The Lost Weekend

"Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite".

Una inolvidable mirada al lado más tormentoso de la vida.
El drama de un alcohólico es contado con rigor y con toda la fidelidad necesaria para acrisolar el largo y doloroso proceso que padece todo aquel que cae en las garras de la adicción.
No es un filme para divertirse, pero su historia quizás nos vuelva un poco más sensibles pues, sin duda, nos acercará a la comprensión del intenso drama que padecen millones de seres humanos en todo el mundo.
Un alcohólico no es un degenerado, es un enfermo que no ha conseguido cargar con su impotencia, sus frustraciones o sus fracasos.
Es un ser que se siente culpable por algo que hizo, o por algo que no hizo, y busca huir de esa pesarosa realidad que lo asedia día y noche.
Es un hombre impotente frente a la vida, que ansía una salida, pero al no hallarla, se refugia en las fantasías y el embotamiento que produce la bebida.
Porque las apariencias engañan, pero por mucho que presumamos de ser el sexo fuerte, los hombres somos más vulnerables que las mujeres, primero por prepotencia, pues esta nos aleja de buscar ayuda y nos hace creer que, solos, podemos resolverlo todo… y es así como nos asfixiamos.
Segundo, por presunción de valentía, la cual nos lleva a asumir toda clase de acciones y profesiones de alto riesgo… y así aportamos el mayor número de cadáveres y el 95% de los internos en las cárceles de todo el mundo.
Y tercero, nos tensionamos y nos sentimos derrotados con suma facilidad, y esto nos hace, tres veces, más predispuestos que las mujeres a abusar del alcohol, pues siempre nos han dicho que “el licor es para hombres”.
En The Lost Weekend el alcoholismo es producto del fracaso, la dificultad para aceptar los errores, impotencia, es beber para olvidar lo que no queremos recordar.
La lucha contra las adiciones es muy dura y pocas veces termina como en The Lost Weekend.
Cabe reconocer que al pasar los años The Lost Weekend no ha perdido valor a diferencia de otras que son devaluadas por el solo hecho del avance de la tecnología.
Billy Wilder ofrece aquí, desde el mismo prisma (esta vez un escritor del montón de la ciudad de Nueva York), un drama urbano, duro, contundente, difícil, doloroso, crudo, con la adicción al alcohol como tema y también como pretexto para, con la agudeza de siempre pero con el rictus más serio que nunca, realizar un retrato incómodo, áspero, desencantado, de una sociedad difícil en la que la indiferencia, la soledad y la ingratitud tejen una red en la que tememos ser atrapados, que nos amenaza, y en contra de la cual hay quien no tiene más remedio que buscar ayuda en elementos externos que le permitan disfrazar una realidad triste, agobiante, excesiva e implacable.
Todo comenzó en Chicago, donde Billy Wilder tenía que efectuar un transbordo de trenes.
Para pasar el rato compró una novela, escrita por un tal Charles R. Jackson, que seguía los desmanes de un alcohólico durante cinco tortuosos días.
La novela era “The Lost Weekend”, y cuando acabó de leerla decidió que ya tenía historia para su próxima cinta.
Billy Wilder y su colaborador de entonces, Charles Brackett, quién ejerció también como productor, trabajaron en un guión que era bastante fiel a la novela.
La historia gira en torno al escritor fracasado Don Birnam, cuya incapacidad para escribir le ha empujado a depender del alcohol.
A pesar de los esfuerzos de su hermano y su novia, Birnam siempre acaba recayendo, y en un sórdido descenso de varios días hasta el “delirium tremens” el escritor toca fondo, en lo que constituye un retrato realista de un alcohólico como no se había visto hasta entonces.
Birnam irá echando abajo, una a una, todas las normas de comportamiento social en busca de una copa más, de un trago más, de un sorbo más, llegando a mentir, traicionar, robar, estafar, todo por atender a ese tirano siempre insatisfecho llamado alcohol.
Billy Wilder, a veces una especie de duende que nos traslada a un mundo de diversión, risas e ingenio, nos sumerge aquí en un infierno de delirios, de alucinaciones, de terror, en la degradación moral y física de un hombre que podía tenerlo todo, y cuyo futuro queda reducido a largas horas de insomnio y síndrome de abstinencia en un oscuro hospital para alcohólicos mantenido por la beneficencia en un barrio deprimido de la ciudad.
Birnam ha tocado fondo, está en las últimas, sólo le queda un último esfuerzo heroico, un clavo ardiendo al que agarrarse como tabla de salvación, o la entrega definitiva, la muerte dulce de reventar bebiendo.
“Una es demasiado y cien no son suficientes”.
The Lost Weekend es una película estadunidense del año 1945.
Dirigida por Billy Wilder para Paramount Pictures, está protagonizada por Ray Milland, Jane Wyman, Philip Terry, Doris Dowling, Frank Faylen, Howard da Silva, Mary Young, Anita Bolster, Lilian Fontaine, Frank Orth, Audrey Young, “la novela inconclusa llamada The Bottle” y “el alcohol”.
Resulta curioso estos dos últimos elementos, debido a que “The Bottle” siempre está presente en todas las oportunidades de dejar la bebida, pero “el alcohol” no lo permite, y hacen de ellos las 2 conciencias que hacen batallar a nuestro protagonista principal.
Para desdicha de los espectadores, “el alcohol” si tiene voz, en la música del afamado compositor Miklós Rózsa que le proporciona protagonismo con los acordes orquestales.
The Lost Weekend está basado en un guión de Charles Brackett y Billy Wilder sobre la novela homónima de Charles R. Jackson.
The Lost Weekend es uno de los alegatos cinematográficos más notables contra el alcoholismo que pertenece a la etapa negra de Billy Wilder ya que, aunque formalmente sea un drama, la película cuenta con estructura y elementos más propios del thriller de serie negra.
The Lost Weekend fue ganadora de 4 premios Oscar, de un total de 7 nominaciones, para Charles Brackett, imprescindible apoyo de Wilder, tándem imbatible y generoso que nos ha regalado magníficas obras, como productor por la Mejor Película; para el propio Wilder como Mejor Director; para ambos por el guión adaptado y para Ray Milland como Mejor Actor Protagonista, además de las nominaciones a la Mejor Fotografía, al Mejor Montaje y a la Mejor Banda Sonora
Sus fuertes competidoras fueron: The Bells of St. Mary's, Mildred Pierce, Spellbound (Hitchcock) y Anchors Aweigh,
También The Lost Weekend obtuvo el premio Palme D’Or en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
The Lost Weekend supone una de las primeras ocasiones en las que el cine norteamericano asume los postulados recién implantados por el neorrealismo italiano y traslada el plató a las mismas calles de la ciudad de Nueva York.
No se reconstruyen exteriores en los grandes estudios mediante decorados; Wilder, gracias a la fotografía de John F. Seitz, retrata una ciudad que es el espejo del asco, la suciedad y la depravación del alma de Birnam.
La ciudad es una caldera en pleno verano, calurosa, sofocante, seca, asfixiante, una jungla sórdida, agotadora, demoledora.
Como complemento, la música de Miklós Rózsa sirve a la perfección al deseo de Wilder de utilizarla como vehículo expresivo del interior de Birnam, alegre, tenebrosa, dramática o tremendamente ilógica, deshilachada, deslavazada, cuando la adicción del protagonista está en pleno estrago en su cerebro y su estómago.
Esto origina que The Lost Weekend tenga un gran realismo.
La escena en la que Don Birnam llega a la planta de alcohólicos del hospital, las escenas en el bar o la secuencia en la que intenta vender la máquina de escribir y va de una casa de empeño a otra.
Destacaría la escena magistral en la que Birnam entra en el bar y pide una copa.
El vaso deja en la barra un círculo mojado.
Después de la tercera copa, el camarero quiere limpiar los círculos:
“No los limpies, Nat” -dice Don Birnam-.
“Déjame mis pequeños círculos viciosos”.
Y empieza a filosofar sobre el círculo, una figura que no tiene final ni principio, como el día de un bebedor, que también se encuentra en un círculo vicioso que no tiene principio ni fin.
Otro aspecto que me resulta muy interesante es cómo refleja la dificultad de dejar el alcohol porque, vaya donde vaya, el protagonista siempre hay algo que le recuerda su dependencia.
Don va a los bares y hay cientos de botellas, los círculos que dejan los vasos, las tiendas donde puede adquirir alcohol de todo tipo, las botellas escondidas…
Hasta The Lost Weekend los borrachos en la pantalla eran siempre figuras cómicas: veían doble, no podían mantener el equilibrio, eran esperados por sus mujeres en casa con el rodillo de amasar en la mano…
Pero Wilder quiso mostrar el alcoholismo como enfermedad.
Esto supuso una revolución en Hollywood y creó dificultades para que los productores aceptaran hacer la película.
La Paramount Pictures, el estudio que producía The Lost Weekend, estuvo a punto de cancelarla ante las presiones que recibía por parte de las grandes compañías productoras de alcohol por la imagen denigratoria que ofrecía de un consumidor habitual, hasta el punto que éstas hicieron una oferta en firme por varios millones de dólares para comprar el negativo y enterrarlo para siempre al fondo de un cajón; por otro lado, los grupos anti alcohol intentaron torpedearla porque la entendían como una forma de publicidad gratuita para un vicio terrible.
El miedo de los productores, de los empresarios y de las víctimas se desvaneció con el triunfo absoluto del film: millones de espectadores en Estados Unidos y 4 premios Oscar de la Academia, dieron la razón una vez más a Billy Wilder y convirtieron esta cinta en un clásico imprescindible que ha servido de fuente irrenunciable a cualquier otra cinta que trate el tema del alcoholismo, aunque no sea en exclusiva.
Para la psicología, The Lost Weekend representa un estudio clínico del estado y del deterioro, una imagen real, de lo que representa la degradación del alcohólico.
Es así como The Lost Weekend supuso por fin el retrato veraz en toda su despiadada crueldad de una adicción tratada desde una perspectiva madura, aguda, inteligente, casi científica o documental, muy lejos del retrato campechano, cómico, bufonesco, simpático, que tenían los “alcohólicos” en la comedia o el western, o la imagen de hombre duro y atormentado que bebía para olvidar del cine negro o de aventuras.
Por eso, por lo imprevisible para aquel entonces que resultaba el hecho de que una cinta lanzara a los ojos del público un drama desnudo, directo y contundente del que cualquiera podía ser testigo apenas escarbara en las cercanías de su propio ecosistema vital, fue por lo que conmocionó a los espectadores de 1945.
Y por eso mismo, porque nada ha cambiado en ese aspecto desde entonces, porque las adicciones y la caída de miles, decenas y cientos de miles de personas en la abundante oferta de ellas de la que “disfrutamos” hoy, es por lo que sigue conmocionando años después, hasta el extremo de hacernos remover en la silla y apartar los ojos de la pantalla.
Escenas como el primer plano del ojo, el cual refleja la desorientación que padece en ese momento.
El delirio que padece en su casa, viendo cosas irreales, la agresividad que muestra con el dueño de la tienda de licores o el punto de llegar a conseguir un arma para suicidarse, son cosas nuevas en la pantalla.
Demostrando así, que es un problema más grave de lo que la sociedad cree saber.

"Si, estás intentando no beber, como yo estoy intentando no quererte".


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