Hamlet

"To be or not to be.
That is the question."

Hamlet podría llamarse “Melancolía”, como el grabado de Durero.
Nunca la ironía del “teatro dentro del teatro” ha sido más cinematográfica.
Hamlet recreaba de manera genial la más emblemática tragedia de Shakespeare.
Una de las mejores adaptaciones de la pieza teatral, en la que Hamlet, el príncipe de Dinamarca, se enfrenta a una profunda crisis espiritual, familiar y moral.
Según Laurence Olivier, artífice de esta celebérrima adaptación, el vengativo príncipe Hamlet es el máximo culpable de su propia tragedia.
Es él quien, abrumado por la responsabilidad de impartir una justicia que le atañe íntimamente, desencadena la serie de eventos que, signados por una sempiterna morosidad, marcarán a su vez el desenlace previsiblemente sangriento y desesperadamente parcial, enteramente absurdo, que remata la emblemática pieza del más grande escritor de la historia.
El defecto único, empero decisivo, de esta noble alma que para reclamar sus derechos aristocráticos no habría tenido que nacer en el seno de tan gélida monarquía, es de una penosa inoportunidad, considerada la singular circunstancia, preñada de puntual pesar, que lo identifica.
El fantasma de su padre le ha confiado la verdad acerca de su deceso y el nombre execrable de su homicida.
La resolución de quien sin ninguna “'duda” satisfará tal empresa es, no obstante, inmediatamente oscura, contradictoria, inútil.
Como el mismo Hamlet declara en cierto momento:
“Su delirio es su enemigo”.
La muerte, inescrutable e inmarcesible misterio, envuelve cada elemento de la puesta en escena con el manto benigno de una amenaza perpleja.
Dudas existenciales aparte, la nocturnidad brumosa de este Elsinore de celuloide sería suficiente motivo para disuadir a cualquiera que no fuese Hamlet de sus vanos propósitos.
Suntuosa y omnisciente, la cámara registra el declive progresivo de una sociedad gobernada por los vicios irresistibles del poder.
Convenientemente ambiguo, Olivier interpreta al príncipe Hamlet como a un actor que, pese a ser capaz de teorizar acerca del arte dramático, no puede escapar a la fatalidad que su tormentosa disyuntiva ha fecundado.
El cine, en sus orígenes, necesitaba de argumentos ya conocidos por el público, lo que dio lugar a diversos Hamlets mudos; hoy, paradójicamente, las adaptaciones de las obras de Shakespeare se convierten a menudo en un esfuerzo por esclarecer un texto que es un gran desconocido y que, para su mayor excelencia artística, debería quizá permanecer en el terreno de lo ambiguo.
Y es que, si “Hamlet” de Laurence Olivier puede parecer hoy obsoleto, es debido, en parte, a la actual manía de revisar los clásicos por encima, para dar de ellos una visión simplificadora o pedagógica, en lugar de dejarlos en su inherente y sustanciosa ambigüedad, que requiere de un espectador activo, que aprecie su rica intertextualidad; no en vano estamos en la era de la fusión de las artes, desde hace más de un siglo.
Pero es difícil, o casi imposible, que el espectador que no se ha adentrado previamente por los vericuetos del clásico, perciba y aprecie en su justa dimensión los entresijos de personajes complejos donde los haya.
A esa carencia se debe quizá la acusación de "lentitud" que se suele lanzar sobre este tipo de adaptaciones y que, por desgracia, pone hoy en fuga a un gran sector del público.
Para los que hemos leído el capolavoro de Shakespeare, Hamlet, en la creación de Laurence Olivier, ha tomado en cuenta esta necesidad de ser fiel a la obra en cuanto a la acción y su expresión verbal, y sin embargo el cineasta y actor hizo cambios de importancia al texto literario.
Para aislar Elsinore del mundo, el director prescindió de los tres personajes más asociados con el exterior del reino en la obra.
Hace desaparecer a Fortimbrás y, por lo tanto, toda la trama política que va asociada con él, y también elimina a dos personajes tan significativos como Rosencrantz y Guildenstern.
La trama política es totalmente secundaria o casi inexistente.
No hay relación con el mundo exterior.
La historia está más cercana al drama psicológico y se centra básicamente en la relación entre Hamlet, su amada Ophelia, su madre Gertrude y su tío - padrastro, Claudius.
El protagonista principal está atormentado por esa vida ideal, mezcla de realidad y sueño, eso que todo ser humano siente bullir en su espíritu.
Se cruzan en los pensamientos del Príncipe el sufrimiento y la ansiedad, cubiertos con una capa de quimera, y es a través de ese velo de ensueño por donde siente y comprende, sabe y duda, llora o se burla.
Un estado psicológico de perturbación alternado con alguna certidumbre adquirida de la confesión recibida por el fantasma de su padre, el Rey asesinado por su tío Claudius, usurpador del trono y del lecho de la reina, madre de Hamlet.
Hamlet es una película británica de 1948, escrita, producida, actuada y dirigida por, el artista de artistas, Laurence Olivier para Two Cities Film.
Está protagonizada por Laurence Olivier, Jean Simmons, Eileen Herlie, Basil Sydney, Peter Cushing, Felix Aylmer, Stanley Holloway, Esmond Knight, Anthony Quayle, Terence Morgan, Christopher Lee y Desmond Llewelyn.
El guión está adaptado de la obra homónima de William Shakespeare.
Música a cargo de William Walton
En su transposición fílmica del texto, Olivier ha optado por una oscuridad y unos decorados que reproducen el laberinto emocional del protagonista.
Los planteamientos clásicos no excluyen alguna innovación, como el movimiento de rotación que se imprime a la cámara en el clímax dramático de la acusación al rey por medio de la obra de teatro.
La lóbrega escalera de caracol con que arranca y se cierra la cinta, y que es la que se abre a las distintas salas o espacios del castillo, conduciendo al protagonista a las escenas clave de su existencia, es también simbólica del retorcido conflicto edípico de Hamlet, del reprimido deseo sexual hacia su madre, convertido en amenazadora realidad por su padrastro.
Los planos del mar embravecido subrayan su gran turbación interior.
Por su parte, Shakespeare nos expone no el origen –que, se insinúa– sino la agudización de los conflictos psicológicos del personaje como consecuencia de la misión que se le impone.
Los acontecimientos amenazan con hacer consciente su deseo oculto, atenúan la resistencia del personaje (como la del espectador), de un modo que rarísimas veces se puede ver en el cine.
Esto lo acentúa acertadamente Olivier mediante estudiados contrastes en la iluminación, rodeando sutilmente al protagonista de una aureola luminosa, que simboliza la lucidez de su locura.
Los lóbregos recovecos del castillo constituyen otros medios que emplea el director para conectar la acción con el abismo interior del protagonista, cuya indecisión y cobardía le incapacitan para tomar las riendas de su destino, y haciéndole pensar en el suicidio.
Laurence Olivier representa con altura ese estado sombrío del personaje.
Cuando un gran actor representa obras de Shakespeare, su individualidad se convierte en parte esencial de la interpretación.
Me atrevo a decir que el Hamlet de Shakespeare no existe como hombre de carne y sangre.
Si el Príncipe de Dinamarca tiene el carácter de una obra de arte, es porque posee también los rasgos del actor que le da vida.
Laurence Olivier ha logrado crear un personaje con sus atributos de artista de la actuación y gran director.
Obtuvo 7 nominaciones a los Oscar, ganando 4 Premios de la Academia: Mejor Película, Mejor Actor Protagonista, Mejor Dirección Artística y Mejor Maquillaje; y nominada a otros 3 incluyendo Mejor Director, Mejor Actriz de Reparto para Jean Simmons y Mejor Banda Sonora.
Sus fuertes competidoras fueron The Treasure Of The Sierra Madre y Johnny Belinda.
Olivier hace que esta película sea indispensable para cualquier amante del cine y del teatro.

"There are more things in heaven and earth, Horatio.
Than are dreamt of in your philosophy."


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