A Man For All Seasons

“I am commanded by the king to be brief, and since I am the king's obedient subject, brief I will be.
I die His Majesty's good servant, but God's first”

A Man For All Seasons quizás resulte hoy día difícil de entender, ya que para poder comprender la negación de The Right Honourable Sir Thomas More (Londres, 7 de febrero de 1478 – Londres, 6 de julio de 1535), debemos contextualizarnos en la normativa eclesial y política de la época.
Thomas More fue canciller del reino de Inglaterra, sucesor del Arzobispo Wolsey y amigo personal de Henry VIII.
En otros tiempos, el monarca, aficionado a las letras sagradas, había escrito un ensayo teológico que le valió el título pontificio de "Defensor de la Fe".
La pluma de More, un burgués acomodado, intelectual brillante, abogado y juez, diplomático y literato, respetado en toda Europa como la cabeza más brillante de Inglaterra en su tiempo, contribuyó en mucho a la redacción del opúsculo que tan grande honor consiguió para Henry.
Estamos en la época de la rebelión luterana, que todavía no se ha manifestado en toda su extrema peligrosidad pero ya produce polémicas de las que More es frecuentemente árbitro, calificado en letras humanas y divinas.
Su hija Meg es pretendida por Robert Rope, un fogoso partidario de Lutero, a quien More recibe en su casa amistosamente, con quien discute sobre el tema y a quien prohíbe toda pretensión de ingresar en la familia a menos que abjure de sus posiciones heréticas.
El Cardenal Wolsey, (frecuentemente el cargo de Canciller era ocupado por un eclesiástico dada la poca afición de la nobleza por las letras) ya sobre los años finales de su poder, enfrenta la "necesidad política" de conseguir una nulidad matrimonial para el rey, que quiere casarse con su favorita, Ana Bolena y repudiar a su legítima esposa, la reina Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.
No lo logra.
El Papa está firme: el matrimonio es válido.
Wolsey pide a More que use las triquiñuelas leguleyas y teológicas para convencer a Roma, lo amenaza con la desgracia y lo tienta con el poder.
More se niega con respuestas brillantes.
Nunca tan cierto que lo cortés no quita lo valiente.
Wolsey cae en desgracia y el cargo queda oscilando entre Thomas Cromwell, un burócrata carrerista inescrupuloso y Thomas More.
More lo acepta como una penitencia, para impedir la influencia de su competidor, que arrastraría al rey a cualquier cosa con tal de ganarse su favor.
Pero el rey ha defraudado las expectativas de su juventud volviéndose un hombre veleidoso, arrogante y cruel.
Amado todavía, sin embargo, por el pueblo que lo llama “Good King Harry”.
Cuando el Parlamento aprueba las leyes que dan por válido el nuevo matrimonio del rey, y aceptan su descendencia como legítima… cuando el rey se proclama cabeza de la Iglesia, desconociendo la autoridad de Roma, More renuncia al cargo y queda a merced del cambiante humor de Henry.
Se niega a prestar aceptación bajo juramento sin dar la razón.
Su silencio es su única defensa.
El rey lo quiere, le ofrece restituirle su posición y compensarlo generosamente.
Solo necesita su aval moral, necesita que More justifique el adulterio, el cisma, la incautación de los bienes de la Iglesia, la muerte de muchos sacerdotes que permanecieron fieles.
More mantiene el silencio.
Finalmente, preso, despojado de sus bienes, con su familia en el exilio, More es condenado por medio de un falso testigo, antiguo protegido de su casa, Richard Rich, que hace la veces de Judas.
Con la certeza de su muerte, More, que ha escrito y meditado largamente sobre la Pasión de Cristo, la obediencia a Dios y a los hombres, que ha sufrido la angustia de ver a su familia en peligro, asechada, en la miseria, cuando una sola palabra suya le devolvería a todos su bienestar material y su honra humana; decide que es el momento de cambiar su testimonio silente por la acusación de viva voz.
Jamás niega al rey nada de lo que le es debido, pero lo acusa de tomar aquello que no le pertenece, injuriando a la Iglesia y llevando a su nación a la ruina espiritual.
Después de su alegato se fija la hora de su muerte.
Una muerte feliz para él, horrorosa para Europa y trágica para Henry, que terminaría convertido en un obeso sifilítico, cruel y desalmado, repudiando y asesinando a varias mujeres más, y temido por el pueblo que antes lo amaba.
Hasta sus últimos instantes, More mantuvo su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte.
Mientras subía al cadalso le dijo al verdugo que si le podía ayudar a subir porque para bajar ya sabría valérselas él mismo.
Luego, al arrodillarse dijo:
«Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla.
Permítame que la aparte».
Finalmente, dirigiéndose a los presentes dijo:
“Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios”.
Otros dirigentes europeos como el Papa o el rey Carlos I de España y V de Alemania, quien veía en él al mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida, y se la conmutara por cadena perpetua o destierro, pero no sirvió de nada y fue decapitado una semana después, el 6 de julio de 1535.
Thomas More fue ante todo un intelectual, no un profesional de las letras o de la ciencia, que es lo que son hoy la mayoría de los que se llaman así; el intelectual está definido por una manera de ser, no sólo por una manera de saber o de enseñar o de escribir o de exhibirse; y en esa manera entran dos notas estrechamente conexas: la claridad y la impavidez.
Estrechamente conexas, he dicho, hasta el punto de que no son distintas: la una viene de la otra; el intelectual es impávido –y rara vez agresivo- porque ve las cosas claras, porque ve que ‘son así’; ‘y si son así –viene decirse:
¿Qué le vamos a hacer?’
Y, a la inversa, ve las cosas claras porque no se deja llevar por la conveniencia, el favor, la moda, el temor; porque es impávido.
Dicho en otras palabras, porque no vive sólo de la inteligencia, paradójicamente, esto es lo que diferencia al intelectual de su simulador, sino de la instalación en la realidad, de la complacencia, de la compasión, del amor.
Una vez más, se trata de la entereza, de la condición de hombre entero.
Estamos ante un cine de tesis e ideas, cuya vigencia se mantiene intemporal, porque ayer como hoy, sigue habiendo reyes o gobernadores que esperan el sometimiento y el aplauso fácil de sus súbditos o conciudadanos a sus ocurrencias y actuar al margen del imperio de la ley.
De A Man For All Seasons surge bien en claro la tácita oposición a la autoridad por contraponerse a los principios, y la valentía de no claudicar en sus ideales: "Individuo Vs. Sistema".
“Death comes for us all, My Lord... even for kings”
A Man For All Seasons es una película de 1966, dirigida por Fred Zinnemann para Columbia Pictures; que narra los últimos años en la vida del hombre de leyes, estadista, escritor, humanista, traductor y filósofo Thomas More, padre, junto a Maquiavelo y otros, del pensamiento político moderno gracias a su libro "Utopía".
A Man For All Seasons está basado en una obra de teatro de Robert Bolt, guionista también de la película.
La música a cargo de Georges Delerue
Thomas More causó furor al negarse a reconocer, a pesar de su fidelidad al rey Henry VIII, la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón (quien solo le había dado una hija sana) para que éste pudiera casarse con la hermosa Ana Bolena, hecho que acabaría provocando la ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Inglaterra en 1534.
La gran riqueza de los diálogos, que revela el origen teatral del guión, pero a la vez quita cierta movilidad propia del "cine" se compensa con escenas de menor entidad argumental, pero adornadas de una magnífica fotografía.
Los escenarios naturales aportan enormemente en este sentido.
Bold sintetiza el conflicto que estalla entre el deber religioso y la autoridad, cuando la autoridad vuelca su peso contra quienes quieren permanecer fieles al deber religioso.
Santo Thomas More gana la palma del martirio por la fidelidad a su deber para con Dios, acatando la autoridad, en tanto legítima y negándose a obedecer, sin hacerle afrenta, en aquello que ilegítimamente se le ordenaba.
Si bien la religión permaneció como el centro de la vida de Sir Thomas More, desde su formación eclesiástica, sus numerosas aportaciones personales al pensamiento religioso, y, más ampliamente, ético, son muy cercanas a las inquietudes de nuestro tiempo, y A Man For All Seasons hubiera sido más interesante si se hubiera hecho eco de ellas.
Su utopía de un mundo justo, donde los seres humanos pudieran defender sus opiniones y mantener su integridad, contemplaba favorablemente la pluralidad religiosa y la eutanasia; su idea de que el divorcio era posible sólo en caso de mutuo acuerdo, y no por razones que fueran en perjuicio de los derechos de la mujer (por ejemplo, la esterilidad que alegaba Henry VIII) es en último extremo, lo que le lleva a la muerte.
Es una lástima que no incida más la cinta en el pensamiento de More, en la importancia que otorgaba a la razón y a la dignidad humana, o en sus relaciones con Erasmo.
Sin embargo, en todos sus enfrentamientos verbales está implícita la fuerza del diálogo como instrumento de defensa y de lucha ideológica; pese a todo, su deseo de mitigar los males de la sociedad, no tendrá por respuesta sino el silencio, la cerrazón y la muerte, como aún ocurre en nuestros días.
Sin embargo, por encima del relato de la tensión imposible entre la fidelidad a la Corona y las convicciones de la Fe (o dicho de otro modo, entre el pragmatismo político y la moral católica), solo queda la caracterización de More como erudito y gran conocedor del Derecho, ello concretado en sus diversas reflexiones sobre la distancia que a menudo existe entre la Ley Natural y la Ley Positivizada, y la imposibilidad de la segunda (las leyes creadas por los hombres) para alcanzar la Verdad inherente a la primera: es difícil exponer, y A Man For All Seasons lo hace con suma precisión, el sentido del silencio como (último) reducto de salvación de More.
No olvidemos que, a pesar de que son evidentes sus convicciones contrarias a las normas promulgadas por el Rey, sus perseguidores tienen que recurrir al perjurio para lograr la condena que tanto han buscado, pues ese silencio, si bien lo había aniquilado de la vida civil y social, no alcanzaba a la prueba que requiere el “due process in law”.
Al igual que el protagonista del film, mantiene constante el completo metraje la dualidad entre lo terrenal y lo espiritual, Zinnemann guarda un espacio para retratar esa espiritualidad (recurriendo a lo telúrico, a la belleza que habita en los paisajes, en las aves que sobrevuelan la campiña, en los amaneceres o crepúsculos, en los cambios de estación… muchos planos en los que no cuesta ver la simbología de lo que se impone por encima de los avatares y miserias de los hombres, lo que no se puede macular, el equilibrio de la naturaleza), y otro espacio a las tesis objetivas, a leer en clave de injusticia y depredación política que definieron aquel momento y aquel lugar: baste consignar el brusco fundido en negro que termina el plano que muestra el hacha descendiendo sobre el penado, y ese epílogo en el que se refiere el lúgubre desenlace del resto de personajes implicados en la trama, mientras las imágenes se posan sobre diversas gárgolas y estatuas de piedra, que al ser plasmados bajo esa lóbrega luz, subrayan a la perfección la tesis histórica subyacente.
A Man For All Seasons se rodó íntegramente en escenarios naturales e históricos de Gran Bretaña y fue un éxito de público en un tiempo en el que objeción de conciencia cobraba una enorme vigencia entre los jóvenes norteamericanos que se negaban a servir como máquinas de matar en el Vietnam.
A Man For All Seasons, fue ganadora de 6 Oscars en 1966, a la mejor Película, mejor director (Fred Zinnemann), mejor actor principal (Paul Scofield), guión adaptado, fotografía y vestuario.
Perdiendo los rubros de actor y actriz de reparto (Robert Shaw y Wendy Hiller respectivamente)
Su más fuerte competidora, la ENORME y monstruosa Who's Afraid of Virginia Woolf?, con el matrimonio Taylor Burton y deja por fuera al premio de mejor película a Un Homme Et Une Femme, Born Free, A Funny Thing Happened On The Way To The Forum y Giulietta Degli Spiriti de Federico Fellini.
El hecho de que nuestro tiempo sea más bien la vía media la que prima, el adaptarse a las circunstancias, hace difícil de entender el mensaje del film, pues su carga religiosa ha quedado hoy obsoleta, hasta el punto de no entenderse la tolerancia que lleva oculta o lleva implícita la actitud del protagonista, y que corre el riesgo de interpretarse como simple tozudez católica que su canonización ha favorecido.
Se ha querido ver en A Man For All Seasons el testimonio de la conciencia individual frente a al despotismo del Estado totalitario.
More plantea en su muy particular modo de abogado y polemista, una defensa de su vida que no compromete su consciencia de católico fiel porque no desea romper con el rey, sino tener la oportunidad de servirlo.
Porque no se siente llamado al martirio, que no busca, pero que Dios le ofrece con mayor claridad día a día, a lo largo de su penosa estancia en la Torre de Londres.
Allí, privado de libros y al final ya sin instrumentos de escritura solo le queda meditar y repasar en su memoria todos los fundamentos de su negativa de obedecer al rey, su soberano legítimo, en estos puntos concretos en los que se descamina porque otro Soberano que está por encima de su rey le pide una obediencia absoluta a mandatos perfectos.
"Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres".
Lamentablemente el clero inglés defeccionó en masa y la Isla de los Santos se convirtió en el Imperio Británico.
¿Qué hubiese pasado si toda la Jerarquía, empezando por Wolsey en su tiempo, hubiese servido a su reino sin mengua del servicio debido al Rey de los Cielos?
El valor de Thomas More, tan bondadoso, tan apacible, tan agudo e ingenioso, tan tierno con su hija, se llamaría mejor, con una admirable palabra española ‘entereza’; y le viene a su condición de ‘hombre entero’ –lo que refleja el título inglés: A Man For All Seasons.
El tema es continuo siendo actual, la objeción de conciencia, la corrupción del poder autoritario que quiere convertirse en totalitario, invadir la esfera más íntima de la persona.
En tiempos en que se cuestiona la "obediencia" -por buenas y por malas razones- A Man For All Seasons nos ayuda a entender, bajo esta óptica, el sentido y los límites de la autoridad.
La defensa de la verdad hasta las últimas consecuencias.

“Listen, Meg, God made the angels to show Him splendor, as He made animals for innocence and plants for their simplicity.
But Man He made to serve Him wittily, in the tangle of his mind.
If He suffers us to come to such a case that there is no escaping, then we may stand to our tackle as best we can, and, yes, Meg, then we can clamor like champions, if we have the spittle for it.
But it's God's part, not our own, to bring ourselves to such a pass.
Our natural business lies in escaping.
If I can take the oath, I will”.


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