyos, están poco desarrollados, sobre todo los sospechosos con pocas motivaciones... pero al ser un filme policial, de eso se trata precisamente, de jugar con el espectador.
La factura está en el ritmo, donde quizás se haga un poco larga, dura casi 2 horas, los “flashback” son demasiado largos, y la inclusión de números musicales está fuera de lugar.
Pero vale la construcción de los giros, y la resolución del caso, con un final tan extraño como confuso, pero intrigante y fascinante; además, destacable la recreación de la época victoriana, que ha dado lugar a grandes personajes y relatos en cine, la televisión y por supuesto en la literatura, el medio más viejo de todos.
“Aquí vamos de nuevo”
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