The English Patient

“Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien.
Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos”.

El romanticismo surgió a finales del siglo XVIII, como contrapunto al recio y frío racionalismo ilustrado, en Alemania.
Sus ideales estaban basados en una vuelta al neoclasicismo griego, la naturaleza como expresión de sentimiento, el valor de las leyendas populares, y una actitud inconformista contra los valores sociales establecidos; ¿y la mujer?; ella era la reina a la que adorar, escribir poesía, cantar, existir.
En un gran salto en la historia, la década de los 1990 es el verdadero momento donde la mujer se incorpora a consumir cine de forma masiva.
El final de la Guerra Fría, la llegada de la paz, que iba a durar toda la vida pensaban algunos, y la llegada de la mujer al trabajo y al ocio, hace que se desarrolle de una forma definitiva un cine pensado más para ellas, y esto es así porque, el que diga que las mujeres de forma masiva veían cine, y sabían de cine hace 15 años como mucho, miente como un bellaco.
Excepciones siempre las hubo y siempre las habrá, pero hablo evidentemente de la generalidad.
No es ni cine social, ni político, ni histórico, ni siquiera trágico o cómico, es esencialmente romántico, en el sentido sentimental e irracional se entiende, es decir; son narraciones de amor que utilizan la historia como marco y decorado para dar mayor lustre.
¿Por qué cuento esto?
Porque The English Patient es increíblemente romántica.
Es el amor en tiempos de guerra, y el Carpe Diem (se aprovecha el momento latino) llevado hasta sus últimas consecuencias.
Es el amor como sentimiento romántico, de fuego, de dolor, escrito en la arena, escrito en el viento.
¿Cómo es la montaña?
Es una montaña con forma de espalda de mujer.
"Las traiciones durante la guerra resultan infantiles comparadas con nuestras traiciones en tiempos de paz.
Los amantes, primero se muestran nerviosos y tiernos hasta que lo hacen todo añicos, porque el corazón es un órgano de fuego"
The English Patient es una película británica de 1996, escrita y dirigida por Anthony Minghella para Miramax International / Saul Zaentz Production.
Está basada en la novela del mismo título de Michael Ondaatje y ambientada durante la Segunda Guerra Mundial.
Sus protagonistas son: ENORME Ralph Fiennes, ENORME Kristin Scott Thomas, ENORME Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Kevin Whately, Clive Merrison, Nino Castelnuovo, Hichem Rostom, Peter Ruhring, Geordie Johnson, Torri Higginson y Jürgen Prochnow.
Cuenta con una ENORME banda sonora a cargo del genial Gabriel Yared.
Una ENORME fotografía de John Seale.
“Quiero que sepas que no te extraño todavía”.
Resulta que Anthony Minghella, que había alcanzado un prestigio bastante notable en el teatro, la radio y la televisión británica, sólo había dirigido dos largometrajes antes de presentarse con esta maravilla, y con ninguno de ellos había destacado especialmente.
Una vez más se demuestra que para convertirse en un artista lo más importante es una pasión arrolladora, como la que Minghella experimentó cuando leyó la novela de Michael Ondaatje.
La novela original de Ondaatje (nacido en Sri-Lanka en 1942) cautivó hasta tal punto a Minghella, que no pudo evitar, según sus propias palabras, hacer un film con esa historia.
The English Patient narra la historia de un grupo de seres humanos en busca de su identidad tras la tremenda devastación que la Segunda Guerra Mundial ha llevado al mundo y a sus vidas.
El hilo conductor del guión es la epopeya de un conde húngaro, que fue abatido por los alemanes y rescatado casi totalmente quemado por los beduinos.
Su cuerpo está totalmente quemado a consecuencia del accidente sufrido, pero todavía tiene tiempo para contar la trágica historia de su vida, cuando trabajó como espía alemán.
La curiosidad de su enfermera, facilitará los datos suficientes para ir construyendo una trama de inigualable belleza, siempre condimentada con un amargo sabor a desgracia.
Al ver The English Patient uno pude explicarse qué extraña tensión psíquica produce, hasta el punto de olvidarse completamente de su historia y de quedarse atrapado en sus imágenes y sonidos.
Al volver a verla emociona profundamente quedándote atrapado en gestos, miradas, planos, cortes y movimientos.
The English Patient convierte una suerte de tragedia o melodrama en verdadera música.
No incluyendo grandes temas orquestales en su partitura para manipular los sentimientos del espectador y para sonsacarle las lágrimas, sino convirtiendo los elementos sonoros y visuales más básicos en una partitura, en un todo armónico que se percibe como tal desde el subconsciente, y que se enrosca en el ánimo, elevándolo en un adagio que no deseas que termine nunca.
Anthony Minghella nos cuenta una historia de amor prohibido y juega para ello con el montaje.
The English Patient se presenta envuelta por unos elementos impecables: una espectacular fotografía, las grandes montañas de arena se nos presentan con tal riqueza que es imposible no recordar “Lawrence Of Arabia”, consiguiendo retratar el desierto de manera espectacular y sobrecogedora.
Para el presente, la fotografía tiende a ser más azulada, con colores algo apagados.
Un guión bien hilado que conjuga una historia pasada a medio camino entre la pasión amorosa y la traición política, y una historia vital presente entre la necesidad de vivir y el irrefrenable deseo de olvidar y morir, y especialmente una banda sonora magistral.
Cuando se habla de cine-música uno se refiere a una secuencia que dependa de la música para existir, o para darle sentido.
Tampoco de una imagen que parezca creada a partir de la música.
Estamos hablando de imágenes que provocan en el espectador las mismas emociones que una melodía o una sinfonía.
Aunque lo ideal sería ver este film sin la maravillosa banda sonora de Gabriel Yared, pero sí con sus sonidos, si uno la ve casi entera en silencio, sin audio, queda maravillado de ver el modo asombroso en que Minghella mueve a sus actores y a su cámara, y a todos los elementos que habitan en el encuadre, y la manera en que con el montaje pasa a otro encuadre, en el cual los ritmos y la intensidad siguen provocando, como en una nota sostenida, las mismas emociones.
Claro está, verla con la música de Yared es ver la perfección lograda.
Esta puesta en escena, en sí misma extraordinaria, convierte al tristemente fallecido Minghella (a la corta edad de 54 años) en un coloso de su oficio, en un director con un inmenso sentido visual y rítmico.
El legendario Walter Murch (montador de las más importantes películas de Francis Ford Coppola), ha explicado en diversas ocasiones la enorme complejidad de las mezclas y el montaje de sonido, que le llevó muchos meses de trabajo y muchos cortes desechados.
Porque aquí hasta el mínimo detalle sonoro es de una importancia capital, y existe por un motivo estético o emocional antes que narrativo.
Los recuerdos son evocados por la abstracción absoluta que nuestra mente hace de las imágenes y de los sonidos, que como tesoros semienterrados vuelven a la luz, y cuyo andamiaje fundamental son esas imágenes y esos sonidos idealizados y perfeccionados en nuestro interior.
Sólo así los recuerdos perdidos, el pasado terrible del conde, puede afectarnos tanto como le afecta a él, y de pronto nos convertimos en personas chamuscadas por esos recuerdos, enfebrecidas, y por ello más vivas que antes.
Porque en este relato se dan la mano, una y otra vez, las tres únicas cosas que verdaderamente existen: los recuerdos, el dolor y el placer.
Anthony Minghella rubrica este film conmovedor, escrito en un lenguaje clásico y perdurable, que habla de los grandes temas de la existencia, como el amor, la política, el rencor y la venganza, la muerte, la identidad, la pertenencia a la nación, o la voluntad.
Creo que es el único film que tiene todos los sentimientos de las personas.
Un film épico, grandioso, a la manera de las antiguas superproducciones, que no puede circunscribirse exactamente en la narrativa cinematográfica de los años 90.
“Nuestros cuerpos son los países de este mundo y no las fronteras que aparecen en los mapas con los nombres de hombres poderosos"
Durante la II Guerra Mundial, en un abandonado monasterio italiano, cuatro personas se encuentran en un momento especialmente delicado de sus vidas.
Un misterioso hombre calcinado al que le restan pocos días de existencia, su no menos misteriosa (y bella) enfermera, un desactivador de bombas sij y un vagabundo al que le han amputado los pulgares.
Tirando del hilo de sus respectivas vidas, y de los motivos y circunstancias (eso que llaman destino) que les han llevado a ese lugar, y no a otro en todo el mundo, descubren que conocerse no ha sido ningún azar, y nosotros descubrimos una historia de amor, deseo y celos, cuyo epicentro desencadena un terremoto emocional que toca y desestabiliza varias vidas, hasta el punto de destruirlas, y es que el amor en The English Patient no es una fuerza positiva, en ningún modo, más bien un agente destructivo, tóxico, que a cambio de unos fugaces momentos de felicidad y pasión entrega odio, desesperación, dolor y oscuridad…hasta que otro amor, el de la fraternidad, el perdón y la amistad acude a restañar las heridas y a redimir el tormento de los recuerdos.
La historia de un amor que desborda las barreras de los límites morales, el engaño y la infidelidad, la tragedia y el sinsabor, las fobias propias del marco contextual de la II Guerra Mundial, y todo lo que ello determina en las vidas de los protagonistas, el ímpetu y la valoración de la vida.
The English Patient relata una historia acerca del dolor que sufren los personajes por culpa del pasado, con la guerra como telón de fondo y una historia de amor imborrable en la memoria de uno de ellos.
Los protagonistas están heridos por diferentes motivos.
Una vez en el monasterio cada uno de ellos aprenderá a enfrentarse al pasado.
El monasterio en que se hospedan puede tener cierto sentido metafórico, pues se encuentra en ruinas por dentro mientras por fuera parece en buen estado.
Así pues cada personaje vive una guerra interior a la que debe hacer frente.
Se establecen dos ambientes distintos entre los flashbacks que retratan la historia de Almásy con Katherine, y el presente en el monasterio italiano.
Para los flashbacks se tiende a una fotografía más amarillenta, sepia, acorde con el escenario donde transcurre, Egipto.
Puede ser el film con más flashbacks en la historia del cine.
En él hay no menos de cuarenta viajes al pasado, al interior de la memoria de un moribundo, un ser que en otra época fue un hombre mezquino y altivo, pero también noble y apasionado, el conde László Ede Almásy de Zsadány y Törökszentmiklós.
El recuento de los hechos que le convirtieron en un pedazo de carne chamuscada es el eje del relato.
Y en esos hechos se yergue como una sombra al mismo tiempo frágil y tempestuosa la figura de Katharine Clifton.
El conde está interpretado por uno de los mejores y más versátiles actores de su generación, el británico Ralph Fiennes, que es uno de los pocos que podía otorgar a ese rol la necesaria ambigüedad moral y el imprescindible magnetismo de un sujeto tan imperfecto.
Ella, por otra parte, es la genial intérprete Kristin Scott Thomas, que nunca estuvo más bella y más elegante que aquí, y que sabe inocular una veracidad admirable a su personaje.
La enfermera está interpretada por la hermosa actriz Juliette Binoche, una compasiva mujer que a su vez encontrará una pasión en la figura del zapador sij llamado Kip, interpretado por Naveen Andrews.
Y el vagabundo está encarnado por el estupendo actor Willem Dafoe, que está fabuloso en su rol vengativo y posteriormente redentor de David Caravaggio.
Ellos conforman el presente del paciente inglés, y su peripecia vital, en lugar de entorpecer sus viajes al pasado, los enriquecen todavía más, como un tema musical de apoyo, sin el cual el tema principal no alcanzaría tanta verdad y belleza.
Este film bello, tanto en lo visual, como en la historia que narra, que cuenta con un buen reparto encabezado por Fiennes, Scott Thomas y Juliette Binoche (que ganó un merecido Oscar como actriz secundaria) y con destacables secundarios como Willem Dafoe, Naveen Andrews o Colin Firth, puede ser tachada por algunos como demasiado sentimental, o englobada en esa lamentable categoría de “cine para mujeres”, pero más bien es una obra dirigida a los que no tienen miedo a sentir, a padecer a través de la torturada existencia de los personajes, a agitarse con una caricia en el cuello, a asombrarse por la belleza artística, a alterarse por un encuentro demasiado tardío, a sobrecogerse por la necesidad de olvidar para siempre.
Tanto el presente como el pasado está inundado de una inasible melancolía, de un sentimiento de pérdida inminente casi angustioso, pues ante todo es un film sobre la soledad, y sobre la dignidad y la fortaleza de esa soledad, asaltada por unos recuerdos que no se eligen, pero que son lo único que queda.
The English Patient nos recuerda la crueldad y la violencia del amor, al mismo tiempo que el estado de gracia que produce.
El final del film posee esperanza al tener a Hana como protagonista subida en un coche y dejando atrás el monasterio, símbolo del pasado, mirando hacia delante con la esperanza de un mañana mejor, en que el brille mas el sol.
“El Bósforo de Almásy"
Música ESPECTACULAR!!!!!
Yared mezcla cuatro estilos aparente irreconciliables, que son los vértices sobre los que gira la historia.
A saber, la canción húngara "Szerelem, Szerelem" que habla de los orígenes húngaros del paciente, el aria de las "Variaciones Goldberg" de Bach que toca la enfermera en el piano del monasterio porque es la “pieza que más le conmueve en el mundo”, la música de jazz propia de la época de la Guerra representada por "Cheek to cheek", "One o'clock jump" o "Where or when" y finalmente el leitmotiv creado por Gabriel Yared, que confiere además unidad al conjunto combinando un estilo oriental, propio del norte de África, y un estilo más napolitano, característico de Italia.
Lo dicho, una maravilla.
La música de Gabriel Yared es una delicia, intimista, bella, capaz de hacernos emocionar con escenas como el final, en que Almásy lleva a Katherine a la cueva de los nadadores, y esta le revela sus sentimiento desde el primer momento en que lo vio.
En The English Patient hay cuatro pacientes, como cité anteriormente, cuatro convalecientes con heridas de guerra.
El Conde (Ralph Fiennes) ocupa el lugar central como catalizador de emociones para el resto.
Un ser desubicado, un ciudadano del mundo, un cartógrafo de la Real Sociedad Geográfica al servicio indirecto de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Un tipo solitario, sin ideales, a la búsqueda de algo impreciso, según se define el mismo.
Una búsqueda que le lleva a conocer la pasión y el amor.
Para este personaje, Gabriel Yared asocia un tema tradicional húngaro (ascendencia real de Almásy) “Szerelem, szerelem”, con sonoridades arábigas.
Bajo la sugerente voz de Márta Sebestyén, el tema es expuesto inicialmente en “The English Patient” dando paso a una enigmática y elegante melodía (desarrollada en “Herodotus”, en referencia al libro de Herodotus, como único recuerdo de la amada perdida), básica en el resto del score y siempre, a partir de entonces, asociada a los amantes, puesto que la vida de Almásy no va a ser la misma desde su encuentro con Katherine Clifton.
Es curioso que Minghella en casi todos los flashbacks de la película, los inicie y finaliza con música, ya sea del propio Yared, o de canciones que siempre pueblan su universo fílmico.
Katherine (Kristin Scott Thomas) no es más que una visión idealizada en la mente del Conde Almásy.
Katherine vive en sus recuerdos.
Es lógico que Yared, acuda al tema del conde, estilizándolo y añadiéndole una melodía hiperromantizada, que se convierte con derecho propio en el tema de referencia del film, su composición más famosa y recordada.
Un bellísimo tema donde las cuerdas, con arrebatadora fuerza, subraya la apasionada historia de amor trágico que lleva a Almásy al borde de la muerte.
Surge por primera vez al final del corte “The English Patient”, y es desarrollado con diversas variaciones a lo largo del score.
En “What Else Do You Love?” al piano, convirtiéndolo en pasional y romántico en “I´ll Be Back”, dejando su mejor versión con amenazadoras notas tensas en su inicio pero al final con rendición orquestal en “Swoon, I´ll Catch You”.
Una breve referencia a este espléndido tema encontramos en “Rupert Bear”, otro de los momentos más interesantes de la partitura, donde una nueva melodía enérgica y de perturbadora belleza, acompaña la danza de dos aviones que sobrevuelan el desierto africano, mientras las miradas de Almásy y Clifton coinciden en un instante.
En “The Cave of Swimmers”, somos testigos finalmente de una versión triste y trágica del tema, en la dramática escena de la muerte de Katherine y la desesperación de László, que sostiene a su amada, sin un hálito de vida, entre sus brazos.
Caravaggio (Willem Dafoe) es un personaje atormentado.
Su dura experiencia ha llevado a exacerbar su odio hacia Almásy, al que considera culpable de sus penurias.
Drogadicto y desesperado, es el responsable directo que provoca y obliga al conde a recordar su pesadilla.
Es curioso que este único personaje apegado a la realidad, sea desarrollado musicalmente por Yared de manera limitadísima, primero en la escena comentada donde utiliza una variación del enigmático tema de Almásy, con lo que asocia la presencia de Caravaggio irremediablemente, y de manera obsesiva al conde, y en “Black Nights”, donde el uso del piano lo acerca al tema de Hanna (Juliette Binoche), la enfermera que trata a su paciente como medio para encontrar cura a su propio corazón.
Y es que Caravaggio ejerce papel de cronista, es el que saca a flote la verdadera historia de los amantes, siendo utilizado por Yared como introductor de las melodías diegéticas del film, cuando el espía las reproduce en un oxidado gramófono.
Viejos temas, que especialmente en el caso de “Cheek to Cheek” de Berlin juegan un papel importante en la narración, funcionando como música incidental, asociando primero la versión cantada por Fred Astaire, a los celos del marido de Katherine, y la de Ella Fitzgerald al fin de la guerra, crónicas de acontecimientos irreversibles.
Hanna emerge en la historia como enfermera al cuidado primero del Conde Almásy y más adelante de Caravaggio.
Piensa de sí misma que su destino está marcado por la pérdida de los seres queridos y debido a esa obsesión, intenta por todos los medios impedir la muerte del conde.
Al mismo tiempo, descubre de nuevo el amor junto a un teniente sij (Kip).
Paradójicamente las heridas se cierran a través de la muerte de Almásy.
Hanna renuncia al amor por Kip y descubre que es dueña de su propio destino, mientras Caravaggio cree haber dejado atrás los sentimientos de odio y venganza.
La muerte como redención, incluso para el conde, que ve en ella la única salida a su errante paseo por la vida y la muerte, como reencuentro con su amada.
Yared asocia para Hanna el “Aria de las Variaciones Goldberg” de Bach, que ella se encarga de interpretar en la escena arriba reseñada.
Esta elección se sustenta esencialmente, en que para Minghella es su pieza de música favorita.
Aún así, el compositor de “Camille Claudel”, la utiliza de base para crear un tema propio para Hanna donde la presencia del piano constituye su forma de acercamiento al personaje.
Un personaje que ha optado por una soledad voluntaria, y que Yared describe a la perfección.
Esta melodía es utilizada para solo de piano en “Convento di Sant´Anna”, acompañado de cuerda en “Kip's Light” y en versión para violín y chelo en “Ask Your Saint Who He´s Killed”.
Para la famosa escena de la Binoche colgada con una bengala en la mano descubriendo los frescos del convento, el maestro adorna la melodía con el uso de mandolinas y con ligero estilo barroco (“I´ll Always Go Back to That Church”).
Por último destacar el corte “Read Me to Sleep”, donde sirve de prólogo para la muerte de Almásy, mientras Hanna lee el libro de Herodotus, como fiel ejemplo de la redención a través de la muerte.
Por fin Hanna es consciente que la muerte puede ser una salida más que no implica pérdida sino descanso.
The English Patient fue la película más ganadora en la gala de los Premios Óscar de 1996, con un total 9 estatuillas de 12 candidaturas.
Mejor película, director, actriz secundaria (Juliette Binoche), fotografía, dirección artística, vestuario, sonido (Walter Murch, Mark Berger, David Parker, Chris Newman), montaje y banda sonora dramática para Gabriel Yared (EXQUISITA!); con nominaciones al mejor actor (Ralph Fiennes), actriz (Kristin Scott Thomas) y guión adaptado.
Ese año compitió contra Fargo, Jerry Maguire, Shine y Secrets & Lies.
La Academia deja por fuera de esa nominación a grandes films como: Evita, Sling Blade, Kolja, The Mirror Has Two Faces, Ghosts Of Mississippi, The People Vs. Larry Flynt y Trainspotting .
“La mitad de los días no soporto no poder tocarte.
El resto del tiempo tengo la sensación de que no me importaría no volver a verte.
No es cosa de moralidad, si no de capacidad de resistencia.”
Es incomprensible para mí, que a alguien no le motive The English Patient, o es la frialdad personificada, o su racionalidad en test de personalidad es de un 99%, por lo cual debe de estar cerca de ser un humano con sentimientos robotizados ¿?
La vida nos pide siempre que seamos racionales, en nuestras profesiones, en nuestras decisiones y en nuestras actitudes.
Y así debe ser para que nuestra vida tenga algún orden y estabilidad.
Ahora bien, lo más mágico, gratificante y también destructivo de nuestra personalidad es esa emotividad y visceralidad profunda que nos convierte en seres capaces de amar, con más intensidad y sufrimientos que otros seres vivos.
The English Patient contiene en grado sumo esa característica del ser humano, desborda todo lo que pasaría si se vive la vida de forma emocional al 100% en medio de una situación desgarrada como es una guerra (podría ser cualquiera pero es la Segunda Guerra Mundial para juntar un diferente abanico de nacionalidades).
The English Patient es un caleidoscopio de sentimientos de todas las clases (la gente que habla únicamente de amor lo simplifica todo) en todas sus facetas, en todas sus amalgamas, los sentimientos se apoderan de unos personajes que intentan ser fríos, inmunes o resistentes y los derrumban, los devastan, los llevan al éxtasis, en definitiva a la vida con mayúsculas con un escenario que los hace sucumbir, y les pasa factura, pero sin renunciar jamás a vivir la vida de forma límite.
Donde debería existir amor, apenas hay otra cosa que egoísmo.
Se puede entender que Almásy se enamore de una mujer casada, pero la ausencia de principios al enfocar la atracción, la disposición a sacrificar todo -la lealtad a la patria, la amistad, la propia vida mediante el suicidio o la eutanasia- en aras a ese supuesto amor, lastran al film privándolo de su teórica razón de ser: mostrar un amor que va más allá de la muerte.
En esta película es más importante lo que no se dice con palabras....y son tantas cosas!!!!
Y esas dunas, esas notas, esas palabras, esos olores, los poros de su piel, el cristal de sus ojos, y la grandeza de sus emociones calan en mí como una experiencia vital, como algo que no olvidaré, como un hecho esencial como persona y como amante del cine.
The English Patient nos recuerda al David Lean de “Lawrence Of Arabia”, o al Sydney Pollack de “Out Of Africa” (cómo olvidar el vuelo sobre las dunas del desierto, trasunto del vuelo de Karen Blixen y Denys Finch Hatton sobre la sabana africana), definitivamente es una digna sucesora de ese cine entre lo exótico, lo bélico o lo amoroso, que te hipnotiza y te transporta a otra época en que la lucha, la resistencia, la pasión, se escribían con letras mayúsculas.
Este film nos invita a soñar que en el amor no hay fronteras, ni físicas, ni temporales, y que lo importante son las personas, por encima de cualquier idea política o nacionalidad.
Por todo ello este film está dirigido a los que deseen retirar la seca arena del desierto de sus ojos y sustituirla por tibias lágrimas de compasión.
No hay discursos políticos vistos desde un punto de vista racional o reflexivo, todo en la cinta está visto desde un punto de vista emocional y romántico (en el sentido artístico) sin leyes, sin corsés, sin consejos, sin moralejas y sin ideologías reafirmadas.
Es la vida humana, el amor y la guerra, sin más.
Y todo ello dirigido, escrito, fotografiado, musicalizado e interpretado de forma sublime como en un día de gracia divina.
The English Patient no es larga, puesto que nos propone un viaje de pulso lento.
Dejarse embargar por esta cinta nos hace reflexionar sobre nuestra propia capacidad emocional (lo cual te puede pasar con cualquiera de los protagonistas, incluido el marido traicionado) y hasta qué punto te toca la fibra es un diagnóstico de ello.
Debería estar incluida en las listas de indispensables atemporales de cualquier cinematografía.
Con el tiempo podrá alcanzar el lugar que le corresponde.
Minghella filma su mejor película a modo clásico, pero desmiembra el significado de todos los temas que trata y los plasma detalle a detalle.
Su cine se convierte en una experiencia visual, sonora y emocional tan intensa que no te puedes despegar de la experiencia de ver The English Patient.
Cada vez que veo esta película reflexiono:
Sobrevolar las ocres dunas de África a bordo de una avioneta de un conde hacia la cueva de los nadadores, donde el amor nos esperaba:
“Amor mío, nos han abatido cuando tú estabas muerto y yo me muero en vida quemándome”.
“Tengo arena en los ojos, quitármela, quitármela!”
Después de contemplar esta historia en todo su esplendor solo me queda abrir la nevera, degustar dos cucharadas de leche condensada, buscar un dedal para mi amor y hacerme dueño de ese hueco que tiene debajo del cuello y decirle:
Tengo lágrimas en los ojos, quítamelas, quítamelas!.

“Amor mío, te sigo esperando, cuánto dura un día en la oscuridad.
El fuego se ha apagado.
Empiezo a sentir un frío espantoso, debería arrastrarme al exterior pero entonces me abrasaría el Sol.
Temo malgastar la luz mirando las pinturas y escribiendo estas palabras.
Morimos, morimos, morimos ricos en amantes, y tribus y sabores que degustamos en cuerpos en los que nos sumergimos como si nadáramos en un río, miedos en los que nos escondimos como esta triste gruta.
Quiero todas esas marcas en mi cuerpo, nosotros somos los países auténticos, no las fronteras trazadas en los mapas con nombres de hombres poderosos.
Sé que vendrás y me llevarás al palacio de los vientos.
Sólo eso he deseado, recorrer un lugar como ese contigo, con nuestros amigos, una tierra sin mapas…
La lámpara se ha apagado... y estoy escribiendo a oscuras...”

Termino diciendo, ya puedo morir en paz, he conocido lo que es… el verdadero amor!

“Siempre te he querido”


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